León Felipe, el eterno exiliado

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NÚMERO 304 Sábado, 26.05.18

León Felipe, el eterno exiliado Zamora recupera la vida y la obra del poeta de Tábara en una exposición que celebra el cincuenta aniversario de su muerte en México [P2]

SOMBRA CIPRES LA

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Dedicatoria a Rafael de Penagos del poeta León Felipe en 1950. :: EL NORTE


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La conciencia trashumante

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ué lástima’ es un poema de León Felipe en el que se define como un «paria» que no tiene patria chica ni grande, ni casa blasonada, ni retrato de abuelo ganador de batallas. Es el lamento de quien está llamado a «cantar cosas pequeñas» y el estandarte de quien lo hace de manera magistral. Lo escribe en un pueblo de la Alcarria, en Amonacid de la Sierra, donde Felipe Camino García se transmuta en poeta, con nuevo nombre. Allí eclosiona el farmacéutico fallido, el cómico hastiado de bohemia, el reo que había saldado su pena con el áspero aprendizaje que aquello conllevó. Desde entonces y hasta el final de sus días escribió al margen de estéticas y grupos, siendo «el único de su generación», como decía Max Aub. ‘Outsider’ de España, de Castilla, de la literatura, murió hace medio siglo en México. Zamora, donde tiene la sede la Fundación que custodia su legado, lo recordará con una exposición y el Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, con un congreso. «Queremos difundir el personaje, hay gente que no le pone ni cara», explica el coordinador de la Fundación Alberto Martín. «Es un exiliado atípico porque se va en 1920 y tras la Guerra Civil, no vuelve a España. Durante la dictadura su poesía se prohíbe y luego ha pasado de puntillas. Les ocurrió también a Juan Larrea, a Pedro Garfias, a Menchina...

CARLOS AGANZO

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Retrato de León Felipe, que perdió el pelo muy joven y convirtió la boina en compañera inseparable. :: EL NORTE

uando falleció su esposa, su compañera Berta Gamboa, León Felipe vivió tal estado de frustración que decidió quitarse él mismo la vida. No lo consiguió. Sin embargo, la noticia de su muerte corrió como un rumor terrible por la España de finales de los cincuenta; hasta que Camilo José Cela lo desmintió con su célebre escrito ‘León Felipe no ha muerto’. Un tiempo después, el propio poeta enviaba al novelista una carta en la que le decía: «Además de ser un gran escritor, es usted una gran persona. Todos me lo dicen. Me gustaría ser joven para ofrecerle a usted una amistad verdadera. Así como ando no soy más que un puñado de huesos viejos y sin destino». León Felipe no murió entonces. Ni siquiera murió en 1968, cuando los médicos certificaron oficialmente su de-


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Recientemente ha sido recuperado por el mundo académico, se han publicado tesis y monografías. Por eso queremos acercar al personaje. Don Felipe será mostrado en todas sus facetas: como boticario, actor, traductor, conferenciante y poeta». La Fundación lo hace en colaboración con Acción Cultural Española (ACE). El Museo Etnográfico de Castilla y León estrenará en junio la muestra que en septiembre viajará a Madrid y en 2019, en versión reducida, itinerará por varias sedes internacionales del Instituto Cervantes. Para esta exposición han sido restauradas dos piezas de singular importancia. El álbum de fotografías de Berta Gamboa, «que recoge imágenes de la vida pública y personal del escritor y estaba en bastante mal estado» y el busto que Victorio Macho, amigo de juventud del poeta, le hizo en 1946 en Lima.

Poeta republicano de exilio temprano, León Felipe volverá simbólicamente a Zamora el próximo mes de junio, con una exposición que celebra los 50 años de su muerte en México

El inventor del futbolín

León Felipe, en el Madrid de los años treinta. :: EL NORTE

La Fundación se constituyó tras adquirir el Ayuntamiento de Zamora el legado de León Felipe que custodiaba su amigo, el editor e inventor Alejandro Finisterre. Este gallego al que debemos el futbolín –un juego para entretener a los niños mutilados que no podían jugar al fútbol– y un ingenioso pasapáginas para pianistas– se lo vendió en 2002 por 920.000 euros más una asignación mensual. Aún sin sede fija, dan pequeños pasos en la digitalización de

un fondo que incluye manuscritos, fotografías, obras artísticas y la biblioteca personal del poeta de Tábara. Cuando la muestra siga su camino en Madrid, el Instituto Castellano y Leonés de la Lengua entornará la puerta académica para revistar al autor que nos advirtió de que ‘Ya no quedan locos en España’. «Queremos reunir a los investigadores menores de 30 años que están trabajando

Un congreso a finales de año reunirá a los jóvenes investigadores que trabajan sobre la obra del zamorano

en distintos centros sobre León Felipe», anuncia su director, Gonzalo Santonja. «Constataremos las lecturas que se están haciendo hoy de su obra. Tras la muerte de Franco hubo una eclosión en la recuperación de los literatos en el exilio. Se puso el acento en los que pudieron volver y tuvieron un protagonismo personal como Alberti, Bergamín, Rosa Chacel o María Zambrano. Aquella

VICTORIA M. NIÑO

recuperación se centró en figuras de un exilio procedente de Cuba, México o Argentina. Pero hay muchos personajes al otro lado del Telón de Acero como César Muñoz Arconada o Arturo Soria y Espinosa en Chile. Esta visión de conjunto está aún por hacer». Si la «literatura es una cadena», toca reconstruir los eslabones de 50 años. «Ayudar a dar continuidad a esa cadena es la idea del congreso que se

celebrará probablemente a finales de este año con sede aún por determinar: puede ser en Burgos, en Salamanca o Valladolid». La ‘patria chica’ de León Felipe le dedicó en 1986 una monografía, dentro de la Colección Villalar de la Junta de Castilla y León, que firmaba Víctor García de la Concha, entonces profesor universitario que había publicado estudios sobre la poesía de la posguerra y sobre la de Santa Teresa. De la palabra del dolor y de la mística participó también León Felipe que, en cuestiones estilísticas, solo aceptó la herencia cervantina: «De todas las banderas poéticas que he visto en mi vida –y creo que las he visto todas– pasar por debajo de mi balcón, me he afiliado solamente a la de don Quijote». De la Concha recorre la vida de este viajero temprano. Palabras como camino, vagabundo, trashumante, veredas, guijarros, se repiten en la escritura de León Felipe, más que su campo semántico son su constante vital. Nacido en Tábara (Zamora) el 11 de abril de 1884, de padres vallisoletanos, contó la itinerancia familiar en verso: primeras letras en Sequeros (Salamanca), juventud sombría en la Montaña (Santander). «Él mismo, que mitificó tantos aspectos de su vida, se recuerda como ‘un estudiante distraído de esos que buscan y no encuentran’», apunta De la Concha. Volvió a la ciudad de sus padres,

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blogs.elnortedecastilla.es/elavisador/

«León Felipe no ha muerto» función. No murió porque su poesía, a pesar de olvidos, enredos, despistes, usuras y malas intenciones sigue viva y palpitante. La vida errante del poeta de Tábara, su propio desbarajuste biográfico, contribuyó no poco a propiciar esta situación de injusticia en las nóminas de la poesía española de su tiempo. Siendo joven, cedió a las presiones de su padre y regentó una farmacia en Santander, pero trató de compaginar este oficio con su trabajo como cómico en una compañía teatral itinerante y terminó pasando tres años en la prisión de El Dueso, acosado por las deudas. Tuvo una se-

gunda oportunidad en Valmaseda, pero prefirió ingresar en la bohemia primero de Barcelona y después de Madrid: «He dormido –escribió– en el estiércol de las cuadras, en los bancos municipales, / he recostado mi cabeza en la soga de los mendigos / y me ha dado limosna -Dios se lo pague- / una prostituta callejera». Consiguió publicar, con 36 años, su primer libro, ‘Versos y oraciones del caminante’, pero inmediatamente se marchó de España. Logró que le admitieran como administrador de hospitales en Guinea, pero a los tres años prefirió aventurarse a hacer las Américas. Después de dar mu-

chas vueltas por México y Estados Unidos, logró trabajo estable, a los 52, en la Universidad de Panamá, pero decidió regresar a España para luchar por la República... Nunca fue sencillo seguirle la pista. Tampoco nadie fue capaz de encuendrarle en una escuela, en una tendencia, en una generación. Aunque anduvo cerca de Unamuno y de Machado, no puede considerársele en absoluto miembro del 98. Y con el 27 no comulgó –con excepciones– ni afectiva ni estéticamente. En una carta a su discípulo Juan Larrea en 1951 le decía sobre Luis Buñuel, exiliado como él en México: «Es un bruto sádico

aragonés con un surrealismo trasnochado que aquí ahora suena muy bien con la nueva música de Sartre. (...) Esta noche le dan una cena a la que creo no asistiré». Antes que de todos ellos se sintió cerca de Cervantes, de Teresa de Jesús o de Juan de la Cruz. Pero definitivamente su estilo profético, visionario, «bíblico y prometéico» en la definición de alguno de sus críticos, estaba más cerca de Walt Whitman, de T.S. Eliot o de Emily Dickinson, a los que tradujo con aprovechamiento. Ni siquiera como exiliado fue un exiliado típico. La lectura pública del primero de sus libros de guerra, ‘La insig-

nia’ (1937), en el que mostraba su decepción por el bando republicano, le valió amenazas de muerte, y su regreso definitivo a México. Prohibido en la España de Franco, apenas su ‘Antología rota’ (1947), logró una cierta repercusión en España. Su defensa ‘bíblica’ de los oprimidos, de los humildes, de los desheredados, fue mucho más allá del encasillamiento político en el exilio republicano español. Ya lo había dicho desde el principio

Su defensa universal de los humildes fue mucho más allá del encasillamiento en el exilio republicano

con claridad en su poema ‘Romero solo’: «Poetas, nunca cantemos / la vida de un mismo pueblo / ni la flor de un solo huerto. / Que sean todos los pueblos / y todos los huertos nuestros». ‘¿Quién soy yo?’ Así se titula la gran exposición que este año, cincuenta después de su muerte física, se celebrará en Zamora y en Madrid. ¿Quién fue León Felipe? Eso mismo se preguntaba él, todavía en 1967, con 83 años, cuando publicó, ‘¡Oh, este viejo y roto violín!’, un extraordinario viaje postrero por la memoria, el sueño y la muerte. «No sé cómo puedes tocar el violín. / –Pues mira, ahora lo toco mejor que nunca. / Me voy a morir dentro de unos días…, / y un poeta moribundo / es cuando toca mejor el violín». Moribundo, roto, pero perfectamente audible en su singularidad.


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León Felipe y Carlos Arruza, caminos nuevos S

er en la vida/ romero,/ romero que sólo cruza/ siempre por caminos nuevos», caminos al lado de su sobrino el gran diestro mexicano Carlos Arruza, el Ciclón, hijo de su hermana Cristina y del sastre José Ruiz Arruza, nieto y tataranieto de españoles y con sus dos hermanos José Luis y Manuel (novillero con la vida prematuramente truncada por un disparo accidental de José) naciendo en la Península por deseo de sus padres, instalados en México desde comienzos de la década de los diez del

pasado siglo XX, deseo con Arruza truncado por las circunstancias de la época, cuando el viaje entre el Viejo y el Nuevo Mundo implicaba una larga travesía en barco. León Felipe, cuya familia tenía origen vallisoletano, fue uña y carne con su sobrino, en México considerado como torero español mientras aquí era tenido por torero mexicano, creador tan arriesgadas como las del ‘teléfono’, inaugurada por cierto en Valladolid, la ‘arrucina’ y ‘el pase imperial’, con un valor y un temple que lo convirtieron en el más des-

tacado rival en los ruedos de Manolete, pareja de éxito que se midió en mano a mano más de sesenta tardes y competencia que dio paso a una amistad verdaderamente honda, aunque sin pérdida de intensidad cuando se vestían de luces, porque los dos salían al ruedo a imponerse. Los comienzos de Arruza se mostraron tan difíciles como los de la inmensa mayoría de los toreros, un mundo donde todo, absolutamente todo, se conquista con la verdad por delante. Forjado como novillero por las plazas

del México insurgente bajo la dirección de Samuel Solís, matador retirado que en su momento alcanzó cierto relieve, tras tomar la alternativa a fines de 1940, al cabo de un par de temporadas pasables enseguida empezó a sentirse estancado y entonces decidió reorientar su carrera. Ese fue el momento en que su tío León Felipe le dio un consejo a la postre decisivo: «si quieres ser alguien en el Toreo tienes que irte a España», consejo que a algunos, al cabo de los años, quizás les haga cuesta arriba entender,

porque esto sucedía en la primera mitad de la década de los cuarenta, los años de la Victoria, en plena etapa fascista del franquismo y en la apoteosis del Estado Novo de Oliveira Salazar en Portugal, que fue por donde Arruza regresó a la Península, y regresó, digo, porque ya había probado fortuna, sin obtenerla, durante la guerra incivil, aspirante a la gloria en el Arte de los Temblores mientras el poeta de ‘Versos y oraciones de caminante’ se jugaba la vida blandiendo a favor de la España Leal la espada de la razón y la justicia, abocado este al exilio en tanto el Ciclón y su hermano Manuel cosechaban en Madrid críticas bastante acerbas. «Negro toro del llanto», escribió Miguel Hernández, con sus versos del pueblo cuajados de resonancias taurinas. Pues contra ese toro esgrimió León Felipe la espada de sus

GONZALO SANTONJA

poemas y oraciones de caminante: «En el principio creó Dios la luz … y la sombra./ Dijo Dios: haya luz/ y hubo luz./ Y vio que la luz era buena./ Pero la sombra estaba allí./ Entonces creó al hombre./ Y le dio la espada del llanto para matar la sombra ….». Y así, espada en mano, el Ciclón, se presentó el Ciclón en la Monumental de Las Ventas el 18 de julio de 1944, corrida de significado evidente, acartelado en esa ocasión azul con Antonio Mejías Bienvenida y Morenito de Talavera, figuras de manifiesta filiación ‘patriótica’, los tres, en cualquier caso, democráticamente medidos por astados de Muriel, reses de procedencia santa coloma


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A la izquierda, León Felipe durante un acto en apoyo a la II República. Arriba, en una trinchera de la Casa de Campo de Madrid, junto a su esposa Berta Gamboa. Placa de la farmacia de Santander que regentó hasta 1912. A la derecha, refugiados españoles del vapor Sinaia que llegaron a México en mayo de 1939. :: EL NORTE

y albaserrada, encastes con resonancias míticas. Fue el principio, porque, fiel al consejo de su tío, Carlos Arruza se afincó en España, pronto situado a la cabeza del escalafón en competencia, como ya he señalado, con Manolete. Y al volver a México, en el invierno de aquel mismo año, León Felipe literalmente se convirtió en su primer seguidor, romero otra vez por los caminos del pueblo, y romero, conste, que buscaba la compañía de la cuadrilla, compartiendo los azares de la ruta con mozos de espadas, banderilleros y picadores y el vino recio de las tabernas con peones y rancheros. Y que las plazas se guiaba por lo que le llegaba al alma, ajeno a sectarismos, por cierto, al igual que Indalecio Prieto, Pedro Garfias o José Alameda y tantos otros republicanos: –¿Qué torero de cuantos ha visto ha sido el que más le

ha gustado? –le preguntó Juan Cervera. –Me gustaba Manolete más que ninguno –respondió categórico. Los conversaciones entre tío y sobrino iban de lo divino a lo humano o, si se prefiere, de los toros y la poesía a los poetas. Valga una muestra: «Un día, como acostumbraba, Carlos vino por mí para ir a almorzar. Lo acompañaba aquella vez el tenor Pedro Vargas [que enseguida] empezó a quejarse y a decirnos: –Me duele el oído una barbaridad. Estoy preocupado. No sé qué pueda ser», a lo cual contestó el poeta «ten cuidado, puedes tener la otitis del tenor. Ve al otorrino cuanto antes». Entonces terció en la conversación Carlos Arruza: «–Oye, tío, ¿a los toreros nos puede pasar también eso? –No, hombre, vosotros recibís los aplausos al aire libre

y no hay peligro de otitis. –¿Y a los poetas os puede suceder? –Sí, a algunos, como a Pablo Neruda, les sale la otitis del tenor». La otitis del tenor, la vanidad del poeta: nunca padeció de esos males León Felipe, bardo que hizo de su casa una suerte de puerto franco, hospitalario hasta el extremo con sus compatriotas exiliados, porque él, casado con Berta Gamboa y admitido como uno más en México desde los años veinte, fue de uno los pocos, muy pocos, transterrados españoles en condiciones de ayudar. ¿Y volver a España? Pues Arruza, precisamente, se lo propuso en diversas ocasiones, y en una de ellas hasta llegó a comprarle el pasaje de avión. Pero, con todo preparado y hasta con la maleta ya hecha, el toro negro de la amargura corneó al poeta en el corazón. Según él mismo

Valladolid, a hacer el curso preparatorio para ingresar en la Facultad de Farmacia de Madrid. No fueron las fórmulas magistrales lo que le atraía sino las posibilidades que le brindaba la capital en su verdadera pasión, el teatro. Consintió el empeño familiar, incluso se doctoró, para dar rienda suelta a sus aspiraciones dramáticas hasta que la muerte de su padre en 1908 le ata en corto. La siguiente estampa es un León Felipe en la farmacia que monta su familia en Santander. Pero pasa más tiempo en la rebotica que en el mostrador y acaba arruinándose. En 1910 lo intenta con otra farmacia, pero al cabo de dos años huye el día antes de saldar sus deudas dejando plantados a sus prestamistas. Durante dos años vagará por Barcelona y Madrid, trabajando en pequeñas compañías hasta que le detienen y le devuelven a Santander para ser juzgado. «Viví tes años en la cárcel/ no como prisionero político/ sino como delincuente vulgar/ comí el rancho de castigo de ladrones y grandes asesinos...», escribe. Ahí comienza su identificación con los desposeídos y su fascinación por ‘Don Quijote’. De allí saldrá con la certeza de que lo único que verdaderamente le distingue es «la voz, el salmo, la canción». No parece plausible que sean tres años, pues entre 1916 y 1918 intentará de nue-

Como boticario, pasa más tiempo en la tertulia de la rebotica que en el mostrador

vo ser farmacéutico en Balmaseda. Iñaki Anasagasti en su ‘Bitácora de un político vasco’ detalla bien la vida de León Felipe en Bilbao, así como sus contertulios, entre los que estaba Rafael Sánchez Mazas y el pintor burgalés Javier Cortes. Por amor a una joven veraneante peruana, Irene Lambarri, protagonizará el último rapto romántico antes de volver a las calles de Madrid. Almonacid de la Sierra será el último destino del boticario Acepta un puesto de administrador de hospitales en Guinea Ecuatorial a pesar del éxito de su primer poemario, ‘Versos y oraciones de caminante’. Las vacaciones compensatorias de su estancia guineana reconducirán su vida a México gracias a la recomendación de Alfonso Reyes. Allí

encontrará a Berta Gamboa, seguirá a esta profesora de español a Nueva York, se casará y comenzará la alternancia de clases, traducciones, conferencias. Siete años en Estados Unidos y el resto en México, con algunas giras de recitales por Hispanoramérica. Conocerá de primera mano la euforia de la II República y el desastre de la Guerra Civil. Desde México organiza colectas para pagar el pasaje a sus compañeros de la ‘Hora de España’: Ramón Gaya, Gil Albert, Antonio Sánchez Barbudo y Lorenzo Varela que cruzarán el Atlántico a bordo del Sinaia. Santonja y Javier Expósito publicaron las cartas a su amigo Paul Rogers, hispanista de Cornell que le ayudó a conseguir los 6.000 pesos para los pasajes, en el volumen ‘Del éxodo y el viento’. Al heroísmo le siguió la resignación, el verso intimista después del grito. «La poesía no es más que un sistema luminoso de señales. Hoguera que encendemos aquí abajo, entre tinieblas encontradas, para que alguien nos vea, para que no nos olviden», dijo quien ha sido cantado por Paco Ibáñez, Serrat, Adolfo Celdrán o Aguaviva. Supo ‘todos los cuentos’, ironizó sobre ‘el hombre que tenía una doctrina’ y cautivó a las generaciones venideras. Volviendo al ‘Qué lástima’ inicial, no se lo pierdan en la voz de Héctor Alterio, cortesía de YouTube.

León Felipe, cuya familia tenía origen vallisoletano, fue uña y carne con su sobrino, el torero

reveló a su biógrafo Luis Rius, eso sucedió a comienzos de los años sesenta, poco antes de que el infortunio de la carretera cercenara la vida de Carlos Arruza. El torero había gestionado todo lo necesario para el viaje, consiguiendo levantar vetos y prohibiciones, para que su tío, «muchos meses obsesionado con la idea de la muerte, a la que sentía muy próxima», pudiera satisfacer la obsesión de «acabar su vida cobijado por la misma tierra en donde nació. Quería ver otra vez su pueblo, Tábara, del que algún amigo, hacía poco, le había traído una postal que le gustó mucho […]; quería volver al pueblo de su infancia, Sequeros [….]; quería volver, sobre todo, a la meseta castellana, el paisaje que mejor reconoce su alma …». Sin embargo, a pesar de tan fervientes deseos, en el momento de la partida, ya casi

puesto «el pie en el estribo», con su sobrino en casa y un coche a la puerta, León Felipe, atrincherado en la cama, «dijo que no se pensaba levantar … en toda la mañana». –Pero si el avión sale dentro de dos horas – le recordó el torero. –Es que ya no me voy a España –respondió categórico, en la vigilia de la noche vencido por la rabia de su trágica experiencia de la guerra incivil. León Felipe y Carlos Arruza, qué relación tan apasionante. Me ha costado trabajo encontrar su hilo de Ariadna, pero ya lo tengo y no lo pienso soltar. «Es el único poeta de nuestro tiempo que tuvo el valor de enfrentarse directamente con el silencio de los dioses», escribió Max Aub. Y no solo con el silencio de los dioses, también con las piedras del camino y con el misterio del toro. Continuará.

Fue de uno los pocos, muy pocos, transterrados españoles en condiciones de ayudar

Rafael Sánchez Mazas se cuenta entre sus amigos bilbaínos


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Federico García Lorca

Cien años de ‘Impresiones y paisajes’ E

n los primeros días del mes de abril de 1918 apareció un libro de prosas que un jovencísimo escritor granadino publica como resultado de varios viajes de estudios por España, junto a su profesor de literatura y otros alumnos de su promoción universitaria. Aquel aspirante a escritor, más aún, aquel poeta en ciernes que ahora salía a los escaparates de las librerías de su ciudad natal, llegaría a ser el más célebre poeta de su generación, la mítica Generación del 27, y su nombre figurará en la literatura española en un lugar de honor. Federico García Lorca iniciaba así su andadura por los territorios de la palabra, por la creación y por la belleza. ‘Impresiones y paisajes’ se publica en edición del autor con una portada del pintor Ismael Gómez de la Serna, muy del gusto de la época, con cierto aire modernista, y contiene las primeras prosas reunidas en forma de libro que el autor del ‘Romancero gitano’ dio a la imprenta. La cronología de los viajes de Lorca, en los distintos cursos de la Universidad, corresponde a los años 1916-1918. Es en el curso 15-16 cuando tiene lugar el encuentro intelectual del poeta con el profesor Berrueta, que será con quien realice los diferentes viajes de estudios que se inician el 8 de junio de 1916, visitando Úbeda y Baeza, donde se encuentra con Antonio Machado, profesor en el instituto de la localidad, y con quien comparte música de piano ( tarea habitual en estos viajes literarios). Ya en otoño, se inicia el segundo viaje, esta vez a Castilla, visitando algunas ciuda-

des como Ávila, Salamanca, Zamora, Burgos y Segovia. Al año siguiente, en abril, realizará el tercer viaje por tierras andaluzas, de nuevo celebrará un acto literario en el que participa Antonio Machado, leyendo poemas suyos y de Rubén Darío, en el que Lorca toca, como era su costumbre, el piano. Será el 15 de julio de 1917 cuando realice el cuarto y último viaje, esta vez visitando el Castillo de la Mota, Palencia, Burgos, Valladolid… entre otros lugares. Las andaduras viajeras de

GALERÍAS JOSÉ MARÍA MUÑOZ QUIRÓS

Federico García Lorca dieron su fruto en las prosas que van a ser parte del libro aparecido en los primeros días de abril de 1918, y es en este momento cuando el poeta, que ha elegido la prosa para iniciar su travesía literaria, reflejará su mirada inicial, sus comienzos, sus primeras preferencias, y nos irá envolviendo en la levedad de sus palabras, en la configuración íntima de su ser, observando las ciudades, los paisajes, los monumentos con el entusiasmo de un aprendiz que lo quiere mirar todo, saborear todo, ser parte de la entraña vital de la España que él recorre con sus compañeros de aventura intelectual. En el prólogo nos deja claras sus intenciones: «Reunir el misticismo de una severa catedral gótica con la maravilla de la Grecia pagana. Verlo todo, sentirlo todo…», eran sus anhelos de viajero por los territorios de la belleza que encerraba cada lugar, de la historia y la vida. «Hay que soñar. Desdicha-do del que no sueñe, puess nunca verá la luz… Este po-bre libro llega a tus manos,, lector amigo, lleno de humil-dad…» y con estas intencio-nes tan genuinas se lanza a proponernos «una flor más en el pobre jardín de la literatura provinciana…» con inocente crítica pero con certera aparente ingenuidad. Los distintos momentos que se viven en la lectura de este libro tan singular son vividos desde una melancólica mirada triste: «Verás cómo pasan cosas y cosas siempre retratadas con amargura, interpretadas con tristeza…» pero vistas y sentidas en su más profundo sentir, con un fuego espiritual que agranda

Federico García Lorca, posa durante una visita a La Alpujarra en 1918. Debajo, portada original de ‘Impresiones y paisajes’. :: EL NORTE

las cosas pequeñas ( en palabras del poeta). La primera parte del volumen de prosas es la más castellana, la más cercana a nuestros paisajes, la más vivencial, la que le sorprende de una manera más intensa. Ahí están Ávila, La Cartuja, san Pedro de Cardeña y otros textos cercanos a ese espíritu sobrio, íntimo y severo. Se abre el libro con el encuentro con Ávila, en una noche de octubre, en plenas fiestas teresianas. El texto abu-

l lense tiene todo el sabor sorp prendente de la primera imp presión mágica que debe p producir la ciudad de las mur rallas. Penetra con su observ vación en el alma pétrea y mineral de estos rincones que sabe saborear con los ojos del alma: «Poco a poco la noche va llegando, unos pinos se mecen airosos en la umbría y las cigüeñas de las murallas vuelan sobre una espadaña… Pronto el oro será plata con la luna». Las crónicas de la prensa de la ciudad dan testimonio del paso de Lorca por Ávila, de su dominio musical que demostró en la velada que tuvo lugar cuando pernoctaron entre sus muros: «Por la noche, estupenda velada en el instituto. Mariscal me presentó y toqué al piano cosas mías, que me aplaudieron y me felicitaron muchísimo…». Ávila es enorme, señala en el membrete de la carta enviada a sus padres desde la ciudad. Cien años cumple en estos días aquel libro primero que nos muestra la sutil mirada de un joven aprendiz de poeta.

La primera parte del volumen de prosas es la más castellana, la más cercana a nuestros paisajes Lorca penetra con su observación en el alma pétrea y mineral de rincones que sabe saborear con los ojos del alma


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COMIENZOS DE PELÍCULA

Pesadilla ‘El diablo sobre ruedas’

Filme de Steven Spielberg (1971)

LUIS MARIGÓMEZ

Dennis Weaver, en una escena del filme. :: EL NORTE

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l título original, ‘Duel’, lo relaciona con los ‘western’, el paisaje del desierto de Nevada, también. La originalidad viene de que la pelea es entre una enorme máquina rodante y un conductor que lleva un automóvil rojo. Hay muy poco más. Las referencias llevan también a Hitchcock (el desafío a plena luz: ‘Con la muerte en los talones’, y la escena de la cabina telefónica: ‘Los pájaros’); al mito de San Jorge y el dragón y, por supuesto, a ‘La Odisea’. Nunca se empieza desde el vacío. Spielberg demostraría después un olfato comercial y artístico que lo ha convertido en uno de los directores de cine fundamentales del último tercio del siglo XX, todavía en activo. Un señor sale de viaje en coche y adelanta a un enorme camión cisterna. El conductor sobrepasado se lo toma a mal y no deja de molestar al del automóvil hasta el final. Ese es el extracto de la película. Con esos poquísimos mim-

bres trabaja el director, en un ejercicio de minimalismo lleno de emociones elementales. Los primeros minutos están dedicados a la contemplación de las máquinas. El primer rostro aparece en el espejo retrovisor del coche al cabo de más de cuatro minutos del inicio. El protagonista (Dennis Weaver) es un tipo normal y corriente, con corbata, gafas y bigote, que ha dejado a la familia en casa, esperando su vuelta, un Ulises cualquiera, alguien con el que el espectador puede identificarse sin problemas. Al otro no llegamos a verle más que las botas. Es como si el monstruo reaccionara por sí mismo al desafío de que lo adelanten. Tiene un montón de ruedas, un color entre pardo oxidado y gris oscuro, y un tubo de escape en forma de chimenea que emite un amenazante humo negro. Es una pesadilla de la que no hay forma de escapar. La carretera sigue y sigue, a veces con túneles, otras con

cuestas, y hasta un puerto de montaña. A los lados hay gasolineras y restaurantes de carretera que ofrecen un alivio pasajero. Allí intenta el conductor encontrar ayuda, sin lograrlo. Los que viven a las orillas del camino no entienden su problema. Llama a su mujer desde un teléfono público y se disculpa por una discusión de la noche anterior.

No le cuenta nada de lo que ocurre. Desecha avisar a la policía por lo que parece desde fuera solo un malentendido. Primero intenta enfrentarse al conductor de la fiera, cuando cree que ha parado, igual que él, a descansar un rato. El camión está fuera, sin moverse. ¿Cómo identificar a quien no ha visto? Todos los clientes son parecidos, llevan bo-

tas de caña, camisa y sombrero. Beben cerveza, mientras nuestro héroe toma agua con una aspirina. Se la juega y se enfrenta a uno. Arma jaleo y le echan de allí. No era quien buscaba. Es lo más cerca que está de saber lo que ocurre. La amenaza, y luego los ataques, no tienen explicación. No ha hecho nada que no hubiera hecho cualquier otro. Todos

podríamos ser culpables. ¿De qué? La película es un monólogo de muy pocas palabras. No hay conversación posible con el enemigo. La gente que aparece alrededor no ve el conflicto, no le cree. David tiene que arreglárselas solo para escapar de quien le persigue con inexplicable saña. El mismo espectador se convence solo poco a poco de que su problema es real. El camión le da paso al coche cuando viene otro vehículo de frente, le empuja ante una barrera ferroviaria mientras pasa un tren… Por fin, destroza una cabina telefónica cuando el héroe se decide a llamar a la policía. Estas persecuciones del grande contra el chico se convertirán en parte fundamental del cine de Spielberg, lleno de personajes que huyen de corporaciones, de mecanismos que quieren acabar con su singularidad: ‘Atrápame si puedes’; ‘Minority Report’; ‘La terminal’; ‘E.T’; incluso ‘Lincoln’ tiene ese aspecto clave. Lo peculiar de esta primera variación es que el héroe no destaca por nada. No es un ladrón, ni un policía brillante, ni un viajero que se ha quedado sin país, ni un extraterrestre, ni un presidente que quiere hacer un cambio fundamental en el estado… Es un tipo normal que solo quiere llevar a cabo su trabajo y volver a casa a tiempo para cenar con la familia. Ni siquiera es simpático. Solo se convierte en héroe cuando se ve obligado a enfrentarse al monstruo. Como buen americano, no rehúye el desafío, a pesar de la incomprensión que le rodea. Nadie entiende lo que le ocurre y mucho menos le apoya. El final es el adecuado a sus méritos. La planificación de las imágenes está muy elaborada. Planos del rostro de David en los espejos retrovisores del coche, de la maquinaria del camión desde abajo, ‘travellings’ laterales de los dos vehículos, los rostros de las figuras secundarias –no llegan a personajes– con expresiones claras desde que aparecen. El tiempo de cada plano está medido con una precisión envidiable, con el propósito de producir emoción, intriga, malestar en el espectador. La sutura entre ellos es clásica, eficacísima. Funciona como un cuidadoso trabajo de fin de estudios, de principio de una carrera larga y muy fructífera, no solo para la industria, también para lo que de expresión artística tenga el cine. Buena parte del cogollo del cine de Spielberg está ya en esta primera obra, su mezcla de riesgo –una película casi sin personajes– y conservadurismo –esos finales siempre felices–; su atención a la gente corriente como protagonista de sus películas; su capacidad para seducir al espectador.


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n actor nos deja una filmografía. Un piloto nos deja un palmarés. Steve McQueen nos ha dejado ambas cosas y mucho más. Esa necesidad de ser el mismo y también de ser otro hará de él un actor. La pasión por los motores, por la velocidad, le convertirá en un verdadero piloto. La simbiosis de ambos aspectos en leyenda, en el rey del cool. Vivió deprisa, muy deprisa. Su vida es en sí una película, y sus películas obras de culto. Como ‘Bullit’, hace medio siglo, si, en ese mágico 1968 nació la más trepidante persecución del cine. Un antes y un después al que nos llevó un Mustang con McQueen al volante. Motor, sonido, acción a fondo, siempre a fondo…. El 17 de agosto de 1968, en las salas de cine americanas, los aficionados a las sensaciones fuertes se pegan al respaldo de sus asientos. La escena

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Bullit, la eterna persecución del ‘King of the Cool’ de acción de unos diez minutos entre un Ford Mustang y un Dodge Charger embarca a los espectadores en una agotadora persecución cuyo realismo atraviesa la pantalla. Habrá que esperar al 30 de abril de 1969 para que ‘Bullit’, el

‘thriller’ realizado por el británico Peter Yates con guion de Alan R.Trustman y Harry Kleiner, basado en la novela ‘Testimonio Mudo’ (‘Mute Witness’) de Robert Pike, sea estrenada en las pantallas españolas. Miles de espectado-

res hacen cola para ver a McQueen, en el papel del inspector Frank Bullit, enfrentarse con los asesinos del Dodge. Bullit ha de proteger a un criminal arrepentido que debe prestar testimonio ante una comisión del senado que in-

vestiga el sindicato del crimen. El testigo es asesinado y las cosas se desarrollan muy lejos de las previsiones, con el fondo musical de Lalo Schifrin (autor entre otros clásicos de la melodía de Misión Imposible) entremezclado con

ARTE EN MOVIMIENTO SANTIAGO DE GARNICA

el sonido de los V8. Motores… En la película coinciden dos apasionados del automóvil. Por un lado Peter Yates, antes de dedicarse al séptimo arte, había sido manager de famosos pilotos como Peter Collins o Stirling Moss. Por


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Carey Loftin fue el responsable de reforzar los Mustang para que aguantaran los saltos. A la derecha, la persecución se realizó a velocidad real, una de las claves de su impacto. Debajo, cartel de la película y Steve McQueen y Jacqueline Bisset durante el rodaje.

otro, Steve McQueen, con un buen palmarés como piloto y ya una estrella que acaba de recibir un Oscar por ‘El caso Thomas Crown’ (dirigida por Norman Jewison y con Faye Dunaway como partenaire) y que tiene en su currículo premiadas películas como ‘La Gran Evasión’ (1963) o ‘El Cañonero del Yangtze’ (1966). En ‘Bullit’ sus compañeros de reparto son Robert Vaughn y Jacqueline Bisset, junto a Don Gordon, actor presente en varios filmes de McQueen. Y un Ford Mustang Fastback GT 390 de 320 CV que en manos de Steve McQueen se transforma en una estrella hollywoodense. Por cierto que, enfurecido el actor ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo financiero con Ford, retirará los anagramas identificativos, incluido el del famoso caballo que da nombre al coche. ¿Un Mustang? En el rodaje en realidad se utilizan dos,

y sendos Dodge Charger, el coche de los gánsteres que termina ardiendo en una gasolinera. Por cierto, el conductor del Charger era el especialista Bill Hickman. La escena de la persecución se rodará durante tres semanas. Aunque las escenas más difíciles las realiza el especialista y amigo de Steve, Bud Ekins (es el mismo que saltó por encima de la alambrada con la Triumph TR6 Trophy en ‘La gran evasión’), McQueen cogerá el volante en todas las ocasiones que le es posible, y le deja la seguradora de la película. La clave de la persecución es la velocidad y ahí es donde ‘Bullit’ marca un antes y un después. La costumbre era rodar a velocidad baja, para reducir riesgos, y luego acelerar las escenas a la hora del montaje. Sin embargo la idea del equipo era hacerlo a una velocidad real, entre 120 y 130 km/h de ahí que las escenas logradas tengan un realismo insuperable. Aquí hay que destacar el trabajo de Carey Loftin, clave en ‘Bullit’. Loftin era otro apasionado (había sido piloto de motos) como Yates o McQueen, e intervino en muchas películas donde fueron clave sus conocimientos mecánicos y como especialista: sus trucos al volante en la película ‘El contrabandista’ (1958), de Arthur Ripley, son

co considerados como pio pioneros por su realis lismo, sin olvidar su tr trabajo en ‘Grand Pr Prix’ (1966), de John Fr Frankenheimer, o en ‘El diablo sobre ru ruedas’ (1971), de S Spielberg, donde es eel conductor del cam mión cisterna. Y en ‘B ‘Bullit’ será Loftin q quien diseñe la p persecución, un rrecorrido a lo larggo de una variedad de avenidas emblemáticas de San Francisco y que, una licencia cinei no es lineal. matográfica, Los Mustang y Charger se doblaban en los saltos y hubo que reforzarlos en el garaje de Max Balchowsky, amigo de Loftin. Una labor ni fácil ni barata, Se modificaron a nivel de carrocería y de suspensiones, y se equiparon de soportes para las cámaras (algunas de ellas pasarían a mejor vida durante el rodaje). El propio McQueen marcó con una cinta adhesiva la zona del cuen-

tavueltas para controlar la zona de sobre régimen del motor. Los coches que portaban las cámaras para rodar la persecución fueron uno de los Old Yeller de carreras de Max Balchowsky, y un Corvette, transformado por el propio Balchowsky.

Cambio de Mustangs Uno de los Mustang, el utilizado para las escenas de mayor acción, terminó en un estado lamentable. Se perdió su pista y, en 2017, sería descubierto en un desguace en México. El otro, mucho menos deteriorado, ha tenido una trayectoria más conocida y se ha mantenido en un 98% en su estado original. Tras el rodaje, en 1970 se lo ceden a un empleado del Warner Bros que lo revendió a un policía de New Jersey por 6000 dólares. En 1974, Robert Kiernan se lo compra para utilizar, junto con su esposa, en el día a día de la familia. En 1977 McQueen se entera de que los Kiernan tienen el coche y les ofrece un cambio: el Mustang por otro en perfecto estado.

Quiere incorporar el 390 GT a la colección de 138 motos y 35 coches que posee. Pero sus dueños no aceptan y el actor muere el 7 de noviembre de 1980, de un cáncer, sin lograr su propósito. En 1981 el embrague del Mustang, el contador marca 65.000 millas, se rompe y el coche, como tantos otros en su situación, queda parado en el garaje de la familia. Kiernan piensa en restaurarlo pero el tiempo pasa… Robert muere en 2014 y su hijo Sean saca el coche de su largo sueño y lo pone otra vez en marcha pero, afortunadamente, no emprende ninguna de esas reconstruc-

Cuando Ford lanza su serie especial Bullit, Molly, nieta de Steve McQueen, se sienta al volante del 390 GT que su abuelo condujo

ciones que borran las huellas de la vida de un coche cargado de historia. Así conserva la pintura de origen (Dark Highland Green), y las heridas de la película. Podría valer varios millones de dólares en una subasta pero Sean Kiernan no piensa caer en la tentación del dinero. Eso sí, contactará con Ford y cuando la firma del óvalo lanza el Mustang 2018 en su serie especial Bullit, organiza un encuentro emotivo: Molly, la nieta de Steve McQueen, se sienta al volante del 390 GT que su abuelo condujo en la más legendaria de las persecuciones cinematográficas. Hoy, medio siglo después, Bullit sigue siendo un referente a la hora de construir una persecución cinematográfica e incluso ha servido como inspiración de persecuciones de naves en películas de ciencia ficción. Y, por encima de todo, nos queda la mirada de McQueen, asomado a la ventanilla del verde Mustang, un trono de leyenda para el eterno ‘King of the Cool’.


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LECTURAS

DICENTA, ‘JUAN JOSÉ’ Y LA PROTESTA SOCIAL Renacimiento reedita ‘Espumas y plomo’, los artículos periodísticos del alicantino LUIS ANTONIO DE VILLENA

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ara la gente de mi generación, los que llegamos a la Universidad (una Universidad mucho mejor que la de ahora) hacia 1968, apenas después del ‘mayo francés’, el constructo ‘poesía social’ estaba tan vivo como, literariamente, devaluado. Hacía falta luchar por las libertades, pero ‘lo social’ –literariamente– había devenido un mero panfleto. Incluso se citaba poco al gran Blas de Otero o al Antonio Machado comprometido, sino era por las cancioncillas breves de Serrat. Los dioses merecidos eran Miguel Hernández (el segundo héroe republicano de la horrible Guerra Civil) y Gabriel Celaya, un tipo cordialísimo, al que conocí muy poco después, ambos cantados también por el hoy muy envejecido Paco Ibáñez. La poesía se movía mucho en la voz de los cantautores: ¡Pena que no surgiera de inmediato Allen Ginsberg entre nosotros! Re-

Joaquín Dicenta, fotografiado por Christian Franzen (1908).

citaba espléndidamente… Muchos ignoraban (y temo sigan ignorando) que ni la poesía social ni la literatura comprometida eran, en absoluto, novedades. En los años 20 ya se puso de moda la literatura ‘engagée’ –comprometida– que pudo tener hasta ribetes surrealistas, y donde estuvieron, en no pocos momentos (por citar nombres muy evidentes) Rafael Alberti, Pablo Neruda o aún más alto, el gran Vallejo. Pero la conciencia o la es-

critura social, de protesta contra la explotación del débil y el orden burgués, venía aún de antes (y por ceñirme a España) muy nítidamente desde fines del siglo XIX, entreverada esa protesta con la literatura nueva esteticista y decadente. Nuestro gran prohombre de ese momento –al que estamos rescatando ahora– fue Joaquín Dicenta (1862-1917). Dicenta , de familia alicantina y en Alicante murió, nació de paso en Calatayud, así es que algo de

aragonés tuvo. Hizo su carrera de autor prolífico, articulista, dramaturgo y novelista en Madrid con resonante éxito, en general, y una leyenda –en buena medida cierta– de hombre muy apasionado, aventurero, voluptuoso y dado al alcohol y a las hembras. Dicen que murió alcoholizado y como ateo confeso que era, fue enterrado (pequeña sino gran paradoja) en el cementerio civil de Alicante, que se llamaba de ‘San Blas’. Republicano y

convencido de que había que defender a los explotados, Dicenta fue concejal unos años –desde 1909 y por Latina– en el Ayuntamiento de Madrid y muy pronto –desde 1897– había dirigido una revista semanal de claro tinte reivindicador, los primeros tiempos de ‘Germinal’, cuna de naturalismo. En un artículo de principios de siglo, Dicenta –que a menudo está tentado por un modernismo socialista– escribe: «por las calles llenas de hombres y vacías de humanidad». Muy pronto obtiene un gran éxito teatral con el drama social, ‘Juan José’ (1895) que más tarde incluso convirtió en novela, y que sigue siendo su obra de referencia. Aunque tenga otras no menos notables como ‘Aurora’ (1902) o antes incluso la zarzuela ‘Curro Vargas’ (1898). Pero para otros, algo de lo mejor de Joaquín Dicenta está en sus muy notables artículos, a menudo recogidos luego en libro, como el que acaba de reeditar Renacimiento (con introducción de José Ramón Trujillo) ‘Espumas y plomo’ –excelente título– subtitulado ‘Cartas sin sobre y otras crónicas sociales’. Los artículos que tratan sobre las espantosas condiciones de los mineros en Linares o en Almadén, resultan escalofriantes, pese a que se nos diga que lo que se pinta y comenta, no es en absoluto, lo peor de lo que se puede ver en aquellos lugares de enfermedad y miseria. ‘Espumas y plomo’ se editó por vez primera en 1903 y abre una línea, desdichadamente fértil, que incluye otro volumen notable, al menos, como ‘Los de abajo’ de 1913. Además hay un excelente libro de viajes, ‘Por Bretaña’ (1910) que tampoco esconde el compromiso. En uno de los

EL FUTURO DEL PROGRESISMO Lilla hace una reflexión sobre el arte de la política que se debería colgar en las aulas de Ciencias Políticas

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n las elecciones norteamericana las consecuencias no solo fueron unas medidas concretas contra un sector importante de la población, además de una errática política exterior de incalculables consecuencias mundiales, sino que también

ha servido para que se discuta el papel de la oposición, el partido demócrata, en aquellas elecciones. Por ello es importante, a mi modesto entender, el libro del pensador de la Universidad de Columbia Mark Lilla ‘El regreso liberal’. Importante por lo que dice de las administraciones republicanas y demócratas, por lo que dice de la administración de Reagan y por lo que ofrece como alternativa a los gobiernos reaccionarios y, sobre todo, al de Trump. Pero a su vez, Mark Lilla no ofrece ninguna alternativa teórica de fácil digestión para las mentes extremadamen-

J. ERNESTO AYALA DIP

te delicadas y sensibles a lo políticamente incorrecto. El autor hace una defensa de la necesidad de recuperar las señas de identidad de lo liberal. O del progresismo sin trabas impuesto por lo políticamente correcto o la ideología de las identidades. Las administraciones republicanas no hicieron, aparte de la

demagogia del pan para hoy y hambre para mañana, más que exacerbar el afán de lucro, el individualismo y el sálvese quien pueda. Pues bien, ¿qué hizo entonces el progresismo bien intencionado? Orientar su lucha hacia la recuperación de lo identitario: por el color, por el sexo, por su lugar de origen, etc. Lilla no critica que se haya hecho esto, sino que solo se hubiera hecho esto sin que a la par se hiciera algo para que el votante medio recuperara su sentido de la comunidad, de la solidaridad con el demos. Sólo si se lee con anteojeras, este libro nos puede parecer

EL REGRESO LIBERAL Autor: Mark Lilla. Ensayo. Ed: Debate. 152 páginas. Precio: 17,90 euros

reaccionario. No lo es. Lilla sólo intenta recuperar las señas de identidad del auténtico progresismo. Nos dice que las administraciones demócratas cerraron su ciclo de gobernanza sin abrir otro. Tal fue el caso de Jimmy Carter,

ESPUMAS Y PLOMO. Cartas sin sobre y otras crónicas sociales Joaquín Dicenta. Edición de José Ramón Trujillo. Editorial Renacimiento. 2017. 188 páginas.

artículos de estos libros, escribe Dicenta: «Al cabo de diecinueve siglos de emplearse como panacea, la caridad, que sería una virtud sublime, si no fuera una virtud perfectamente inútil, ha hecho bancarrota». Él es quien exige Justicia, como solución, y no Caridad, que parece arreglar, cuando hurga en la llaga. La parte primera del libro, la que respondería a ‘Espumas’, relata su viaje naval de Barcelona a Canarias, si algo más amable, no menos denunciador y sin embargo escrito siempre en una muy cuidada prosa (hasta con sesgos preciosistas) que nunca podría tildarse de llana o panfletaria. No, la ‘literatura social o comprometida’ no empieza con quienes se oponían al final y ya decaído franquismo, pues tiene en nuestras letras una trayectoria muy rica. Hasta Cernuda ensayó ese tipo de compromiso con un poema titulado ‘Vientres sentados’. Por lo demás, Joaquín Dicenta por doble vía –se casó dos veces– es el origen de toda la saga de escritores y actores de su apellido, que llegan hasta hoy mismo. Pero él es dovela, maestro y origen.

de Bill Clinton, de Barak Obama. Que las élites demócratas practicaron el tan desgraciado «fly over country». Es decir, solo se ocuparon de los votos (y de las necesidades) de las clases medias de la costa este y oeste y dejaron desguarnecidos el centro del país donde viven los trabajadores industriales y los granjeros. Hace una reflexión sobre el arte de la política que me parece que se debería colgar en todas las facultades de Ciencias Políticas: «Uno se mete en política para resolver los problemas del país que existe, no el país que desearía que existiera». Pues eso, recomiendo este libro a politólogos y políticos que quieran ocuparse del país en el que viven y no en el que quisieran vivir.


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ÉTICA ESTÉTICA Humor y poesía, las mejores virtudes de los aforismos de Manuel Neila, que recoge en ‘El juego del hombre’ JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN

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l auge actual del aforismo entre los escritores españoles debe mucho a la figura de Manuel Neila. Poeta, traductor, ensayista, le ha dedicado al género importantes estudios, recogidos en el volumen ‘La levedad y la gracia’, y diversas antologías; además ha editado o reeditado a los principales aforistas en la colección ‘A la mínima’, que se publica bajo su dirección. Es también Manuel Neila un destacado cultivador del género. A sus ‘Pensamientos de intemperie’ (1912) y a sus ‘Pensamientos desmandados’ (1915), añade ahora una nueva serie, ‘Pensamientos del malestar’, y con ella completa la trilogía que ha titulado ‘El juego del hombre’ y subtitulado ‘Discordancias’. Manuel Neila, como aforista, descree del ingenio y desdeña la ocurrencia fácil («No hay tonto más molesto que el ingenioso», afirma citando a La Rouchefoucauld), aunque a veces –algo que parece inevitable después de Gómez de la Serna–

incurre en la greguería: «Hay erratas y erratas. Las últimas deberían escribirse con hache». Conoce bien, y alude a ellos con frecuencia, a los maestros del género, especialmente a los moralistas franceses y a autores como Lichtenberg o Nietzsche, de quien procede el título, ‘El caminante y su sombra’, de la serie dialogada dispersa por los diversos capítulos de ‘El juego del hombre’. Aunque a menudo toca temas filosóficos, su especialidad es la crítica de la sociedad contemporánea. La sociedad de masas, la sociedad del capitalismo avanzado encuentra en él uno de sus más radicales detractores. A veces esa crítica se concreta en el mundo literario, en el que, como él mismo diría, no deja títere con cabeza, aunque sin citar nombres. Los que podríamos llamar metaaforismos, o aforismos sobre el propio aforismo, son también abundantes. Llama la atención, en un estilo un tanto arcaizante, el abundante uso de las inter-

EL JUEGO DEL HOMBRE Manuel Neila. Renacimiento. Sevilla, 2018.

jecciones, que lleva a un cierto amaneramiento. Cito algunos ejemplos: «Los mediocres de la clase media atribuyen sus errores a la debilidad de la condición humana… Y ¡hala!, a seguir errando», «A los cuarenta años, la vida nos parece una tragedia de Esquilo. A los sesenta, una tragedia de Sófocles. Y a los ochenta… A los ochenta, ¡ay!, posiblemente nos parezca una comedia bufa de autor desconocido», «(Más ética y menos cosmética). Lo contrario, ¡helas!, es el camino hacia la servidumbre voluntaria. Y, ¡hace!, todos contentos». Como «jacarandosos» califica a los artistas de la sociedad «lúdico-masiva». Los moralistas franceses, en contra de lo que parece indicar la expresión con la que se los conoce, no se dedicaban a moralizar, sino a reflexionar sobre las costumbres de la sociedad de su tiempo. Como ha escrito Carlos Pujol, «es dudoso que sean edificantes, más bien tienden a cierto cinismo desengañado y de buen tono». Manuel Neila, por el contrario, adopta con frecuencia un aire de predicador. La literatura contemporánea, repite a menudo con distintas palabras, ha renunciado a ser arte para convertirse en entretenimiento. ¿Pero es ese el rasgo de la literatura contemporánea o de la literatura de cualquier tiempo? En los años veinte no solo publicaban novelas Gabriel Miró o Benjamín Jarnés; los más vendidos eran Pedro Mata o El Caballero Audaz. Al criticar al mundo actual, incurre Manuel Neila

Manuel Neila. :: JUAN CARLOS ROMÁN en la falacia, bastante común, de compararlo con un imaginario pasado que no ha existido nunca. Un ejemplo: «A decir verdad, el vicio más ex-

tendido durante los últimos años, y del que menos se habla, es el vicio supremo de la vulgaridad». Una frase cierta, pero que ya era cierta en

tiempos de los romanos (releamos a Juvenal o a Horacio) y me imagino que también en el antiguo Egipto. Aunque resulte difícil definir el género, parece claro que no todos los textos que Manuel Neila incluye en ‘El juego del hombre’ –título un tanto ‘vintage’: hoy tendemos a no utilizar ‘hombre’ para referirnos al hombre y a la mujer– pueden considerarse tales. Es el caso de las notas dedicadas a Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado o Gabriel Insausti, que más bien parecen borradores para la solapa de alguno de sus libros. Y aunque en el ‘Glosario del descreído’ que figura como apéndice, los términos se definen como en un diccionario («Azar: Una de las pocas eventualidades que podemos dar por seguras»), resulta dudoso que se pueda considerar como aforismo personal una definición que parece tomada de la Wikipedia: «El término ‘empatía’ (del griego ‘empathés», ‘emocionado’) es la capacidad cognitiva de percibir lo que otro individuo puede sentir. También es un sentimiento de participación afectiva de una persona en la realidad que afecta a otra». Solemnizar lo obvio es uno de los riesgos que acechan al Manuel Neila aforista; otro, un cierto tono moralista. Acierta cuando abandona la crítica de brocha gorda –sus discordancias son a veces muy concordantes con las de ciertos telepredicadores– y se deja llevar por el humor («Cualquier político sabe que a la masa hay que agitarla antes de usarla») y la poesía, las dos armas favoritas de la inteligencia: «Relámpago verbal, el aforismo vuelve visible la noche y audible el silencio».


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LECTURAS

UNA VACA Y UNO DE HACIENDA, EL HUMOR IRREVERENTE DE NEVILLE Un volumen reúne los relatos en los que el escritor volcó su espíritu vitalista y hedonista CRISTÓBAL VILLALOBOS

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oven, guapo y con Bugatti, un raro ejemplar en medio de aquella España en alpargatas, así recuerda Manuel Vicent a Edgar Neville, escritor, cineasta, diplomático… un ‘bon vivant’ de «varonía imperiosa», como describiría Ruano su afición por el género femenino, que no cesó de hacernos reír aún después de muerto: «Aquí yace Edgar Neville, que por fin se quedó en los huesos», dejó como epitafio riéndose de la gordura que le acompañó en sus últimos años. Miembro de ‘la otra Generación del 27’, junto con Miguel Mihura o Jardiel Poncela, fue un aristócrata «criado con biberón de leche de ele-

fante traído de la India» (Ramón Gómez de la Serna), que pronto se cansaría del derecho, las oposiciones y la carrera diplomática, que abandonó por un Hollywood aún primitivo en el que se convertiría en el alma de las fiestas organizadas por Douglas Fairbanks y Charles Chaplin, con el que también solía jugar al tenis. Conde de Berlanga de Duero, regresaría a España para alinearse con el bando nacional durante la guerra, no sin pasar alguna penalidad por su pasado liberal. Desde entonces, y hasta su muerte en 1967, nos dejó una serie de notables películas, novelas, obras de teatro de éxito, centenares de artículos, algo de

CUENTOS COMPLETOS Y RELATOS RESCATADOS Edgar Neville. Abril de 2018. Editorial Reino de Cordelia. 568 páginas. Precio: 32,95 euros.

Edgar Neville. :: EL NORTE

EL TALISMÁN DE LA COSTURERA

TEORÍA NARRATIVA

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n su novela ‘Jerusalem’, próxima a aparecer en español, Alan Moore escribe un capítulo entero, narrado por la loca hija de James Joyce, Lucía, al estilo del ‘Finnegans wake’. La primera novela de Moore se titula ‘La voz del fuego’, y tengo la sospecha de que el libro debe su título a la frase ‘nor avoice from afire…’ –‘no era voice del afuego…’, en la traducción o in-

terpretación de Marcelo Zabaloy–, del segundo párrafo del ‘Finnegans wake’. Beckett dijo del Finnegans: Cuando el sentido es sueño, las palabras se van a dormir. No sé si estoy del todo de acuerdo con el dramalurgo. Tampoco es que haya entrado muy hondamente en el ‘Finnegans’. Este es el quinto intento, con la traducción, después de cuatro fracasos estrepitosos al acometer el original. En la se-

mana de lectura, apenas he alcanzado un par de párrafos más allá del lugar dónde lo abandoné la última vez. Pero creo que esta vez persistiré. Quizás porque Zabaloy ha sabido encontrarle un ritmo parecido al original, y aunque las dificultades léxicas no se esfuman, son menos frustrantes. Es más fácil –no fácil: más fácil– ver hacia dónde podrían apuntar las palabras en esta versión ‘española’. En reali-

LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

VIAJE AL CENTRO DE LA BOTÁNICA :: SUSANA GÓMEZ Las mágicas, las indecisas, las estrelladas o las malolientes. Las acorazadas, las purificadoras, las ancianas, las transformables, los falsos gemelos, las oscuras… podrían ser personajes de un cómic o los súper y antihéroes de una saga,

pero esta vez se trata de plantas y flores. Atento a una clasificación prieta de formas y colores, el álbum conforma un delicioso y divertido herbario, en cuyas doscientas páginas en papel mate y tonalidad exultante se dan cita la correhuela y el aliso; la uva-

ria grandiflora y la belladona; la cebolla; la katsura; el guisante tuberoso; la flor de cananga; la barba del viejo (o epifito); la higuera estranguladora (epifito al principio y parásito después) y un largo listado de ejemplares botánicos. Al igual que hiciera con sus

poesía y unos cien relatos recogidos en seis libros. Hoy, medio siglo después de su muerte, la editorial Reino de Cordelia reúne todos sus relatos en un maravilloso libro, de edición exquisita, que rescata dieciséis relatos no publicados en libro y que el editor, José María Goicoechea, ha encontrado en las revistas en las que colaboró Neville, cabeceras míticas de la historia literaria española como ‘La Codorniz’ o la ‘Revista de Occidente’. Algunos de los relatos vienen acompañados, en la edición de Cordelia, de las ilus-

CIRO GARCÍA

dad el meollo de la cuestión está en que, el ‘Finnegans’, es una novela-poema-trabalenguas-mantra-encantamiento (noemantlenguamiento) en la que el autor del ‘Ulises’ escribe como Lewis Carroll escribe alguno de sus poemas – el Jabberwocky, por ejemplo–, aunque sin dejar ser el autor del ‘Ulises’. Y así hay que leerla. Y no hay mucho más. Ni menos. El lenguaje desenroscándose, saliéndose

de los límites del significado, pero no del significado. A veces salta la escena, la imagen. A veces algo parecido a una canción. No lo inventaron ni Carroll ni Joyce: los hechiceros y los niños inventan palabras y ritmos en sus ensalmos y juegos. Moore habla del poder hechicero del lenguaje, de su capacidad para crear y cambiar realidades. ¿Qué realidad inventa un lenguaje que se reinventa a sí mismo? Burroughs dice que el lenguaje es un virus responsable de la conciencia-realidad. Dawkins, reputado biólogo, y Dennet, filósofo de la ciencia, dan al lenguaje una importancia capital en el ori-

gen de la conciencia y la evolución humanas. Introdujo el primero y desarrolló el segundo el concepto, un tanto difuso, no aceptado por todos, pero atractivo, del meme: Puede ser tanto una idea sobre la nación, el amor, o el modo de usar los cubiertos, como esa tonada molesta que nos llega de mañana, o ese pensamiento repetitivo, repulsivo, del que no nos podemos librar. O las Meninas o la Odisea o la Novena sinfonía. Simplificando: ladrillos culturales que construyen la realidad. Caitlin R. Kiernan, en su fundamental novela ‘La joven ahogada’, equipara el meme con el encantamiento. Como Lu-


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traciones originales, obras de arte realizadas por Tono, Mihura, López Rubio o Lorenzo Goñi, que dotan de un valor añadido a la fabulosa edición, en la que Neville sorprende constantemente al lector actual con un humor de profunda tradición española, a la vez que universal, con el que se adelanta continuamente a su tiempo. Un alegato vitalista y hedonista, como el propio Neville, contra la rancia burguesía franquista, que disfrazaba su cursilería y estrechez de miras bajo la excusa del sentido común, y que hoy sigue provocándonos la sonrisa con un humor que, a veces, alcanza la frontera de lo políticamente correcto. Cuando murió, Luis Escobar se preguntó en un artículo «¿Qué era Edgar Neville: un cínico sentimental, un egoísta abnegado, un epicúreo estoico. Un talento prolífico que ha escrito poco. Un castizo internacional». Léanlo y disfruten.

cia Joyce, Imp está loca. Imp es la protagonista y narradora de esta historia, que puede ser una o dos, que puede haber ocurrido de un modo u otro, o de los modos a la vez, que miente diciendo la verdad y que no considera que los hechos sean siempre verdaderos. ‘La joven ahogada’, no es solo una novela –y un cuento y un hechizo atravesado por una canción de Lewis Carroll– si no que en sus páginas expone toda una poética, una teoría narrativa, una de las más certeras e interesantes que he encontrado, al tiempo que es puesta en práctica.

HERBARIO Adrienne Barman. Editorial Libros del Zorro Rojo. 200 págs. 23,90 euros. Edad recomendada: a partir de 7 años.

anteriores Bestiarios, la ilustradora belga se deja llevar por un orden a veces cromático, otras temático o geográfico, funcional o relacional, siempre atractivo y brillante, en el que vienen a confluir el cuaderno de cam-

HONDA Y SINCERA FE DE VIDA Villena mantiene en ‘Mamá’ un diálogo tan íntimo con su madre que adquiere la temperatura del soliloquio JAVIER LOSTALÉ

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n libro puede llegar a ser el pulso mismo de lo que narra, hacer que su autor trasparezca tanto en su escritura que el lenguaje llegue a borrarse en lo que nombra: es lo que sucede en ‘Mamá’. Luis Antonio de Villena, tan iluminador a lo largo de su obra de la existencia desde sus muchos saberes, su heterodoxia y esteticismo que no se queda en las formas, ha encontrado en la figura de su madre la mejor lectura de su debilidad a la hora de resistir los avatares de la vida y el peso de tanta oscuridad en él entrañada. Madre que ya ha estado presente en otras obras como en ‘El fin de los palacios de invierno’ (Pre-Textos, 2015) y, sobre todo, en para mí una fundamental: el libro de poemas en prosa ‘La prosa del mundo’ (Visor, 2008 y 2009) que termina con un poema titulado precisamente Mamá, reproducido ahora en este texto único por su rareza e intensidad, pues desborda lo puramente literario, publicado por la editorial Cabaret Voltaire. El propio Villena destaca esta singularidad al señalar en el epílogo que se

po con la enciclopedia de consulta, el atlas o el diccionario ilustrado. Así, y en una apuesta visual en la que no se descarta la cientificidad ni el divertimento, el enseñar con el deleitar, la autora propone un viaje didáctico y lúdico al corazón de la botánica, al tiempo que invita a explorar el mundo que nos rodea con ojos nuevos y atentos. Todo ello respaldado por el bien hacer de la editorial Libros del Zorro Rojo, que como es habitual pone en circulación una atractiva y cuidada obra, en esta ocasión en torno a la biodiversidad y la riqueza natural del planeta que habitamos.

Luis Antonio de Villena. :: HENAR SASTRE trata de un libro extraño mezcla de relato y oración, de diálogo abrupto y de mantra, y que está alejado de ser una cabal biografía de su madre.

MAMÁ Luis Antonio de Villena. Editorial: Cabaret voltaire. 2018. 256 páginas.

Se trata –pensamos– de una conversación entre madre e hijo tan íntima que adquiere la temperatura del soliloquio y adviene conciencia, de un mutuo engendramiento, de un combate de amor entre ambos en el que siempre antecede el perdón a la derrota. Un diálogo entre los dos tan táctil que cobran cuerpo espacios, miradas y gestos, injertado en otras presencias familiares entre las cuales destaca la del padre Luis Antonio, putero y dilapidador que arruina el horizonte amoroso de Ángela, nombre de la madre, anula cualquier goce sexual, califi-

cado por ella en algún momento de ‘sucio’, y provoca también la ruina económica de la familia. A pesar de ello la fuerza de su abrazo a la vida, su voluntad de salir adelante y el cuidado de su mejor obra, su hijo, quien no llegó nunca a romper totalmente el cordón umbilical, le ayudaron a superar las más difíciles situaciones y a que fuese capaz de hacer germinar el resplandor, también el de su belleza, en las más profundas sombras. Energía vital lograda tras hacer frente a los daños producidos por nuestra Guerra Civil y las privaciones de los primeros años

EN EL PRINCIPIO ERA EL GRIS… LUEGO, TODOS LOS DEMÁS :: S. G. “Hace mucho tiempo, cuando las cosas eran como fantasmas grises, el Cielo y la Tierra estaban juntos”. Así da comienzo este bello y pictórico álbum, donde los colores son los protagonistas de un relato con tintes mitológicos en el que, un buen día, el Sol les propuso jugar a colorear el mundo. Fue así, en un acto de creación y di-

versión entre la Tierra y el Cielo, como aquella eligió el verde y este el azul; y luego el rojo para la frambuesa y el pecho de los petirrojos; el blanco para las nubes y la nieve; los dorados para la oropéndola… y fueron repartiéndose los rosas (para las rosas y los atardeceres); los naranjas para pintar naranjas y amaneceres; el negro para la noche y el abri-

LA CAJA DE COLORES Estrella Ortiz y Leticia Ruifernández. Editorial La guarida. 36 págs. 14,90 euros. Edad recomendada: a partir de 4 años.

de la posguerra. Nuestra historia más reciente, con su larga dictadura y la conquista de la democracia, subyacen también en las páginas de este libro donde todo está empañado hasta la raíz por la relación madre-hijo, cuya escritura surge desde el desvalimiento generado por la muerte de quien siempre le protegió y fecundó su existencia hasta en los momentos de oposición, incluso de enfrentamiento. De ahí la verdad de lo que con máxima desnudez Luis Antonio de Villena nos cuenta, la transpiración a través de lo escrito de un alma en soledad que nunca llegó a conocer el rostro absoluto del amor, la no fácil inclusión de la homosexualidad dentro de la cohabitación espiritual materno filial, el sentimiento de pérdida, la reflexión sobre la vejez y la muerte. Y en medio la casa: donde fue amaneciendo su existencia el autor, donde palabras, imágenes, objetos y libros fueron levantando el albergue de su espíritu que, ahora, muerta su madre hace algo más de un año, tuvo que vaciar. Vaciamiento o despedida que todo lo encarnó: Cuando la lámpara atravesaba la puerta de la casa, un dedo mío tocó suave la parte alta del cristal, muy ligero, y musité: ¡Adiós! Pero uno de los portadores me oyó y se detuvo y paró un instante mirándome como sin entender. Mamá es una honda y sincera fe de vida que promueve la reflexión desde los sentimientos. Un relato tan verdadero que como un palimpsesto pueda borrarse para que cada lector escriba sobre él su propia biografía.

go de los sueños… Y así, color a color, matiz a matiz, juego a juego, sorpresa a sorpresa, la niña Tierra y el niño Cielo se repartieron alegremente toda la paleta, dando lugar a un mundo nuevo por coloreado, suerte de cosmogonía cromática que se derrama por las páginas con delicadeza de esteta, salpicándolas de malvas, violetas, marrones, lilas y granates. Al final, ocho postales de acuarelas y poemas de las autoras cierran el álbum, con líneas de puntos que invitan a recortar y echar a volar amapolas, océanos, girasoles, flamencos… colores y palabras.


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Sábado 26.05.18 EL NORTE DE CASTILLA

L

a edición actual del ‘Diccionario de la lengua española’ de la RAE, publicada en soporte papel en octubre de 2014 y conocida también como ‘edición del tricentenario’, es la 23.ª o vigesimotercera (así consta en la portada del diccionario). La que ustedes pueden consultar en Internet en la página web institucional de la RAE es la versión electrónica 23.1, que no coincide con la versión en papel porque lleva incorporadas las modificaciones aprobadas hasta diciembre de 2017. Pero no es del diccionario académico de lo que voy a hablarles esta semana sino de la escritura de los numerales ordinales, que pueden aparecer antepuestos o pospuestos al nombre al que acompañan y que presentan variación de género y número. Los ordinales correspondientes a los números a partir de once son palabras compuestas, con la salvedad de los correspondientes a los numeros once y doce, que presentan dos formas válidas: una simple (undécimo, duodécimo) y una compuesta (decimoprimero, decimosegundo). Desde el punto de vista prosódico, como formas compuestas que son, el primer elemento pierde la tonicidad, por lo que el acento prosódico recae sobre la sílaba tónica del segundo formante. Hay que pronunciar [vijesimoterzéro] y no [vijésimotercéro], del mismo modo que pronunciamos [kaskanuézes] y no [káskanuézes]. En el aspecto ortográfico, los ordinales que corresponden a la primera y a la segunda decena pueden escribirse en una sola palabra o en dos palabras, aunque la RAE, en la ‘Ortografía de la lengua española’, dice que «hoy son mayoritarias y, por ello, preferibles las grafías univerbales (decimotercero, decimocuarto, vigesimoprimero, vigesimoctavo, etcétera), más acordes con el

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

VIGESIMOTERCERA EDICIÓN proceso de cohesión prosódica y morfológica experimentado por estas formas complejas» (OLE, 2010, § 3.2). Y a partir de la tercera decena «solo se emplean tradicionalmente las grafías pluriverbales (trigésimo primero, cuadragésimo segundo, quincuagésimo tercero, etcétera, aunque no serían censurables las grafías univerbales en estos ordinales, puesto que, al igual que los correspondientes a las decenas primera y segunda, también manifiestan tendencia a la cohesión prosódica y morfológica» (OLE, 2010, § 3.2). Que ustedes escriban los ordinales a partir de la primera decena como una expresión univerbal (en una sola palabra) o pluriverbal (en dos palabras) no es un problema. Solo me atrevo a recomendarles que sean

Que ustedes escriban los ordinales a partir de la primera decena como una expresión univerbal o pluriverbal no es un problema. Solo me atrevo a recomendarles que sean coherentes

coherentes. ¿Coherentes con quién?, me dirán ustedes. Coherentes con la recomendación de la RAE en la ‘Ortografía’ académica, recomendación que parece que está fundamentada en la frecuencia de uso; o coherentes con ustedes mismos, es decir, siempre de una manera, la que elijan. Pero si eligen escribir estas expresiones en dos palabras, sepan que, como formas con flexión de género y número, mantienen dicha flexión en ambos componentes. Y un detalle más: lo pronuncien como lo pronuncien, el primer elemento mantiene la tilde que le corresponde como palabra independiente. Así, si decidieran escribir en dos palabras ‘23.ª edición’, tendrían que escribir ‘vigésima tercera edición’. Si hablamos de ‘ediciones’, escribiremos ‘vigésimas terceras ediciones’; si hablamos de ‘congreso’, ‘vigésimo tercer congreso’; si nos referimos a ‘congresos’, ‘vigésimos terceros congresos’, etcétera. Flexionan en género y número los dos formantes del compuesto. Si optan por escribirlas en una sola palabra, tienen que saber que el primer elemento del compuesto queda fosilizado en género y número y que solo flexiona el último. Y recordar además que en relación a la colocación de la tilde el compuesto univerbal se comporta como una palabra simple: ‘vigesimatercera edición’, ‘vigesimoterceras ediciones’, ‘vigesimotercer congreso’, ‘vigesimoterceros congresos’. De ejemplos de cruces entre ambas opciones están los textos llenos. Normal cuando hay más de una opción válida. Los periódicos y revistas (bien como grupo o de manera individual) y también las editoriales deberían plantearse esta cuestión y decidirse por una u otra forma. Los correctores actuarían de una forma más segura y rápida y la publicación ganaría en coherencia.

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Las almas de Brandon. C. Brandon (Espasa)

Las hijas del capitán. María Dueñas (Planeta)

El porqué del color rojo. F. Bescós (Salto de Página)

Ordesa. Manuel Vilas (Alfaguara)

Las hijas del capitán. María Dueñas (Planeta)

Ordesa. Manuel Vilas (Alfaguara)

Ordesa. Manuel Vilas (Alfaguara)

Un andar solitario ... Muñoz Molina (Seix Barral)

Los perros duros no bailan. Pérez-Reverte (Alfaguara)

Los perros duros no bailan. Pérez-Reverte (Alfaguara)

El orden del día. E. Vuillard (Tusquets)

La pirámide del fango. A. Camilleri (Salamandra)

Fuimos canciones. Elisabet Benavent (Suma)

Mamá. Helene Delforge (Algar)

GB84. D. Peace (Hoja de Lata)

El portal de los obeliscos. Jemsin (Ediciones B)

La chica invisible. Blue Jeans (Planeta)

Pequeño país. G. Faye (Salamandra)

La chica del cumpleaños. H. Murakami (Tusquets)

Que nadie duerma. J. J. Millás (Alfaguara)

NO FICCIÓN

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Nadie es tan terrible. R. Santandreu (Grijalbo)

Bowie, una biografía. Fran Ruiz (Lumen)

En los límites de lo posible. Alberto Santamaría. (Akal)

Morder la manzana. Leticia Dolera (Planeta)

Sin censura. Revilla (Espasa)

Sapiens, de animales a... Y. Noah Harari (Debate)

La España vacía. Sergio del Molino. (Turner)

Lo que no podemos saber. Marcus Sautoy (Acantilado)

Tarnsformar tu salud. Xevi Verdaguer (Grijalbo)

Memorias del comunismo. J. Losantos (La Esfera)

Las especias. J. Turner (Acantilado)

Idiotizadas. Moderna de Pueblo (Planeta)

Mi dieta ya no cojea. Aitor Sánchez (Paidós)

La España vacía. Sergio del Molino. (Turner)

El eco de los disparos. E. Portela. (Galaxia)

Las recetas de adelgazar... A. Quintas (Planeta)

Memorias del comunismo. J. Losantos (La Esfera)

¡No te compliques la cena!. Isabel Llano (Anaya)

Mujeres y poder. M. Beard (Crítica)

Memorias del comunismo. J. Losantos (La Esfera)

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Ordesa. Manuel Vilas (Alfaguara)

Las hijas del capitán. María Dueñas (Planeta)

Las hijas del capitán. María Dueñas (Planeta)

Cuando sale la reclusa. Fred Vargas (Siruela)

Los refugios de la memoria. Cancho (Papeles Mínimos)

Ordesa. Manuel Vilas (Alfaguara)

Patria. F. Aramburu (Tusquets)

Ordesa. Manuel Vilas (Alfaguara)

Adiós muchachos. Ramírez (Alfaguara)

El hijo de las cosas. Luis Mateo Díez (Galaxia)

La bruja. Camila Läckberg (Maeva)

Los perros duros no bailan. Pérez-Reverte (Alfaguara)

El orden del día. Vuillard (Tusquets)

Berta Isla. Javier Marías (Alfaguara)

Años de mayor cuantía. Sánchez (Eolas)

Las hijas del capitán. María Dueñas (Planeta)

Filek. Martínez de Pisón (Seix Barral)

Patria. F. Aramburu (Tusquets)

El manuscrito de fuego. García Jambrina (Espasa)

Mi pecado. Javier Moro (Espasa)

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Decir no no basta. Klein (Paidós)

El desengaño. R. Jáuregui (Almuzara)

Sin censura. Revilla (Espasa)

Un año en la antigua Roma. Néstor Marqués (Espasa)

El país de los pájaros... Fernández (Espasa)

Todos deberíamos ser femenistas. Adichue (Random)

Memorias del comunismo. J. Losantos (La Esfera)

Fernando VII. Emilio La Parra (Tusquets)

Por qué soy comunista. Garzón (Península)

Imágenes (...) desde Palencia. Luis Sendino (Autoedic.)

La España vacía. Sergio del Molino (Turner)

Leonardo da Vinci. Walter Isaac (Debate)

Morder la manzana. L. Dolera (Planeta)

El segundo sexo. Simone de Beauvoir (Cátedra)

Imperiofobia. Elvira Roca (Siruela)

Autrretrato sin mí. F. Aramburu (Tusquets)

La historia del heavy metal. O’Neil (Blackie Books)

Escuelas que cambian el mundo. C. Bona (Plaza&Jané

Clásicos para la vida. Ordine (Acantilado)

Memorias del comunismo. J. Losantos (La Esfera)


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Sábado 26.05.18 EL NORTE DE CASTILLA

ORTIGAS A MANOS LLENAS SARA MESA

Lo que se ve a través de una oreja

«A Tarantino le interesa mostrar cómo a un hombre le cortan la oreja. A David Lynch le interesa la oreja» David Foster Wallace, comparando ‘Reservoir dogs’ con ‘Terciopelo azul’

G

racias a la lectura de uno de los cuentos de ‘Alfa, Bravo, Charlie, Delta’, el hasta ahora único libro de la norteamericana Stephanie Vaughn (publicado en España por Sajalín con traducción de Ana Crespo), mi memoria rescata una horrible imagen: la del collar de orejas que llevaba el sargento Andrew Scott en ‘Soldado universal’, la película de Roland Emmerich de 1992. En realidad, no recuerdo haber visto nunca esa película, pero sí la imagen del collar de orejas humanas, adorno que al parecer también se estila en la serie ‘The walking dead’. Entre la ciencia ficción y los zombies, una quisiera pensar que esto de la ornamentación ‘gore’ pertenece al mundo de la fantasía, pero el recuerdo me conduce también hasta el juez Holden de ‘Meridiano de sangre’, la magnífica novela de Cormac McCarthy de 1985, personaje sin parangón que, además del collar de orejas secas, gustaba de llevar sombreros fabricados con piel humana. Bueno, ‘Meridiano de sangre’ es un ‘western’ espeluznante y Holden representa la encarnación del mal –del Mal con mayúsculas, como concepto filosófico–, por lo que esto del collar no deja de ser un detalle más entre toda la crueldad y depravación que se acumula en las páginas del libro. Después de todo, los malos son los malos. En el caso del cuento de Vaughn, titulado ‘El pequeño MacArthur’, no hay un collar, solo una oreja suelta –o varias–, una auténtica mina que explota en mitad del relato, cuando menos lo esperamos. La narradora es una profesora a la que uno de sus alumnos, el último día de clase y como muestra de gratitud, le regala una oreja que trajo de Vietnam. Ella no se espanta, trata de entender al veterano –la buena voluntad de un veterano que está, obviamente, trastornado–, pero rechaza el regalo. Tengo otras,

Un niño de la etnia vietnamita Thai, montado sobre un búfalo. :: D. MARTÍNEZ-REUTERS insiste él rebuscando en una bolsa, puede darle otra mejor si lo prefiere. Tiene una, por ejemplo, de una niña de trece años. Una niña que fue asesinada porque, al parecer, sembraba de minas los alrededores del campamento militar. La profesora sigue sin aceptar aunque, más adelante, vemos que también su hermano ha estado en Vietnam, y que también él conserva en su casa ese curioso ‘souvenir’ de guerra, esta vez como regalo de Navidad de un compañero. ¿Estaban todos locos? Sí, estaban todos locos. Fuerza Tigre, una de las unidades operativas estadounidenses que participaron en la guerra de Vietnam, fue condecorada por sus méritos en 1968, hace ahora cincuenta años. No fue hasta 2002 cuando se hicieron públicos los testimonios y pruebas documentales de lo que hasta entonces había sido un secreto a voces: los crímenes de guerra que la unidad cometió contra

civiles en sus campañas, entre otras la maldita costumbre de cortar las orejas a las víctimas y ensartarlas en collares. Los reporteros que sacaron a la luz este escándalo fueron premiados por su investigación, pero el Ejército estadounidense no hizo nada al respecto. Los cuentos de Vaughn, que se publicaron en 1990, hablaban, por supuesto, de una costumbre conocida muchos años atrás. En este sentido, su mérito no estriba

«La palabra es imagen y por eso la buena literatura no se centra en mostrar la oreja –el horror de la oreja cortada–, sino que nos ayuda a mirar lo que hay detrás de ella»

en revelar nada nuevo: «Seguramente habréis oído hablar de las orejas que trajeron de Vietnam. Puede que hayáis oído decir que las guardaban en bolsitas o que las lucían como collares después de perforarles los lóbulos para poder ensartar una tira de cuero. Tal vez hayáis escuchado que las orejas parecían frutas desecadas, o conchas, o las hojas que se arrugan a los pies de un roble. A menudo, la mente recurre a metáforas cuando no puede recurrir a otra cosa». Vaughn se crió en un ambiente militarizado. Su padre, militar y patriota convencido, estuvo destinado en Ohio, Nueva York, Texas, Oklahoma, Filipinas e Italia, lugares a los que trasladó a toda su familia. Es imposible que la guerra, la disciplina y la instrucción militar no aparezca en sus cuentos. Es imposible también que el foco de lo narrado no sea el de lo personal, lo íntimo, lo amado pero, al mismo tiempo, lo rechazado.

La mención a las orejas en el cuento de Vaughn es para mí mucho más sobrecogedora que la visión del collar de Dolph Lundgren en su gran éxito de taquilla. Hay que tener mucha sensibilidad y sutileza para convocar todo el poder de la palabra y ofrecer una mirada nueva, distinta, sin morbo gratuito. La palabra es imagen y por eso la buena literatura no se centra en mostrar la oreja –el horror de la oreja cortada– ni se recrea en enfocar el pedazo de carne en sí mismo, sino que nos ayuda a mirar lo que hay detrás de ella –o a través de ella–, pues no es hasta «después de haberla observado durante un buen rato, después de haber contemplado sus colinas onduladas y sus cuencas poco profundas, que uno empieza a ver algo más; allí, en ese extenso valle, se distingue el cauce seco de un río; y aquí, una diminuta aldea, un resplandeciente arrozal y un búfalo acuático».


16 LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 26.05.18 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Ángel Ortiz Coordinador: Chema Cillero

Pintura titulada ‘Sinking Sun’, de Roy Lichtenstein. :: AFP PHOTO/SOTHEBY’S

Gregorio Fernández, genio del ‘pop art’ P

odemos imaginar sin demasiado esfuerzo la actividad intensa que debía de desplegarse en los talleres escultóricos castellanos del siglo XVII: operarios distribuidos en una centenaria jerarquía de aprendices, oficiales y maestros que habrían de hacerse cargo de instrucciones precisas, cada vez más complejas si su pericia y experiencia eran dignas de ello, para culminar la obra, encargada habitualmente por una cofradía y concebida por el artista. Preparación de maderas, encolados, ensamblajes, estructuras internas, ferretería, tallado, lijado, imprimación, policromía y un sinfín de tareas minuciosas que portarían en su interior toda la sabiduría del oficio.

Gracias a esa emulsión equilibrada de aprendizaje y trabajo, culminada tras siglos de desarrollo gremial, el entorno de Valladolid del siglo XVII no solo alumbró las obras más universales de la imaginería castellana, sino la iconografía teatral que habría de acompañarlas en los pasos procesionales. Me refiero a los sayones encargados de la composición grupal en las escenas más dramáticas del Via Crucis que se mofan de –o flagelan a– Cristo, sujetan ataduras, dan caña, coronan con espinas, o hieren a lanza. Sin embargo, hay entre ellos, además de posturas y muecas exageradas, una seña peculiar: no lucen ataviados en concordancia con la época narrada, algo que sí cumplen, al menos con intención

de fidelidad, los personajes principales de los pasos. Es decir: no visten el uniforme regular de la soldadesca romana ejecutora del sacrificio, según señalan los evangelios, sino como mercenarios y soldados de fortuna coetáneos de la obra que, de cobrar vida milagrosamente, bien pudieran pasearse tras las procesión por las calles cristianas de las España de los Austrias en pleno siglo XVII.

El arte pop de Roy Lichtenstein sacrifica su expresionismo por la comunión de una estética

Y deberíamos presumir que el efecto aceptado sin ambages por el pueblo piadoso del imperio es similar al producido, por ejemplo, en el famoso musical ‘Jesucristo Superstar’, en el que los verdugos utilizan prendas del vestuario militar contemporáneo. En ambos casos hay una voluntad ‘pop’ al servicio de la obra. Si bien el dolor y la culpa, como el amor y la maravilla, acompañan a la humanidad inagotables generación tras generación, como si el paso del tiempo no fuera con ellos, la humanidad adapta el mismo discurso a la estética de su tiempo, algo que los autores destacados del ‘pop art’, como Roy Lichtenstein, desarrollaron ungidos por la gracia del acierto. Lejos de banalizar la representación ar-

OVEJAS NEGRAS RAFAEL VEGA

tística utilizando la estética y la apariencia gráfica de la reproducción masiva, lograron la vital comunión del espectador con la idea elevada. Las viñetas pintadas con sumo detalle por Lichtenstein (en un taller igualmente populoso, como el de Gregorio Fernández, por cierto) glorifican la maravilla del mundo y su universalidad, pero ciñen su aportación al escalón momentáneo de nuestra existencia. El arte pop de Lichtenstein es consciente de su alejamiento personal. Sacrifica expresionismo, el trazo estilístico que convertiría cada una de sus pinceladas en inconfundible, por un bien elevado: la comunión de una estética comprensible en su momento, que aún es el nuestro. Entender que el desarrollo del lenguaje editorial y publicitario de producción masiva es, en sí mismo, el aporte estético y artístico de nuestra edad es tan maduro y docente como vestir a los sayones encargados de torturar en las escenas de la Pasión como mozos coetáneos. Un modo de actualizar el pecado y la culpa por parte de Gregorio Fernández; un modo de maravillarse por el amor, el deseo, el despecho y la pérdida, el dolor y la alegría de vivir por parte de Roy Lichtenstein.


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