SOMBRA CIPRES
NÚMERO 291 Sábado, 10.02.18
LA
DEL
SUPLEMENTO ESPECIAL
Arte sin amor La Sombra del Ciprés ha desarrollado una ucronía: la de cómo serían las distintas disciplinas artísticas si no hubiese existido nunca la pasión amorosa
Los amantes.
Tratamiento de decoloración sobre el cuadro de Magritte, de 1928.
2 LA SOMBRA DEL CIPRÉS
El amor mueve el mundo, dicen muchos. Otros consideran, en cambio, que el concepto de amor romántico ha hecho mucho daño a las relaciones de pareja. Por eso, días antes de la celebración de San Valentín, nos planteamos una hipótesis: supongamos que el amor romántico no hubiese existido, que los seres humanos no hubiesen conocido la
Sábado 10.02.18 EL NORTE DE CASTILLA
pasión arrasadora de la que hablan Lope, Neruda, García Márquez o Duras. ¿Qué habría sido entonces de la poesía, la novela, el cine, la pintura, la música y otras disciplinas? La Sombra del Ciprés ha pedido a sus colaboradores que especulen sobre un arte sin amor. El resultado es una enorme suma de ausencias y mutilaciones.
Dos hombres y un destino. Los tres
protagonistas del filme de George Roy Hill (1969), un trío en el más estricto sentido del término.
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Polvo serán, pero sin más OBRAS QUE DESAPARECERÍAN
Sin amor, la poesía no sería solo distinta, sería otra cosa
1. ‘Poema V’, de Catulo. 2. ‘Amor y noble corazón son la misma cosa’, de Dante. 3. ‘Desmayarse, atreverse, estar furioso’, de Lope de Vega.
L
a tradición indica que donde hay amor hay un poeta. Suele estar mirando a la luna, comprobando que titilan, azules, los astros, a lo lejos. Y está, por supuesto, enamorado. ¿Desde cuándo lo está? Bueno, hay malas noticias para los teóricos de la invención capitalista del amor. Se conserva una tablilla sumeria con un poema del año 2025 a.C. En él una joven se declara a su marido, el rey: «Esposo mío, próximo a mi corazón,/ grande es tu belleza, dulce como la miel./ Me has cautivado…» Cuatro mil años después, el otoño pasado concretamente, el poeta Marwan –español, superventas, doscientos mil seguidores en redes sociales– publicó un disco-libro titulado ‘Mis paisajes interiores’. Dentro de él, un tsunami sentimental: «Me declaro culpable de amarte de este modo,/ de buscar la conmoción y el desorden,/ de llenar las calles de Madrid de desconcierto». Este viaje de cuarenta siglos entre Sumer y Lavapiés es solo uno de los posibles, aunque las paradas intermedias serán siempre similares e impresionantes. El amor –el «misterio-de-misterios» en definición de uno de los poetas modernos más proclive al género: E.E. Cummings– es uno de los temas fundamentales de la historia de la poesía. Suprimirlo sería mutilar nuestra tradición, cercenar a lo grande la obra de Ovidio, Safo y Shakespeare, la de Catulo y Shelley, la de Emily Dickinson, Rilke, Juan Ramón Jiménez, Pablo Neruda o John Ashbery. Cierto que el de la poesía amorosa es un club poco restrictivo y el amor un sentimiento que se adentra en los más diversos recovecos exis-
4. ‘Amor constante más allá de la muerte’, de Quevedo.
POESÍA
PABLO MARTÍNEZ ZARRACINA
tenciales. Eso explica que se adscriba del mismo modo al género un poema religioso de Santa Teresa («Ya toda me entregué y di/ y de tal suerte he trocado,/ que es mi amado para mí,/ y yo soy para mi amado») que, por ejemplo, la sobrecogedora elegía en la que Czeslaw Milosz despide a su primera mujer: «La amé, sin saber quién era exactamente./ La hice daño al perseguir mi ilusión». Centrémonos por tanto en el amor romántico, ya saben, la idealización del ser amado, la afirmación de que el sentimiento verdadero todo lo puede, la asunción del dolor como un precio a pagar, etc. ¿Cómo extraemos esa idea de la historia de la poesía? ¿Qué consecuencias tendría hacerlo? Lo primero será viajar en el tiempo y cambiar la historia. Vayamos a Florencia, año 1275. Y hagamos que Dante se cruce con la hermosa Beatrice Portinari, pero ni siquiera repare en ella. Pongamos que el poe-
Sin la influencia italiana, el Siglo de Oro español pierde sus grandes poemas de amor
ta lleva prisa y choca con un fornido mozo que juguetea con una especie de pelota hecha con trapos, adelantando así la invención del violentísimo ‘calcio fiorentino’. En 1292 Dante publica la ‘Vida Nueva’, una colección de sonetos sobre la que desde aquel encontronazo casual será su gran pasión: el fútbol medieval. Sus versos pasan a la posteridad como la sofisticada explicación del sentimiento que produce que el delantero de tu equipo avance entre rivales: «Y cuando alzo los ojos para observarte/ en mi corazón se inicia un terremoto/ que suspende en mi alma los latidos». Vayamos ahora al Viernes Santo de 1327 en Aviñón. Petrarca se cruza con la hermosa Laura, pero no se entera. Camina pensando que también podrían subirse los montes por placer. En 1333 Petrarca asciende el Mont Ventoux. Durante los siglos posteriores, la humanidad considera ta dedica la mayoque el poeta oemas de su ‘Canría de los poemas cionero’ a su mochila favorita: «Benditaa sea la voz con que sustento/ y siembro el nomn cualquier partee bre suyo en (...)/ y sea bendito todo cuany y to arte/ en fama suya doy, ento/ que ess d ella laa el pensamiento/ dee el ya pa p rte» rt e». e» sin que en él otra hay haya parte». ado el neoplatonisneop o la op lato to on niissDesterrado stro dell ‘dolce ‘do dolc lcee stil lc still mo, sin rastro nsform mad ado o Da antte novo’, transformado Dante fo y Pet tra rarc rcca en en u n en un forofo Petrarca un ciimi m en ento to o eeuuualpinista, el Renaci Renacimiento onvert rtiirría en en otra otraa ropeo se convertiría onsecue uenc ncciiaas se ecosa. Las consecuencias sepech had das y es es propropr o orían insospechadas ía en n eespaspasp a bable que la poesí poesía como m v mo e so er o ñol tuviesee hoy co verso nte el co ccomplicado mpli mp lica cado ca do predominante bo en luga gar d de el enen ndodecasílabo lugar del plee y eefiffi decasílabo,, tan simp simple llen ll n ffoo-caz como una llave A Allen nética. fluencia italiana, itallia iana n , na Sin la influencia pier pi eer el Siglo de Oro español pier-
de sus grandes poemas de amor. Olvídense de los de Garcilaso y Lope. Pero olvídense también de los poemas en los que Góngora parodia el modelo petrarquista, como aquel en que se huye «con pie ya desatado» de las exigencias del amor ideal. Y olvídense, en unos términos similares de reacción, de los sonetos de Shakespeare, donde la misteriosa «dama oscura» se contrapone a la angelical Beatriz, mostrándose como una mujer imperfecta y terrenal.
5. ‘Soneto 116’, de Shakespeare. 6. ‘Ella camina en la belleza’, de Lord Byron. 7. La ‘canción desesperada’, de Pablo Neruda. 8. ‘Funeral blues’, de W. H. Auden. 9. ‘Una tumba para los Arundel’, de Philip Larkin.
El eslabón fuerte
10. ‘El amor después del amor’, de Derek Walcott.
Quizá ya se intuye cómo la alteración de un solo eslabón descompone toda la cadena. Cuesta imaginar la poesía de Goethe o Leopardi sin la influencia de los sonetos de Shakespeare. Eso nos lleva a cuestionar el mismo Romanticismo, donde la poesía amorosa alcanza cimas nunca vistas de intensidad. Habría que borrar los poemas de amor de Byron, q Keats,, Pushkin y Bécquer. Y en el siglo siguiente, solo en
la literatura en español, habría que borrar libros enteros: ‘Veinte poemas de amor y una canción desesperada’, ‘El rayo que no cesa’, ‘La voz a ti debida’. Aunque lo más curioso es que también habría que cuestionar la existencia de los poeq no cuentan con el tas que amor entre sus temas. Al me-
nos, la de aquellos que hicieron de su obra una trinchera antisentimental. Es obvio que, sin la presencia del amor, la obra de Pedro Salinas sería muy diferente. Pero sin «el ignorante amor» quizá también lo sería la de Borges, o la de T.S. Eliot, que aspiraba a evitar «esos sarpullidos románticos». La conclusión es probablemente que, sin amor, la historia de la poesía no sería solo distinta: sería otra cosa. Cuesta imaginar que no terminen siendo polvo enamorado el alma, las venas y las médulas que tan gloriosamente arden en el poema de Quevedo. Seguirán siendo ceniza, eso sí, porque manda la biología, pero no sabríamos lo importante: si tendrán o no sentido. ¿Cómo sería ese último verso, uno de los más famosos de la literatura española, sin la existencia del amor romántico? Pues parece probable que bastante peor. Y en dodecasílabo: «Polvo serán, pero sin más: polvo a secas».
BUTCH CASSIDY, SUNDANCE KID Y ETTA A veces la pareja perfecta la forman tres. Que se lo pregunten a Butch Cassidy, Sundance Kid y Etta. O a Jules, Jim y Catherine. «Si la cosa funciona...», que diría Woody Allen. Quizá compartir amante –y hasta cama– acabe por destruir la amistad
(‘Y tú mamá también’, ‘Soñadores’, ‘Castillos de cartón’), pero a veces resulta ser la única forma de que la cosa funcione. ¿Cómo va a conseguir el paralítico e impotente Sir Clifford el anhelado heredero si lady Chatterley no se echa un amante?
PALENCIA
Miércoles 07.02.18 EL NORTE DE CASTILLA
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En la provincia de Palencia, más de 3.260 alumnos estudian este curso una titulación FP munidad. El objetivo de cara al futuro, según explica la Junta, reside en tratar de especializar los estudios y apostar por la innovación, para convertirlos en una opción a tener en cuenta por todos los estudiantes –al igual que sucede en muchos países de la Unión Europea–.
FORMA
CIÓN
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Títulos de grado medio y una oferta de 31 ciclos.
AL
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Títulos de grado superior y una propuesta de 30 ciclos.
PROFESION
está en 19 años –cuando deberían de ser 16– y en un grado superior, se sitúa en los 21 –en vez de situarse en los 18–. A pesar de ello, Castilla y León se posiciona, en palabras del director general de Formación Profesional como «un referente en la calidad de los centros informativos», y en la provincia de Palencia, mantiene son más son m ás de 3.260 los alumnos que estudian un grado superior (1.620) , medio (1.290) o una formación básica (354) durante el curso 2017-2018. En el caso de la formación profesional, se ha experimentado un incremento en los últimos años de jóvenes matriculados. Sin embargo, en las titulaciones de grado medio –la formación que se imparte después de la ESO– se ha producido un declive en la co-
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Títulos en formación profesional básica en la provincia.
Los alumnos demandan unas prácticas remuneradas mientras estudian Presentación de las jornadas de formación profesional en el instituto Virgen de la Calle.
La Junta ha establecido el 50% del salario mínimo interprofesional solo para las prácticas de la formación dual :: P. A. PALENCIA. Las prácticas son una de las bases en la formación profesional. De hecho, es uno de los prin-
cipales incentivos para quienes deciden cursar este tipo de titulaciones. No solo después de acabar la Enseñanza Obligatoria o el Bachillerato, también para estudiantes que ya han cursado un grado universitario. Sin embargo, también son muchos quienes demandan unas mejores condiciones de trabajo durante su periodo de formación en una empresa. Por esta razón, desde la Junta, aseguran que se ha establecido un suelo del 50% del salario mínimo interprofesional –unos 368
euros– para los estudiantes en prácticas de la formación profesional dual, de forma que supongan un incentivo para los jóvenes en su primera experiencia laboral. Este tipo de estudios, sobre todo la formación dual, prioriza la práctica y la relación con las empresa. El director general de Formación Profesional, Luis Domingo González, aseguró que algunas empresas, incluso, pagan más a los alumnos para tratar de «incorporar el talento de los mejores estudiantes».
Los alumnos pueden realizar sus prácticas en otros países, a través del programa Erasmus+
Por esta razón, es fundamental ofrecer unas buenas condiciones a los alumnos en su primera etapa profesional. De hecho, los estudiantes no solo pueden optar por realizar las prácticas en la provincia o en España, también pueden disfrutar de una experiencia única en empresas de otros países a través del Erasmus+. Así, en el curso pasado, un total de 22 alumnos realizaron estas prácticas en otros países de la Unión Europea, como Malta, Escocia, Noruega, Suecia, Polonia y Portugal.
4 LA SOMBRA DEL CIPRร S
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Sรกbado 10.02.18 EL NORTE DE CASTILLA
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Sábado 10.02.18 EL NORTE DE CASTILLA
Imitación a la vida La novela abraza el amor como tema argumental y lo hace para romper fronteras
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l amor no lo es todo en la novela, pero es rara la novela en la que no asoma el amor. ¿Por qué? Porque es muy rara una vida sin que a ese sentimiento se le vea el plumero y porque la novela es un género que imita a la vida. El amor podrá ocupar más o menos espacio en una trama novelesca, como suecede en las existencias de los individuos, pero está ahí y además no se queda quieto. Cuando el novelista abraza al amor como tema argumental es para romper fronteras. De hecho, la evolución que el sentimiento amoroso ha sufrido en la novela ha sido también una evolución de la transgresión. En la novela decimonónica de corte romántico, y en su degeneración posterior –el género rosa–, las barreras que el amor derribaba eran las de la clase social y las de las diferencias económicas (la ‘Jane Eyre’ de Charlotte Brontë). En la literatura libertina del XVIII eran los prejuicios morales y los convencionalismos, el matrimonio el primero de ellos (‘Las amistades peligrosas’ de Pierre Choderlos de Laclos). El adulterio ha sido sido una de sus materias primas hasta el presente, pero a lo que podemos llamar la ‘barrera legal’ se han ido añadiendo otras literariamente tanto o más fecundas –las políticas, las religiosas, las étnicas, las parentales, las generacionales, las sexuales…– que debían ser violentadas para hacer florecer la acción narrativa. El ‘amor prohibido’ se convierte, así, en la gran fuente de inspiración del género. Pero la prohibición que ha de ser transgredida dibuja un mapa de posibilidades lo bastante amplio como para que no nos parezca repetitivo. La rebeldía que vio en la pulsión amorosa el sociólogo Francesco Alberoni cuando escribió su ensayo ‘Enamoramiento y amor’ en 1979, va mucho más lejos de la infidelidad conyugal. También el C. S. Lewis de ‘Una pena en observación’ burla la frontera que impone la pérdida de la amada a través
NOVELA
IÑAKI EZKERRA
del duelo y el sentido de trascendencia. Puestos a medir la magnitud de la transgresión, infinitamente más grande y grandiosa es la que desafía a la muerte, al tiempo y al olvido que la que se enfrenta a un marido cornudo o a unos tabúes decadentes.
El amor adúltero En la tradición novelesca la traición al amor del cónyuge se justifica por la fidelidad al amante. Y como ejemplos de ese desamor al que se llega por amor están la ‘Ana Karenina’ de Tolstói, que reta a la Rusia prerrevolucionaria exhibiendo al hombre al que quiere, o la Connie de D. H. Lawrence, que, en ‘El amante de Lady Chatterley’, traiciona a un esposo paralítico de la clase alta inglesa con un guardabosque habilidoso en la cama. Están los amoríos tan adúlteros como volubles del ‘Doctor Zhivago’ de Pasternak, las aventuras extramatrimoniales de la ‘Madame Bovary’ de Flaubert, cuyo marido es el verdadero héroe enamorado de la historia, o de ‘La Regenta’ de Leopoldo Alas, o la pasión torcida por la se-
«La evolución del sentimiento amoroso en la novela ha sido también una evolución de la transgresión»
demasiado cerca, en la casa paterna; el otro demasiado lejos. En el primer caso entran los hermanos que pintan Yourcenar en ‘Anna, soror…’ o Nabokov en ‘Ada o el ardor’; el que insinúa este último en su ‘Lolita’, que a fin de cuentas es la hijastra de Humbert Humbert; el que inspiró a Anaïs Nin ‘La casa del incesto’ y que quedó explicitado en sus ‘Diarios’. Y entran las metáforas que coquetean con el incesto. En ‘Los hermanos Karamazov’ Dostoyevski nos dibuja a un hijo que se enamora de la nueva mujer del padre. En ‘El daño’, Josephine Hart nos presenta a un padre que se enamora de la esposa del hijo. Vargas Llosa, en ‘La tía Julia y el escribidor’, lleva la metáfora al terreno de la prohi-
ñora Rênal que llevará al joven Sorel a la guillotina en ‘Rojo y negro’, la obra más famosa de Stendhal. Están los amantes que dignifican su aventura manteniendo intacta su devoción por el ser traicionado, como es el caso de la Francesca de ‘Los puentes de Madison’ de Robert James Waller o del comerciante francés que desconoce el idioma de la bella japonesa por la que recorre miles de kilómetros en ‘Seda’, la sutil novela de Alessandro Baricco.
De cerca y de lejos El incesto es otra fuente de trasgresión e inspiración en la narrativa amorosa que se sitúa en el polo opuesto del amor puro, o llamado ‘platónico’ aunque con Platón tenga que ver poco. El uno está
OBRAS QUE DESAPARECERÍAN 1. ‘Las penas del joven Werther’, de J. W. Goethe. 2. ‘Ana Karenina’, de L. Tolstói. 3. ‘Manon Lescaut’, del abate Prévost. 4. ‘El amante’, de M. Duras. 5. ‘Rojo y negro’, de Stendhal. 6. ‘Bella del señor’, de A. Cohen. 7. ‘El gran Gatsby’, de F. Scott Fitgerald. 8. ‘Lolita’, de V. Nabokov. 9. ‘Crónica del alba’, de R. J. Sender. 10. ‘El amante de Lady Chatterley’, de D.H. Lawrence.
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YJ OMEO
El suyo es el amor trágico por excelencia, aún más lastimoso por truncar la inocencia de un joven enamoramiento que no duda en rebelarse ante la prohibición. Y aunque desde Píramo y Tisbe hasta Calisto y Melibea otros sufrieron idéntico destino, son los personajes de Masuccio Salernitano – pues de él los tomaron Luigi da Porto, Mateo Bandello y Shakespeare– los que han calado en el público y traspasado géneros (del teatro al cine pasando por la ópera, el ballet o la pintura) para reencontrarse, por ejemplo, entre Montoyas y Tarantos o Sharks y Jets. Una curiosidad; Lope también hizo su versión de la historia (Castelvines y Monteses), pero dio final feliz a sus Roselo y Julia.
bición cómica y jocosa. Y frente a ellos, los amores idealizados como causa de un sufrimiento antitético: el Don Quijote que no se jama un rosco ni con la Dulcinea que imagina ni con la Aldonza Lorenzo del mundo real; el mayordomo y la ama de llaves secretamente enamorados uno del otro en ‘Los restos del día’, la novela de Kazuo Ishiguro; el excombatiente republicano de la ‘Crónica del alba’ de Ramón J. Sender, que evoca en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer a Valentina, la musa de su niñez en un pueblo de Aragón; el escritor maduro de ‘La muerte en Venecia’ que espía a un adolescente; la Tatiana de Pushkin que, una vez casada con otro hombre, sigue enamorada del ‘Eugenio Oneguin’ que la desairó, pero lo castiga por borde y por coherencia con la convención del matrimonio.
Tormento y fatalidad La Tatiana de Pushkin es una heroína de transición entre la clásica mujer enamorada
y la que lucha contra su amor. Un grado más alto en la temperatura de las pasiones lo representan los amantes que luchan entre ellos y con una relación que los atormenta. Es el caso de la Scarlett y el Rhett de ‘Lo que el viento se llevó’ de Margaret Mitchell; de la relación apasionada de la pareja de ‘Bella del señor’ de Albert Cohen; de la Catherine que se niega los sentimientos hacia Heatchcliff en ‘Cumbres borrascosas’ de Emily Brontë o de la Daisy que hace otro tanto con ‘El gran Gatsby’ de F. Scott Fitzgerald. Pero el arquetipo de esa pugna ya estaba dibujado en ‘Las penas del joven Werther’ que Goethe describe en el siglo XVIII, y en el rechazo que lleva al héroe al suicidio. Estaríamos ya a un paso de los ‘amores fatales’; de la ‘Manon Lescaut’ del abate Prévost; del Cal que se siente atraído por una mujer que regenta un burdel en ‘Al este del Edén’ de Steinbeck; por ‘La Venús de las pieles’ de Sacher-Masoch o la Isabel Archer que se casa con el hombre equivocado en el ‘Retrato de una Dama’ de Henry James; por la Justine del ‘El cuarteto de Alejandría’ de Lawrence Durrell… Obedeciendo al ‘Canon occidental’ de Bloom, terminemos por donde este empieza: por la ‘Ilíada’ y la ‘Biblia’. En la primera, Helena encarna el amor como desencadenante de la guerra. En la segunda, están las palabras más hermosas que ha inspirado el amor a secas, desprovisto del propio componente sexual. Son las que Rut le dirige a su suegra Noemí, que y no han superado las de ningún amante: «No insistas en que te deje y me separe de ti, porque donde tú vayas, yo iré, donde tú mores yo moraré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Donde tú mueras, moriré, y allí seré enterrada. Que Yahveh me dé este mal y añada este otro todavía si no es tan solo la muerte lo que a ti y a mí nos separe.»
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Luz que agoniza El cine es el terreno propio para las historias de pasión; hasta en los filmes bélicos o el ‘western’ hay alguna referencia
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OBRAS QUE DESAPARECERÍAN
CINE
1. ‘Luces de la ciudad’. Charles Chaplin, 1931. LAURA LAZCANO
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l estreno del cortometraje ‘The Kiss’ de William Heise inaugura en 1896 toda una tradición romántica en el celuloide por ser el primer beso registrado con una cámara. Tras eso, no tardarían mucho los grandes estudios en comenzar a vislumbrar las posibilidades de aupar el género romántico, más
Lo que el viento se llevó. Rhett y Scarlet
(Clark Gable y Vivien Leigh), en el filme de Victor Fleming, producido por David O. Selznick (1939).
2. ‘Los niños del paraíso’. Marcel Carné, 1945.
o menos con el advenimiento del sonoro. Hay que tener presente cierta contradicción que ha calado en el género romántico desde sus inicios: a pesar de que muchos de sus guiones estaban basados en grandes obras literarias (Shakespeare, Jane Austen, Oscar Wilde), siempre se ha considerado con cierto menosprecio un género menor, probablemente por asociarse a lo femenino. La crítica de cine Molly Haskell corroboraba esto en 1974: «Como término de oprobio crítico, ‘wo-
man’s film’ implica que las mujeres, y en consecuencia los problemas de las mujeres, son entidades de poca importancia». No sería justo pasar por alto que muchos de estos filmes constituían verdaderos estudios sociológicos de las épocas en las que se enmarcaban: en ‘Imitación a la vida’ (1959), Douglas Sirk –uno de los artesanos del melodrama– sacaba a la luz cuestiones raciales candentes y lo que suponía ser madre soltera en la América de finales de los 50. Un año más tarde, Richard Quine exploraba en ‘Un extraño en mi vida’ (1960) la pérdida de estatus laboral para la mujer en la sociedad norteamericana de posguerra y el hastío al que se ve abocada el ama de casa de suburbio. Debido a su universalidad, es lógico que el amor romántico haya dominado gran parte de las tramas desde el cine clásico hasta la actualidad. Porque si uno cometiese la osadía de preguntarse qué habría sido del cine si no hubiese existido el amor romántico, probablemente encontraría que una fracción considerable de la historia del séptimo arte habría quedado arrasada. Eso sin mencionar que no habríamos conocido la obra de tantos directores que se dedicaron a reflexionar sobre este sentimiento tan humano. Quizá el panorama cinematográfico habría quedado reducido al absurdo que supuso la censura franquista metiendo la tijera a las películas que llegaban a España. No hay más que recordar cómo quedó el argumento de ‘Mogambo’ (John Ford, 1953) después de que los censores decidiesen que una relación incestuosa era más apropiada que un adulterio. Sin duda, uno de los grandes ‘éxitos’ que se marcó la dictadura española. Porque más allá de arreglárselas para tapar ángulos imposibles de escotes y muslos con el ‘photoshop’ de la época, el interés principal era suprimir cualquier actitud contraria a los valores del régimen. Como también debía de rozar lo amoral para una mujer quedarse a solas en un espacio cerrado con un hombre que no fuese un pariente; así se explica el corte de ‘Psicosis’ (1960) cuando Marion y Sam charlan en la habitación de esta, lo que a continuación dificulta considerablemente comprender la famosa escena de la ducha. No nos engañemos, es casi imposible pensar el cine sin una sola referencia al amor romántico: ¿qué habría pasa-
3. ‘La costilla de Adán’. George Cukor, 1949. 4. ‘Candilejas’. Charles Chaplin, 1952. 5. ‘El apartamento’. Billy Wilder, 1960. 6. ‘La noche’. Michelangelo Antonioni, 1961. 7. ‘Manhattan’. Woody Allen, 1979.
do a bordo del ‘Titanic’ si Jack y Rose no se hubiesen cruzado? Probablemente el naufragio no habría sido tan memorable. Como también habría flaqueado la trama de ‘Sucedió una noche’ (Frank Capra, 1934) si no hubiese saltado la chispa entre Clark Gable y Claudette Colbert en un autobús. Tampoco la visita turística a Roma de Gregory Peck y Audrey Hepburn habría sido la misma si se hubiese eliminado el idilio estival de ‘Vacaciones en Roma’ (William Wyler, 1953). Si avanzamos hasta la actualidad nos topamos con otro problema y es que las escasas superproducciones que se confían a directoras (como ‘Crepúsculo’ o ‘Cincuenta sombras de Grey’) ni siquiera habrían existido, ya que sus narrativas se articulan en torno a lo romántico.
diente en el celuloide. Pues como apunta Román Gubern en su ‘Historia del cine’, este está hecho «por y para hombres». Es por ello que las películas protagonizadas casi exclusivamente por mujeres sin una historia de amor de por medio son una auténtica rareza. Un ejemplo sería la checa ‘The End of August at the Hotel Ozone’ (Jan Schmidt, 1967) sobre un grupo de mujeres en busca de comida tras la Tercera Guerra Mundial. Lógicamente no es necesario escarbar tanto para encontrar su homónimo masculino; las películas protagonizadas solo por hombres sin una trama romántica transversal están bastante más normalizadas.
«Las películas protagonizadas por mujeres sin una historia de amor de por medio son una auténtica rareza»
‘2001. Una odisea del espacio’ (1968) da cuenta de ello. Por continuar fantaseando sobre los derroteros que habría tomado el séptimo arte si se hubiese prescindido totalmente de referencias románticas, encontramos que quizá el existencialismo habría suplido esta ausencia. Ya sea en su vertiente espacial como los astronautas de Kubrick en ‘2001’ en busca del origen del universo a través de un misterioso monolito y una misión sideral. O quizás el canon cinematográfico habría estado gobernado por una dimensión religiosa. Relegando los filmes en los que el protagonista se adentra en la senda religiosa para evitar impulsos sexuales a los que terminan cediendo, la misión divina de ‘La pasión de Juana de Arco’ (Dreyer, 1928) bien tiene por objeto sustituir el amor en pos de la salvación eterna. Sacrificio similar al del sacerdote de ‘Diario de un cura rural’ (Bresson, 1951) cuyo fervor a la hora de conectar con Dios supera cualquier empresa que tenga que ver con sentimientos amorosos.
Mezcla de géneros Es tentador elucubrar sobre las posibilidades de que el cine se hubiese desarrollado más hacia otros géneros (policíaco, ‘thriller’, western…) y sin embargo se trata de un error. Incluso en producciones donde el elemento romántico no constituye el eje temático central, siempre hay presente un detalle que nos termina remitiendo al amor. Probablemente la culpa de esto la tenga la mezcla de géneros, algo que se estila desde los inicios de Hollywood. Pensemos en el western o en la acción, géneros a priori dominados por la afluencia de personajes masculinos. Por muy insignificante que sea el peso de ellas en la trama, tan pronto como entran en escena la chica del saloon o la novia del protagonista, ahí está la referencia romántica. Siendo realistas, un cine totalmente vaciado de referencias románticas habría terminado exigiendo una (aún) menor inclusión de personajes femeninos en las tramas, ya que la ficción homosexual es todavía una asignatura pen-
TE QUIJO DONULCINEA YD
Empeñado en ser todo un Amadís de Gaula, Don Quijote busca su amor cortés y decide hacer «señora de sus pensamientos» a la inadvertida Aldonza, una labradora que no disimula las risotadas ante las galantes ocurrencias del hidalgo. Es un amor construido, absolutamente inventado, apoyado en una imagen que ni siquiera averiguaremos si se ajusta a la realidad. ¿Qué sabía Dante del carácter de Beatriz si sólo la vio una vez y ni llegó a hablar con ella? Pero la idea persiste. Persiste pese al plantón de ‘Carta de una desconocida’, la certeza del rechazo de ‘Muerte en Venecia’ o la absoluta incompatibilidad de sistemas operativos de ‘Her’.
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Presente incluso en el teatro más social y político Un estudioso determinó que 36 resortes activan la producción escénica hasta hoy. El más poderoso es sin duda el amor
TEATRO
PEDRO BAREA
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ntre el acertijo y el coleccionismo se hacen listas del mejor teatro de todos los tiempos. Cada 27 de marzo, día Mundial del Teatro, se eligen cinco, diez inmortales. Y contra lo previsible en cosas de opinión, tan temerarios resúmenes coinciden con otros: ‘Antígona’ de Sófocles, la ‘Celestina’, ‘Romeo y Julieta’ de Shakespeare, ‘Bernarda Alba’ de Lorca… Se repite el ‘Tenorio’ de Zorrilla, más significado que certero. Y son autores preferidos Calderón, Ibsen, Beckett o Tennessee Williams. A su vez la teoría literaria constata la reiteración de los temas. George Polti (18671946) señaló que todo el teatro del mundo se contiene en 36 situaciones. Analiza Polti 1.200 casos: unas mil obras escénicas de su época, y relatos, leyendas o hechos reales bajo epígrafes como venganza, ambición, sacrificio, destino, huida… Y amor. El teatro universal cabe en esos 36 resortes que activan el conjunto o parte de una obra, en todas las culturas y formatos: narrativa, teatro, cine, TV, cómic, videojuego… Patrice Pavis, ve ‘variantes científicas’ de conflicto. Darwin, Freud, Alain Badiou unen amor con impulsos universales. Etienne Souriau se cura en salud y calcula que, por combinatoria matemática, saldrían 210.141 posibles variantes… Todos aquellos primeros títulos eternos tocan lo eróti-
co, todos. Y casi todos los narratólogos detectan una trama amorosa principal o al menos accesoria. Una pieza compleja, suma golosa de pasiones humanas, sería el ‘Fausto’ de Goethe, que moviliza en el personaje la ambición, el ansia de saber, la religión, la muerte, la rebeldía, el poder, la codicia…, pero Fausto no escapa a la seducción y al amor. Creonte y la joven Antígona luchan entre deber o instinto, pero con otra raíz afectiva, la fraternal.
Con amor y sin amor El amor es diferencia; en el amor se dan juntos una experiencia y un concepto de diferencia. Esa dialéctica de lo distinto es ya teatral. Incluso si la acción margina lo amoroso con hechos externos, de rivalidad por ideas, de debate entre pulsión y deber, pasión y razón, individuo y grupo, el ser humano contra principios que le superan, pocas veces falta el amor. Y hasta el teatro político y social, que podían hablar de la rivalidad de clase, rearman la lucha con la disputa amorosa. Entre lo que Brecht llamaba ‘teatro carrusel’, al que subimos para sentir la ficción, y ‘teatro planetarium’ que se distancia y juzga, el que más amor necesita sería teatro-carrusel, de emociones. Queda el teatro mítico, aunque los dioses llamados paganos fueron casamenteros y rijosos, junto al didáctico, documental, épico. El clero creó una red para hacer de la escena escuela y púlpito, un teatro misionero con libretos sobre la fe, hagiografías y milagros, o divulgación ‘blanca’ asexuada para públicos nuevos. Quedan los monólogos de ideas, las piezas de núcleo condensado. Los ‘autos’ hablan del dogma y además de celos y honra. En todo el siglo de
Oro hay pocas piezas sin amor, rarezas: ‘El árbol del mejor fruto’ y ‘La elección por la virtud’ de Tirso; ‘La mayor hazaña de Carlos V’ de Jiménez de Enciso; o de Vélez de Guevara ‘El cerco del peñón’. En los dos últimos siglos, ‘Esperando a Godot’, y expresiones del absurdo existencial, dramaturgos del desamor y la soledad, con piezas sueltas de Ghelderode, Dürrenmat, Pinter, Bernhard, Lepage, Rodrigo García o Liddell, en el foco. Y ‘El pupilo quiere ser tutor’ de Handke; o ‘Yo Feuerbach’ y ‘El veneno del teatro’, o la sumisión; ‘Doce hombres sin piedad’, la fragilidad de la certeza… Excepciones.
DIEZ DRAMAS ENMUDECIDOS
7. ‘Fausto’, de Goethe.
1. ‘La Divina Comedia’, de Dante Alighieri.
4. ‘Fuenteovejuna’, de Lope de Vega.
8. ‘Casa de muñecas’, de Henrik Ibsen.
2. ‘La Celestina’, de Fernando de Rojas.
5. ‘La Vida es Sueño’, de Pedro Calderón de la Barca.
9. ‘La Casa de Bernarda Alba’, de Federico García Lorca.
3. ‘Romeo y Julieta’, de William Shakespeare.
6. ‘Don Juan Tenorio’, de José Zorrilla.
10. ‘Un tranvía llamado deseo’, de Tennessee Williams.
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Sábado 10.02.18 EL NORTE DE CASTILLA
La fotografía queda a salvo
FOTOGRAFÍA
Es una de las pocas disciplinas artísticas que no se vería afectada por un cambio tan drástico en la historia de las relaciones humanas
El abrazo. También llamado ‘Amantes II’, es una obra de Egon Schiele de 1917.
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olstói, en su teoría del arte, defiende que este surge del amor y culmina en el amor, tema constante en la literatura y en cada una de las variedades artísticas a las que nos podamos remitir. Y, sin embargo, y en un sentido neutro, la fotografía puede reflejar –precisamente en esa cualidad tan suya de plasmar la realidad más fiel de lo retratado– algo absolutamente basado en el mero retrato aséptico de lo que el objetivo ve. De modo que, incluso, podría pensarse en la fotografía como en la disciplina artística donde el amor puede estar menos presente. Y nos referimos a la ausencia de amor como tema, y nunca a la falta de pasión por parte del artistafotógrafo ni a lo que el receptor-espectador pueda sentir al contemplar una imagen. Hablamos de la fotografía de paisajes, de naturaleza muerta, de arquitectura, de flora… temas que no tienen como epicentro el amor –platónico o carnal– sino la belleza del mismo objeto en sí. Se trata de una fotografía que puede despertar y expresar emociones – no románticas, sino emociones humanas en general–, y que relegan, incluso, el aspecto artístico, la técnica y a veces la estética, a favor de un potente concepto. Se trata de la fuerza que les impulsa a transmitir ese sentimiento –no romántico, repetimos– a través de un ‘click’ en el botón de su cámara. Es decir, la fotografía es el soporte sobre el que el autor apoya su discurso, pero en este caso, no necesariamente amoroso. Aquí, lo que el artista busca es la coherencia entre el diálogo artista-espectador. Se trata de transmitir una idea del mundo; un mundo, sin duda, complejo que se invita a ver desde perspectivas diferentes. Este afán de retratar el mundo, dejando a un lado la
Este afán de retratar el mundo, dejando a un lado la pasión del ‘amour fou’, está en el origen de la propia fotografía
BEGOÑA RODRÍGUEZ
pasión del ‘amour fou’, está en el origen de la propia fotografía. De hecho, la primera de la historia, ‘Vista desde la ventana en Le Gras’, tomada por Nicéphore Niépce en 1826, resulta ser eso, un paisaje visto desde una ventana, una imagen borrosa de un paisaje campestre. El entorno exalta la sensibilidad del artista y los sentimientos que su visión pueden despertar en quien disfruta de la imagen son tan variados como las posibles interpretaciones de esa misma imagen. Se trata, simplemente, abrirse a la emoción. Y, cómo no, en fotografía, también. De modo que, dejando atrás el amor omnipresente en tantas esferas del arte, existen en el mundo de la fotografía preciosas imágenes que se centran en elementos que nos rodean a diario y en los que, e en ocasio i ne n s,, n ssiquieiqu q ieequ ocasiones, nii si
ra reparamos. Y todo lo que nos rodea, cómo no, puede provocarnos gran emoción; emoción, simplemente, del placer de ver algo bello; algo bello como algunas maravillosas fotografías de paisajes: hermosísimos ríos, campos, montañas… que nos permiten abstraernos de nuestra vida cotidiana durante unos segundos y respirar la paz y el sosiego que abren en nuestra memoria. Conmueven por su belleza, también, algunas impresionantes fotografías arquitectónicas. Llenas de matices y luz, la arquitectura ofrece un mensaje de belleza y emoción ante el que el espectador no puede quedarse impávido. Fotografiar ‘naturaleza muerta’ es, asímismo, como abrir una página de mil significados e interpretaciones. Como pequeños poemas de temas diversos a los que el lector-espectador va dando forma y sentido. Como las fotografías de delicadas o majestuosas flores que emocionan el espíritu. En suma, temas sin amor que llenan de igual belleza toto das y cada una de las imágenes que tratan las múltiples faceta as de dell ar arte te d tas dee la fotografía.
INA ARENKI K A AN VRONS Y Las vías del tren ponen punto final a un amor adúltero que ha desafiado todo lo establecido. Como Ana Ozores o Emma Bovary –que encima ni siquiera muestra arrepentimiento–, Ana Karerina se atreve a intentar escapar de un matrimonio convenido y toca la plenitud con la punta de los dedos, pero no puede esperar un final feliz. La infidelidad, la rebeldía, se paga. Siempre. Tanto si la otra parte saca las uñas (‘Fortunata y Jacinta’), se lía a puñetazos (‘El gran Gatsby’) o declara una guerra (‘Ilíada’) como si no se entera de nada (‘El cartero siempre llama dos veces’), finge no saber (‘Doctor Zhivago’), pone la cama (‘La buena estrella’) o tierra de por medio (‘El velo pintado’).
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Cupido con los ojos abiertos Impresionismo y cubismo prescinden de los afectos, pero para otros artistas es imposible no contar con ellos
NO HABRÍAMOS VISTO ESTAS OBRAS 1. ‘Amor victorioso’. Michelangelo Merisi da Caravaggio (1602). 2. ‘Los amantes’. René Magritte (1928). 3. ‘Sobre la ciudad’. Marc Chagall (1914-8).
ARTES PLÁSTICAS BEGOÑA GÓMEZ MORAL
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ensar que Cupido dispara flechas a ciegas y la gente se enamora sin más complicaciones parece una temeridad desconectada de cualquier noción real sobre relaciones humanas. La mitología grecolatina no era tan ingenua y hasta el Renacimiento era frecuente ver interpretaciones dispares de Eros, en particular un hermano suyo, llamado Anteros, de aspecto bastante parecido, aunque con los ojos bien abiertos para significar el amor neoplatónico, elevado, consciente y, como su nombre sugiere, en lucha constante con su hermano veleidoso, carnal y opuesto. Tiziano sería menos Tiziano sin amor. A pesar de ser genio prolífico en retratos y escenas sacras, es sobre todo un maestro de bacanales, saturnalias, Dánaes y Venus deslumbrantes como la de Urbino o las del Prado. En 1565 ya había dado unas cuantas vueltas pictóricas a las alegrías y desdichas del interés amoroso cuando pintó de nuevo a Venus. En esta ocasión, en el momento de poner la venda sobre los ojos de su hijo alado, mientras unas ninfas se llevan el arco y las flechas. Es lo correcto si, como señalan la interpretación más fiable, se trata de un encargo para un regalo de boda. La diosa permanece atenta a la reacción del otro Cupido, que, apoya-
do en el hombro de su madre, parece meditar sobre los desmanes que aguardan a los mortales cuando su hermano vuelva a hacer de las suyas. Casi como una respuesta a las preocupaciones del prudente Anteros, unas décadas después, Caravaggio pinta el ‘Amor victorioso’ de las ‘Églogas’ virgilianas. Un niño desnudo que se ríe del mundo; descarado, libre de ataduras mientras pisa con descuido los símbolos del afán humano: la fuerza del guerrero, la ciencia del astrónomo, el ingenio de la arquitectura y las artes sometidos por igual a los dardos que sujeta en la mano derecha. La pintura está datada en 1602. Se sabe con bastante certeza porque Caravaggio había pedido las alas prestadas a Orazio Gentileschi, el padre de Artemisia, y porque el cuadro se completa con otro pintado por Giovanni Baglione hacia las mismas fechas, donde Anteros da una simbólica paliza a su hermano. A pesar de sus trastadas, el Amor perduró más parecido a Eros que a Anteros y siguió inspirando arte. Él es quien sostiene el espejo a su madre en la extraordinaria ‘Venus del espejo’ de Diego Velázquez, una de las escasas pinturas relacionadas con el afecto pintadas por el sevillano. Tampoco Rembrandt vuelca muy a menudo su dotes en escenas amorosas; cuando lo hace, consigue la intensidad de ‘Betsabé con la carta de David’ o ‘La novia judía’, con una composición tan similar y un mecanismo emocional tan diferente al del ‘Matrimonio Arnolfini’ de Jan van Eyck, que había pintado a la pareja de recién casados con precisión de relojero para extraer intimidad y hasta ter-
nura del puro hielo e inaugurar así una especie de dinastía visual prolongada más allá de la seducción bajo cero de las ‘Venus’ de Cranach. Con Boucher sucede lo contrario. Su mundo voluptuoso, tanto en forma como en fondo, lo habitan sobre todo odaliscas –mujeres con poca ropa–, Leda –nada de ropa– y madame Pompadour –mucha, muchísima ropa–. Fragonard por su parte es, prácticamente, un teórico visual del amor. En ‘El columpio’ se inspira en su faceta lú-
OY YRAN
C
dica, con el paisaje como protagonista de una escena donde Eros está presente solo en forma de pequeña estatua, aunque su espíritu travieso lo ocupa todo, tanto como la exuberancia rococó de la fronda, que desborda el cuadro. Durante el Neoclasicismo alcanzó popularidad la narración de Apuleyo en ‘El asno de oro’, donde Eros ya no es un niño. Ha crecido hasta convertirse en un joven voluntariamente herido por su propia flecha y enamorado de Psique. Ella le corresponde, como
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ROXA
Tan resignado está Cyrano a no lograr el amor de Roxana que incluso ayuda a Christian a conquistarla. Y como caballerosamente guarda silencio hasta la muerte, su desconsuelo inspira ternura. Escarlata, en cambio, no se resigna y resulta odiosa. Ay, si al menos Ashley la rechazara sin tanto aspaviento. O si tan sólo la ignorara. Habría entonces lugar para la esperanza, para creer que algún día mirará como Natasha a Pierre (‘Guerra y paz’), Marianne al coronel Brandon (‘Sentido y sensibilidad’) o Fran a Baxter (‘El apartamento’). Aunque a veces no quede muy claro si lograr lo que tanto se anhela es un final feliz. ¿Cuántas grandes esperanzas se le quebrarán a Pip cuando descubra que Estella es un bicho?
es lógico. Sus tribulaciones no obedecen a la falta de respuesta afectiva. El problema surge del rechazo inicial de su madre hacia la joven en una narración que, igual que otras fábulas mitológicas – Edipo, Ifigenia, Narciso, Electra,…– sigue viva en los esquemas de la psicología actual. Antonio Canova permaneció soltero, aunque estuvo a punto de casarse en dos ocasiones. Quizá ese hecho sugiera que el amor no le fue propicio del todo en la vida personal, pero sí le favoreció en el arte. Esculpió en mármol blanco a ‘Venus victoriosa’ reclinada en un diván con el rostro de Paulina Bonaparte y unos años antes representó el momento exacto en que ‘Eros despierta a Psique con un beso’, otra cumbre de su carrera que contribuyó a una sucesión de interpretaciones del mismo tema por Bouguereau y otros academicistas; versiones idealizadas y algo dulzonas para el gusto contemporáneo, pero que perduraron a lo largo del siglo XIX. A los impresionistas el amor, como tema pictórico, les daba bastante igual. Hay alguna pareja bailando de Renoir y muchos retratos de las mujeres que amaron, pero por lo general preferían los efectos de la luz cambiante sobre un paisaje, una calle de París o un jarrón de flores. Tampo-
«Frida Kahlo mostraba los alrededores del enamoramiento con una imagen del volátil Diego Ribera entre ceja y ceja»
4. ‘El abrazo’. Egon Schiele. (1917). 5. ‘Cupido y Psique’. Antonio Canova (1787-93). 6. ‘La mariée mise à nu par ses célibataires, même’. ‘El gran vidrio’. Marcel Duchamp (1915-23). 7. ‘El columpio’. Jean-Honoré Fragonard (1767). 8. ‘Isaac y Rebeca (La novia judía)’. Rembrandt van Rijn (1665-9). 9. ‘Venus vendando los ojos a Cupido’. Tiziano Vecellio (1565).
co las emociones a flor de piel de Van Gogh le impulsaron a reflexiones concretas sobre el amor, era un alma sensible volcada en el color y la pincelada. Al cubismo le bastaba una botella y una pipa sobre una mesa para perderse en el análisis de la forma. Las abstracciones no necesitaban siquiera eso. Mientras tanto Chagall y su mujer volaban sobre el cielo de Vitebsk con alas que, de haber sido visibles, serían las de Cupido, y muy lejos de allí Frida Kahlo mostraba los alrededores del enamoramiento con una imagen de su marido, el volátil Diego Ribera, entre ceja y ceja, o se pintaba el corazón abierto y sangrando fuera del cuerpo después del divorcio. Eros también habita en otros universos estéticos. Los mismos efectos de sus travesuras antiquísimas son los que para Duchamp ponen en marcha la maquinaria misteriosa de el ‘Gran vidrio’: la novia, los solteros y el molinillo de chocolate que «gira como siempre ha girado y como seguirá haciendo».
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Eros y Psique. Escultura de Antonio Canova, de 1793.
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La discoteca menguante Si extirpamos el amor, no es que se redujera el repertorio sino que algunos géneros musicales ni siquiera existirían
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che un vistazo a su colección de discos. Ahora, quite de las estanterías todos los álbumes que contengan canciones sobre el amor (o el desamor, da lo mismo). O si es de quienes prefieren los archivos digitales al formato físico, entre en Spotify y elimine de sus listas los temas que hablen sobre estar enamorado o lo perra que es la vida porque te han roto el corazón. ¿Cuántas canciones quedan? ¿Pocas, verdad? Nuestras discotecas menguarían de forma considerable, porque el amor es el eje sobre el que versa el noventa por ciento de la música popular.
MÚSICA POPULAR ENRIQUE VIÑUELA
Si extirpamos el amor de la ecuación, algunos géneros musicales ni siquiera existirían. Como el bolero y el tango, cuya razón de ser consiste en sublimar las pasiones
sentimentales hasta el paroxismo. Aunque también nos libraríamos del reguetón. Del blues sólo rescataríamos los lamentos por el hogar perdido. Y del soul, apenas nos quedaría un puñado de himnos reivindicativos sobre el orgullo racial como ‘A Change Is Gonna Come’ (Sam Cooke), ‘Respect’ (Otis Redding) y ‘Say It Loud: I’m Black And I’m Proud’ (James Brown). Ni siquiera el jazz escapa al influjo del amor; basta con escuchar las ‘torch songs’ de Chet
Baker, Billie Holiday, Johnny Hartman, Sarah Vaughan o Ella Fitzgerald.
Un aburrimiento Por el contrario, otros estilos como el punk, el heavy metal y el hip-hop no sufrirían demasiados recortes. El punk tenía como objetivo incomodar a los defensores del buen gusto y la moral tradicional. Rechazaba los dogmas y cuestionaba lo establecido. Grupos como Sex Pistols, The
PETRA VON KANT Y KARIN
Clash y The Damned dedicaban sus diatribas a mostrar su descontento con las instituciones que gobiernan el mundo. Con excepción de las baladas de corte sentimental, las bandas de heavy metal se han caracterizado por trasladar a sus letras la épica de la mitología nórdica y el imaginario fantástico de Tolkien y George R.R. Martin. En sus inicios, la lírica del hip-hop fue un arma para denunciar las condiciones de vida de los negros en los barrios pobres de las grandes urbes. Con el tiempo, derivó en una música ególatra y narcisista que reemplazó el sentimiento comunitario (la fraternidad también es una forma de amor) por las loas al materialismo y las conquistas sexuales del rapero de turno. De amor ni hablar, que eso es cosa de pusilánimes. Pero si hay un género musical que por su naturaleza, principalmente instrumental, no ha abordado las relaciones sentimentales ese es, sin duda, la música electrónica. A no ser que consideremos los avances tecnológicos como un sujeto amoroso. Influenciados por la filosofía de los futuristas italianos, pioneros de la electrónica popular como
Kraftwerk, Tangerine Dream y Model 500 celebraban en sus composiciones el progreso industrial y científico. Los protagonistas de sus canciones eran robots, computadoras inteligentes, teléfonos, calculadoras de bolsillo y, sobre todo, los viajes: espaciales y terrenales, en tren o por autopistas interminables. Preguntarse qué sería del pop sin el amor es lo mismo que imaginarse un partido de fútbol sin el balón, un western sin pistolas o una comida sin sal: un aburrimiento. Afortunadamente, como afirma el musicólogo Simon Frith, «el amor sigue siendo el gran tema del pop, porque el pop sirve para dar sentido a nuestras emociones». Y no existe una emoción más poderosa y atemporal que el amor. La música pop opera como una metáfora de nuestra identidad, apela directamente a nuestras emociones, ordena nuestros sentimientos y nos ofrece una vía de expresión. Tiene la cualidad de llevarnos hacia atrás en el tiempo y a la vez llevarnos hacia delante. Por eso cuando escuchamos una canción de amor nos sentimos nostálgicos y esperanzados al mismo tiempo.
CANCIONES INMORTALES (QUE NO EXISTIRÍAN) Petra sólo entiende la diferencia entre posesión y amor cuando la inconstante Karin regresa con su marido. Decide entonces darse otra oportunidad mirando con nuevos ojos a Merlene, pero la fiel secretaria se ha cansado de tanto melodrama y se larga. Aunque no abiertamente –toda la acción transcurre en el interior de la casa–, Petra es un personaje fuerte que tiene la determina-
ción de vivir como quiere –con quien quiere– que no pudieron tener Maurice (‘Maurice’), Tom (‘El talento de Mr. Ripley’) o Ennis del Mar (‘Brokeback Mountain’). Pero tampoco eso le libra de las amargas lágrimas. Hasta llegar a la normalizada vida familiar de Nic y Jules (‘Los chicos están bien’) habrá muchas soledades y matrimonios encubridores (‘Alexis o el tratado del inútil’).
Acabemos con la ópera La música instrumental acusaría poco la falta, pero la lírica desaparecería
L
a música clásica instrumental puede estar inspirada por una gran pasión, no pocos de sus títulos están dedicados a personas por las que sus autores concibieron sentimientos muy profundos y sirve de fondo descriptivo para obras literarias que tratan sobre el amor. Pero en las notas no hay nada distinto ni el sonido producido tiene más relación con el amor que la que
quienes las escuchan deseen darle. Se sabe que Schumann escribió muchas de sus obras pensando en su esposa Clara, que Beethoven imaginó la sonata ‘Claro de luna’ para Giulietta Guicciardi, que Bach compuso la Chacona de la Partita Nº 2 para violín solo en recuerdo de su esposa muerta a la que tanto había querido, y que Schubert escribió ‘La muerte y la doncella’ retomando un lied con texto de
Matthias Claudius sobre el rapto de Proserpina. Pero si el oyente no sabe nada de eso, da igual. No podrá adivinarlo escuchando la música y disfrutará de su belleza lo mismo que si conociera la historia. Por eso, aunque el amor no hubiese existido la mayor parte de las obras para orquesta, solista o grupos de cámara seguirían ahí. Seguirían la Novena, El arte de la fuga, ‘La
trucha’, la sinfonía ‘Júpiter’, el estudio ‘Revolucionario’, ‘Así habló Zaratustra’, ‘4’33’ y el Cuarteto de los Helicópteros. Y muchos miles más. Lo que habría quedado muy reducido es el catálogo de óperas porque el amor está presente de una o de otra manera en casi todas ellas. ¿Qué quedaría de Verdi y Bellini, de Mozart y Rossini, de Wagner –el amor aparece siempre aunque la historia sea sobre
1. Antonio Machín. ‘Dos gardenias’ (1947).
6. Otis Redding. ‘I’ve Been Loving You Too Long (1965).
2. Chet Baker. ‘My Funny Valentine’ (1953).
7. The Beatles. ‘All You Need Is Love’ (1967).
3. Frank Sinatra. ‘I’ve Got You Under My Skin’ (1956).
8. Donna Summer. ‘I Feel Love (1977).
4. Jacques Brel. ‘Ne Me Quitte Pas’ (1959).
9. Joy Division. ‘Love Will Tear Us Apart’ (1980).
5. Elvis Presley. ‘Can’t Help Falling in Love’ (1961)
10. Beyoncé. ‘Crazy in Love’ (2003).
MÚSICA CLÁSICA
CÉSAR COCA
niños cantores o marinos condenados a vagar errantes hasta el fin de los tiempos– y Puccini, de Gluck y Monteverdi? Incluso el único título de Beethoven, ‘Fidelio’, es un canto a la fidelidad conyugal. El tópico popular sobre la ópera reza que sus argumentos coinciden básicamente en un aspecto: siempre hay un tenor que quiere acostarse con
la soprano y un barítono (o una mezzo) tratan de impedirlo. Las más célebres arias operísticas son escenas, recuerdos o declaraciones de amor: el brindis de ‘La Traviata’, el dúo ‘Là ci darem la mano’ de ‘Don Giovanni’, ‘E lucevan le stelle’ de ‘Tosca’, ‘Vesti la giuba’ de ‘Payasos’, ‘Nessun dorma’ de ‘Turandot’, la ‘Habanera’ de ‘Carmen’, ‘El lamento de Dido’ de ‘Dido y Eneas’, ‘Oh! Quante volte’ de ‘Capuletos y Montescos’, ‘Muerte de amor’ de ‘Tristán e Isolda’... No hace falta seguir. Ninguna de esas maravillosas piezas, ni las óperas de las que forman parte, habría sido escrita. Si no hubiese amor, la música instrumental no sufriría demasiado, pero la ópera sería imposible.
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Oficial y caballero.
Paula, llevada en brazos por Zack (Debra Winger y Richard Gere), en la más célebre escena de ‘Oficial y caballero’ (Taylor Hackford, 1982).
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d. a ciuda SobreelMarc Obra d de 1924. , Chagall
Atracción en el laboratorio Hay amores de premio Nobel, como el de Pierre y Marie Curie
CIENCIA
MAURICIO-JOSÉ SCHWARZ
U
n aspecto del comportamiento humano que la ciencia aún está lejos de abordar plenamente es el amor, del que no hay siquiera una definición clara en términos adecuados para la ciencia. La psicología, la biología evolutiva, las neurociencias y la antropología han tratado de desentrañar algunos de los misterios de esta atracción humana, de este sentimiento. Evidentemente, el amor es producto de las presiones evolutivas que han dado forma a las bases biológicas de nuestro cuerpo y nuestra conducta, de modo que estamos razonablemente seguros de que ha sido una de las herramientas que nos ha permitido sobrevivir y prosperar como especie. Igual-
mente sabemos cada día más sobre los neurotransmisores y hormonas que se relacionan con él. No es mucho, pero es un principio. La experiencia de los científicos respecto del amor no depende, eso sí, de su conocimiento del tema. Tienen sus propias historias y, a veces, sus canciones. No hace mucho, Jim Moray sorprendía con una canción que contaba no solo la historia de los discos con sonidos de la tierra que Carl Sagan logró que se incluyeran en las sondas espaciales Voyager, lanzadas en 1977, sino la del amor entre Sagan y Ann Druyan, la especialista en comunicación científica que trabajó en el proyecto, que escribió con él la legendaria serie ‘Cosmos’ y culminó en su matrimonio en 1981, que duraría hasta la
muerte de Sagan. Menos conocida es la colaboración de Marie-Anne Pierrette con su esposo, el químico francés Antoine Lavoisier. De ambos se puede decir que fundaron la química moderna a partir del laboratorio que establecieron con la dote que recibió MarieAnne, de apenas 13 años, al casarse con Antoine. Allí descubrieron el papel del oxígeno en la combustión y en la respiración, demostraron la ley de la conservación de la masa y determinaron la composición del agua. Y hay amores de premio Nobel, como el de los checos Gerty Theresa Radnitz y Carl Ferdinand Cori, que se enamoraron en la Universidad de Praga y huyeron de la Primera Guerra Mundial para instalarse en Estados Unidos
La pareja compuesta por Marie-Anne Pierrette y Antoine Lavoisier descubrió la composición del agua e inauguró la química moderna Edvard y May-Britt Moser describieron en 2014 el mecanismo que explica la orientación espacial humana
y trabajar juntos investigando cómo nuestro cuerpo metaboliza la glucosa para usarla como fuente de energía en los músculos y el papel que juegan las hormonas que regulan el proceso. Su trabajo les mereció recibir conjuntamente el Nobel de Medicina de 1947. Tiempo después, otra pareja conseguiría el mismo Nobel: la formada por los noruegos May-Britt y Edvard Moser, que lo ganaron en 2014 por su descripción del ‘GPS interno del cerebro’, el mecanismo neurológico que nos permite conocer nuestra posición y orientación en el espacio. Y, finalmente, es imposible no mencionar a la saga más influyente, la formada, primero, por Pierre Curie y su esposa Marie SkłodowskaCurie. En 1903, la Academia
Sueca propuso a Pierre y a Henri Becquerel para recibir el Nobel por sus trabajos en la radioactividad, pero Pierre se negó a recibirlo en solitario, explicando que Marie merecía igual o mayor reconocimiento por su trabajo. El premio de Física de 1903 se entregó a los tres físicos. Después de la muerte de Pierre, Marie recibiría en 1911 un segundo premio Nobel, el de Química, por el descubrimiento que había hecho, junto con Pierre, del polonio y el radio. Su hija, Irene Curie, se enamoró a su vez del físico Frederic Joliot, y ambos lograron su propio Nobel de Física en 1935, por el descubrimiento de la radioactividad artificial. Para que le digan a usted que el amor y la ciencia no se mezclan.
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EY ÉLOP
PEN
S
ULISE
El que espera desespera... Salvo si está enamorado. La fe absoluta en el regreso de Ulises guía la aguja de Penélope, que decidida teje y desteje dando largas a sus pretendientes. Aunque la determinación no siempre basta. A veces hay sustitutos que acaban por hacerse hueco en la cama. Aunque no en el corazón, que el amor, si es de ley, no admite remedos y lo resiste casi todo. Ya sean madres represoras (‘Como agua para chocolate’), falsas acusaciones (‘Expiación’), matrimonios convenidos (‘El amor en los tiempos del cólera’), malas reputaciones (‘Tú y yo’), casualidades enredadoras (‘Los amantes del Círculo Polar’), sicarios peronistas (‘El secreto de sus ojos’) o incluso los desórdenes cromosómicos (‘El curioso caso de Benjamin Button’).
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Director: Carlos Aganzo Coordinador: Chema Cillero
Las palabras más subidas de tono para expresar el éxtasis las escribieron poetas como san Juan de la Cruz
Palabras ardientes Entre la inocencia y la sensualidad, el júbilo y la aflicción, el lenguaje amoroso no deja de reinventarse
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o es posible concebir un mundo sin palabras de amor. Sin las apasionadas ni las dulces, sin las amargas ni las melancólicas. La vastedad del territorio léxico del amor resiste a cualquier escrutinio lingüístico porque el amor es expresivo por naturaleza. Borges sen-
JOSÉ MARÍA ROMERA
tenció que enamorarse es «producir una mitología privada y hacer del universo la alusión a la única persona indudable». Esa mitología no solo busca casi siempre una salida comunicativa, sino que elabora sus propias formas verbales de manera que, junto a los vocablos amorosos consagrados por la tradición
y la literatura, engendra continuamente otros nuevos, particulares e intransferibles. Entre la exaltación incandescente y la cursilería hiperglucémica, entre la inocencia y la sensualidad, entre la intensidad del júbilo y la aflicción del abandono, el lenguaje amoroso no cesa de multiplicarse y reinventarse.
Pero también se nutre de tópicos que no por el hecho de serlo devalúan los mensajes. En su mayor parte estos lugares comunes se remontan al amor cortés y a la tradición poética petrarquista, empezando por aquellos que, siempre en los límites de la hipérbole, apuntan a la dimensión dolorosa de los afec-
tos. La idea del enamoramiento como un daño o un peligro («oh dulces prendas por mi mal halladas», escribe Garcilaso), una prisión (la «cárcel de amor» de Diego de San Pedro), una locura o perturbación de la mente («mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,/ enojado, valiente, fugitivo», en Lope de Vega) no solo no está reñida con la felicidad, sino que la acredita. De ahí que el léxico amoroso suela nutrirse de paradojas en las que se mezclan fuego y hielo, guerra y paz, luz y oscuridad, devoción y pecado. Con el paso del tiempo cambian los términos, pero no la materia de la que están hechos, de manera que los amantes siguen diciéndose las mismas cosas tanto cuando se deslizan por la pendiente de la ñoñería como al dejarse llevar por el arrebato pasional. Las «palabras ardientes» de Bécquer no difieren de las «palabras de amor sencillas y tiernas» de Serrat salvo en el tono. Nunca ha prescrito el principio de «ex abundantia cordis os loquitur»: de la abundancia del corazón habla la boca. Es probable que el neopuritanismo inquisidor que se nos ha venido encima imponga sus eufemismos pacatos y logre desterrar de nuestro léxico algunos términos de la seducción sometidos a sospecha. No importa: vendrán otros. El lenguaje posee la facultad de sobreponer su voluntad a la tijera de los guardianes de la corrección política. Últimamente esto se nos está llenando de curas y monjas empeñados en enmudecernos en materia de amor, sexo, erotismo, galantería y ternura. Lo que ignoran es que las palabras más subidas de tono para expresar el éxtasis amoroso las escribieron poetas como san Juan de la Cruz, de cuyos arrebatos verbales se siguen nutriendo hoy los boleros, las baladas, las piezas de reguetón, los e-mails y whatsapps de los adolescentes, las cartas de amor de los amantes solitarios y los susurros dichos al oído en la oscuridad de una habitación cerrada. También en materia de lenguaje se cumple el eterno tópico traído de Virgilio: «amor omnia vincit».