A la sabiduría desde el humor

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NÚMERO 292 Sábado, 17.02.18

SOMBRA CIPRES LA

DEL

A la sabiduría desde el humor De cómo la sátira inteligente se revela como imprescindible aliada en el acceso a la filosofía y otras ramas no siempre asequibles de la erudición [P3]

‘Un filósofo bajo la cama’. Adaptación al castellano de una tira sobre Jean-Paul Sartre de la serie ‘Existential Comics’, de Corey Mohler. :: STIRNER


2 LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 17.02.18 EL NORTE DE CASTILLA

Caligrafías del amor E

l amor no está de moda. O tal vez sí, y lo que no está de moda es la pareja. O tal vez la pareja sí, pero lo que en verdad no está de moda es la pareja clásica, la estable, la convencional... O a lo mejor también, y lo que pasa es que

el así llamado amor eterno vive al margen de los wasaps y de los tuits. Vive, de alguna manera, en blanco y negro: como las grandes historias de amor de las grandes parejas del siglo XX. Quién puede decirlo. «Del amor no se sabe nada. Es misterioso y divino, tirá-

nico y vulgar, poderoso y mínimo», escribe Pablo Méndez (Madrid, 1975) en ‘Parejas por dentro’, una nueva entrega de su serie de interpretaciones grafológicas que tiene como protagonistas a algunas de las parejas más célebres de la pasada centuria.

Salvador Dalí y Gala, a bordo del ‘Normandie’, rumbo a Nueva York. :: EL NORTE

Amores y desamores, pasiones y decepciones, traiciones, obsesiones, tragedias, ternuras y aburrimientos... La historia y la leyenda interpretadas a través de la escritura, como una parte esencial de la personalidad de los amantes. Nada de pequeños hombres o

CARLOS AGANZO

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mujeres escondidos detrás de grandes mujeres o de grandes hombres. Nada de amores ocultos, prohibidos o secretos. Más bien choques de estrellas: historias de amor entre seres fulgurantes. A veces complementarios, a veces completamente distintos, a veces tan parecidos entre sí que la historia de amor terminó en suicidio. O en suicidios. Diez parejas en total, cada una con su propia caligrafía. Humphrey Bogart y Lauren Bacall: el maduro de vuelta de todo y la joven intrépida que tan bien sabía el terreno que pisaba, y que se convirtió en su compañera en los años más difíciles de la vida. Ava Gardner y Frank Sinatra, estrellas deslumbrantes y corazones rotos a tiempo parcial; separados y juntos hasta el fin de sus días. Juan Domingo y Eva Perón, duelo de titanes, de ídolos de multitudes. Parejas de caracteres radicalmente diferentes, como la formada por Don Juan Carlos y Doña Sofía, Reyes de España: acción frente a solemnidad. Parejas en las que él puso mucho más que ella, como la historia de la obsesión de John Lennon por Yoko Ono. Parejas de compañeros de oficio, o de arte, en las que el paso de los años ha terminado colocando a ellas por encima de ellos, a pesar de que en su tiempo fuera al revés: Frida Kahlo y Diego Rivera, Sylvia Plath y Ted Hughes. Quizás porque el dolor o la locura al final terminan siendo mucho más populares que el éxito, la fama o la gloria del momento. Algo parecido a lo que ha sucedido con la revalorización de la figura de Simone de Beauvoir –quien hizo de la contradicción «una brillante y sutil forma de vida»–, sobre la del mismísimo Jean-Paul Sartre, «recto y sublime» hasta el fin de sus días. Casi como esas soledades que se reconocen y se reverencian, que es en lo que Rainer Maria Rilke decía que debía consistir el amor... También extrañas y controvertidas parejas, obsesivas y ansiolíticas, como la que formaron Woody Allen y Mia Farrow, cada uno en su casa y los niños en la de todos. Y una larga serie de denuncias en los juzgados que todavía no han terminado de producir escándalo... Y parejas y algo más, como en el caso de Salvador Dalí, donde el grafólogo analiza, junto a su escritura, la de su esposa, Gala, y la de su compañero de aventuras Federico García Lorca, que vivió su

particular pasión amorosa por el pintor en los años de la Residencia de Estudiantes. Frente a la letra pictórica, artística, de Federico, la caligrafía encogida y temerosa de Salvador, un tímido que recurrió a la extravagancia para tratar de superar sus carencias personales. Y al lado de los dos, la letra práctica, efectiva, de Gala Dalí, amante, secretaria y enfermera perpetua del genio. Como revela la grafología: «Dalí no necesitaba una mujer que le admirara, tampoco que tratara de entenderle, de estudiarle ni mucho menos de controlarle, necesitaba alguien capaz de acercarle al mundo». Y eso fue exactamente lo que ocurrió. Textos autógrafos y fotografías completan este libro que repasa algunas de las historias de amor que llegaron hasta las portadas de periódicos y revistas de todo el mundo. «Un hombre y una mujer extraordinarios –escribe Pablo Méndez– hacen una letra extraordinaria. Su talento les ha hecho únicos, irrepetibles, pero en el amor todos somos iguales y sus dudas, su dolor, su soledad, su nostalgia es la nuestra».

PAREJAS POR DENTRO Pablo Méndez. Ediciones Vitrubio. Madrid, 2017. 310 páginas.

«Dalí no necesitaba una mujer que le admirara, tampoco que tratara de estudiarle ni mucho menos de controlarle» El tiempo ha colocado a Frida Kahlo, Sylvia Plath o Simone de Beauvoir por encima del éxito de sus parejas en su tiempo


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Hobbes por J. M. Wright.

El filósofo y escritor británico Bertrand Russell. :: EL NORTE

Kant.

Nietzsche según Munch.

Ludwig Wittgenstein. :: EL NORTE

Los nuevos métodos de divulgación de filosofía, empapados de humor cómplice y sátira inteligente, resultan coherentes con los estudios sobre la risa de los grandes eruditos a lo largo de la Historia

Gansadas de ilustres sabios C

arlos llega al encuentro de sus amigos con novedades sobre el fin de semana: el pasado sábado, de fiesta, conoció a una sensual y atractiva universitaria con la que surgió el flechazo. Y es que los dos comparten una misma pasión: la filosofía. Después de despejar las dudas en torno a su compatibilidad como pareja –es decir, si ambos son tomistas o aristotélicos–, se enfrascan en una apasionante charla de flirteo donde tienen cabida la antropología, el estructuralismo o la epistemología. Pero, ¡ay!, el romance no tiene final feliz, y las diferencias entre ambos pronto se tornan abismales: ella se confiesa una ferviente acólita de Wittgenstein, mientras que él resulta ser un denodado antiformalista. Sin embargo, esto no es lo peor, y es que los amigos de Carlos no terminan de entender una sola palabra de lo que este les cuenta, y a cada nuevo detalle del relato se muestran progresivamente

más convencidos de que su amigo, en realidad, disfraza a través de este rebuscado lenguaje un encuentro de índole más tórrida. «Hablando de Marcuse, Spengler y Lacan, llegamos a Erasmo de Rotterdam», enumera Carlos. «Los jóvenes se aman con tanto entusiasmo», interpreta Daniel, un tanto desconcertado; «que solo con hablar ya llegan al ‘Erasmo’». Esta historia, fruto de la cumbia epistemológica ‘Dilema de amor’ de Les Luthiers, es solo una de las últimas manifestaciones a través de las cuales se envuelve, en humor, una serie de conceptos y contenidos filosóficos sesudos, en un principio reservados a una élite universitaria o con estudios avanzados, y se presentan inteligibles al alcance del más lego; a través del mecanismo más popular y democratizador que hay para el ser humano: la risa misma. El concepto de la risa ha sido también paradójicamente motivo de estudio de estos grandes eruditos. Platón la re-

SAMUEL REGUEIRA

FILOSOFÍA y HUMOR

Hobbes dio a entender en ‘Leviatán’ el papel de relevancia que desempeñan, a través de las carcajadas, los roles de poder

laciona con el desprecio; Aristóteles, con la deformidad del rostro y la mueca del simio –un detalle que rescata, desde un punto de vista teológico, el personaje de Jorge de Burgos en la novela ‘El nombre de la rosa’ de Umberto Eco–. Kant llegó a definirla como «una espera que súbitamente se resuelve en nada». Voltaire y Diderot la utilizan con frecuencia en sus sátiras, y Nietzsche le atribuye un carácter catártico. Russell, como años atrás Hume, se sirve de ella una vez sí y otra también, y al ya mencionado Wittgenstein se le atribuye la frase «Una obra filosófica seria debería estar compuesta enteramente de chistes». Incluso Freud cuenta con todo un volumen en torno a ‘El chiste y su relación con lo inconsciente’. Sin embargo, una de las perspectivas más interesantes es la de Hobbes, quien en ‘Leviatán’ da a entender el papel de relevancia que desempeñan, a través de la carcajada, los roles de poder. Este análisis, según el cual

la risa es un gesto de superioridad de una persona con respecto a otra –la burlada–, se torna mucho más interesante una vez se aplica al momento actual, no solo desde el momento en que la viñeta de un periódico –propiedad como pocas del ciudadano de la calle, que se asoma a la ventana de políticos y gobernantes de su país y su planeta– caricaturiza a estos poderosos y los despoja, aunque sea momentáneamente, de esa superioridad que les da su pedestal y su estatus; también en el debate, más viejo que nuevo, que vincula la libertad de expresión con la de crítica social en el hoy tan de moda delito de odio, según el cual muchos artistas, activistas y opinantes todoterreno se enfrentan a multas y penas de cárcel por hacer mofa de ciertas instituciones y estamentos que otrora se considerarían intocables.

El bufón ilustrado Pero si hablamos de clasismo, poco rezuma más gusto por

la flor y la nata que el intelectual y el académico, y nada resulta, por ello, más tentador que el hecho de mostrarles como bufones que, si bien con sus ciertas dosis de sabiduría, son capaces de, en ocasiones, dejarse seducir por las bajas pasiones como las bromas o las observaciones agudas y maliciosas en torno a quienes les rodean. Célebres son las anécdotas en torno a Diógenes de Sinope y Alejandro Magno, desde aquella en la que el rey de Macedonia le ofrece concederle cualquier cosa que el filósofo requiera –«Apártate, que me tapas el sol», responde este– o en la que el monarca le pregunta al erudito por qué no le teme. Este le responde, como el mejor Sócrates, con otra cuestión: «¿Es Alejandro un buen o un mal hombre?». «Un buen hombre, naturalmente», repone El Magno. «Entonces –remata el erudito–, ¿por qué habría de temerle?» El en ocasiones arrogante desparpajo que se achaca a estas figuras

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‘El tesoro enterrado’, adaptación al castellano de la tira original de la serie ‘Existential Comics’, cuyo autor es Corey Mohler. :: STIRNER

–en obras tan recomendables como ‘Filosofía para bufones’, de Pedro González Calero– entronca, por una parte, con esa nueva imagen del genio incapaz de la más mínima cortesía social, una especie de descompensación que, a ojos del nada sobresaliente lector, le ayuda a justificar y, en parte, sobrellevar su propia mediocridad. Pero, por otra, despojar a estas mentes preclaras del pedigrí que grandes maestros y la Historia misma les ha ido imponiendo a lo largo de los años resulta un ejercicio de lo más saludable, tanto por democratizar una vez más su figura y su legado como para ayudarnos a empatizar con sus ideas, sus neuras y, sobre todo, asimilar la filosofía desde un sentido más cercano y más práctico que como se nos ha inculcado tradicionalmente. Es una manera radical y rompedora de inculcar estas elevadas ideas, casi como elevar a debate metafísico el mítico «Van dos y se cae el del medio». Notablemente duchos en esta vertiente son los autores Thomas Cathcart y Daniel Klein, que a lo largo de su obra ‘Platón y un ornitorrinco entran en un bar’ se sirven de distintos chistes para explicar la filosofía social política o del lenguaje; la relatividad, la lógica o la ética. Para ilustrar el concepto de virtud platónica, parten de la historia de un profesor al que un ángel le ofrece uno de entre tres dones: belleza, sabiduría o diez millones de dólares. Inmediatamente, el hombre opta por la sabiduría. Después de una luminosa transformación, reaparece con la mirada fija en la mesa ante sus atónitos colegas. Al cabo de un instante, uno de ellos le susurra que diga algo, a lo que este responde: «Debí haber pedido el dinero». Otra apuesta de interés pasa por los ‘Cómics existenciales’ de Corey Mohler, donde los filósofos juegan al Monopoly, debaten sobre las propinas o tratan de encontrar pareja, fieles a sus dogmas. Naturalmente, los nuevos filósofos se han empapado del humor de igual manera que grandes humoristas destilan filosofía. Los aforismos de Groucho Marx, Woody Allen o los Monty Python rivalizan así con las irreverencias de Slavoj Žižek (recogidas en ‘Mis chistes, mi filosofía’), Jarosinski (‘Nein. Un manifiesto’) y Roxanne Gay (‘Mala feminista’). Porque el humor democratiza, pero también cohesiona a una sociedad cada vez más individualizada. Y porque el chiste, como dice Noël Carroll, «es un relato que exige una implicación interpretativa por parte del oyente». Como cualquier otro discurso filosófico.


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Busto de Aristóteles hallado en la Acrópolis de Atenas. :: ALK HOREMI-EFE

Busto de Platón, copia romana (siglo IV) de un original griego. :: EL NORTE

Caverna mítica, cavernícolas reales :: RAFAEL VEGA

P

uede que esta idea sea tan peregrina y absurda como el que la suscribe, pero quienes nos valemos de una inteligencia más intuitiva que analítica no podemos sino movernos por el mundo a golpe de ocurrencia. Y a mí, en más de una ocasión, desde que tuve conocimiento de ambos protagonistas en la historia del pensamiento, se me ocurrió que si Aristóteles no hizo público su sistema filosófico hasta después de la muerte de Platón no fue por falta de ganas, o por tenerlo sin hilvanes, o por miedo a la rebatida certera e implacable que podía llegar a propinarle su maestro, sino por no acabar tarifando y dándole un disgusto. Para ello hay que imaginarse al buen Aristóteles, de joven, escuchando a un taciturno Platón mientras recuerda

las burlas que Aristófanes arremetió contra su querido maestro en particular, y contra todos los sofistas en general, a través de su obra ‘Las nubes’, para aseverar amargamente, con la mirada perdida, que la risa es una hija de la grandísima malicia. «Ante todo, un respeto», se diría Aristóteles mientras tanto: «¿Qué ganaríamos ambos, empeñados en un duelo académico del que sólo habrá de quedar uno, risueño y en pie –puede que ni siquiera entero–, frente a otro vencido y humillado o, peor aún, airado e irredento, farfullando con el puño en alto que nos veremos de aquí a la eternidad en un sinfín de encontronazos dialécticos?» Acaso barruntara todo esto mientras contemplaba con afecto la sonrisa serena y absorta del idealismo tántrico reflejada en el rostro de su maestro. Porque, aunque Aristóteles también cre-

FILOSOFÍA y HUMOR

La hermosa evolución social que fue capaz de sostener este humor crítico contra los errores de la sociedad ha sufrido una regresión pueril y lamentable

yera, como Platón, que la risa podía llegar a ser hija adoptiva de la malicia en según qué circunstancias, sabía muy bien que es y será siempre hija legítima y primogénita de la superioridad, tal y como dejó sugerido en su Poética. Si bien, a lo largo de la historia, porque de antes poco puede documentarse, esta idea ha experimentado cierta evolución: De esa superioridad primaria y silvestre, referida por Aristóteles, para quien la comedia había de ser fruto de la mímesis de la vulgaridad sostenida por personas de baja estofa, a esa otra que al fin lograra, con el tiempo, matizarse convenientemente y ser, sobre todo, moral; una superioridad que pasará de los ricos a los pobres, de los caudillos a los ciudadanos, de los avaros a los generosos. Así que el objeto de burla por su estofa lamentable apunta ahora a la clase política más hipócri-

ta, ignorante y cobarde; a la empresarial y financiera, codiciosa e inhumana; incluso a la masa social entontecida, perezosa y dócil que todos conformamos. Sin embargo, a esta primaria superioridad –tan humana como simiesca– habría que añadir una sofisticada añagaza, intelectualmente exquisita y tan clásica como la aseveración aristotélica: no ha habido cénit social que no se haya servido de bufones para dejarse ridiculizar. La sofisticación ha sido capaz de comprender que la burla puede ser primariamente ofensiva si sólo atendemos a su superioridad, pero es tambien una crítica certera de la que pueden extraerse no pocas enseñanzas si se acepta con madurez. Este efecto beneficioso del humor no sólo sobrevivió a la Europa injustamente considerada más oscura, sino que llegaría a liderar algunos gloriosos ca-

pítulos de la crítica social a los estamentos agarrotados. El nacimiento de la prensa abrigó desde el principio la sátira como herramienta imprescindible para combatir la inferioridad moral o ideológica a batir. Y en ello estamos aún, a pesar de que la hermosa evolución social que fue capaz de sostener este humor crítico contra los errores de la sociedad ha sufrido una regresión pueril y lamentable. Si por siglos nos hemos reído de quienes se ofenden por su incapacidad intelectual de reírse de sí mismos, como un rey con su bufón, y aprovechar la lectura sabia que el humor propina, hay de últimas una querencia endémica a sentirse ofendido y a exigir reparación que acabará confiscándonos en la celda más cutre y abyecta de nuestra mente colectiva; cosa que no dejará jamás de ser una platónica pena y una aristotélica memez.


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FILOSOFÍA y HUMOR

Woody Allen, en ‘La última noche de Boris Grushenkho’.

Aquellos filósofos y sus locos teoremas: de Guillermo de Ockham a Woody Allen

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a lo dijo Hegel en La fenomenología del espíritu: «La filosofía es el mundo al revés». Y aunque esta disciplina, a la que el sistema educativo de los últimos gobiernos del PSOE y del PP ha hecho saltar por los aires, mantiene que la verdad se alcanza con la razón y la experiencia, lo cierto es que su historia está jalonada de situaciones surrealistas y absurdas que, contempladas desde la atalaya del siglo XXI, nos hacen esbozar más de una sonrisa. Comencemos por el franciscano Guillermo de Ockham (1285-1349), quien tras afirmar que Dios escapa a nuestro conocimiento racional, con su ‘pluralitas non est ponenda sine necessitate’– las cosas esenciales no se deben

complicar sin necesidad– marcó un antes y un después en la historia del pensamiento y nos gastó la pesada ‘broma’ de separar por primera vez la fe de la razón y de afirmar que la Iglesia ha de dedicarse a los asuntos de fe, y el Estado, a gobernar. No fue ejecutado por la Inquisición en la hoguera, sino que la peste negra, esa justiciera medieval, se lo llevó por delante hasta que Umberto Eco lo resucitó para su novela de ‘El nombre de la rosa’ (1980) en el personaje de fray Guillermo de Baskerville y su apasionante controversia sobre Cristo, los santos y ese doblarse de la risa o no de los protagonistas de los Evangelios: «San Mauro en pleno martirio, mientras su cuerpo hervía, le dijo al sultán que el agua estaba fría, el verdugo metió la mano en la

DAVID FELIPE ARRANZ

Pico della Mirandola fue el inventor de la idea tan supuestamente moderna de la alianza de civilizaciones

bañera y se la escaldó». Con su enunciado de la ‘navaja’ –en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable– le rasuró las barbas a Santo Tomás de Aquino y a toda la escolástica. El superdotado Pico della Mirandola –aún en Italia se dice ‘avere una memoria di Pico’– fue el inventor de la palabra ‘humanismo’ y de la idea tan supuestamente moderna de la alianza de civilizaciones. Para el filósofo existen muchos puntos en común entre los cristianos, los judíos y los musulmanes y su propuesta de organizar un Concilio Universal en Roma con filósofos y teólogos judíos, musulmanes, paganos, cristianos, magos y adivinos fue poco afortunada y que al papa Inocencio VIII, ferviente creyente

en la magia negra e impulsor del Martillo de herejes, manual escrito por los inquisidores Heinrich Kramer y Jakob Sprenger para torturar brujas seductoras y donjuanes judaizantes, no le hizo ninguna gracia. El ‘herético’ Pico della Mirandola, inventor del humanismo, fue excomulgado, huyó primero a Francia y después a Florencia, donde terminó en manos del fanático Savonarola e ingresó en la orden de los dominicos. Y él, el generador de todo un movimiento de pensamiento, acabó envenenado por Piero de Medici por sus anteriores escarceos amorosos con alguna mujer de la familia. Quien mejor describió el humanismo renacentista fue Orson Welles; en ‘El tercer hombre’ (1949), de Carol Reed, el contrabandista Harry Lime, al que da vida el genio del cine, le comenta a su amigo, el escritor Holly Martins (Joseph Cotten): «En Italia, en treinta años de dominación de los Borgia, hubo guerras, matanzas, asesinatos… Pero también Miguel Ángel, Leonardo y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron quinientos años de amor, democra-

cia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? ¡El reloj de cuco!». No fue exactamente como lo describe Welles porque en Ginebra el protestante Calvino torturó y quemó en la hoguera a nuestro Miguel Servet, el aragonés que descubrió la circulación de la sangre a través de los pulmones, y persiguió a Sébastien Châteillon por publicar unos comentarios al ‘Cantar de los cantares’, solo que fue más hábil que el científico español y pudo escapar para escribir algunas de las frases más brillantes de la historia de los derechos humanos y de las libertades del hombre, que tienen plena vigencia en el siglo XXI: «Matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre». Y lo podría haber dicho el mismísimo Woody Allen de ‘La última noche de Boris Grushenkho’ (1975), donde encarna a aquel pacifista convencido convertido por esas ironías del destino en héroe de guerra de la Francia napoleónica… con la diferencia de que al cineasta de Brooklyn, el último filósofo de los locos teoremas, el movimiento #MeToo ha logrado que ya no le dejen hacer películas. De risa.


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El ridículo E

l sentido del ridículo no es un signo de timidez, como creemos, sino de inteligencia y reflexión. Esto se puede sostener tanto en referencia al ridículo propio como al ridículo que nace del contagio, de la vergüenza ajena. Ahora bien, para sentir el ridículo en las entrañas y temerlo reverencialmente, hay que haber comprendido antes que la risa es una forma de conocimiento específico, una forma apoteósica, precisa y difícil de invalidar. La risa que nos endosan los demás es un

argumento aplastante que nos intimida, desautoriza y, lo que es peor, no admite réplica. Al fin y al cabo, no es tan seguro como suponemos que la filosofía occidental naciera del deseo de saber y no precisamente del ridículo. Baste recordar a estos efectos una confrontación filosófica muy lejana, de valor fundacional, la que enfrentó a Demócrito y Heráclito en la Antigüedad. No fueron sus ideas sobre la naturaleza, el alma o la sociedad el motivo de sus diferencias sino el hecho de que uno reía de continuo mientras que

el otro no paraba de llorar. Eso es lo esencial. Ese es el lugar privilegiado que ocupa la risa en la historia del debate filosófico. Convocado por los ciudadanos de Abdera, alarmados por las risotadas de su más egregio vecino, Hipócrates visitó a Demócrito y dictaminó que su alocada risa era la propia de un cuerdo, la del más sabio y reflexivo de la ciudad. La risa es filosofía, es conocimiento, es, pese a todo, seriedad. Un hombre ridículo, en cambio, es un hombre sin sentido del ridículo. El que tiene sentido del ridículo no es ridículo en absoluto, ni puede serlo. Al revés, es alguien que si ríe lo hace para proclamar la verdad, para aceptarla y para comunicarla al resto de esa manera tan avergonzada. Pero, a la vez, es el que más

Sean Connery y Christian Slater, en una escena de ‘El nombre de la rosa’.

Fotograma de ‘La vida de Brian’, de los Monty Python.

FERNANDO COLINA

La risa, cuando no proviene de la simple alegría o del desprecio, nace de un descubrimiento

teme la risa de otro, porque siente que tras ella hay una verdad que se le escapa y huye de su juicio con facilidad. Cree que el otro le conoce mejor que él mismo y que por ello se ríe él por su torpeza y oscuridad. Lo que nos hace reír ante el ridículo es la ruptura del sentido o la aparición de un sentido inesperado. Voy caminando, resbalo, y tras dar varios traspiés acabo cayendo en un charco. Pasado un momento de susto y desconcierto, mi acompañante suelta la temida carcajada. He perdido el sentido de la marcha, su continuidad, y el espectador encuentra un inesperado sentido en mi tropiezo. La risa, cuando no proviene de la simple alegría o del desprecio, nace de un descubrimiento, de la impresión que nos

Joseph Cotten y Orson Welles, en ‘El tercer hombre’.

causa lo insólito cuando nos acomete e interrumpe la lógica de los hechos. Si la risa de la locura es legendaria, se lo debemos precisamente a la capacidad del loco para encontrar un sentido oculto en todo cuanto observa. El loco siente los significados cambiados, lo que le mueve a risa, pero también presiente la verdad que subyace debajo de nuestros pobres razonamientos, lo que le causa una hilaridad sin cuento. Si fuera acertada la opinión de Bataille, acerca de que la risa es una respuesta a lo imposible, nada sería más risible que la impotencia y el ridículo que mostramos ante un loco y su pensamiento. La locura, la risa, el ridículo y la filosofía son cuatro versiones distintas de la misma realidad y los mismos miedos.


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Nicanor Parra

La repercusión de la obra de este gigante de las letras hispánicas es cada vez más patente, más intensa

Atreverse a soñar L

a larga trayectoria poética de Nicanor Parra (Chillán, Chile, 1914) se ha desarrollado en una extensa vida que se ha visto siempre culminada en el poema, en la escritura lírica y profunda de cada una de sus obras. Su muerte reciente nos deja, una vez más, el aleteo de la escritura como testamento de belleza y de hondura, de misterio y de fruto poético. El poeta chileno se sintió siempre unido a la gran tradición literaria española, a la inicial Araucana del gran Alonso de Ercilla, en el episodio histórico en el que los rebeldes de Arauco se levantan contra los españoles en el siglo XVI, y en ese momento se impone una estética que se alejaba de la poesía chilena comprometida con el magisterio de Neruda o con la poeta premio Nobel Gabriela Mistral, tan influyentes en el devenir de la escritura del país hispanoamericano. Nicanor Parra se siente más próximo a la cultura clásica, la fuente en la que bebe en las aguas renovadoras de poetas como Catulo o escritores alejados del canon más tradicional, buscando en la poesía la manera de deshacer el entramado consabido y dual de la poesía aburguesada o la puramente combativa. La forma con la que el poeta afronta la escritura es de una radical independencia de cualquier fuerza que quiera atraerle hasta el centro de sus actitudes más convencionales. El poeta chileno supone una gran potencia creadora, uno de esos poderosos sistemas de escritura y de búsqueda, bases en las que se asienta su gran poder expresivo, su enorme originalidad, su papel iniciático de hombre comprometido y portador de una lírica plena de renovación y de fuerza. Nicanor Parra, porque ha vivido mucho y porque ha es-

crito con entusiasmo todos sus libros, es el poeta al que hay que acudir para saber lo que significa la poesía en castellano escrita en América en el siglo XX, para perseguir al hombre que supo remover los orígenes de la escritura en los momentos más complejos de la reciente historia, siendo el último gran vanguardista de la literatura poética que agilizó la ruptura con los antecedentes más inmovilizadores de la creación, apostando por la antipoesía que reflejó en toda su escritura, alzándose como un maestro de la ruptura y de la renovación, de la búsqueda del lector nuevo, capaz de terminar con la conciencia elitista sagrada de lo poético. Nicanor Parra consigue con sus propuestas reflejarnos la condición contemporánea de la poesía, hallada en sus moldes tan difusos y enfrentados que van desde el surrealismo y el realismo más cotidiano, hasta la percepción de una poética de lo sorprendente, de lo caótico, de lo extremoso y de lo inimaginable: «Se reparte jamón a domicilio/¿Puede verse la hora en una flor?.../Los funerales solo dejan deudas: / Júpiter eyacula sobre Leda…/», una poesía como perfilada a golpes de emoción y de expectante sorpresa frente a la vida. Con el poeta chileno, según algunos críticos de su obra, se inició un proceso democratizador de la poesía, un descenso a la tierra que pisamos cotidianamente, procurando acercarse al lector, hacerle partícipe, alejándose de esas nubes incapaces de atrapar la vida, huyendo de esos limbos que solo son habitados por los elegidos y que al final se disuelven en humo. Surge con él un lector habitual, un hermano en la palabra, una invisible fuerza de convencimiento y de cercanía. Nunca estuvo el lector de poesía más abierto a la dosis

Nicanor Parra. :: MARIO RUIZ-EFE

GALERÍAS JOSÉ MARÍA MUÑOZ QUIRÓS

de luz de un poeta, a su universo de náufrago en las aguas transparentes del vivir y de los registros múltiples que maneja en sus textos fragmentados y aparentemente inconexos, donde se asienta el hombre profundamente preocupado por los demás hombres, por acercarse y por entrar en tremenda contradicción con el absurdo mundo en el que viven. El poeta estudió en Estados Unidos e Inglaterra las materias que más tarde enseñará en la Universidad de Chile, la Mecánica racional y los principios de Indeterminación y de Relatividad. Estos conocimientos producirán en la visión del mundo de Nicanor Parra una fusión de enorme interés entre dos fuerzas opuestas, dos elementos que en sus fundamentos de escritor se abrazan con tensión y con equilibrio: la ciencia y la literatura. Estas materias enriquecieron al poeta con la entrada y la presencia en su cosmovisión, datándola de una mirada de complicidad mucho más acu-

sada, con más capacidad crítica, alzando su observación sobre el mundo que le rodea, cuestionando todo el escalafón de valores ya apolillados y devaluados en su escala de criterios existenciales: las raíces del status quo, la falsedad social, política y religiosa. Para el poeta la física nos enseña que es muy difícil hacer aseveraciones tajantes, que el terreno que pisamos es muy débil: «Yo, entonces, he pensado que esos principios de relatividad e indeterminación hay que llevarlos al campo de la política, de la cultura, de la literatura y de la sociología…». Desde este planteamiento, la postura vital del poeta no es como la de sus colegas en la poesía, no convive con verdades totales, sino que nunca dicta soluciones alternativas. No es una poética que ofrezca caminos determinados, sino que se centra en las opciones en libertad, ofreciendo siempre un amplio abanico de posibilidades. Esto le sitúa en un inconformista pleno, en una voz que se escapa

de cualquier encuadre posible, de toda referencia. La realidad trágica de un mundo enfrentado a la destrucción crea una conciencia estética en Nicanor Parra que le aproxima a la ecología, al sostenimiento de un mundo en peligro, a la mirada preocupada por la fragmentación de la vida. Y desde este concienciarse tan profundo dice: «Ni socialista ni capitalista/ sino todo lo contrario:/ ecologista…», y encuentra en esta postura una voz capaz de gritar alto y fuerte, de volcar su temor en el poema, y lo hace desde una capacidad humorística que le emparienta con los grandes poetas españoles que en el Siglo de Oro la utilizaron para desenmascarar la mentira, el abandono, la deslealtad y la impostura. La gran poesía de Nicanor Parra, la que sabe beber de las palabras que la cultura del pueblo le regala, afronta en sus poemas el universo de la infancia, de la proximidad emocional, de lo telúrico y la estrictamente oral, si bien sabe fusionar estas tendencias con un enorme conocimiento y un saber profundo. La repercusión de la obra de este gigante de las letras hispánicas es cada vez más patente, más intensa; es una voz necesaria para que la poesía se asiente en los arrabales de la conciencia, haga pie en los lodazales de la cultura, se alimente de incrédulos sorbos de hiel. Las palabras siempre encuentran en este gran poeta su estado perfecto, el momento en el que deben surgir de la cáscara artificiosa de la mentira y de la inutilidad. El antipoema se ha encerrado en nuestro oído con toda la gravedad con la que se creó y se realizó desde la mirada de este escritor chileno. A partir de ahora habitamos en esa referencia ya incuestionable y sobrevolamos la lealtad con que ha sido escrita, con la que un hombre como Nicanor Parra ha dedicado su existencia a encauzar la identidad del hombre en la condición más humana y más auténtica: «Uno aprecia la dicha verdadera,/ cuando la imaginamos más lejana/ es justamente cuando está más cerca».


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COMIENZOS DE PELÍCULA

Vuelo ‘El halcón maltés’

Filme de John Huston (1941)

LUIS MARIGÓMEZ

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l hijo del actor Walter Huston llevó una infancia y juventud complicadas, viviendo en distintas partes de Estados Unidos y sin un perfil claro de lo que quería hacer de adulto. Durante un tiempo quiso ser boxeador y parece que no se le daba mal. Después de muchos tumbos, con una temporada como periodista de sucesos incluida, y algunos pinitos como actor, empezó a escribir guiones en Hollywood. Aquello funcionaba. Consiguió que le dejaran dirigir una película de serie B que había escrito él. Ya se había llevado a la pantalla la novela del mismo nombre dos veces, sin resultados destacables, financieros o artísticos. Él estaba convencido de que la prosa de frases cortas, cortantes y contundentes de Dashiell Hammett se había echado a perder en los intentos anteriores y que él podía hacerlo bastante mejor. Se dice que ‘El halcón maltés’ es la primera película de cine negro. Desde principios de los años 30 el mundo del hampa americano había sido representado en distintas ocasiones, pero esos filmes ahora parecen demasiado simples, es como si carecieran de una tercera dimensión que diese cuerpo a sus tramas y personajes. Humphrey Bogart acababa de hacer de malo en ‘El último refugio’ (Raoul Walsh, 1941) escenificando un guión escrito por Huston con W. R. Burnett. Era un actor de reparto que empezaba a envejecer sin encontrar su hueco. Por primera vez, consiguió hacer de protagonista encarnando a Sam Spade, el detective descreído, algo cínico pero honrado en el fondo, duro para pegar y para recibir golpes de cualquier tipo… Y marcó las bases de un personaje que, con distintas variantes, representó el resto de su carrera, ya como estrella. Mary Astor, la chica, ya era bien conocida por los espectadores. Aquí hace de mujer fatal, un papel que viene desde Lady Macbeth, quizá desde Eva. Es la tentación, el deseo y el mal, y esa ambivalen-

Humphrey Bogart, Sydney Greenstreet, Peter Lorre y Mary Astor, en una secuencia de ‘El halcón maltés’. cia ha de mantenerse durante todo el relato. Peter Lorre es el secundario, no muy listo, que lleva un mundo oscuro detrás, con sus rizos, sus ojos saltones que a la vez expresan y dan miedo, y su corta estatura, siempre hizo papeles parecidos. Volverá a vérsele en ‘Casablanca’ (Michael Curtiz,1942), donde también repetiría Sydney Greenstreet, el gordo que maquina todo, en su primera aparición cinematográfica, después de una reputada carrera teatral. Ya no hay buenos y malos de una pieza en los personajes principales. Sam Spade apenas parpadea cuando matan a su socio y maneja la trama, cuando no es manejado por otros, con pocas más perspectivas que las de sobrevivir en un mundo lleno de fango. Puede que esa sea la dimensión que añade ‘El halcón maltés’ al cine de policías y ladro-

nes para convertirse en principio del cine negro. La palabra (y los silencios) ofrecen unos recursos que las ‘silent movies’ no tenían y aparecen unas posibilidades que acercan el espectáculo a los sobreentendidos y complicaciones que ha habido en la escena desde Shakespeare, quizá desde la Grecia clásica. El pájaro, el halcón, no es más que la excusa para que el relato se ponga en marcha. Huston sabía que debía emplearse a fondo para conseguir afianzarse en el puesto de director y preparó el rodaje con particular cuidado. Hizo un ‘story board’, algo que no era habitual entonces y siguió el consejo de su productor, «ten presente que cada escena, cuando la ruedes, es la escena más importante de la película.» En algunos planos situó la cámara algo por debajo de lo habitual, lo que con-

fería cierto tono heroico a los personajes. Incluso se atrevió con un complejo plano-secuencia al final. Podía haber sido el primer baldón de una carrera de primer orden, pero para Huston su vida, sus lances, eran más importantes. Al lado de películas imprescindibles, como ‘El tesoro de Sierra Madre’(1948), ‘La reina de África’ (1951), las dos con Humprey Bogart, ‘La noche de la iguana’ (1964), ‘Paseo por el

Sam Spade apenas parpadea cuando matan a su socio y maneja la trama cuando no es manejado por otros

amor y la muerte’ (1969), ‘Fat City’ (1972), ‘Sangre sabia’ (1979) y su testamento, ‘Los muertos’ (1987), aparecen filmes alimenticios rodados con desinterés y otras piezas que no llegaron a dónde él se proponía. Hay algunas características que marcan su obra desde este principio, por ejemplo, su capacidad de lector. Elaboró buena parte de sus guiones a partir de textos previos, importantes en sí mismos, con ambiciones desmedidas a veces. Intentar poner en la pantalla ‘Moby Dick’ (1956) o ‘Bajo el volcán’ (1984) es ir de cabeza al fracaso, si no eres un genio. Y Huston no lo fue siempre. Otro aspecto que unifica su obra fue el gusto por la aventura, en facetas muy distintas. Empezó con detectives y gánsteres, siguió con buscadores de oro; se acercó, con bastante descreimiento, a las

misiones evangelizadoras en África y dio una vuelta por la Edad media europea y por la India colonial. En todos estos escenarios hay una constante en sus protagonistas. En buena medida fracasan en sus pretensiones. Sobreviven en un mundo hostil y luchan hasta más allá de sus fuerzas por lograr lo que desean, pero raramente lo consiguen. En todo caso, viven experiencias apasionantes, a veces en medio de un entorno mediocre del que nunca logran salir, como en ‘Fat City’ o ‘Los muertos’. Hay una mirada aguda, basada en su discernimiento como lector y vividor, capaz de escenificar las abundantes miserias y los escasos éxitos de sus personajes, sin lamentos estériles, que intenta sacar provecho, cierta sabiduría, incluso placer, de las experiencias que narra.


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Sí pero no LOS TRIGALES AZULES ROBERTO RODRÍGUEZ

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xisten un par de silogismos que flotan en el ambiente artístico que, creo, conducen a sendos sofismas; peligrosos sofismas que, veces hay, hacen pasar obras prescindibles –esto, lo de prescindibles, léase como un eufemismo por tremebundas o inanes birrias– por obras magníficas reservadas para los paladares más finos y perspicaces. El primer silogismo echa mano de una realidad indiscutible: muchas obras que unánimemente consideramos maestras, en su tiempo, cuando vieron la luz, fueron arrinconadas ipso facto, siendo frecuente el caso del artista que murió en la indigencia porque los frutos de su imaginación eran incomprendidos por sus coetáneos. El ejemplo recurrente es el de Van Gogh, pintor cuya producción pasó sin pena ni gloria hasta después de su muerte, cuando le llegó –a buenas horas mangas verdes– el reconocimiento. Pues bien, hoy el trabajo extravagante de muchos artistas –y no sólo plásticos–, obtiene el beneplácito –¿preventivo?– de los entendidos en la materia; y el personal ante, por ejemplo, un lienzo sin una sola pincelada coherente, una instalación que tanto se asemeja a un repugnante vertedero o una composición musical sin música –pienso en los ‘4’33’’’ de John Cage–, se pone estupendo y pronuncia un panegírico de la obra en cuestión, aunque el personal, para sus adentros, murmura que qué diablos significa aquello que le conmueve lo mismito que la contemplación de un insípido pedrusco; no obstante, se dice que si, antaño, otros artistas, en su época, fueron marginados para mucho después ser sinceramente aplaudidos, por qué no adelantarse a la ovación que, por la mis-

ma regla de tres, en un futuro recogerán estos. Además, ya los entendidos en la materia los alaban empleando su lenguaje críptico –o sea, en chino mandarín–. Pintores como Caravaggio, Manet o John Singer Sargent escandalizaron a la sociedad con algunas de sus obras. Varias óperas, cuando fueron estrenadas, provocaron que los espectadores que las presenciaban se persignaran ante lo que veían. Ahí están ‘Carmen’ de Bizet o ‘La Traviata’ de Verdi. ¿Obras literarias que, censuradas en su época, las juzgamos actualmente apropiadas para nuestros chavales? Decenas. Cientos. Como las pinturas de aquéllos; como las representaciones musicales de los otros. Ahora quién, pongamos por caso, se horrorizaría ante el descarnado realismo del genio milanés o pondría el grito en el cielo porque una prostituta, como es la Violetta verdiana, protagonizase un libreto. Nadie. Entonces –y aquí viene el segundo silogismo– no tiene razón de ser que en nuestros días nos irritemos por el sacrilegio en el arte –como los cometidos por los infames Andrés Serrano y Chris Ofili– o por la repugnante brutalidad sobre las tablas –como el puño introducido por allí por donde la espalda pierde su casto nombre en ‘Mount Olympus. To Glorify the Cult of Tragedy’ de Jan Fabre–. Consiguientemente –no falta el que afirma–, mañana, a lo más pasado mañana, a nadie les ofenderán semejantes desbarres. Mas, siendo como fuere, a los que utilizan cualquiera de estos procesos deductivos les recomiendo –dado que miran hacia atrás para entender el hoy y anticiparse a lo que está por venir– que se recreen en la lectura del relato narrado tanto por Don Juan Manuel como por Hans Cristian Andersen; aquel que cuenta lo de los súbditos que callaban cómo veían a su rey –en cueros, como en realidad estaba– no les fueran a tomar por quienes no eran. O mejor aún: deléitense con otra versión, la del retablo de las maravillas cervantino; esas maravillas que, sin existir, todos decían disfrutar en la función de Chirinos y Chanfalla, y es que los dos pícaros habían advertido que los que no vieran nada eran judíos conversos o hijos bastardos, y el pueblo juraba y perjuraba presenciar lo que no existía no les fueran a tildar de lo uno o lo otro. Sí, un atributo de los clásicos es la atemporalidad de lo que refieren.

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LECTURAS

EL DEBER DE LA MEMORIA Reyes Mate aúna tiempo, historia y pobreza en una reflexión ensayística GONZALO BLANCO

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eyes Mate lleva tiempo aportando luces muy decisivas, desde la meditación filosófica y teológica, al esclarecimiento de nuestro modo de estar en el mundo. Años y libros defendiendo las relaciones entre religión y política, el papel innegociable de la memoria histórica, y el significado del dolor y la pobreza como motores de civilización y de quehacer político Ahora acaba de publicar en Editorial Trotta una obra titulada ‘El tiempo, tribunal de la historia’. Un denso y apasionante ensayo donde confronta dos concepciones sobre el tiempo –la apocalíptica y la gnóstica—en el ámbito de la implantación del cristianismo y de la cultura y civilización a que ha dado lugar dicha implantación. ¿Qué es lo gnóstico y qué es lo apocalíptico? La historia de la Humanidad tuvo un pésimo comienzo. Se inaugura con una transgresión por parte de Adán desobedeciendo el mandato del creador de no comer la fruta del árbol prohibido. Se hacen presentes el mal, el sufrimiento, el fracaso como compañeros de viaje. Empieza la historia propiamente dicha y hace su aparición la muerte –lo más antinatural pensable en el escenario del paraíso– y con ella las preguntas por el tiempo y por el sentido de la vida. Ahora bien, las primeras comunidades cristianas, procedentes en gran parte del antiguo judaísmo, tienen, a medida que corre el calendario, un sentimiento ácido y una pregunta. Tras el acontecimiento de la muerte y resurrección de Jesús de Nazaret el tiempo de la segunda venida del Mesías que traía el final glorioso del mundo y que se había anunciado como inminente no acaba de llegar. Este tiempo apocalíptico caracterizado por su tensión escatológica que ponía a la gente en un estado eufó-

El filósofo Reyes Mate. :: FERNANDO GÓMEZ rico de espera se desinfla. El mal no solo sigue en el mundo sino que aumenta. El mismo San Pablo tiene que rectificar su postura y recriminar a los cristianos en huelga de brazos caídos, obsesionados por la venida inmediata del Señor triunfante de la historia, que hay que dedicarse resueltamente a trabajar y construir el reino de Dios aquí Han pasado veinte largos siglos en esta espera en los que sin desprenderse del todo de connotaciones mesiánicas o apocalípticas, el tiempo cristiano ha sido contaminado por premisas gnósticas. Hoy estamos inmersos en el tiempo de la globalización, en el capitalismo tozudo que genera, según afirma Zygmunt a quien cita Reyes, montones ingentes de basura material («trapos»), pero montones también de residuos humanos, de seres expulsados del sistema, desposeídos de cualquier patrimonio y desalojados de su trabajo. Asistimos al fracaso del tiempo apocalíptico y al apogeo del tiempo gnóstico. Los

escritos de Bloch, Wittgenstein y Barth acentúan esta línea. El tiempo gnóstico coincide con la afirmación acrítica de la ideología del progreso, asumida por la historia cristiana de la salvación. El tiempo gnóstico es inagotable, alienta en su infinitud las posibilidades del progreso. Es un tiempo sin verdaderas novedades, es repetitivo es circular. Es, sobre todo, una ideología catastrófica que banaliza el sufrimiento y lo considera efecto colateral de su propia dinámica. Reyes diagnostica las modernas filosofías de la historia como expresiones

EL TIEMPO, TRIBUNAL DE LA HISTORIA Reyes Mate. Editorial Trotta. Colección: Estructura y Procesos. Serie: Filosofía. Madrid, 2018. 176 páginas.

de tiempo gnóstico. Nos hemos visto abocados a grandes traumas y convulsiones sociales económicas. religiosas y políticas. Aproximadamente cien millones de cadáveres, junto con la destrucción de ciudades habitadas es el saldo de las dos últimas guerras mundiales, ocurridas anteayer. El autor hace alusión al fenómeno Camus, en su admirable integridad moral y su actitud frente al dolor humano, especialmente el de los inocentes. Porque todo lo dicho anteriormente tiene un punto de inflexión llamado Auschwitz, («que divide la historia en un antes y un después y obliga a repensar todo» ) con programas de exterminio que pudieron significar el final absoluto de nuestra condición y de nuestra existencia misma. Ante la impotencia del hombre moderno para hacerse cargo del sufrimiento humano, Reyes insiste en la necesidad de rescatar para hoy el tiempo apocalíptico, «hay que volver a cargar el tiempo real con la dimensión mesiánica». Vivimos un tiempo antiapocalíptico, de aceleración máxima, el tiempo de Internet, de la instantaneidad que niega radicalmente una valoración seria del futuro. Es esencial en este rescate, lo que Reyes llama el giro epistémico. El deber de memoria que nos obliga a pensar no abstrayendo sino metiéndonos en el fondo del sufrimiento humano. Es un planteamiento que relaciona pensamiento con memoria y no con utopía. Hace del pasado fuente y dinamismo, frente a la vaporosidad del futuro como motor. Esta memoria del pasado, este patrimonio del sufrimiento es condición de verdad. Esta es la originalidad del cambio epistémico. No hay verdad fuera de la confrontación del sufrimiento del otro. A esta luz cabe valorar su reflexión de que el principal mal es la pobreza. La pobreza de los pobres causada por la riqueza de los ricos. Vivimos en una historia que, pese a todo, no es circular. Es una elipse que empieza en el primer Adán cuya transgresión introduce el sufrimiento en el mundo y finaliza en el segundo Adán, artífice de la verdadera salvación humana. Entre tanto el tiempo es ante todo tiempo de solidaridad, tiempo de amor al otro.


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ASOCIARSE EN ESPAÑA, UNA LUCHA DE SIGLOS Elena Maza sintetiza en su último libro el discurrir del asociacionismo en la España contemporánea, desde el reinado de Isabel II hasta el cerrojazo franquista ENRIQUE BERZAL

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os españoles se pasan el siglo XIX reclamando el derecho de asociación y el XX intentando ejercitarlo sin demasiado éxito». Con esta rotundidad sintetiza Elena Maza Zorrilla, catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad de Valladolid, el largo recorrido por el mundo asociativo español desde 1839 hasta las postrimerías del Franquismo. Lo hace en el último libro que acaba de publicar con la Universidad vallisoletana y el Instituto Universitario de Historia Simancas, un ‘Discurrir asociativo en la España contemporánea’ que se extiende desde «el arranque liberal de la Real Orden de 1839 sobre socorros mutuos» hasta la «primera regulación posbélica franquista fechada en 1941». En 245 páginas salpicadas de datos, gráficas, estadísticas e ilustraciones, Maza destila lo más relevante de una extensa trayectoria investigadora en torno a este objeto de estudio, sobre el que ha dirigido numerosos proyec-

tos de investigación y cu-yos frutos en el ámbito aca-démico abarcan múltipless n publicaciones aparte de un Grupo de Investigación Re-conocido en la UVA y unaa n Unidad de Investigación Consolidada en la Junta dee Castilla y León. o Estructurado en cuatro partes complementarias, el or libro aporta un enriquecedor áanexo documental de 137 páoginas con nueve modelos asoeciativos que incluyen el rescreo y el ocio, la cultura e instrucción, el mutualismo, la o, previsión, el cooperativismo, el sindicalismo, la caridad y sbeneficencia, el asociacionisos mo confesional y los grupos da de presión. Claro que nada ce mejor que partir, como hace nla autora, clarificando el conmcepto de sociabilidad, camabiante en el tiempo y centraodo en «los modos de vida coxlectiva establecidos bajo ex» presiones formalizadas o no», para, a continuación, incidir en la implicación multidisciplinar de su estudio, no en vano incumbe a varias ciencias sociales como la historia, la ciencia política, la antropología, la sociología y la etnología de la vida cotidiana. Tras una exhaustiva introducción historiográfica que recuerda la deuda intelectual con maestros del oficio como

Portada del reglamento de la Liga de Contribuyentes de Valladolid (19. Maurice Agulhon o Peter Burke, la autora refleja el avance innegable que han experimentado este tipo de estudios en España en los últimos cuarenta años, pero también, como no podía ser de otra forma, la ausencia de «análisis transversales y síntesis interpretativas» que los conecten

con el entorno europeo o con los enfoques de género, o que profundicen en ese sugestivo mundo que constituye la sociabilidad espontánea, no reglada. «El panorama historiográfico [español] a la altura de 2017, en cantidad y calidad no admite comparación con la llamativa sequía de-

tectada treinta o cuarenta años atrás», asevera Maza. El capítulo dedicado a la evolución del marco legal refleja el complicado discurrir de una realidad asociativa que arranca dentro de un sistema p político, el liberal decimonónic que «proscribe las asonico, cia ciaciones y toda expresión de plu pluralismo no movida por el áni ánimo de lucro o la religión», pe que aun así se despliepero ga a base de disposiciones legal como la Real Orden del gales 28 de febrero de 1839 sobre so socorros mutuos, el texto co constitucional de 1869 y, sobr todo, la Ley de 1887, con bre Sa Sagasta al frente del gobierno que regirá durante casi no, un siglo la disciplina de las as asociaciones. Tras el gran av avance de la disposición repu publicana de 1932, durante y tras la guerra civil el Nuev Estado franquista pisó el vo fr freno mediante la persecuc ción del pluralismo y la lib bertad de asociación, como r refleja, entre otras, la regul lación del 25 de enero de 1 1941, en vigor durante más d dos décadas. de Una criba detallada de l fuentes abre el apartalas d dedicado a la evolución do c cuantitativa del fenómeno asociativo en nuestro país, que comienza su andadura dentro de una aparente primacía de las sociedades recreativas en las postrimerías del reinado de Isabel II y llega a 1887 bajo la hegemonía de la tríada sociedades de recreo, de socorros mutuos y de tipo cultural-instructivo. Analiza la autora el predominio periférico del asociacionismo (zona mediterránea y catalano-levantina) y destaca el empuje de un primer tercio del siglo XX marcado, al igual que el entorno europeo inmediato, por rasgos de cambio y

DISCURRIR ASOCIATIVO EN LA ESPAÑA CONTEMPORÁNEA (1839-1941) Elena Maza Zorrilla. Ediciones Universidad de Valladolid. 2017. 256 páginas.

continuidad como son la emergencia patronal, la reivindicación obrera y el mutualismo popular. La evolución asociativa republicana, expresada en el fuerte protagonismo del sindicalismo de clase, se ve truncada por un franquismo represor «que rechaza la libertad asociativa y destruye cualquier resquicio de relación social y cultural de las clases populares», primando así aquellas fórmulas colaboracionistas con la buena marcha del régimen, como por ejemplo las cooperativas en sus múltiples variantes. El sugerente anexo documental, cuyo fin es reducir la casuística asociativa a nueve tipos considerados los más representativos, acerca al lector ejemplos tan relevantes y curiosos como la Liga de Contribuyentes de Valladolid (1874), la Liga de Mujeres Campesinas de España (1938), la Asociación contra la Blasfemia (1897), el Patronato de Jóvenes Vagabundos, Viciosos y Delincuentes de Valladolid (1910), la Asociación de Agricultores de España (1920), la Sociedad Española de Socorros Mutuos El Arte Culinario (1883) y el Círculo de Recreo de Ávila (1877), entre otros.


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LECTURAS

SINFONÍAS DE CATORCE LÍNEAS La voz de autores contemporáneos reivindica la vigencia del soneto en una antología JUAN B. BERGA

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oneto suena a antiguo, de acuerdo. Y sin embargo, los mejores poetas de nuestro panorama literario actual están escribiendo sonetos. La antología ‘Sonetos para el siglo XXI’ (Ediciones Vitruvio, Colección ‘Baños del Carmen’, nº 672; Madrid, 2017) viene

ahora precisamente a demostrarlo. El soneto es como las sinfonías: transita por la historia en los momentos más oscuros y más brillantes. De origen italiano, tomó peso en España de la mano del Marqués de Santillana, en el siglo XV, y Garcilaso de la Vega y Juan Boscán, en el siglo XVI; transitó con éxito por el Siglo de Oro, cuando Lope pudo cumplir el mandato de Violante, y ha llegado a nosotros tras pasar por las manos de Góngora, Quevedo, Shakespeare, Baudelaire, Rilke, Unamuno, Juan Ramón Jiménez, García Lorca, etc. El soneto necesitaba mostrar que estaba vivo, y para ello han conspirado Vitruvio y lo mejor de la armada poética en castellano. Escriben sonetos y, pásmense, están

vivos, con la dramática ausencia de Santiago Castelo, fallecido en 2015, cuando el volumen ya se encontraba en gestación. Modesto González Lucas prologa el libro y nos deja dos afirmaciones de culto: «Hoy el soneto está más vivo que nunca. Es decir, algunos de los más destacados poetas españoles actuales siguen escribiendo sonetos». Añadiendo, con toda razón, que «la técnica nunca tiene por qué convertirse en una limitación, sino todo lo contrario (…) En esto consiste el milagro del soneto en castellano». Viene González Lucas a sugerir que los escritores de sonetos pasan la poesía, los sentimientos, por la técnica más depurada que existe, algo así como componer una sinfonía. Toda una vida recorre las

SONETOS PARA EL SIGLO XXI Varios autores. Editorial Vitruvio. 2017. 186 páginas.

Antonio Gamoneda. :: MARIAM A. MONTESINOS páginas del poemario. El arco cronológico de la antología se abre con el magisterio de Antonio Gamoneda –cuyos sonetos se remontan al primer tramo de su andadura creativa, como el díptico ‘Música de cámara’– y se cierra con Antonio Daganzo, nacido en 1976, y por ello el autor más joven del volumen. Sus cinco sonetos incluidos demuestran tanto el respeto a la forma clásica como su innata musicalidad, que actualiza el soneto desde la tensión renovadora del lenguaje y un lirismo a ultranza: «...pobre amor ya

EL TALISMÁN DE LA COSTURERA

INCERTIDUMBRE

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ay, creo, una idea extendida de que la ‘cultura’, ese ente abstracto, poco definible, de márgenes inseguros, pero que todo el mundo sabe, o cree saber lo que es, engloba únicamente las cosas llamadas «de letras» –filosofía, artes– o bien una serie de usos y costumbres propios de esta o aquella sociedad. Y luego hay una serie de culturas –que no estoy

seguro de que en realidad no sean cultos, cultos que sospecho poco espontáneos, urdidos u orquestados por esas entidades que todo lo pueden, los mercados, a las que hay que sacrificar lo que haga falta, no vaya a ser que se hundan y se acabe el mundo, exactamente igual que los aztecas sacrificaban guerreros al sol, no fuera a ser que no saliera y se acabara el mundo–, culturas (o cultos) que

CIRO GARCÍA

están en boca de todos y que consisten más o menos en entender de algo, de vino por ejemplo. La cultura del vino, la llaman. Sin embargo no oiremos hablar de cultura de la gravedad, o cultura de la longitud de Planck. Por un lado sería absurdo –tanto como la cultura del vino o de las almejas machas–. Por el otro la ciencia, en lo que a la ‘cultura popular’ respecta – y también a amplios sectores de la

LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

HISTORIA DE DOS PUEBLOS Y UNA GUERRA :: SUSANA GÓMEZ Esta es la historia de dos pueblos y una guerra. Como en todo desencuentro, está protagonizada por personas más o menos alegres, más o menos sonrientes, más o menos tercas… más o menos parecidas. Todas viven en la misma montaña: unas arriba, otras

abajo. Todas tienen motivos para ser felices. Todas, también, creen que sus localidades (y ellas mismas) son las mejores. No en vano unas gozan de vistas espectaculares y hermosos atardeceres (aunque no puedan jugar al fútbol) y las otras disfrutan de juegos junto al río y suaves paseos en

bicicleta (aunque no puedan saltar en paracaídas). Por eso viven orgullosas y en paz. Hasta que un día, ambos pueblos deciden hacer sendas fiestas… Amparados por los dibujos naiff sobre collage de Txell Darné, los textos de Fran Pintadera plantean con sencillez el antes y después de un estallido

‘cultura oficial’–, no es cultura. Es curioso, porque vivimos en una cultura tecnológica que nace, precisamente, de los avances de la ciencia. El posicionamiento G.P.S. que tanto le ayuda a orientarse es hijo de la teoría de la relatividad. Las resonancias que ayudan a comprobar que todo está bien ahí dentro – o si no lo está, saber qué es lo que anda mal– no serían posibles sin la mecánica cuán-

en los huesos de un te amo». El autor de esta apretada reseña debe citar el clasicismo de Justo Jorge Padrón, Pedro Cordero Alvarado y Santiago Castelo. El afán renovador de los sonetos más recientes de Carlos Murciano. Las personales armonías de Antonio Hernández, Modesto González Lucas y Francisco Moral. La encendida intimidad de Carmina Casala y las licencias formales de Idoia Arbillaga (las dos mujeres incluidas en el volumen). Podemos y debemos reseñar, sin duda, el humor pro-

verbial e inteligente de Luis Alberto de Cuenca –con su ‘Soneto del amor atómico’ y su ‘Soneto del amor de oscuro’, parafraseando a Lorca– y el lirismo cercano, y a la vez de alto vuelo y largo aliento, de Luis García Montero: «...todo lo que la muerte os ha quitado / quisiera devolverlo en un soneto»; o, en su composición en homenaje a Antonio Machado, «con la certeza de la vida incierta, / el corazón pregunta lo que siente». Las aportaciones de José María Muñoz Quirós y Carlos Aganzo son igualmente muy destacadas. Del abulense Muñoz Quirós cabe subrayar su

tica. De modo que sí, la ciencia es cultura. Y una cultura apasionante, que no debería olvidarse, que todos deberíamos tener a mano. Entre otras cosas ofrece una perspectiva más clara del mundo. Lo crean o no, la astrofísica es una lección de humildad más potente que veinte evangelios o tratados de ética. Saber algo sobre cualquier campo de la ciencia nos ayudará a distinguir entre hechos y creencias. Y lo bueno es que para adquirir esta cultura no hace falta ser un genio de los números. Eso solo ayuda si queremos profundizar en ella –aunque, de hecho, las matemáticas son también cultura–. Hay un montón de li-

bros –incluso de blogs y canales de You Tube–, fascinantes y amenos, que, sin entrar en demasiadas complicaciones, nos abrirán una serie de mundos nuevos, nos acercarán a una serie de conceptos que al final se revelan más hermosos e impresionantes que inextricables. El mundo crece y se embellece después de su lectura. Uno de los ejemplos más recientes, que además es un gran ejemplo de cómo el arte y la ciencia pueden ir de la mano, es el cómic ‘El misterio del mundo cuántico’ –hay más, busquen cómo suena la música compuesta traduciendo a sonido las frecuencias del bosón de Higgs–. A través de


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poema a la «blanca desnudez de Marilyn Monroe», en un contexto de perfección formal y hondura; de Carlos Aganzo, la reivindicación de la propia forma del soneto, con su homenaje a José Hierro en ‘Todo o nada’, y con estrofas como ésta: «A ti que no te gustan los sonetos / te quiero hoy escribir desde esta hoguera / litúrgica de abril, gastar entera / la noche desbrozando sus secretos». Citando de memoria, creo que ha sido Luis García Montero quien ha recordado que la poesía sirve para cortar la cabeza a un rey o seducir a una muchacha (o muchacho). No les sorprenderá que les sugiera la segunda vía. Es cierto, no es tan impactante como un tuit, ni tan explícita seducción como una audaz foto en instagram; se organiza con herramientas antiguas como el papel y la tinta. A cambio, señoras y señores, es una sinfonía de catorce líneas. Susurren sonetos: usted no sabe que le gustan.

los dibujos magníficos de Bunat, llenos de versatilidad narrativa, y un sentido de la composición prodigioso, el guion del físico Damour, nos conduce, de la mano de los científicos que iniciaron esta revolución, por el entramado maravilloso de la poco comprendida y muy mistificada física cuántica. Y les garantizo que al volver la última página, habrán pasado un rato muy agradable, y comprenderán mejor. Se equivocaba Bécquer, la poesía no está en el misterio, o no solo. También la hay en la comprensión del mundo. Se lo dice alguien ‘de letras’ de toda la vida.

UNA MONTAÑA CUALQUIERA Fran Pintadera y Txell Darné. Editorial Takatuka. 40 págs. 15 euros. Edad recomendada: a partir de 6 años.

bélico y algunas de sus inmediatas consecuencias, en una confrontación absurda (cómo había de ser si no), cuya aplastante ingenuidad es en sí misma su mejor denuncia. Despojado de toda

ANÍBAL ROSANEGRA O EL SIMPÁTICO VALENTÓN El escritor salmantino novela las peripecias de un personaje del siglo XVIII que promete saga JESÚS NIETO JURADO

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a aventura en los libros tiene mala prensa y muchos lectores. Aparte del Capitán Alatriste, omnipresente en las infancias lectoras y más arriba, sí que existe un cierto rubor en seguir el sendero de Dumas. La razón de esto quizá resida en un prurito intelectual, o en que Pérez-Reverte haya renovado un modelo que reverdece cada cierto tiempo. Jairo Junciel (Salamanca, 1982) es sabedor de todos esos inconvenientes previos a la hora de abordar la narrativa «de capa y espada»; y sin embargo es capaz de enhebrar humor y y aventuras en su ‘El guardés del tabaco’ (III Premio de Novela Albert Jovell). En puridad, la novela abarca las hazañas de un valentón del siglo XVIII, Aníbal Rosanegra (nótese el apellido compuesto como homenaje diáfano al susodicho Alatriste), cuya evolución nos cuenta en carne viva mediante una prosa con el tono y la salmodia (sic) que asociaríamos hoy a la germanía de en-

puerilidad o complejidad tras la que ocultarse, el discurso construye un argumento directo y sin artificio, en el que los paralelismos realzan las semejanzas a pesar de las diferencias. Ajeno a todo escondrijo, este relato sin disfraces pero sin crudeza renuncia a las escaramuzas de la retórica, para plantear una situación desnuda y sin dramatismo innecesario: lisa y llanamente. Sin excusas. Al fondo, una montaña de argumentos para el diálogo y el encuentro, y un final abierto en el que había una vez dos pueblos en cada ladera que (también) pensaban que eran los mejores…

EL GUARDÉS DEL TABACO

tonces. Un protagonista nacido, como el Lazarillo, a orillas del Tormes, que crece y madura –y lo relata– en la España de la época. Hasta aquí el lector tendría la sensación de ‘déjà vu’, evidentemente, pero es un ‘déjà vu’ consciente de un novelista bisoño que hace buena la defensa de aquel adagio: «Lo que no es tradición es plagio». Porque en el caso de Jairo Junciel, el novel salmantino se sabe crisol de generaciones distintas, y no se amilana con la creación de un personaje que promete saga.

Jairo Junciel. Almuzara, Córdoba. 2018. 272 páginas. 15,95 euros.

tos libros sea ya un mérito cuando se está libre de moralizar frente al folio en blanco. El fondo de la España de la época, el dibujo de las Españas invertebradas de la época, el fresco de la Sevilla que dejaba de ser Babilonia y las intrigas palatinas en la Corte de Felipe V son trabajo de una gran documentación de la que Junciel no hace ostentación, acaso por no interrumpir la amenidad y trufarla de contextualizaciones que poco aportan.

Enamoradizo y burlón En su caso, el bravo Aníbal Rosanegra nace ‘en el arroyo’ y se va haciendo hombre y antihéroe conformen transcurren su vida y el XVIII español. Allá cuando sobrevivir era un heroísmo inusitado; primero como guardés de la Real Fábrica de Tabacos, entre Sevilla y el resto de la península; y segundo como buscavidas tierno, enamoradizo y burlón. La supuesta épica del honor y del individualismo de libros similares es aquí desmontada por un protagonista/narrador asociado un pícaro vasco, Cucha, docto en eso de coleccionar lances y desventuras. Por el mismo precio, y con el tono fácil y creíble de lo que el lector medio puede tolerar de arcaísmos, Jairo Junciel nos lleva al fallido Sitio de Gibraltar en 1727, y nos une su vivir con el de Villarroel, fielmente dibujado en su obcecada diletancia. Que entre los enre-

Pálpito de los tiempos

El escritor salmantino Jairo Junciel. :: J. M. GARCIA-EFE dos de los protagonistas figuren el Duque de Alba, una camarera de la corte de Isabel de Farnesio o el propio Diego de Torres y Villarroel nos hablan, ya, de un autor que no reniega de su condición letraherida, incluso mitómana. Solo así se puede entender que la novela sorprenda por esa brillantez inma-

culada, incluso ingenua, de quien no tiene que pagar más peaje que el de su propia imaginación.

Intrigas palatinas Claro que, aparte estas virtudes, ‘El guardés del tabaco’ presenta cierta simplicidad en el psicologismo de los personajes, algo que quizá en es-

En ‘El guardés del tabaco’, en fin, hay que ponderar la asimilación del autor a un momento histórico y a un país –la España del siglo XVIII–: «País de vicios mantenidos con el oro de las Américas y permitidos por quienes deberían gobernar para todos, pero que solo se esforzaban en aumentar su miseria con más y más dinero. (...) Un país colérico y violento, pero feliz y despreocupado al aceptar ser sometido por la concupiscencia». Debemos agradecer a Jairo Junciel una escritura y un tono que evocan, hasta en el más ignaro, esa máxima ‘dorsiana’ de «captar el pálpito de los tiempos». El tal Rosanegra promete continuidad: quizá la propia industria editorial lo pervierta en el futuro, con los tópicos y los resabios del género.

DE MENÚ, COLORES Y RETAHÍLAS :: S. G. La cabra está harta de comer siempre hierba y plantas, así que atraviesa las páginas devorando todo lo que pilla a su paso: la comida del perro, la leche del gato, las pieles de patata de cerdo, la planta de la mujer del granjero, los zapatos de la hija del granjero, los calzoncillos del granjero... Pero hasta el estómago de una cabra tiene un límite. Por eso empieza a ponerse roja, azul, amarilla, verde… fatal. Con un hilo argumental que es un claro homenaje a ‘La peque-

ña oruga glotona’ de Eric Carlie, Petr Horáček plantea un recorrido visual y textual a través de la granja y sus personajes, esta vez agujereado metafóricamente por la voracidad de una cabra. Su autor, galardonado con el Best Children’s Book of the Year del Washington Post por ‘La Oca Boba’ o el Picture Book of the Year de Holanda por ‘Una casa a la medida’ (ambos en Editorial Juventud), da a luz en esta ocasión a un álbum cargado de humor y vibrantes ilustraciones, cuya

LA CABRA GLOTONA Petr Horáček. Editorial Juventud. 32 págs. 14 euros. Edad recomendada: a partir de 3 años.

solidez cromática refuerza el estilo directo del relato y su unidad espacio-temporal. El

álbum construye un andamiaje de ida y vuelta, estructura circular en la que retahílas y repeticiones hilvanan un tiempo marcado por el menú de su protagonista y toda una semana de indigestión. Como no podía ser menos, un final abierto y subversivo en el que bien podríamos volver a empezar, y un formato considerable donde la ilustración se hace presente entre oraciones breves, tipografía de gran tamaño y un texto claro y divertido, ideal para leer en voz alta a los más pequeños.


14 LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 17.02.18 EL NORTE DE CASTILLA

E

sta semana me ocuparé de dos términos que se usan frecuentemente como equivalentes léxicos pensando que tienen el mismo significado cuando realmente no es así: ‘climatología’ y ‘clima’. La climatología es la rama de la meteorología que se encarga del estudio del clima y también el conjunto de las condiciones atmosféricas o de las características de un determinado clima. En su acepción más común, la palabra ‘clima’ designa el conjunto de condiciones atmosféricas de un determinado lugar, constituido por la temperatura, la humedad, la nubosidad, los vientos, la cantidad y frecuencia de las lluvias, etcétera. Hablamos de clima continental, de clima benigno, de clima blando, de clima crudo, de clima duro, de clima frío, de clima húmedo, de clima lluvioso, de clima mediterráneo, de clima oceánico, de clima riguroso, de clima seco, de clima suave, de clima templado, de clima tórrido, de clima tropical, de clima árido, de clima semiárido... Como tecnicismo propio de la Geografía, la palabra ‘clima’ designa cada una de las zonas del globo terráqueo comprendidas entre dos paralelos en la que la duración del día más largo del año es diferente de las demás. Y, en sentido figurado, también se usa para referirse al conjunto de circunstancias que rodean o afectan a una persona o que caracterizan o condicionan una situación (Sería deseable un clima cordial en las relaciones políticas). Con esta acepción funciona como sinónimo de ‘ambiente’. De la información anterior, que pueden consultar en los diccionarios, se deduce que las palabras ‘climatología’ y ‘clima’ (en la primera acepción que he presentado) no son sinónimas, por lo que no debería hablarse de que la climatología de Galicia es

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

CLIMA, CLIMATOLOGÍA Y TIEMPO muy lluviosa, de la climatología árida del desierto, de que el norte de España se caracteriza por una climatología suave... Sí hay que hablar, en cambio, de que la Agencia Estatal de Meteorología proporciona «información climatológica básica como valores medios y valores extremos de las series de datos climatológicas de una selección de observatorios», de que la climatología clasifica los diferentes tipos de clima que existen en el planeta, de la climatología de Navarra (siempre que con ello se pretenda aludir a la diversidad climática de Navarra), etcétera y también de que una comarca, una ciudad o un lugar determinado tiene un clima diferenciado del clima zonal, lo que co-

nocemos como ‘microclima’ (y que los especialistas denominan ‘topoclima’). La palabra ‘clima’ también confluye en usos con la palabra ‘tiempo’. Hay dos acepciones de esta palabra relacionadas con lo que venimos hablando, pero solo una puede prestarse a confusión: una es ‘cada una de las cuatro partes en que se divide el año o época o parte concreta del año en que algo ocurre’ (Hace mucho calor para este tiempo; Ahora es el tiempo en que florecen los almendros); y la otra, ‘estado de la atmósfera en un momento determinado y en un lugar concreto’ (En octubre todavía hace buen tiempo; El verano pasado tuvimos buen tiempo en Cantabria; Hay mucha gen-

te que se cree que en el norte siempre hace mal tiempo). Es esta última la que podría prestarse a confusión en el sentido de que alguien dijera que en octubre todavía hay buen clima, que el verano pasado tuvimos buen clima en Cantabria o que mucha gente se cree que en el norte siempre hace mal clima. Son ejemplos estos últimos de impropiedades léxicas. ¿Por qué lo llaman clima cuando quieren decir tiempo? En la actualidad las predicciones meteorológicas ocupan un espacio mayor (les dedican más tiempo) en los informativos de todas las cadenas de televisión. No pongo en duda la información que se ofrece, pero sí me atrevo a llamar la atención sobre el abuso de la palabra ‘climatología’ (de seis sílabas) para referirse, sencillamente, al tiempo (palabra de dos sílabas). Por ejemplo, decir que «la buena climatología que estamos teniendo ha adelantado la floración de los cerezos», en vez de «el buen tiempo»; o que «la mala climatología de los últimos días ha influido en las reservas de última hora», en vez de «el mal tiempo». Y, claro, este uso repercute en los adjetivos correspondientes: donde en la información del tiempo se habla de «las buenas condiciones climatológicas» debería decirse «el buen tiempo». Y ya no digamos cuando se cuela la palabra ‘meteorología’ (la ciencia que estudia los fenómenos atmosféricos) cuando se quiere hacer referencia a las condiciones meteorológicas, como he podido leer estos días en algunos medios: «La Dirección General de Tráfico, a través de su página web, informó que a las 10 horas la meteorología adversa afectaba a más de una decena de vías» o «las carreteras afectadas por meteorología adversa en la provincia». Deberían haber utilizado «condiciones meteorológicas adversas» o «condiciones atmosféricas adversas».

LOS LIBROS MÁS VENDIDOS EL CORTE INGLÉS VALLADOLID

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El día que se perdió el amor. Javier Castillo (Suma)

Un amor. Alejandro Palomas (Destino)

Carter. Ted Lewis (Sajalin)

La herida del tiempo. Agustín García Simón (Siruela)

Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)

Akúside. Ángel Vallecillo (Difácil)

Mejor la ausencia. Edurne Portela (Galaxia)

La ofrenda. Gustavo Martín Garzo (Galaxia Gutenberg)

La villa de las telas. Anne Jacobs (Plaza&Janés)

La ofrenca. Gustavo Martín Garzo (Siruela)

Trilogía de sus fatigas. J. Berger (Debolsillo)

4321. Paul Auster (Seix Barral)

El día que se perdió la cordura. Javier Castillo (Suma)

Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)

Solenoide. Mircea Cartarescu (Impedimenta)

Berta Isla. J. Marías (Alfaguara)

Morir no es lo que más duele. Inés Plana (Espasa)

La transparencia del tiempo. L. Padura(Tusquets)

Cuentos. John Cheever (Random House)

Una columna de fuego Ken Follet (Plaza&Janés)

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Memoria del comunismo. Jiménez Losantos (La Esfera)

Dorados días de sol... Luis A. de Villena (Pretextos)

El entusiasmo. Remedios Zafra (Anagrama)

Memoria del comunismo. Jiménez Losantos (La Esfera)

Las recetas de adelgazar. A. Quintas (Planeta)

Memoria del comunismo. Jiménez Losantos (La Esfera)

La lucha por la desigualdad. G. Pontón (Pasado&Presente)

Sangre, sudor y paz. Lorenzo Silva (Península)

Cuando el desierto florece. Prem Rawat (Aguilar)

Píldoras para el alma Papa Francisco (Espasa Calpe)

Réquiem por el sueñol... N. Chomsky (Sexto Piso)

La lengua de los dioses. A. Marlongo (Taurus)

La indignación activa. Baltasar Garzón (Planeta)

las chicas son de ciencias. I. Cívico (Montena)

Los Papas. J. Julius Norwich (Reino de Redonda)

Papilas y moléculas. F. Chartier (Planeta)

Iván Fandiño mañana... Néstor García (Nestor García)

Mujeres de ciencia. Rachel Ignotofsky (Nórdica)

Japón perdido. Alex Kerr (Alpha Decay)

El fin del mundo... Marta García Aller (Planeta)

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LIBRERÍA DEL BURGO PALENCIA

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Ordesa. Manuel Vilas (Alfaguara)

Fractura. Andrés Neuman (Alfaguara)

Cuentos de buenas noches... F. y Cavallo (Destino)

Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)

Homo Lubitz. Menéndez Salmón (Seix Barral)

La ofrenda. Gustavo Martín Garzo (Galaxia Gutenberg)

Diario de Nikki. R. Renée (RBA)

Ordesa. Manuel Vilas (Alfaguara)

El desertor. S. Lenz (Impedimenta)

Eva. Arturo Pérez-Reverte (Alfaguara)

Gerónimo Stilton. G. Stilton (Destino)

El legado de los espías. J. Le Carré (Planeta)

Poemas. Hanna Arendt (Herder)

La uruguaya. Pedro Mairal (Libros del Asteroide)

Diario de Greg. Jeff Kinney (RBA)

Pizzería Vesubio. Walter Riso (Espasa)

El último caso de Philip... C. Bentley (Siruela)

La transparencia del tiempo. L. Padura (Tusquets)

Astérix en Italia. Goscinny (Salvat)

Mi amigo invisible. Gillermo Fesser (Espasa)

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El entusiasmo. Zafra (Anagrama)

Palencia, momentos, personajes. Javier de la Cruz (Aruz)

Memoria del comunismo. Jiménez Losantos (La Esfera)

En defensa de España. Stanley G. Payne (Espasa)

Economía rosquilla. K. Raworth (Destino)

Montañismo invernal. Rioja / Villegas (La Pedrera)

La indignación activa. Baltasar Garzón (Planeta)

Memoria del comunismo. Jiménez Losantos (La Esfera)

Experiencia y pobreza. V. Valero (Periférica)

Historia mínima de la... E. Moradiellos (Turner)

Muerte en Zamora. R. Sender (Postmetrópolis)

El tiempo regalado. A. Köholer (Libros del Asteroide)

1968. González Férriz (Debate)

Plantas en la montaña palentina Pascual / Herrero (Aruz)

La España vacía. S. del Molino (Turner)

El primer asesinato de... Ángel Viñas (Crítica)

Imperiods. K. Kumar (Pasado&Presente)

Fasa Renault y España. Enrique Espinel (UVA)

El primer asesinato de... Ángel Viñas (Crítica)

Transición. Santos Juliá (Galaxia Gutenberg)


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Sábado 17.02.18 EL NORTE DE CASTILLA

ORTIGAS A MANOS LLENAS SARA MESA

¡No pinte! E

n los últimos años, muchas personas se han acercado para preguntarme consejos o pedirme orientación sobre esta cosa extraña de escribir. Por supuesto, hay de todo; lo sorprendente para mí ha sido que, en algunos casos, se trataba de personas que apenas habían empezado a escribir, que habían esbozado dos, tres, diez páginas a lo sumo de una historia, y que necesitaban saber a qué podían aspirar, cuál era el siguiente paso, cuáles eran sus posibilidades reales o irreales; personas, incluso, que habiendo escrito solo el inicio de una novela o un par de cuentos, me preguntaban qué podían hacer para publicar, a qué editoriales debían dirigirse, si era necesario contratar, o no, los servicios de un corrector o de un agente literario y hasta cómo deberían declarar fiscalmente las posibles ganancias que obtuvieran con sus futuros libros. Al hablar un poco más, me confesaban –sin pudor, en algunos casos– que querían ir sobre seguro porque no contaban con mucho

tiempo; de hecho, ni siquiera disponían de tiempo para leer; se lanzaban a escribir, más bien, por una ‘necesidad’ de expresión, un ‘impulso’ creativo, las ganas de ‘compartir’ los entresijos de sus pensamientos más íntimos, e incluso por el deseo de encontrar una profesión con la que vivir. Contado así, podría pensarse que se trata de personas ingenuas, o de excepciones que ridiculizo, pero me temo que el fenómeno es más amplio y que responde al espíritu de una época –alentado por los lemas de la positividad y el ‘mindfulness’–, según el cual nuestros sueños están al alcance de la mano, todos tenemos talento, todos conseguiremos lo que sea si luchamos por ello, las palabras ‘mediocridad’, ‘incapacidad’ o ‘fracaso’ no existen. De verdad creo que el falso optimismo que impregna tazas, calendarios y agendas en tonos pastel genera dolor y frustración al alimentar sueños totalmente ridículos. En este contexto, no son pocos los que creen que llegar a donde sea –por ejemplo, a ser escri-

tor, lo que no es exactamente lo mismo que escribir– es cuestión de tener al alcance la información adecuada, y que esta información la puede facilitar cualquiera que –a su juicio– haya llegado al lugar al que ellos aspiran. Por mucho que se les diga que ese lugar no es tan envidiable, que la escritura no tiene secretos, que el éxito es un concepto totalmente ajeno –cuando no contrario– o que no existen fórmulas mágicas, ellos seguirán preguntando: «Pero entonces, ¿me presento a premios o no?» Siempre me han generado dudas los talleres literarios y cuando he impartido alguno me he sentido como una impostora, a pesar de haber expresado, desde el principio, todas mis cautelas. De hecho, mis talleres siempre han sido un fracaso, lo cual –bien mirado– es totalmente lógico teniendo en cuenta que aprender a escribir es aprender a fracasar una y otra vez. También Rodrigo Fresán me comentaba hace poco lo absurdo que resulta que se nos pague por enseñar a escribir a otros –ta-

rea imposible– en lugar de pagarnos, directamente, por escribir lo nuestro. No se trata de boicotear la tarea de tantos escritores que se ganan la vida como pueden impartiendo talleres, sino de poner de relieve que, quizá, sería mejor que se la pudieran ganar simplemente escribiendo. De hecho, mucho me temo que la mayoría de estos escritores ejercen de profesores por pura necesidad económica, pero ¿son conscientes de ello los alumnos? Deberíamos decirles: cuando consigáis escribir, publiquéis un libro y seais más o menos conocidos, estaréis aquí, dándole clase a otros para poder pagar vuestras facturas, porque jamás conseguiréis vivir de vuestros libros. En esta situación, lo más honesto sería desmontar las expectativas de los aspirantes a escritores y hacerles ver

«Siempre me han generado dudas los talleres literarios y cuando he impartido alguno me he sentido como una impostora»

que el camino es largo, inseguro y precisa mucho más trabajo del que dan a entender las malditas tacitas motivadoras, lo cual me recuerda a un fragmento de ‘Stern’ (La Fuga), la deliciosa novela de Bruce Jay Friedman. El protagonista de esta delirante historia, un fracasado en toda regla, se dispone a pintar su casa con toda confianza hasta que un pintor profesional le baja los humos bajo el grito de «¡No pinte!». Cuando Stern suelta la brocha, estupefacto, el pintor se explica, indignado: «No pinte nunca. Suelte esas brochas y, por el amor de Dios, no pinte. Como pinte usted, es que es tonto. Nanai. Nada de pintar, no pinte, no pinte jamás (...) hasta que no esté listo para pintar». Y entonces, recita una «larga lista de condiciones» que deben cumplirse antes de pintar: «Lije las paredes, lije los suelos, empapele los pasillos, cubra con telas los objetos delicados, haga pruebas de color, mire el termómetro, vístase como toca. Pero, por el amor de Dios, no pinte. Es decir, hasta que no esté listo para pintar». El paralelismo es tan claro que escuece: no escriban… hasta que no estén listos para escribir. O como una vez dijo el gran Antonio Orejudo: «No escribas. Espérate. Ten paciencia. Lee. Y solamente cuando te resulte insoportable la inactividad, ponte manos a la obra. Pero en principio, no escribas».


16 LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 17.02.18 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Carlos Aganzo Coordinador: Chema Cillero

Entre la necesidad y la virtud

OVEJAS NEGRAS RAFAEL VEGA

D

Un visitante contempla una obra de Juan Francisco Casas exhibida en ARCO. :: DOMINIQUE FAGET

ESPUÉS de realizar dos películas, tituladas ‘Eat’ y ‘Sleep’, (adivine el lector avezado de qué trata cada una) Andy Warhol grabó ‘Fuck’. Sin embargo, esta tercera cinta, consagrada, como las dos anteriores, a una actividad humana, carente también de argumento ficticio a desarrollar y directamente comprometida con la fascinación por lo cotidiano, se llamó ‘Blue Movie’. Quiso así Warhol, no sólo rendir tributo al color azulado que tiene la película como consecuencia de haber utilizado un negativo demasiado sensible, absolutamente contraindicado para rodar a plena luz del día, como hizo, sino demostrar que en su artística y exuberante capacidad de adaptación al medio podía, por qué no, hacer de la necesidad virtud y de un error intolerable para cualquier otra producción cinematográfica comercial una seña de identidad relevante y distintiva. En ella, además de mostrar, como era de esperar por su título inicial, sexo explícito, por vez primera en una película de autor destinada a salas comerciales ajenas a los circuitos pornográficos, sus protagonistas improvisaban sobre la marcha y hablaban, por ejemplo, de la guerra de Vietnam. De este modo, el ‘Blue’ titular le venía que ni pintado a un contexto de honda tristeza, aunque el rojo, el negro o el verde, de haber s ido estos los colores indeseados producidos por el negativo, también habrían encontrado, a buen seguro, una razón de ser por parte del genio. Era Warhol un cineasta ubicado en la tierra de nadie entre el documental y el cine de autor, un testigo imperti-

nente que compartía el fruto de su observación con los espectadores. Sus amigos se ofrecían a interpretarse a si mismos sin máscaras ni trampantojos y él los mostraba sin el disimulo, ni la arrogancia, ni la vanidad impostada de quien hubiera repetido la producción para no revelar incidencias cromáticas. Trazas de igual inmediatez indisimulada hay en la magnífica obra de Juan Francisco Casas, cuya popularidad surgió, injustamente, por un detalle banal y anecdótico en su técnica pictórica que ha alucinado a un público superficial, ávido de espectáculos digeribles y de fácil entendimiento. A saber: Casas realiza sus enormes cuadros hiperrealistas con bolígrafo; un elemento que todo el mundo posee y que nadie aprovecha como él, según esa máxima errónea de que el arte estriba en la pericia, en la inalcanzable y aparente perfección. Pero la obra de Casas no es un prodigio por el grado de dificultad técnica, o por el espectacular resultado obtenido con útiles tan humildes. Su acierto y su cimentación como artista capaz de interpretar su mundo está en la elección ética y estética para observarlo y mostrarlo. Es Casas un hombre pegado a una cámara que no utiliza como instrumento de su cocina artística sino como ojo evidente y palmario, como intérprete real de una lectura concreta. Así lo refleja su obra fiel a la quemazón lumínica producida por la dureza del flash, o la distorsión propia del objetivo y el encuadre utilizados. La pericia y paciencia del artista vienen después, subordinadas ambas a la voluntad anterior de su cámara. Reproduce, pues, un instante atrapado por ella y convierte cualquier distorsión en una sublime seña de identidad. A todo ello hay que añadir una ética honesta con su tiempo. Casas enfoca su interés a personas cercanas de su entorno en situaciones alocadas, festivas y evasivas en actitud descarada, graciosa, incluso desafiante e insolente; poses improvisadas como reacción a la invasión consentida de su intimidad. De ese modo consigue que la desfachatez íntima se haga pública y que nosotros, los espectadores finales de su obra, nos convirtamos en voyeurs, acaso incómodos al sentirnos retratados como tales.

Juan Francisco Casas utiliza la cámara fotográfica como intérprete real para obra pictórica


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