Vicente Aleixandre, esperado regreso

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SOMBRA CIPRES

Nร MERO 289 Sรกbado, 27.01.18

LA

DEL

Vicente Aleixandre, esperado regreso

La publicaciรณn de sus obras completas rompe el silencio en torno al poeta sevillano, Premio Nobel de Literatura en 1977, fallecido en 1984 [P2]

Retrato del poeta Vicente Aleixandre. :: CASTILLO PUCHE-EFE


2 LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 27.01.18 EL NORTE DE CASTILLA

Del retorno de Vicente Aleixandre Releer su obra reafirma la validez de un poeta en cuya autenticidad no hicieron mella tantos años de olvido

Vicente Aleixandre. :: EL NORTE

ANTONIO COLINAS

R

esulta, en verdad, extremadamente paradójico que la obra poética de Vicente Aleixandre haya estado apartada –las tres últimas décadas, desde su muerte– del interés de los lectores y, en general, de los medios literarios. No, desde luego, de la información noticiosa, de ese tema circunstancial que ha sido el lamentable abandono de su casa en la Calle de Velintonia, hoy Calle de Vicente Aleixandre. Pero si atendemos al significado de la palabra ‘paradoja’, veremos que ese silencio en torno a su persona y a su magisterio ha supuesto una tan misteriosa como inexplicable evidencia. Lo paradójico remite a lo opuesto al pensar y al sentir común, a una situación tan inverosímil como absurda, a la contradicción. ¿Y por qué se ha dado esa situación, paradójica en realidad, durante cuatro décadas, precisamente desde 1977, ¡cuando le fuera concedido a Vicente Aleixandre nada menos que el más alto galardón literario, el Premio Nobel!, precisamente en aquellos años en los que todavía este galardón gozaba de un prestigio notable? Sorprendente el silencio que comenzó a extenderse frente a aquel galardón que, bien entendido, no sólo reconocía una obra, sino las obras de toda una generación, la ‘del 27’. Quizás en ese logro de Aleixandre y a su independencia, a haber aceptado, obligado por la enfermedad, «vivir y haber vivido la suerte de mi pueblo», se halle uno de los resquemores primeros, la idea de que «nadie es más que nadie» en una generación prodigiosa y que cada cual tenemos nuestras predilecciones y magisterios como lectores. Sin embargo, García Lorca seguía, y sigue, fulgurantemente presente, ejemplar, más allá de su trágica muerte, y a España acababa de regresar por entonces Rafael Alberti, que vivió con gran vitalidad y protagonismo político los llamados años de la Transición. También en aquellos momentos una obra injustamente situada en segundo plano, como la de Luis Cernuda, volvía a rescatarse con gran interés; rescate anunciado en 1973 con la edición en Barral Editores de su ‘Poesía completa’, debida a Derek Harris y a Luis Maristany. Valiosa confirmación supondría también la ‘Poesía’ de Gerardo Diego, editada por Aguilar en dos volúmenes (1989), al cuidado de Díaz de Revenga y en estos días reeditada (Pre-Textos, 2017).


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CARLOS AGANZO

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Principio y fin del 27

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erano de 1917. En España están muy vivos los ecos de la Revolución Rusa de marzo. Tanto como los de la abdicación, en Grecia, del rey Constantino I, en el escenario de la guerra europea. Luis Buñuel ha terminado el bachillerato y se prepara para ingresar en la Residencia de Estudiantes, donde dos años después llegará Lorca y algo más tarde, en 1922, Salvador Dalí. Antes de que todo esto ocurriera, en la abulense Tierra de Pinares, en el pueblo de Las Navas del Marqués, se producía un hecho extraordinario. Un muchacho de 18 años, Dámaso Alonso, compartía en

su lugar de vacaciones con otro muchacho de 19, Vicente Aleixandre, su tesoro más preciado: la antología de Rubén Darío que le había abierto las puertas al universo infinito de la poesía. Los padres de Damasito, que así le llamaban Aleixandre, Alberti o Guillén, habían completado ese año el habitual veraneo en Galicia con una estancia en Las Navas. Los de Vicente buscaban para su hijo, que sufría de tos crónica, un lugar serrano donde cuidar su mala salud –lo mismo que sucedería unos años después con Alberti en San Rafael–; su hermano Fernando había muerto con año y medio, su hermana Elvira

con tres años, y su otra hermana, Sofía, se había malogrado al nacer. Los padres de Dámaso querían que fuera ingeniero, por su facilidad para las matemáticas, pero él terminaría estudiando Derecho y Filosofía y Letras. Vicente, que había estudiado en Málaga con Emilio Prados, cuando ninguno de los dos soñaba con que un día formarían parte de la generación más famosa de la poesía española, siguió después sus estudios de Derecho y Comercio, hasta obtener el título de intendente mercantil. A partir de aquel encuentro, sin embargo, quedarían marcados para siempre por la poesía: Rubén, Machado,

Dámaso Alonso, Luis Cernuda, Federico García Lorca y Vicente Aleixandre. :: EL NORTE

Pero estas justas reivindicaciones generacionales se dieron a medida que crecía ese silencio en torno a la obra de Aleixandre, ese desinterés o silencio que, paradójicamente, parecía haber ido unido a la concesión del Premio Nobel. Estas reservas primeras las viví yo también personalmente, y, a este respecto recuerdo una circunstancia no por vanidad, sino como simple constatación de un hecho: Aleixandre recibió el Nobel en octubre de 1977 y, muy pocas semanas después, apareció mi libro sobre él, ‘Conocer a Aleixandre y su obra’ (Dopesa, 1977). Alguien tildó esa coincidencia como interesada, cuando mi libro había sido preparado y escrito tiempo antes; pero a veces el destino habla por nosotros y a mi libro ya escrito le pilló el premio cuando estaba ya en la imprenta. ¿Envidia, pues, reparos, cai-

nismo del mundillo literario? No entremos en suposiciones extremas; pensemos simplemente en que el interés hacia los autores es cíclico, que sus obras se ven fuertemente sometidas a las modas y ello también pudo influir en el desinterés hacia la de Aleixandre. Porque comenzaba entonces a imponerse, por una lado el fulgurante, a veces artificioso, lenguaje ‘novísimo’, cerca del cual tanto había estado un magisterio como el de Aleixandre; pero, por otra parte, después, irrumpía una estética de lo simple, de lo plano y hueco en poesía que condicionó obsesivamente, no poco, el gusto de los lectores de poesía. Ya vemos que las circunstancias, justificadas o no, pudieron ser varias para entender esa situación ‘paradójica’ ante y hacia la obra de un Premio Nobel. Y hacia su casa. Porque, sí, esta situación de

la casa, en la que se ha dicho que ‘todos son culpables’, también venía a imponerse sobre la obra del maestro del 27, e incluso a ocultarla. Porque la personalidad, la originalidad de la obra alexandrina, estaba fuera de toda duda, y lo era (y lo es)ahora que este comentario nace al hilo de la publicación de su ‘Poesía completa’. Y por razones muy poderosas. Una de ellas, muy llamativa desde sus primeros libros –sobre todo desde ‘Pasión de la tierra’ (1935)– había sido la adscripción del poeta a la vanguardia, al complejo y vigoroso poema en prosa; pero en concreto a un surrealismo que también brillaría de manera magistral en su siguiente libro, ‘La destrucción o el amor’ (1935). Ese irracionalismo fértil se iría manteniendo luego con levedad. Por una parte, porque su lenguaje revelaba aho-

Juan Ramón, en el verano del deslumbramiento. Fruto de este primer germen literario de la Generación, Aleixandre dejó de leer para siempre los novelones decimonónicos que tanto le gustaban y dedicó a la poesía el resto de su vida. En 1920, ya en la Residencia de Estudiantes, conoció a la estadounidense Margarita Alpers, y a ella le dedicó algunos de los más encendidos versos de amor de su primer poemario, ‘Álbum’. En 1927 plantó en su casa madrileña de la calle Velintonia el cedro que simbolizaría la poesía para siempre, y en 1934 ganó el Premio Nacional de Literatura con ‘La destrucción o el amor’, siguiendo la estela de Alberti (1924), Gerardo Diego (1925) y el propio Dámaso Alonso (1933). Los personajes que Aleixandre exhibiría después en su libro de semblanzas ‘Los en-

cuentros’ (1958), darían fe de que, además de la Residencia de Estudiantes, la casa del poeta sevillano en Madrid sería punto de encuentro preferente para los miembros del 27. Y al igual que estuvo en el primer brote literario de Las Navas, y en el centro de su generación hasta que la guerra civil la partió en dos mitades, Vicente Aleixandre también se afanaría en representar hasta el final tanto a

Aleixandre dejó de leer los novelones decimonónicos que tanto le gustaban y dedicó a la poesía el resto de su vida

los que se fueron como a los que se quedaron en España tras el desastre. Cuando recibió el Premio Nobel de Literatura, en 1977, la Academia Sueca premiaba sin duda la poesía riquísima, personal, profunda, extraordinaria de Aleixandre, pero también su posición de resistencia y, al final de la dictadura, de costura de aquella generación milagrosa rota tan lamentablemente por la guerra. Principio y fin. A Lorca, Alberti, Cernuda, Guillén, Dámaso, Gerardo Diego…, a todos los que celebraron la poesía en aquellos años de euforia creativa en la casa de Velintonia –o Wellingtonia, desde 1978 calle de Vicente Aleixandre– se unirían después una miríada de jóvenes poetas, de todas las tendencias y de todas las generaciones, que tomarían a Aleixandre como maestro y como símbolo.

Vicente Aleixandre, en Velitonia. :: EL NORTE

Aborda los temas del amor y la naturaleza con un vigor y una personalidad exclusivamente suya El desinterés, paradójicamente, parecía haber ido unido a la concesión del Premio Nobel

ra el humanismo, la ternura (e incluso el ‘testimonio social’), en libros como ‘Sombra del paraíso’ (1944) y sobre todo en ‘Historia del corazón’ (1954) y ‘Retratos con nombre’ ( 1965). Vendría luego, para rematar su obra y su magisterio (y por supuesto antes de la concesión del Nobel) dos libros en los que brilla de manera muy decantada la reflexión, la meditación, el pensamiento desnudo. Me refiero a sus ‘Poemas de la consumación’ (1968) y ‘Diálogos del conocimiento’ (1974). Esto por lo que se refiere a esas grandes etapas en el tiempo que su obra supone en general; pero más allá de los cambios formales estaban los contenidos de sus poemas, mayormente expresados por medio de un versículo fluido, melodioso, de ancho respiro, muy claro más allá de la hondura. Dos son los temas prioritarios, obsesivos, pero a la

vez naturales, en esa obra: el amor y la naturaleza. Ambos temas los aborda con un vigor y con una personalidad que es exclusivamente suya. (Las dos ediciones de ‘Los cuadernos de Velintonia. Conversaciones con Vicente Aleixandre’, de José Luis Cano y otras de sus Diarios, ilustran muy bien lo que para Aleixandre supuso el amor en aquellos años, ese sentir en los límites de la ‘destrucción’, pero que el medio de la naturaleza atenuaba siempre. El amor desde su proximidad al símbolo y a lo irracional; la naturaleza desde la eclosión de lo telúrico en un sentido que es muy raro en la poesía española no del siglo XX, sino de todos los tiempos, aunque no tanto en la hispanoamericana. La presencia de la naturaleza ha tendido a abordarse en la poesía española desde la óptica de lo meramente pai-

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sajístico o lo rural, desde la ‘estampa’ lírica. Sólo en un autor como Góngora, y en pocos más, esa naturaleza posee sentido desbordado, planetario, más allá incluso de la presencia de los mitos. Por el contrario, en América no pocos nombres nos remiten a esa visión telúrica, como en ebullición, traspasada de universalidad (Pablo Neruda, sobre todo, u Octavio Paz, serían ejemplos rotundos de ello.) Sin embargo, más allá de esa naturaleza apasionada, cosmovisionaria –en la que el poeta parece formar parte incluso material de ella, en una fusión sorprendente–siempre hay en la poesía de

Aleixandre una serenidad que no es otra que la del ‘paraíso’, símbolo poderoso ya presente desde el título de uno de sus libros. Se humaniza, pues, ese sentido telúrico en una naturaleza que es de todos, que alude al planeta, sí, pero que a la vez nos remite a un espacio muy común y muy del poeta: el del sur profundo, el del mediterráneo, el de esos espacios y miradas y huellas primigenias, humanísimas, que son las de la infancia y las de la adolescencia (Sevilla, Málaga). Ya he señalado en no pocas ocasiones que la marcha del poeta –estoy generalizando, claro– suele ir de la emoción a la meditación, del sen-

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tir al pensar. Este proceso se ve clarísimo en el caso de la obra de Vicente Aleixandre. Ello demuestra que los poetas verdaderos no son poetas ‘de un solo poema’ mistificado, sino de una evolución enriquecedora en el tiempo. Es el salto que va de un libro como ‘Pasión de la tierra’ a los ‘Diálogos del conocimiento’. Aleixandre escribe siempre con voz propia, pero busca caminos nuevos como los que le abriera aquella antología de Rubén Darío que en su adolescencia le prestara un verano, en la sierra de Ávila, su también temprano amigo Dámaso Alonso. No despiertan estas reflexiones mías las alexandrinas

al uso, o las que yo mismo me he hecho en los últimos años en torno a la casa del poeta, sino la publicación de su ‘Poesía completa’ debida a Alejandro Sanz (Lumen, 2017), cuarenta años después de haber recibido el Nobel y de ese extraño y paradójico silencio al que comencé aludiendo. Atrás quedaron los testimonios primeros de atención, desde ‘La poesía de Vicente Aleixandre’ (1953), con sucesivas ediciones, de Carlos Bousoño, hasta los libros de José Luis Cano, Leopoldo de Luis o Gabriele Morelli. Atrás habían quedado también, destacando por encima de las antologías parciales, la edición de ‘Obras completas’ (Aguilar,

1968), prologada por Bousoño, y la muy notable de Alejandro Duque Amusco, otro de sus estudiosos cimeros (Visor, 2001 y 2002). La edición de Amusco supuso un hito en ese momento de paradójico silencio al que me he referido. La de Aguilar nos remite de nuevo al magisterio que la vida y la obra de Aleixandre ejercieron en los jóvenes poetas de aquella década de los 60 y los 70, sobre la generación que nacía; la última promoción, por cierto, en pasar por la casa del poeta en donde uno se encontraba con aquel equilibro, sentido de la amistad y enseñanza, a los que ya aludió Luis Cernuda en años tempranos: capaci-

dad, también, de Aleixandre para poner concordia entre personalidades extremas (Lorca-Miguel Hernández, Neruda-Dámaso). Una foto como la que conservamos del día del homenaje a Aleixandre, con ocasión de la aparición de ‘La destrucción o el amor’ (1935) prueba muy bien esa empatía cordial del maestro. No soy un filólogo y no puedo entrar en las características eruditas de la edición de Alejandro Sanz, persona tan comprometida también con la empresa de salvar la casa del poeta; subrayo por eso, simplemente, en ella, la claridad tipográfica, la fidelidad a la obra al autor y, sobre todo, esa oportunidad de la

El reverdecer de Vicente Aleixandre Está conociendo un despertar del interés sobre su vida y obra, cuarenta años después del premio. Un congreso y varios libros lo recuerdan

A

los 40 años de haber obtenido el Premio Nobel de Literatura y los treinta y tres de su muerte, Vicente Aleixandre (18981984) vive una hermosa pri-

mavera. En Málaga (España), a impulso del culto profesor Francisco Morales Lomas, se acaba de celebrar un importante Congreso sobre su obra y figura, y a su vez se han publicado varios libros, de entre los que quiero destacar uno, el de Fernando Delgado. El Premio Planeta, escritor canario, destacado periodista y claro poeta, Fernando Delgado, ha editado un conjunto de memorias que ha titulado ‘Mirador de Velintonia. De un exilio a otros (19701982)’ (Fundación José Ma-

RICARD BELLVESER

Aleixandre, sino varias generaciones de poetas y amigos».

Escritor y crítico literario

Retrato de grupo con Premio Nobel

nuel Lara, 2017), en las que reúne recuerdos de esos años, clavando la punta del compás en casa de Vicente Aleixandre, en la calle de Velintonia de Madrid, donde «no vivía

Por allí desfilamos casi todos los poetas jóvenes de entonces, hasta el punto de que hay quien ha puesto en su biografía, no ausente de buen humor, «yo no pasé por Velintonia» para singularizarse. El de Delgado, crónica sincera, es un libro amable, atrevido, periodístico, testimonial, lírico, sincero y con una carga notarial que lo hace especial-

mente grato, en su evidente complicidad generacional. No se trata de un ejercicio de memorialismo maquillado de literatura, sino que es literatura, a tramos muy brillante, y foto fija de unos años madrileños, con eco en otras partes del territorio nacional. El resultado es un retrato de Aleixandre, un autorretrato velazqueño del propio Delgado, y un retrato de grupo con premio nobel al fondo.

Nadie fue a Estocolmo Aleixandre, por razones de

salud, no fue a Estocolmo a recoger su premio, y se recuerda en este libro que ningún Premio Nobel español de Literatura –hablo de español como nacionalidad–, excepto Cela, lo ha hecho, porque el primer Nobel español fue el dramaturgo y matemático José Echegaray (1832-1916), quien no viajó a Suecia sino que recibió el Premio en 1904 en el teatro Real de Madrid. Le siguió en 1922 Jacinto Benavente (1866-1954). No solo no fue a Estocolmo, sino que ni tan siquiera envió discur-


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Velintonia y la amistad

edición que permite a los lectores volver, con justicia, en estos momentos precisos, sus ojos hacia una obra tan original y hermosa, tan rotunda, como es la de Aleixandre. Releerla ahora completa, tantos años después de aquellos libros sucesivos y de esas ediciones primeras –la de Aguilar, que conservamos dedicada en 1970, y la de Visor–, nos reafirman en la belleza y validez de la misma, en ese reconocer lo simplemente auténtico, en que tres décadas de paradójico silencio no han hecho la más mínima mella en esta obra. Valiosa ocasión para reavivar las a veces adormecidas aguas de la poesía y de sus lectores.

JAVIER LOSTALÉ

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Banquete ofrecido a Luis Cernuda en Los Galayos (entonces Casa Rojo). Sentados, de izquierda a derecha: Eugenio Imaz, Helena Cortesina, Manuel Fontanals (oculto tras Cortesina), Santiago Ontañón, María Antonieta Agenaar, Concha Méndez, La Argentinita y J. E. Morena Báez. De pie, de izquierda a derecha: Vicente Aleixandre, Federico García Lorca, Pedro Salinas, Rafael Alberti, Pablo Neruda, José Bergamín, Manuel Altolaguirre, María Teresa León y Víctor María Cortezo. :: FUNDACIÓN F. G. LORCA

so de aceptación, porque por entonces estaba en Argentina al frente de una compañía de teatro que él mismo había creado. En 1956, lo obtuvo Juan Ramón Jiménez (1881- 1958), que por entonces vivía exiliado en Puerto Rico, y no pudo ir a Suecia porque se encontraba enfermo. Delegó el honor en el rector de la Universidad portorriqueña. Murió allí dos años después. Y en 1977 le concedieron el Nobel a Aleixandre, hombre de una frágil salud de hierro, quien delegó en el poeta canario Justo Jorge Padrón, para que lo recogiera en su nombre. Por el libro de Delgado desfilan un buen número de escritores españoles e hispano

americanos, muchos castellano-leoneses como García Calvo, Leopoldo Panero, Dionisio Ridruejo, Gabriel y Galán, Ricardo Gullón, Rosa Chacel, Carmen Martín Gaite, etc. sobre los que hay centenares de jugosas anécdotas, especialmente sobre las noches madrileñas, por el Café Gijón, Oliver, Bocaccio, musical Bourbon… untadas de alcohol y literatura, anécdotas muy centradas en los años en los que mandaba el general Franco, quien había dado un duro hachazo a las libertades públicas, y cuya rebelión militar produjo miles de exiliados tanto exteriores, los que se fueron de España, como exiliados interiores, los que se quedaron en el país, «pero

urante la década de los setenta del siglo pasado casi no dejaba una semana sin visitar a Vicente Aleixandre. Me dirigía a Velintonia, la casa del Premio Nobel alzada en la luz de la Sierra madrileña, sintiendo en cada paso esa fuerza primigenia o aurora de lo que, intocado, precede al lenguaje humano, consciente de que al empujar la verja del chalet de dos pisos, habitado en la planta superior por la poeta Carmen Conde, me introduciría en un ámbito investido de una profunda solidaridad humana, constantemente alentada por unos ojos que desde un fondo al visitante recibirían. Esos ojos eran los del autor de ‘Sombra del paraíso’ que, recostado en un sofá testigo de tantas confidencias, brillaban con el pulso de gran parte de la poesía española del siglo XX en Velintonia bautizada. Un larga procesión de sombras, entre ellas, superiores, las de Lorca y Miguel Hernández, caldeaban ese habitáculo de la creación donde la palabra generaba existencia, se tornaba conocimiento, en alguien se encendía solitaria y brotaba tan pura como la amistad». No hay amigos literarios, sino amigos sin más calificativos», solía decir Aleixandre, y en su corazón extendido encontraban consuelo el que, tímido, comenzaba a escribir; el desengañado; el que, temblando, buscaba correspondencia en otro ser. Jóvenes o viejos todos resonaban

cada uno de nuestros escritores exiliados –dice Delgado– vivió su destierro de distinta manera y cada uno de ellos lo sufrió o no de semejante o variado modo. En este libro se reflejan algunas miradas de estos exilios, los de dentro, que los hubo, y los de fuera», de forma y manera que Vicente Aleixandre fue «la más destacada figura del exilio entre los que se quedaron», pues «fue el gran exiliado del interior, embajador del exilio». De ahí que cuando se le entregó, por delegación, el Nobel a Aleixandre, el académico sueco Karl Ragnar Gierow, en su discurso, subrayó las dificultades de escribir atrapado en los espesos renglones censores del franquismo y

en él a través de la única edad: la del amor. El latido de su vivir depurado convertía cada respuesta a su interlocutor en algo esencial, iluminador de su vida. Y en su diálogo, nunca tertulia, había una demora, una pausa impuesta por el significado de lo dicho, que hilaba voz, mirada y gesto hasta el punto de alumbrar la desnuda condición humana. Ningún tema se sustraía a su nombrar dignificado: desde la publicación de un libro hasta la inauguración de un club eran materia viva surcada por la sangre de unos sonidos. Y se repetía siempre el respeto emocionado al que en silencio escuchaba, que veía así reconocido el misterio último presente en la comunicación humana. «No hay amigos literarios , sino amigos sin más calificativos», insistía Aleixandre. ¡Y cómo los enaltecía en su ausencia! ¡ A cuántos conocimos desde la altitud de su nombrar! Cualidad del poeta que no era sino la confirmación de la solidaridad que respira toda su obra, de ese fluido amoroso que irriga su poesía: principio de un mundo en el que una única y sucesiva criatura resplandece con la luz de lo habitado. Hasta el seno de esa luz llega la escritura de Aleixandre y, tras besar la humana pulpa, se retira para que cada lector encuentre en libertad su destino, pues la obra aleixandrina crea destino. Lectores con nombre y apellido para el autor sevillano y, por tanto, con rostro. «Tú que me lees eres tan amigo mío…», decía. Y de nuevo sonaba la música de la amistad. Un día tras rememorar mis visitas a Velintonia, escribí este poema que aún con emoción transcribo ahora:

En el libro se Fernando Delgado se reflejan «miradas de los exilios, los de dentro, que los hubo, y los de fuera»

sentenció: «Aleixandre ha sobrevivido al régimen, incluso psíquicamente. No se sometió nunca».

Neruda sí pisó suelo español Pablo Neruda, afirmó en varias ocasiones que no pisaría

Yo conozco un jardín donde es, callado, el amor. Hasta él silenciosas sombras se deslizan, astros apagados que en otro tiempo cuerpos habitaron y ahora soledad sólo cantan. La verja cede vencida por la tristeza de una mano, y un clima de árboles suspende tactos que nunca denuncian un cuerpo mas sí su misteriosa propagación. Al fondo un rostro batido por la luz de unos labios cuyo hálito los años no borraran, que reflejase continuo un fuego y secreta vida a la sangre comunicara, proyectaba un ámbito en el que el corazón se encendía solitario. Sin tiempo unos ojos ahondaban la luz y esos ojos eran mortales. Desecado el pecho por violentas mareas aún un fondo de espumas arrastraba en su flujo quemantes corolas de besos, respiraciones. Y era el recuerdo una vasta extensión roja en la que un anillo y un guante ardieran silenciosos. Afuera la luna era una mancha dolorosa que unos ojos inmóviles aplacaran mientras los esqueletos amantes brillan un momento. Tú que el aislamiento del dolor padeciste y elevándote potente sobre tus ruinas con las palabras alentaste un universo en el que el hombre libre se reconoce y en destellos sereno descubre la raíz de su pasión, contempla estas páginas que ya olvidamos como olvida la sangre quién hacia el amor la convoca. Tus manos, calcinadas por la belleza con que el deseo caló el aire, son un destino para las que en la sombra se buscan y esperan aún el cuerpo del roce. Tus manos, nunca un gesto sí el espacio tenso que dejó una melena ahora modelado por un imperceptible movimiento que muestra un instante unos hilos quemados. Las mismas que desde dentro mueven como un viento la claridad de las montañas cuyas ondas nos alcanzan al salir a la calle. Y ya no sabemos que unos ojos más allá de la vida una piadosa mirada envían al corazón del hombre. Yo conozco un jardín donde es, callado, el amor.

suelo español mientras viviera Franco, había tomado esa decisión por razones ideológicas, por convicciones personales, no hay que excluir el temor a la policía política franquista que lo había declarado persona non grata, y por solidaridad con los exiliados, algunos huidos de España en el Winnipeg, un barco fletado por él. Sin embargo, por este libro sabemos que no cumplió severamente su palabra porque, camino de Chile donde iba a participar en la campaña electoral en la que triunfó Salvador Allende, el buque italiano Verdi en el que viajaba, hizo escala en el puerto de Santa Cruz de Tenerife. Cuando algunos escritores

canarios –Juan Cruz, el propio Delgado, Pérez Minik, etc.– supieron que allí estaba Neruda, le persuadieron de que se quedara unas horas con ellos. Sabedores de que se había comprometido a no poner pie en suelo español, «nosotros, medio en serio, medio en broma, tratamos de convencerlo de que aquella tierra canaria era de una España lejana, casi África, y de que el dictador se hallaba a mucha distancia. Mientras, Matilde Urrutia, su mujer, se iba de compras por las tiendas de indios de la ciudad». Finalmente lo convencieron. Luego sí estuvo en España. Todo entretenido, simpático y testimonio de los recuerdos de una generación.


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Pablo García Baena

La magia del lenguaje 1

Pablo García Baena se nos ha ido con un verso derramado en el alma, como él solía hacerlo, como a él le gustaba. Y ha sido en su madurez vital y poética cuando la vida le había ido devolviendo el fulgor de la palabra, la secreta belleza de un decir sobre las cosas. Un vivir en poesía, un ser poético en esencia, una secreta mirada fiel sobre la vida que había sabido, muy certeramente, convertir en poesía. Se nos ha marchado el poeta más brillante y mejor de un grupo de buenos poetas cordobeses, de creadores de la palabra ensimismada que constituye la fuerza de su creación, el dinamismo de su potencial creativo. Fue ‘Cántico’ una intentona eficaz y mágica de instaurar en la poesía española la estética y la poética de la búsqueda en todo aquello que el culturalismo fue capaz de crear en la conciencia cívica y lírica de aquellos poetas que convivían en la ciudad andaluza. Fue el Modernismo, desde la esencia de sus propuestas, y la mejor Generación del 27 quienes alimentaron el ansia creador y el impulso cultural de sus poemas. Y desde la revista que les sirvió de difusión de sus propuestas, pudemos conocer esa otra cara que la poesía española estaba fraguando y construyendo en la ciudad del califato, en la Andalucía embellecida por el rumor de las aguas de un quehacer singular y nostálgico. Aquí surge Pablo (como a él le gustaba que le llamaran) y se fue levantando una obra poética de intensas raíces, de claros secretos, de fértiles universos donde la fecundidad

GALERÍAS JOSÉ MARÍA MUÑOZ QUIRÓS

del verso dejaba escrita la voz de un poeta necesario.

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Los poetas del grupo, y Pablo lo era con todas las consecuencias estéticas, mantuvieron siempre un refinamiento formal que era el signo de su poética, la razón de ser de su lenguaje rico, vital, encendido con metáforas deslumbrantes, barroco en la estela andaluza, en el magisterio de los grandes poetas culturalistas de la tierra, fermentados en la belleza formal que escon-

día un existir y un ser lírico de enorme transparencia (sin entrar en contradicción alguna), siempre expresado con la palabra exacta que su estética tan necesariamente imprecisa les regalaba. Pablo García Baena cultiva el verso desde un vitalismo que se enciende con llama amorosa, con apasionada escritura, con fértil manejo de los materiales precisos para construir tan hermoso universo. Sentir en lo clásico, en la pagano, en lo legendario aplicado a una realidad cercana y personal, manejar el verso con la sabiduría de los clásicos y amoldarlo a la sonoridad de un momento histórico concreto en el que el poeta vive: «Quisiera ser la rota columna decadente, / aquel ángel mancebo perfecto entre sus bucles,/ o mejor, el Apolo que ayer recibió culto/ y que hoy sepultado bajo la tierra espera/ el día de volver a las nubes olímpicas…». Deseo de belleza y más belleza, del cautiverio fervoroso donde se construye el poder de la palabra que se alza luminosa, que se escribe con letras de amoroso decir.

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El sentimiento amoroso potencia lo poético desde la más absoluta libertad, alejándose de cualquier modo que el orden social o cualquier otro origen suponga. El amor se identifica con la verdad entregada del ser, con el lenguaje de lo inmensamente sentido y dicho, y el poeta habla desde la interior ofrenda que dedica a los dioses del sentimiento y de la pasión, vitalismo y melancolía, emoción y desgarro, «así te amaba, voz lejana, cuando decías: Amanecía

El poeta cordobés Pablo García Baena, en 1998. :: RAFAEL DIAZ-EFE entonces en la calle de Armas…». El espacio amoroso que el poeta enciende en sus textos es un itinerario de memoria vital, de sentimiento descontrolado por la razón que se eleva a la categoría de fervoroso sentir, de vida y experiencia en la grandeza de lo que el poema expresa en cada verso. «Yo no sé qué pasión, candente como el hierro sobre el yunque,/ o qué tristeza mansa como cándida ola que recogiera un niño entre las manos/ elevaba su chorro en aquella garganta…». Y junto a ese cosmos poético del amor, al lado mismo de la vitalidad amorosa que dibuja un paisaje de entrega, de fuerza, de desarraigo y destino sin límites, el poeta asume la religiosidad desde la intimidad religiosa, en unos parámetros de intensa originalidad que desde lo sagrado emana en un nuevo modelo de espiritualidad que se construye en el interior desasosegante del poeta. «Otra vez tu ceniza, Señor, sobre mi frente…/Polvo soy que algún día volverá hasta tus plantas./ Polvo en la muerte y polvo ahora que aún vivo/ perdido

entre la arcilla blanda de tu universo…». Pablo García Baena nos deja, en muchas ocasiones, ensimismado en una palabra que construye desde la emoción hasta la participación con el sentir que necesita el hombre desde sus abismos. Poesía de enormes perfiles humanísticos, paganos, espirituales sin circunloquios ni grandes palabras, tal vez desde el más personal y pro-

García Baena cultiva el verso desde un vitalismo que se enciende con llama amorosa, con apasionada escritura Nunca se apagará su voz porque pone en nuestra propia voz la búsqueda interminable de la belleza

fundo existir que se desvela en la emoción de la palabra fundacional con la que construye sus textos. Nos emociona siempre la escritura del poeta porque en su modo de decir vislumbramos una manera de sentir. Entre el vuelo culturalista y las cercanías más formales y melancólicas se halla la mano precisa y sabia del conductor de emociones, del hombre apasionado que nos envuelve en su suave servidumbre de luz. Esteticismo y dolor. Sobriedad y maestría expresiva. «Inmóvil en mi sueño de blancura/ desde la galería contemplaba aquel valle dormido/ como un lago de quietos oleajes. / Yo era también de luna, casi mármol/ mi cuerpo era una brasa que se apaga entre las manos del relente…». Nunca se apagará la voz de pablo García Baena porque pone en nuestra propia voz la búsqueda interminable de la belleza, la indestructible palabra que nombra cada cosa con un nuevo decir. Sea para siempre su poesía el agua que sacie los anhelos de los sedientos de la luz y sus ilimitables espacios infinitos.


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El tiempo se va

DONDE HABITO ELENA SANTIAGO

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omenzar siempre es bueno si es para recorrer el camino que presenta un nombre paradisiaco. Podía buscar una distracción antes de antojarse opinar. Ya que llevaba largo tiempo en busca de una salida. Comenzaba con volverse observando aquel tiempo del pasado rodeado de un calendario que le señalaba buenos momentos. Contemplar aquello, cuando la naturaleza estaba más a salvo de fuegos y corrientes dolorosas. Igual que ella misma. La vida, en ocasiones, se confunde pero no hay que olvidar que siempre existe un hueco para comenzar de otra manera, nuevamente. Las ganas a veces se pierden y hay que buscarlas. Stendhal ya había muerto sin arraigar aquella pregunta de «quién soy yo». Desaparecido también Proust sin acercar el tiempo perdido. En ocasiones se buscaba sin hallarlo, porque era que aun estando lo antiguo hondamente, nos envolvían demasiadas sombras encerrándonos. Conocí (y bueno es conocer) a una mujer muy sola (¿era ya una montaña rocosa?) que cargaba la soledad como un exilio, un ostracismo. Y soñó con una huida. Con el cielo reflejado, en sus ventanas. Miraba los cristales con nubes y se santiguaba. Seguido, con frecuencia iba al

salón. Se le ocurrían ciertos extremos y así se dijo que era ella la mujer de un cuadro que se escapaba monte arriba en una idéntica imagen huyendo. Un cuadro grande que era ella misma subiendo descalza en unos tonos desvaídos. Pintura de Gauguin colgado en un infinito sin hueco por donde pasar a otro ambiente, otra atmósfera que podría ser que aceptara su comunicación. Ocurrió que era dueña de despedidas, llena de recuerdos, hasta el destierro. Respiraba, pero muy sola. Extraña ante una oscuridad subiendo del vacío. Dejando el corazón en la baranda desgastada. En el cuadro, no planteaba nada más, pero en la realidad existía un anochecer en la mujer escondida en su mismo nombre. Ella, decidida, mostró que ya se había detenido dentro de sí misma En un presente, cuando abandonó el salir a la calle. Y desde entonces, nunca compró ya un periódico. Ni tuvo la menor noticia de si

El escritor francés Marcel Proust hacia 1896. :: EL NORTE

Cuando se retiran las olas

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l amor que se profesa hacia los libros no es idéntico con el paso del tiempo. Si bien comienza con furioso ímpetu, con los años se sosiega hasta recrease en una deliciosa calma que no por ello lo hace menos genuino. Quien pretende que la inicial fogosidad libresca se mantenga a lo largo de su vida peca, creo yo, de inocencia. Como le replicó Woody Allen –o un personaje por él interpretado; lo que viene a ser lo mismo– a su desilusionada esposa porque nada quedaba de su antiguo ardor: «De ser así hubiera muerto por un infarto». Recuerdo cuando compré los primeros volúmenes de mi biblioteca ya iniciada con los

que, anteriormente, me habían regalado. Al entrar en la librería, el corazón palpitaba con rotundidad y se hacía presente esa necesidad fisiológica que, con los nervios, aparece. Porque aunque iba a por un título concreto no faltaba algo de dinero para improvisar, ¡y todos eran tan codiciables! Una contraportada tras otra; una solapa tras otra; no había el que no quisiera leer. Cada uno era una promesa segura de distanciarse de la mediocridad que reinaba fuera del papel impreso. No había el que, supuestamente, no me marcaría su lectura. Como todo joven letraherido me excitaba la posibilidad de vivir otras vidas, en aquella época repletas de aventuras; luego,

más tarde, también, pero la osadía de los protagonistas ya no se desarrollaba en escenarios exóticos y lejanos sino en ciudades que iluminaban con su provocadora heterodoxia. La pasión por los libros –por su contenido y por lo que tenían de objetos de inigualable trascendencia–, me empujaba a leer con glotonería, y si ésta es perjudicial en su sentido habitual porque acarrea indigestión, así mismo ese afán de llegar rápidamente al punto final para añadir una muesca más en mi revólver de lector no conducía a nada más que a poder presumir de haber leído, que no comprendido, un ejemplar más. En aquel entonces todos los libros lucían un marchamo de

autenticidad, atributo que después perdieron. En otras palabras, pensaba que aquellos textos que se me ofrecían poseían cualidades que, compartiera o no este parecer con sus editores, por ellas eran divulgados. Con el tiempo descubrí que no era siempre así. Intereses, más o menos oscuros, movían los hilos del mundo de los libros. Y es que a las editoriales –¡ingenuo de mí!– no les guiaba en su labor el afán de publicar la labor creativa, intelectual, dignas de que todos conocieran; las editoriales, su decálogo de actuación, se asemejaba más al de una fábrica de tornillos en el que poco más se tenía en cuenta que unos resultados óptimos a fin de mes.

LOS TRIGALES AZULES ROBERTO RODRÍGUEZ

No obstante, esta desilusión no fue la única. Los premios literarios de mayor tronío no buscaban, en la obra galardonada, una calidad acorde a la cuantía económica y fama que conllevaban. La calidad poco importaba si el nombre de la portada animaba las ventas; es decir, las editoriales promotoras de esos

aquello era el final del mundo y no aclaró si la vida tuvo algún buen final. Se supo un caso extravagante porque no tener periódico y la cabeza apretada en sombras era una apatía. O desidia. Se le ocurrió seguir muy cubierta de desconsuelo y, con sombrero, muy original. Sin dejar respirar su mente o clarividencia. Nunca aclaró si continuó soñando o dormida. Un aliento de caridad le abrió algunos pensamientos. Recordó a Proust arrepentirse de ‘En busca del tiempo perdido’. Tan considerado como una de las cumbres de la literatura francesa y universal. Interesante un consuelo: había que participar en la vida porque es lo verdadero y esa vida pasa volando. Detenida ella en su mente, quieta en el temor, y un murmullo de una muerte cercana. Consideró a un Proust agravado, sin enfermar sus pensamientos, detenido a escribir. Acertando en sus palabras, con aquella mesura de ‘Los placeres y los días’. Busquemos. Excepcional es que sean encantos donde nacen los días. Hablábamos de comenzar con necesidad y sí con la intención de ser y estar, apartando y sabiendo huir si la vida nos arrojaba horas al pensamiento y a la cara, cual viento algo loco. Placeres y los días. Suena a fortunas. Especialmente humanas llamadas amores.

certámenes procedían, vuelta la burra al trigo, como una fábrica de tornillos. Lo que se cocía entre bambalinas no era muy edificante que digamos; mas siendo grave –lo que concernía a la literatura debía estar ajeno a cualquier tejemaneje y utilitarismo, así lo estimaba yo–, no contaminaba todo: estaban los libros que me emocionaban, que me ayudaban a entender lo que me rodeaba; los libros que describían los inefables latidos del alma; que la alimentaban. Quizá mi alma ya sólo se recree en sabores conocidos y sean pocos de sus latidos cuyo nombre no pueda dar nombre. Quizá ya sepa que los territorios ignorados serán siempre infinitos y, a la vez, paradójicamente, pocas cosas me sorprendan; o, si acaso, me sorprenda el valor incalculable de algunos libros que desde hace tanto me acompañan y por los que siento el amor más profundo. Y verdadero.


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Zaha Hadid, arquitectura en movimiento H

oy Irak nos suena a guerra y destrucción. Sin embargo el panorama era muy diferente el 31 de octubre de 1950, cuando en la bella y próspera capital de Bagdad nacía Zaha Hadid en el seno de una acomodada familia sunita, gracias a la posición de su padre, político liberal y rico industrial de la zona de Mosul. Zaha Hadid recibiría una educación a la francesa en un colegio de religiosas católicas. A partir de 1960 frecuenta varios internados en Inglaterra y Suiza con sus dos hermanos, y finalmente se instala en Beirut para estudiar matemáticas en la Universidad Americana antes de mudarse a Londres. En la capital inglesa se inicia en la arquitectura en la prestigiosa y controvertida Arquitectural Association School, la ‘Academia de Frankenstein’ para el príncipe Carlos, ardiente defensor del clasicismo británico. A final de la década de los 80, bajo la influencia de Oscar Niemeyer y el movimiento deconstructivista, Zaha Hadid impone sus tensadas líneas y forzadas curvas, gracias al extraordinario dominio plástico de sus dibujos a mano alzada. Con el cambio de siglo nacen sus creaciones más espectaculares. Así en Europa nos encontramos con el MAXXI Museum of XXI Century Arts (Roma); el Aquatis Centre de los Juegos Olímpicos de 2012 (Londres) o el proyecto BBK de Bilbao. Y en Asia, el Dongdaemun Design Plaza (Seúl) o la Guangzhou Opera House. Por supuesto un camino pleno de creatividad, acompañado de premios como el Pritzker en 2004 (la primera mujer en recibir este galardón) y también de polémicas y críticas de sus colegas. Centrándonos en el tema que nos ocupa, veamos el trabajo de Zaha Hadid en relación al automóvil. Las fábricas han sido desde siempre un tema atractivo para los grandes arquitectos. Pensemos en la vanguardista plan-

El Z-Car I se caracteriza por ser un vehículo articulado verticalmente, adaptando su tamaño a la velocidad y uso. Debajo, el Z-car II busca la distribución ideal de espacio y peso.

ARTE EN MOVIMIENTO SANTIAGO DE GARNICA

ta Fiat de Lingotto, en Turín, finalizada en el año 1922: la obra de Giacomo MattéTrucco se convierte en todo un símbolo para los futuristas (movimiento en el que se integraba su creador), que se distinguía por su pista de pruebas en el techo al que llegaban los coches ya acabados tras ir ascendiendo por las diferentes plantas en las distintas etapas de construcción. Para Le Corbusier esta fábrica «era un modelo a seguir para el diseño de las ciudades», principio en el que se basa en sus teorías del Plan Voisin. O la Ile Seguin, la fábrica de Renault en Billancourt, como un barco en medio del Sena, símbolo de ‘L’usine moderne’. Los ejemplos continúan en el siglo XXI, donde la arquitectura refleja el potencial dinámico de las empresas, como es el caso del centro tecnológico de McLaren en Woking, obra de Norman Foster en 2004. O antes la Citadelle Ferrari, en Mara-

nello, con un edificio para la aerodinámica, obra de Renzo Piano, donde el centro de desarrollo es una creación de Massimiliano Fuskas o la ‘Officine Meccanica’ viene de la mano de Marco Visconti. Pues bien, nuestra protagonista Zaha Hadid tampoco permanecería ajena a esta tentación, como se puede ver en la instalación de BMW en Leipzig. En 2005 Zaha Hadid recibe el encargo de replantear las instalaciones de Leipzig, conformadas hasta entonces por tres unidades diferentes, y conectarlas mediante un edificio central ca-

En la planta de Lepizig de BMW los coches pasan de la zona de chapa a la de pintura ante los ojos de los empleados del departamento de administración. :: BMW

Su creatividad sin barreras físicas ni formales dejó un sello único no solo en edificios, sino también en otros campos del diseño

paz de canalizar todas las funciones de producción. Concebido como una serie de interconexiones de niveles y espacios, la arquitecta iraquí aniquilará la concepción de zonas de acceso restringido y por el contrario crea una de rencuentro entre ejecutivos y resto de trabajadores. La culminación de este planteamiento llega con el hecho de que los automóviles transitan entre el taller de construcción y la zona de pintura atravesando literalmente el centro administrativo. Incluso sentado en la cafetería de la planta, uno puede observar


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Zaha Hadid. :: AFP

carrocerías de automóviles pasando casi silenciosamente. De esta manera, las nociones de conectividad y movimiento se han convertido en el leitmotiv del edificio. Este proyecto ganará numerosos premios, incluido el Deutsche Architekturpreis (Premio alemán de arquitectura). Último enlace de una cadena de edificios, Zaha Hadid realiza en 2006 en este mismo lugar el ‘show-room’ de la marca. Pero la aportación de Hadid al mundo del automóvil tiene otras manifestaciones. El Glasgow Riverside Mu-

seum of Transport, construido entre los años 2004 y 2011, se presenta como un edifico tipo hangar en forma de cápsula abierta en sus dos extremos opuestos. Situado junto al rio Clyde con una fachada totalmente acristalada, el edifico tiene un perfil en pliegues con forma de ola, que simboliza la relación de la ciudad con su historia naval.

El Z-car En el curso de los últimos decenios, muchos arquitectos han extendido su creatividad al mundo de la movilidad. Le Corbusier, que consideraba la

vivienda como «una máquina de habitar», crearía La Voiture Minimum o Coche Mínimo, un concepto del año 1928 que adelanta la idea del coche moderno, con máximo aprovechamiento del espacio. Otro ejemplo, muy posterior en el tiempo, lo encontramos en Renzo Piano (el arquitecto del Centro Pompidou y premio Pritzker 1998) que en el año 1978 fundaría en Turín, junto a Franco Mantegazza el Institute of Development in Automotive Engineering, o I.DE.A, que se estrenaría con el proyecto del prototipo de Fiat VSS. VSS sig-

nificaba Vettura Sperimentale a Sottosistemi (Vehículo de Subsistemas Experimentales): se trataba de demostrar que en lugar de crear un chasis a medida para cada modelo, una familia completa de automóviles de una gran cantidad de marcas podría desarrollarse a partir de una arquitectura de chasis común simplemente conectando diferentes módulos según sea necesario: un adelanto a la actual moda de las plataformas modulares. También Zaha Hadid realizaría una incursión directa en el mundo del automóvil.

Así en julio de 2006, en el Design Museum de Londres, presenta un vehículo urbano, de tres ruedas, de 3,8 metros de largo, movido por hidrógeno y realizado por la empresa de producción creativa Rove. El cuerpo del Z-car I, que este es su nombre, es de fibra de carbono. Su diseño se distingue por el perfil curvilíneo de su innovador habitáculo (para dos pasajeros) que, articulándose por delante del propulsor, puede situarse en dos posiciones según la velocidad. A baja, el cuerpo del automóvil está en posición elevada para optimizar la visión del

conductor al tiempo que acorta la distancia entre ejes, de tal forma que se mejora la maniobrabilidad en el tráfico urbano y se precisa menos espacio para aparcar. En cambio, a velocidades más altas, la plataforma desciende sobre la parte posterior, rebajando el centro de gravedad y con ello mejorando la estabilidad, al tiempo que se optimiza la aerodinámica. En 2008 Zaha desarrolla el Z-car II, un automóvil para cuatro ocupantes, movido por electricidad almacenada en una batería de ion litio. El diseño es compacto (3,68 metros de largo y 1,40 de alto) y muestra un cuidadoso estudio de la distribución del peso y espacio, de ahí que, entre otros aspectos, la propulsión se confía a cuatro motores eléctricos situados en cada rueda. Ingresada en un centro clínico de Miami por un problema respiratorio, el 31 de marzo de 2016 el corazón de Zaha Hadid, deja de latir. Tras de sí dejó un legado irrepetible, diferente. Rompió los límites de la arquitectura, y, los que profesionalmente, quisieron ponerle delante muchos de sus colegas, como mujer y como musulmana. Su creatividad sin barreras físicas ni formales dejó un sello único no solo en edificios sino también en campos del diseño tan diferentes como lámparas, ropa, zapatos, joyas y, por supuesto, el automóvil.


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Johnny Hallyday, durante su actuación en el Festival de Baalbeck, en 2003. :: NABIL MOUNZER-EPA

Johnny Hallyday Los rockeros irán al paraíso C

harly, t’iras pas au paradis’ (Charly, tu no irás al Paraíso), cantó Gilbert Bécaud, pero parece que se equivocaba en lo que se refiere a los rockeros franceses. Un Johnny Hallyday en blanco y negro, apareció por primera vez en los ‘Amigos del Lunes’ de Franz Johan y Gustavo Re, debió de ser a finales de 1963 cuando lo vi en la única tele-

visión que había en España. Su actuación en blanco y negro impactó en muchas retinas: Johnny se contoneó cantando rock and roll y alcanzó un rápido frenesí que le llevó a postrarse de rodillas, desabrocharse la camisa y parecía que podía haber llegado más lejos, pero se acabó su espectáculo… Para las conservadoras formas de aquella TVE fue «un escándalo de una música

salvaje ejecutada por un gamberro», lo que provocó la indignación de algunos medios, etc. De origen belga, Johnny Hallyday (Jeen- Philippe Léo Smet) parecía un sucedáneo francés de Elvis Presley pero, aunque su éxito fue estrictamente francófono, su megalomanía y pasión por el exceso superaron holgadamente a su referente. Antes de que The Beatles transformaran el mun-

DAVID DOBARCO

do de la música popular, a principio de los 60 en España se escuchaba música (chanson) francesa, que fue perdiendo peso a lo largo de la década. Johnny Hallyday era conocido, se recuerdan algunas canciones suyas, como ‘Cheveux longs et idées courtes’ (sus diatribas con el ‘melenudo’ Antoine), ‘Noir c´est noir’ (versión de ‘Black is black’) o ‘Que Je t’aime’, pero no alcanzó el

éxito en España, algo que lograron su primera esposa, Silvie Vartan, y otros colegas como Françoise Hardy, Adamo, Cristophe, Michel Polnareff, Richard Anthony. La música nos aporta la más directa emoción del arte, quizá, y una enorme variedad, por ello frente al ‘rodillo’ de los medios de comunicación masivos, recuerdo cuando convivían la escucha de canciones inglesas, norteamericanas, francesas, italianas, brasileñas y, por supuesto, españolas. Era un mundo más pequeño pero más abierto culturalmente, menos abrumado por la mercadotecnia y lo virtual. A veces, se agradece una ‘desintoxicación mediática’, huir de psicópatas, superhéroes, ‘zombis’, vampiros, efectos especiales y ver una película de Truffaut, Rohmer o Howard Hawks, escuchar a Jimmy Fontana, Vinicius de Moraes o Jacques Dutronc, Serge Gainsbourg, Françoise Hardy… o Johnny Hallyday. Invito a paladear la sencillez artesanal de esas películas y canciones, incluso parece que entra aire fresco, sin necesidad de abrir la ventana. En Francia siempre ha existido un sentido de la publicidad, de modo que los propios creadores artísticos cultivan su imagen de marca. Así sucedió con el cine y la ‘nouvelle vague’ y, poco después, con la música y la revista ‘Salut les Copains’, surgida de un programa musical y aglutinante de los intereses de la nueva música pop/ rock francesa. Surgía así una alternativa juvenil propia de ídolos cuya producción, vida y milagros eran de dominio público, avanzadilla de las ‘celebrities’, frente a la tradición musical francesa que representaban Edith Piaf, Maurice Chevalier, Juliette Greco, Charles Trenet, o sus herederos Charles Aznavour, Gilbert Becaud, Georges Brassens, Serge Reggiani… Eran cantautores que tuvieron gran influencia en otros de Hispanoamérica y España, como Antonio Prieto, Alberto Cortez, Paco Ibáñez, Javier Krahe, etc. Los años 70 fue la época dorada de esta música, coincidiendo con el final del franquismo y La Transición, pero los tiempos traían nuevas formas, la ‘movida’ barrió casi todo y en el bachillerato el aprendizaje del inglés sustituyó al francés, que estudió mi generación. El mundo cambia, los jóvenes dejan de serlo y llegan otros, ‘Salut les copains’ dejó de existir en 2006 pero, tal vez porque los viejos rockeros nunca mueren, en 2015 Hallyday se asoció con sus coetáneos Eddy Mitchel y Jacques Dutronc, con caminos profesionales parejos. Su banda fue ‘Les vieilles canailles’, realizaron una gira y, aunque su cáncer era una realidad dramática, no impidió el éxito pues sus protagonistas gozaban de un es-

¿Quién iba a imaginar que aquel rockero desaforado iba a recibir un funeral de Estado en París?

tatus intergeneracional, que reunía a abuelos, hijos y nietos. Lo cierto es que, más allá de la publicidad aludida, Francia tiene un elevado respeto por su producción cultural y sus creadores, con independencia de posiciones ideológicas, bastante autónomas en el caso de ‘Los viejos canallas’. Ese carácter icónico intergeneracional, específicamente francófono a pesar de sus aproximaciones vitales de escaso éxito a los USA, donde lo calificaban como «la estrella de rock más grande que nunca has oído cantar», no podía ser ignorado políticamente. ¿Quién iba a imaginar que, años después, aquel ‘rockero’ desaforado iba a recibir un funeral de Estado en París? El pasado diciembre, miles de franceses abarrotaron los Campos Elíseos, con la presencia de los tres últimos presidentes de la República Francesa, y Johnny Hallyday recibió un espectacular homenaje popular que arrancó del Arco de Triunfo y culminó con una misa en la iglesia de La Madelaine: honores de héroe nacional, como los otorgados a Víctor Hugo. El presidente Macron afirmó: «Johnny atravesó el tiempo, las épocas, las generaciones y todo lo que divide a la sociedad y es por eso que estamos aquí, y también es por eso por lo que hablo ante ustedes», añadió. «Porque somos una nación que expresa su reconocimiento. Porque somos un pueblo unido en torno a uno de sus hijos pródigos y, como él amaba Francia, como amaba a su público, a Johnny le hubiera gustado verles hoy aquí». ¿Demasiado para un rockero? Algunas escasas opiniones han cuestionado tal despliegue, pero recordemos el escándalo que produjo el nombramiento de The Beatles como Caballeros del Imperio Británico, en octubre de 1965. Lo que se manifiesta es el reconocimiento a nuevas formas culturales que contribuyen a enriquecer y cohesionar a la sociedad y se hace con sus representantes más significados. En este caso, como en el Premio Nobel de Bob Dylan, se constata que el movimiento juvenil surgido en los USA, en los años 50 ha cogido peso y respetabilidad con su expansión global, el paso del tiempo y de generaciones. Tras esta despedida, parece claro que los rockeros irán al paraíso, al menos en Francia.


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LECTURAS

CRISOL LATINO SOBRE ARTE Y POSVERDAD El costarricense despliega su talento en revivir las circunstancias existenciales de una diseñadora

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n el esfuerzo de concebir ‘la gran novela iberoamericana’ entran en juego muchas influencias. Veneros creativos que derivan hacia la tentativa o hacia un éxito relativo. La ‘gran novela iberoamericana’ se enfrenta a su propia identidad; incluso a condicionantes que se autoimponen los autores cuando se saben y ‘se escriben’ dentro de ese compartimento de la ‘gran novela iberoamericana’; tan amplio como selecto. En la novelística hispana más reciente se hace patente un movimiento de atracción/repulsión frente a la idiosincrasia norteamericana: si bien en las contradicciones del sistema –o en los guetos latinos de Nueva York– late un material literario de primera magnitud que ya atisbó Rubén Darío en su poema ‘A Roosevelt’. «(...) Hay mil cachorros sueltos del León Español. /Se necesitaría, Roosevelt, ser Dios mismo,/el Riflero terrible y el fuerte Cazador, /para poder tenernos

la historia: un fotógrafo metafísico y errante, un periodista cabezón, y hasta la principal voz de la historia: el susodicho museólogo caribeño que se empeña -melancólico- en descifrar los antecedentes de la diseñadora. La disparidad de tonos que conforma la novela conduce al lector a un Nueva York de extrarradio, a la selva mexicana del subcomandante Marcos, al territorio de ciertos chamanes apocalípticos. A veces la narración entra en profundas digresiones sobre eso que se conoce estos días como ‘posverdad’, y las reflexiones del autor sobre los flujos de información de la sociedad hiperconectada darían para un prontuario. Sin embargo, esa cantidad de registros para hilar las desventuras de la extraña galerista nos regalan a un escritor que vuelve a arriesgarse; a trascender el propio oficio de contar una existencia con un coro de monólogos interiores.

JESÚS NIETO JURADO

en vuestras férreas garras. Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!». Evidentemente, de Tucson a Ushuaia, de Brooklyn a Temuco, convive una disparidad de voces que coincide, eso sí, en un ramillete de intereses comunes y una reivindicación de lo ‘latino’ en su pluralidad y en su fuerza. Se ha superado el realismo mágico, la novela de dictadores o el progresivo deterioro de los clásicos: pero sigue pesando y mucho el influjo de un Bolaño que envejece mejor o peor; dependiendo del discípulo apócrifo.

Condición humana

Carlos Fonseca. :: DAVID MYERS

MUSEO ANIMAL Carlos Fonseca Editorial Anagrama. Colección Narrativas hispánicas. 2017. 448 páginas. PVP 21.9 euros con IVA

En el caso de Carlos Fonseca (San José, Costa Rica, 1987), el influjo de Bolaño se traduce en un paulatino crecimiento de un mundo interior ya vislumbrado con su exitosa ‘Coronel Lágrimas’. Un mundo interior que viene con una forma, con una expresión exquisita que dificulta una lectura que tiende hacia la ensoñación y la reiteración de mundos muy personales y concretos.

Si en ‘Coronel Lágrimas’ todo lo fiaba Fonseca al magín de un viejo coleccionista de recuerdos en el Pirineo, en la novela que reseñamos, ‘Mundo animal’, el costarricense despliega su talento en revivir las circunstancias existenciales de una diseñadora, Giovanna, que es la que el lector construye y deconstruye. El sutil hilo de todo. El argumento es, pues, un engranaje caleidoscópico

abierto por la reconstrucción casual que el encargado de un modesto museo realiza sobre la existencia de esta diseñadora, fallecida, con la que pudo colaborar en una exposición ‘no nacida’. A partir de aquí, el autor va y viene en un ordenado collage que transita por la vida voluntaria o involuntaria de la madre de la protagonista, Viviana Luxembourg. Sobresalen los prismas en los que descansa

Carlos Fonseca imbrica en el relato no pocas acotaciones que teorizan sobre el arte, sobre la historia, sobre la condición humana. Podría ser una novela excesivamente intelectual, pero este aspecto queda mitigado con maestría por una prosa envolvente y trufada de apotegmas. Fonseca nos desfila a personajes hermanados en la búsqueda obsesiva de una protagonista que exprimió esas zonas de nadie en las que el Arte es rayano al delito. Quizá toda la novela, perfecta, sólo sea un asidero para conocer esa pulsión de Fonseca por poner en negro sobre blanco su propia ontología sobre el ser creador, sobre el mundo actual y las trampas de la verdad.


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LECTURAS

EL LADO SORPRENDENTE Y DIVERTIDO DEL CONGRESO Julio Camba renovó desde el humor la manera de hacer información parlamentaria a principios del XX CRISTÓBAL VILLALOBOS

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amba escribía unos artículos cortos e irónicos, con una ironía de clase media, como diría de él Francisco Umbral, que acabarían por convertirle en una de las estrellas indiscutibles del periodismo español de la pri-

mera mitad del siglo XX. Un sibarita que adoraba la cocina por encima de todas las cosas y que, de ácrata y pseudoanarquista, terminaría por convertirse en primera vedete del ‘ABC’ y viviendo en el Hotel Palace, tras dar tumbos y mandar sus crónicas desde medio mundo. En 1907, un poco conocido Camba llega a las Cortes como cronista parlamentario de ‘España Nueva’, un periódico de ideología republicana con un marcado carácter provocador que le venía al joven periodista como anillo al dedo, recién llegado de sus aventuras revolucionarias que le supusieron la huida a la Argentina tras el fallido atentado de Mateo Morral contra Alfonso XIII. El articulista gallego acu-

diría puntualmente a las sesiones del Congreso durante el llamado ‘gobierno largo’de Antonio Maura, que volvía al poder dispuesto a llevar a cabo una «revolución desde arriba». Durante dos meses, Camba escribiría el ‘Diario de un escéptico’, unas crónicas parlamentarias en las que muestra su descontento con la clase política española de la época a través del humor, manera original del gallego de expresar su pensamiento político rebelde. Dispuesto siempre a contemplar el lado sorprendente y divertido de las cosas, como lo describiría Manuel Vicent, con el inmediato antecedente de Azorín, y con Fernández Flórez como continuador, Camba renueva la manera de hacer información

parlamentaria, convirtiéndose en un observador minucioso, aparentemente distante de los rifirrafes políticos, pero con una preocupación indudable por la realidad española del momento.

Precioso volumen En este precioso volumen publicado por la editorial Renacimiento, responsable de otras reediciones del articulista gallego, se recoge la serie de crónicas ya mencionadas así como otros textos de signo político publicados durante esta misma legislatura maurista, quizás una de las más transcendentes a la hora de analizar el fracaso del sistema de la Restauración que acabaría finalmente en la República y en la Guerra Civil.

EL TALISMÁN DE LA COSTURERA

FANTASÍAS

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ichard Calder es un autor poco publicado en España: dos novelas, hace años, en Gigamesh (‘Chicas muertas’ y ‘Malignos’); y recientemente, el año pasado, la joven editorial Dilatando Mentes, publicó ‘Babilonia’. ‘Chicas muertas’ es, para quien escribe esto, una novelita fascinante. Al punto de que la he leído tres veces y las tres la he disfrutado.

‘Malignos’ me defraudó y resultó aburrida. ‘Babilonia’ vuele a ser una lectura interesante. Aunque solo cuando uno se decide a obviar el suplicio de la maquetación anacrónica, que, a pesar de sus alardes, no deja de ser bastante burda; la letra exasperante, una conjunción de tipo y tamaño que dañan la vista. Al menos, las ilustraciones de Miguel Ángel Martín, muy buenas, que salpican el libro

CIRO GARCÍA

aquí y allí, permiten un descanso a los ojos fatigados y enrabietados. No ayudan, tampoco, algunos evidentes fallos en la traducción, que indican o bien pereza, o un conocimiento insuficiente de ambos idiomas. Fallos que se hacen evidentes incluso para el que escribe, que si bien puede leer el inglés con cierta dificultosa soltura, no tiene un nivel aceptable. De vez en cuando, en el texto apa-

LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

RUMBO A LA TIERRA-DONDENUNCA-NADIE-SE-ABURRE :: SUSANA GÓMEZ No es la primera niña (imaginamos que tampoco la última) que acaba dentro de una ballena. Tampoco la primera navegante que se embarca rumbo a países desconocidos, echándose a la mar contra viento y tempestades en busca de tesoros lejanos. El Dorado siempre tuvo sílabas de sueños, y esta vez la aventura se deletrea des-

pacio, con la infancia pegándose a los talones y las velas de papel inflándose sobre un océano de colores planos. Será así, en este mundo a caballo entre lo cotidiano y la imaginación, donde las sombras de los personajes se recortarán sobre escenarios de fantasía, mares encrespados, temporales, barcos, remolinos… barriga de ballena. Así, también, como la propuesta del

rece, como un puñetazo directo a los centros lingüísticos del cerebro, alguna aberración sintáctica. Una vez que uno decide pasar por alto todo esto, decía, puede llegar a imaginar que debajo de todo ello se esconde lo que en el original es, seguramente, una buena novela. Como bien apunta en el prologo K. J. Bishop –autora de la absolutamente fascínate y magnífica ‘La ciudad del

Julio Camba.

grabado’, cuya obra posterior ha sido misteriosamente ignorada por los editores de este país–, Calder es tanto un gran creador de imágenes como un subversor de imaginarios. En cierta manera se le puede considerar heredero de Ángela Carter. Como ella, parte de las fantasías del romanticismo y del gótico victoriano. También da cuenta de la pulsión más sádica que sadiana que estas corrientes esconden. Nos pone de manifiesto que, a pesar de que muchas de estas fantasías, algunas de ellas memorables, otras menos, fueron tramadas por mujeres, el imaginario es netamente masculino. Aunque peligrosamente acatado, in-

cluso gozosamente abrazado, por mujeres. Y por la sociedad en general. Por gentes, lamentablemente una mayoría, como apunta en uno de los párrafos finales y más interesantes de la novela, cuya carencia de imaginación la llevan a sumergirse en los imaginarios, elocuentes en su simpleza, que otros, a veces con no mucha más imaginación, proponen. Aunque la novela habla sobre la relación entre hombres y mujeres, un modo de imaginar o pensar esta relación, basta con mirar alrededor para darse cuenta de que esto es así en todo. Pero en lo que se centra esta ‘Babilonia’, así como ya hacía ‘Chicas muertas’, es


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CRÓNICAS PARLAMENTARIAS (1907-1909) Julio Camba. Edición de José Miguel González Soriano y prólogo de David Gistau. Editorial: Renacimiento, sello Espuela de Plata. Págs. 256. 17,90 euros

Con edición de González Soriano y prólogo de David Gistau, sin duda uno de los columnistas presentes con más talento, el lector de nuestros días podrá sorprenderse al comprobar cómo, un siglo después, los políticos y las contrariedades de aquellos años no se diferencian tanto de nuestra actualidad más rabiosa, siendo aún la guasa gallega, y su capacidad de observación, capaz de enseñarnos y deleitarnos tanto como a los lectores de entonces.

en la cosificación de la mujer. En ambas novelas, aunque en cierto modo son antitéticas, se habla de la conversión de la mujer en objeto, en algo manejable, en muñeca. En las novelas de Calder, esto es literal. Pero mientras que en ‘Chicas muertas’, el asunto sale mal y las muñecas, dotadas de un poder inesperado, se rebelan, en ‘Babilonia’, las cosas toman un derrotero más extraño. En resumen, Babilonia, es una excelente fantasía, que nos hace reflexionar sobre el poder de las creencias que, gracias a la obstinación de unos y la pasividad de otros, dan forma al mundo.

CONCHA DE MARCO: UNA AMARGA SOLEDAD Su obra, de voz recia y decidida, es testimonio fidedigno de una época y un alma C CÉSAR A AUGUSTO A AYUSO

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oncha de Marco (Soria, 1916-Madrid, 1989) fue poeta tardía. Poeta tardía pero intensa, pues publicó entre mediados de los años sesenta y los setenta siete libros, y dejó inéditos algunos otros, ya que la desaparición de quien fue su compañero de vida y trabajo, el también soriano y prestigioso crítico de arte José Antonio Gaya Nuño (1913-1976), la encerró en su soledad. Una soledad amarga y sin ilusiones que es la que trasparece a lo largo de todos sus versos, en gran parte debido a las duras condiciones de vida que tuvo que soportar. Perdedora de una guerra, enferma, incapacitada para opositar a cátedras, hubo de refugiarse en la traducción, el trabajo de su marido, como ayudante de él, y, llegada la cincuentena, la poesía, a la que se entregó con pasión como exorcismo y bálsamo. Buena lectora de poesía (de la extranjera y de los clásicos españoles), su obra nace de una necesidad perentoria, de una urgencia interior, sin re-

BARRIGA DE BALLENA António Jorge Gonçalves. Editorial Juventud. 48 págs. 14 euros. Edad recomendada: de 5 a 7 años.

premio Nacional de Ilustraçao portugués incide en ese mundo onírico, recortándose sobre lo cotidiano de una mañana de vacaciones verano: el día en que los padres de Sari se quedaron durmiendo un ratito más, mientras ella se iba a la

Concha de Marco. :: EL NORTE parar en absoluto en las modas del tiempo o en lo que era habitual en la posguerra en España. Al leerla, se aprecia su independencia, su voz decidida y recia, que brota con gran fuerza y fe. No van con ella los formalismos, es ajena a cadencias y pulimentos. El poema brota como un borbollón y se va abriendo camino con ímpetu indomeñado, más atento a la expresión que le impele que a los cuidados constructivos. Si no del poema, se aprecia, sin embargo, una estructuración cuidadosa de los libros, pues aunque haya variaciones formales, busca la unidad de contenido y una arquitectura pensada, como sucede en ‘Diario de la mañana’ (1967), en que los poemas semejan las sec-

playa. Mar adentro, un hombre muy aburrido cuenta desde el interior de un cetáceo los peces del fondo marino; en la playa, un niño llamado Azul vacía el océano para traer de vuelta a su amiga, quien llorará por el mar seco hasta formar otro océano donde volver a partir hacia la Tierra-donde-nunca-nadie-se-aburre. Habitantes sin conflictos de las dos orillas, los protagonistas transitan en esa frontera que solo los niños (y aquellos empeñados en seguir siéndolo) son capaces de franquear con la más absoluta facilidad. Al regreso, Sari ingresará de nuevo en el mundo de los sueños, esta vez acurrucada entre las sábanas. Quizá, allí, nadará una ballena en medio del mar…

ciones de un periódico, ‘Congreso en Maldoror’ (1970), que remeda las ponencias y contestaciones de un congreso científico, o ‘Tarot’ (1972), en el que echa mano de las distintas figuras del juego para

Y ES NOCHE SIEMPRE (ANTOLOGÍA POÉTICA) Concha de Marco. Edición de Hilario Jiménez Gómez. Sevilla, Renacimiento, 2017.

elaborar su discurso. Es una poesía que entreteje y conjunta dos dimensiones muy claras: la existencial y la social, pero a su modo. El propio corazón, lo que la experiencia acumula de la vida, por una parte; y, por otra, la conciencia, como brújula que la sitúa ante el mundo y que le permite juzgarlo. Esa crítica, ese juicio moral es también otra forma de preservar el propio ser, de decirse y afirmarse en la gran incertidumbre e incluso angustia del tiempo, con sus difidencias y avatares. El yo, la intimidad circunstanciada, busca amplios símbolos, muy de lo cotidiano, para expresar tanto el devenir de la vida natural como la angustia que produce la ciudad, según puede

comprobarse en el largo poema ‘Estación de metro sin parada’, incluido en ‘Acta de identificación’ (1969). El tiempo la conturba, su fugacidad, su inaprehensibilidad: «Y lloro cada brasa del fuego que se pierde». Atenta al desgaste del cuerpo, llega a verse como «una calle al atardecer», hora esta del declinar de la luz que elige como símbolo existencial. A partir de ‘Congreso en Maldoror’ (1970) el desgarramiento se hace patente, pues mete el escalpelo en la memoria y confiesa, sin pararse en gabelas formales, cuanto dolor supura «la incurable soledad del alma», hasta el punto de escribir: «Todos los días me levanto con el problema de vivir». Se ve desvalida y extraña, sin patria o espacio de arraigo. Quizás el más amargo y duro libro sea ‘Una noche de invierno’ (1974), en el que pone a descubierto el peso oneroso de una vida fracasada, y por ello elige la noche como símbolo negativo totalizador: «oh eternidad / acuérdate de mí cuando nunca amanezca». Hay otros motivos recurrentes en su poesía. Uno es la tierra soriana, a la que ve en muchos poemas en su postración, pero también con la ternura de solidarizarse con esa pobreza o elementalidad. Otro motivo es el amor, más acuciante ante la pérdida irreparable en ‘Cantos del compañero muerto’ (1977). Un tercero será la propia poesía, medio para «transformar en palabras lo que soy», o lo que es lo mismo, ancla a la que confiar su naufragio vital. «Escribir es pasión, desvelo, urgencia, / y publicar un libro es agonía», dirá. Cumplidos cien años de su nacimiento, esta recuperación de la autora es más que oportuna, como testimonio fidedigno de una época y un alma.

LA POESÍA DE LOS MESES :: S. G. Cuenta Anna Castagnoli que cuando era pequeña tuteaba a los árboles, hablaba a las mariposas y escuchaba el discurso del viento entre los pinos. Se pregunta, también, a qué edad perdió ese paraíso. Es a él, tiempo perdido al que tratamos de regresar una y otra vez como quien busca su razón de ser, a quien dedica este recorrido sutil, lleno de vida, a través de las estaciones y sus cambios. Impregnado de aromas, tacto y sensaciones a flor de

piel, el año se deshilvana y vuelve a hilvanarse, en imágenes de una poética natural y deliciosa en las que un ecosistema, mutable y a la vez previsible, nos recuerda que formamos parte de lo que nos rodea. Atravesadas por el tempo lento, reconfortante, del ciclo anual, una docena de postales perforadas para poder ser arrancadas y enviadas celebra la vida serena y delicadamente. En el reverso, la ‘poesía de los meses’ de Quarenghi da pinceladas impresionistas (no podía

POSTALES PARA UN AÑO Giusi Quarenghi y Anna Castagnoli. Editorial A buen paso. 32 págs. 12 euros. Edad recomendada: a partir de 6 años.

ser de otro modo en este paisaje con reminiscencias de luz y vaciamiento). Y al fondo un tempo lento, mínimo, con ecos de haiku, perlas, cerezos y otros silencios: ese de las «hojas de papel. La lluvia la escribe. Las lee el viento».


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sta semana les hablaré de algunas cuestiones formales del imperativo. Como saben, el modo imperativo solo tiene dos formas propias (de segunda persona de singular y de segunda persona de plural) y se usa para expresar órdenes, mandatos, peticiones, ruegos o súplicas. ¿Quiere esto decir que por el hecho de tener solo dos formas propias las órdenes, mandatos, peticiones, etcétera solo pueden estar dirigidas a un ‘tú’ o a un ‘vosotros’ y además en forma afirmativa? No, por supuesto: también pueden dirigirse los mandatos y las peticiones a alguien a quien tratemos de usted y pueden aparecer en tercera persona, tanto de singular como de plural. Lo que ocurre en estos casos es que las formas verbales utilizadas no pertenecen al modo llamado imperativo, sino que son formas del presente de subjuntivo. Por ejemplo, en ‘Pásame la sal’ (tú) y ‘Pasadme la sal’ (vosotros), las formas verbales pertenecen al imperativo (pasa, pasad). En ‘Páseme la sal’ (usted), ‘Pásenme la sal’ (ustedes), ‘Que me pase la sal’ (él o ella) y ‘Que me pasen la sal’ (ellos o ellas), las formas verbales pertenecen al presente de subjuntivo, al igual que en ‘Que me pases la sal’ y ‘Que me pasen la sal’ (para repetir una orden o una petición). En forma negativa, todas las formas son del subjuntivo: ‘No me pases la sal’ (tú), ‘No me pase la sal’ (usted), ‘Que no me pase la sal’ (él o ella), ‘No me paséis la sal’ (vosotros), ‘No me pasen la sal’ (ustedes), ‘Que no me pasen la sal’ (ellos o ellas). Morfológicamente la forma de segunda persona de plural del imperativo termina en ‘-d’ (cantad, salid, venid, contad, volved, id, soñad, comed, etcétera). Esta ‘-d’ final se transforma con mucha frecuencia en ‘-r’ en la pronunciación descuidada y se oyen enunciados del tipo ‘Niños, salir con cuidado’, ‘Ve-

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

HABLANDO DE IMPERATIVOS (Y DE ‘IROS’) nir pronto’, ‘Poner la mesa’ y ‘Cuando lleguéis, contarlo todo’. Estos enunciados se consideran incorrectos. Las formas de imperativo pueden ir acompañadas de pronombres personales átonos. En forma afirmativa los pronombres aparecen obligatoriamente en posición enclítica, es decir, adosados a la forma verbal (cuéntame un cuento; veníos conmigo; salte de aquí inmediatamente). En forma negativa, por el contrario, es preceptiva la anteposición (no me cuentes milongas; no os vengáis conmigo; no te salgas de aquí). Por lo tanto, son inaceptables desde el punto de vista normativo enunciados como ‘me lo cuente’, en vez de ‘cuéntemelo’; ‘me lo explique’, en vez de ‘explíquemelo’; o ‘me dé un kilo de naranjas’, en vez de ‘deme un kilo de naranjas’.

Con respecto a la acentuación gráfica, en el primer caso se produce un tipo especial de compuesto univerbal que sigue las reglas generales de acentuación. Por ejemplo, la forma verbal ‘cuenta’ (tú) es palabra llana; al añadirle el pronombre personal átono ‘me’, se transforma en esdrújula (cuéntame) y, como saben, todas las esdrújulas llevan tilde; si se le añade ‘lo’, tendremos ‘cuéntamelo’, palabra sobreesdrújula. Si a la forma ‘contad’ (vosotros), que es palabra aguda, se le añade un pronombre átono, tendremos ‘contadlo’ (palabra llana); y si se añadimos otro, tendremos ‘contádmelo’ (palabra esdrújula). Cuando la forma pronominal que se añade a la segunda persona de plural es ‘os’, se pierde la ‘-d’ final. No se dice ‘salidos’ (salid + os) ni ‘saliros’ sino ‘salíos’. No se dice ‘Come-

dos este trozo de tarta’ (que nadie dice), ni ‘Comeros este trozo de tarta’ (que dice mucha gente) sino ‘Comeos este trozo de tarta’. Tampoco se dice ‘Pasaros por casa’ sino ‘Pasaos por casa’, ni ‘Veniros con nosotros’ sino ‘Veníos con nosotros’. Pero como no hay regla sin excepción, el verbo ‘ir’ se comporta de manera excepcional. Lo esperable, según lo que acabo de exponer, sería ‘Íos de aquí’. Pero no, ‘íos’ no es la forma correcta. Ni tampoco ‘iros’ (Iros de aquí) hasta hace cuatro días, como quien dice. La forma correcta de este verbo es (era) ‘idos’ (Idos de aquí), que mantiene la ‘d’. Así que no me extraña que como hablantes nativos muchos no nos reconozcamos en este uso correcto y para no llamar demasiado la atención prefiramos usar el verbo ‘marchar’ para decir lo mismo (Marchaos de aquí). El 16 de julio de 2017 el escritor Arturo Pérez-Reverte adelantó en primicia en Twitter que la RAE aceptaría la forma ‘iros’ como imperativo del verbo ‘ir’ a partir del otoño. A partir de este momento, abierta la caja de los truenos, la polémica entre puristas y todovalistas (como los denominó Álex Grijelmo) estaba servida: «A un lado del cuadrilátero, los todovalistas defendían que la lengua evoluciona y no se pueden poner puertas al campo. Y al otro, los puristas censuraban que la Academia hubiera decidido blanquear un error de toda la vida cuando lo culto y extendido era ‘idos’». En una nota sobre la aceptación de ‘iros’ como forma de imperativo de segunda persona del plural, la RAE sostiene que la forma más recomendable en la lengua culta «sigue siendo hoy ‘idos’» y que «dada la extensión de la variante ‘iros’ incluso entre hablantes cultos, se puede considerar válido su uso». Pero solo para este verbo. Y yo me reservo mi opinión.

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La vida perra de J. Narboni. Á. Vázquez (Seix Barral)

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Fantasmagoría. R. Mayrata (La Felguera)

Gastronomía de Palencia. Franco Jubete (Dip. Palencia)

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Sangre, sudor y paz. Lorenzo Silva (Península)

Valladolid de cine y teatro. M. Á. Soria (Ayto)

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Qué está pasando en Cataluña. E.Mendoza (Seix Barral)

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Clásicos para la vida. Nuccio Ordine (Acantilado)

BTT por la provincia de Palencia. J. Amor (El senderista)

La España vacía. S. del Molino (Turner)

Homo Deus Yuval N. Haran (Debate)

Páginas escogidas. R. Sánchez Ferlosio (Random)

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El bosque pedagógico. José Antonio Marina (Ariel)

Imperiofobia y leyenda negra. Elvira Roca (Siruela)


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Sábado 27.01.18 EL NORTE DE CASTILLA

PANTEÓN DE PLATA

‘KIDS RETURN’ (TAKESHI KITANO, 1996)

Escuelas de vida EDUARDO ROLDÁN

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lega un momento en la carrera de ciertos cineastas –con el factor común de que escriben los guiones que dirigen– en que sus impulsos creativos se fellinizan y acometen su versión de, bien ‘Amarcord’, bien de ‘8 y ½’, bien –así Woody Allen, con ‘Días de radio’ y ‘Stardust Memories’– de ambos. A algunos les gana el impulso un poco antes –Charlie Kaufman, acaso temiendo que no iba a tener otra oportunidad de colocarse tras la cámara, debutó con la más deslumbrante e idiosincrática versión de ‘8 y ½’ filmada hasta hoy, ‘Synecdoche, New York’–, a otros un poco después –el crepuscular Kurosawa de ‘Sueños’, que bebe de ambas fuentes–; lo más común es que ocurra cuando la silueta de la muerte se recorta contra el futuro inmediato del realizador; es el caso de Nanni Moretti y ‘Caro Diario’ –que es ‘Amarcord’ en presente– o el de la cinta de Takeshi Kitano que nos ocupa. Al cineasta japonés no se le recortó en forma de cáncer sino de accidente –«intento inconsciente de suicidio»– de moto, que aparte de dejarle gravísimas secuelas físicas lo sacudió de la espiral autodestructiva en que se encontraba y lo llevó, por un lado, a internarse en el territorio de la pintura, y, por otro, a hacer la más naturalista, y al tiempo insólita –incluida ese otro suicidio (artístico) que es ‘Getting Any?’– película de su filmografía. ‘Kids return’ se articula como un largo ‘flashback’ que rememora ese periodo de incertidumbre a mediados-finales de la adolescencia en que brota un ‘angst’ vital que hace que el adolescente se plantee romper con la realidad que siente impuesta y salirse –¿con qué destino?: lo desconoce– del sendero programado para él. Solo los más osados o inconscientes se atreven al final, y con frecuencia terminan regresando al sendero prefijado, pero aunque reculen o insistan sin llegar a ese lugar que intuían, al menos habrán arrancado a la vida experiencias que de otro modo no hubieran, y podrán decir que el fracaso que han ganado se lo han ganado ellos solos. Kitano arma este clásico relato de maduración no como una sucesión de estampas más

Dos escenas de ‘Kids return’, de Takeshi Kitano.

o menos hiladas sino como una narrativa con arco dramático –si bien tiene la delicadeza de no puntuar las distintas fases con hitos abruptos, según exigen los cánones occidentales de escritura de guion–, y sin identificarse con ninguno de los personajes: él –sus recuerdos– no es ninguno de los dos protagonistas, ni Masaru (Ken Kaneko) ni Shinji (Masanobu Andô); tampoco el correveidile del yakuza, ni el joven tímido y enamorado del café ni ninguna de las mitades del par de jóvenes cómicos, ni aun otro(s): es todos ellos, una suerte de yo colectivo cuyas partes resultan, sin embargo, perfectamente autónomas. A través de este recurso, Kitano ofrece al espectador un relato de doble faz, a la vez fiel –con el margen que hay que concederle a todo recuerdo: por mucha fidelidad que se le quiera rendir, la memoria nunca es un calco del pasado– y deformado: cuando en una escena coinciden más de un ‘Kitano’, lo que vemos no pudo acontecer de la manera en que se muestra; Kitano pudo actuar o ser testigo de lo que vemos, pero solo de una forma, solo desde el punto de vista de uno de los personajes. Y al mismo tiempo, lo que se nos muestra sí le ocurrió, sí fue testigo o actor. Por esta vía sintética con-

sigue levantar un universo suficiente, completo, más coherente desde el plano narrativo y más verdadero con el corazón del recuerdo, que es en definitiva lo que le interesa (como era lo que, por una vía más barroca y onírica, interesaba a Fellini). Rojos y sobre todo azules, atravesados aquí y allá por grises pastel, dominan la paleta cromática del filme, en especial en las localizaciones exteriores, y contribuyen, junto con el diálogo cotidiano –se trata de una de las películas más dialogadas de Kitano, sin serlo especialmente–, al naturalismo mencionado, y le otorga además una pátina de melancolía que sugiere la lentitud con que los cambios acontecen, que el hombre, aun con

empeño, solo puede acelerar hasta cierto punto. Esta conciencia, esta suerte de fatalismo japonés, se aprecia en el film tanto en los comentarios de los profesores en la mesa del claustro como en los nocturnos de los yakuza en la del drugstore. Y se aprecia también en la asunción de la jerar-

‘Kids return’ es un filme que advoca por la esperanza y la posibilidad de cambio

quía como principio rector de las relaciones grupales. Los dos protagonistas forjan su carácter en tres escuelas de vida fundamentales: la del instituto, inamovible y repetitiva como una pelota contra un muro; la del gimnasio de boxeo donde comienzan juntos a entrenar, que recompensa el sacrificio incluso aunque en ocasiones te niegue la victoria; y la escuela de los yakuza, cuya recompensa es mucho más vertiginosa y jugosa, y peligrosa por ello. Pero en cualquier ámbito la jerarquía rige el funcionamiento, y a uno solo le queda acatarla o escapar. De los dos amigos es Masaru el que tira de la pareja; Shinji se deja llevar –primero fuera de la escuela, luego dentro del gimnasio–, y cuando el ring los se-

para y Masaru se interna en el submundo de los yakuza, presenciamos el desarrollo paralelo de ambos senderos y una enseñanza central del filme: los códigos y las reglas, que el maestro, sea el entrenador, sea el kumicho del clan, conocen y que han tenido que observar en el pasado (esa observación rigorosa es, de hecho, la que los ha colocado donde están), resultan cruelmente justas, de una certeza gravitatoria: si no se respetan, te harán caer. Y ambos caen por sus debilidades personales –Shinji por no saber decir no, Masaru por decir sí sin reflexión–, y entonces es la expulsión, la casilla de salida y volver a empezar en otro ámbito (un trabajo que es el espejo gregario del instituto) mientras la vida, esa bañera que cada día se desagua, no deja de pasar. Con todo este fatalismo, que la extraordinaria banda sonora del versatilísimo Joe Hisaishi enriquece sin aplastar, ‘Kids return’ es un filme que advoca por la esperanza y la posibilidad de cambio. Es en la última frase y el último plano, que remite en bicicleta a la carrera de Jean-Pierre Léaud/Antoine Doinel en ‘Los 400 golpes’, donde se reafirma que ambos, pese a los golpes recibidos, van a seguir buscando, van a seguir intentándolo, que no todo está escrito de antemano. Lo cual, dicho por el quizá más fatalista de los cineastas, multiplica su poder conmovedor.


16 LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 27.01.18 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Carlos Aganzo Coordinador: Chema Cillero

La palabra nacida del barro

OVEJAS NEGRAS RAFAEL VEGA

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Una de las célebres lenguas de tierra y barro de Eva Lootz. :: EL NORTE

I la novela de Ian McEwan, ‘Cáscara de nuez’ supuso un fabuloso ejercicio de alarde literario, cuando ya parece que no hay posibilidad de rizar el rizo en materia narrativa, fue porque está íntegramente narrada en primera persona por un feto. No entraré en detalles para no estropearle a nadie la sana y recomendable intención, si aún no lo ha hecho, de echarle un ojo, pero el autor mantiene una proverbial e hilarante habilidad durante todo el relato para justificar la capacidad mostrada por tan insólito narrador a la hora de facilitar y concatenar información de todo cuanto ocurre ‘exterius’, a pesar de su enclaustramiento y gracias a su prodigioso talento deductivo a partir de una suerte inacabable de atisbos sensitivos: su madre ha bebido, su madre se relaja, o toma el sol, o tiene hambre, o resaca, o está atacada de los nervios, etcétera. Todo atado, todo verosímil, salvo una trampa imprescindible (que perdonamos encantados porque el resultado lo merece) y sin la que McEwan jamás hubiese podido culminar su malabarismo: el nasciturus no sólo es capaz de identificar sonidos, músicas o voces, sino que distingue conversaciones, las entiende y colige sobre ellas. Es decir: sabe hablar. ¿Cómo si no, habría podido el autor escribir una novela narrada por un feto? nos preguntamos. Y la respuesta, en efecto, es que no habría podido en modo alguno. Y el mundo literario se habría quedado sin su maravillosa urdimbre imaginaria, como (de no haberse saltado más de una regla a lo largo de la historia) se habría quedado sin el via-

je a los círculos infernales para reconocer al famoseo pecaminoso habido hasta el quattrocento, sin una luna emperifollada que bajara a la fragua con un polisón de nardos, sin una diosa disfrazada de vieja que ayudara al pobre Ulises, sin una criatura sobrecogedora hecha de cadáveres, sin un oso y una pantera que aconsejaran a un niño criado entre lobos, sin un avaro que viajara por el tiempo acompañado por el fantasma de su socio o sin que un genio musical conversara largo y tendido con el mismísimo diablo. Por otra parte, los fetos, todos ellos habidos y por haber, viven sin momento histórico que puedan deducir; sin clase social, sin idioma asignado con el que formular sus pensamientos, sin complejo ni gloria hasta el instante mismo en que salen a la luz. Todos son igualmente intemporales, carentes de relato. A todos ellos les espera fuera la suerte o la desgracia que jamás pudieron imaginar, ni prever, ni (por supuesto) evitar; en este planeta, y no en otro donde acaso las criaturas vivas sientan de manera diferente; en esta especie, y no en otra, que acaso pueda ver ondas diferentes del espectro lumínico, o vuele, o respire bajo el agua. Para Eva Lootz, la artista vienesa de nacimiento y española de corazón, somos una especie condenada a la adaptación. Nuestro ingenio, nuestra tecnología, está condicionada a ella: no podemos ser más que lo que la tierra nos permita ser, no lo que quisiéramos sin su contexto. Y su obra se consagra a la curiosidad metódica de un ser recién llegado a un planeta siempre ignoto. Indaga en la relación que existe entre los elementos y el hombre, entre ellos y la dictadura de la Física. A Eva Lootz le fascina la fluidez de los materiales y su continua relación con el paso del tiempo. Pero no olvida que el empeño inmarcesible del hombre pasa por el habla, esa que se nos pega a la lengua de barro y que a fin de cuentas somos; una capaz de engendrar lo imposible, de escapar así del cautiverio material al que estamos sometidos, como esa ‘Lengua de los pájaros’ de su creación que cautivó al público en el Palacio de Cristal. Tierra sonora que chasquea un cosmos increíble y que nadie ha podido traer consigo en su cáscara de nuez.

Para Eva Lootz somos una especie tardía, que ha de adaptarse a lo que hay sobre la Tierra


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