Paseantes, héroes de la modernidad

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SOMBRA CIPRES LA

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NÚMERO 298 Sábado, 14.04.18

Paseantes, héroes de la modernidad El nacimiento en el siglo XIX de las grandes urbes elevó el vagabundeo a categoría literaria

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Fragmento de ‘Calle de París, día lluvioso’ (Gustave Caillebotte,1877). :: ART INSTITUTE OF CHICAGO


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El paseante en la ciudad fantasmagórica El deambular urbano y callejero ha sido analizado con perspectiva histórica y de análisis social SANTIAGO RODRÍGUEZ GUERREROSTRACHAN

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n estos tiempos resulta difícil hacerse una idea de lo que fue la ciudad moderna y valorar la pirueta que hizo que pasáramos de la ciudad antigua de mínimas calles que ocupaban un plano enrevesado al espacio amplio, abierto y geométrico de la ciudad moderna. Es difícil porque lo hemos perdido. Hoy la ciudad ha estallado en un abismo de guetos conectados por autovías de varios carriles como si se tratara de un remolino en el que todos sus habitantes van hundiéndose. Hay, sin embargo, algunas excepciones, recuerdos de un pasado en el que la ciudad tuvo dimensiones humanas. Aunque había también barrios conflictivos, aunque ni la seguridad ni la salubridad fueran nunca totales, la ciudad, con sus amplias avenidas comerciales, ofrecía suficientes atractivos como para que surgiera en ellos un ejemplar especial, la del paseante o por usar el galicismo, el flâneur. Se remonta al tiempo, mediado el siglo XIX, en que Georges E. Haussmann remozó París; en realidad, la convirtió en lo que ya desde entonces iba a ser, la gran ciudad trazada como un plano de líneas rectas que configuran amplias calles, bulevares, galerías, jardines y plazas. La ciudad de Nueva York también se ordenaría como una cuadrícula en estos años de crecimiento sostenido. Londres, donde la huella del pasado continuó su predominio, también cambió. En gran medida los cambios, urbanísticos, fueron de la mano de otros como el alumbrado público o el aumento de población, o del surgimiento de

los escaparates de las tiendas. Así, ‘El hombre de la multitud’ de Edgar Allan Poe es el cuento de la nueva sensibilidad que trae consigo la ciudad moderna. La historia es bien sencilla y, sin embargo, alberga un secreto en su interior. Es la historia de un hombre que pasea por Londres sin otro

rumbo que el que le marque su propio capricho cambiante. Solo es capaz de mantener la atención fija en algo o en alguien durante breve tiempo pues, enseguida, otro estímulo viene a llamar su atención y reemplazar al anterior. El paseante, pues solo eso es, ya que no sabemos nada de él, repre-

senta la nueva sensibilidad nerviosa, que se irá exacerbando con el tiempo, incapaz de mantener fijo el interés en nada. El mundo deja de ser estable en el tiempo. Tantos estímulos provocan la inestabilidad y la fugacidad de lo percibido. Ese hombre, lo repito, guarda un secreto. No tiene que des-

cubrirlo y aun así ya actúa como M. Dupin, el detective de cuentos como ‘La carta robada’, ‘Los asesinatos de la calle Morgue’ y ‘El secreto de Marie Rôget’. El secreto, sí, una vez más porque la ciudad moderna es el lugar de los secretos que están a la vista de todo el mundo aunque solo unos

pocos sean capaces de descubrirlos en el sentido de revelarlos. Un paseo por la ciudad es una continua revelación de aquello que estuvo siempre allí, oculto de tan evidente que era, por parafrasear a Jorge Luis Borges cuando habla sobre ‘La carta robada’. El paseante es un detecti-


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CARLOS AGANZO

blogs.elnortedecastilla.es/elavisador/

Caminar conociendo

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o sabía Aristóteles, que inculcaba a sus alumnos el debate cinético, caminando por los soportales del Liceo o bajo los enramados del vecino jardín del templo de Apolo Licio. Lo sabían los poetas clásicos, que aprendieron a inspirarse por igual deambulando entre la naturaleza doméstica de los parques y jardines que paseando por las calles de las grandes ciudades, asistiendo al espectáculo fascinante de la humanidad en movimiento… Hasta que en el siglo XIX, fundamentalmente en el París de las luces, el paseo se convirtió en un arte: el arte de la flânerie. Walter Benjamin los bautizó como «espectadores urbanos». Y Saint-Beuve dijo que pasear por la gran ciudad era «lo más opuesto a no hacer nada». Aun así, alguno les llamó también «burgueses diletantes», por no decirles sencillamente ociosos u holgazanes, ignorando sin duda que el origen italiano de la palabra ‘dilettante’ alude al que se delecta, al que degusta, al que saborea cuanto de delicioso hay en el universo mundo. Puro placer intelectual. Por eso las grandes ciudades, sobre todo aquellas con una personalidad indiscutible –París y Roma, pero también Londres, Buenos Aires o Nueva York–, han sido y siguen siendo lugares perfectos para los degustadores urbanos. En París y en Ma-

ve, como bien observaron Charles Baudelaire y Walter Benjamin al escribir sobre Poe, pero es, por encima de todo, un melancólico, característica quizás no tan señalada. La inestabilidad nerviosa, la irritabilidad que surge de tanto estímulo cambiante, trae consigo una caída en la alucina-

ción o en el cansancio, una depresión y un hartazgo nuevo que puebla la vida moderna. Hay, en algunos momentos que no son por fuerza excepcionales, un visión enturbiada por la negra luz del humor melancólico, como si el paseante supiera que a pesar de todo nunca lle-

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drid, dos flâneurs ilustres fueron Rubén Darío y Antonio Machado. En actitud diletante por los Jardines del Moro de Madrid, del brazo bueno con Valle-Inclán, Rubén conoció a Francisca Sánchez, la que después sería el amor de su vida. Más tarde el propio Rubén, recordando al Machado que paseaba por las calles de París preocupado por el estado de salud de su Leonor, escribió sobre él aquello de «Misterioso y silencioso / iba una y otra vez». «La calle –escribió Unamuno, otro catador encendido de las rúes parisinas– forma un tejido en que se entrecruzan miradas de deseo, de envidia, de desdén, de compasión, de amor, de odio, viejas palabras cuyo espíritu quedó cristalizado, pensamientos, anhelos». Más cerca de nuestros días, y sobre la base del Machado que defendía por boca de Juan de Mairena la necesidad de una poesía moderna a través de una «nueva sentimentalidad», los poetas de Granada Luis García Montero, Javier Egea y Álvaro Sal-

Las grandes ciudades han sido y siguen siendo lugares perfectos para los degustadores urbanos

vador dieron su primer impulso a lo que más tarde se conocería como poesía de la experiencia. No en vano ‘Poesía urbana’ fue, y sigue siendo, la antología de Luis García Montero que mejor representa este movimiento de diletantes metropolitanos del final del siglo XX. Espectadores ciudadanos en actitud de descubrimiento por las calles, por los parques, también por los cafés o, aún más próximos al uso contemporáneo, incluso por los grandes centros comerciales: «Los centros comerciales son hoy como la caverna de Platón», dejó escrito el gran José Saramago. Con la curiosidad y el espíritu abierto y atento a la sorpresa del viajero. Antes que ver monumentos, pasear por las calles de la ciudad, asistir en sesión continua y de manera gratuita a la exhibición del gran circo humano. Aristóteles lo sabía cuando dejó escrito: «La polis (la ciudad) es una de las cosas que existen por naturaleza; y el hombre es, por naturaleza, un animal político». Un animal político que aprende caminando. Y camina conociendo, como hacían nuestros Miguel Delibes, Paco Umbral y Manu Leguineche en marcha peripatética por las calles de Valladolid o por los paseos del Campo Grande. Lo que también escribió Pablo Neruda, que tan bien supo pasear como diplomático por las calles del mundo –y que sirvió para dar nombre a una revista literaria de Las Navas del Marqués–, en el poema ‘La arena traicionada’, de su ‘Canto general’: «Caminar conociendo, para tocar la rectitud con decisiones infinitamente cargadas de sentido, para que la serenidad sea la condición de la alegría, para que así seamos invencibles».

‘Boulevard Montmartre’ (óleo sobre tela de Camille Pisarro, 1897).

Delibes pasea junto a Francisco Umbral y Manu Leguineche. :: EL NORTE


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gará a conocer toda la ciudad, nunca habrá llegado a conocer todos los secretos que tiene delante de sí, ya sea en los bulevares que abisman la ciudad hacia un infinito de cafés y tiendas o en las galerías interiores, que se convierten en un sentido muy literal en el hogar del flâneur, un lugar propio hecho de luces de gas y decoración cambiante con el ritmo que marcan las temporadas en la moda. La ciudad entonces oficiaba de lugar público y de espacio privado. Así, creo, se entendía la frecuentación diaria de los mismos cafés, las tardes transcurridas en una mesa viendo pasar la luz y la gente, las conversaciones que cambian de hablantes, de tema, de acento, de idioma incluso hoy en día, pues es muy fácil que coincidan varios grupos cada uno con su lengua, que ni siquiera tiene que ser la materna de todos los reunidos. A Mariano José de Larra le gustaba prestar atención a lo que hablaban en las mesas contiguas del café. El hombre desconocido de Poe ya no necesita el café; en su paseo recoge los sonidos de la ciudad: los de los coches de caballo al igual que los de los diálogos que se deshilachan conforme se aleja. Se ha repetido que el paseante es el héroe de la modernidad, en gran medida es el héroe de la apariencia, pero apenas se ha señalado que es también alguien que tropieza con miles de sonidos, algunos articulados como las parrafadas, los chismes y las murmuraciones que se encuentra a su paso, siempre fragmentarias. La ciudad, además de la multitud de estímulos que proporciona, despierta la extrañeza pues ni permite la reflexión sobre lo que tal o cual cosa será ni tampoco ofrece algo acabado. Hay una permanente indecisión acerca de lo que es la persona con que nos cruzamos al igual que acerca de lo que quieren decir las pocas palabras que alcanzamos a oír de una conversación cualquiera que será reemplazada por otra y así sucesivamente. Para el hombre de la multitud, la multitud es una masa indiferenciada que, no obstante, aún le proporciona estímulos llamativos. Con el tiempo y con el aumento de estos, la masa será vista como algo cada vez menos digno de consideración hasta llegar a la postura del dandi, quizás el último héroe moderno, para quien la gente es solo lugar común y prejuicios. El flâneur pasea por París, nos cuenta Louis Huart, por el mero placer del paseo ya que la calle es su escenario, no solo su hogar. Para el dandi la calle no es nada, acaso solo

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En apenas tres cuartos de siglo se ha abierto un abismo en la percepción de la realidad

lo que media entre el café y el teatro o entre este y el club. Son estos sus verdaderos escenarios, los únicos. Las galerías parisinas están demasiado a la intemperie para él, que necesita de lugares mas resguardados y donde la gente esté pendiente de él. La atmósfera se enrarece cada vez más, la ciudad va adquiriendo caracteres más fantasmales. No es lo mismo observar la calle mientras uno pasea que desde la cristalera de un café o desde la lejanía del club. En el teatro lo exterior ha desaparecido, ni siquiera es ruido. En medio de dicho enrarecimiento el paseante vaga por un Londres ya plenamente fantasmagórico. En ‘La canción de amor de J. Alfred Prufrock’, el paseante merodea por los barrios empobrecidos de una ciudad que describe en términos de la modernidad que Francia había creado. En ‘La tierra baldía’, sin embargo, la voz poética la llama «ciudad irreal» tras haber pasado la Primera Guerra Mundial; un escenario donde la multitud se confunde con los muertos en la batalla. Tantos son que no había logrado imaginárselos. Pasean calle King William arriba y abajo hasta Santa María Woolnoth con la mirada gacha, como si formaran parte de una procesión. Allí encuentra a alguien que estuvo con él en la batalla de Milas. El paseante, que hasta ese momento se había confundido con la multitud, o había querido distinguirse de ella adoptando la pose del dandi, ahora observa las ruinas de una época y de una civilización desde el mirador de un tiempo anterior. La sucesión cronológica ha desaparecido al igual que lo ha hecho la nueva sensibilidad que Poe anunció en su cuento. En apenas tres cuartos de siglo se ha abierto un abismo en la percepción de la realidad. Desde la excitación novedosa que inaugura la ciudad moderna hasta el cementerio o el infierno donde vagan los que han de expiar sus faltas, fantasmas que fueron no solo de sí mismos sino de aquel otro tiempo ya hundido en el remolino de la destrucción urbana, que es también social.

‘La calle’, de Ernst Ludwig Kirchner (1913). :: MUSEO DE ARTE MODERNO DE NUEVA YORK


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Walter Benjamin en 1928.

Franz Hessel.

Edgar Allan Poe.

Louis Aragon. :: KEYSTONE PICTURES

El peatón atento

‘El aldeano de París’, que le o interesó a tal punto que no pudo leer «dos o tres páginass seguidas, porque el ritmo de mi corazón se aceleraba tano to que debía apartar el libro de mis manos», estaba en ell origen del canónico, al mar-gen de determinante para laa literatura contemporánea, ‘Lidel travelling, las panorámi- rrealismo y al tiempo de una bro de los pasajes’, extensaa u cas y los primeros planos. capacidad descriptiva en ex- plasmación en prosa de su De ahí la apelación a la bús- tremo meticulosa y de una gnoseología al respecto. queda de la verdad, tan lírica, precisión quirúrgica, en ortoEl otro libro, narrativo a laa pese a la sombra del error des- pedias, teatrillos, sastrerías, antigua usanza, con menoss de la evidencia, de tintes na- baños, tiendas filatélicas, lu- excursos y una carga líricaa rrativos, con la que Louis Ara- panares clandestinos… atemperada, que el propio gon abre ‘El aldeano de París’, No es de extrañar que el Benjamin declaró pionero e antes de tratar de conciliarlas teórico del flâneur genuino, iniciador suyo en la práctica y abandonarse a la incipien- Benjamin, reconociese que de la flânerie fue ‘Paseos por te primavera, entregándose Berlín’ de Franz Hessel, escria lo sensible, a los sentidos, tor nacido circunstancialmenen detrimento de lo abstracte en la Pomerania, pero que to, la razón, tan decimonónivivió desde siempre en la caca. Y lo hace, a sus veintiséis pital alemana, el pequeño Pay jubilosos años, a partir de rís de la época. A orillas del «lo maravilloso cotidiano», Sena pasó largas temporamientras se adentra, hacia das, se empapó del venda1924, en ‘El pasaje de la Ópeval estético de las vanguarra’, en las galerías cubiertas, dias y del ‘esprit’ decadenuna especie de acuarios «ametista finisecular, decisivos en nazados por las piquetas», cersu formación; y regresó más canas a los grandes bulevatarde para refugiarse del régires de la entonces capital men nazi –era de ascendenartística del mundo. cia judía– poco antes de moCon «modos de flânerir, casi a la vez que Benjamin, rie», Aragon certifica la deen el sur de Francia, tras pasaparición de los lugares sasar por un campo de internagrados y desplaza incluso el miento. espíritu, la imaginación y la En ‘Paseos por Berlín’ trametafísica a las calles de Paza una topografía completa rís, por extensión de las ciude la ciudad de los edificios dades, donde se está cociencolor café con leche a la que do a fuego presuroso, febril, ama profundamente, recorre la modernidad. Es más, proardorosamente las grandes fetiza, desde el entusiasmo avenidas y las arterias comermecánico de los ismos, que ciales, pero llega también con el porvenir será de quienes su prosa suculenta hasta los callejeen, casi pendoneen, arrabales y barrios de la peociosos por las avenidas. riferia, se pierde por las Con su microscopio ciuafueras tras mostrardadano fatiga las galerías nos plazas y plazuey los pasadizos, recoge las, jardines, pary nos ofrece un muesques municipales trario de placas, letreros o guetos judíos. Enluminosos, carteles de tra en los cafés canportales, hojas volandetantes y espectácuras… Se inmiscuye con su los de varietés, en mupalabra sensual, un canto a seos e iglesias, en tallela imaginación desbordares o locales comerciales, da, perturbadora, del su- ‘Le Flâneur’ (Paul Gavarni, 1842). en el Jardín Botánico o el

Configuración narrativa del flâneur FERMÍN HERRERO

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uenta Theodor W. Adorno que Walter Benjamin, justo antes de sus estancias ibicencas, durante sus emisiones radiofónicas berlinesas entre los años 1929 y 1932, dirigidas a jóvenes a quienes pretendía convencer de que era necesaria una mirada original sobre el ámbito urbano, insistía con frecuencia «en contemplar todos los objetos tan de cerca como fuera posible, hasta que se volvieran ajenos y, como ajenos, entregaran su secreto». Así es que, más allá de la minuciosidad y del detallismo tan connaturales al flâneur, pedía un extrañamiento capaz de sublimar la «embriaguez callejera», sintagma con el que Eckhardt Köhn tituló un ensayo sobre el arte de pasear en la cultura de la república de Weimar. En el fondo, creo que lo que preconizaba Benjamin, lo que recomendaba a los aprendices del vagabundeo urbano elevado a categoría literaria, era una mirada poética en un contexto narrativo, un mestizaje esencial que en parte apuntaba Baudelaire en ‘El pintor de la vida moderna’ y que el cine más atrevido del momento, por ejemplo el documental de elocuente título, ‘Berlín, sinfonía de una gran ciudad’ de Walter Ruttmann, plasmaba a la perfección mediante la alternancia

Palacio de los Deportes, el zoo o el metro, los salones de baile o los almacenes de ropas, en cervecerías o librerías, en fin, desnuda y nos muestra los interiores del todo Berlín tras familiarizarnos con su fauna callejera que transita bajo los tilos. Para Hessel, cualquier nimiedad es un hallazgo en su «lectura de la calle» y el paseo un arte para el que «es preciso carecer de un propósito determinado», se trata en esencia de caminar lentamente, sospechosamente dirá incluso, frente al ajetreo del gentío atareado y perdido en su prisa, como un espectador que deambula al azar, agradecido y siempre ojo avizor, interesándose por todo. En suma, ambos, Hessel y Aragon, como más tarde Léon-Paul Fargue con su espléndido ‘El peatón de París’ o antes Louis Huart con sus pequeños tratados de costumbres de los parisinos o el poeta Jules Laforgue con ‘Berlín villa y corte’, que Hessel cita por extenso, llevan a la narración las teorizaciones posteriores de Benjamin y modelan, ‘avant la lettre’, el prototipo de la figura casi detectivesca del flâneur, con su fragmentarismo y a la vez su botánica de asfalto para sanar el aburrimiento, decisiva para el devenir de la mirada del hombre contemporáneo sobre el mundo.


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El mal absoluto Un grupo de judios llegan a Auschwitz en 1944. :: EFE-YAD VASHEM

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e ha escrito demasiado sobre el nazismo y el Holocausto? Así lo aseguran muchos hombres de la cultura, empezando por Adorno. No estoy de acuerdo. En el momento actual rebrotan una especie de fascismos con otros nombres y la ultraderecha se extiende como una infección peligrosa que puede destruir el cuerpo social en su conjunto. Una serie de publicaciones recientísimas examinan ese pasado en el que el mal adoptó su forma más negra e implacable. La Shoah no ha sido jamás superada en el horror, y el hombre jamás ha sido más despojado de su condición de tal. Recordarlo es, a mi juicio, absolutamente necesario. Dos libros testimoniales, documentos estremecedores. Uno de ellos, las ‘Memorias de Himmler’, de Arno Kerster, (editorial Pasado Presente), desde el testimonio de su fisioterapeuta y masajista Felix Kersten, recogidas por su hijo. Felix escribía los comentarios del Reichs Führer después de sus tratamientos. El jerarca nazi padecía de calambres en el estómago muy dolorosos y los masajes de Kersten le eran necesarios. En el libro el horror del lector surge desde esa

visión de un país abducido por Hitler, y en parte culpable. La solución final monstruosa era aceptada por sus secuaces e ignorada por la población que prefería no saber nada. En largas parrafadas Himmler procuraba justificar esas ideas genocidas y al final manifestaba su inculpabilidad agitando la carta con las instrucciones de Hitler. Cobardía desde la prepotencia. Busca y gestiona la paz con los aliados a través del Conde Bernadotte de Suecia y se suicidó ante el fracaso. Kersten consiguió salvar a muchas personas y fue homenajeado por el pueblo judío. La lectura de este libro define con acierto el pensamiento nazi, su crueldad y su cobardía. Otro libro estremecedor es ‘Auschwitz’, de la portuguesa Esther Mucznik, que recoge testimonios de supervivientes de los campos y de las publicaciones efectuadas despues de la finalización de la espantosa contienda. No es nada nuevo, todo está dicho. Un prontuario estremecedor ¿Cómo fue posible? No se ahorra detalle y a veces tienes que suspender la lectura. Terrible eficacia administrada para hacer del mal lo cotidiano, capítulo tras capítulo no puedes ni siquiera imaginar lo inima-

FERNANDO HERRERO

ginable. Recuerdo mi visita, el mismo día que se canonizó a Edith Stein, una de las víctimas, en ese Bikernau vacío y silencioso, pero en el que flotaba la pesadilla de ese pasado terrible. ¿Por qué no recordarlo como lección? ¿Por qué olvidarlo? No se puede pasar página mientras pueda, y existen datos, renacer el monstruo. A pesar de Nuremberg, la justicia no se cumplió y muchos asesinos continuaron libres y prósperos. Sus huellas están presenten todavía. Una edición oportuna de La esfera de los libros para que la memoria no se pierda. En la espléndida ‘Calle EsteOeste’ (Anagrama) Philippe Sand realiza una extraordinaria disquisición sobre la Shoah desde el punto de vista de las víctimas y los verdugos. Una detalladísima inquisición sobre su familia de Lviv (ciudad antaño polaca, hoy ucraniana) y el proceso de Nuremberg a través de Hans Frank le permite conseguir una panorámica de interrelaciones. Por una

parte la gente de su familia que murió en Treblinka o Auschwitz, por otra dos personalidades de la misma, abogados judíos, que intervinieron en el proceso de Nuremberg, Lauterpacht y Lemkin. El primero desde su defensa del individuo y la expresión «crímenes contra la humanidad» el segundo con el término «genocidio» de difícil aceptación, que hoy es normalmente aplicado. El tercer aspecto, el del verdugo, en el examen de Hans Frank, abogado de Hitler, que fue el Gobernador General de Polonia y culpable de las muertes de la familia de ambos, y llevó unos diarios aterradores que influyeron en su condena a muerte. Así el panorama completo permite comprender el horror y el asombro. Muchos de los jerarcas nazis eran brutales y sanguinarios. Otros, como Frank, cultos. Este tocaba el piano con buena técnica y Heydrich era un magnífico violinista. El mal absoluto se impone a todos los campos. También en una estética que une la ficción y el documento, el último Premio Goncourt, ‘El orden del día’ de Eric Vuillard (Tusquets) nos presenta la otra cara de ese mal absoluto. Reunión de Hitler

en 1934 con los dueños de las grandes empresas alemanas que recaudan grandes sumas de dinero para que los nazis consigan el poder. Empresas que siguen siendo las más poderosas actualmente. Los capítulos sobre la anexión de Austria y la cuestión de Checoslovaquia muestran la frialdad al lado de la ferocidad hitleriana, la valentía y la cobardía de muchos y la tolerancia o entusiasmo del pueblo. En sus breves páginas comprendemos que la gangrena no ha cesado de existir, y hoy está presente por múltiples causas, sobre todo porque ese espíritu malvado no se extirpó en su momento.

«Son estos libros espejos necesarios para que no vuelva a repetirse el horror de la destrucción de la vida y el espíritu de la humanidad»

En la interesante serie que Almudena Grandes está recreando, su cuarto volumen ‘Los pacientes del Doctor García’ (Tusquets), traza una larga historia de la guerra y la postguerra española, con especial atención a la protección prestada a los criminales nazis. En España estuvieron libres Otto Skorzeny, Degrelle o el creador de la Ustachi. Y a través de Doris Staufer se creó una red de auxilio para trasladar a gente de las SS y criminales de guerra a Uruguay y Argentina. La guerra fría y el miedo al comunismo impidieron que el castigo cayera sobre culpables de muchas muertes. En una prosa realista, desde una unión de personajes reales y ficticios, el panorama es clave. El castigo a los criminales se atenuó o se olvidó por razones que nada tienen que ver con la justicia. De estos textos recientísimos se desprende, comprobando la dura realidad presente, que la bestia inmunda sigue pariendo monstruos. La lenidad interesada en el castigo es una de las causas. Espejos necesarios para que no vuelva a repetirse la vigencia del mal absoluto, el que destruye la vida y el espíritu de la humanidad.


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CEREZAS EN EL ESCONDITE

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ueno, la cosa es fácil, se trata de dejarse encontrar por las palabras de los demás. Así le respondí a quien me preguntaba qué hay que hacer para ser escritor, ese oficio que yo no acabo de empuñar con soltura, que no me acabo de creer que exista aunque la palabra aparezca en manuales, antologías y otros tratados de taxidermia. Si acaso, será un oficio de paciencia, como decía el gran Eugénio de Andrade. Estábamos en un café lleno de ruidos que entrechocaban como si fueran armas blancas en un combate no del todo incruento; ya se sabe: los chillidos de las lozas, el bufido repelente de la cafetera, la televisión (las dos o tres televisiones con programas distintos solapándose, pugnando por su cuenta, eso creo, a ver cuál se oye más). Y el joven poeta, allí, quería saber eso, por dónde empezar, cuáles son las asignaturas del primer curso oficial de un escritor. Y me lo suelta a mí, debe de creerse que yo ya tengo claras las cosas a estas alturas de mi vida; debe de creerse que yo soy un escritor, que yo soy un poeta que tiene en las manos la clave del asunto. Me da esa impresión: él es el aspirante que quiere matricularse e ingresar en el cenáculo, el aprendiz de brujo ávido de conocer los arcanos… Pero es que no hay arcanos, le digo. O si los hay, están ahí, al cabo de la calle, ante las narices de cualquiera, solamente hay que salir de casa y ya empiezas a ver alzarse ante ti palabras como hongos. Eso es todo. Vámonos de aquí, dije. El joven poeta no despreció el resto de la cerveza y salimos de aquel espacio sin alma. Se trataba de ir metiendo palabras en el oído. Palabras de los otros. Palabras al paso. Nosotros sin pararnos. Venga, vamos. De eso nada, a mí no me vuelve a poner de vuelta y media, menudo respirar tengo yo (la señora de la parada del autobús hablaba por el móvil sin prejuicios, como se hace ahora, transformando en un convite público lo que a todas luces era un asunto de alcance privado). Cómpralo por Internet, que es más prestoso (a la puerta de la librería la joven empleada –me saluda, me saluda con dos dedos de humo enredados en el cigarrillo– fumaba y hablaba por teléfono a la vez; a lo mejor el humo le entraba a la otra persona por los oídos como a mí me llegaban las palabras destinadas a ella). Perdona que te diga pero este fijador

hace menos cresta de lo que pone el frasco (en el supermercado la clienta muestra a la dependienta un envase pingando entre dos dedos). Pues es Fórmula Joven, lo que yo le pongo a mi niña, se lo juro, y le dura de muerte (la dependienta no se inmuta y dice esa expresión inquietante mientras sigue colocando género desordenado en la sección de droguería). Me ha dicho que se me atrancan las cervicales (en la calle sobrepasamos a un hombre y una mujer; ella lleva agarrada una bolsa enorme con radiografías y va describiendo a su modo el diagnóstico). Y seguimos adelante, camino del mercadillo de los miércoles en la plaza mayor. Un festín babilónico de palabras que se entrecruzan en todos los tonos y registros. A ver, marquesa, estas medias la están esperando (la gitana tira suavemente de la lencería expuesta en el tenderete; parece tocar una campana para convocar a la clienta). ¡Fashion, fashion, lo que no quieren en el corte inglés! (otro vendedor gitano pregona sin reparos las virtudes de su mercancía dudosa). No le doy bolsa porque luego se tiran al mar y se mueren los peces (he aquí un ‘eco-mercader’ que se justifica así). ¡Moreno, cómete el cielo! (el vendedor está laminando un mango que va ofreciendo a quienes se paran con cierta indolencia ante el puesto). Cómo no va a estar fresca, si la he quitado de la huerta esta mañana, fíjese, todavía está llorando (el hortelano acaricia con pericia la lechuga y la exprime un poco por la raíz para que chorree). Seguimos así, al paso, sin pararnos. Y me llevo al joven poeta a mi templo favorito. Almacenes Antoñanzas. Dos puertas. Una planta baja y un sótano. Todo atestado de ropa. Aún se paga con recibo ante una ventanilla. Cruzamos por dentro del local con los oídos muy abiertos. Fragmentos, residuos tiernos de conversaciones. La sábana de algodón se envara menos… Ay, yo no sé si él lo querrá de tipo box…

Batido de voces

«¡Miren ustedes qué fresas, verdaderos isótopos! El hortelano me devolvió a algo parecido al territorio de la esperanza» :: IKER AYESTARÁN

TOMÁS SÁNCHEZ SANTIAGO

La licra ya no se lleva, mujer… Búscame algún retal en el corazón de esos cajones… Palabras que se ponen a volar como globos de sílabas neumáticas. Salimos a la calle. Voy a decirle eso. Que el poema está en cualquier boca. Que ya Juan Ramón metía en sus poemas los anuncios que leía en las paredes de Nueva York («Nueva York, el marimacho de las uñas sucias, despierta»; seguro que Lorca había leído esto). Y le iba a sugerir que leyera a Corbière (‘Los amores amarillos’) y a Valle-Inclán (‘La pipa de kif’). Lecturas de desengaño. Ejercicios de afinación. Lo miro y veo que hace rato que ha desconectado de todo y, ambos ojos en el móvil y ambas manos en las teclas, está en pleno ejercicio de ametrallamiento. Lo miro con piedad. Su naturaleza es esa, la de las teclas y las pantallas. Creo que he hecho el tonto, una vez más. Pero es él quien quiere ahora tomarme la lección. Escucha esto, es un poeta digital, es lo que está petando. Me pasa el artefacto y escucho una especie de salmodia que desemboca en ripios exagerados hasta convertirlo todo en un canto ortopédico. Al parecer, tiene miles de seguidores y encabeza las nóminas de la poesía más escuchada. Así que a paseo mi pretensión de hacer pedagogía poética; al cuerno mi convicción de hay que dejar entrar la vida de los demás dentro de uno a través de su voz porque el escritor somos todos. Todos salvo el que dice que quiere serlo. Ese terminará en labores de pasamanería verbal. O quizás salte a las pantallas de los móviles para compartir su sonsonete con una feligresía adocenada. Lo despedí educadamente. Volví sobre mis pasos y crucé de nuevo, ya con menos entusiasmo, el mercadillo. Pero de pronto, aquello: ¡Miren ustedes qué fresas, verdaderos isótopos! El hortelano me devolvió con su pregón alegre y maravillosamente desatinado a algo parecido al territorio de la esperanza.


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Ilustración de Liska que recoge el choque del 300 SEL de Karl Kling y Hans Klenk con un zopilote en la Carrera Panamericana de 1952.

Hans Liska, un ilustrador con estrella E

l 19 de noviembre de 1907 nacía en Viena Hans Liska en el seno de una familia acomodada, lo que le permitiría recibir una educación en la que las artes, incluida la música, y las lenguas extranjeras (el poeta expatriado James Joyce le daría clases particulares de inglés) tenían un papel relevante. Más por el deseo de sus padres que por convicción personal, realiza estudios en una escuela de negocios y se pone a trabajar como contable. Sin embargo su verdadera vocación es la pintura y se matricula en la Escuela de Arte de Viena, donde será alumno del reconocido ilustrador y diseñador Berthold Löffer. Su talento excepcional pronto llama la atención y recibe la propuesta de ponerse al frente del departamento de creatividad de una importante agencia de publicidad suiza. Este trabajo le sirve para ahorrar dinero y continuar sus estudios en la Escuela de Arte de Múnich bajo la dirección de Emil Pretoius (uno de los escenógrafos más importantes de la primera mitad del siglo XX) y Walter Deutsch. Y es aquí donde logra su gran oportunidad y arranca su ilustre carrera: el mundialmen-

Hans Liska.

ARTE EN MOVIMIENTO SANTIAGO DE GARNICA

te famoso ‘Berliner Illustrirte Zeitung’ publica uno de los dibujos de Liska en la edición de Año Nuevo de 1932/1933. El sueño de infancia de Hans Liska de convertirse en ilustrador de prensa finalmente se hace realidad, y el contrato con la editorial Ullstein Verlag le permite igualmente disponer de fondos para continuar sus estudios en la Escuela de Artes Aplicadas de Berlín. Alemania vive momentos difíciles. En 1933, Kurt Korff, redactor jefe del ‘Berliner Illustrirte Zeitung’, es víctima de las primeras persecuciones a judíos del régimen nazi, y se expatria a los Estados Unidos donde, junto al editor Henry Luce, fundará la revista ‘Life’. Por el contrario, Theo Matejko, el artista estrella de la revista gráfica alemana decide apuntarse al NSDAP, el Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes. Precisamente Matejko será quien introduzca a Liska en el mundo del automóvil en general y de Mercedes-Benz en particular, marca con la cual empezará a colaborar de forma regular produciendo diferentes materiales publicitarios y numerosos catálogos. Siempre bajo contrato con

Ullstein Verlag, Liska viaja como enviado de la ‘Berliner Illustrirte Zeitung’, cubriendo los grandes acontecimientos de la época como los Juegos Olímpicos de Berlín o los funerales del Rey Jorge V en Inglaterra y, al tiempo, los grandes premios automovilísticos en una época donde las grandes marcas alemanas, Mercedes y Auto Union, son utilizadas por el régimen para ensalzar el potencial de su proyecto nacionalsocialista. Su estilo es perfectamente identificable, dictado por la urgencia de plasmar el instante, y sostenido por técnicas simples: minas de grafito, carboncillo, pastel o gouache, medios de los que no se separará nunca, cualesquiera que sean las circunstancias. Cuando en 1939 estalla la Segunda Guerra Mundial,

Hans Liska es reclutado por el ministerio de propaganda del III Reich y enviado para seguir a las tropas de la Wehrmacht en todos los frentes. Sus dibujos se publican en ‘Signal’, el todopoderoso magazine oficial de propaganda de la Wermatch (se editaban 2,5 millones de unidades de cada número, de periodicidad quincenal, en 25 idiomas, y estaba basada en el diseño gráfico de ‘Life’). Bastantes dibujos de Liska no pasarán la censura y se perderán para la posteridad. Por el contrario en 1943 y 1944, el impresor y editor Carl Werner, publica dos libros recopilatorios de sus dibujos, de una treintena de páginas cada uno. Se trata de un encargo de la famosa casa aeronáutica Junkers Flugzeug und Motorenwerke, «para entretenimiento de los soldados

del frente y de los trabajadores de las fábricas de armamentos». Estos trabajos, reflejo de dramáticos episodios, le convertirán en uno de los ilustradores bélicos mejor considerados por los especialistas. El 8 de mayo de 1945 Alemania capitula y Liska, como tantos otros ciudadanos, se encuentra sin trabajo. A nivel personal no se inicia ningún procedimiento contra él, pero sus trabajos, fruto del proceso de desnazificación de los aliados, son recogidos y destruidos. Liska se retira al sur de Alemania, donde encuentra su segundo hogar, junto con su esposa Elisabeth, en Scheblitz. Allí, fundó la revista ‘Quick’, junto con el prestigioso fotógrafo Hilmar Pabel. El proceso de reconstrucción de Alemania se inicia y


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Sus trabajos para la revista de propaganda ‘Signal’, de la Wermatch, le convierten en un clásico de los ilustradores de temas bélicos. A la izquierda y abajo, carteles de Liska para Mercedes. :: ARCHIVO HISTÓRICO DAIMLER-BENZ con él se abren nuevas posibilidades de trabajo para un ilustrador del talento de Liska. Así trabaja para Ford Alemania, para la legendaria agua de colonia 4711, para los juguetes Märklin, el catálogo de pret a porter Quelle, para el grupo farmacéutico Hoetchst, o para la cervecera Lederer Bräu, entre otros muchos clientes. Si Hans Liska no tiene problemas con las fuerzas de ocupación, sí en cambio Theo Matejko, su mentor en el ‘Berliner Illustrirte Zeitung’ (sus carteles de propaganda eran ampliamente conocidos en zonas ocupadas). En 1946 un accidente cardiovascular termina con la vida de Matejko, dejando libre el puesto de ilustrador jefe en el seno del departamento de marketing de Mercedes, y a principios de los años 50, Hans Liska se hace cargo definitivamente de su relevo. Es allí donde se reencuentra con su compañero y amigo Walter Gotschke, ilustrador reportero de la publicación ‘Signal’. En esta época el dibujo se mantiene como el procedimiento más ágil para carteles de publicidad y Mercedes –que participa en competiciones para atraer clientes y potenciar su imagen– quiere difundir lo más rápidamente posible las informaciones sobre sus triunfos. Para ello, el boceto ya está preparado antes de la carrera y solo queda añadir el nombre de los ganadores para pasar a la impresión. De 1951 a 1953, siguiendo el modelo Junker, Mercedes publicará tres colecciones de dibujos en las que no solo aparecen modelos de la marca sino también paisajes y escenas de la calle que desvelan el particular contexto histórico. A la primera obra, con las correspondientes treinta páginas y sin título, con una encuadernación en tela beige, seguirán otras dos, ‘El automóvil y la moda’, y ‘La estrella en el corazón’, que vienen a sumarse al material promocional de los concesionarios. Todo este entusiasmo se ve

frenado cuando en las 24 Horas de Le Mans el Mercedes del francés Levegh, por una maniobra del británico Hawthorn y su Jaguar, termina por estrellarse contra la tribuna llena de espectadores, con un dramático resultado de 82 víctimas. La marca alemana se retira de las competiciones, a lo que se suma el auge de la fotografía en detrimento de las ilustraciones. La combinación de estos dos fenómenos va a reducir el ritmo de colaboraciones entre Mercedes y Liska. Afortunadamente las buenas relaciones entre los responsables de la marca alemana y el artista se conservarán aún un tiempo y darán como fruto la edición de dos nuevas colecciones: ‘Crónica de automóviles y motores’ y ‘Experiencia de conducción’. A partir de 1960, Hans Liska se orienta a la creación de libros de dibujos de ciudades y paisajes en los que se recogen aspectos de Salzburgo, Bamberg, o Colonia. Alrededor de 1970, la empresa de porcelana Kaiser en Bad Staffelstein lanzó una serie de jarrones, cuencos y principalmente platos con más de doscientos motivos diseñados por Hans Liska de las ciudades de Königsberg, Gdansk, Breslau, Berlín, Munich, Aachen y Bamberg, entre otras. Además, su obra incluye sus relatos de viaje ilustrados, entre otros destinos a España, donde recoge el ambiente del flamenco o de las corridas de toros. Hans Liska poseía una curiosidad ilimitada, tratando constantemente de capturar la esencia de la realidad, las personas y las cosas. Con su talento incomparable para la individualidad y el escepticismo crítico, un carácter testarudo y un amor por la ironía que plasmaba muchas veces en sus dibujos, era un artista excepcional que siempre se mantuvo fiel a sí mismo. Murió en el 26 de diciembre de 1983, de forma inesperada, mientras contaba uno de sus famosos chistes.


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Nuevas narrativas de la mano de Ana Galvañ La dibujante acaba de publicar ‘Pulsee Enter para continuar’, seis relatos que reivindican lo tecnológico como espejo de la sociedad actual ELIZABETH CASILLAS

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n 1932, Tod Brow ning dejó grabado para siempre en el imaginario colectivo una idea muy concreta de lo que es el circo de fenómenos en ‘La parada de los monstruos’, un conjunto de seres a todas luces extraordinarios marcados por la deformación y la singularidad que aún produce cierta incomodidad. Al fin y al cabo, si nos hubiéramos sentado a la mesa junto a los freaks de Browning, nosotros hubiéramos sido la excepción; y nuestro cometido, integrarnos. Aunque en un principio Ana Galvañ sólo utilizó la imaginería del director estadounidense en uno de los relatos –el de una muñeca humana que ha dejado de ser una atracción para el público y un trapecista recién llegado al circo que se enamora de ella– que conforman su última obra, ‘Pulse Enter para continuar’ (Apa-Apa Cómics, 2018), ambos creadores manejan algunos rasgos en común. Es precisamente la incomodidad producida por la singularidad y la excepción lo que caracteriza la obra de la dibujante murciana, creadora de un universo heterodoxo en sus relatos, pero también de una carrera poliédrica que le ha llevado a traspasar la frontera de la hacedora: Galvañ cuenta con una sólida carrera como ilustradora, a la que suma sus labores de divulgadora, comisaria y editora. Esta última faceta, que la ayuda a comprender mejor el entorno creativo en el que se encuentra, es la que le ha llevado, entre otras muchas cosas, a comisariar las exposiciones de ‘La ciudad en viñetas’ para CentroCentro Cibeles en Madrid y a poner en marcha el proyecto Tik Tok Cómics, una web en favor de la divulgación del cómic «porque sí» que sirve de lanzade-

ra para nuevos talentos que, sobre todo, se alejan dee los icos convencionalismos clásicos omo del cómic y que ha dado como fruto la antología ‘Teen Wolf’ (Fosfatina, 2016), en la que n el varias autoras revisitan mito del hombre-lobo nacido en los ochenta. lgaFascinada por la divulgae, de ción, Galvañ asegura que, rsoesta forma, su trabajo personal «se retroalimenta y evotes», luciona más ahora que antes», y se lamenta por tener que iemminimizarlo por falta de tiemreas po. «Compagino estas tareas ngo con dificultad, ya que tengo lusmi trabajo regular como ilusular tradora y otro no tan regular ics, como dibujante de cómics, que me ocupan la mayor parte del tiempo, por lo quee la labor de comisariado se me rahace dura», confiesa. Ese trabubajo no tan regular de dibujante de cómic es el que ha añ hecho posible que Galvañ atenga ya seis obras publican das y haya participado en as más de una docena de obras mcolectivas, si bien su nomobre siempre ha estado asouciado a los márgenes, la autoedición y las editorialess independientes.

Portada y páginas Po interiores de ‘Pulse int Enter para Ent continuar’. con

Nuevas narrativas En su trabajo más reciente, ‘Pulse Enter para continuar’, Galvañ ha reconcia pilado seis relatos de ciencia mún ficción que tienen en común el progreso y la tecnología pero donde, lejos de pecar de tecnofobia, a lo que debemos temer es al sujeto, al ‘nosotros’. Imaginad un mundo en el que virus informáticos se implantan en nuestros cerebros y nos atemorizan con los traumas más inconfesables o en el que los campamentos de verano, aunque interestelares, se usan como herramienta de adoctrinamiento y control mental. «Soy totalmente partidaria del progreso científico y tecnológico. Para mí, estos temas son partícipes en algunas de las historias simplemente porque me gustan y porque en ellas se refleja la realidad en la que vivimos», explica la autora. Un discurso que también se

ha oído oído recientemente a uno de los grandes creadores de ciencia ficción de nuestro tiempo, Charlie Brooker, quien a través de su serie ‘Black Mirror’ ha utilizado los avances tecnológicos como reflejo de la sociedad actual. Galvañ juega en su nueva obra en los márgenes de lo formal y lleva a nuevos límites un estilo fácilmente recono-

Su trabajo pretende escapar de «la dictadura de la línea y las masas cerradas»

cible. Esa unión de formas plásticas y orgánicas avivadas por colores de tendencia pop se han trasladado a composiciones cada vez más complejas y brillantes. En parte, esto se debe a que su trabajo es progresivamente más intuitivo que racional. «Tiene mucho que ver con mi evolución gráfica en el último año, con la idea de salirme de la dictadura de la línea y las masas cerradas. Lo que sí intento es desmarcarme un poco de la estructura tradicional, para ofrecer una experiencia algo compleja, pero no críptica. Quiero que la narración se entienda, pero no quiero ofrecer algo facilón, aburrido o repetitivo», afirma la dibujante. Así, por ejemplo, se en-

cuentra una entrevista de trabajo llena de ruido, en la forma y en el fondo, en la que la entrevistada entra por una gatera al despacho en el que después será humillada por el departamento de recursos humanos. Una historia en la que Galvañ hace que vibre el papel con una paleta de amarillos, rosas y azules. Si bien Ana Galvañ podría considerarse ya una veterana del cómic y una referente para las generaciones posteriores, sigue formando parte de esa vanguardia que desarticula el lenguaje del cómic tradicional y lo lleva un paso más allá. Sus narrativas se renuevan, al igual que los códigos por los que se regía el lenguaje del

cóm cómic, y traspasan los límites repr representacionales de la ficción reivindicando el medio com como herramienta no sólo exposi positiva sino también artística. N Nuevos caminos que se han abierto gracias al empeño d de autores jóvenes como Rob Roberto Massó, Conxita Herrer rrero, Andrés Magán o Begoña G García-Alén, esta última nom nominada a Autora revelación en el Salón Internacional d de Cómic de Barcelona por su o obra ‘Nuevas estructuras’ (Apa (Apa-apa cómics, 2016) y que ha ssupuesto una grata sorpresa eentre los admiradores de este nuevo movimiento. «P «Podría estar perfectamente nominado n en la categoría de m mejor cómic nacional, ya que es una aproximación al cómic realmente nueva y original. Es un gran trabajo y una autora con muchísimo talento», explica Galvañ, quien está convencida de que poco a poco los elementos propios de estas nuevas narrativas se irán incorporando en el cómic más comercial. «El hecho de que lo comercial se alimente progresivamente de recursos de autoras y autores experimentales no significa que no puedan convivir, e incluso tener éxito. De todas formas, siempre preferiré a los pioneros», sentencia la autora. Se abren nuevas vías y hay un buen número de dibujantes dispuestos a explorarlas. Pulsaremos Enter para continuar leyéndolas.


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LECTURAS

PARA QUÉ SIRVE LA POESÍA Ben Clark fascina con el material de su poemario ‘La policía celeste’, que no logra trascender la anécdota JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN

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a primera sociedad astronómica que se conoce fue fundada el año 1800 en un observatorio privado del norte de Alemania. Sus seis integrantes pretendían encontrar el planeta que, de acuerdo con la ley de Titius-Bode, debía situarse entre las órbitas de Marte y Júpiter. Para facilitar el trabajo dividieron el cielo en 24 partes y se dedicaron a observarlas minuciosamente constituyendo la llamada «policía celeste». A esta historia alude Ben Clark al comienzo de ‘La policía celeste’. En el epílogo nos cuenta que ese planeta perdido, que no era un planeta sino un asteroide, fue descubierto a comienzos del año siguiente por Giuseppe Piazzi, un religioso italiano, fundador del observatorio de Palermo, que le dio el nombre de Ceres Ferdidandea, en honor de la diosa de Sicilia y del rey de Nápoles. Las referencias astronómicas abundan en el libro de Ben Clark. Un poema se titula ‘Ocho cometas’ y alude a los descubiertos por la astróno-

ma del siglo XIX Caroline Herschel; otro, ‘La Vía Láctea y Andrómeda’. En ‘Esperando al Halley en 2061’, glosa – y traduce sus versos finales– el poema ‘Halley’s Comet’, del poeta norteamericano Stanley Kunitz, que pudo ser testigo –como Rafael Alberti– de dos de sus apariciones, la de 1910 y la 1986. El anecdotario familiar es otro de los integrantes del libro: de la enfermedad del padre, de su ingreso hospitalario, de su actividad de ceramista se habla en diversos poemas; también de una curiosa anécdota que tiene por escenario la isla volcánica de Tristán de Acuña. Ese poema –que lleva como título el nombre de la isla en portugués, ‘Tristán da Cunha’– ejemplifica bien el atractivo y las limitaciones de este volumen. Las dos primeras partes del poema –se separan con un triángulo que recuerda la silueta de la isla– nos cuentan que ha pasado la tarde viendo imágenes suyas en el ordenador; en la parte final, tras comentarlo con su padre, este le refiere una anécdota relacionada con la isla: «Nunca he creído en Dios / y una vez recé a Dios / implorando alcanzar Tristán da Cunha». El problema es que leemos esa historia, muy a lo Joseph Conrad, y no nos la creemos: una fragata que apenas resiste, que ha perdido hasta los botes salvavidas, busca refugio en Tristán da Cunha, el rincón del planeta más lejano de cualquier otro rincón habitado; no lo consigue, los marinos piensan que van a morir. Así termina el

B. Clark, en la librería Intempestivos de Segovia. :: A. T. poema: «Cuando / atracamos al fin en Buenos Aires / descubrieron que el casco tenía una gran grieta. / Recuerdo que hubo chistes / y risas y teníamos entonces / menos de veinte años. / Pero muchos / buscamos con la luna un puerto tibio / cerca del puerto frío y sé que todos, / dormidos o despiertos esa noche / susurramos el nombre del volcán». ¿Pero cómo lograron na-

vegar los miles y miles de kilómetros que los separaban de Buenos Aires con una gran grieta en el casco? ¿Y a qué vienen esas risas? ¿Y a qué viene esa moraleja final sobre buscar un puerto tibio cerca de un puerto frío y el susurro del nombre del volcán, incluso por los que dormían? ¿Podía alguien dormir cuando el barco estaba a punto de naufragar? No soy yo de los que opinan que el lector de

poesía debe aceptar cualquier cosa, que en el poema cabe cualquier vaguedad y cualquier inanidad. El problema de este libro de Ben Clark es que los materiales que utiliza tienen bastante más interés que el uso que hace de ellos. Tecleamos Tristán da Cunha en el ordenador y nos encontramos con una historia fascinante, con una isla que parece sacada de una novela de Julio Verne – de hecho aparece en varias de ellas: ‘Un capitán de quince años’, ‘La esfinge de los cielos’, ‘Los hijos del capitán Grant’–; que está a más de dos mil kilómetros del lugar habitado más cercano, la isla de Santa Elena, donde desterraron a Napoleón; que es de propiedad comunitaria –ninguna familia puede cultivar más tierra ni tener más ganado que otra–; que en 1961 tuvo que ser evacuada completamente y sus 302 habitantes tardaron dos años en volver; que no hay aeropuerto, que un barco anual les abastece de medicinas, libros, revistas, correo… Lo mismo pasa cuando queremos saber más de la ley de Titius-Bode, enunciada por el primero, como si de un personaje de Borges se tratara, en dos apócrifos párrafos intercalados a la traducción de un texto ajeno, ‘Contemplation de la Nature’, de Charles Bonnet. Los poemas de Ben Clark carecen por lo general de tensión estilística, no aciertan a trascender la anécdota. Y deben ser leídos como algunos pretenden que debe ser leída la poesía, dejando aparcado el pensamiento. El poema ‘Los rotos’ homenaje a Anne Sexton y afirma que la única división verdadera es la que separa a los que se han roto y los que no. ¿Y qué es lo que

LA POLICÍA CELESTE Ben Clark. Visor. Madrid, 2018.

caracteriza a los rotos? Pues que son como todo el mundo: piden que se les quiera, que mascullan viendo las noticias, que hacen el amor con un poco de miedo y también algunas cosas más raras (no tiran las tazas) o más comprensibles: «querer estar solos después de que suene un portazo». Tres o cuatro poemas se salvan del libro. ‘La habitación’, con su invitación al lector a viajar a la infancia del poeta, puede ser uno de ellos; otro, ‘La fiesta’, en su despojada sugerencia; también el que da título al conjunto, ‘La policía celeste’, que busca trascender las diversas anécdotas. Se salvan del libro, pero no parece que salven el libro, uno más de esos volúmenes que se publican solo por ganar alguno de los numerosos e intercambiables premios de poesía que constituyen mala costumbre del mundo literario español. Lo que salva el libro son las referencias que nos llevan fuera de él, al fascinante mundo de la astronomía, a una isla remota que fue base temporal de balleneros y cazadores de focas y en cuya capital, Edimburgo de los Siete Mares, hay solo un bar, pero su consumo de whisky es uno de los más elevados del mundo (cincuenta litros de media por habitante y año).


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LECTURAS

QUÉ ESTÁ PASANDO EN CATALUÑA, SEGÚN EDUARDO MENDOZA Barcelonés que eligió el exilio, el premio Cervantes intenta explicar cómo se ha llegado a este punto CRISTÓBAL VILLALOBOS

E

s en los momentos de crisis cuando más se echan en falta las voces de nuestros intelectuales, personalidades que tomen par-

tido desde su posición privilegiada y nos proporcionen nuevas perspectivas que superen las trincheras en las que, habitualmente, los españoles nos resguardamos para tirarnos los trastos a la cabeza. No nos han sobrado estas figuras y, cuando las hemos tenido, a veces hemos optado por ignorarlas, cuando no hemos arremetido contra ellas. Es en este caso el Premio Cervantes 2016, Eduardo Mendoza, al que debemos algunas de las mejores novelas de las últimas décadas, el que se remanga la camisa para bajarse al barro de la escena política con el fin de poner un poco de sentido común

en lo que respecta al conflicto catalán. Barcelonés, y escritor de éxito internacional, a Mendoza, autor de ‘La verdad sobre el caso Savolta’ (1975) o ‘La aventura del tocador de señoras’ (2001), por citar algunas de sus obras, y ganador, además del Cervantes, de un sinfín de premios, entre ellos el Planeta, firma el librito ‘Qué está pasando en Cataluña’, que edita Seix Barral y que, en los apenas tres meses que lleva en las librerías, acaba de alcanzar la tercera edición. En la introducción del libro, que el autor llama humildemente texto por la brevedad del mismo, el barcelonés

EL TALISMÁN DE LA COSTURERA

AGRADECIDO

A

ntes de todas las cosas no muy bonitas que voy a decir de él en un artículo próximo, me gustaría escribir este otro, casi de agradecimiento, ponderando lo que Jodorowsky tiene de bueno, de genial incluso. Sus grandes cómics, y alguna de sus películas que constituyen, casi invariablemente, artefactos visionarios, artísticos, de primera magni-

tud. No entraremos aquí en las aspiraciones didácticas, más o menos obvias, que pueda haber tras ellos, sobre las cuales, en diferentes entrevistas, el chileno insiste con machaconería. Es uno de los casos en los que es mejor escuchar a la obra y dejar de lado las palabras del autor sobre ella. Uno de los ejemplos más notables de esto es su proyecto malogrado de llevar ‘Dune’ a la gran pantalla:

LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

¡CARNE ES LO QUE UN CAVERNÍCOLA QUIERE! :: SUSANA GÓMEZ Esta es la (pre)historia de un mamut y un hombre flaco y hambriento. O, más bien, de muchos mamuts y muchos hombres flacos y hambrientos. Un buen día, el hombre flaco y hambriento decide que está harto de comer guiso de

cardos y hoja picada y, al gri-ato de “¡Carne es lo que un caavernícola quiere!”, decide can zar el mamut para hacerse con o él una empanada. Pero él solo no puede. Así que, ni corto ni perezoso, Gor pedirá ayuda a o Hur, For, Bar, Por y Pir. O lo o que es lo mismo: a Huraño,

CIRO GARCÍA

los bocetos de los diferentes artistas, Moebius, Giger, Foss, los fragmentos del storyboard, son más interesantes e impactantes, que todas esas elucubraciones, alguna de ellas bastante delirante, en torno a cómo se le ocurrió hacer esa película que tantos lamentamos que no llegara a buen puerto. Algún día espero que consienta en publicar todo el material, que, es sabido, tiene reunido en un vo-

QUÉ É ESTÁ Á PASANDO EN CATALUÑA Eduardo Mendoza. Diciembre de 2017. Editorial: Seix Barral. 96 páginas. 8 euros.

Eduardo Mendoza. :: ARRIZABALAGA-EFE

lumen de grosor formidable. Material que, a tenor de las migajas dejadas caer en un documental y un lejano artículo, constituiría por sí mismo una obra de arte. Me voy a centrar sobre todo en los cómics, que son los que más frescos permanecen en mi memoria, quizás porque las películas las vi solo una vez –aunque periódicamente tengo intención de repetir alguna–, y a las viñetas, siempre a mano, regreso aún de vez en cuando. Y de los cómics, escojo, quizás un tanto arbitrariamente, tres, que son los tres primeros que leí, quizás porque aparecían episódicamente en la revista ‘Metal Hurlant’ a la

que estaba suscrito: ‘El dios celoso’, ‘El Incal’, y ‘Alef Tau’. Quizás el talento más destacable de Jodorowsky sea el de escoger colaboradores. No creo que ninguno de estos guiones hubiera funcionado en manos de otros artistas. Hay una cierta ingenuidad voluptuosa en los dibujos de Arno, que le vienen como anillo al dedo a ese cuento de hadas gnóstico, sobre la rebelión de los ilusorios, de marcado carácter feerico, habitantes de Mu Dara, contra sus creadores. Nadie sino Cadelo hubiera podido plasmar ese bestiario medieval-surrealista, con sus edificios de geometrías improbables, sus personajes animal-vegetales,

deja claro sus intenciones a la hora de redactarlo. Se trata de abordar la ignorancia y los prejuicios que lastran la imagen de Cataluña y de España que, según Mendoza, «dan origen a buena parte de las ideas predominantes» en lo que se refiere al problema catalán, analizando, por lo tanto, los antecedentes de lo que está pasando y la forma en que ven y viven los acontecimientos las personas directamente implicadas, tanto los partidarios de la independencia como los que se oponen a ella.

Sus cómics y sus películas constituyen lo mejor de Jodorowsky

que es la fascinante visión de Jodorowsky del mito del Grial, de las cruzadas y de la peste bubónica. En cuanto al Incal, quién sino él, Moebius, con sus líneas perfectas, que van cambiando de parte a parte, destilándose, volviéndose más claras a medida que la historia da una vuelta de tuerca tras otra y se oscurece. Y es lógico también, porque había sido Moebius quien ha-

F Forzudo, Barbudo, Portento y Pirado, quienes, armados de llanza y pala, carro, olla… irán een busca de su gran pastel… J Juguetón, ocurrente y salpic cado de musicalidad, este álb bum sobre las necesidades del eestómago, la supervivencia y ssus cosas recorre los albores d de la prehistoria entre rimas sonoras, retruécanos, retahílas y listados acumulativos. Todo ello hilvana un texto no solo adecuado a los primeros lectores y prelectores, sino, por encima de todo, muy divertido. Con la irreverencia que caracteriza a las ilustraciones de Tony Ross, personajes cóm micos y tiernos desfilan por


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Franco y la represión, el uso del catalán, la inmigración, el origen de la sociedad y de la burguesía catalana, el carácter de los catalanes, la relación de Cataluña con España y el mismo procés, son algunos de los breves capítulos en los que se divide esta obrita, indispensable para aquellos que quieran analizar la situación actual con cordura, siendo estos asuntos, según Mendoza, algunos de los que indudablemente han contribuido a configurar la escena actual del soberanismo y que el autor aborda sin la intención de posicionarse en un bando o en otro, sino de «tratar de comprender lo que está pasando». Agradecemos que el escritor se manche, que se alce como referencia intelectual desde la propia Cataluña, en los tiempos en los que, por desgracia, se escucha más a entrenadores de fútbol que ha escritores de prestigio, huérfanos, como estamos, de pensamiento libre y crítico.

bía diseñado los vestuarios de ‘Dune’, y dibujado un enorme story-board. Porque, detrás del Incal, está la sombra de aquella ‘Dune’ de la que hablaba, nunca filmada. En tanto que el guionista nos va colando aquí y allá elementos inspirados en la obra de Herbert, Moebius recicla sus diseños para la película. Y tenía que ser Moebius, porque Moebius había dibujado ‘The long Tomorrow’ –con guion de Dan Obannon, el que ideó la historia de ‘Alien’, y que también estaba en el equipo de ‘Dune’– y la primera parte del Incal bebe de esta historieta corta.

EMPANADA DE MAMUT Jeanne Willis y Tony Ross. Editorial Libros del Zorro Rojo. 36 págs. 13,90 euros. Edad recomendada: a partir de 4 años.

entre las páginas, apelando a lo mejor de esa literatura infantil que subvierte y divierte: el humor sin tapujos que a la vez sabe ser afectuoso, amable y elocuente. De

MUJERES EN UN ISLAM SIN ALMA Leila Slimani convierte los testimonios de las mujeres marroquíes en el gran reportaje ‘Sexo y mentiras’ VICTORIA M. NIÑO

SEXO Y MENTIRAS Leila Slimani. Cabaret Voltaire. 224 páginas. 18,95 euros

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e periodista a novelista y vuelta al periodismo con un libro de testimonios tomados a raíz de la presentación de su última novela. Ese es el recorrido de Leila Slimani, ganadora del premio Goncourt de 2016 por ‘Canción dulce’, que acaba de publicar en España ‘Sexo y mentiras. La vida sexual en Marruecos’ (Cabaret Voltaire). Este largo reportaje recoge las experiencias de mujeres que han ido buscándola para hablar de un tema tabú en el islam, la sexualidad femenina. País atrapado en un ‘Código de familia’ en el que «fuera del matrimonio no hay salvación», Marruecos vive la contradicción entre la ley islámica y la realidad. «Nuestra sociedad está corroída por el veneno de la hipocresía y por una cultura de la mentira institucionalizada», advierte Slimani en su introducción antes de entregar la palabra a las mujeres que le han confiada sus historias. Soraya está divorciada y habla de sus relaciones posteriores, marcadas por la culpa, por la imposibilidad de abandonarse. Nur, de Agadir, su-

tintes antiautoritarios y cargado de blanca ironía, el álbum es un travieso asalto a la prehistoria y algunos de sus detalles, que, además, reivindica aspectos como la familia y la unión sin apelar a un moralina en detrimento de la calidad literaria. Junto a la forma de vida de nuestros ancestros, el relato da también pie a reflexionar sobre aspectos como la ecología, el vegetarianismo, el trabajo en equipo o las especies en extinción, con un final imprevisto cuya vocación transgresora sorprende con un gigantesco (y contundente) desenlace.

Leila Slimani, en la última edición del Hay Festival en Segovia. :: ANTONIO DE TORRE frió abusos de su primo cuando era una niña y tardó tiempo en poner nombre a aquello. Reclama el derecho a elegir entre soltería y matrimonio. Pero no tiene demasiadas esperanzas de casarse, ha vivido una relación de ocho años y él solo sería capaz de contraer matrimonio con una mujer virgen. Z’Hor fue violada en el instituto. Ningún hombre la ayudó a «querer-

se». «Crecí con la idea de que el amor conduce automáticamente al sexo y que cualquier demostración de amor es sexo», dice. La imposibilidad de mostrar sentimientos en público llevó a la cárcel a dos jóvenes de Nador tras colgar la foto de su beso en Facebook. Aquello provocó quedadas para besarse en todo el norte de África. Más terrible fue

la historia de una joven de 16 años en Larache que se suicidó tras ser violada por un familiar. Según su Código, el violador queda exculpado si se casa con la víctima (artículo 490). La prostitución marroquí es un gran negocio que atrae a los hombres del Golfo y que permite a miles de mujeres sostener sus hogares. La represión, el desconocimiento

y el natural deseo se dejan traslucir en un programa de radio amparados por el anonimato, «el sexo se ha convertido en un negocio para todos los medios de comunicación», reconocen. «Sería injusto afirmar que la sociedad marroquí es por naturaleza puritana: la ternura, la seducción, el humor se valoran en la cultura popular. Sin embargo, desde hace unos treinta años, la influencia del wahabismo, de un islam sin alma, ha vulnerado ese sentimiento de hanan», afirma Leila. Si alguien carga con el ominoso peso de esa ley islámica es la mujer, esa que escucha desde que nace que su más preciado tesoro es su virginidad. Por eso «defender los derechos sexuales es defender los derechos de las mujeres», sostiene la autora. Escritoras, sociólogos, directores de cine, voces de toda condición acompañan el libro de Slimani (Rabat, 1981), quien subraya la contradicción extrema: «Somos una generación bastarda porque hemos heredado un sistema arcaico y a la vez vivimos una revolución tecnológica». Ensayo oportuno aunque parece que la opotunidad tiene un futuro largo.

¿MOSTRUO, MONSTRO O MOOOOONSTRUO? :: S. G. ‘Letra por letra’ devuelve en cada párrafo esa mirada extrañada desde la que el mundo (y la literatura) parecen estar de estreno. Es así como, revestido del amor suficiente (también lo suficientemente contenido como para no desbordarse) por las palabras y sus ficciones, reinventa las emociones que siente un mostruo, monstro o mooooonstruo que no sabe deletrear su nombre. Es por eso por lo que pide ayuda cada vez que ve a un huma-

no, pues cree que en ellos está la solución para saberse escribir. Pero cuando va a preguntarles todo son gritos, llantos, alaridos, bocas enormes invadiendo la página, niños asustados desde plano cenital, delgadísimas piernas que tiemblan, finísimos y elásticos dedos asomando bajo las sábanas y a punto de dar un brinco… Realzado por la expresividad, los escorzos forzados y las diferentes perspectivas de las ilustraciones, el álbum transita por los caminos de la incomprensión

LETRA POR LETRA Liz Porcelli y Eugenia Nobali. Editorial La Guarida. 36 págs. 13,90 euros. Edad recomendada: a partir de 5 años.

hasta llegar a la bibliotecaria Berta, cuya peluda y esponjosa verruga y delicioso olor a naftalina la hacen absolutamente irresistible. Será la primera vez que el protagonista no se anime a presentarse a alguien. Una bibliotecaria debe de conocer tanto las letras… Pero… ¿Sabrá leer a mostruo, monstro o mooooonstruo o se asustará ella también? ¿Le enseñará Berta a deletrearse? Y… ¿Cómo es que mostruo, monstro o mooooonstruo ha podido escribir esta historia?


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Sábado 14.04.18 EL NORTE DE CASTILLA

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oy voy a ocuparme de tres cambios ortográficos ya no tan recientes, aunque parece que no todo el mundo se ha enterado a juzgar por cómo escriben. Como ustedes saben, la ortografía vigente es la ‘Ortografía de la lengua española’, publicada en el año 2010. En la información preliminar puede leerse que «el objetivo de esta nueva edición de la ‘Ortografía’ es describir el sistema ortográfico de la lengua española y realizar una exposición pormenorizada de las normas que rigen su correcta escritura en la actualidad». Primero, un poco de historia: La primera ortografía es de 1741 (Orthographía española, Madrid, Imprenta de la Real Academia Española). Si tienen curiosidad, pueden acceder al texto en la página web institucional de la Real Academia Española. Quince años antes ya se habían formulado unas reglas ortográficas (recogidas en el ‘Discurso proemial de la orthographía de la lengua castellana’ incluido en el primer tomo del ’Diccionario de autoridades’, publicado en 1726) y en ellas se traslucía la importancia que la institución otorgaba al código ortográfico: «Una de las principales cualidades que no solo adornan, sino componen cualquier idioma es la ortografía, porque sin ella no se puede comprender bien lo que se escribe, ni se puede percibir con la claridad conveniente lo que se quiere dar a entender». Luego se fueron publicando prontuarios encaminados a ajustar la ortografía y a partir de 1844 empezaron a hacerse ediciones especiales para las escuelas. Las publicaciones recientes más importantes son la de 1959 (Segunda edición de las Nuevas normas de prosodia y ortografía. Declaradas de aplicación preceptiva desde 1.º de enero de 1959. Con la indicación de ‘Nuevo texto definitivo’), la de 1999 (‘Ortografía de la len-

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

ALGUNOS CAMBIOS ORTOGRÁFICOS gua española’) y la de 2010 (‘Ortografía de la lengua española’). La ortografía de 1999 es el punto de partida de la de 2010, es decir, que muchos de los últimos cambios –algunos bastante polémicos, todo hay que decirlo– ya estaban anticipados once años antes. En palabras de Salvador Gutiérrez Ordóñez, el académico que ha coordinado la última ortografía, «todo ajuste significa un pequeño cambio y siempre una polémica». Entre los cambios anticipados en 1999 estaba la supresión de la tilde en los demostrativos y en la palabra ‘solo’. En el caso de los demostrativos, «pueden llevar tilde cuando funcionan como pronombres» y «solamente cuando se utilicen como pronombres y exis-

ta riesgo de ambigüedad se acentuarán obligatoriamente para evitarla» (1999, § 4.6.2); en cuanto a ‘solo’, que puede funcionar como adjetivo o como adverbio, dice lo siguiente: «Cuando quien escriba perciba riesgo de ambigüedad, llevará acento ortográfico en su uso adverbial» (1999, § 4.6.4). Dado que el propio contexto comunicativo resuelve casi siempre las posibles ambigüedades, en la de 2010 (§ 3.4.3.3) puede leerse: «a partir de ahora se podrá prescindir de la tilde en estas formas incluso en los casos de doble interpretación». Otro cambio –este de mucha más enjundia– anticipado en 1999 tiene que ver con el problema de la tilde en los monosílabos, y más concretamente en palabras como

‘guion’ o ‘truhan’. Antes de 1999 estas palabras se consideraban bisílabas y agudas y, por tanto, debían llevar tilde. Nada, pues, que objetar. En 1999 se considera que son diptongos ortográficos, pero se permitía la acentuación. Permítanme que use las palabras de la propia ortografía: «A efectos ortográficos, son monosílabas las palabras en las que (...) se considera que no existe hiato –aunque la pronunciación así parezca indicarlo–, sino diptongo o triptongo. Ejemplos: ‘fie’ (pretérito perfecto simple del verbo ‘fiar’), ‘hui’ (pretérito perfecto simple del verbo ‘huir’), ‘riais’ (presente de subjuntivo del verbo ‘reír’), ‘guion’, ‘Sion’, ‘crio’ (pretérito perfecto simple del verbo ‘criar’), etcétera. En este caso es admisible el acento gráfico, impuesto por las reglas de ortografía anteriores a estas, si quien escribe percibe nítidamente el hiato y, en consecuencia, considera bisílabas palabras como las mencionadas» (1999, § 4.5). Lo único que hace la ortografía de 2010 es considerarlas monosílabas, con independencia de cómo las articulen realmente los hablantes: «Así se escribirán siempre sin tilde palabras como ‘guion’, ‘truhan’, ‘ion’, ‘fie’, ‘liais’, ‘crio’, etcétera, aunque para una parte de los hispanohablantes (los que articulan con un hiato las secuencias vocálicas que contienen) estas voces sean bisílabas en su pronunciación» (2010, § 3.4.1.1). Como puede apreciarse, los cambios ortográficos que no han dejado indiferente a nadie desde la aparición de la ortografía de 2010 y que provocaron interpretaciones desaforadas que alistaban a la RAE «en una cruzada de barbarie educativa empeñada en simplificar la escritura para favorecer a vagos e incultos» (como pude leer en un artículo periodístico), no son tales porque ya estaban anticipados once años antes.

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La superioridad... Sánchez-Cuenca (Lengua de Trapo)

Imperiofobia. Elvira Roca (Siruela)

Memorias del comunismo. J. Losantos (La Esfera)

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Los tesoros de la cripta. De Prada (Renacimiento)

Autrretrato sin mí. F. Aramburu (Tusquets)

NO FICCIÓN Sobre la educación. Emilio Lledó (Taurus)

NO D

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Sábado 14.04.18 EL NORTE DE CASTILLA

ORTIGAS A MANOS LLENAS SARA MESA

Entusiastas

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l entusiasmo es una cualidad aplaudida en nuestra sociedad. El ciudadano emprendedor y productivo se caracteriza por su entusiasmo y si ese entusiasmo se traduce en horas y horas de trabajo no pagado es aún más alabado, más auténtico y, por tanto, mejor. Sucede en todos los sectores, pero muy especialmente en el creativo, porque después de todo la creación –es decir, el pensamiento– no puede contabilizarse tan fácilmente y lo que no se contabiliza, ya lo sabemos, no tiene igual valor que lo tangible. No es infrecuente que a muchos escritores, por ejemplo, se nos proponga participar en antologías o escribir prólogos sin cobrar nada a cambio, simplemente porque los libros surgen del entusiasmo, porque son literatura, porque lo que nos gusta es eso, escribir, y si uno pregunta qué remuneración conlleva su trabajo queda como un vil tío Gilito que vende su alma –su talento– al diablo. Me temo que lo mismo, y aun peor, sucede en el mundo académico, donde si uno quiere publicar en determinadas revistas de prestigio no solo no será pagado, sino que tendrá que pagar por alcanzar tal privilegio. Pero que estas reglas se hayan consolidado como norma no debería significar que sean aceptables ni justas. Aún nos queda la posibilidad de la protesta y un pequeño espacio –pequeño, pero no inexistente– para la rebeldía. Precisamente como un acto rebelde entiendo el último libro de la escritora y profesora Remedios Zafra, ‘El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital’, que le ha valido el Premio Anagrama de Ensayo en su última edición. Zafra, que trabaja en la Universidad de Sevilla, sabe de primera mano de lo que habla, aunque no es difícil que cualquier lector se reconozca en su diagnóstico, si no directamente, sí en la figura de sus hijos, sus amigos, sus vecinos. Zafra distingue entre dos tipos de entusiasmo: uno íntimo y creativo, que surge del impulso y la necesidad de ciertas personas de crear, y otro artificial, inducido, fabricado por un sistema laboral que se define por su precariedad y competitividad. En realidad, lo que hace este sistema es aprovecharse del primer tipo de entusiasmo, es decir, de explotar a

La escritora y profesora Remedios Zafra. :: IGNACIO PÉREZ aquellas personas que lo sienten. Después de todo, ¿no es cierto que en los trabajos creativos uno desarrolla su pasión, cumple con sus deseos más hondos? ¿Qué ocurrencia es esa de querer cobrar por ello? ¿Cuántas veces no hemos oído expresiones de resignación del tipo: «bueno, lo que hago no me da para comer pero al menos trabajo en lo que me gusta»? De aquí se deriva una consecuencia peligrosa: la creación corre el riesgo de quedar en manos de una elite que pueda permitírsela, un lujo o privilegio sostenido en el trabajo de los otros. La otra cara de la moneda son las personas con talento que se ven forzadas a realizar todo tipo de trabajos no cualificados –aunque sí cuantificables–, aniquilando a cambio sus capacidades por el cansancio y la falta de tiempo. No hace mucho, en otra universidad, alguien me comentaba que algunos de los profesores asociados cobran tan poco que se ven obligados a limpiar casas para reunir un sueldo medio

decente. Por supuesto que no hay nada malo en limpiar casas, pero no me digan que no hay algo perverso en todo esto. La perspicacia con la que Zafra aborda lo contemporáneo se aprecia sobre todo en su análisis de las implicaciones del uso masivo de la red en los procesos creativos. La abundancia de contactos sociales que supone la Red –otra forma de entusiasmo inducido– ocupa el hueco que el dinero no da: el de la visibilidad y la autoestima. Lo que sucede es que con el número de ‘likes’ ni se hace la compra en el supermercado ni se pagan las facturas: quizá esta cuantificación sentimental –como la define Zafra– solo alimenta la vanidad y el autoengaño, elementos que sirven para que la máquina siga rodando y para alimentar el sueño de que llegarán tiempos mejores. Mientras tanto, sumisos y pacientes, seguiremos trabajando gratis o incluso pagando por trabajar. ‘El entusiasmo’ es un ensayo de gran alcance crítico,

lo que lo convierte también –e inevitablemente– en un libro de raíz feminista. Zafra traza una analogía inquietante: durante mucho tiempo el trabajo de las mujeres –el cuidado de la familia y las tareas del hogar– recibió como único pago una especie de compensación social de ideología conservadora –obtener la medalla de «ser buena madre/hija/esposa»–. Ahora el entusiasmo se utiliza para valerse de quienes trabajan gratis y se muestran profundamente agradecidos para ello, reforzando de este modo la desigualdad social. Se espera entonces, dice Zafra, que sean los más pobres –y en especial las mujeres más pobres– los que se vean forzados a mostrar mayor entusiasmo y entrega, los más motivados y los que menos se puedan permitir defraudar las expectativas que cargan sobre ellos. Luchar contra este estado de cosas no es sencillo, pero el primer paso es, sin duda, nombrarlo. ‘El entusiasmo’ es por ello un libro necesario, un motor para el debate.

Zafra distingue entre dos entusiasmos: uno íntimo y creativo, y otro artificial, inducido por un sistema laboral que se define por su precariedad


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Sábado 14.04.18 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Ángel Ortiz Coordinador: Chema Cillero

Historia breve de la creación

OVEJAS NEGRAS RAFAEL VEGA

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Obra ‘El número y las aguas I’ de Palazuelo, expuesta en el Museo Guggenheim en 2007. :: EFE-LUIS TEJIDO

n un principio todo en el mundo fue profano, es decir: insignificante, mulso, contendiente, ágrafo, caótico, silvestre, atemporal, anormal, amoral. Nada en él anduvo a salvo hasta que un dedo comenzó a señalar sus elementos para dotarlos de identidad; hasta que no se diferenciaron singularidades, objetos, lugares y momentos con el fin de depositar en ellos la indescriptible sensación que produce la existencia, el frágil y fugaz destello de conciencia que apenas logra mantenerse con vida en las palabras. Ese afán lleva su tiempo y apenas ha dado comienzo, por mucho que nos pese. Es imposible que podamos ser testigos del final de esta entropía. Somos proceso, caída sin fin a un abismo que, presumiblemente, será principio, compás sometido a un libre albedrío programado, como un jazz. Podemos contemplarlo en la huella paleolítica y en las variaciones Goldberg; en una película de Dreyer y en un cuadro de Palazuelo, el sacerdote fundamental de nuestra era que fue capaz de ver más allá de la mirada. Advirtió Mircea Eliade de que para vivir en el mundo había que fundarlo. «Ningún mundo puede nacer en el caos de la homogeneidad y de la relatividad del espacio profano», dejó escrito. Por eso hubo árboles sagrados desde que hubo memoria para hacerse preguntas; y riscos y cuevas policromadas y marcas en el cuerpo, para iniciar una sacralización que permitiera poner en marcha la historia del mundo. A Pablo Palazuelo le correspondió aportar su impronta

en este proceso sumido en la fiebre constructivista, embriagado entre los vahos de la abstracción sentimental que buscaba relatos sin palabras. Pero él no cayó en el delirio entretenido de la explicación, ni de la interpretación, ni de la representación; no había en su obra intención de expresar, sino de propiciar la aparición de una realidad oculta, imaginada, es decir, visionaria. Y es precisamente en esa entropía gráfica donde consigue el milagro de una conciliación asombrosa. Con Palazuelo brota la geometría natural, la matemática orgánica. Acaso ahí resida el duelo que aún se mantiene en la interpretación de su obra. Porque Palazuelo es número y geometría, razón, inteligencia. El número Pi despliega todo su poder angular en el equilibro de sus formas, en el reparto de fuerzas que sólo una mirada muda y atenta alcanza a intuir. Sin embargo, tras esa aparente y equilibrada constante matemática, respira como una gigantea el sereno e inexplicable hálito sagrado que se expande con el cosmos. Con sus líneas surge la sospecha de que la música acaso pueda considerarse también un efecto visual; pintar el tiempo, al fin y al cabo, traducir su flujo en memoria cristalizada que opera gracias al número y a su complicidad con el hombre. La espiritualidad de Palazuelo no busca una emoción esotérica sino una epifanía. Es ajena a cualquier resultado completo porque es consciente del limitado instante y de su inmediata posibilidad. Aún anda el relato de la Biblia por el primer día; aún se empeña la conciencia en separar la luz de las tinieblas, por mucho que le pese al hombre y a su diminuta paciencia. Aunque resta el consuelo de mirar obras como la de Palazuelo y ver en la quemazón de su memoria la escala de los compases que componen esta inmensa melodía. Pocas cosas hay tan humanas como su natural relación con la dinámica numérica, su asombrosa habilidad para coser de nuevo la inteligencia con la animalidad, el estado natural de la materia con el número inmaterial que la ordena y la condiciona. Sólo el empeño por compartir esa relación vale la pena e invita a pensar que nuestro tiempo acaso no sucede en vano.

Gracias a la obra pictórica de Pablo Palazuelo brota la geometría natural, la matemática orgánica


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