SOMBRA CIPRES LA
NÚMERO 303 Sábado, 19.05.18
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La sonrisa de Mickey, intacta a los 90 años El ratón más popular mantiene su frescura como icono de la factoría Disney Walt Disney, con su famoso personaje Mickey Mouse. :: FRED PROUSER-REUTERS
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Sábado 19.05.18 EL NORTE DE CASTILLA
Mickey Mouse cumple 90 años en perfecto estado de forma como icono cultural y símbolo del imperio Disney
El eterno encanto de un ratoncito optimista VIDAL ARRANZ
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o olvidéis nunca que todo comenzó con un ratón», solía recordar Walt Disney a sus colaboradores. Y, en gran medida, así fue, porque, aunque hubo otros personajes antes que Mickey Mouse, fue el triunfo arrebatador de esta figura, hoy ya icónica, el que lanzó al estrellato a su estudio, que ostenta desde entonces el reinado indiscutido en el universo del cine de animación. Desde entonces hasta ahora, el ratoncito que mejor encarna la alegría de vivir, el optimismo y la esperanza más infatigables ha protagonizado 130 películas, algunas de las cuales, como ‘El aprendiz de brujo’ (incluida en Fantasía), se cuentan entre las cimas indiscutidas del arte animado. Mickey llegó a las pantallas el 18 de noviembre de 1928, en la sala del Colony Theater de Nueva York, con ‘El botero Willie’. Y lo hizo llevando bajo el brazo el sonido sincronizado, la primera de las continuas innovaciones tecnológicas que se convertirían en una de las señas de identidad de su estudio. Todavía no había diálogos, ni color, pero la brillante interrelación entre los mundos visual y sonoro creaba efectos cómicos y rítmicos nunca antes vistos. Arrebatadores. Ello unido a la in-
fatigable alegría de un personaje que aparece en escena silbando despreocupadamente y que no pierde nunca la sonrisa, ni el optimismo, convirtió al pequeño ratón en una figura de explosiva popularidad. En los años 30 Mickey era ya una auténtica estrella de cine, capaz de tratarse de tú a tú con las de carne y hueso. Es más, en cintas como ‘El gran estreno de Mickey’ (1933), el talento para la caricatura de Joe Grant hace posible que grandes iconos del cine cómico como Charlot, Buster Keaton, Harold Lloyd o Laurel y Hardy –entre otras estrellas de la época– rindan pleitesía al ratoncito triunfador. Todos caen rendidos en la pantalla, como también ocurría en la vida real, ante la seductora normalidad de ese ser corriente y bondadoso que, en palabras del animador Mark Henn encarna a «un buen tipo, el americano corriente». Pero quizás la prueba más evidente del impacto cultural de su figura y de su popularidad en todo el mundo fue la decisión de utilizar su nombre como palabra clave el Día
Walt Disney nunca le destronó, incluso cuando otras figuras como el Pato Donald, Goofy o Pluto le desplazaron en popularidad en los 40
D, en el desembarco de Normandía, en la batalla decisiva de la II Guerra Mundial. Se ha dicho hasta la saciedad que Mickey Mouse era el alter ego de Walt Disney, y seguramente sea cierto que la vida personal y profesional del artista estaba, al menos en parte, regida por esa insobornable confianza en el poder de los hombres normales y corrientes que expresa su criatura. Tan clara fue la identificación que Walt le puso voz durante veinte años, en su etapa sonora, y nunca le destronó como icono de sus estudios, incluso cuando otras figuras, como el Pato Donald, Goofy o Pluto le desplazaron en popularidad, en los años 40 y 50. Sin embargo, la creación de la imagen inicial del ratón no fue obra de Disney, sino de uno de sus dibujantes de más
talento por entonces, Ub Iwerks, que firma algunas de aquellas primeras cintas. Pero lo que quizás resulte más paradójico es descubrir que, en realidad, Mickey Mouse surgió de una combinación de azar y de necesidad que casi podría ser el argumento de una de sus más optimistas historias. Y es que, en febrero de 1928, Walt Disney descubrió con estupor que, por una serie de cláusulas contractuales que no había valorado adecuadamente, perdía los derechos sobre su primer gran personaje de éxito, el hoy completamente desconocido Oswald, así como a su primer equipo de animadores. Pues bien, haciendo gala del mismo espíritu positivo que luego insuflaría a su personaje, decidió convertir la necesidad en virtud y en un mes creó un personaje nuevo,
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CARLOS AGANZO
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El icono de la buena voluntad
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Mickey Mouse, cuya popularidad superaría con creces a su predecesor. Los expertos en motivación dirían hoy que Disney supo convertir un grave problema en una gran oportunidad. Hoy solo los aficionados más acérrimos de Disney conocen a Oswald, el conejo afortunado, y, sin embargo, buena parte de las innovaciones, ingenio y tono que luego harían popular a Mickey están en sus películas. Casi ruboriza ver hoy como el artífice del conejo se piratea sin pudor a sí mismo y traslada al universo del ratón, mejorados y ampliados, todos los hallazgos que puso en marcha con los cortometrajes de Oswald entre 1927 y 1928. El Mickey de los años treinta se convertirá en un símbolo contra la depresión económica que asola al país, pero su
optimismo venía de fábrica, y era previo al crack bursátil de 1929. El ratón se inspira en la extraordinaria gestualidad de Charlot, por un lado, en el dinamismo de las comedias de Mack Sennett, en la confianza en el futuro de Harold Lloyd, y en la jovialidad aventurera del cine de Douglas Fairbanks, al que se rinde homenaje explícitamente en algunas escenas de capa y espada. De algún modo, Mickey, como Charlot, conectaba, a través de su inocencia y hasta candor, con el mundo íntimo de los niños de la época (y con el subsuelo de la infancia evocada de los adultos). El escritor John Updike, autor de ‘Las brujas de Eastwick’ y de Brasil’, lo resume con estas palabras: «Los niños de mi generación teníamos la impresión de que Mickey era uno de nosotros, un
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Walt Disney dibuja en su estudio un boceto del famoso personaje, en enero de 1955. :: FRED PROUSER-REUTERS
n el año 1928, víspera de aquel célebre ‘crack’ bursátil que terminaría desestabilizando el mundo, en los Estados Unidos y en Europa todavía se vivía en la nube de los felices años 20, tras el desastre de la Gran Guerra. Es cierto que el contexto internacional no dejaba de traer noticias inquietantes, como la entrada de los nacionalistas de Chiang Kai-Shek en Pekín o la derrota de los norteamericanos frente a los seis mil guerrilleros del general Sandino en Nicaragua; o, sin salir de los Estados Unidos, los tiroteos y las bombas en Chicago, en el curso de las primarias del Partido Republicano. Pero también es verdad que el mundo entero, en aquellos años, volvía a soñar con el progreso: un progreso que se materializaba en la puesta en marcha del primer servicio analógico de televisión o en el establecimiento de las primeras conexiones telefónicas entre América y Europa. En 1928, el mismo año que se fundaban en España el Real Valladolid y el Celta de Vigo, el aventurero Roald Amundsen moría en el accidente del dirigible ‘Italia’, camino del Polo Norte, y Charles Lindberg recibía la medalla de Oro de los Estados Unidos por la consecución de su primer vuelo trasatlántico... Éste es el contexto en el que nace Mickey Mouse, el ratón aviador, soñador y romántico que protagoniza junto a su novia, Minnie, ‘Plane Crazy’, el corto de dibujos animados de Walt Disney que se estrena el 15 de mayo de 1928. Disney, que tenía entonces 28 años, trataba de reponerse del golpe de la pérdida de los derechos de su personaje Oswald, «el conejo afortunado», frente a la productora Margaret Winkler. La leyenda nos dice que había llegado unos años antes a Hollywood con cuarenta dólares en el bolsillo, después de vender su cámara para poder pagarse el billete de tren hasta California, y que había instalado su primer estudio hollywoodiense en el garaje de su tío Robert: positivismo y emprendimiento a prueba de bombas, tras el fracaso de sus primeros trabajos en Kansas City.
Pero ni la traición de su antigua productora ni el escaso éxito de sus dos primeros cortos protagonizados por Mickey Mouse, ‘Plane Crazy’ y ‘The Gallopin’ Gaucho’ le desanimaron. La tercera aventura de su ratón, ‘Steamboat Willie’, el primer cortometraje sonoro de dibujos animados de la historia, consiguió sin embargo un éxito arrollador. Se convirtió en el inicio de la carrera de uno de los personajes más famosos de los dibujos animados de todos los tiempos y en el hito oficial que la compañía celebra cada año como inicio del gran imperio Disney. En el territorio de la leyenda se sitúa también si el primer diseño de Mickey partió de su antiguo socio Ub Iwerks o del propio Walt Disney. En cualquier caso, lo cierto es que, sobre la originalidad del dibujo, la voz del personaje, interpretada por el propio Disney durante largos años y, sobre todo, su personalidad, fueron la clave de la construcción del icono. El sonoro fue decisivo para que ‘Steamboat Willie’ –parodia en dibujos animados del corto de Buster Keaton ‘El héroe del río’– se convirtiera en un pequeño acontecimiento. A partir de ahí los guiones, en los que Mickey siempre mostraba su espíritu animoso y positivo frente a todo tipo de adversidades, terminaron por consolidar el carácter de un personaje que
Roosevelt, Mussolini y el rey Jorge V de Inglaterra declararon su admiración por el ratoncito de Disney La música fue decisiva para la transmisión del mensaje de Mickey Mouse/Walt Disney
contagiaba y expandía el espíritu audaz, idealista y visionario de su creador. En 1935, cuando la Sociedad de Naciones declaró a Mickey Mouse «Símbolo internacional de la buena voluntad», y entregó su medalla de oro a Walt Disney, personajes como Roosevelt, Mussolini o el rey Jorge V de Inglaterra declararon su rendida admiración por el ratoncito. Un retrato del personaje que, ineludiblemente, debe completarse con otro de los secretos del éxito de éste y de todos los personajes creados por la factoría Disney: la música. Esa música que ha inundado y sigue inundando de «buena voluntad» al mundo entero. En 1930 Mickey aparecía por primera vez como director de orquesta en ‘The Barnyard Concert’, acompañado de Clarabella a la flauta y Horacio al tambor. Ese mismo año se estrenaría la que sin duda es una de las piezas que mejor expresan esa complicidad absoluta entre la música y los dibujos animados, que es el cortometraje ‘Fiddling Around’ (Just Mickey), en el que Mickey Mouse emociona a todos con su ‘interpretación’, como violinista, del final de ‘Guillermo Tell’, el ‘Träumerei’ de Schumann o la ‘Rapsodia húngara nº2’ de Liszt. La música, de hecho, fue decisiva en un momento en el que el pato Donald estuvo a punto de sustituir a Mickey como emblema de la compañía. Disney decidió que fuera él, y no Donald ni Mudito, el protagonista de ‘El aprendiz de brujo’, esa joya que Disney y Stokowski dejaron grabada para siempre como signo de la gran colaboración creativa entre la animación y la música. En 1978, cuando Mickey fue el primer dibujo animado en dejar su huella en el Paseo de la Fama de Hollywood, la estampa de Mickey con su capa y su sombrero de brujo era la imagen oficial de toda la magia y la buena voluntad que era capaz de desplegar la marca Disney. En esa carrera por la fama, todavía está por ver si otro gran personaje de los dibujos animados, celebérrimo también por sus interpretaciones musicales, ha llegado a disputarle en algún momento el trono. De hecho, en 1978, cuando Robert Zemeckis fichó a Bugs Bunny y a Mickey Mouse para su película ‘¿Quién engañó a Roger Rabbit?’ los representantes exigieron que las dos estrellas, al viejo estilo de Hollywood, aparecieran en pantalla exac tamente el mismo tiempo. Pero ésa es otra historia...
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puente hacia el mundo de los adultos». Algo parecido podría decirse, seguramente, del célebre vagabundo creado por Charles Chaplin. Pero con una diferencia: allí donde Charlot permanece indefinidamente en ese limbo de adulto-niño, que no madura nunca, Mickey evoluciona y crece. Es más, no es posible ignorar que, en toda su primera etapa, la más mágica y energética de toda su producción, Mickey comparte protagonismo de forma absoluta con Minnie. La ratita no es un secundario más, sino tan principal como él. Y el innegable encanto de su estereotipada feminidad es uno de los atractivos de los cortometrajes. Así como la abundancia de castos besos y abrazos que los dos ratones se prodigan en sus historias, que, vistos con los ojos de hoy, resultan una rareza que se contempla con ternura y con una cierta añoranza. La añoranza de unos tiempos en los que todavía era posible una relación limpia y despreocupada (si bien nunca exenta de problemas y de conflictos) entre hombres y mujeres. Luego Mickey evolucionará. La extraordinaria energía que despliega en los primeros cortos en blanco y negro, en los que baila, corre y se mueve por toda la pantalla con un entusiasmo infatigable, irá dando paso a un personaje más reposado. Mickey se aburguesará con el tiempo; tendrá casa, sobrinos, perro (Pluto) y su vida se tornará más doméstica y su aspecto más elegante.
Reaparición En parte por ello, y en parte también por la dificultad de escribir guiones para un personaje que no es intrínsecamente gracioso (como puedan serlo Donald, Goofy o Pluto), el estudio decidió a partir de 1935 diluir el protagonismo del ratón creando historias en las que intervienen conjuntamente todos sus grandes personajes cómicos. A causa de ello, los recién llegados irán desplazando a Mickey, poco a poco, del aprecio popular. Hasta el punto de que cuando, en 1983, los estudios deciden rescatar al personaje con el mediometraje ‘Una Navidad con Mickey’, basada en el Cuento de Navidad de Charles Dickens, el ratón feliz llevaba treinta años sin aparecer en escena. Siete años después, en 1990, protagonizará su última película relevante ‘El príncipe y el mendigo’, basada en el relato de Mark Twain. Pero nunca ha dejado de ser el icono más reconocible del universo Disney. Y aún hoy es probablemente el que mejor encarna el candor y la inocencia de un tiempo en el que los hombres todavía creían en la bondad y en el futuro.
Primeras viñetas de Mickey Mouse, realizadas por Walt Disney en 1928. :: AP
Felices 90, Sr. Mouse C ualquier nonagenario querría firmar un estado de forma tan saludable como el de este simpático roedor de grandes orejas. No hay que investigar mucho para descubrir que tanto Mickey como todo el mundo Disney que representa están en su mejor momento histórico, y en 90 años de vida esto es mucho decir. Entre tantas franquicias
asociadas al gigante del entretenimiento (que nadie se olvide que Disney es, además, propietaria del mundo Marvel y Star Wars), cuesta pararse a recordar el verdadero origen del famoso ratón. Mickey nació en 1928 fruto de un conflicto con la ya entonces todopoderosa Universal. Walter Elías Disney dibujaba para la distribuidora capítulos de una serie de un personaje llamado Oswald
Oswald.
Mickey.
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El ratón que nació de un conejo JORGE PRAGA
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i el cine fue el hijo ilusionado y mentiroso de la fotografía en movimiento, los dibujos animados lo fueron de las tiras de cómic que poblaban estáticamente los periódicos. Bastó para ello un descubrimiento añadido al cinematógrafo, el truco de ‘imagen por imagen’ o ‘vuelta de manivela’, que no era sino una variación de las metamorfosis que poblaban las producciones de Georges Méliès y del español Segundo de Chomón en la primera década del XX. La mano libre del dibujante entraba en la pantalla con más libertad que la del escenógrafo y guionista de cine, y con todos los recursos a su alcance. «Puede decirse que en 1915 todas las innovaciones esenciales que permiten la animación han sido ya descubiertas», afirma el historiador Jean-Louis Leautrat. Solo hizo falta vencer la timidez y la inseguridad de los comienzos, que llevaban a multiplicar Cenicientas y Blancanieves robadas a la tradición de los cuentos populares. Si el cine ya movía sus propios personajes y universos, si Charlot era el mendigo más popular del planeta, o cualquier espectador reconocía la terquedad prendida al cuerpo elástico de Buster Keaton o la timidez escondida en Harry Langdon, ¿por qué del trazo del dibujante no podía surgir una criatura nueva y libérrima que encadenase su vida a la pantalla? En ese juego artístico sin canon definitivo, del que tiraban en direcciones distintas el talento y el dinero, de-
ENRIQUE GATO
Director, guionista, animador y creador del personaje Tadeo Jones
the Lucky Rabbit. Universal era propietaria de los derechos de aquel conejo y, tras una renegociación del contrato para seguir haciendo episodios que Walt se negó a aceptar, este decidió comen-
sembarca Walt Disney, curtido en el cómic y la publicidad. En 1923, con poco más de veinte años, llega a Hollywood con una película a medio hacer basada en la Alicia que la rareza de Lewis Carroll había rescatado de Wonderland medio siglo antes. Los productores detectan pronto la calidad del aspirante, y durante cuatro años se suceden los capítulos de ‘Alice Comedies’. Walt Disney funda su primera compañía con su hermano Roy, y tiene como socio artístico al dibujante Ub Iwerks. Corremos al final del cine mudo, hacia 1927, el tiempo mágico en el que se fragua ‘El circo’ de Charles Chaplin, ‘Steamboat Bill Jr.’ de Buster Keaton, ‘Amanecer’ de F. W. Murnau o, más lejos, ‘Octubre’ de Serguéi Eisenstein. En treinta años el cine ha crecido en horizontes, en experimentación, en confianza de los espectadores. Disney y su socio Iwerks se suben al tren artístico que pasa por su estudio, por fin se sienten demiurgos modelando en el barro del celuloide
sus personajes. En 1927 sacan a la luz al conejo Oswald, que triunfa en una serie de nueve cortometrajes hasta que la productora les arrebata la propiedad legal del personaje. Sin tiempo que perder Disney e Iwerks le redondean las orejas, meten sus pies de marsupial en unos zapatones, le ponen un rabo, y el conejo se metamorfosea en ratón. Mouse. Mickey Mouse, nombre que al parecer eligió Lillian, la mujer de Disney. Un parto familiar y múltiple, pues nace también Minnie, la novia de los muchos besos. Y tras ellos, un mundo animal flexible y risueño que se plasma en ‘Plane Crazy’, estrenada en febre-
ro de 1928. Mientras los personajes prestan sus cuerpo y su ingenio para la construcción de un avión, la planificación usa con desparpajo y soltura muchos recursos que acaban de cristalizar en el cine: planos subjetivos, insertos, juegos de orientación espacial, iris…, una apoteosis visual de poco más de seis minutos que sin embargo no se ganó el favor inmediato del público. Parecido impacto tuvo la siguiente producción que insistía en Mickey Mouse, ‘The Gallopin Gaucho’, parodia de una cinta épica de Douglas Fairbanks. Por suerte, el cine encontró por esas fechas lo que el
ritmo de las imágenes de Disney e Iwerks pedía a gritos, y nunca mejor dicho: sonido, ruidos, música. En octubre de 1927 la voz de Al Jolson se convierte en la primera que surge de una pantalla en ‘El cantor de jazz’. El cine mudo se termina de un día para otro, y Disney se sube a este nuevo tren en el tercer estreno de Mickey, ‘Steamboat Willie’, otra parodia, ahora de la película casi homónima de Buster Keaton, al que paradójicamente mató el sonoro que encumbró a Disney. En los siete minutos que dura la cinta los animales aportan sin cesar los cantos de sus gargantas sobre un fondo musical.
En octubre de 1927 la voz de Al Jolson se convierte en la primera que surge de una pantalla en ‘El cantor de jazz’ Disney y su socio Iwerks por fin se sienten demiurgos modelando en el barro del celuloide
zar de cero y crear su propio personaje con el que contar historias. Su nombre: Mortimer Mouse, aunque rápidamente sería rebautizado como Mickey. No hay que tener muy entrenado el ojo para distinguir el profundo parecido que comparten estas dos criaturas animadas. Sea como fuere, aquel conflicto supuso el nacimiento de la que probablemente es la mayor estrella de la animación de todos los tiempos, y el icono que sentó las bases de la animación en todo el mundo. Y es que este ratón representa, además, una de las ca-
racterísticas más desconocidas de Disney: la innovación. En sus estudios se crearon en 1930 los 12 Principios de la Animación, unas reglas fundamentales bajo las que aún hoy se rige el trabajo diario de cualquier animador.
Pusieron también los primeros sonidos a los hasta entonces mudos cortometrajes. ‘Steamboat Willie’ sería la primera animación sonora de la historia, donde se escuchaban objetos que sonaban al caer, un barco con sus ruidos
de motor a vapor, o el propio Mickey silbando una canción. Después llegó ‘Blancanieves’, el primer largometraje animado de la historia, donde el estudio estuvo a punto de ir a la quiebra al multiplicar por cinco el presupuesto
Más aún, anunciando los futuros excesos de ‘Fantasía’, Mickey monta orquestaciones con los objetos más disparatados: sartenes transformadas en xilófono, la dentadura de una vaca como batería, el estómago de un burro pasado a caja de resonancia de la guitarra que se ha comido. El triunfo es imparable, y Mickey Mouse se convierte en protagonista de una cadena de éxitos y dinero. Por el medio se ha ido Ub Iwerks, para muchos el auténtico padre artístico de la criatura. El ratón ya es solo de Disney, al que presta su voz y embarca en proyectos que tienen detrás una producción muy compleja. En 1931 otro creador absoluto, Serguéi Eisenstein, pasó por Hollywood y se fijó mucho en Chaplin, en Disney, se reunió con ellos, se fotografiaron juntos. Años después escribió: «Disney tiene suerte. Si necesita un contorno, se lo fabrica a su gusto». Por entonces el director soviético luchaba para crear el universo físico de Iván el Terrible, y envidiaba la imaginación volátil del dibujante. Otro apunte sorprendente de Walter Benjamin recordaba que esa imaginación tenía que pisar siempre una tierra que los espectadores reconociesen bajo sus pies. Escribía en ‘Experiencia y pobreza’, en 1933: «La existencia del ratón Mickey es ese ensueño de los hombres actuales. Es una existencia llena de prodigios que no solo superan los prodigios técnicos, sino que se ríen de ellos. Ya que lo más notable de ellos es que proceden todos sin maquinaria, improvisados, del cuerpo del ratón Mickey, del de sus compañeros y sus perseguidores, o de los muebles más cotidianos, igual que si saliesen de un árbol, de las nubes o del océano». Técnicas de las que reírse, cuerpos y naturaleza que las sustituyan… ¿No suenan estas palabras a música celestial para nuestra saturada actualidad digital?
inicial para su desarrollo. Afortunadamente, la película fue un éxito tan rotundo que el susto no duró demasiado. Luego llegaría el sistema Fantasound, luego las primeras películas con animación asistida por ordenador, luego las primeras películas con tecnología 3D,… Y entre todo ese legado de innovaciones técnicas y artísticas, lo más importante: las decenas de personajes e historias que nos han hecho soñar frente a la pantalla generación tras generación. Muy merecidos 90. Felicidades señor Mouse.
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Empleados de la Ópera y la Ópera Cómica de París se manifiestan en marzo de 1968 por una «política cultural al servicio de la gente». :: AFP
Mayo de 1968: antes y después FERNANDO HERRERO
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incuenta años desde aquel acontecimiento parisino que conmovió al mundo. Hoy se conmemora desde la casi general definición de un fracaso. La toma del Odeón, las frases emblemáticas yacen en una especie de tumba fría. No estuve en París en ese momento, pero sí puedo hablar del antes y del después. Seguí aquellos días por los medios de comunicación y capté que se había producido un revolución desde la cultura, las costumbres, la visión de la juventud, chicos bien generalmente, mal mirados incluso por los partidos de izquierdas. Al éxito de las fechas de mayo siguió el rotundo fracaso político. ¿Quedó algo de lo se que pedía en Mayo? Esa es la pregunta que en esta conmemoración surgirá.
El estallido de Nanterre no ocurrió porque sí. Desde hacía años se vislumbraba que algo hervía fuera de la vida social, política y cultural de entonces, que parecía anquilosada. Desde la última faceta, en la que yo me muevo, el cine y el teatro, por ejemplo, eran los precursores. La ‘nouvelle vague’ frente al cinema de papá. Por eso no resultó extraño que, entre las muchas manifestaciones que se dieron, la toma del Teatro Odeón fuera de las más significativas. Estudiar el antes de Mayo de 1968 es tarea apasionante, para compararlo con sucesos actuales. En 1967 fui al Festival de Teatro de Aviñón. Jean Vilar fundó el T. N. P. (Theatre National Populaire) y organizó en la Ciudad de los Papas un festival de arte dramático. Contó con su compañía y con actores como Gerard Philippe, absolutamente emblemáticos. Su idea era que el teatro acogiera a toda clase de público. Clásicos, montajes extraordinarios que pusieron obras maestras al alcance de todos.
La ciudad vivía en esas fechas de forma diferente. La programación era interesante, Jorge Lavelli (‘Medea’ de Seneca, ‘El triunfo de la sensibilidad’ de Goethe), Roger Planchon (‘Tartufo’, ‘Bleus, bancs, rouges…’) Bounseiller, Bejart con dos ballets, uno estreno absoluto, ciclo de cine de Jean-Luc Godard que se acababa de casar con la nieta del escritor católico François Mauriac, Premio Nobel de Literatura. Ambiente excepcional, todo respiraba teatro, pero algo se cernía en el horizonte, lo que pude comprobar en los coloquios. Jean Vilar, por primera vez, era contestado por parte de ese público joven que abarrotaba la ciudad. Estaban ya presentes muchas de las ideas que estallarían unos meses más tarde. El ballet de Maurice Bejart interpretó ‘Romeo y Julieta’ con la música de Berlioz. Allí surgió en el final del espectáculo, después de representar la historia de los amantes, ese grito que se hizo famoso: «Haz el amor y no la guerra». Un eslogan posterior.
El día de la clausura del festival fue muy significativo. Dos estrenos absolutos en el Palacio de los papas. ‘Misa por el tiempo presente’, ballet de Maurice Bejart y ‘La chinoise’, última película de Godard. Todo el mayo de 1968 estaba ya presente en Aviñón 1967. La danza dionisíaca, la vida en París, incluso con el teatro
puerta a puerta. Signos culturales nuevos que rompían con los esquemas culturales anteriores y que formaban parte de un cambio esencial en todos los órdenes. Mayo de 1968 puso en pie esta concepción diferente del arte que rompía, a veces absurdamente, con lo existente. La injusticia cometida con Jean Vilar, por ejemplo, que había por su cuenta transformado el teatro en algo accesible a todos los públicos, es uno de los puntos negativos de esta revolución sin víctimas. En 1968 ocurrieron sucesos culturales de ruptura no solo en París sino en todo el mundo. En Valladolid mismo se celebraba el llamado Festival de Teatro Nuevo que dirigía Carmelo Romero. En el Teatro Carrión se presentó el Living Theatre, dirigido por Julián Beck y Judith Malina. Fue una sesión histórica. El espectáculo ‘Antígona’ unió a Sófocles, Brecht y Artaud. Al entrar en la sala desde el vestíbulo, un actor en el escenario desnudo miraba al espectador. Fueron saliendo otros, silenciosos, unos minutos tensos, después se abalanzaron contra el púbico. Una guerra. Representación memorable, rechazada por los más conservadores y aplaudida también con fervor. Este grupo norteamericano, anarquista y dulce que cobraba un caché casi simbólico había sido prohibido en Madrid. Cenamos con Julián y Judith, que nos dijeron que habían sido contratados para Aviñón en 1968, donde estrenarían ‘Paradise now’ y harían una sesión con bailarines de Bejart. Quedamos en verlos allí. La revolución de Mayo se extinguió después de las elecciones que fueron ganadas en Francia por la derecha. El Ayuntamiento de Aviñón canceló el contrato al Living, que no pudo estrenar su espectáculo. Jean
Acto convocado por directores franceses para pedir la supresión del Festival de Cine de Cannes en mayo de 1968. De izquierda a derecha, Lelouch, Godard, Truffaut, Malle y Polanski. :: EL NORTE
Mayo del 68 dejó una visión de la cultura hoy casi sepultada, una profundización casi desaparecida y el rechazo a la superficialidad, hoy otra vez triunfante
Vilar no pudo sobrevivir a la crisis y dejó la dirección del festival, que mantuvo los rescoldos de Mayo. Prescindí del viaje a Francia desde la situación creada. Fui en cambio testigo presencial de otro suceso dos años después. Si el Mayo 1968 fue un fracaso político, avivó fuera de París movimientos de protesta, de cambio. En 1970 un Festival de Teatro en San Sebastián convocó a los más importantes grupos del teatro independiente, a los teóricos y gestores, estudiosos y autores. Intensas jornadas de mañana (ponencias, mesas redondas) y ambiente tenso y también lúdico. La censura prohíbe uno de los espectáculos programados, ‘Kux, my lord’ en catalán y la solidaridad surge. Se suspende al minuto de comenzar la sesión de clausura a cargo del Roy Hart Theatre y los asistentes nos encerramos toda la noche en el Teatro Principal, en el centro de la ciudad. Una sesión histórica de crítica sin veladuras al régimen, con intervenciones apasionadas y contrastadas. Compartía la habitación del hotel con Juan Bernabé, director del Teatro Lebrijano que hacía el servicio militar y le llevé de la oreja a la estación. Las perspectivas del encierro no eran buenas, pero la ausencia del gobernador evitó una represión inmediata. A la mañana se abandonó el Teatro y el festival ya no se repitió, le quedó el título de Festival Cero de San Sebastián, un episodio histórico, hijo directo de ese Mayo de 1968 que ahora se conmemora cincuenta años después. ¿Qué huella dejó? Una visión de la cultura hoy casi sepultada, una profundización casi desparecida, rechazo a la superficialidad, hoy otra vez triunfante, rescoldos importantes que pueden reverdecer. Este artículo habla de una experiencia personal testimonial. Este periódico publicó un artículo mío sobre San Sebastián, tiempo muy lejano y en cierta forma, inolvidable.
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ABECEDARIO de lector
ADOLFO GARCÍA ORTEGA
Z.- Última letra, símbolo de culminación de un trayecto: llegar a ella es haber cumplido la totalidad de un recorrido. // Prolongada (zzzz), la Z simboliza el sueño en el lenguaje de los cómics. // Hay tres libros muy distintos así titulados: 1) ‘Z’, la novela del escritor griego Vasilis Vasilicós, gran sátira política publicada en 1967 sobre el asesinato del político demócrata griego Grigoris Lambrakis en 1963 y convertida en película memorable por Costa-Gavras, con guion de Semprún y música de Theodorakis. 2) ‘Guerra mundial Z’, de Max Brooks, espléndida novela, no exenta de sentido del humor, sobre un virus que convierte a la humanidad en zombis (también llevada al cine comercial con merecido éxito). 3) ‘Z, la ciudad perdida’, libro de David Grann que narra la peripecia real del viajero Percy Fawcett a principios del siglo XX en busca de la mítica ciudad de El Dorado (asimismo hay versión cinematográfica). Zalacaín.- ¡Qué buenos libros de acción escribió Pío Baroja! Recuerdo su lectura de joven como un festín de la narración, de la aventura pródiga. Casi todas sus novelas son extraordinarias, pero mis preferidas son las que tienen a Silvestre Paradox, a Shanti Andía y, sobre todo, a Martín Zalacaín como protagonistas. Tengo debilidad por Zalacaín, quien hace tal cúmulo de aventuras y batallas, y ha de enfrentarse a tantos peligros y azares, que en sus cortos capítulos suceden episodios sin cuento. Releer a Baroja es un placer y puro entretenimiento, empezando por este Zalacaín, todo él de una pieza. Zama.- Antonio di Benedetto falleció en 1986 y fue un escritor excepcional que sufrió el secuestro en 1976 durante la Dictadura argentina. Magnífica es su ‘Trilogía de la espera’, formada por ‘Los suicidas’, ‘El silenciero’ y la que es su novela mayor, ‘Zama’, la historia de Diego de Zama, un funcionario de la Corona española que espera un destino y una mejora en el virreinato de lo que hoy es Argentina. J. M. Coetzee ha recono-
cido en esta novela, además de su grandeza, una mezcla de Borges y de Camus, pero quizá Di Benedetto esté más en la estela de Kafka. Poco a poco, ‘Zama’ va ocupando el espacio que le corresponde en la narrativa universal. Zeitoun.- Dave Eggers, uno de los escritores norteamericanos actuales más atípicos, escribió este extraño relato-reportaje-testimonio sobre Abdulrahman Zeitoun, un hombre de origen sirio que ayudó a salvar vidas en Nueva Orleans durante el huracán Katrina y luego, de manera injusta, fue arrestado y acusado de ser un terrorista islámico. Eggers, como en otros libros suyos, lleva a cabo una investigación apasionante y modélica para reconstruir unos hechos que terminan convertidos en un absorbente híbrido de novela y ensayo. Zen.- Forma del budismo desarrollada en Japón caracterizada por el vacío y la nada. Barthes dice en ‘El imperio de los signos’ (1970) que el Zen es la obstrucción del sentido, el vacío en sí y total. «El Zen sostiene una guerra contra la prevaricación del sentido», escribe. Y añade que la muestra perfecta de ello son los ‘haikus’ de los poetas japoneses del XVII (Bashō, Sōha, Kyorai, Otokuni o Jōsō). Son poemas que no describen sentimientos, sino que cuentan momentos «insostenibles» que no remiten a nada ni inciden en nada. No explican, no muestran, únicamente dicen. Y lo que dicen es el vacío, hablan el Zen. Zhivago (Yuri).- Personaje hermoso, complejo, subyugante, cargado de una emoción sin límites, este Yuri Zhivago creado por Borís Pasternak siempre será inolvidable, al igual que su novela homónima, hoy ya una cumbre de la literatura universal. La historia y amores de Yuri y Lara en el contexto del golpe de estado en la Rusia de 1917 reflejan la esencia del siglo XX: la pequeñez del ser humano frente a los mecanismos de la represión totalitaria. Los her-
Zola es más famoso por su actitud combativa, social y política, que por su novelística, pero abrió una puerta al verismo extremo
mosos poemas místicos del doctor Zhivago que hay al final de la novela recogen el espíritu del propio Pasternak. Estuvo prohibida en la URSS desde su publicación en Italia en 1957 hasta 1989. Pasternak fue obligado a renunciar al Nobel. Sin embargo, ha desaparecido la URSS, se ha desenmascarado el comunismo y Zhivago está más vivo que todos los nombres de su tiempo. Zola (Émile).- Zola es más famoso por su actitud combativa, social y políticamente, que por su novelística, pero
abrió una puerta al verismo extremo, a veces tremendista, una opción literaria que vuelve a tener adeptos en todo el mundo de modo masivo. Escribió novelas sobre los obreros, los bajos fondos, el universo de injusticias laborales y la dura vida del lumpen. Expandió morbo sin medida. Hoy es recordado por su panfleto ‘Yo acuso’, sobre el asunto Dreyfus. Publicó también una curiosa trilogía de ciudades que son, en realidad, novelas ampulosas: ‘Roma’,
‘París’, y, sorprendentemente, ¡‘Lourdes’!, donde sitúa en el lugar de los milagros sanadores el engaño religioso y las supercherías de la fe debatiendo con la razón. La gracia de estas novelas de Zola estriba en que todas son novelas de ‘tesis’, es decir, en todas se ilustra una idea en conflicto que gira en torno a una determinada y minuciosa exposición de la realidad. Zola, en cierto modo, es un periodista sin escrúpulos.
Zorro.- La joven escritora Elisa Levi cuenta que vio en 2016 un zorro en Berlín paseando por una céntrica calle, ante la vista de todos, sin asustarse demasiado. Lo sorprendente para ella no fue solo el hecho en sí, sino que poco antes había pensado en Pinocho. En esa tremenda parábola de un niño de madera escrita por Carlo Collodi en 1882, el zorro es, junto con el gato, uno de los personajes principales, el malévolo embaucador de niños que los lleva al terrible lugar donde se vuelven burros. Los zorros, tan bellos como son y con tan mala fama en la literatura, siempre aparecen cuando menos se los espera.
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EXTRAÑOS EN EL MUNDO Los herederos de Kafka
E
scribir; una actividad inquietante», declara casi de entrada la autora japonesa Yoko Tawada, que alterna su idioma natal con el alemán, lengua en la que escribió ‘Memorias de una osa polar’ (Anagrama). Pienso que muchos, antes de ponernos a emborronar folios, sospechamos lo inquietante del ejercicio de la escritura mientras leíamos, aunque fuese prematuramente, a Kafka. Es posible que también Tawada. En todo caso, hay en su novela un homenaje kafkiano explícito a través de consideraciones sobre una ratona cantora de nombre Josefina y de citas del simiesco ‘Informe para una academia’ y del relato postrero ‘Investigaciones de un perro’. Otro referente claro es el fantástico Atta Troll del poema de Heinrich Heine. Y se alude de pasada, como guías lejanos, a Jean Genet, Yukio Mishima y Oscar Wilde. Hay que echarle, de cualquier forma, para escoger el punto de vista de una osa polar blanca, con un ‘partenaire’ aficionado a la guitarra, de nombre naturalmente Iván, y poblar las páginas de osos pardos, panda, malayos, tibetanos o perezosos en torno al mundo del circo (se recoge la cita de Lunacharski: «El circo es el arte que emana de la vida del pueblo») y a los zoos; a la afición a la miel o a los salmones canadienses, hasta que una nevada pareja traiga reminiscencias del Polo Norte y lo cubra todo. Uno de los personajes resume muy bien lo que dije al principio: «La escritura era una acrobacia más arriesgada que bailar sobre una pelota en movimiento». Con una pizca de ironía, a veces curiosamente naif, Ta-
wada escribe como si flirtease con el lector (en esto no se asemeja en nada a Kafka, que parece siempre como si escribiera desde dentro de ti mismo, de una parte desconocida de ti mismo), te lleva en volandas de un escenario a otro, de un país a otro, de un asunto al siguiente, siempre con un sentido crítico sobre la realidad o la política. Un ejemplo de sus maneras difíciles de encasillar: «Desde allí observé todos aquellos traseros extraños, de pantalón ceñido. Estaban duros y tonificados. Menuda diferencia con mis posaderas, que colgaban como el mono raído de un obrero». El símil se las trae. Con un aire aún más kafkiano («la persona que la entrevistó no tenía rostro») arranca ‘La hermosa burócrata’ (Si-
UN ÁNGULO ME BASTA FERMÍN HERRERO
ruela) de la neoyorkina, nacida en Colorado, Helen Phillips, profesora en el Brooklyn College y una de las jóvenes narradoras –tiene 35 años y publicó el libro con treinta y dos– más reconocidas de su generación. Aunque luego se explique que no es que el entrevistador tuviese borrado el rostro, sino que sus rasgos anodinos y, en general, su aspecto grisáceo se mimetizaban con el ambiente, esa primera impresión de extrañamiento absoluto de la frase inicial permanece en la mente del lector, determina el discurrir de la novela. En el mundo recreado por Phillips, de una deshumanización radical, los sentimientos y la sensibilidad prácticamente han desaparecido. Los desheredados de la tierra habitan en penosos páramos suburbanos y llegar a vivir dentro de la ciudad es ya un ascenso social enorme, aunque sea cambiando de apartamento cada dos por tres, en una especie de deambular sonámbulo. Las personas actúan de manera mecánica, fría, artificial. Los pocos niños que aparecen son como «zombis locos». En este escenario, Josephine, la hermosa burócrata del título, sobrevive en el ‘tedium vitae’ de su trabajo, atada a una base de datos cuyo sentido irá desvelándose, en oficinas silenciosas de un edificio agobiante, de cemento, sin ventanas, junto a empleados «más muertos que vivos». A pesar de todo, celebra con su marido, encerrados en una especie de apagado autismo, simplemente seguir viviendo, porque llamar vida a su gris subsistencia parece exagerado. Si bien aún sería peor que el ánimo flaquease y la mente divagara hacia las tinieblas.
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:: JOSÉ IBARROLA
MEMORIAS DE UNA OSA POLAR
LA HERMOSA BURÓCRATA
Yoko Tawada, Anagrama, 296 pp., 19,90 €.
Helen Phillips, Siruela, 194 pp., 16,95€.
Ya veremos si la rendija de luz de un posible embarazo llega a consumarse o bien estas existencias rutinarias, reducidas a carpetas, se abisman más en el dolor de los mortales. Una escena muy embarazosa de esta narración hipnótica que deja el destino humano en manos de los papeles burocráticos, situada en un urinario, parece propiamente sacada de una taberna de ‘El castillo’, así como la frialdad en los acercamientos a los encuentros amorosos. El extrañamiento salpica todo el argumento: un gorila conduce un coche; en el capó de otro, hay un tiesto de caléndulas; gusanos seccionados se pegan a las suelas de los zapatos; se come en el suelo o aparece un perro con tres cabezas. ‘Homo Lubitz’ (Seix-Barral), lo último de Ricardo Menéndez Salmón –espero cada nueva entrega narrativa suya, ésta es menos lacónica, con impaciencia, creo que es indiscutiblemente un prosista de categoría–, al igual que ‘La hermosa burócrata’ no se sabe si es una novela de anticipación – leve en su caso, la acción se desarrolla en 2025– o una lectura simbólica, profunda, del presente. Valga como muestra de la precisión estilística, quirúrgica, con el adjetivo siempre justo, y de la perspicacia de visión de una de las prosas con más musculatura expresiva del momento este párrafo: «En China, el matrimonio entre el vehículo de tracción humana y el bólido rutilante, la infravivienda y la ciudad ‘transformer’, el pozo de acción manual y el enjambre domótico se había construido a velocidad de vértigo y transcurría en una única burbuja visual». La acción comienza en una
suite de un hotel de lujo de Shangai, un creativo mercenario –él mismo se define como «un catalizador, un facilitador»– de una compañía «capaz de postular derramamientos de gobiernos y tempestades económicas», una especie de «Internacional del Talento», después de dar «la vuelta al mundo más de veinte veces» lleva año y medio entre Pekín y Hong Kong, si bien confiesa que los chinos son «inescrutables». Desde allí, observa el Bund y se imagina el tráfico de capitales que sostiene la ciudad, mientras está a punto de cerrar el protocolo de un negocio redondo para comercializar en el gigante asiático una píldora para los intolerantes a la lactosa, cuyas consecuencias no puede prever, pues quién sabe dónde acaba el negocio y dónde puede empezar la conspiración. El título procede de Andreas Lubitz, el piloto que estrelló adrede un Airbus entre Barce-
«Con una pizca de ironía, a veces curiosamente naif, Tawada escribe como si flirtease con el lector» «La soledad unifica los tres relatos que conforman ‘El silencio y los crujidos’, de Jon Bilbao»
HOMO LUBITZ Ricardo Menéndez Salmón, Seix-Barral, 272 pp., 18,50€.
lona y Düsseldorf, en los Alpes de la Alta Provenza. Y que da nombre a una nueva especie humana, la nuestra, fascinada por los accidentes, acunada «en brazos de una realidad hipercinética», enferma de angustia ante el vacío y de nihilismo narcisista. A ella pertenecen también los enigmáticos personajes: Control, un demiurgo que vive en el East Village y que dispone como Dios de la eternidad, tras haber sucumbido a su atracción; su ayudante y escudero escandinavo Blomquist, busto y cabeza estatuarios; un fotógrafo de nombre artístico Placer Maduro, que vive en Coyoacán; un cantaor del Sacromonte, Tiriti; la sensual señora Cortinovis, con su leve perfume a lirios, que alquila al protagonista una casa en la Giudecca veneciana… A través de personajes soberbios, con «el espanto que a menudo procura la lucidez», Menéndez Salmón sigue diseccionando los miedos y otras claves de nuestra época, a la que sólo puede salvar la inmarcesible bondad. Uno de estos temores actuales, el de la soledad, unifica los tres relatos que conforman ‘El silencio y los crujidos’, quinto volumen de cuentos de Jon Bilbao, cuyo libro anterior, también publicado por Impedimenta, ‘Estrómboli’, fue aclamado, y creo que con razón, por la crítica. Junto a la soledad, el magnífico estilo sostenido y un personaje, de nombre precisamente Una, que se metamorfosea en anciana criada, enorme anaconda vieja o lolita tentadora, hermanan las tres historias, que en realidad lo son sobre la extrañeza ante el mundo y prueban la capacidad poco común de Bilbao de apurar y sacar adelante con solvencia argumen-
EL SILENCIO Y LOS CRUJIDOS Jon Bilbao, Impedimenta, 240 pp., 20,50 €.
tos arriesgados en extremo. Como tales pueden considerarse el drama de haber tenido éxito en los negocios, gracias a un buscador web muy peculiar, de contenidos audiovisuales centrado en el porno, con anzuelo, de un emprendedor vasco que intenta buscar refugio, de espaldas al mundo, en una torre medieval menorquina; la revisión de las parábolas de los estilitas tipo ‘Simón del desierto’ de Buñuel, su fervor de aproximarse a Dios con la pureza que se alimenta de la renuncia a lo terrenal, sus tentaciones, sueños y revelaciones, su quietismo; o la tragedia angustiosa de un biólogo al que depositan desde un helicóptero en un tepuy –tocón mesetario elevado sobre la selva–, en concreto en la cima cuasi plana de unas treinta hectáreas, herbazal lleno de orquídeas y plantas carnívoras, con charcas gigantescas, del cerro Autana, que ningún hombre ha pisado nunca, en la selva venezolana cercana al Orinoco, con la intención de investigar sobre una especie desconocida de ranas que «los indios le habían trocado al final de un aburrido regateo». Las tres fábulas constituyen un verdadero ‘tour de force’ en su desarrollo y cuentan con inesperadas vueltas de tuerca según avanzan las tramas. Sobre O’Hara, el protagonista de ‘Homo Lubitz’, dice clarividente Menéndez Salmón: «Sus años de trabajo en Arconte Limited le habían enseñado dos cosas. Una, que el dinero lo puede casi todo; otra, que donde el dinero no alcanza, alcanza la curiosidad humana o, si se prefiere, su amor por lo extraño». El mismo amor que alienta las novelas que recomendamos hoy.
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CEREZAS EN EL ESCONDITE TOMÁS SÁNCHEZ SANTIAGO
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El último delicado
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e apellidaba Gómez pero se llamaba Gaspar Moisés, como si la vida de diario de su apellido hubiera sido previamente desmentida en ese nombre lujoso y lleno de exacerbada resonancia ancestral. Era un poeta. No por haber escrito libros de versos sino porque en todo cuanto hacía le acompañaba siempre un sobrecogimiento, un temblor de pétalos recién ardidos que parecían disponerlo a visiones y sonidos que solamente percibiera él. Toda su existencia, hasta que murió a los 90 años, se balanceó trágicamente –pero él no hubiese consentido decirlo así, con tanta gravedad– entre el intríngulis sin secreto de una vida ordinaria, reglamentada por esa penumbra que oscurece a quien decide hacerse una guarida donde depositar suavemente su existencia, y el carrusel de intuiciones formidables que él fue trasladando, casi a escondidas, con ímpetu y con paciencia a poemas, como si el latido de su ciudad adoptiva –la ciudad de León, donde residió este abulense de Serranillos desde 1959– pudiera desecarle su mundo interior de zarzas efervescentes. «Cada día me oculto más en mis poemas. / Yo, fantasmal; ellos, la pobre puerta trasera por la que intento huir». Es ese desentendimiento del mundo («De política / nada. Ya será suficiente si me salvo / gimiendo, extraño y mísero cobarde»), de los quehaceres sociales, de su propia aparente identidad («Alguien se empeñó en darme un nombre, por el que nunca contesté») el que consiguió que Gaspar Moisés Gómez fuese, a la vez, respetado e invisible hasta ser conducido –ciego por voluntad y por destino, como decía de sí mismo Villamediana– fuera de los trazos gruesos de los comportamientos humanos, allá donde unos límites, donde un filo que él tanto invocara, lo dejase a él mismo absorto y de cara a un abismo ya sin nombre: «Quito, hoja a hoja, la densidad del mundo. / Busco su música indescifrable; / su calavera virgen. Hasta llegar / al ser que al borde del abismo / mira abajo, dependiendo de arriba, / en pánico terror». Poco amigo, pues, de conciliábulos y cenáculos literarios, este poeta nacido en el año de gracia de 1927, de oji-
Gaspar Moisés Gómez. :: ARCHIVO FAMILIAR llos claros y nerviosos y facciones talladas como a golpes de escuadra, se atareó sin pausa en ese apartamiento hasta lograr ciertamente lo que tantos poetas se proponen para sí pero no saben cumplir: desaparecer en su escritura. Tras ciertos escarceos (grupos poéticos, revistas, premios) de los que sabrían hablar con más justeza los amigos que de él se ocuparon (José Enrique Martínez, Antonio Merayo, Alfonso García, Luis Artigue), Gaspar Moisés Gómez comprendió que su naturaleza era la de quien nació para ser poema –y escribirlos era solo un primer movimiento hacia ello–, y así dejó de cumplir citas y de asistir allá donde se le reclamaba («No llegar ni a donde me esperan. / Saberme otro en este mismo instante»). Una de las palabras que reitera en su poética, derramada a través de sus libros, es la palabra ‘desconcierto’. Esa radical extrañeza, esa asun-
ción del «j’est un autre» rimbaudiano hizo de él una suerte de exiliado espiritual. Quienes lo conocimos sabíamos cómo estaba de incómodo en cualquier acontecimiento gregario, incluidos los que a él le tocaban por su condición literaria (recuerdo haberlo visto en una lectura provisto de un magnetófono donde previamente él se había grabado leyendo sus poemas para evitar hacerlo así, en crudo, delante del público de una sala). Así fue adelgazándose hasta conseguir que casi se perdiese la noción de él. No de su poesía. Todos sabíamos de su potencia expresiva a pesar de la escasez de su presencia. En su libro ‘Quieto espacio. Fugacidad del tiempo’ –y en ese título bimembre ya se contienen claves de clausura y vértigo que cimentan su escritura poética– se puede leer, al modo de una declaración oracular y testamentaria donde
Se atareó en ese apartamiento hasta lograr lo que tantos poetas no saben cumplir: desaparecer en su escritura Siguió cultivando esa ósmosis personal entre sus poemas y él mismo, relegado ya de todo
resuena su querido, admirado amigo Gamoneda: «Yo me encierro con solo mi queja; con mi concepto de la escritura. / A mis años, quizás ya no tenga aseveraciones rotundas, sino muchos interrogantes que nadie me ha de resolver». ¿Cuáles serían esos interrogantes de Gaspar Moisés Gómez? ¿Y cuál sería esa queja en la que se encerró, avisándonoslo, para siempre? No acabaremos nunca de saberlo. Quizás ese reclamo de un edén perdido, tan presente en sus últimos libros; quizás las misteriosas intersecciones entre el cuerpo y el alma, que llegaría a vislumbrar de la mano de la lectura constante de Juan de la Cruz, tan citado siempre por él. No. Nunca acertaremos a saberlo. Lo que nos queda claro es que él, desde aquel altillo del modesto comercio familiar, donde una tarde otoñal fuimos José Luis Puerto y yo a conocerlo de cerca, atisbaba un territorio no sabido por nadie más, un territorio de naturaleza inexpresable que él una vez, en pura exclamación desiderativa, definió así, como si se tratase de una perpetua inminencia: «¡Siempre en pura víspera!». Y ese deseo tajante ya lo acercó para siempre al Rimbaud más iluminado. Acaso desde entonces, el poeta abulense emprendió un camino inverso hacia el origen, hacia ese lugar donde solo existe el canto, donde ya no hay historia ni palabras accidentales sino un rumor incomprensible y hermoso que avala el hecho de la inexplicable existencia: «Ya nadie nos convoca. ¡Somos! / Y el poema, en su inutilidad, se consuela en su forma». Ese consuelo, estoy seguro, lo acompañó hasta el final. Gaspar Moisés Gómez siguió cultivando esa ósmosis personal entre sus poemas y él mismo, relegado ya de todo, desplazado del mundo, detenido allá donde podría escuchar una voz primordial que no sonara a nada consabido. Sí, un lugar donde los ojos ya no hacen falta y es fértil la pasividad de quien ha conseguido acariciar la últimas negaciones («Más que ver yo, me contemplan las cosas»). Como saben bien los amigos fieles que lo acompañaron hasta el final, él ya esperaba en unas afueras desde hacía mucho esa voz, ese rumor que le invitó por fin a seguirle un 2 de noviembre de 2017.
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LECTURAS
NOCHE Y NIEBLA Fernando Castillo lleva su novela al Madrid cotidiano de la guerra civil y la posguerra JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN
Q
ueda algo por decir del Madrid de la guerra? Docenas y docenas de libros se han dedicado a glosar el heroísmo y la barbarie de aquellos años. Primero fueron las memorias, más o menos noveladas, de los escritores del bando nacional que buscaron refugio en las embajadas (‘Una isla en el mar rojo’, de Fernández Flórez, puede servir de ejemplo); luego llegarían los testimonios del otro lado y los estudios, no siempre más imparciales, de los historiadores. Creemos saberlo todo sobre ese Madrid, pero las más de quinientas páginas que Fernando Castillo le dedica (con alguna incursión a Valencia y Barcelona) en ‘La extraña retaguardia’ nos demuestran lo equivocados que estábamos. El subtítulo explicita su punto de vista, ‘Personajes de una ciudad oscura’, y también que el período abarcado llega más allá de los años de la Guerra Civil hasta incluir el tiempo no menos sombrío en que transcurre ‘La colmena’: «Madrid 1936-1943». Fernando Castillo, que no
es historiador de profesión, ha sentido desde siempre una especial fascinación hacia el París ocupado por los alemanes, al que ha dedicado dos libros ejemplares: ‘Noche y niebla en el París ocupado. Traficantes, espías y mercado negro’ (2012) y ‘París-Modiano’ (2015), que se refiere también de los años posteriores, como indica el subtítulo: «De la Ocupación a Mayo del 68». El modelo de esos libros es el que quiere aplicar a Madrid en este nuevo volumen. No le interesan los grandes personajes históricos, bien conocidos, sino las figuras menores y las zonas de sombra, los agentes provocadores que se mueven entre un bando y otro, entre el hampa y la legalidad. ‘La extraña retaguardia’ se lee como una novela de novelas, esbozadas unas, más desarrolladas otras, como una novela plural y de no ficción donde casi nada es lo que parece. El comienzo ya nos indica el tono literario que se quiere dar al conjunto: «Amanecía el viernes 17 de julio, espléndido y luminoso, con el fresco olor de la pinada de la Sierra antes de que lo agostase el calor. Desde el Guadarrama, en el Alto del León, Castilla, como salida de un óleo de Darío de Regoyos o de Díaz Caneja, parecía una alfombra amarilla con algunos manchones marrones y verdes, bajo un cielo azul límpido». Antonio de Goicochea, dirigente del partido monárquico Acción Nacional, avisado de lo que se avecinaba, sale de Madrid en un coche que conduce su chófer y guardaespaldas,
Alfonso López de Letona, que será uno de los protagonistas del libro. En el índice de personajes que se incluye al final se sintetiza su trayectoria: señorito de buena familia, delincuente de tres al cuarto que acabó en la Legión, militante monárquico durante la República, agente de los Servicios Especiales y delator en el Madrid de la guerra civil. Un personaje de novela de Patrick Modiano, tan admirado por Fernando Castillo, como tantos otros que se entrecruzan en las páginas del libro: Cándida del Castillo, madre del novelista francés Michel del Castillo: David Vázquez Baldominos, responsable del contraespionaje y de las relaciones con los agentes soviéticos de Alexander Orlov, que participó en todas las actividades de la guerra sucia contra anarquistas y trotskistas; Francisco Cachero, falso cónsul de Finlandia, que se enriqueció ofreciendo refugio en pisos que solo aparentemente estaban bajo la protección diplomática; Alberto Castillo Olavarría, «equívoco y ubícuo»...
LA EXTRAÑA RETAGUARDIA Fernando Castillo. Fórcola. Madrid, 2018.
Camino de Atocha durante la evacuación de Madrid. :: EFE Fernando Castillo nos lleva al cambiante Madrid de aquellos años –nada tiene que ver la euforia y el terror revolucionarios de los primeros meses con el sacrificado heroísmo de después ni con la traición final–, apoyándose tanto en la documentación histórica como en la literatura, si menos fiel en los hechos notariales más útil para revivir ambientes y recrear la vida cotidiana de entonces. Pero no es un historiador profesional, y eso se hace notar en algún punto. Su tratamiento de las matanzas de Paracuellos resulta algo simplificador. Mucho se han discutido esos hechos, que siguen llenos de puntos oscuros, pero para él todo está claro, meridianamente claro: el principal culpable es Segundo Serrano Poncela, a sus 24 años recién nombrado Director General de Seguridad cuando comenzaron los traslados que acabaron en masacre, y luego convertido en
uno de los más destacados narradores y ensayistas literarios del exilio republicano. Incluso nos lo llega a presentar presenciando algunos de los desmanes de la policía republicana como un malvado de película: «Imaginamos a Serrano Poncela durante el asalto, tenso, con sus rasgos afilados y la expresión sombría por la preocupación, un aspecto que acentuaban la cazadora de cuero negro, el pelo oscuro, su delgadez y unas cejas negras y pobladas. Un aire que recuerda al del actor rumano Béla Lugosi». Pero esto es literatura, solo literatura. Los hechos: el 6 de noviembre, cuando parece que los sublevados están a punto de ocupar la capital, el gobierno de la República abandona Madrid con destino a Valencia, dejando la ciudad a cargo de una Junta de Defensa encabezada por el general Miaja. De la Consejería de Orden Público se ocupa un jovencísimo Santiago Carrillo, quien
nombra a Serrano Poncela director de Seguridad, encargado de las prisiones. Los miles de prisioneros que llenan las cárceles, a pocos pasos de donde se combate, pueden ser liberados en cualquier momento y engrosar las filas de los rebeldes; se decide su traslado a un lugar más seguro. Muchos de esos traslados, en lugar de acabar en Chinchilla o en Alcalá de Henares, acabaron en un descampado y en una ejecución masiva. Varias de las autorizaciones para salir de la cárcel llevan la firma de Serrano Poncela. ¿Organizó él esas masacres? A nadie, salvo a Fernando Castillo, se le ha ocurrido afirmar algo semejante. ¿Estaba al tanto del destino final de aquellos presos? Probablemente, al principio no, pero acabaría enterándose, como su jefe directo, Santiago Carrillo. ¿Pudieron hacer algo para impedirlo? Serrano Poncela, que pronto dimitió o fue cesado y que no tardaría en distanciarse de los comunistas, seguro que no, a pesar de que Fernando Castillo le convierte en el malo de la película; Santiago Carrillo, muy probablemente sí. Lo que parece claro es que ninguno de ellos –sobre los que recayó la más complicada tarea en el peor momento– estuvo en el diseño de esa siniestra operación (muy en la lógica soviética: Alexander Orlov, que luego se pasó a Occidente, tendría bastante que decir). No disminuyen estas discrepancias –inevitables cuando se trata de la Guerra Civil– el interés de ‘La extraña retaguardia’, otra vuelta de tuerca sobre un tiempo sombrío que parece tardar más que ningún otro en convertirse definitivamente en historia, en dejar de gravitar sobre el presente.
12 LA SOMBRA DEL CIPRÉS
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LECTURAS
EXTRAVÍOS Y MÚSICAS DE JULIA OTXOA ‘Confesiones de una mosca’ constata el contacto permanente de su autora con el arte C CÉSAR A AUGUSTO A AYUSO
J
ulia Otxoa (San Sebastián, 1953) vive en contacto permanente con el arte: practica la poesía, el relato corto, la pintura, la poesía visual, la ilustración infantil… Todo con sobriedad y delicadeza, con íntimos y acordados silencios y con un ritmo sosegado, sin afeites ni retóricas, que apunta a lo esencial, a la reflexión desnuda y profunda de lo real, de las corcovas y las fallas del mundo. ‘Confesiones de una mosca’ es una prueba evidente de ello. Sucede a otros libros de microrrelatos, en los que se está revelando como uno de los grandes maestros de este género que ha hecho su eclosión en las últimas décadas. Al leerlos, al lector no puede sino asaltarle la sorpresa, la extrañeza, incluso no pocas
veces la turbación. Son dardos lanzados muy certeramente a la conciencia de nuestro siglo, a un vivir sin preguntas, sin compromisos y sin responsabilidades. Y, sin embargo, a poco que se dé la vuelta al tapiz, la desafección, el desasosiego, la estolidez, hasta el horror, saltan a la vista, salen de su escondite agazapados y propensos a revelar su cara menos afectuosa, más preocupante y agresiva. Se necesita solo un ojo avizor, una mirada penetrante y crítica, y un modelo de mundo purificado de complacencias, indiferencias, egoísmos y conformismos para ver la realidad humana en su inconsistencia o banalidad, y no porque ese sea su estado, sino porque así nos conviene que sea. A las reducciones y manipulaciones que hacemos de lo real –de la naturaleza, de la historia, de las relaciones humanas– responde la autora donostiarra con una imaginación fértil y un escalpelo preciso para dejar al aire las inquietantes transformaciones con que nos engañamos cuando creemos tenerlo todo bajo control. Sus 56 historias nos introducen en un mundo onírico e inquietante que da muy bien la medida de los pequeños monstruos que llevamos dentro. Su extravagancia, su dislo-
CONFESIONES DE UNA MOSCA
Julia Otxoa. Palencia, Menoscuarto, 2018.
La escritora donostiarra Julia Otxoa. :: JOSÉ USOZ cación, atañe tanto a los mundos personales como a las convenciones sociales y a las discordancias políticas. Todo tiene cabida en estos relatos que echan mano de las visiones y los enfoques más divergentes en el arte de lo misterioso y onírico, en el arte de la sospecha sobre lo humano y su compromiso y actuación sobre lo real. Luis Mateo Díez, en su breve pero certero prólogo, atisba una miscelánea de rasgos dislocantes y extrañadores que van de las defor-
LITERATURA FINISECULAR SANTIAGO RODRÍGUEZ GUERREROSTRACHAN
E
n las últimas décadas del siglo XIX surge un movimiento que va más allá de lo literario y lo artístico y que rompe con las convenciones sociales y con la pax augusta de la burguesía. Algunos escritores se percatan de que cada vez tienen menos espacio en la sociedad, de que los afanes materialistas y utilitaristas apenas dejan lugar para las aspiraciones de signo espiritual (entendido este de
manera muy liberal). A veces les parece que el Romanticismo fue el canto del cisne de una sociedad en que lo sagrado y lo trascendente tuvieron su lugar. La religión misma se les aparece como un conjunto de ritos vacíos y gestos carentes de sentido. ¡Qué se puede decir de la familia!, burguesa, por supuesto, encerrada en la minimización de los gastos y la maximización de los beneficios. En el terreno literario las cosas son parecidas. Observan estos autores que el modo utilitarista ha inundado y ahogado la literatura. El interés por una literatura de cuño social, que sea útil a sus lectores, ya sea desde el didacticis-
mo o desde la moralización, y que esté al alcance de todos, donde lo bueno y lo malo queden delimitados con claridad, donde a la postre triunfen los postulados de la época – entienden estos autores finiseculares – solo redunda en el empobrecimiento literario. Algunos escritores ya habían dado la voz de alarma en Estados Unidos. Edgar Allan Poe, Nathaniel Hawthorne, o Herman Melville se habían percatado en la primera mitad del siglo XIX de los derroteros de la sociedad mecanicista y utilitarista en la que les había tocado vivir. No es por tanto de extrañar que, al menos uno de ellos, Poe, fuera faro de estos escritores del fin
maciones kafkianas a las hipérboles esperpénticas, desde las sinuosidades surrealistas a la estupefacción del absurdo, todo un elenco de tradiciones narrativas cruzadas que dan a esta escritura una renovada modernidad. El expresionismo es patente en muchos de estos cuentos, pero no lo es menos un sordo y delgado lirismo, sobre todo en los relatos más breves. Porque si los hay de cuatro y cinco páginas, los hay de menos de media docena
de siglo. Poe había dejado ya destellos de su rebeldía con su clara apuesta antimoderna, que en el fondo escondía la gran modernidad literaria que vino tras él. Muchos de estos autores también fueron antimodernos por la sola aspiración de enfrentarse a la sociedad de su tiempo. Así, Charles Baudelaire o Villiers de L’Isle-Adam. Fueron el revulsivo de una sociedad que se sentía a gusto consigo misma. Fueron, como es expresión corriente hoy en día, la conciencia crítica de su época: desde las posiciones estetizantes y reaccionarias de algunos hasta la sexualidad heterodoxa de otros, buscaban llamar la atención y criticar los valores de su época. En España, Ramón del Valle Inclán siguió sus pasos y dio vida al Marqués de Bradomín, del que dijo que era feo, católico y sen-
de líneas. De solo dos, como este: «El niño mordió el anzuelo y el pescador fue atrapado y llevado a gran velocidad a los abismos marinos». Y es que junto al desasosiego existencial, a la denuncia social, a la pulla política, hay también retazos de sueños, como portillos por los que la imaginación desciende a otro mundo donde, como en Alicia, impera la maravilla. Así en este: «El domador metió su cabeza en las fauces del león y oyó, como todas las no-
EL LECTOR DECADENTE Selección y prefacios Jaime Rosal y Jacobo Siruela. Gerona: Atalanta, 2017. 584 págs.
timental, entendiendo por esto último un donjuan empedernido. Algunos como Baudelaire o Stéphane Mallarmé abrieron caminos hasta entonces insospechados en la literatura. Fieles solo al compromiso literario, desdeñosos de la vida social, con ganas de ser provocativos y en el caso de Baudelaire inmerso en un escándalo – el de la publicación de
ches, que este le decía: ‘No te vayas, no me dejes otra vez’». A veces nos parece estar en un realismo mágico, hecho de leves y misteriosas correlaciones de las que no somos conscientes. Son estados, imágenes que absuelven el mundo de ese horror o impudicia agazapados cuyas vísceras hacen su aparición en otros cuentos. Sutiles, lenitivos serían, en este sentido, los titulados ‘El vuelo de la fatiga’ o ‘Hombre y niño’, al igual que muestran una fantasía llena de encanto otros como el último: ‘Pájaro llovedor’. Con tiento, con valentía, con imaginación, con una envidiable carga de profundidad y simbolismo, Julia Otxoa penetra en lo más ácido y bochornoso de nuestro mundo y, al tiempo, sabe encontrar ventanas de aireación, de iluminación para que al corazón no lo asfixie la restricción de la mente. Temas y motivos de lo más variado desfilan en sus relatos o microrrelatos tan perturbadores como aleccionadores. Asombra la sobriedad, la perspicacia para captar desafueros e inhibiciones en la vida diaria, pero también la levedad de la fábula y una soterrada poesía sin la cual el hombre que se abisma en el lodo no podría mirar al cielo.
Las flores del mal – crearon una obra no muy extensa pero sí exigente que, buscando la belleza por encima de todo, permitió a otros atisbar mundos que esa sociedad burguesa, que albergaba también su reverso, el del revolucionario (no menos romo que el burgués), se empeñaba en negar o en borrar. En resumen, es esta una magnífica antología para iniciarse en la literatura finisecular. Contiene una selección muy cuidada de textos de los autores mejores de aquel entonces irrepetible. Acompañan a los textos unos breves prefacios sobre los autores. La única pega que puede ponerse al libro es que solo acoja autores franceses y británicos, y deje de lado el fascinante mundo decadente de Hispanoamérica y el mucho más escaso de España.
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LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
EL CUERPO HABLA Y DUDA :: V. M. NIÑO
Nikolái Stárostin pronuncia un discurso en el campo. :: EL NORTE
FÚTBOL EN TIEMPOS BOLCHEVIQUES Curletto parte de la historia de la familia Stárostin para hacer un recorrido por el balompié en los tiempos del dictador CRISTÓBAL VILLALOBOS
E
n una Unión Soviética donde nada se escapaba del control del Estado, donde todo respondía a una rigurosa y planificada estrategia política, un grupo de jóvenes de un barrio obrero de Moscú decidieron centrarse en aquello que más amaban: el fútbol. Crearon de esta manera, eran los años veinte del siglo pasado, diferentes equipos que, tras múltiples inconvenientes y zancadillas de las autoridades comunistas, desembocaron en la fundación del Spartak de Moscú. Pagaron de sus bolsillos la edificación de las instalaciones, que ellos mismos construyeron con sus manos, campo y gradas incluidas, hasta convertir su joven equipo en el club del pueblo, hoy uno de los más populares de Rusia, rivalizando con los todopoderosos clubes deportivos dependientes del Ejército Rojo y de otras instancias gubernativas. Mario Alessandro Curletto, profesor italiano autor de varias obras sobre fútbol durante la Unión Soviética, parte de la historia de
la familia Stárostin, jugadores y fundadores del club, para hacer un recorrido por el fútbol en los tiempos de Stalin, en los que este deporte, como cualquier otro evento que concitase el interés de las masas, constituía una importante arma de adoctrinamiento y movilización social. Nikolái, el mayor de los cuatro hermanos Stárostin y legendario jugador del Spartak, combinó su exitosa carrera deportiva con estancias en lejanos campos de concentración y cárceles. Un robo, o su papel como «defensor del deporte burgués», sirvieron de excusa a las autoridades soviéticas para hacerle pagar la insolencia de rivalizar, e incluso vencer y golear, a los equipos controlados por el aparato del Estado. Los protagonistas del libro, bellamente editado por Altamarea Ediciones, son también testigos y víctimas de su tiempo: sufren las represiones estalinistas, padecen la furia del general Beria, el Gulag y son testigos de epopeyas históricas. Juegan partidos internaciona-
Se ponía en juego el honor del régimen soviético ante equipos occidentales presentados como demoniacos
De eclosionar, de romper el cascarón habla ‘Biografía de un cuerpo’, la novela con la que Mónica Rodríguez ha ganado el Premio Gran Angular de este año. Marcos estudia danza, lleva siete años en el conservatorio de una ciudad lluviosa que bien podría ser el Oviedo natal de la autora. Colarse en ese mundo del ballet en sus primeros estadios, colocar en esas coordenadas la crisis adolescente y confrontarla con la vida del referente artístico del protagonista, Nijinsky, constituyen los méritos de esta historia poéticamente trabada. Salir de la burbuja infantil a la travesía en solitaria intemperie hacia las pocas certezas que apuntalen una identidad es casi siempre doloroso. Sentido por alguien que se expresa con el cuerpo, al que somete a una severa disciplina, resulta además metonímico. Los músculos, los
huesos, hablan de las posibilidades y las limitaciones de su dueño. Es el padre de Marcos quien confía ciegamente en el arte de su hijo, sin embargo este duda, quiere abandonar. Las relaciones, los sentimientos, pesan más que el hecho de bailar. Mónica Rodríguez sube al lector al tobogán emocional de la adolescencia; los padres son extra-
BIOGRAFÍA DE UN CUERPO Mónica Rodríguez. SM. Premio Gran Angular. 140 páginas. 11,35 euros. A partir de 14 años.
ños que no entienden a pesar de su buena voluntad, los otrora amigos parecen más felices y correspondidos, la danza que antes absorbía todo es ahora el impedimento para vivir otras vidas en el parque, con la litrona y la chica desconocida a la que besa por despecho. En definitiva, esa frágil torre de marfil que cualquier ser humano inseguro construye para pertrecharse y otear. La biografía de Nijinsky está constantemente referida en la novela, es el ídolo del padre de Marcos, el modelo que quisiera para su hijo. Frente a ese sueño del progenitor, los versos perdidos del primogénito, melancólicas citas de Gil de Biedma, Salinas, César Vallejo o Miguel Hernández. Mutismo y despecho forman la coraza del joven que acaba desnudándose, retirándola para poder avanzar. La humanidad vence a la rebeldía.
FÚTBOL Y PODER EN LA URSS DE STALIN Mario Alessandro Curletto. Editorial: Altamarea Ediciones. Publicación: Marzo 2018. Páginas: 144. Precio: 16,90 Euros.
les contra equipos occidentales, en los que, pese a ser simples amistosos, se ponía en juego el honor del régimen soviético ante unos equipos occidentales que eran presentados como demoniacos representantes del capitalismo, participan en el partido teatralizado ante Stalin, en una plaza Roja enmoquetada, y donde los jugadores respondían a un guion para hacer las delicias del sanguinario dictador, o reciben la visita de la selección vasca, siendo estos algunos de los episodios que rescata el libro. Quizás sea este último uno de los capítulos más interesantes del libro, la versión rusa, el libro de Curletto se basa sobre todo en testimonios de los protagonistas, de la visita que realizó un combinado vasco a la Unión Soviética en 1937, en plena Guerra Civil Española, dentro de la gira internacional que este equipo llevó a cabo como forma de llamar la atención al mundo sobre la causa republicana y de recaudar fondos para la misma.
PELIGROSOS MONSTRUOS AMIGOS :: V. M. N. Astiberri se acerca al público infantil con otro título sorprendente, por la calidad de su propuesta estética y por el trasfondo del guion. Planteamiento de cómic, muy cinematográfico –llega a parecer un ‘story-board’–, con colorido de acuarelas es el que desarrolla Brecht Evens para contar la historia de Cristina y una pantera que la ronda. La niña ha perdido a su gato y una nueva criatura, una pantera que aparece y desaparece, que cobra distintas
apariencias aunque siempre es el mismo fin –seducir a la niña, reprimir cualquier otra relación que no sea la de ella–, quiere ocupar su lugar. Evens juega en el filo de la realidad
PANTERA Brecht Evens. Astiberri. 128 páginas. 25 euros. A partir de 10 años.
y la fantasía, envuelto todo en una aire de ensoñación que elige además la noche para representarse. Pero sea o no un sueño, la pantera va ganando terreno en el mundo de Cristina, va aislándola de su padre, sus amigos, sus peluches. De inquietante estética, el final de la pesadilla transcurre en blanco y negro, la habitación dibujada como sería tras un ojo de pez. Evens no pinta una infancia feliz, sino que sugiere las amenazas que la acechan. Álbum brillante y especial, recomendable para ciertos niños.
14 LA SOMBRA DEL CIPRÉS
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E
sta semana me ocuparé de los exónimos, que son los nombres que reciben en una lengua determinada los antropónimos y los topónimos propios de otra lengua. Más concretamente me ceñiré a las formas adoptadas en español de algunos topónimos de otras lenguas. En todas las lenguas existen los exónimos y todas los usan. Por cada endónimo (el nombre con el que se conoce un lugar en la lengua autóctona) hay cientos de exónimos. Por ejemplo, para referirse a nuestro país (el endónimo sería ‘España’), lo normal es que un hablante de portugués utilice ‘Espanha’; uno de alemán, ‘Spanien’; uno de catalán, ‘Espanya’; uno de danés y de sueco, ‘Spanien’; uno de noruego, ‘Spania’; uno de francés, ‘Espagne’; uno de italiano, ‘Spagna’; uno de inglés, ‘Spain’, etcétera. ¿Qué es más correcto –se preguntarán ustedes– ‘Girona’ o ‘Gerona’, ‘Araba’ o ‘Álava’, ‘La Coruña’ o ‘A Coruña’? El problema de los exónimos es la adecuación, es decir, cuándo utilizarlos o cuándo optar por las grafías originales. Lo natural es seleccionar una forma u otra en función de la lengua en la que estén elaborando su discurso. Por ejemplo, si se está hablando en catalán, lo más apropiado es utilizar ‘Girona’; y ‘Gerona’ si la lengua del discurso es el español. Y lo mismo para los otros pares de topónimos propuestos: ‘Araba’ si la lengua del discurso es el vasco; ‘Álava’ y ‘La Coruña’ si la lengua del discurso es el español; y ‘A Coruña’ si la lengua del discurso es el gallego. En español hay exónimos muy alejados formalmente del endónimo correspondiente, como ‘Egipto’ (Misr), ‘Croacia’ (Hrvatska), ‘Amberes’ (Antwerpen), ‘Aquisgrán’ (Aachen), ‘Albania’ (Shqipëria), ‘Finlandia’ (Suomi), ‘Pekín’ (Beijing), ‘Colonia’
USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA
DE EXÓNIMOS Y TRADUCCIONES DE TOPÓNIMOS (Köln), ‘Alemania’ (Deutschland), etcétera. En este caso todo el mundo recurre sin dudarlo al exónimo porque el uso del endónimo, en el caso de conocerlo, entorpecería la comunicación. Hay exónimos más cercanos, bien por cercanía lingüística o bien por cercanía cultural. En estos casos unos hablantes recurren al endónimo y otros al exónimo. Piensen en cuánta gente dice –hablando en español, claro está– ‘New York’ o ‘Nueva York’, ‘London’ o ‘Londres’. Depende de lo proclives que sean a lo extranjero. Pero curiosamente, nadie habla de ‘San Pablo’ para referirse a la megalópolis brasileña. Aunque la mayoría de los exónimos del
«Si se está hablando en catalán, lo más apropiado es utilizar ‘Girona’, o ‘A Coruña’ si es en gallego; y ‘Gerona’ y ‘La Coruña’ si la lengua del discurso es el español
español se han generado a partir de la forma autóctona, en ocasiones el español ha incorporado topónimos adaptándolos de otras lenguas intermediarias, como ‘Lepanto’ (Naúpactos), del italiano ‘Lepanto’; o ‘Copenhague’ (København), del inglés ‘Copenhaguen’. Y también encontramos exónimos resultado de una traducción equivocada por aparente similitud formal, como ‘Brujas’ (Brugge), que en neerlandés significa ‘puente’. ¿Qué topónimos hay que traducir y cuáles no? Son traducibles los topónimos mayores de uso frecuente, mientras que los topónimos menores no suelen adaptarse. En general, cuanto mayor es el referente geográfico del topónimo, mayor es su frecuencia de uso. Por ello se recomienda usar en español Gerona y Lérida, pero Sant Feliu de Guíxols. La recomendación es que cuando exista un exónimo asentado en español, se use en textos escritos en español, aunque la ONU recomienda en las reuniones de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Normalización de los Nombres geográficos que se ofrezca una nomenclatura geográfica única en todo el mundo, algo que, de momento, no ha cuajado. En el ámbito hispánico la Fundéu (Fundación del Español Urgente) proporciona información sobre las formas españolas más adecuadas: «Saná, mejor que Sana’a, Sanaa o Sanáa, es la escritura adecuada en español del nombre de la capital del Yemen»; «La grafía recomendada del nombre del volcán de Hawái que ha entrado en erupción es Kilauea, sin hache intercalada, no Kilahuea»; «Zimbabue, con u antes de la e, y no Zimbabwe ni Zimbawe, con w, es el nombre en español de este país». Una gran ayuda para los periodistas.
LOS LIBROS MÁS VENDIDOS EL CORTE INGLÉS VALLADOLID
OLETVM VALLADOLID
LETRAS CORSARIAS SALAMANCA
MARGEN VALLADOLID
FICCIÓN
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Las almas de Brandon. C. Brandon (Espasa)
Las hijas del capitán. María Dueñas (Planeta)
El porqué del color rojo. F. Bescós (Salto de Página)
Ordesa. Manuel Vilas (Alfaguara)
Las hijas del capitán. María Dueñas (Planeta)
Ordesa. Manuel Vilas (Alfaguara)
Ordesa. Manuel Vilas (Alfaguara)
Un andar solitario ... Muñoz Molina (Seix Barral)
Los perros duros no bailan. Pérez-Reverte (Alfaguara)
Los perros duros no bailan. Pérez-Reverte (Alfaguara)
El orden del día. E. Vuillard (Tusquets)
La pirámide del fango. A. Camilleri (Salamandra)
Fuimos canciones. Elisabet Benavent (Suma)
Mamá. Helene Delforge (Algar)
GB84. D. Peace (Hoja de Lata)
El portal de los obeliscos. Jemsin (Ediciones B)
La chica invisible. Blue Jeans (Planeta)
Pequeño país. G. Faye (Salamandra)
La chica del cumpleaños. H. Murakami (Tusquets)
Que nadie duerma. J. J. Millás (Alfaguara)
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
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Nadie es tan terrible. R. Santandreu (Grijalbo)
Bowie, una biografía. Fran Ruiz (Lumen)
En los límites de lo posible. Alberto Santamaría. (Akal)
Morder la manzana. Leticia Dolera (Planeta)
Sin censura. Revilla (Espasa)
Sapiens, de animales a... Y. Noah Harari (Debate)
La España vacía. Sergio del Molino. (Turner)
Lo que no podemos saber. Marcus Sautoy (Acantilado)
Tarnsformar tu salud. Xevi Verdaguer (Grijalbo)
Memorias del comunismo. J. Losantos (La Esfera)
Las especias. J. Turner (Acantilado)
Idiotizadas. Moderna de Pueblo (Planeta)
Mi dieta ya no cojea. Aitor Sánchez (Paidós)
La España vacía. Sergio del Molino. (Turner)
El eco de los disparos. E. Portela. (Galaxia)
Las recetas de adelgazar... A. Quintas (Planeta)
Memorias del comunismo. J. Losantos (La Esfera)
¡No te compliques la cena!. Isabel Llano (Anaya)
Mujeres y poder. M. Beard (Crítica)
Memorias del comunismo. J. Losantos (La Esfera)
SANDOVAL VALLADOLID
LIBRERÍA DEL BURGO PALENCIA
SEMURET ZAMORA
PUNTO Y LÍNEA SEGOVIA
FICCIÓN
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Ordesa. Manuel Vilas (Alfaguara)
Las hijas del capitán. María Dueñas (Planeta)
Las hijas del capitán. María Dueñas (Planeta)
Cuando sale la reclusa. Fred Vargas (Siruela)
Los refugios de la memoria. Cancho (Papeles Mínimos)
Ordesa. Manuel Vilas (Alfaguara)
Patria. F. Aramburu (Tusquets)
Ordesa. Manuel Vilas (Alfaguara)
Adiós muchachos. Ramírez (Alfaguara)
El hijo de las cosas. Luis Mateo Díez (Galaxia)
La bruja. Camila Läckberg (Maeva)
Los perros duros no bailan. Pérez-Reverte (Alfaguara)
El orden del día. Vuillard (Tusquets)
Berta Isla. Javier Marías (Alfaguara)
Años de mayor cuantía. Sánchez (Eolas)
Las hijas del capitán. María Dueñas (Planeta)
Filek. Martínez de Pisón (Seix Barral)
Patria. F. Aramburu (Tusquets)
El manuscrito de fuego. García Jambrina (Espasa)
Mi pecado. Javier Moro (Espasa)
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NO FICCIÓN
NO FICCIÓN
Decir no no basta. Klein (Paidós)
El desengaño. R. Jáuregui (Almuzara)
Sin censura. Revilla (Espasa)
Un año en la antigua Roma. Néstor Marqués (Espasa)
El país de los pájaros... Fernández (Espasa)
Todos deberíamos ser femenistas. Adichue (Random)
Memorias del comunismo. J. Losantos (La Esfera)
Fernando VII. Emilio La Parra (Tusquets)
Por qué soy comunista. Garzón (Península)
Imágenes (...) desde Palencia. Luis Sendino (Autoedic.)
La España vacía. Sergio del Molino (Turner)
Leonardo da Vinci. Walter Isaac (Debate)
Morder la manzana. L. Dolera (Planeta)
El segundo sexo. Simone de Beauvoir (Cátedra)
Imperiofobia. Elvira Roca (Siruela)
Autrretrato sin mí. F. Aramburu (Tusquets)
La historia del heavy metal. O’Neil (Blackie Books)
Escuelas que cambian el mundo. C. Bona (Plaza&Jané
Clásicos para la vida. Ordine (Acantilado)
Memorias del comunismo. J. Losantos (La Esfera)
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Sábado 19.05.18 EL NORTE DE CASTILLA
QUINCE MINUTOS DE FAMA
ÁNGEL MARCOS
Silvano Coello Alonso Vallisoletano, dedicado plenamente al mantenimiento de pianos de concierto. Desde 1975 trabajé durante 33 años en el Auditorio Nacional de Madrid; ahora colaboro con la Orquesta Sinfónica de Castilla y León desde su inicio. He trabajado en diferentes actividades y este trabajo es el que me ha dado mayores satisfacciones. He conocido a los mejores pianistas de finales del siglo XX y principios del XXI; de todos he aprendido algo de la profesión y de la vida.
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Sábado 19.05.18 EL NORTE DE CASTILLA
Director: Ángel Ortiz Coordinador: Chema Cillero
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nciertos son los orígenes del concepto esnob, el más admitido lo hace derivar de la expresión latina ‘sine nobilitate’ (despojado de nobleza). Sea como fuere, desde finales del siglo XIX y principios del XX el término esnob hace referencia al individuo que simula más elegancia o más nobleza de la que tiene. De esa manera el esnobismo sería la representación de una distinción de la que el sujeto carece. Resulta evidente que todas las clases sociales practican el esnobismo en sus momentos ascendentes. Ya desde el Renacimiento, la incipiente burguesía imitaba a la nobleza, en realidad tendió a imitarla siempre. En el siglo XIX, la pequeña burguesía hacía lo posible por imitar a la alta burguesía, y durante un buen período del siglo XX la clase media estaba desesperada por imitar a la burguesía que le servía de modelo estético y cultural, hasta que llegó un cambio sorprendente en los hábitos sociales y el esnobismo se invirtió. Las primeras noticias que tengo de ello proceden de la novela ‘Adiós a Berlín’ de Christopher Isherwood, donde el narrador refiere una escena en la que se halla en un bar de estudiantes y le sorprende que algunos muchachos y muchachas vayan vestidos con ropas que no les corresponden y que parecen de la clase obrera. Por la misma época, a Elías Canetti le asombra que el dramaturgo Bertolt Brecht vaya vestido de obrero. En Berlín, en el período que va de una a otra guerra, está naciendo el esnobismo invertido, que consiste en imitar la estética de clases inferiores a la tuya. En lugar de vestir como los ricos, se trata de vestir como los pobres. Puede decirse que la época de entreguerras era ya parcialmente existencialista: Sartre publicó ‘La náusea’ en 1931, y su maestro Heidegger llevaba años siendo la referencia fundamental de la filosofía europea, ya que ‘Ser y tiempo’ había aparecido en 1927, pero resulta claro que el existencialismo no se convirtió en una moda hasta bien entrada la posguerra. Lo digo porque fueron los jóvenes existencialistas de la Rive Gauche parisina los que recuperaron el esnobismo invertido y se placían en ir vestidos con ropas compradas en el rastro: algunos imitaban la estética de los mendigos. El esnobismo invertido estaba haciendo furor. En la época en la que todavía América era la caja de resonancias de los inventos culturales de Europa, los existencialistas americanos, es decir los beatniks, empiezan también a practicar el esnobismo invertido sobre todo a
«Supuso el triunfo irónico de la estética de los pobres. Algo que muy rara vez había ocurrido en la historia»
:: ILUSTRACIÓN IRENE GRACIA
MITOLOGÍAS JESÚS FERRERO
El esnobismo invertido
partir de la aparición de la novela de Jack Kerouac ‘En el camino’ (1958), que leí fervorosamente al final de mi adolescencia. El esnobismo invertido pasó directamente a mi generación a través de los existencialistas, y de mi generación se expandió a todas las generaciones que han venido después, de forma que bien se puede decir que el esnobismo invertido ha sido una de las claves de nuestro tiempo, y lo sigue siendo en el presente. Hablamos de un movimiento que llegó para quedarse y que continúa muy vivo en el presente. Recuerdo que cuando era un chaval mis padres sufrían mucho cuando me veían vestido con ropas compradas en los mercados de los Traperos de Emaús. No podían entenderlo. Al fin y al cabo, tan solo unos años antes los bachilleres españoles íbamos vestidos como señoritos. Del esnobismo de toda la vida, habíamos pasado al esnobismo invertido. ¿Solo nosotros? Los muchachos y muchachas de ahora mismo que llevan los pantalones rotos en las rodillas y en otros lugares aún más sugestivos siguen la tradición del esnobismo invertido, que ya a partir de los años sesenta del siglo pasado empezó a ser asimilado por las grandes marcas. Como me dijo hace tiempo un modisto, las grandes marcas siempre se están inspirando en lo que ven por la calle. La gente normal (el ordinary people) inventa las modas que luego son plagiadas por los modistos de forma a veces muy descarada. Ha ocurrido siempre: las modas surgen en las calles y luego pasan a los escaparates de las tiendas. Aunque la tendencia a imitar la estética de la pobreza ha sido una característica de nuestra época, sus verdaderos orígenes son muy antiguos. Recordemos al filósofo cínico Diógenes (412-323 a. C), que ya practicaba el esnobismo invertido de forma bastante radical. Pero hablamos de momentos y personajes muy excepcionales. Si nos ceñimos a nuestro tiempo, el esnobismo invertido supuso el triunfo irónico de la estética de los pobres. Algo que muy rara vez había ocurrido en la historia.