Cronistas del Frente de Madrid

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SOMBRA CIPRES LA

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NÚMERO 296 Sábado, 17.03.18

Cronistas del Frente de Madrid De Zamacois a Chaves Nogales, de Pablo de la Fuente a Pedro López Ortega, el asedio a la capital, contado a varias voces [P2 A 6]

Niños juegan sobre una pila de escombros, en Madrid, junto a una casa alcanzada por las bombas de la aviación franquista. :: VIDAL-EFE


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VIDAL ARRANZ

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odríamos decir que ‘El asedio de Madrid’, de Eduardo Zamacois, es algo así como el ‘Acorazado Potemkin’ literario de la Guerra Civil. Novela de exaltación revolucionaria, profundamente maniquea en su retrato de un mundo de buenos y malos, vibrante, intensa, excitante incluso, simplificadoramente eficaz. Una formidable máquina de fabricar adhesiones al Frente Popular; una fábrica de mitología republicana. Podríamos decirlo, y hay motivos para la analogía, pero no sería justo. No sería justo para Eisenstein, cuya película, al margen de su mensaje político, es obra formalmente innovadora, brillante en su utilización del montaje, de las que abren nuevas posibilidades al arte. Potemkin ha pasado a la historia del cine por eso, no por ser el panfleto revolucionario que también es. En ‘El asedio de Madrid’, en cambio, no hay nada formal que pueda destacarse demasiado, más allá de la habilidad y eficacia retórica con la que Zamacois construye un relato asentado en el naturalismo. Tampoco las circunstancias externas facilitan el paralelismo. ‘El asedio de Madrid’ se termina en noviembre de 1938, cuando ya empieza a estar claro que la victoria republicana es imposible, después de año y medio de heroica e inesperada resistencia; en cambio, ‘Potemkin’ se rueda a rebufo del triunfo bolchevique, del que se convierte en uno de sus mayores símbolos. ‘El asedio de Madrid’ hubiera sido la novela emblemática de la República si, en un giro inesperado de los acontecimientos, Franco hubiera sido, a la postre, derrotado. En ese caso, ese final de forzada esperanza, con la mujer del protagonista dando a luz a su hijo en medio de las bombas, hubiera podido convertirse en la perfecta metáfora del tiempo nuevo conquistado con sangre, sudor y lágrimas. Como esa frase final que Juanito Muñoz dirige a su mujer mientras da a luz: «Sigue, Puri, aunque te despedaces, sigue. Cumple tu deber de parir. Madrid renace en ti. En tus entrañas está amaneciendo». Pero la Historia dejó la semilla que había plantado el escritor sin correspondencia en la realidad. No solo eso, sino que los vencedores hicieron todo lo posible para borrar del mapa la novela de Eduardo Zamacois, que apenas pudo disfrutar de unos meses de problemática difusión en la España

Un escritor embriagado por la revolución Eduardo Zamacois construye en ‘El asedio de Madrid’, de cuya publicación se cumplen 80 años, la gran novela mitificadora del Frente Popular bélica. De aquella primera edición apenas se conservan ejemplares originales –uno de ellos en el Archivo de la Guerra Civil de Salamanca– y los que nos han llegado has-

ta el día de hoy –sobre todo a través del mercado de segunda mano– proceden de reediciones realizadas en los primeros años de la transición. El tiempo no ha sido bené-

volo con ‘El asedio de Madrid’. Su retrato de la Guerra Civil no sale bien parado de la comparación con la obra cumbre del también escritor y periodista Manuel Chaves Noga-

les ‘A sangre y fuego’, publicada un año antes, que hoy se reivindica como el mejor retrato de la barbarie de aquel periodo, y una de las mejores aproximaciones a la Guerra

Civil, conjuntamente con las de Arturo Barea y Max Aub. De Chaves Nogales se recuperó el año pasado otra obra ambientada en este mismo momento histórico ‘Los se-


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CARLOS AGANZO

blogs.elnortedecastilla.es/elavisador/

La vida galante de Zamacois

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cretos de la defensa de Madrid’, que también celebra este año su 80 aniversario. Como el periodista andaluz, Zamacois cubrió como reportero los hechos que relata, al menos hasta el 30 de noviembre de 1937, cuando abandona Madrid, el mismo día que se marcha el Gobierno republicano, pero no hay en su novela la menor voluntad de objetividad o imparcialidad, la menor distancia. Si los facciosos no deponen las armas es porque son «altivos»; si los leales aguantan es prueba de que son «valientes». Y así con todo. Zamacois se rinde ante el fragor de la agitación revolucionaria y se deja llevar por la seducción de la violencia. «En-

Niños pegan carteles en las calles de Madrid animando a la población a alistarse en las milicias republicanas. :: VIDAL-EFE

tonces el pueblo enloqueció de furor y se desbordó rugiente, arrollador, como se desbordaría el océano si de pronto le faltasen las orillas», afirma un narrador más emocionado que alarmado. El escritor cae embriagado por una épica popular que él mismo contribuye a alimentar con metáforas ampulosas y ardientes. Así se refiere, por ejemplo, a los «inmensos braseros» provocados por la quema de iglesias: «Aquellos edi-

ficios habían durado bastante; su misión estaba cumplida (…) El tiempo los condenaba a muerte y el pueblo justiciero los ejecutaba. Aquellos incendios eran los autos de fe que mandaba hacer la Civilización». No hay el menor espíritu crítico hacia las fuerzas populares, si acaso, hacia los dirigentes de la República, que raras veces parecen estar a la altura de ese ‘pueblo’ que no deja de ser virtuoso ni siquiera cuando fusila a sangre fría, o se deja llevar por los más salvajes instintos de venganza. Ni aun cuando los milicianos ejecutan a un grupo de prostitutas que los habían acompañado al frente y que cometieron la grave

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unto a la nómina de las dos grandes generaciones, la del 98 y la del 27, que confluyeron en la Edad de Plata, pocos autores como Eduardo Zamacois encarnan la variedad, la riqueza y el esplendor de la literatura y la lectura, en todos los géneros imaginables, en la España de finales del siglo XIX y principios del XX. Con dos grandes focos, Madrid y Barcelona, y con una industria editorial (libros, revistas, periódicos, carteles, portafolios…) pujante y acompañada por el gusto de lectores entusiastas. Eduardo Zamacois fue, en este tiempo, el principal impulsor de un género, la novela corta, que cobró un brío extraordinario en los inicios del siglo XX, y que a través de diferentes fórmulas se mantuvo entre las preferencias del público hasta bien entrada la segunda mitad de la centuria. Después de numerosas y diversas peripecias biográficas, el momento de mayor estabilidad en la vida del autor de ‘El asedio de Madrid’ se produjo precisamente cuando fundó en la capital de España, en 1907, la colección ‘El cuento semanal’, que llegó a editar 263 títulos (a 30 céntimos la entrega) en sus dos años de andadura, recogiendo las obras de autores como Manuel Bueno, Joaquín Dicenta, José María Salaverría, Juan Pérez Zúñiga o Felipe Trigo. Al éxito fulgurante de la colección le siguió, en 1909, la serie de ‘Los contemporáneos’: formato semejante, algunos autores de la anterior etapa y otros nuevos, como Gabriel Miró o el mismo Zamacois, y la relevancia de las ilustraciones tanto de portada como del interior, en unos años absolutamente espléndidos para la creatividad de los pintores, dibujantes y diseñadores españoles. Antes de esta aventura editorial en Madrid el escritor, que se había ido a vivir a Barcelona para trabajar en revistas como ‘El gato negro’ y ‘¡Ahí va!’, compartió en la ciudad condal los primeros grandes éxitos de Ramón Sopena al frente de su editorial. Con Sopena fundó la revista ‘La vida galante’, donde las historietas y

las viñetas compartían espacio con sofisticadas ilustraciones de moda o de mujeres ‘atrevidas’, muy del gusto de la época, y que además incluía en su oferta editorial la publicación de varias colecciones de libros, alguna de ellas dirigida por el propio Zamacois. Sopena, que había fundado su editorial en 1894, publicaría en solitario unos años después, en 1910, una colección de portafolios eróticos, ‘Desnudos de mármol’, que terminaría intervenida por la censura. Tan célebres como sus diccionarios y enciclopedias, o como sus ilustraciones eróticas, fueron sus libros infantiles, y sus series populares de ‘Aventuras emocionantes’, con personajes como Buffalo Bill, Dick Turpin o Nick Carter. El gusto de Zamacois por la ‘vida galante’ fue, de hecho, una de las señas de identidad más claras de su existencia. Hijo único de una larga familia con numerosos artistas, pasó su niñez entre Cuba, Bruselas, París y Sevilla, hasta llegar, con 15 años a Madrid. En 1894 dio brillo, con ‘Amar a oscuras’, al género narrativo erótico galante, que no ha dejado de producir nuevos fenómenos hasta nuestros días; se casó por obligación con una modistilla y pasó largas temporadas en París, alguna de ellas llevando una auténtica vida de bohemio, al lado de otros miembros

Fundó la colección de novela corta ‘El cuento semanal’, que publicó 263 títulos en dos años Pasó largas temporadas en París, alguna de ellas como un auténtico bohemio

de la nutrida colonia hispanoamericana de la capital francesa. Pero la otra mitad de su personalidad, junto a la frivolidad de los salones, estuvo también marcada desde el comienzo por la política y el periodismo. Abandonó sus estudios de Medicina para escribir en los periódicos, en un tiempo de absoluta efervescencia del periodismo español, en el tránsito entre los dos siglos. Se estrenó en publicaciones como ‘Demi-Monde’, el anticlerical ‘El Motín’ o la revista krausista ‘Las dominicales del libre pensamiento’, dirigida por Ramón Chíes. Y colaboró asiduamente con el semanario ‘Germinal’, inspirado en la obra y el pensamiento de Émile Zola, considerado por algunos estudiosos como el primer semanario de la Generación del 98, a pesar de que allí nunca se registraron ni la firma de Unamuno ni la de Azorín; una publicación que quería dar voz a la «gente nueva», a jóvenes rebeldes que se presentaban como «hombres de bronce, vigorosos y viriles», que llevaba en su frontispicio la imagen de ‘La libertad guiando al pueblo’, de Gustavo Doré, y que ofrecía traducciones de Víctor Hugo, Leopardi, Proudhon o Bakunin... en el mejor estilo del momento. En 1905, después de su etapa ‘galante’, Zamacois volvió de nuevo a interesarse en primer término por los asuntos políticos y sociales, definiéndose con claridad al lado de los partidarios de la república. Durante la Gran Guerra, fue corresponsal en París del diario ‘La Tribuna’, y durante los años diez viajó en varias ocasiones a Hispanoamérica, pronunciando conferencias. ‘Crónicas de la guerra’ (1937) y ‘El asedio de Madrid’ (1938) forman parte de la obra literaria militante de un autor ya definitivamente encuadrado en la defensa de la República y la lucha contra el fascismo. De Madrid a Valencia y Barcelona, y de Barcelona a un largo exilio por Francia, México y los Estados Unidos. Y un inmenso velo de silencio sobre su nombre y sobre su obra. Un silencio apenas roto por la publicación de sus memorias, ‘Un hombre que se va’, en 1964. La crónica de una generación que vivió el cambio de siglo, que brilló con las luces veleidosas de los años veinte y que se partió en dos definitivamente con el estallido de la guerra civil. Un autor que resurge en nombre de toda una época.


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Madrileños refugiados en una estación del metro durante un bombardeo en 1937. :: ALFONSO-EFE

traición revolucionaria de transmitir a los combatientes unas enfermedades venéreas «que causaron más bajas que el enemigo». La guerra lo justifica todo. Zamacois –ya sea como narrador, o por boca de sus personajes– raramente duda; pocas veces, o nunca, se plantea si el proceder de las bases que apoyan a la República es correcto. El pueblo tiene bula. «Al pueblo no es fácil extraviarle. Su instinto le salva. El llamado ‘genio de las multitudes’ es una brújula que siempre conduce a la verdad», asegura Lucio Collado, un personaje que establece el discurso ideológico de la novela. Ni siquiera se cuestiona si esa sociedad paralela que ha tomado las armas y las riendas del poder sigue defendiendo una república democrática parlamentaria o ya defiende, en realidad, más bien otra cosa. Las modas de nuestro tiempo no benefician tampoco a la novela de nuestro hombre. Hoy ni siquiera la izquierda se sentirá del todo cómoda con su exaltación de una virilidad guerrera al servicio de la revolución. Una virilidad

«El escritor cae embriagado por una épica popular que alimenta con metáforas ardientes» «Zamacois pocas veces duda ni se plantea si el proceder de las bases es correcto» fálica que expresan las armas. Y que no es tan distinta, más bien al contrario, de la que se está reivindicando desde el bando contrario. Un ejemplo inquietante: «Nuestros dirigentes –empezando por Azaña– son demasiado buenas personas y España necesita un hombre duro, voluntarioso, que, si hace falta, se limpie los zapatos en el código», afirma uno de los personajes. Sin duda, España lo encontró en Franco, lo cual confirma la vieja advertencia de que hay que tener mucho cuida-

El segoviano que alumbró la primera revista del exilio interior L Pablo de la Fuente, todavía un desconocido en el mundo de la cultura, lideró el grupo de ocho escritores que, desde su refugio en la Embajada de Chile tras la caída de Madrid, impulsó el suplemento cultural ‘Luna’

a guerra terminó mal para nosotros. Perdí mi patria, mi ciudad, un trozo imponderable de la vida, y muchas fibras de las más sensibles se duelen aún de sus amputaciones». Testigo de un mundo en ruinas, el segoviano Pablo de la Fuente escribió estas líneas en 1954, en las postrimerías de su exilio chileno, quince años después de sobrevivir a la toma franquista de Madrid y de alumbrar un experimento literario tan singular como desconocido. Esta es la historia de una derrota, de un fracaso político y personal que dejó, no obstante, una huella creativa que solo un puñado de especialistas valora en su justa medida. Esta es la historia de ‘Luna’, revista literaria que vio la luz con la República en ruinas, vencida toda resistencia y latente el miedo a la venganza fratricida; y es la historia del segoviano Pablo de la Fuente Martín, uno de sus principales impulsores, escritor

ENRIQUE BERZAL

comprometido y director de orquesta de esa sinfonía esperanzada que alumbraron, una noche de noviembre de 1939, ocho «noctámbulos» en la embajada de Chile. Hijo de ferroviario y ferroviario él mismo, lo tenía todo en contra para dedicarse a la literatura cuando vino al mundo el 20 de diciembre de 1905 en la ciudad del Acueducto. Por el origen humilde de su familia, desde luego; por el trasiego constante a que se vio sometido, también; por su dedicación tardía a los estudios, en parte; y, sobre todo, por la aversión a la letra impresa que vivió en su propio hogar: «En mi casa se detestaban los libros. Mi madre,

como elemento activo de la familia, catalogaba todos los volúmenes como novelas, y luego les aplicaba la frase, de clásico sabor clerical, ‘novelas, ni verlas’, y no dejaba libro sano». Aun así, Pablo de la Fuente legaría a la historia la primera revista del exilio interior, un testimonio impagable de la fuerza creativa de ocho intelectuales refugiados, casi escondidos, en el Madrid hostil de noviembre de 1939. El segoviano cursó tardíamente el Bachillerato mientras trabajaba en una oficina bancaria, antes de hacerse su primer hueco laboral en las oficinas madrileñas de los Ferrocarriles del Norte. Eran los años 20. Militó en el Sindicato Ferroviario y se enroló en las filas del Partido Comunista cuando un puñado de jóvenes, imbuidos de la retórica leninista, decidió desembarazarse de la tutela del PSOE para pasarse a la disciplina de la Rusia de los soviets. La prensa de aquellos años,

periodo de entreguerras en Europa, aparece salpicada de noticias sobre su actividad en la Federación Universitaria Española, de ardorosa fe republicana, su pertenencia a la Liga de Educación Social junto a figuras de la talla de María Zambrano, Marañón, Azaña, Jiménez de Asúa o Pérez de Ayala, su combate de 1929 contra la declinante dictadura primorriverista y sus colaboraciones literarias en ‘La Libertad’, ‘El Liberal’ y ‘El Sol’, ya con la Segunda República proclamada, tiempos de esplendor y entusiamo que compartió con Rafael Alberti, María Teresa León, Ernest Hemingway, César Vallejo y Santiago Ontañón. Su exilio parisino cuando la revolución de octubre de 1934, su pertenencia a la Alianza de Escritores Antifascistas y su activa participación en el asalto al Cuartel de La Montaña, donde se había hecho fuerte el general Fanjul, lo pusieron en la diana de los sublevados el 18 de julio

Dos dibujos de Ontañón, arriba el retrato de Pablo de la Fuente, a la derecha la redacción de la revista ‘Luna’.

de 1936. Por si fuera poco, su concurso fue clave en la forja de aquel primitivo tren blindado republicano que el 31 de julio de 1936 repelió a la columna del comandante Lisardo en Navalperal. No pudo escapar desde Valencia cuando a principios de marzo de 1939 tuvo noticia de que el general Casado ha-

bía rendido Madrid a los sublevados. El mismo día en que cayó la capital, 28 de marzo de 1939, firmó su petición de asilo en la embajada de Chile, recomendado por Rafael Alberti: «El poeta D. Rafael Alberti me recomienda a varias personas que pertenecen a la ‘Alianza de Intelectuales’ que quedan aceptadas (…). Me visita esta mañana un recomendado de Rafael Alberti, intelectual, al parecer muy teñido de rojo, Pablo de la Fuente (…) un muchacho alto, bien plantado y algo ceñudo, me parece bastante caviloso. (…) Se trata, pues, de un asilo en el último momento. Él ha escrito obras teatrales antifranquistas que no querría perder. Me ruega que se las guarde». El testimonio es del


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Eduardo Zamacois. :: EFE do con lo que se desea. Y es que el lenguaje apasionado de Zamacois más que la negación de la retórica franquista resulta ser su espejo. Basta cambiar ‘pueblo’ por ‘nación’ y el mismo discurso de un bando vale para el otro. Pero el novelista no lo ve, o no lo quiere ver. Está embriagado. ¡Qué diferencia con la obra de Chaves Nogales! En ‘A san-

embajador chileno Carlos Morla Lynch, ver-o dadero ángel custodio de aquel puñado de re-publicanos, 17 en total,, que quedaron en su em-bajada en abril de 1939.. «Nos acomodamoss como mejor pudimos a nuestra vida de pájaross enjaulados, bajo la cons-tante amenaza de unaa rciudad que se había tornado completamentee ahostil para aquel puñas, do de rojos miserables, o a quienes más de cuatro n nos hubieran dado un n tiro de buena gana en naquellos días de venganizas y juicios sumarísigo mos», escribía Santiago niOntañón, aún con el ániumo sobrecogido al escuas char el tableteo de las ac, ametralladoras y el tac, ia tac de los tiros de gracia que les «llegaba desde las tapias de algún cementerio, posiblemente La Almudena». En aquel contexto de apesadumbrado encierro surgió, por iniciativa expresa de Pablo de la Fuente, la que ha sido considerada la primera revista cultural del exilio interior español. Se trata de ‘Luna’, elaborada entre el 26 de noviembre de 1939 y el 17 de junio de 1940, recuperada y estudiada en el año 2000 por Jesucristo Riquelme y concebida, en palabras del mismo Pablo de la Fuente, como «una forma de mantener la moral en el año y medio que duró nuestro encierro». Pero, cier-

Manuel Chaves Nogales. :: EFE gre y fuego’ la maldad y la bondad no dependen de las facciones, sino de las personas. Y al narrador no le ciegan ideales, ni sueños. Es periodista de verdad, capaz de ver a hombres y mujeres como lo que son, personas concretas y singulares, vidas merecedoras de piedad. En la obra de Chaves Nogales encontramos la compasión que falta en la

tamente, ‘Luna’ fue mucho más; fue una revista exclusivamente literaria y un medio de expresar las vivencias de ocho refugiados que en la embajada de Chile, cercada por los vencedores en la guerra, alumbraron una «República de las Letras» o «Noctambulandia» en referencia al horario nocturno en el que trabajaban. Bajo la batuta del segoviano, ejercieron de redactores Antonio de Lezama, periodista, que escribía los editoriales; el poeta Antonio Aparicio, que se ocupó de autores como Marinello, Valle Inclán, García Lorca, Rafael Alberti,

de Zamacois. Hallamos la conciencia del drama y del desgarro singular de cada muerte, que en ‘El asedio’ apenas aflora bajo la estupefaciente euforia revolucionaria y el poder tranquilizador de los clichés y los arquetipos. ‘A sangre y fuego’ está habitada por personajes que representan a personas de carne y hueso, con remordimientos, temo-

Miguel Hernández, Antonio Machado, León Felipe o Juan Ramón Jiménez; el artista Edmundo Barbero, a la sazón crítico teatral; el abogado Aurelio Romeo y dos estudiantes, José Campos y Julio Romeo, a quienes quedaron encomendadas las narraciones y las reseñas, más Santiago Ontañón, responsable del diseño y de las ilustraciones, que también hacía los chistes y, además, aportó varios textos.

Amor a la libertad Lo cierto es que aquel equipo sacó adelante dos iniciativas, un periódico diario, ‘El Cometa’, con cerca de trescientas

res, capacidad de nobleza y de miseria: héroes y monstruos, a veces refugiados en el mismo cuerpo. Seres singulares atrapados en una orgía de violencia que les arrolla, al tiempo que arrolla cualquier sueño utópico o ideal, que la ira y la venganza tornan irreconocible. En ‘A sangre y fuego’ los héroes están en los dos bandos, y los miserables también. No hay un pueblo guiado por un sentido innato de la justicia y de la verdad. No. Eso solo existe en la (mala) literatura. En lo real hay personas que a veces cometen actos heroicos y otras veces tienen comportamientos execrables. Seres capaces de convertir su miedo en valor cuando les animan con convicción; pero sólo durante un tiempo. La obra de Chaves Nogales –formada inicialmente por siete relatos independientes, que en su reciente reedición han crecido a nueve– es una impugnación en toda regla a la épica popular de ‘El asedio de Madrid’; una enmienda a la totalidad. El desgarro de un hombre que no se dejó seducir por el resplandor y las luces del fragor de la batalla.

«Hijo de ferroviario, también fue su oficio, lo tuvo todo en contra para dedicarse a la literatura» «’Luna’ fue ‘una forma de mantener la moral en el año y medio que duró nuestro encierro’, según De la Fuente»

Olvidado, pero no vencido

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l asedio de Madrid’ es la última novela de Eduardo Zamacois y pertenece a lo que los expertos en su obra denominan la tercera etapa, marcada por la literatura social. Antes se dedicó a la novela galante, los relatos eróticos, y cultivó con éxito popular todo tipo de géneros y estilos. Su obra y su persona han sido objeto de una reciente recuperación y reivindicación que se ha traducido en la antología ‘Cortesanas, bohemios, asesinos y fantasmas’ editada por la Fundación Banco Santander en 2014. Pero a Zamacois no se le reivindica por ‘El asedio de Madrid’ –que es considerada «un retroceso» por los estudiosos de su obra– sino por una trayectoria

cincuenta entregas, ci y la revista semanal ‘Luna’, una especie ‘L de suplemento cultural con treinta tu números en total n cu único original cuyo e depositado en está la caja fuerte de la B Biblioteca Central d la Universidad de d Chile. Aunque de u una amenaza de a asalto falangista a l embajada les la o obligó a destruir los d tomos de ‘El dos C Cometa’, no ocur así con ‘Luna’, rrió c cuya primera ent trega vio la luz el 2 de noviembre 26 de 1939: «El número de los componentes de nuestro grupo tuvo fluctuacion hasta fijarse en fluctuaciones la cifra inamovible que hoy ostenta: somos ocho. Tampoco la vieja denominación ha perdurado. Pasando por una etapa republicana imperial hemos venido a quedar en república democrática –con todos sus vicios constitucionales y sus ventajas de libre vida– y somos conocidos en el mundo del refugio por Noctambulandia… Procedentes de muy diferentes medios sociales, si bien todos animados de una misma idea eje, nuestro amor a la libertad, nuestro antifascismo arraigado muy en lo profundo, fueron el primer motor que nos impulsó a reunirnos», explica el

vital apasionante, libre y muy poco convencional, que relata en sus memorias ‘Un hombre que se va’, obra que marca un hito en la literatura autobiográfica del siglo XX. Su búsqueda de una literatura popular le llevó a frecuentar los gustos del público y a crear la novela de quiosco, modalidad en la que encontraron modo de supervivencia un gran número de escritores. Tras casi un siglo de vida viajera y apasionada, este español nacido en la Cuba previa a la independencia falleció en Argentina en 1971. «Yo seré un olvidado, pero no un vencido de la vida», afirma en sus memorias, y la frase es el mejor resumen de una trayectoria vitalista que nunca se conformó con lo habitual o lo correcto.

editorial del último ejemplar, el del número 30. Con unas cuarenta páginas por número, en total más de mil trescientas, con numerosas ilustraciones, ‘Luna’, a decir de Riquelme, «conjuga la popular y lo culto en la mayor parte de los artículos», respondiendo a una estructuración bastante fija: portada en color, sumario, editorial, poesía, ensayo, memorias, narrativa, notas de lectura, comentarios políticos y crítica teatral. El nombre aparecía explicado de forma poética en el primer número, preparado durante la noche del 26 al 27 de noviembre de 1939: «Nueva luna/en un cielo sin ninguna./Cielo sin luz ni luceros,/sin alba ni claridades,/oscuro de tempestades,/tenebroso de aguaceros./Cielo cerrado, enemigo,/orillado a la tormenta,/sobre la zarpa sangrienta/que trae el fascismo consigo./Bajo este cielo inseguro/alza su temblor de plata/una voz que se dilata,/un son rebelde y maduro;/una luna/por un cielo sin ninguna». Noctámbulos voluntarios de la escritura, su condición de testigos del dolor y albaceas de la República en ruinas les impedía escribir durante el día: «No, no podíamos, porque los días no nos pertenecían a nosotros solos, porque el día era nuestro enemigo. Era bajo la luz del sol cuando se reunían los tribunales para condenar implacables y vengativos, era al apuntar el día cuando las sen-

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tencias se ejecutaban, y bajo este anuncio del día no podíamos sentirnos liberados de todo el peso que nos oprimía. Solo cuando llegaba la noche, cuando el sueño impedía a los jueces seguir firmando sentencias de muerte, cuando acudía en ayuda de los encarcelados para hacerles olvidar su triste condición y su aún más triste destino, comenzaba nuestra vida. Sé que habrá muchos que no comprendan lo que quiero decirles, pero también sé que todos los noctámbulos sentirán lo mismo que estoy sintiendo yo al escribir estas palabras. Ni ellos ni yo hubiéramos podido explicarlo de otra manera», explicaban en el último número, que vio la luz la noche del 16 al 17 de junio de 1940. La aventura de ‘Luna’ duró, pues, lo que duró aquel refugio de la embajada. La salida de los diecisiete fue escalonada, pues cuatro habían sido evacuados en octubre de 1939. Pablo de la Fuente, Santiago Ontañón, Antonio Hermosilla, Edmundo Barbero y Antonio de Lezama tuvieron que esperar un año más, hasta el 12 de octubre de 1940, para zarpar hacia Río de Janeiro y luego a Chile, donde el segoviano regentó el famoso ‘Café Miraflores’, conciliábulo de eminentes exiliados, y trabajó para la agencia de noticias Associated Press antes de conseguir un puesto de auxiliar administrativo en el Departamento de Pesca de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Autor de varias novelas, en buena medida autobiográficas y transidas por las huellas de la guerra y el exilio –‘El hombre solo’ (1939), ‘Sobre tierra prestada’ (1944), ‘Los esfuerzos inútiles’ (1949), ‘Este tiempo amargo’ (1953), ‘El señor cuatro y otras gentes’ (1954), ‘La despedida’ (1966) y ‘El retorno’ (1969)–, Pablo de la Fuente, como les ocurrió a otros muchos compañeros de exilio, forjó su obra más creativa y madura fuera de su país, con lo que, en cierto modo, se le hurtó buena parte del reconocimiento que, en condiciones normales, habría disfrutado en España. Residente en Roma desde 1955, falleció en Perugia el 30 de abril de 1976. Nunca quiso que sus restos regresaran a España.

Negrín y Azaña pasan revista a las tropas republicanas en Alcalá de Henares (Noviembre de 1937). :: EL NORTE

Las razones del hombre que entregó Madrid GONZALO SANTONJA

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l referirse al coronel Casado», escribe Pedro López Ortega, Paul Preston «emite juicios de valor con descalificador apasionamiento partidista», censura extendida a otros historiadores, desde luego más solventes unos que otros, pero en general de acuerdo en descalificar la sublevación casadista contra Negrín y el PCE, incurriendo a veces en contradicciones llamativas. Así sucede con el propio Preston, que en ‘El final de la guerra’ (2014) imputa desde el subtítulo a Casado «la última puñalada la República» sin que eso le impida reconocer que la declaración del presidente Azaña, que se negó a volver a España al identificarse con la propuesta de rendición del general Vicente Rojo, «de que la guerra estaba perdida»… socavó por completo los esfuerzos de Negrín por la resistencia. ¿En qué quedamos?: ¿hundió Casado a la República con

una puñalada trapera o, en realidad, militarmente la República ya estaba inexorablemente condenada a una derrota inminente cuando se levantó contra Negrín un Consejo Nacional de Defensa sostenido por la inmensa mayoría de los partidos políticos y sindicatos de lo que iba quedando de la España frentepopulista? Desde el PSOE al Partido Sindicalista, pasando por Izquierda Republicana; desde UGT a CNT. Militares como Miaja, milicianos como Cipriano Mera, políticos como Besteiro. En realidad, casi todos… a excepción del PCE y los asesores soviéticos, los únicos que con Negrín mantenían la alternativa de una resistencia numantina con la esperanza de que el estallido de una guerra mundial de las democracias europeas (las mismas que

«Los casadistas se equivocaron al creer posible un armisticio con Franco y los negrinistas erraron»

habían abandonado a su suerte al régimen republicano) contra el fascismo conllevase la invasión de la Península, análisis con fundamento, porque como de sobra se sabe la II Guerra Mundial estalló el 1 de septiembre de aquel año fatídico de 1939, cuando la Alemania de Hitler invadió Polonia. Calendario en mano, desde los últimos días de marzo hasta esa fecha todavía mediaban cinco meses, ciento cincuenta días que no son lo mismo contados ahora, desde la seguridad y el confort, o contados entonces, porque en Madrid apenas quedaban víveres, la población civil llevaba tiempo instalada en el hambre y el ejército agotaba las municiones sin posibilidades de reponerlas, con la frontera de Francia en manos de los franquistas y el Mediterráneo a merced de la flota nazi. Considerada la situación con realismo, aguantar cinco meses en esa tesitura resultaba, sobre angustioso, francamente imposible, aparte de que la dinámica suicida entre procomunista y anticomunistas ya hubiera convertido en insostenible la convivencia, siquiera táctica, siquiera coyuntural, entre unos

DEFENSOR DE LA JUSTICIA, LA LIBERTAD Y LA REPÚBLICA: CORONEL SEGISMUNDO CASADO. EL FINAL DE LA II REPÚBLICA Pedro López Ortega, Burgos, 2016, 424 pp., 15 euros.

Segismundo Casado. y otros en la zona republicana. Sin duda los casadistas se equivocaron al creer posible un armisticio con Franco, pero parece evidente que los negrinistas tampoco acertaban con su plan numantino. Desde 2018 se puede opinar lo que se quiera. Pero cierto y bien cierto es que en marzo de 1939 se produjo una guerra incivil, otra más (antes me-

dió la de mayo de 1937 del POUM), en la España de la II República. Una guerra incivil definitiva, no una puñalada trapera. El análisis y la consideración de sus causas exigen un esfuerzo de objetividad en el que para mí tengo que ni unos no otros saldrán bien parados, y por supuesto, tampoco Franco, que los dejó matarse mientras preparaba la represión. Pero peca de incoherencia cantar a quienes proponiendo la resistencia se apresuran a tomar las de Villadiego en avión el 5 de marzo mientras los supuestos traidores permanecieron en Madrid cerca de tres semanas. ¿Qué Franco los había dado garantías? Besteiro rechazó el exilio, fue detenido, juzgado en un consejo de guerra, condenado a reclusión perpetua y murió en la cárcel mientras varios colaboradores de Casado eran fusilados. Únicamente está claro que se trató de un final turbio.


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Balkrishna Doshi: un ‘pritzker’ en la India DAVID DOBARCO

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ndia es un gigante mundial, por méritos propios: una de las grandes economías emergentes, conocidas como los BRIC, junto a Brasil, Rusia y China, cuya estela sigue, pero siendo la mayor democracia del planeta. Un abigarrado subcontinente con mil trescientos millones de habitantes en unos 3.300.000 km² (séptimo país por superficie), que es un crisol de razas, culturas y religiones, donde conviven desarrollos urbanos explosivos, junto al respeto de territorios naturalmente salvajes… La arquitectura hindú no es habitual en las publicaciones especializadas, pero un contexto de tan abrumadora complejidad debe tener una Arquitectura digna de consideración. El jurado del Pritzker ha mirado hacia la India y ha encontrado en la figura de Balkrishna Doshi un necesario reconocimiento, similar a lo sucedido con el chino Wang Shu en 2012. El jurado de los premios Pritzker de 2018 está integrado por relevantes personalidades relacionadas con la Arquitectura, el mismo Doshi formó parte de él entre 2005- 2009. En esta convocatoria lo han integrado: Glenn Murcutt (Premio Pritzker 2002), Stephen Breyer, André Aranha Corrêa do Lago, Lord Peter Palumbo, Richard Rogers (Premio Pritzker 2007), Kazuyo Sejima (Premio Pritzker 2010), Benedetta Tagliabue, Ratan N. Tata, Wang Shu (Premio Pritzker 2012) y Martha Thorne (directora ejecutiva). Continuando la línea de las últimas convocatorias han reconocido una Arquitectura comprometida con su sociedad y la sostenibilidad, lejos de espectáculo y confirman la apuesta por reconocer la globalización de la Arquitectura, más allá de una especial feria de vanidades occidental, personificada en cierto ‘star system’ de algunos estudios de Arquitectura y Doshi se mueve en las antípodas de ello. La declaración del jurado adjunta es muy precisa y reconoce su coherencia con las necesidades de su complejo entorno y su trayectoria, que lo ha convertido en un referente crea-

tivo y ético para los arquitectos de su país, y en general, empezando por su experiencia docente desde su propio estudioescuela: Sangath. Nacido en 1927 y encuadrable en la llamada tercera generación del Movimiento Moderno, nacidos entre 1918 y 1938 según la tesis de Philip Drew, una generación mucho más heterogénea que las dos anteriores. Balkrishna Doshi acumula casi setenta años de práctica de la arquitectura. Tras finalizar sus estudios en Bombay, vivió en Inglaterra y se trasladó a París, donde permaneció cuatro años en el estudio de Le Corbusier, con quien colaboraría en sus proyectos en la India: Ahmedabad (Museo 1951- 1953 y otros edificios) y Chandigar (1951- 1965), un escenario cumbre en su obra, pues planificó la ciudad y proyectó sus principales edificios, hasta su muerte en 1965. Tras su regreso a la India se había instalado en Ahmedabad, colaborando en las obras de su maestro en la India. A finales de los años 50 Doshi descubrió la Arquitectura de Louis Kahn, al que promocionó ante las autoridades hindúes, con quien también colaboró y pasó a ser otro referente pero, como otros maestros de la arquitectura residentes en países en desarrollo, por cierto no incluidos por Drew en su excesivamente occidental consideración del Movimiento Moderno, se ven impulsados a adaptar las ideas de la arquitectura moderna a sus poderosos contextos vernáculos. Así sucede, entre otros, con mejicano Luis Barragán (Pritzker 1980), el brasileño Oscar Niemeyer (Pritzker 1988), o el egipcio Hassan Fathy y el propio Doshi; ellos reinterpretan el rigor estilístico y el papel hegemónico del hormigón lo adaptan a la vitalidad constructiva de sus sociedades y las estructuras de pilares pueden abrir paso a cerramientos masivos resistentes y aislantes, se adaptan y utilizan mejor los recursos ambientales y logran mayor economía e integración social. Más allá de colaborar en los edificios singulares de grandes maestros, divulgados en revistas y libros de Arquitectura, se comprometió con el desarrollo de viviendas básicas para miles de trabajadores, que precisaban un discurso más asentado en la construcción popular, y en esa línea

Doshi, bajo la sede de su estudio, Sangath, y a la izquierda de uno de sus proyectos de viviendas sociales. :: EFE

proyectó conjuntos como el barrio Aranya en Indore (1989): una estructura residencial con más de 6.500 alojamientos y unos 80.000 habitantes, construcción bioclimática y sostenible en estado puro. Esa búsqueda de modelos residenciales básicos, le relacionaría con el trabajo de su compañero de generación Christopher Alexander y su «lenguaje de patrones», la búsqueda de elementos básicos y universales de la Arquitectura y las reglas que regulan su relación, constituyendo una gramática. Doshi entra en ese juego y lo enriquece, porque para él «el diseño convierte los refugios en viviendas», un objetivo básico en la demanda masiva de la india. Por ello era consciente de la necesidad de crear su

propia vía y en 1980 construyó su estudio/ escuela Sangath (Avanzar juntos), siguiendo el modelo de Frank Lloyd Wright en sus estudios/ escuelas Taliesin. La filosofía de Balkrishna Doshi se basa en el respeto que se traduce en su afirmación de que «no es la oposición a lo anterior sino su digestión lo que permite prosperar» y así lo ha practicado, ha «digerido» de modo admirable a sus maestros Le Corbusier y Kahn, cuyo ascendente se aprecia en edificios como el Centre for Environment and Planning Tecnology en Ahmedabad, o en su propio estudio/ escuela, donde fluye la transición de espacios, entre interior y exterior, bajo bóvedas de cañón flanqueadas por pesebrones que canalizan agua

murmurante hacia estanques en jardines que envuelven la edificación. O la particular revisión del Parque Güell de Gaudí en la Galería de Arte subterránea Amdavad Ni Gufa… En sus obras persigue su idea de que «la vida celebra cuando se fusionan la Arquitectura y el estilo de vida», porque para BalKrishna Doshi «cada objeto en nuestro entorno y la naturaleza en sí misma, las luces, el cielo, el agua, las tormentas todo está en armonía». El Pritzker de 2017 para el equipo español RCR reconoció que la Arquitectura puede alcanzar proyección global desde un entorno local preciso. En 2018 se pasa al otro lado del espejo, a la multiculturalidad que subyace en la aldea global mundial y la India puede ser el pa-

radigma más poderoso, desde hace siglos. Naturalmente se rompen las barreras interdisciplinares y frente a la especialización industrializada, predominante en Occidente, en las sociedades en desarrollo se impone la interrelación de usos y funciones, a veces de forma caótica, pero en Occidente también vivimos situaciones caóticas perfectamente ordenadas. De este modo, para Doshi y en su contexto, la arquitectura se mezcla con el urbanismo, el paisaje, la sostenibilidad y la enseñanza y ha convertido su vida en un referente profesional y personal para los arquitectos, como bien afirma la declaración del jurado del Premio Pritzker de 2018. En las apuestas de medios especializados, sobre ganadores para esta convocatoria, probablemente no figuraba Balkrishna Doshi, personalmente espero que algún año se reconozca a Arata Isozaki, aunque tiene la desventaja de numerosos arquitectos japoneses premiados, pero la elección de 2018 es merecida, pues aleja frivolidades y reconoce compromisos.


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Amado monstruo G

ustavo Martín Garzo presentó en Valladolid su nueva novela, ‘La ofrenda’, en el Museo de Arte Africano Arellano Alonso. En la sala San Ambrosio del Palacio de Santa Cruz, rodeado de ídolos y máscaras africanas, proyectó un fragmento de ‘La mujer y el monstruo’, una película dirigida por Jack Arnold en 1954. Un fragmento de una película que atesoraba en la memoria desde su infancia hasta que emergió en las páginas de la novela, a la búsqueda quizá de un remanso, de una extensión literaria que diera cabida y sosiego a su ligazón obsesiva con aquella mujer que nadaba en las cercanías de un ser extraño, y que ahora aparecía en la portada de su libro. ‘La mujer y el monstruo’ pertenece al subgénero de Hollywood que cruza aventuras coloniales con el descubrimiento de algún ser desconocido. ‘King Kong’, en su primera versión de 1933 dirigida por Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, podría ser su relato modélico. Le siguieron muchos otros, bañados casi siempre en una expedición científica con aroma a Julio Verne, lo que obligaba a disponer de unos protagonistas que fueran mitad estudiosos y mitad aventureros, Indiana Jones sin ironías ni cinismo. Aquel ‘King Kong’ supo incrustar en una historia simple la extrañeza de lo inclasificable, unido a una peligrosa atracción entre la presa y sus capturadores. El gran gorila era capaz, a su manera, de distinguir entre los expedicionarios a quien no llevaba rifles ni sogas, una mujer con la que podía establecer una relación diferente, lo que abría la puerta a la fascinación, al deseo, a la imposible fusión. Amado monstruo,

JORGE PRAGA

«Conocer es destruir, como denunciaban aquellos frescos de ‘Roma’, de Fellini, que eran borrados por la luz que los mostraba» «Martín Garzo puso su empeño en llegar a las librerías antes que el estreno de la cinta de Del Toro, lo que logró por pocos días»

choque de palabras en un título robado a Javier Tomeo. De esa corriente es deudora, veinte años después, la película de Jack Arnold. La bestia ahora es acuática, sin renuncia a un perfil humano. Resiste el acoso de la expedición científica, se enfrenta a ella con violencia mortal, pero no huye, se mantiene en las cercanías de la embarcación fondeada en la Laguna Negra, su hábitat. Ha contemplado desde sus profundidades el cuerpo de la mujer nadando en la superficie, se ha acercado, la ha rozado con delicadeza con las garras que antes han triturado a otros tripulantes…, ante esa secuencia Gustavo Martín Garzo se extasió tanto como el monstruo ante el cuerpo deslizante de la mujer. Y con esa secuencia comprendemos, a la manera de King Kong, la soledad que envuelve su rareza de eslabón perdido y aislado, su melancolía de profundidades, incluso su torpeza ante especies más definidas y adaptadas. Su primo biológico, el hombre, es su más fiero depredador. Le mueve para su captura la ambición profesional, pero también la disputa sorda entre machos que se ha desatado en el grupo en pos de seducir a la muchacha. Al otro lado de la pelea, el monstruo solo quiere estar cerca del ser que le ha fascinado con su cuerpo desarmado y flexible. Por ese cuerpo inalcanzable arriesga su vida solitaria. Es de la estirpe de King Kong, pero también le alcanza la tristeza de Frankenstein, su agresividad que no es sino torpeza e incomunicación. La película de Jack Arnold deja al monstruo en el fondo de la laguna con varios disparos en el cuerpo. ¿Muerto? En cualquier caso, resucitado en dos obras que han llegado casi a la vez: la novela de Garzo, y

la película de Guillermo del Toro ‘La forma del agua’. En esta reaparece en una base militar de Baltimore a finales de los cincuenta, encadenado para un experimento científico que le puede subir a una nave espacial, tras la conquista del espacio que sus captores disputan con los soviéticos. Es el ambiente de la guerra fría, contada con una falsa ingenuidad a lo Spielberg, lo que no evita proyecciones de actualidad en forma de condena de la homofobia o el racismo. Demasiadas capas sobre el corazón narrativo de la fascinación entre la mujer y el monstruo, que acaban por diluir la extrañeza de esa relación y su fondo de imposibilidad trágica. Por el contrario, del Toro saca a sus seres enamorados de la vida real y los deposita en una existencia nueva y acuática. Gustavo Martín Garzo supo de la película de Guillermo del Toro cuando estaba en los trabajos de la novela. El León de Oro que recibió en Venecia en septiembre de 2017 aireó su trama. El escritor puso su empeño en llegar a las librerías antes que el estreno de la cinta, lo que logró por pocos días. Una ganancia circunstancial frente a la profunda que le otorga la inevitable comparación entre ambos monstruos. El suyo, rescatado de las lejanías amazónicas, se encuentra en una mansión acuática de la imaginaria isla Taboada, cerca de Madagascar. Allí acude la protagonista sin sospechar nada, contratada para cuidar a la dueña de la mansión, y poco a poco va descubriendo el sentido de ‘La Construcción’, de sus laberintos acuáticos, de los rastros y conductas inexplicables. Por privilegio de la literatura sin imágenes, y por acierto metodológico del autor, la presencia del mons-


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Un fotograma de ‘La forma del agua’ de Guillermo del Toro. A la izquierda, secuencia de ‘La mujer y el monstruo’ (Jack Arnold, 1954). Sobre estas líneas, la primera versión de ‘King Kong’ (1933).

truo y la organización de la mansión se van desvelando con cuentagotas. Las preguntas que la protagonista se hace terminan volviéndose sobre ella misma, sobre su pasado, sus angustias, sus pasiones frustradas. Los largos párrafos de la novela acaban muchas veces en un interrogante que no aspira a ninguna respuesta, pues su formulación es ya un paso de conocimiento y avance. «Dar lo que no se tiene ¿es la paradoja del amor?», «Los pensamientos de los niños ¿quién los conoce?»… El monstruo se instala sobre esa cadena de preguntas, no se sujeta a ninguna presencia nítida, queda, con acierto, en un fuera de campo nocturno, tímido, observador. Cuando sale del agua se coloca a espaldas de su cuidadora, que cierra los ojos. Y desde allí, con efluvio misterioso, llena su cabeza de bienestar, cambia el aire, aleja la angustia. La protagonista va comprendiendo que su destino, y su fortuna, es perderse en esa unión inefable para la que no hay palabras, y de la que sobran las referencias explícitas. Quedan rastros: naranjas, el agua, la noche, la música de Gesualdo. Y marcos de historias y leyendas que iluminan la narración: las navegaciones de

Ulises, las de Butes con los argonautas, el secreto de las mujeres de Barba Azul, la bella y la bestia… «Yo era como esas muchachas que, en los cuentos, no pueden dejar de dirigirse hacia el lugar indecible donde tal vez las espera la destrucción, porque en su tierno corazón conocimiento, muerte y amor son aún la misma cosa», anota en su diario la protagonista. La tarea sagrada de la protagonista va a ser el cuidado de ese ser distinto, que nada pide salvo preservar su privacidad y su comunicación indirecta, y que en reflejo agradecido proyectará paz y ensueño sobre el temperamento de su protectora. Tal vez en el origen de la fascinación cinematográfica de Gustavo Martín Garzo estuviese la ambivalencia de observación y distancia que conectaba a ambos seres en el agua. En cierta manera, en ese acercamiento cuidadoso de la protagonista al corazón del misterio reconocemos la tarea del narrador, del novelista: acercarse a lo distinto preservando su pureza, no intentar apresar al monstruo o someterlo a una explicación científica, renunciar a llevar a King Kong a Nueva York. Alargar la vida de lo inexplicable, hacer la ofrenda de ‘La ofrenda’, preguntar y preguntar. Conocer es destruir, como denunciaban aquellos frescos de ‘Roma’ de Fellini que eran borrados por la luz que los mostraba. Ese equilibrio delicado y mágico entre contrarios, entre revelación y preservación, es la misión aventurera y aventurada de la literatura.


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FERNANDO HERRERO

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oncierto de la Orquesta Nacional de España en el Teatro Real. Se presenta un joven director español, nacido en Toro (Zamora) y formado en el extranjero. Programa sugestivo con las “Diez melodías vascas” de Guridi y la Segunda Sinfonía de Schumann. Éxito desde la sensibilidad del Maestro que supo dar al Adagio bellísimo de la Sinfonía toda su intensidad. Fue mi primer contacto con López Cobos. El lunes siguiente, en mi despacho del IRYDA se presentó el Alcalde de Toro para resolver algunos asuntos en la zona limítrofe de San Román de Hornija, le comenté el éxito de su paisano y le di el programa. Quedó en felicitarlo. Después, ya se sabe, una carrera brillante, Deusche Oper, Cincinatti, Lausanne y una presencia conflictiva en España, cuando fue titular de la Orquesta Nacional y de la Dirección Musical del Teatro Real. Tuve ocasión de seguirle en ambos casos y publiqué en este diario las críticas de las óperas que dirigió. Lugo asistí a la hazaña de dirigir las nueve Sinfonías de Beethoven en un solo día y a las 37 lecciones impartidas con la OSCYL. La noticia de su muerte me ha impresionado, aunque ya sabía de su desesperado estado. Otra referencia personal que se va, aunque el recuerdo sigue y seguirá persistiendo. Referencia personal y referencia en el mundo de la cultura, desde su talante humanista y su categoría musical. En el mundo de este arte, antaño cenicienta en nuestro país, es un nombre inexcusable que ha tenido que luchar contra todo tipo de circunstancias negativas, la burocracia y el conformismo. No es algo nuevo. Artistas reconocidos en el mundo lo han tenido más difícil en el propio país. He seguido los avatares de la música en España, desde los años 50 cuando Ataulfo Argenta y la Orquesta Nacional me hicieron ferviente melómano. El propio Maestro de Castro Urdiales tuvo también problemas a pesar de una calidad que se agigantaba cada año. En aquella época se vislumbraba un futuro positivo. Con el gran músico Eduardo Toldrá y la honestidad de Jesús Arambarri, la música empezó a formar parte de las vivencias de las nuevas generaciones. La temprana muerte del Maestro fue un palo. Su sucesor fue Rafael Frühbeck que no lo hizo olvidar, Igor Markevitch fue el responsable de la Orquesta de Radio-

López Cobos: una gran referencia

Jesús López Cobos dirige la Cincinnati Symphony Orchestra en mayo de 2001. :: MARK LYONS-AP

televisión y Antoni Ros Marbá, el sensible maestro, uno de los dos titulares adjuntos. Se formaba así la segunda generación. Después llegaría López Cobos. Los primeros titulares de la Nacional han fallecido. Primero Argenta, en plena madurez, después Frühbeck que hizo una magnifica carrera en el extranjero y ahora Jesús, a los 78 años, en plena forma artística, como lo ha demostrado en los conciertos que dirigió a la Orquesta Sinfónica

de Castilla y León a la que ha prestado un gran servicio. Después de su salida de la Nacional, absurda e innecesaria, continuó su vida artística en el extranjero con visitas esporádicas a nuestro país. Estaba ya el Teatro Real como gran coliseo de la ópera. Lui Antonio García Navarro, el titular enfermó y murió, dejando tras de sí una antológica dirección del “Parsifal” wagneriano con Placido Domingo como protagonista. Una sesión en la que el maestro se

«Una referencia cultural para el mundo musical; para nuestro país, al que tanto dio; para la OSCyL, para la que fue un apoyo esencial como director emérito»

sobrepuso a su estado y consiguió transcender el dolor y el espíritu de la obra. López Cobos fue invitado a sustituirle con el aplauso de todo el mundo musical. Su primera aparición fue con “Cossi fan tutte” de Mozart en la puesta en escena de Josep María Flotats. Nueve años estuvo al frente de la Orquesta, a la que hizo fija en el foso y pulió desde su propia exigencia. Asumió todo el repertorio con grandes éxitos y algunas versiones polémicas. El Real te-

nía un magnifico nivel con Antonio Moral como responsable. Luego llegó Mortier, un gran hombre de teatro pero caprichoso e intolerante y las cosas se rompieron. Un final injustísimo y abrupto para Jesús con juicios inclusive. Un final que jamás debió producirse de ese modo, como tampoco el de Mortier, afectado por la enfermedad que le llevó a la tumba. La relación de López Cobos con las Instituciones fue problemática, pero tuvo siempre el respeto y la comprensión sus músicos, a los que exigía desde su amabilidad y sencillez. La extraordinaria jornada en la que matizó cada una de las Nueve Sinfonías de Beethoven, con esa sencillez de los elegidos, con las cuatro orquestas, la Nacional, la de RTVE, la Joven y la del Real fue para mí, como un acto artístico en el que estos conjuntos rendían homenaje a la vez al gran Beethoven y al propio Maestro. Quedaba todavía esa etapa con la Orquesta Sinfónica de Castilla y León que decantaba la gran musicalidad y técnica del Maestro en una exhibición asombrosa. Empleo el término “exhibición” desde hondura, no desde la superficialidad exterior. Fluidez en su gestica nada ampulosa, con una perfecta mano izquierda, sencillez en la postura en el podio sirviendo a la música, no sirviéndose de ella. Desde la Séptima beethoveniana que dirigió en el Teatro Calderón a todas sus actuaciones en el Auditorio. Repertorio variadísimo, hasta llegar incluso a la Comedia musical. Gran asunción de la música alemana de los grandes, los cinco Conciertos para Piano de Beethoven, con Perianes, y dos hitos memorables, el “Réquiem de Guerra” de Benjamín Britten y la “Sinfonía Alpina” de Richard Strauss entre tantos. De los clásicos (Haydn, Mozart) al presente con otro Mahler excepcional (la Tercera). Gran memoria, precisa técnica, interpretaba las partituras desde su esencia, respetándolas desde su propia sensibilidad. Una referencia cultural para el mundo musical, para nuestro país al que tanto dio, para la Orquesta de Castilla y León, para la que fue, como Director Emérito, un apoyo esencial. Los Tres Conciertos programados, que desgraciadamente no puede dirigir, son una prueba de su eclecticismo con Brahms como base final. Para la nueva generación de directores como Pons, Juanjo Mena o la novísima, como Heras-Casado y Antonio Méndez, la figura de López Cobos es asimismo una referencia indispensable. Su huella queda, pero su persona se ha ido y desgraciadamente no volveremos a verlo empuñar su sabia batuta.


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La otra Margaret Atwood LUIS MARIGÓMEZ

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a escritora canadiense se ha convertido casi en una celebrity a partir de la reciente emisión televisiva de las adaptaciones de dos de su obras, ‘El cuento de la criada’ (1985) y ‘Alias Grace’ (1996). La primera novela ya se había visto en cine y fue la pieza que catapultó a la fama a su autora al publicarse, pero ella ya llevaba varios años trabajando. Sus primeros libros fueron de poemas. ‘Double Persephone’ (1961) es su debut. Durante los 60 publicó varias entregas más de versos y al acabar la década apareció su primera novela, ‘La mujer comestible’ (1969). El primer tomo de ensayos sale en 1972. Para entonces ya había elaborado su primer libreto teatral y después entró en el mundo de los libros infantiles, las colecciones de relatos, el cómic, etc. Nada que pueda escribirse le es ajeno. Su curiosidad y su capacidad de adentrarse en cualquier género es ilimitada. Nacida en 1939, es compañera de generación de la premio Nobel Alice Munro (1931), que, en cambio, siempre se ha ceñido al relato –a veces largo, pero nunca novela– como forma de expresión. Las dos han vivido un tiempo en el que el papel de la mujer ha cambiado de modo significativo en el mundo occidental, y no ha sido por azar. Ambas han sido calificadas de feministas. Un eje fundamental de sus obras es

la visualización del papel de la mujer en la sociedad, su pelea por ocupar un espacio digno, la interiorización de personajes complejos femeninos vistos desde una perspectiva y un análisis cuidadoso que, seguramente, solo puede venir desde una escritura hecha por una mujer. Las dos llegaron a la edad adulta en la década de los sesenta y fueron partícipes de las transformaciones que se dieron, o se intentaron, en esa época. Lo que singulariza la obra de Atwood es su diversidad. Entra en el mundo de los mitos, de la historia canadiense, de la ciencia ficción, de la novela negra… cualquier territorio es adecuado a sus propósitos de escrutar lo que pueda ser el ser humano, particularmente el femenino, sin aderezos que lo suavicen. Si la poesía es la primera y quizá más honda vocación de la autora, y llenó sus primeros años de escritura, la novela y el ensayo van desenvolviéndose en los setenta, con una fuerte carga de protesta ante los convencionalismos que asfixiaban a aquel tiempo. Sus textos resultaron lo bastante llamativos para un mundo en transformación y empezó a ser conocida y reconocida. Los ochenta suponen su madurez literaria. Además del

Lo que singulariza su obra es la diversidad, de la poesía a la historia, el ensayo o la novela negra

primer gran éxito, ‘El cuento de la criada’, es el tiempo de ‘Ojo de gato’ (1988), quizá su primera obra maestra, donde cuenta la infancia y el desarrollo hasta la vida adulta de una mujer de su generación, con anécdotas que parecen sacadas de su experiencia personal. Los problemas que surgen se narran con una crudeza que no impide la serenidad. La niña sufre maltrato por parte de su supuesta amiga. Se hace presente el día a día como pesadilla. En la adolescencia cambian las tornas y la maltratada se convierte en maltratadora. Hay un juego de espejos entre los dos personajes. Atwood siempre ha odiado las simplificaciones. De estos años es también ‘Bodily Harm’ (1981), incomprensiblemente no traducida al español, la primera entrega de narración que usa patrones de literatura popular, en este caso un ‘thriller’, moderno, de izquierdas, con un ritmo ligero, muy eficaz en el logro de sus propósitos. En poesía aparecen dos de sus títulos fundamentales, ‘True Stories’ (1981) e ‘Interlunar’ –‘Luna nueva’ en su edición en español– (1984); en este género se revela una poeta sin grandes complicaciones teóricas, que se desprende de los artificios de la narración para articular unos textos a un tiempo sencillos y muy personales, sin entrar en el apartado, siempre un poco embarazoso, de la confesión. Su circunstancia de profesora universitaria durante muchos años le permite adentrarse en la publicación de ensayos, que ella resuelve con un tono en general amable, a menudo humorístico, original,

Margaret Atwood. :: MARK RALSTON-AFP

sin perder nunca el ánimo reivindicativo. Destacan en este apartado ‘Good Bones’ (1992); ‘Negotiating with the Dead’ (2002); La maldición de Eva (2005); etc. Sus novelas quizá más conocidas aparecen en los noventa, ‘La novia ladrona’ (1993), un ‘thriller’ contemporáneo con mujeres que se comportan a veces con maldad, y ‘Alias Grace’ (1996), una recreación histórica de varios asesinatos en Canadá de los que se acusa a una criada que Atwood analiza con particular cuidado sin llegar a ninguna conclusión. El propósito último de la escritora quizá sea construir unos personajes femeninos con tanta complejidad o más que los que la literatura a lo largo de la historia ha dado a los masculinos. Las mujeres pueden ser tan perversas, interesantes, inteligentes, sutiles, hábiles, etc. como los hombres más dotados de la cualidades más diversas. La mujer no es solo la víctima del macho, es un ser distinto, equivalente, con las mismas posibilidades de desarrollar personajes, a pesar de las dificultades sociales que pueda sufrir. Es un feminismo maduro, mucho más allá de la simple protesta. En los últimos años, ha vuelto a la ciencia-ficción, en la variante que ella llama ficción especulativa, con la trilogía ‘MaddAddam’ (2003, 2009, 2013), en la que muestra sus preocupaciones ecologistas y el oscuro devenir de la humanidad. Acaba de aparecer en España ‘Por último el corazón’ (2016), otra distopía. Margaret Atwood viene a significar, entonces, una prolija y variada colección de textos con unos pocos ‘leit-motiv’, la reivindicación de la mujer como sujeto complejo, que disecciona con cuidado; las reivindicaciones sociales del tiempo que le ha tocado vivir; y el miedo al futuro que resulta de los conflictos del presente.


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LECTURAS

LA POESÍA DE LA EDAD DE MOLINA El escritor gallego vierte en versos reflexivos sus ‘Calmas de enero, para poseer el sentido’ RAFAEL MORALES BARBA

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ás allá de lo obvio como fórmula, del dietario y el cuaderno de viaje sentimental, de la miscelánea de lugares o situaciones, o de la narratividad como vehículo reunida sobre un versículo salmódico como axis constructor de algunos poe-

mas, más allá por supuesto de la rememoración y la poesía de la edad (es decir, pensativa), incluso del contrapunto de la composición breve, el poemario se aferra a la melancolía como origen de la identidad. A quien se reconoce «de natural melancólico y meditabundo» y delinea y narra su universo desde el título: ‘Calmas de enero, para poseer el sentido’. Saber dónde está, contarse, contárnoslo desde un «viejos mis días pasan y no sé». Pero sobre todo sus deudas que se imantan a ‘Pedra de Arca’, donde confiere significación en esa pulsión por desnudarse y no necesitar, para «estar cerquísima/de lo divino» sobre las apariencias, o buscar una intimidad por encima de cuanto enmascara su canto de citas, viajes, lecturas, circuns-

tancias. Cuanto la moderna ciencia de la titulogía propuesta por Josep Besa añade, parece avalar este hondo sentido del nihil que César Antonio Molina no lleva a la desolación absoluta y al grito (pues hay cierto narcisismo contemplativo), pero si a lo íntimo y el recoveco, al origen como hogar propuesto en el único poema con título en gallego. No deja de ser significativo. Una vuelta al origen y a ciertos parámetros que Julián Jiménez Heffernan estudió muy bien en el prólogo de su poesía anterior reunida. En efecto el citado poema con título en gallego asume la tiranía del encabezamiento, sobre lo que ya avisó Umberto Eco, pues restringe la capacidad interpretativa del lector. Con todo pocas dudas caben. Es más, incluso lo con-

EL TALISMÁN DE LA COSTURERA

URSULA

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an a hacer dos meses, el jueves próximo, de la muerte de Ursula K. Le Guin, y dos meses llevo postergando el homenaje que le es debido. Cuando ocurrió el suceso luctuoso, apenas me lo creí, me produjo una tristeza enorme. Pero ya tenía escrito y entregado otro artículo. Y luego otro más, en el que les presentaba a ustedes

CIRO GARCÍA

una escritora que la misma Ursula había halagado. En él la mencioné, y mencioné su muerte. Siguieron otras dos reflexiones que en su momento me parecieron, vaya usted a saber por qué, más urgentes, y me encuentro a día de hoy avergonzado de no haberle hecho, desde esta sección que tanto la ha ponderado, mi pequeña despedida. Tal vez también lo he atrasa-

do porque no acierto a saber bien qué decir. Eso ocurre cuando no tienes nada que decir, o demasiadas cosas. Estamos en el segundo caso. Podría decir que Ursula K. Le Guin es una amiga que me viene acompañado desde la pubertad –escribí, hace tiempo, aquí, cómo leí, a los 14, de un tirón, hasta las tantas de la madrugada, ‘Las tumbas de Atuan’–. Pero sería una

César Antonio Molina posa en el Palacio de Santa Cruz en 2015. :: HENAR SASTRE diciona en un determinado contexto como fue el de la poesía española en un momento de cierta lucha fratri-

cida entre la poesía esencial y la realista. No es ahora ese contexto, ni el caso, ni la intención, ni hay ‘amautas’, ni

es necesario volver hacia atrás para recuperar ese dolmen totémico que ahora se ve como símbolo íntimo de la desazón

cursilada y una falsedad. No era amiga mía Ursula, porque jamás tuve la fortuna de conocerla. Pero sus libros, bueno, sus libros sí que han sido y son mis amigos, sí, desde mi pubertad. De modo que me dio una gran pena la muerte de la grandísima escritora que escribió estos libros. Libros que perduran en la cabeza, de esos que inician en las neuronas una serie de reacciones electroquímicas que, días o años más tarde, te conducen a pensamientos, a reflexiones que jamás habrías tenido sin ellos. Hay aspectos de ‘Un mago de Terramar’ que no entendí hasta pasados muchos años de

su primera lectura. Por ejemplo que es el texto que mejor te hace comprender, sin hacer una sola referencia a él, el concepto taoísta de ‘Wu wei’ –que se traduce, confusamente, como «no hacer»–. Claro, que en aquella primera lectura, yo no había oído hablar del ‘Wu wei’, y del taoísmo solo sabía que era algo chino. Pero aún para los que las filosofías chinas les importen un pimiento, ‘Un mago de Terramar’ tiene mucho que ofrecer. De hecho su lectura, y la del resto de los libros de ‘Terramar’, es difícil de agotar. Puedo estar dando la impresión de que los libros de ‘Terramar’, son

mis favoritos, aunque esto no es cierto del todo. Lo que ocurre es que fue a través de ellos que conocí a Ursula K. Le Guin. Es complicado tener favoritos entre sus libros, aunque reconozco que ‘Terramar’ ocupa un espacio especial. También ‘La mano izquierda de la oscuridad’, cuya lectura nos abrirá, un poco, nuestras miras sobre el amor. Y ‘Los desposeídos’, cuyo subtítulo, ‘una utopía ambigua’, ya da para horas de reflexión y cavilaciones, es una novela que creo necesaria, quizás ahora más que nunca, para ayudarnos a pensar sobre esta ‘realidad’ atroz que se nos ha impuesto, y sus alternativas,

i á li imágenes se d despliegan en desafíos para la vista, universo de irrealidades cuyo hilo conductor es la búsqueda a

é d i abigarrabi través de escenarios dos y quiméricos. La narración, una historia sencilla y brevísima acompaña la ex-

l ió por castillos, ill bosb ploración ques, jardines intrincados, cuevas profundas, fondos marinos, acantilados y tormen-

LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

CRIATURAS POR TODAS PARTES… EL DESAFÍO ES ENCONTRARLAS :: SUSANA GÓMEZ Varios laberintos esperan en este álbum de gran formato (no podía ser menos en una obra basada en ilustraciones, dédalos, profusiones y misterios), y por sus pasillos casi a vista de pájaro se pasean dragones; peces abisales, co-

nejos y ballenas, un monstruo que bien podría ser Nessie; delfines; armadillos, cafeteras andantes; ovejas, esqueletos, tortugas, dinosaurios, un barco embotellado, pingüinos, elefantes, el Kraken, rey Tritón… El listado sería interminable, como in-

contable puede ser el tiempo en el que observar las páginas y los detalles infinitos, las criaturas fantásticas, los pasadizos y las torres, mil monstruos imposibles, una imaginación que desborda. Con cierto sabor a los dibujos imposibles de Escher, las


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Sábado 17.03.18 EL NORTE DE CASTILLA

P. B. SHELLEY, RAZÓN Y CORAZÓN CALMAS DE ENERO César Antonio Molina, Tusquets, 2017.

fenomenológica del arquero cargado de flechas que no tiene diana, salvo el estupor, el dolmen y «el campo de patatas de mi infancia»… ‘Aprendo a resignarme’… pero con serenidad marca el título…Calmas de enero o cuarenta y cuatro poemas cerrados con otro de los poemas importantes del libro, el de la esperanza ‘El ángel blanco de Mileseva’, no el de Limona de Comillas, protector, pero trágico, sino el alegre Arcángel Gabriel, heraldo de los misterios de Dios y la resurrección de Cristo. Lo ha sabido contar César Antonio Molina de otra manera.

que, digan lo que digan, las hay. Voy a echar de menos su forma de pensar la ciencia ficción y la fantasía, partiendo a veces de los tópicos para luego subvertirlos sutilmente, transformando la farragosa lucha de buenos contra malos en otra cosa distinta y más profunda. Sus puntos de vista distintos, que ponían en cuestión los referentes comunes, las verdades sabidas e institucionalizadas, pero sin olvidarse de que esos discursos tenían también sus peros, que ninguna perspectiva, fuera del fanatismo, puede dejar de tenerlos.

FIN Y SEP. EL LABERINTO DE LOS GNOMOS Peter Goes. Editorial Libros del Zorro Rojo. 32 págs. 14,90 euros. Edad recomendada: a partir de 4 años.

tas. Es apenas la excusa: comienza con un estruendo, una casa patas arriba, Finn y su perro Sep despertando en medio de la noche… y los

Renacimiento publica en su serie de antologías la del inglés que dejó huella pese a su prematura muerte JORGE DE ARCO

E

n su ‘Defensa de la poesía’ (1821), P. B. Shelley quiso afirmar el valor y la naturaleza fiable de la lírica y la autenticidad que puede alcanzar el verbo si el escritor consigue armonizar el sentido y el sonido de las palabras. «La poesía podría definirse como la expresión de la Imaginación: la poesía surge con el mismo origen del hombre», escribió rotundo al inicio de su ensayo. Si bien algunas de sus consideraciones pudieran resultar –entonces y ahora– discutibles, no cabe duda que sus postulados partían desde un convencido y solidario espíritu renacentista, el cual le acompañó hasta su muerte. Y recuerdo estos apuntes del poeta británico (Sussex, 1792 – Nápoles, 1822), tras la lectura de ‘Carta a Maria Gisborne y otros poemas’, una espléndida antología preparada por Rafael Lobarte Fontecha y traducida con primor y rigor al castellano. Se incluyen en la compilación diez composiciones de muy variados tonos, metros y temas, con los que el lector podrá aproximarse a la figura de un este autor rebelde e

gnomos que se escapan. ¡Deprisa, Finn! ¡Hay que encontrarlos! Después de esto, apenas tres o cuatro oraciones en tipografía mínima, imágenes casi bitonales con dominios de colores primarios y secundarios, espacios saturados de ficción para explorar y encontrar novedades cada vez que se abren. La protagonista es, sin duda, la ilustración y sus fascinaciones irreales. Y el ojo que busca, que persigue, que se entretiene… hay tanto por ver en el mundo de Finn y Sep que lo de menos, quizá, sea saber dónde se esconde la extraña pandilla. ¿Cuál será la sorpresa?

iconoclasta autor. Un mes antes de cumplir los treinta, Shelley murió ahogado tras hundirse la pequeña embarcación con la que navegaba por el golfo de La Spezia. A pesar de su temprano adiós, su obra abarcó el ensayo, la traducción, la lírica… y está considerada como una de las más fascinantes de la literatura universal. Tras un primer matrimonio fallido, Shelley volvió a casarse con Mary Shelley –autora del célebre relato de Frankestein–. En 1818, y acuciado por sus problemas de salud, el matrimonio decide marchar a Italia, de donde ya no regresarían. Fueron aquellos cuatro años los más fecundos en el quehacer del escritor inglés. Este florilegio se abre con ‘Cementerio en un atardecer estival’ (1815), donde el fenecimiento alcanza una dimensión paradójica: «…la muerte es apacible/ y no espanta, al igual que esta noche serena». Escrito un año después, ‘Mont Blanc’ remite al Valle de Chamouni en los Alpes. La contemplación se torna honda reflexión y el río Arve contemplado desde lo alto de un puente se convierte en metáfora de la fuerza secreta que hace girar el universo: «Mas el Mont Blanc destella en las alturas: quieto/ y solemne, allí está el Poder con paisajes/ y con sonidos múltiples, y mucha muerte y vida». A ‘Mutabilidad’ (1816), le sucede ‘A Constantia, cantando’ escrito en 1817 y publicado de forma póstuma en 1824. Shelley insufla de brío y de sonoridad este emotivo canto de amor: «¡Ven, Constantia!/

CARTA A MARIA GISBORNE Y OTROS POEMAS Percy Bysshe Shelley.Edición bilingüe. Traducción de Rafael Lobarte Fontecha. Renacimiento. Sevilla, 2017. 168.pág. 15€.

Percy Bysshe Shelley, retratado por Alfred Clint (1819). Yace en tus ojos negros un poder luminoso». La citada etapa italiana se inaugura con ‘Estrofas’, donde el sentir afligido de Shelley es palpable. Cabe señalar que su primera esposa se suicida y su hija Clara muere de forma prematura: «Ay, no tengo salud ni esperanza,/ ni paz dentro de mí, ni calma en torno». Después de

‘La nube’ (1819), ‘Oda a la Libertad’ (1820) surge como uno de sus textos más significativos, y en el que revisa históricamente como «bajo la superficie de los flujos del Tiempo», la libertad ha luchado arduamente por salir victoriosa frente a tantas amenazas: «Los profetas ingleses te proclamaron reina». De esa misma fecha data

‘El otoño, una endecha’, y el soneto ‘Corréis hacia la tumba’. En ambos, la temática de la muerte multiplica su presencia y el yo lírico es consciente de la sombría alquimia hacia la que se dirige, de su proximidad al no ser; todo lo cual incide en una suerte de opresiva atmósfera: «¡Oh, corazón y mente y pensamientos!,/¿qué esperáis recibir debajo de la tumba?». Además de sus certeras versiones al castellano, Lobarte Fontecha incluye para esta edición un enriquecedor prefacio. Con relación a la ‘Carta a Maria Gisborne’, anota: «Sus versos (323) son, esencialmente, un himno a la amistad y a la memoria; la amistad surgida entre Shelley y Maria Gisborne»; y, entre otras virtudes, añade que el poema destaca por ofrecer «un precioso bosquejo del ambiente literario del momento en Londres, así como una estampa de esta gran urbe». Al cabo, una antología oportuna y meritoria, que viene a «renovar con un triste adiós el dulce encuentro» de un excelente poeta de ayer y de hoy.

UNA HISTORIA DE ALBERT EINSTEIN :: S. G. «Hace más de cien años, mientras las estrellas se arremolinaban en el cielo, mientras la Tierra giraba alrededor del Sol, mientras los vientos de marzo barrían una pequeña ciudad junto a un río, nació un niño. Sus padres lo llamaron Albert». Así da comienzo la historia del científico más popular del siglo XX, en una propuesta llena de luz en texto e imágenes y en la que se retrata la curiosidad, las ganas por descubrir, la capacidad de ser diferente y querer averiguar los misterios ocultos, las ga-

nas de leer el mundo con ojos siempre nuevos. Sobre un fondo claro y texturizado, los dibujos casi infantiles apuntalan una historia invadida de luminosidad, calor y magnetismo absolutos, en la que vamos entendiendo un poco más del universo de un hombre que arrojó una mirada distinta sobre lo que nos rodea. Alimentado por una curiosidad y una imaginación insaciables, el niño Einstein pasea en bicicleta bajo los rayos solares, e imagina que viaja a la velocidad de la luz mientras trata de dar respuestas a

su cabeza llena de preguntas. Y así, entre libros, luces, sonidos, números y otras fuerzas invisibles, aquel niño que había tardado en hablar y parecía no encajar en la escuela continúa pensando, leyendo y aprendiendo. Acerca de las cosas muy grandes (como el tamaño y la forma del Universo). Acerca de las cosas muy pequeñas (hasta descubrir el átomo y preguntarse lo que ocurre en su interior). Y «formuló preguntas nunca antes formuladas. Y encontró respuestas nunca antes encontradas. E imaginó cosas nun-

SOBRE UN RAYO DE LUZ Jennifer Berne y Vladimir Radunsky. Editorial Takatuka. 56 págs. 16 euros. Edad recomendada: de 6 a 8 años.

ca antes imaginadas». Y viajó en el tiempo y en el espacio para llegar hasta las páginas de un álbum reconocido por numerosos premios y que, como no podía ser menos, acaba en preguntas y enigmas por resolver.


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Sábado 17.03.18 EL NORTE DE CASTILLA

H

ay en español un tipo de construcciones tan particular como frecuente caracterizado por la presencia del verbo ‘ser’, una oración de relativo sin antecedente explícito y un segmento intensificador o enfático. Me refiero a ejemplos del tipo ‘En Valladolid es donde vivo’, ‘Con cariño es como hay que tratar a los niños’, ‘El sábado es cuando celebramos los cumpleaños’ o ‘De bobadas es de lo que estuvimos hablando toda la tarde’. Entre los gramáticos no hay acuerdo sobre cómo denominarlas (aunque sí parece que hay unanimidad en considerarlas como un tipo especial de construcciones atributivas) y se las conoce con el nombre de estructuras ecuacionales, estructuras hendidas o estructuras pseudohendidas. Quienes se han ocupado del tema coinciden en considerarlas como estructuras de énfasis en las que se realza una unidad lingüística determinada. En los ejemplos anteriores, el lugar (en Valladolid), el modo (con cariño), el momento temporal (el sábado) y el objeto de la acción (de bobadas). Sostener que son estructuras enfáticas implica que en la lengua hay estructuras no enfatizadas (Vivo en Valladolid, Hay que tratar a los niños con cariño, Celebramos los cumpleaños el sábado, Estuvimos toda la tarde hablando de bobadas). En los enunciados de este tipo podrían considerarse tres partes: a) el segmento enfatizado (en Valladolid, con cariño, el sábado, de política); b) el verbo ‘ser’, portador de los morfemas verbales, que funciona como mero enlace entre las dos partes; y c) la oración de relativo, encabezada por el relativo correspondiente al elemento enfatizado (‘donde’, ¬‘cuando’ y ‘como’ si se enfatiza un lugar, un momento temporal o el modo o manera de hacer algo,

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

EL ‘QUE’ GALICADO respectivamente; ‘quien’ si lo enfatizado tiene un referente personal; y ‘que’ precedido de ‘lo’ si el énfasis tiene que ver con el objeto de la acción. Existen tres procedimientos de enfatización: en el primero, el segmento enfatizado aparece en primer lugar (como en los ejemplos de los que he partido); en el segundo, el verbo ‘ser’ encabeza el enunciado, seguido del segmento enfatizado (Es en Valladolid donde vivo; Es con cariño como hay que tratar a los niños, etcétera); en el tercero, el segmento enfatizado aparece en último lugar, como cierre del enunciado (Donde vivo es en Valladolid, Como hay que tratar a los niños es con cariño). No podría precisar cuál de los tres es más frecuente, pero me interesa detenerme en los dos

primeros porque son el origen de estructuras en las que la última parte aparece modificada en dos direcciones: sustitución del relativo correspondiente al segmento que se pone de relieve por la forma ‘que’ y ausencia de preposición en el caso de que

«Los manuales de estilo recomiendan evitarlas. Este es un ejemplo típico de desencuentro entre los usos y las normas»

tuviera que aparecer. Me refiero a ejemplos del tipo ‘Es de su hijo mayor que se siente más orgullosa’, ‘Así es que se divierten los jóvenes’, ‘Desde el jueves es que no lo veo’, ‘Cien euros es que estoy dispuesto a gastar’, ‘Es con los resultados de los exámenes de sus hijos que está descontenta’ o ‘Fue por ir a más velocidad de la permitida que le pusieron una multa’. Ejemplos que a buen seguro les ‘chirrían’ a muchos de ustedes. Estas construcciones se conocen con el nombre de construcciones de ‘que’ galicado, y no son otra cosa que estructuras copulativas enfáticas formadas por el verbo ‘ser’, un elemento destacado que se antepone al verbo y una oración encabezada por ‘que’. De ellas la ‘Nueva gramática de la lengua española’ de la RAE (2009-2011: §40.12a) dice que «están presentes en todas las áreas del español, aunque son especialmente frecuentes en el de América» y no alude en ningún momento a su consideración como incorrectas, aunque más adelante añade: «aparecen –como formas correctas generalizadas– en francés, italiano, catalán y portugués, entre las lenguas románicas, y en inglés, alemán, danés o noruego, entre las germánicas». Los manuales y libros de estilo recomiendan evitarlas. A mí este caso me parece un ejemplo típico de desencuentro entre los usos y las normas. Desde una consideración no eurocéntrica de la lengua, donde hablantes del español europeo dicen ‘Es en la adversidad donde (o cuando) se conoce realmente a los amigos’, hablantes hispanoamericanos dirán ‘Es en la adversidad que se conoce realmente a los amigos’. Un ejemplo más de diferenciación entre el español de España y el español de América.

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El día que se perdió el amor. Javier Castillo (Suma)

La bruja. Camila Läckberg (Impedimenta)

Carter. Ted Lewis (Sajalin)

La herida del tiempo. A. García Simón (Siruela)

Patria. Fernando Aramburu (Tusquets)

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Mejor la ausencia. Edurne Portela (Galaxia)

La tentación del perdón. Donna Leon (Seix Barral)

Toda la verdad. Karen Cleverland (Planeta)

Las ocho montañas. Paolo Cognetti (Mondadori)

Trilogía de sus fatigas. J. Berger (Debolsillo)

En un café. Mary Lavin (Errata Naturae)

La bruja. Camila Läckberg (Impedimenta)

Cuando sale la reclusa. Fred Vargas (Siruela)

Solenoide. Mircea Cartarescu (Impedimenta)

El orden del día. Eric Vuillard (Tusquets)

Bajo cielos lejanos. Sarah Kark (Ediciones B)

Que nadie duerma. J. J. Millás (Alfaguara)

Cuentos. John Cheever (Random House)

La ofrenda. G. Martín Garzo (Galaxia)

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Memoria del comunismo. Jiménez Losantos (La Esfera)

Atapuerca, 40 años. E. Carbonell (RBA)

El entusiasmo. Remedios Zafra (Anagrama)

Un buen tío. Arcadi Espada (Ariel)

La llamada de la tribu. Vargas Llosa (Planeta)

Cuentos de buenas noches... Favilli, Cavallo (Planeta)

La lucha por la desigualdad. G. Pontón (Pasado&Presente)

Autorretrato sin mí. F. Aramburu (Tusquets)

Morder la manzana. Leticia Dolera (Planeta)

La llamada de la tribu. Vargas Llosa (Planeta)

Réquiem por el sueñol... N. Chomsky (Sexto Piso)

La llamada de la tribu. Vargas Llosa (Planeta)

Fuego y furia. Michael Wolff (Península)

Memoria del comunismo. Jiménez Losantos (La Esfera)

Los Papas. J. Julius Norwich (Reino de Redonda)

Diez días que ... John Reed (Nórdica)

Si salieras a vivir. Patricia Ramírez (Grijalbo)

Todos deberíamos ser feministas. Adichie (Mondadori)

Japón perdido. Alex Kerr (Alpha Decay)

La libreta roja de la paterndiad. C. Escudero (Lunwerg)

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Los refugios de la memoria. Cancho (Papeles mínimos)

Fractura. Andrés Neuman (Alfaguara)

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Que nadie duerma. J. J. Millás (Alfaguara)

La ofrenda. Gustavo Martín Garzo (Galaxia Gutenberg)

La ofrenda. Gustavo Martín Garzo (Galaxia Gutenberg)

La bruja. Camila Läckberg (Impedimenta)

Ordesa. Manuel Vilas (Alfaguara)

Diccionario personal. Rubio (Difácil)

Eva. Arturo Pérez-Reverte (Alfaguara)

El manuscrito de fuego. Jambrina (Espasa)

Cuando sale la reclusa. Fred Vargas (Siruela)

Un andar solitario entre... Muñoz Molina (Seix Barral)

La uruguaya. Pedro Mairal (Libros del Asteroide)

Los pacientes del doctor García. A. Grandes (Tusquets)

La bruja. Camila Läckberg (Impedimenta)

Cuando sale la reclusa. Fred Vargas (Siruela)

La transparencia del tiempo. L. Padura (Tusquets)

Próxima estación, Atenas. Márkaris (Tusquets)

Toda la verdad. Karen Cleveland (Planeta)

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Cambio climático S. A. Buxton/Hayes (F. Ecosocial)

Palencia, momentos, personajes. Javier de la Cruz (Aruz)

Memoria del comunismo. Jiménez Losantos (La Esfera)

Memoria del comunismo. Jiménez Losantos (La Esfera)

Empantanados. Coscubliela (Península)

Montañismo invernal. Rioja / Villegas (La Pedrera)

La España vacía. Sergio Molino (Turner)

Un año en la antigua Roma. N. Marqués (Espasa)

Todos estamos en peligro. Pasolini (Trotta)

Historia mínima de la... E. Moradiellos (Turner)

Sapiens. Harari (Debate)

En defensa de España. Stanley G. Payne (Espasa)

Sobre los artistas. Berger (Gustavo Gili)

Plantas en la montaña palentina Pascual / Herrero (Aruz)

Muerte en Zamora. R. Sender (Postmetrópolis)

Maestros de la costura. VV. AA. (Temas de hoy)

Por un comercio mundial... Felber (Desuto)

Fasa Renault y España. Enrique Espinel (UVA)

Los tesoros de la cripta. De Prada (Renacimiento)

Autorretrato sin mí. F. Aramburu (Tusquets)


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Sábado 17.03.18 EL NORTE DE CASTILLA

PANTEÓN DE PLATA

‘EL AFICIONADO’ (‘AMATOR’) KRZYSZTOF KIEŚLOWSKI, 1979

Síntesis de la doble K EDUARDO ROLDÁN

N

os encontramos ante el filme que más frontalmente –lo que en Kieślowski significa siempre oblicuamente– bebe de su experiencia; no el más personal per se, pues tan personal puede ser una fábula fantástica como un documental sobre el barrio donde uno creció, sino aquel en el que pueden rastrearse más paralelismos entre lo narrado en pantalla y lo a él acontecido, y el que mejor sintetiza una filmografía que a lo largo de un cuarto de siglo dio a luz, entre cortometrajes, documentales, películas para televisión y largos de ficción, casi medio centenar de títulos. La lineal y sencilla peripecia y la sobria y naturalista puesta en escena acaso disfracen la tupida red de conexiones y ecos que presenta ‘El aficionado’. Ubicada a finales de los 70, al comienzo el héroe, Filip Mosz (Jerzy Stuhr), es un producto ejemplar, por lo anodino, del sistema comunista; criado en un orfanato, ha recibido la formación necesaria para trabajar en una fábrica, tiene mujer y un pequeño apartamento y espera una hija, la primera de la pareja. Disfruta pues de ese espacio rutinario y confortable que el régimen polaco, más práctico que otros estados del Telón de Acero convencidos de la necesidad de no aflojar el guante de hierro para evitar posibles brotes rebeldes, permitió en la segunda mitad de la década: no conseguirá nunca grandes lujos pero tiene seguridad y una cierta autonomía. Filip Mosz es, pues, un hombre sin atributos. Hasta que adquiere una cámara Super-8 para registrar el nacimiento de su hija, los primeros pasos, el primer ‘ma’ y el primer ‘pa’. La cámara lo distingue de la masa, lo cualifica sin separarlo de ella, y le abre un mundo –un destino– que jamás habría sospechado para él. (La cámara no es solo el motor que enciende el drama sino en buena medida el coprotagonista del mismo.) Al conocer de su reciente adquisición, uno de los directores de la fábrica le «pide» que documente las celebraciones por el 25 aniversario de la apertura. Filip se siente honrado y desbordado, pero sobre todo se siente eufórico: filma con la pasión incansable del explorador en

Jerzy Stuhr y Malgorzata Zabkowska en ‘El aficionado’.

tierra extraña, a impulsos, todo aquello que despierta su atención y considera digno de ser conservado; no irreflexivamente pero sin el corsé de la duda paralizante que un exceso de bagaje académico a veces ocasiona. Filip se educa en las técnicas de filmación a la vez que la cámara lo va educando, descubriéndole nuevas posibilidades, sugiriéndole nuevos caminos (el apero hace al artista tanto o más que la inspiración, y por esto muchos escritores solo pueden escribir con un bolígrafo de tinta verde de una marca específica o sobre un mazo de folios rayados concreto); poco a poco, como el vaso que se llena lento pero inexorable, la cámara va tomando posesión de Filip, y el resto de las caras del poliedro que conforman su vida se desvanecen, pierden interés hasta disolverse, incluidas las más preciadas, su mujer y su hija. Cuando ella lo abandona con la niña, Filip, inmutable, acota con los dos pulgares y los dos índices un rectángulo que semeja el visor de la cámara, y es a través de esta ‘lente’ que prefiere ver el abandono: la realidad es ahora para él realidad filmada, lo filmado más real, en el sentido de más

verdadero, que la propia realidad. Escena célebre, hay otra sin embargo que plasma esta posesión de manera más abisal. Pasado el tiempo y con los conocimientos asentados, Filip está montando una serie de imágenes domésticas de su hija, e instruye a su montador: ahí –le indica– está tomada en plano-secuencia, y cuando a un plano-secuencia lo sigue un primer plano, la figura filmada ha de mirar hacia el mismo lado, que no lo olvide a la hora de empalmar. Su hija se ha transformado así en un elemento más del trabajo fílmico, con la misma relevancia que la elección del punto de vista o de las tomas a descartar para el montaje final: los documentales que rueda Filip es lo que da sentido único a su vida, y por ello trata de que articulen sus ideas de la manera más ajustada posible.

Estas tramas de obsesión y abandono apuntan algunas de las cuestiones que plantea ‘El aficionado’: el desgarro que ocasiona el ejercicio de la propia vocación y la necesidad de elegir con qué quedarse –Filip no es un autómata, el rostro le tiembla un momento cuando el montador, tras escuchar las indicaciones, le dice lo bonita que es su hija–; el tránsito del amateurismo al profesionalismo, aun a un profesionalismo sin carné, y cómo la

La responsabilidad moral de la obra conlleva para Kieslowski una censura más severa que la externa

forja de una conciencia autoral no ha de aplastar el instinto y la curiosidad de los comienzos, ni la adquisición de técnica despeñar el trabajo manual en automatismo… La otra gran cuestión, relacionada, es la de la censura. El director de la fábrica que le encarga a Filip grabar los fastos del aniversario desea suprimir algunas imágenes: ¿para qué demonios ha incluido Filip ese par de palomas comiendo, o a los dirigentes conversando en la pausa del cigarrillo? Filip se encoge de hombros: simplemente le parecía que las imágenes debían ir ahí, como parte de la realidad de la fábrica. (El paralelismo entre la elite de la burocracia comunista y el estamento director de la fábrica es claro, como el simbolismo paloma/libertad.) Las imágenes señaladas no hacen el montaje mostrado a la dirección, pero sí el que Filip presenta a un concurso de aficionados: son justamente estas imágenes fuera de los cánones oficiales las que el jurado celebra y por las que Filip recibe una mención; así, gracias al empuje del premio y al apoyo que recibe, entre otros, del director Krzysztof Zanussi –que se interpreta a sí mismo, en un metajuego realidad/ficción–, Filip consigue que la televisión emita un documental suyo sobre el día a día de

Wawrzyniec, un enano que trabaja en la fábrica. La elección del sujeto, por la posible lectura que pueda dar el público –el enano como el ciudadano impedido que produce el sistema comunista–, desquicia al director/censor: ¿por qué, de entre toda la plantilla, tuvo que elegir precisamente a Wawrzyniec? La irónica paradoja radica en que Filip lo eligió para mostrar cómo el socialismo es capaz de habilitar un espacio para todo el mundo, sean cuales sean sus condiciones, y que gracias a ello cualquiera puede contribuir y sentirse realizado. Este momento señala la pérdida de la ingenuidad de Filip, el nacimiento de la conciencia de que la cámara es algo más que un pasatiempo y que lo filmado acarrea una responsabilidad moral, lo cual conlleva la aparición de otra censura, según Kieślowski mucho más severa que las injerencias externas: la que se impone el propio creador por miedo a la reacción a su trabajo. Y señala también el origen del enigmático y poderosísimo plano final, que sintetiza las cuestiones aludidas y a la vez hace que el espectador se las replantee, un cierre abierto no menos sugestivo que la melodía callejera en ‘Azul’ o el personaje sin voz de el ‘Decálogo’.


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Sábado 17.03.18 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Ángel Ortiz Coordinador: Chema Cillero

Sobre el sacrificio de Tàpies y por qué

‘Armari, 1973’, obra realizada por Antoni Tàpies en colaboración con Josep Royo. :: EL NORTE

E

n pocas centurias, si es que continúa por aquí, nuestra especie habrá de esforzarse p ara lograr explicar detenidamente cómo pudo la retina del arte mediterráneo occidental pasar de la glorificación natural de una divinidad orgánica como la concebida por Gaudí, o de la piel luminosa y translúcida de los niños ante la libertad marina que atendió Sorolla, a la oscura, terrible y desoladora abstracción recogida por Antoni Tàpies. Qué pudo ocurrir -se preguntarán- para que el mismo mar inspirador de la delicadeza veneciana y el fulgor bizantino, del artesonado fenicio y la alegría andalusí, tuviera que lamer con su sal heridas tan profundas como las sugeridas en el arte de voz quebrada y luctuosa que brotaba en una España con las manos en la boca y los ojos abiertos. Habrán de explicar que nunca antes, desde que la historia se inventa por escrito, el hombre se había maltratado tanto y con tan mala fe; o que si lo hizo apenas hubo testigos sensibles y honestos que dieran cumplida cuenta de ello. Incluso ahora, que somos capaces de vivir con una indiferencia límbica entre la asepsia y la basura, cuesta entender la conmoción vivida por la humanidad inocente ante la colección de barbaridades materializadas en la última centuria. Por tanto, quien busque en Tàpies belleza capaz de ser reconocida, plenitud de espíritu, reconciliación con la naturaleza humana, objetos pulcros y delicados o facturas meticulosas y exquisitas para demostración vanidosa de un puñado de habilidades estará dándole la espalda al dolor y al sufrimiento agudos, a la muerte injusta y totalitaria, al abuso, a la extorsión, a la irreparable contaminación de los valores y los símbolos que arrastraron a los hombres por un sumidero. ¿Cómo entretenerse en veladuras de óleo acariciadas sobre un lienzo de lino si el artista se ve obligado a registrar el vacío dejado por la pérdida, la injusticia y la destrucción? Para Tàpies, como para muchos de sus contemporáneos alistados en el expresionismo abstracto o en el ‘arte povera’, llegó el momento insoslayable de hurgar rendidos y silenciosos, como supervi-

Tàpies asumió la tarea de plasmar esa luz imposible de los días en que el sol decidió no salir

OVEJAS NEGRAS RAFAEL VEGA

vientes, entre los escombros de la civilización y recoger los restos de los símbolos arruinados e inservibles. Como una responsabilidad que no quiso eludir, Tàpies asumió la tarea santa de plasmar en sus obras de arte esa luz imposible de los días en que el sol decidió no salir, de trazar las líneas convergentes en una perspectiva del caos absoluto, de un mundo sin lógica ni armonía; dibujar, con lo primero que halle la mano entre los restos fragmentados de la civilización, el escorzo ingrato de la muerte. No la dramática y romántica muerte idealizada por Arnold Böcklin, o por Millais, o por Louis David; ni siquiera la épica y brutal muerte reflejada de manera insuperable por un Goya aturdido también por el dolor, sino de forma consciente y modesta, con el mismo anonimato que pretendió reflejar el miedo al porvenir aquel románico concentrado en la simbología y harto de sofisticación. Así que bien pudiéramos considerar a Tàpies un cronista consagrado al detalle, un dedicado y realista escultor, pintor y escritor de la verdad silente y serena que aún yace sepultada bajo los colores chillones de nuestra edad del plástico. La muerte modelada por Tàpies es real, no es un artefacto. No sólo porque recoge la materia putrefacta que la rodea, o la alquimia que convierte con el paso del tiempo el mundo inanimado en nueva vida, sino porque también sacrifica el ego del artista y ofrece su vanidad para asumir como una penitencia perpetua la incomprensión de quienes aún creían que el arte sólo ha de ser la manifestación de las virtudes más amables del hombre.


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