Veinte años de un canto a la tolerancia

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SOMBRA CIPRES LA

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Sábado, 22.09.18 NÚMERO 311

Veinte años de un canto a la tolerancia

Delibes se asomó al abismo de sus creencias en ‘El hereje’, su legado novelístico, defensa sincera de la libertad sin inquisiciones [P2]

Grabado alemán que recrea el auto de fe celebrado en Valladolid 1559, conservado en la Biblioteca Nacional de Francia.


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‘El hereje’ cumple 20 años. Con 400.000 ejemplares vendidos en España, es una de las obras más leídas del narrador con ‘El camino’ y ‘Los santos inocentes’

El colofón heterodoxo de Miguel Delibes A

los 75 años, Miguel Delibes comenzó estudios modernistas por libre, con preceptores de primera línea. Aquel ‘grado’ informal fue necesario para escribir su novela «más ambiciosa y compleja», según sus palabras, ‘El hereje’ (Destino). Su colofón literario, un ‘best-seller’ que ha vendido 400.000 ejemplares en España, cumple 20 años. El novelista que llevaba medio siglo escribiendo de la Castilla rural del siglo XX se sumergió en la Castilla imperial del XVI para contar la historia de Cipriano Salcedo, un simpatizante de las ideas erasmistas. El germen de esa historia es bien conocido: un compañero de tertulia, el penalista Ángel Torío, le pone en liza del asunto de los ‘heterodoxos de Valladolid’ (las páginas que dedica Menéndez Pelayo al conventículo de los Cazalla) y los famosos autos de fe de 1559. Como buen profesor,

VICTORIA M. NIÑO

le tentó con un atractivo reto: «escribir una obra sobre la represión de un estado químicamente puro, en el que el pecado se identifica con delito». Y Delibes, cristiano confeso, recoge el guante y se asoma al abismo de sus creencias a la luz de unos hechos tan poco edificantes como la muerte en la hoguera de unos iluminados que querían reformar (hoy regenerar) su Iglesia. El Delibes académico vuelve a ser alumno; el periodista, a plantearse la libertad de conciencia y su expresión; el escritor, a tejer la historia de otro perdedor en un escenario que le era ajeno; el hombre de campo, a reconocer en los páramos de hoy los tiempos de peste, de pastoreo de merinas en pos de su lana; y el profesor de comercio, a valorar la conveniencia de ser «rentero de parte o de sueldo fijo» en el albor de la Edad Moderna. Un año le llevó al escritor reunir el material para crear la atmósfera de la vida

de Cipriano Salcedo, nacido en la Corredera de San Pablo, en el Valladolid de 1517, año en el que Lutero colgó sus tesis. Eligió para él una familia de comerciantes bien situados, equidistante de la plebe que trabajaba para ellos y de la aristocracia, el eslabón con Felipe II, rey que vino al mundo en el próximo Palacio de los Pimentel (1527). A los 76 años, Delibes «ya está para aprobar», dice el insigne modernista Teófanes Egido –su instructor– a Germán Delibes, quien le había encomendado la formación ‘ad hoc’ de su padre. El carmelita, catedrático emérito y cro-

Arriba, el grabado alemán sobre la ‘Hispanissche Inquisition’, en la Biblioteca Nacional de Francia. A la izquierda, sello conmemorativo.

nista de Valladolid, se resta méritos. Pero en la peripecia vital de Cipriano late su conocimiento del mundo de los expósitos, de las relaciones filiales en un momento en el que al padre no se le presume amor natural por el hijo, del comercio de lana (Burgos Flandes), de lo que cobra un vendimiador, un obrero o un

Sueños de humanismo y libertad

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l hereje’ de Miguel Delibes tiene, en primer lugar y entre tantas otras, la riqueza singular de su lenguaje, que es el de un señor de la palabra. Y tiene un fondo histórico que recrea lo acontecido en momentos los más decisivos del pasado de Valladolid, o, si se prefiere, de toda la monarquía española. La queja por lo entonces y allí sucedido se vierte en la ilusión humanista que contrasta con la profunda intolerancia que se afianzó por aquellos sucesos y que seguiría viva hasta no

hace tanto tiempo. Inspiradores de la novela fueron los coloquios del autor y de aquellos tertulianos de la segunda mitad del siglo XX que se interesaban, en su conversación y en sus lecturas, por acontecimientos lejanos en la ciudad (en la villa) de Valladolid. Llamaban la atención de forma especial los autos de fe, tan sonoros, acaecidos en 1559. Y Delibes se animó a escribir una novela que los recordara, para apreciar y mimar más la posterior tolerancia, la libertad sin más, sin inquisiciones.

TEÓFANES EGIDO

Y el novelista (que insistía en que la suya no era una novela histórica) se empeñó en una auténtica investigación por conocer mejor las condiciones de aquellos acontecimientos, ciertamente complejos. Leyó mucho y conversó con los especialistas en aquellas épocas. Era un cuadro sin-

gular el ver a un sabio con rara humildad, con curiosidad insaciable por realidades del pasado, por aquel Valladolid, cosmopolita, hervidero de humanismo, centro de represión cuando se imponga el ambiente y el poder inquisitorial sobre ella. Los dos momentos, el del humanismo y el de represión radical, los vivió con intensidad el protagonista, el hereje, un poco extraño, Cipriano Salcedo, cuyos caminos se trazan con hermosura en las páginas de la novela. Valladolid, la villa huma-

nista, en efecto, era un hogar privilegiado de ferviente erasmismo. Los libros y las lecturas de Erasmo apasionaban a unos, crispaban a otros. Erasmistas y antierasmistas llegaron a confrontaciones de altura. Y la de más altura fue la tenida en Valladolid en el famoso debate de 1527 que quedó en tablas porque hubo de interrumpirse (no se reanudaría) por la peste dichosa. Delibes refleja el ambiente y los hechos. El niño Cipriano, hijo ya del desamor, ha sido llevado por su padre a los expósitos, hospital que

podador (20, 40 y 60 maravedíes respectivamente), en definitiva, lo que se ha dado en llamar microhistoria, saberes indispensables para la verosimilitud de la narración. Otro historiador, este de la ciencia, al que Delibes menciona en sus agradecimientos finales es Anastasio Rojo Vega. A él le debió las aportaciones técnicas como la silla de partos, traída de Flandes, en la que nació Cipriano, el «pequeño parricida», le llamaba su padre porque causó la muerte de su progenitora. También la importancia de la impresión en la capital del reino, abastecida por Medina del

Delibes convierte en colegio. Pues bien, en la novela, la pasión entre erasmistas y sus enemigos no se redujo a la conferencia famosa de los letrados. Se manifestó también entre los niños del colegio, en los vivas y mueras: «La pelea fue muy violenta, y de ella salieron tres alumnos descalabrados camino de la enfermería. El padre Arnaldo y El Escriba les hablaron al día siguiente del respeto y la comprensión». Aquel humanismo se trasmitía por la palabra conversada, por el sermón, por los libros, no siempre impresos, que se devoraban. Es lo que sucedía con el ‘Diálogo de las cosas acaecidas en Roma’, que corría de mano en mano. Lo había escrito Alfonso de Val-


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Fascinación por el siglo XVI Delibes fue reticente al apellido de ‘histórica’ para su novela postrera aunque se zambulló con gusto en el XVI. El siglo del Cinquecento, la bisagra entre los estertores medievales y los albores de la Edad Moderna, ha sido la inspiración de muchos ar-

tesanos de ‘best-sellers’. También fascinó a dos clásicos del XX: Marguerite Yourcenar y Manuel Mújica Láinez. La escritora belga comenzó en 1921 ‘Opus nigrum’, novela que publicó en 1968. Su inmersión en la Europa de las guerras de religión de

la mano del médico Zenón se alternó con otro clásico, ‘Memorias de Adriano’. El ‘Bomarzo’, de Mújica Láinez, es una viaje a la Italia de los nobles

mantiene en la iglesia de San Francisco. Los echa el padre sacristán, y la discusión se traslada a la iglesia cercana de San Benito el Real, más humanista que la franciscana. El contraste con aquel clima de humanismo se materializó en la acción febril de la Inquisición, sembradora de miedos, delatora de ‘luteranos’ y protagonista en los autos de fe de 1559. El espectáculo de vergüenza y de muerte se describe en la última parte de su novela. Ángel Torío y Teófanes Egido, en el debate sobre ‘El hereje’ En ella se revive la agitade la Feria del Libro de Valladolid de 2010. :: H. SASTRE ción festiva de aquella apoteosis de la ortodoxia, valor dés, secretario del Emperador El debate entre el humanis- supremo antaño en las sociey del que se decía que era más ta (Lactancio) y el arcediano dades sacralizadas, lo mismo erasmista que Erasmo. Allí se tradicionalista, diálogo rebo- daba que fueran católicas que llegaba incluso a justificar el sante de ironías y de seriedad, luteranas o calvinistas. Saco de Roma contra el Papa. tan destacado en la novela, se Relaciones que circularon

cruelísimos, del libertinaje consentido por los papas corruptos, protagonizada por Pier Franceso Orsini. Dos brillantes exponentes del género.

«El contraste con aquel clima de humanismo se materializó en la acción febril de la Inquisición»

por entonces decían que fue «tanta la gente que a ver el auto vino de fuera, que faltando para ellos las posadas y mesones de Valladolid, fueron llenos los campos y huertas de a la redonda como suelen estar las eras en tiempo de agosto». El contraste, trágico, eran

Campo donde había diez sucursales de editoriales europeas, y de las obras que poblaban las bibliotecas renacentistas españolas. En aquella ciudad de controversias teológicas sobre la naturaleza humana de los indios hubo pasión por las ideas nuevas, aunque pronto se zanjó el idilio. «Ayer Erasmo era una esperanza y hoy sus libros están prohibidos. Nada de esto es obstáculo para que algunos sigamos creyendo en la Reforma protestante. Trento no aportará nada sustancial», duda uno de los personajes de Delibes. Y otro más adelante advierte: «Los antie-

los reos, cuyas actitudes trata de captar Delibes con sensibilidad y trasmite con rigor histórico no tan habitual. Por aludir a algunas: la dignidad del apóstol don Carlos de Sesso o la del bachiller Herrezuelo, quien, al toparse con su esposa que se había reconciliado «y estaba sentada con su sambenito en una grada debajo de la suya, la dio una coz con grande ira porque no moría como él». La fantasía de Delibes se fija en la ingenua doña Ana Enríquez. Comunicaba su tío, el futuro san Francisco de Borja, que cuando la joven aristócrata se enteró de la sentencia, leve, «preferiría la muerte en secreto a la pública ignominia, y que cuando salió más parecía muerta que

rasmistas han puesto espías en las librerías para acusar de herejía a los lectores». En el Valladolid de los Nelli y los Cazalla, en el que se establece Alonso Berruguete porque las fortunas están prestas a encargarle imágenes y bajorrelieves para sus aposentos privados, asoma Cipriano. Hijo rico criado como un pobre demuestra inteligencia temprana, con la que verá a través de los jubones de brocados y los sayos más modestos. El licenciado detecta pronto el desdén de su padre, cala a los negociantes al primer trato, aprecia la verdad descarnada de la gen-

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viva, porque con el rubor y vergüenza no acertaba a dar paso ni sabía por dónde ir». Más tarde, sería una de las corresponsales y amigas de la madre Teresa de Jesús, que criticaba a la Inquisición por las otras quemas, las de los «muchos libros en romance» de los que ella tanto gustaba. La idea que alienta en la novela de Miguel Delibes es la que el letrado de la Chancillería expresaba con ternura al despedirse de su sobrino Cipriano, ya en capilla: «Don Ignacio Salcedo le abrazó hacia sí, le besó en las mejillas y le retuvo un momento entre sus brazos: Algún día –musitó a su oído– estas cosas serán consideradas como un atropello contra la libertad que Cristo nos trajo».


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te de campo –elige a una esquiladora por esposa–, administra sus pasiones carnales y quiere hondamente a su ama de cría, Minervina Capa. Hereda y amplía el negocio familiar de la lana. Cuando este decae, inventa el ‘zamarro de Cipriano’ convirtiendo la tosca prenda de pastores en abrigo deseado por sus ilustres vecinos. Hereda y amplía también las inquietudes espirituales de su tío Ignacio (presidente de Chancillería): le fascina la oratoria de Agustín

Es una de las pocas veces en las que Delibes recrea la sexualidad de su protagonista

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Cazalla, tiene asiento en las reuniones mensuales de los reformistas vallisoletanos y le encomiendan un viaje a Alemania para traer libros como ‘El beneficio de Cristo’ o ‘La libertad del cristiano’. El atractivo de Cipriano, hombre de reflexión y de acción, crece con un aspecto en el que tan pocas veces se ha recreado su autor, la sexualidad. Salcedo amanece a la carne con su rolla, se perfecciona con las ‘mantenidas’ (juegos eróticos incluidos) y termina con una esposa ansiosa por ser madre y desquiciada finalmente al no lograrlo.

El narrador le dota de la coherencia y el estoicismo con los que soporta el proceso y acepta la condena a la hoguera. Triunfa la libertad de conciencia por encima del cicatero alivio de la soga antes de ser devorado por el fuego. A los 78 años, Delibes publica su última novela y decide dedicársela a su ciudad, Valladolid, a la que agradece el regalo de la herramienta de su arte; la lengua. Y después de los mapas, la cita que avisa de lo que transe la novela. Miguel y Teófanes dieron muchas vueltas a la autoridad que apuntara la clave de lo que se presenta. «Casi acordamos

Maleta de libros y escudo de la Inquisición. Piezas de la exposición ‘El viaje de los libros prohibidos. Miguel Delibes. El Hereje’, 2013. :: R. G.

una frase de San Agustín y cuando se publicó vi que la cambió por una de Juan Pablo II exhortando a reconocer los episodios oscuros de la historia de la Iglesia y a evitar la violencia», decía Egido en el homenaje de la Feria del Libro de Valladolid de 2011. ‘El hereje’ fue premiado con el Nacional de Narrativa de 1998 y se ha convertido en una de las novelas de Miguel Delibes más leídas, junto a clásicos como ‘El camino’, ‘Cinco horas con Mario’ y ‘Los santos inocentes’. Es habitual ver en su ciudad a lectores peregrinos siguiendo la Ruta de El Hereje.

Minervina Capa, personaje singular RAMÓN GARCÍA DOMÍNGUEZ

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e cumple este año el vigésimo aniversario de la publicación de ‘El hereje’, la última novela de Miguel Delibes. Se publicó en setiembre de 1998, y con ella cerraba el escritor vallisoletano su ciclo narrativo, que había comenzado justamente cincuenta años atrás, en 1948, con la publicación de ‘La sombra del ciprés es alargada’, primera novela con la que consiguió, además, el prestigioso Premio Nadal. Mucho se ha escrito sobre ‘El hereje’, y seguirá escribiéndose, seguro, con motivo del este vigésimo aniversario de su primera edición. Tanto la crítica especializada como los lectores la han considerado como una obra maestra, y no pocos han llegado a asegurar que con su postrer novela Delibes alcanzó a la cumbre de su maestría narrativa. Pero quiero yo hoy fijarme, al margen de tantos otros análisis y considerandos posibles, en uno de los personajes del relato. Siempre se ha dicho que Miguel Delibes es, ante todo y sobre todo, un simpar creador de personajes. La lista, a lo largo y ancho de sus veinte novelas y sus relatos cortos, es extensa y cuajada. Incluso si nos detenemos exclusivamente en la novela que nos ocupa, ‘El hereje’, el elenco de personajes es a cual más

digno de mención y de estudio. Empezando por el protagonista, Cipriano Salcedo, acusado de hereje, de luterano, apresado, juzgado por la Inquisición y condenado y ejecutado en la hoguera en 1559. Pero mi personaje preferido, sin duda alguna, es el que da título a esta glosa: Minervina Capa. La figura literaria y humana de esta mujer no tiene parangón en la literatura contemporánea. Oriunda de Santovenia de Pisuerga, irrumpe en la novela siendo casi una niña, desaparece luego de la narración durante largo espacio y tiempo, para volver a surgir de nuevo casi al final del relato, acompañando a Cipriano Salcedo en el terrible trance de la cremación y martirio. Cualquiera de los pasajes en que Delibes se ocupa de esta mujer, adquieren rango de antológico. La figura de Minervina Capa aparece por primera vez en el capítulo primero del libro y el novelista nos lo cuenta así, después de hacernos saber que la madre de Cipriano, recién parida, sufre calenturas y precisa de una nodriza: «A las doce del día siguiente se presentó una muchacha, casi una niña, procedente de Santovenia, madre soltera, con leche de cuatro días, que había perdido a su hijito en el parto. A doña Catalina le gustó la chica, alta, delgada, tierna, con una atractiva sonrisa. Daba la sensación de una muchacha alegre, a pesar de los pesares. El fervor materno de aquella chica se advertía en su tacto, en el cuidado al acostar a la criatura,

en la comunión de ambos a la hora de alimentarlo». Comunión y sintonía que va incrementándose, siempre adobada de ternura, a lo largo de la infancia de Cipriano, pero que en un momento dado se trunca, separa y distancia físicamente a ambos protagonistas. Minervina es expulsada de la casa del los tíos de Cipriano, donde ambos residen tras la muerte del padre del muchacho, y en este punto de la novela es cuando comienza la ausencia de la muchacha que se prolonga durante largas páginas y capítulos del libro y que la siente angustiosamente el protagonista, pero también el lector de la novela. Nunca una ausencia estuvo más presente y pertinaz en una narración novelesca. Cipriano busca a Minervina sin descanso, convencido –y así lo expresa textualmente– de que no «comprende la vida sin ella», pero no logra dar con su paradero y al final tiene que desistir y resignarse. Pero Minervina, después de largos años de ausencia, vuelve a aparecer, yo diría que

«Minervina sobrevuela la novela, como un ángel de luz como un ‘ángel tutelar’, en palabras de Cipriano»

Delibes, con la novela galardonada con el Nacional de Narrativa de 1998. :: R. GÓMEZ para sosiego del lector y, sobre todo, para consuelo de Cipriano Salcedo, casi al final del libro, exactamente en el capítulo XVII y último del relato, en el colofón narrativo más emocionante y conmovedor que se haya escrito nunca. El reencuentro se produce cuando el protagonista Salcedo, una vez finalizado el Auto de Fe en la Plaza Mayor de Valladolid, maltrecho y «cegatoso» por las torturas de la Inquisición ,y a lomos de un borriquillo camino del quemadero, «una mujer de cierta edad, con gracioso tocadillo alemán en la cabeza, sencilla y fina de cuerpo, de agraciado rostro», toma las riendas del asno que transporta a Cipriano, y «con ojos llenos de lágrimas y acariciándole la barba-

da mejilla con ternura», la oímos exclamar: «Niño mío, ¿qué han hecho contigo?» El reo la mira con sus ojos medio ciegos, y «evocó los momentos cruciales de su convivencia con ella(...) Pero «Mina desapareció de su vida, se esfumó. Y ahora, veinte años después, ella aparecía misteriosamente para acompañarle en los últimos instantes como un ángel tutelar». Y él susurra a la mujer: «¿Dónde te metiste, Mina, que no pude encontrarte?». Siguen las terribles secuencias de la muerte de Cipriano Salcedo en la hoguera, pero la novela se cierra con la declaración textual de la mujer ante el tribunal de la Inquisición, en la que hasta cinco veces vuelve a emplear Minervina

el cariñoso, el tierno, el casi mimoso apelativo de «mi niño», y en la que afirma categóricamente que «hubiera accedido a morir en su lugar si así se lo hubiesen pedido». Minervina Capa, santoveniense, uno de los personajes más hermosos y convincentes salidos de la pluma del novelista vallisoletano Miguel Delibes. Presente o ausente, Minervina sobrevuela la novela toda de ‘El hereje’, ahora en el vigésimo aniversario del libro, como un ángel de luz, como un «ángel tutelar» en palabras del reo Cipriano Salcedo. Nuestro homenaje a Delibes, a su postrer novela y a su inmortal personaje Minervina Capa, natural de Santovenia de Pisuerga.


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CARLOS AGANZO

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a publicación de ‘El hereje’ en 1998 fue una auténtica sorpresa para los críticos. El volumen, el enfoque y hasta podríamos decir que el género de la última novela de Delibes se escapaban, al menos en apariencia, del sólido corpus de toda su obra anterior, con la que había conseguido cuajar uno de los grandes iconos de la literatura española del siglo XX: el icono de una Castilla rural original, profunda y dejada de la mano de Dios. Él mismo, cuando al año siguiente de su publicación recibía el Premio Nacional de Narrativa, confesó sentirse extraño: un premio a destiempo para un escritor que había colgado los trastos de escribir. Tenía 79 años, y su proyecto del ‘Diario de un artrítico reumatoide’, su siguiente novela, se quedó en eso, en proyecto. La redacción de ‘El hereje’ supuso para Delibes un esfuerzo titánico. Ya preso de su enfermedad, terminar la novela solo fue posible gracias a la convicción de que éste no era un libro que quería hacer, sino un libro que tenía la obligación de escribir. Un libro que, por una parte, le debía a su ciudad de Valladolid. Y que, por otra, se debía a sí mismo. Un doble reto, sentimental y expresivo, que puso a prueba sus propias fuerzas. Así que, en plena eclosión en España de aquello que se dio en llamar la nueva narrativa, el autor de ‘El camino’ sorprendió a propios y extraños con la publicación de una novela histórica, ambientada en el Valladolid de la mitad del siglo XVI. Una nueva ruptura, como tantas, en la carrera de Delibes, en un momento en el que precisamente a la novela histórica española le faltaba definirse frente a la gran

Visitantes en la exposición ‘El viaje de los libros prohibidos, Miguel Delibes. El hereje’, instalada en la sala de las Francesas en 2013. :: R. GÓMEZ

Reto intelectual, lance humano corriente del género en Europa y en América. Leída ahora, veinte años después, podemos decir que si en su construcción ‘El hereje’ supuso para su autor un doble reto, personal y literario, también el lector tiene la impresión de que tiene entre sus manos no una, sino dos novelas. La primera, la novela de la reflexión intelectual, filosófica y ética sobre un momento profundamente intenso de la historia de Valladolid y de España. Ese siglo XVI, entre Carlos I y Felipe II, que vive de manera intensísima la luz de una nueva era del pensa-

miento cristiano y, al mismo tiempo, la tremenda oscuridad de un proceso religioso, el de los judíos conversos, que marca durante largo tiempo a la sociedad y a la historia. Y que supuso una auténtica convulsión para aquellos que lo vivieron. El nacimiento de Cipriano Salcedo, el protagonista de ‘El hereje’, el mismo día en el que Martín Lutero clava en la puerta de la iglesia de Wittenberg sus célebres cinco tesis sobre la indulgencia, es el signo del alumbramiento de una nueva visión del mundo, que en Valladolid tendría su reflejo más tarde

Gabo, más periodista

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arias veces (no sólo una) Gabriel García Márquez (19272014) repitió que el periodismo «es el mejor oficio del mundo». Y es bien sabido y se han publicado varias antologías de esa labor, que Gabo empezó como humilde colaborador desde finales de los años 40, publicando en periódicos del norte de Colombia, como ‘El Heraldo’ de Barranquilla. Que Gabo no se quería quedar en un mero periodista local, y que incluso iba a afilar su pluma narrati-

va en la prensa, no tarda en verse, cuando por primera vez se marcha de su país (vivió más fuera que dentro de Colombia) yendo como corresponsal a Europa, tanto de periódicos colombianos como de Venezuela, desde el más notable ‘El Espectador’ de Bogotá a ‘Momento’ de Caracas. La nueva antología de artículos periodísticos de Gabo, publicada por Random House con prólogo de Jon Lee Anderson, elige bien titularse con un artículo en cinco partes que Gabo envía de Roma a Bogo-

tá, ‘El escándalo del siglo’, donde un suceso italiano, una crónica de sucesos, le sirve para pergeñar un cuento y demostrar que por mucho que le guste el periodismo, García Márquez irá poco a poco alejándolo. Hasta dejarlo, luego de los 60, en una dedicación puntual y testimonial; el último artículo recogido aquí se publicó en ‘El País’ en 1984. Por supuesto que el periodismo le fue muy útil a Gabo y lo hizo muy bien, pero acaso pase a formar parte de las muchas contradicciones que

en el entusiasmo con el que una parte, pequeña pero relevante, de la sociedad abrazó las tesis erasmistas. Luz que en España se oscurecería con los terribles autos de fe, que condenaron a miles de personas a la hoguera.

‘El hereje’ era un libro que Delibes no solo quería, sino que también tenía la obligación de escribir

conforman al gran hombre. Desde hace unos dos años, su imagen está en los billetes de 50.000 pesos colombianos, casi el valor más alto, y los colombianos lo reconocen, con una evidente distancia. Después de Italia, Francia y España –donde empieza a escribir ‘Cien años de soledad’, editada en Argentina– Gabo coquetea con el castrismo –se supone que esa es su gran pelea con Vargas Llosa, que ha escrito el mejor libro sobre Gabo, ‘Historia de un deicidio’ –pero vive en México y declarándose anti gringo, no deja de ir a EE UU. Sus cosas están ahora en una Universidad norteamericana. Consejero áulico del despiadado Fidel Castro, termina también conversando íntima-

La segunda novela que contiene ‘El hereje’, y quizás la que deviene aún más interesante con el tiempo, es la del complicado, vivo y palpitante retrato de las relaciones humanas que el escritor traza en esta obra. No a base de aquellas pinceladas magistrales, en ocasiones expresionistas, que habían definido su narrativa anterior, sino con un complejo trazado en el que las relaciones humanas afloran y se muestran con toda su variedad. Hay, naturalmente, en ‘El hereje’, muchos elementos de la obra anterior de Delibes, como la descripción del es-

SATURNALES LUIS ANTONIO DE VILLENA

El periodismo le fue muy útil, pero acaso forme parte de las muchas contradicciones que conforman al gran hombre

pacio rural o la inmersión en el universo de los niños, pero sobre ellos se desarrolla todo un mundo de abandonos, odios, anhelos, enamoramientos, frustraciones, lealtades, traiciones y hasta perversiones, que nos permiten leerlo como una obra clásica, como una novela sobre el ser humano, por encima de sus coyunturas y de sus circunstancias. Quizás ‘otro Delibes’, como tantas veces se ha dicho. Pero en todo caso un Delibes auténtico que mira el mundo desde las alturas de la edad, de la experiencia y del dolor personal. Merece la pena releerlo.

mente con el presidente Clinton. Millonario o más, muchos tienen a Gabo (hay muchos casos) por un comunista de salón, cuya razón política vale por ello mucho menos. Cuando muere (parece que con la cabeza algo perdida) los grandes funerales por Gabo no ocurren en Colombia, sino en el gran Palacio de Bellas Artes de México. ¿Ser un hombre que está a la que salta y que se apunta a todo, desmerece algo a Gabo? No, literariamente, narrador excepcional. Pero sí nos debería hacer pensar sobre quien tanto amó el periodismo. ¿No fue también el estupendo poeta Alberti un muy notable comunista de salón? Se ruega no mirar alrededor. Estamos rodeados.


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Bibendum, el coloso que devoró a Rossillon ARTE EN MOVIMIENTO SANTIAGO DE GARNICA

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ibendum, un mito mundial reconocido en el año 2000 como el mejor logo publicitario del siglo, y que ahora cumple 120 años. Un coloso de la publicidad, sin duda, pero aún más un coloso del arte capaz de beberse todo, y a todos. Su fuerza es tal que ha llevado a un segundo plano a muchos artistas que se han inspirado en él para sus obras, incluso a su creador, O’Galop, seudónimo bajo el que se escondía Marius Rossillon (18671946). Pintor acuarelista y dibujante trabajará a lo largo de su vida para numerosas revistas como caricaturista y como ilustrador. De pequeña estatura, 1,60 m, ambidiestro (dibujaba y pintaba con las dos manos) y con una gran capacidad intelectual (destacó en sus estudios como un brillante alumno, recibiendo premios en matemáticas, entre otros), sus trabajos, a lo largo de diferentes etapas, se reflejarán en revistas como ‘L’Éclipse’ (1891 à 1901 ); ‘La vie drôle’ (18931894 ); ‘Le charivari’ (1900); ‘l’Auto’ (1905-1906 et 1926); ‘l’Écho des sports’ (1917) ; ‘Guignol’ (1919) o ‘Le Cri de Paris’ (1928-1929) , entre otras. Con Émile Cohl, Léandre, Henri Rivière y Steinlein, ilustra la obra de Georges Renault y Henri Château. En la página 112 nos encontramos una presentación de Marius O’Galop: «O’Galop, como su nombre indica, es el devorador por antonomasia: sus extraños dibujos están llenos de un espíritu muy parisino; escondido bajo una apariencia seria, muestra el potencial de uno de nues-

antes tros mejores dibujantes humorísticos». n los Su encuentro con hermanos Michelin no es fruto de la casualidad pues ara la Rosillon dibujaba para y inrevista ‘Cycle’, muy ca, y novadora en su época, aban los Michelin fabricaban icleneumáticos para bicicle8, su tas. Iniciada en 1898, colaboración con los heruard manos André y Edouard blies muy prolífica: publitas ca más de trescientas arca imágenes para la marca cial y será el cartelista oficial de Bibendum hastaa el rra estallido de la I Guerra noMundial. El más conoos cido de estos trabajos mer es, sin duda, el primer recartel en el que aparece Bibendum con un ue vaso en la mano. Fue ía tal su éxito que sería eutilizado sobre numerosos soportes con el ofin de ponderar las novedades de la marca o esus éxitos en competiciones. El estilo del cartell supone una rupturaa n con la representación clásica del ‘art nou-veau’ que presentaba habitualmente sus productos con la imavenees gen o los rasgos de jóvenes mujeres de ondulado pelo,, flores y arabescos orientales, siguiendo el camino iniciado por Alphonse Mucha y sus carteles para la divina Sarah Bernhardt. O’Galop sabe a u quién se dirige, cuál es su upúblico, una élite mascuna lina más receptiva, de una enestética burlona, turbulenon la ta y ruidosa, y conecta con in de voluntad de los Michelin dar a conocer su marca. Sus primeros dibujoss son bastante simples, busca crear un personaje carismático que aplasta a sus adversarios por sus grandes dimensiones: Bibendum es un coloso conformado por muchos neumáticos, finos (no solo los neumáticos de bicicletas, también los de coches eran muy estrechos) a excepción de sus manos, aún desnudas. Personaje con un rostro sin expresión, exhibe ostentosamente los atributos de la alta burguesía francesa de su época: gafas, cigarro, un gran anillo de sello, gemelos y botines. Este personaje

Marius Rossillon y, arriba, viñetas de Bibendum. :: EL NORTE

Sus primeros dibujos son bastantes simples, busca crear un personaje carismático que aplasta a sus adversarios por sus grandes dimensiones

amante de la buena vida podía estar inspirado en otros, reales, que Marius Rossillon habría conocido en los cabarets de moda de Montmartre, como el Chat Noir, le Bal de l’Élysée Montmartre, le Bal Julian o le Bal des Quat Z’arts, que le gusta frecuentar en compañía de su hermano Ulysse Rossillon, periodista y escritor que publica sus trabajos bajo el seudónimo (una costumbre de la época) de Jean Rosnil. Y a pesar de innumerables situaciones y vestuarios en los cuales fue pintado, esas características servirán de hilo conductor a las numerosas representaciones de Bibendum, figura que, por cierto, desde 1898 es propiedad de Michelin por cien francos. Consciente de que la dinámica era la llave del éxito del

mensaje publicitario, O’Galop se esfuerza een renovar constant temente el repertorio d Bibendum y lo rede p presenta en todas las s situaciones y posturas q que se puedan imagin E igualmente parnar. ti ticipará en las ilustraci ciones de las vidrieras de la famosa Michelin H House, en el número 81 de la londinense Fulha Road, en el barrio ham de Chelsea o en la ilustra tración de la primera gu guía de viaje de Michelin lin. A O’Galop se debe sin dud el mérito del éxito duda de Bibendum y de Miche chelin. Y Bibendum tam también es parte esencial del éxito de Rossillon, si b bien, en cierta forma, devo devora el resto de su obra. S Su fama le lleva a codear dearse con los más grandes de su género, como Benj Benjamin Rabier (el padre d de La vaca que Ríe) e igual igualmente uno de los precurso cursores del dibujo animado. S Su colaboración con Mich Michelin finaliza tras la Prim Primera Guerra Mundial (aunq (aunque mantiene una relación puntual) pero sus facultad cultades para el gag y el humor le llevan a crear bellas obras ilustradas para niños y jóvenes, cargadas de talento. Pero Marius Rossillon tiene una vida más allá de Bibendum. Sus trabajos como cartelista también incluyen otras firmas como la de las célebres bicicletas Gladiator (que también construiría automóviles), la bebida Ricqlès, para Phoscao, las pastas Lustrucu, o las plumas Waterman. En plena Primera Guerra Mundial se lanza a la creación de juguetes: animales cuyas cabezas, patas y colas son intercambiables: verdaderos collages surrealistas, hoy están expuestos en el Museo de las Artes Decorativas de París. E inventa un juego de estrategia militar al que bautiza como Quatrarmes (1915). E igualmente dibuja cubiertas de cuadernos escolares, álbumes para colorear o escenarios bélicos.

Pionero de la animación Su sentido del movimiento le lleva a la animación. En el año 1907 adapta dos de sus histo-


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A la izquierda, el primer cartel de Bibendum. Sobre estas líneas, otro de los trabajos de Rossillon. :: EL NORTE

rias a los paneles de vidrio de la linterna mágica: ‘Le pommier bien gardé’ (El manzano bien cuidado) y ‘Guirlande de saucisses’ (Guirnalda de salchichas), un total de 24 placas. Ya en 1910 Rossillon llevará sus dibujos a los paneles de cristal de la linterna mágica cinematográfica de Lapierre-Demaria (o Lapierre-Cinéma), serie de películas de animación bautizadas como «films chromo-comiques», con escenas de circo, de magia o burlescas: ‘Le gras normand’, ‘La petite bretonne’, ‘Les clowns’. Esta serie incluye una animación de Charlot. ‘Le Chinois et le Bourriquet articulé’ (El chino y el borriquillo articulado) del año 1912 aparece como uno de sus primeros trabajos para el nuevo y pujante invento del cinematógrafo. A lo largo de 1918 y 1919 colabora por vez primera con el doctor Comandon, que trabaja con la firma Pathé Cinemá, en una serie de películas de propaganda sobre los males del alcoholismo, la sífilis, o la tuberculosis. Su encuentro con Émile Cohl (otro de los pioneros de los dibujos animados) se convierte en una amistad motivada en parte por compartir su admiración por el caricaturista y cantautor André Gill, a quién Marius O’Galop rinde homenaje en la película ‘Circuit de l’alcool’, de 1919. Marius desarrolla más trabajos para el séptimo arte: ‘Taudis doit être vaincu’, ‘On doit le dire’, entre otros, y pone en escena por vez primera una serie de personajes como Tou-

chatout (‘Touchatout ami des bêtes’). Esta vinculación al cine la rencontramos en 1921 cuando publica dos artículos en la revista ‘Cinémagazine’, el primero de ellos ‘Cómo hacer un dibujo animado’ y el segundo, ‘La publicidad en el dibujo animado’. O’Galop se define a sí mismo como un «artistronome dessinémateur». Sus trabajos cinematográficos continuarán con una serie de películas sobre Fábulas de la Fontaine en dibujos animados, por encargo de Louis Forest, para la sociedad Éclair. En 1923, sus dibujos animados serán adaptados para el Pathé-Baby (entrando así en muchas casas) y ese mismo año realiza una animación publicitaria, ‘Sauvé par Bibendum’ (Salvado por Bibendum) para la sociedad Michelin. En 1927 abandona el séptimo arte tras haber realizado cuarenta cortometrajes. Pero sus trabajos cinematográficos, difundidos en el mundo entero por Pathé, junto a los de Benjamin Rabier y Emile Cohl, inspirarán a cineastas americanos como Ubi Werks o el propio Walt Disney. En la última etapa de su vida, muere en 1946 en Douai, se dedicará, siempre infatigable, a dibujar, ilustrar libros y, sobre todo, pintar acuarelas para sostener económicamente a su familia. Tras Bibendum, se esconde un Rossillón brillante y polifacético, con talento para la acuarela, el dibujo o la creatividad cinematográfica, que debemos descubrir en este 120 aniversario de su gran creación. En recuerdo a Juan de San Román, siempre singular, encantador y brillante, antiguo responsable de Patrimonio de Michelin para España y Portugal, que nos dejó en este 2018.


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LECTURAS

EN EL ALFABETO DE SUS AROMAS Una compilación extrae de quince libros el universo poético de Boris W. Novak JORGE DE ARCO

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onocí por vez primera la poesía de Boris A. Novak en el número 25 de la revista ‘Piedra del Molino’. En aquella entrega –otoño de 2016– aparecía en versión bilingüe su poema, ‘Fronteras’, traducido por Laura Repovs y Andrés Sánchez Robayna.

Además, se daba cuenta del quehacer del poeta esloveno –si nacido en Belgrado en 1953-–y de la trascendencia de su obra literaria. Ahora, el lector español tiene ocasión de adentrarse en su universo lírico gracias a ‘El jardinero del silencio y otros poemas’. Los dos traductores citados han realizado un excelente trabajo al versionar al castellano esta amplia antología –al cuidado de Jordi Doce–, en la cual se han valido de una precisa música para ritmar los textos aquí reunidos. El ensayo, el teatro, la literatura infantil y juvenil han sido géneros frecuentados por Boris A. Novak, si bien la sustancia mayor de su mensaje deriva de su poesía. Esta compilación recoge poemas de quince de sus libros. Desde que en 1977 vie-

ra la luz ‘Bodegón de versos’, el autor esloveno ha sabido ir madurando un verbo liberador, fértil. El entendimiento dicta sentencia sobre los sentidos y el sentimiento se expande de forma ilimitada. De ahí, deviene un diálogo que enraíza la existencia en la tierra que habita y cobija su discurso: «Una corteza cada vez más dura/ crece entre yo y mí mismo. Sólo veo/ tras la niebla la sombra de la muerta/ mitad de mí: como sin fondo,/ palpo a tientas mi rostro oscuro y tiemblo./ Mi hogar está ya solo en mi garganta». El sujeto lírico proyecta su solidario umbral y propone su residencia en un espacio y un tiempo donde su condición es enigma. Y también certidumbre. La realidad, aun siendo consoladora o no, nombra el afán vital por el

EL JARDINERO DEL SILENCIO Y OTROS POEMAS Boris A. Novak. Traducción de Laura Repovs y Andrés Sánchez Robayna. Galaxia Gutenberg. Madrid, 2018. 250 págs. 20 euros.

Boris A. Novak. :: MZAPLOTNIK que transcurre el itinerario del yo. La acechanza de la mortalidad no es óbice para unificar una voz donde prima la cercanía con lo amado, la conectividad con el destino, la fusión con la Naturaleza: «Un poema/ detenido en la flor/ y la flor prisionera/ en el alfabeto de sus aromas,/ en la gramática de sus colores/ y el mudo diccionario de su

miedo rosado,/ cuando el instante de la floración/ cambia el sufijo/ con el instante en el que se marchita». Para Novak, es esencial la búsqueda de un lenguaje capaz de transmitir cuanto el alma guarda en su esencia. En caso contrario, la labor del poeta quedaría frustrada ante la imposibilidad de hallar la complicidad de la palabra. Al cabo,

PARA ENTENDER EL ‘PROCÉS’ :: J. I. FOCES

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odo es periodismo en ‘El Naufragio. La deconstrucción del sueño independentista’, recién salido de imprenta. Y eso convierte a este trabajo de la periodista Lola García en didáctico y relevante para conocer cómo se ha llegado hasta aquí en las pretensiones secesionistas catalananistas; en didáctico y relevante para entender los porqués de todo lo que ha sucedido desde que en 2007 Ar-

tur Mas crease la plataforma política que bautizó como ‘la casa gran del catalanisme’ (en una conferencia en la que por primera vez defendió «el derecho a decidir»), y en didáctico y relevante para descifrar todo lo que envuelve a los personajes que han protagonizado y protagonizan lo que se conoce como el ‘procés’. La periodista Lola García (Badalona, 1967), directora adjunta de ‘La Vanguardia’, desarrolla en ‘El naufragio’ una muy interesante crónica periodística. Y por ser pre-

cisamente eso, crónica periodística cien por cien, esta obra se erige como adecuada para que el lector recorra sus páginas con atención, algo de lo que se encarga la autora con una estructura de la obra atractiva en las formas (por medio del lenguaje y el ritmo que imprime) y fiel a los hechos acontecidos en la historia reciente de España. Se acaba de cumplir un año de aquella famosa escena de los líderes independentistas subidos a un vehículo de la Guardia Civil, megáfono en

mano, a la puerta de la Consejería de Economía de Cataluña. El tiempo camina hacia el aniversario de otros acontecimientos clave en el devenir secesionista, con el referéndum que fue, pese a que el Gobierno del PP garantizaba (sic) que no se celebraría, y la intervención de la autonomía vía el artículo 155. Es un momento más que adecuado para refrescar la memoria. Y ‘El Naufragio. La deconstrucción del sueño independentista’ se erige en herramienta más que adecuada

se trata de totalizar en términos de emoción lo que sólo puede vislumbrarse mediante fragmentos de racionalidad. La pulsión evocadora de la lengua hace que el creador pueda llegar a contemplar y conocer el deslumbramiento que produce el acto de la escritura. Desde esa premisa, derivaría el sustrato con el que convertir su mirada en imagen y metáfora para hacer de la materia memoria: «Qué generosidad tienes, poema./ Sólo en el campo airoso de la lengua/ puedo, de nuevo, ver, oír, tocar/ a los que ya no están y

para ello. Oportuna, sin duda, para entender el ‘procés’. Es la crónica del pasado más reciente en esta materia de actualidad política y terri-

torial, social y cultural. «La mejor crónica que se ha escrito sobre los acontecimientos de Cataluña», dice su compañero de periódico Enric Juliana, que prologa ‘El Naufragio’. No es un elogio sin más. Si acudimos a quien tiene autoridad para hablar de periodismo desde su faceta más pedagógica, el periodista burgalés Álex Grijelmo, la crónica es un género periodístico «que se hace difícil de dominar», al combinar elementos noticiosos y de análisis. En ‘El Naufragio’, Lola García dicta una lección de crónica periodística. No es ese el objetivo, claro está, pero sí el resultado: una crónica exenta de opiniones, una

cialmente elegante; Silvana, uno que no le diera miedo… y todos, cuando vieron al pequeño dragón, crearon al uní-

sono ese final que sucede cuando el amor se impone a la razón (y a las expectativas). En grueso cartoné y esquinas

EL NAUFRAGIO. LA DECONSTRUCCIÓN DEL SUEÑO INDEPENDENTISTA Lola García. Editorial Península. 2018. 17,90 euros.

LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

DE ANIMALES PINCHUDOS, DIFERENCIAS Y OTROS FLECHAZOS :: SUSANA GÓMEZ «En el centro de acogida de animales vivía un pequeño dragón. Como el resto de animales, también él esperaba la llegada de alguien que se lo llevara a casa (…)». Así da comienzo un álbum sobre la esperanza, el desamparo y la

diferencia, que contra todo pronóstico concluirá con el encuentro y el milagro del amor a primera vista. Porque, aunque simpático, el pequeño dragón pincha y no es ‘abrazable’; es demasiado sucio para un hombre muy pulcro y una mujer muy pulcra;

puede dar miedo a una persona tímida y asustadiza, y tiene las patas muy cortas para que una pareja especialmente elegante quiera llevárselo a casa. «Y entonces llegamos nosotros», irrumpirá en primera persona una voz que, de pronto, se dela-

ta como narradora de unaa historia que parecía estarr en registro omnisciente.. Pertenece a un niño quee quería un animal al quee abrazarse, y que forma parte de una familia cuyo papá quería uno que no fuera sucio; mamá, uno que fuera espe-


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dar a mi alma/ tanta alegría… (…) Por eso te agradezco tantas cosas, poema./ Yo, que apenas soy nada, fugacidad sin fin,/ ahora perduro, haces que hablen las almas bellas/ de los que ya no están… Qué generoso eres». En su prólogo, Laura Repovs hace un ilustrativo recorrido por las figuras claves de la poesía eslovena: el romántico France Preseren (1800 – 1849), el vanguardista Sercko Kosovel (1904 – 1926) y el contemporáneo Tomaz Salamun (1941 -2014). Y, tras ellos, Novak aparece como una figura trascendente y renovadora en el mapa lírico esloveno. Y también europeo: «La impersonalidad inicial de su escritura ha ido integrando con los años los datos de la subjetividad y la reflexión sobre la historia, dando lugar a así a una obra en que las contradicciones del presente personal y colectivo se aúnan con el esplendor del eros y el asombro por la existencia».

crónica con la distancia adecuada sobre los hechos como para presentarlos tal cual fueron, libres de cualquier juicio o veredicto que pudieran truncar el objetivo que la autora deja claro en los once capítulos de la obra: contar hechos, tal y como sucedieron; narrar situaciones, tal y como se produjeron, y reunirlas todas en un trabajo que engancha al lector, como si no por conocidos, no se supiera el final que tuvieron. Ahí el éxito de Lola García en ‘El Naufragio’: Cuenta lo que ya se sabe de una manera tan periodística, que atrapa el interés del lector desde la primera frase.

¡SE BUSCA CASA! Wieland Freund y Tine Schulz. Editorial Takatuka. 18 págs. 13,50 euros. Edad recomendada: a partir de 2 años.

ligeramente redondeadas para que los más pequeños manejen sus páginas una y otra vez, el álbum se construye sobre parámetros de una ternura sencilla y rotun-

TEORÍA DE LA CONSPIRACIÓN Juan Manuel de Prada intenta rescatar del olvido la figura de Elisabeth Mulder JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN

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uan Manuel de Prada tiene experiencia en rescatar autores olvidados. Con su primera novela, ‘Las máscaras del héroe’, puso de moda, no solo a Pedro Luis de Gálvez, hasta entonces solo el protagonista de un puñado de anécdotas truculentas, sino también a toda la zarrapastrosa bohemia de las primeras décadas del siglo XX. Lo intenta ahora con Elisabeth Mulder, una sutil narradora, poeta, ensayista y esforzada traductora, que tuvo su momento en los años cuarenta y cincuenta y luego se fue progresivamente apagando hasta morir («bella como una estatua que desdeña la lepra del tiempo», escribe el prologuista), completamente olvidada, en 1987, tras varias décadas de alejamiento de la escritura. Juan Manuel de Prada, muy en su estilo desaforado, trata de explicar por qué en ese momento sus colegas escritores no le dedicaron ni siquiera los habituales elogios de despedida: «Tal vez el recuerdo de Elisabeth Mulder los señalase y abochornase; tal vez, al evocarla, tuvieran que enfrentarse a su propio pasado con

da. Entre ilustraciones coloridas, secuencias muy básicas van tejiendo el hilo temporal y almacenando ‘fracasos’, en tanto que oraciones breves y simples deshilvanan la creciente frustración del pequeño dragón. Por su parte, las reiteraciones facilitan la lectura o la escucha, en una acumulación de escenas en las que el pequeño protagonista ve cómo una y otra vez se llevan animales más amables, más limpios, más elegantes, menos pinchudos. Pero el gato, los conejitos, los peces… eran para los otros, y esta familia solo podía tener un flechazo como este.

su repertorio de cambios de chaqueta y servilismos abyectos, que los empujó a ser abnegadamente franquistas con Franco y arrebatadamente demócratas con la democracia, españolistas y catalanistas, castizos o cosmopolitas según dijeran las modas y las subvenciones. Y aquella Elisabeth Mulder, siempre en su sitio, delataba sus traiciones y componendas». Pero esa diatriba no es más que literatura, en el mal sentido de la palabra, la habitual teoría conspiratoria. Que un escritor, que tuvo cierto nombre en su tiempo, resulte olvidado a su muerte o cuando deja de publicar, no es la excepción, sino la regla. Sin promoción, no hay renombre y esa promoción no depende solo de editores y agentes, también –y en primer lugar cuando se trata de poetas– de los propios autores. Lo que abandonas, te abandona. Elisabeth Mulder –nacida en Barcelona en 1904, dentro de la alta burguesía, cosmopolita, con una cultura excepcional en la España de su tiempo y casi de cualquier tiempo– comenzó publicando poesía, una poesía posmodernista y menor, que no podía destacar entre la de sus coetáneos, los poetas del 27; siguió con relatos del género rosa en una revista, Lecturas, de público mayoritariamente femenino. Se convirtió en escritora a tener en cuenta con la novela corta ‘La historia de Java’ (1935), novela lírica muy en la línea de las que por entonces escribían, bajo el magisterio de Ortega, autores como Jarnés, Ayala o Máx Aub, aunque sin su chisporroteo ingenioso y greguerístico. ‘Sinfonía en rojo’, la selec-

Juan Manuel de Prada, durante la presentación del libro en Barcelona, en junio. :: QUIQUE GARCÍA-EFE ción de su obra que ahora publica Juan Manuel de Prada, incluye ese título primero y otro epigonal, ‘El vendedor de vidas’, una novela realista y barojiana que disuena del ambiente de gran mundo y las morosas sutilezas psicológicas del resto de su narrativa. Se le añaden cinco cuen-

SINFONÍA EN ROJO. PROSA Y POESÍA SELECTA Elisabeth Mulder. Introducción y selección de Juan Manuel de Prada. Fundación Banco de Santander. Madrid, 2018.

tos, una quizá no demasiado exigente selección poética y otra de sus colaboraciones en la prensa (artículos de tema literario, por lo general sin demasiado interés, salvo sus colaboraciones en la revista ‘Ínsula’ sobre temas ingleses). El interés de Juan Manuel de Prada por Elisabeth Mulder es ya antiguo. De hecho, el prólogo a esta selección reproduce en buena medida las páginas que le dedica en ‘Las esquinas del aire’, una ‘quest’, para decirlo a la manera anglosajona, una búsqueda de otra escritora olvidada, Ana María Martínez Sagi. ‘Las esquinas del aire’ –aclara el autor en el prólogo– «no es una novela, sino que participa de la biografía, el ensayo literario, el reportaje y el libro de memorias, y todo ese mogollón de adscripciones está servido de manera novelesca». Novelesca es la conversión

de la relación de amistad entre las dos escritoras en una relación lésbica, novelesca la interpretación más o menos rebuscadamente psicoanalítica de los poemas de Elisabeth Mulder (considera ‘El pulpo’, que narra un pesadilla, como la manifestación de «una repulsa mórbida» hacia el hombre). La mezcla de investigación y ficción, si adecuada para obras como ‘Las esquinas del aire’ o las exitosas falsas novelas de Javier Cercas, disuena en un prólogo ensayístico y le hace perder buena parte de su credibilidad. No cabe duda de que Juan Manuel de Prada conoce bien la obra de Elisabeth Mulder y lo que se ha escrito sobre ella (echamos en falta, sin embargo, la acostumbrada, y tan útil, bibliografía final), pero se permite la licencia de citar, y muy ampliamente, unas «memorias inéditas» de Ana María Martínez Sagi, que ni son inéditas ni son de Ana María Martínez Sagi. No son inéditas porque proceden del capítulo ‘Almas gemelas’, de ‘Las esquinas del aire’, y no son de Ana María Martínez Sagi, aunque estén puestas en su boca, sino una recreación más o menos fantasiosa de la vida de la escritora en el estilo inconfundible de Juan Manuel de Prada. Conviene manejar con cuidado realidad y ficción. En la novela cabe todo, también los documentos históricos, pero en una investigación que se pretende rigurosa un toque de novelería le quita validez al conjunto. Los reparos al prólogo –tan lleno de buena información y de buenas intenciones, por otra parte– no le restan interés a esta obra selecta de una autora que dio un toque distinto, entre Somerset Maugham y Katherine Mansfield, a la literatura de su tiempo.

ENTRE GRUÑIDOS :: S. G. Como ya hiciera en ‘El gran libro de los bichos’ y volverá a hacer en ‘El gran libro del mar’, Yubal Zommer da vida a un álbum de gran formato, esta vez habitado por lobos, leones, babuinos, zorros, hienas, guepardos, armadillos, hipopótamos, binturongs, osos pardos, diablos de Tasmania. Tampoco faltan en sus páginas las bestias de la edad de hielo o las que hay en tu calle… En ellas, por las que asoman gruñidos, rugidos y rechinar de

dientes, la “experta en bestias” Bárbara Taylor aporta los datos que acompañan y explican las ilustraciones de Zommer, en una combinación que responde a preguntas y salpica el viaje de curiosidades. Cuestiones como por qué aúllan los lobos a la luna, muerden los castores los árboles, o si es verdad que se ríe la hiena y que el perezoso es muy perezoso abren las dobles páginas dedicadas al animal en cuestión, en tanto que cortos y muy legibles párrafos cuentan al-

EL GRAN LIBRO DE LAS BESTIAS Yubal Zommer. Editorial Juventud. 64 págs. 19 euros. Edad recomendada: a partir de 7 años.

gunas de las informaciones más interesantes y llamativas sobre ellos. Durante el recorrido por esta obra que bien podría ser una primera (y divertida) especie de enciclopedia animal, el desafío de encontrar quince veces y entre los impostores la huella misteriosa, un glosario de «palabras bestiales» y una llamada: al grito de «¡Salvemos las bestias!», conoceremos algunos de los animales que están en apuros, por qué y lo que se hace para intentar salvarlos.


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l concepto de numeral es un universal lingüístico porque existe en todas las lenguas naturales. Esto quiere decir que en todas las culturas los seres humanos de todos los tiempos, con independencia de la lengua en la que se comunicaran, han sentido la necesidad de contar, de pesar o de medir, acciones estas que requieren hacer uso de algún sistema de numeración. No todas las lenguas expresan los numerales de la misma forma. En general, las lenguas románicas siguen el sistema de cardinales latinos. Los numerales son un tipo de cuantificadores que establecen algún cómputo basado en los números naturales. Aunque uno de los usos de los numerales cardinales es la indicación de la cantidad exacta, en español los cardinales también pueden usarse sin valor preciso. Por ejemplo, para hacer referencia a cantidades pequeñas solemos usar ‘cuatro’ como equivalente de ‘poco’: ‘En el cine solo había cuatro gatos’; ‘Escríbele cuatro letras para pedirle disculpas’; ‘Vive a cuatro pasos del trabajo’; ‘Hoy los libros viejos no valen ni cuatro pesetas’; ‘Lo resumiré en cuatro palabras’; ‘Tiene cuatro pelos y mal puestos’; ‘Para cuatro días que vivimos...’. Si nos referimos a cantidades mayores, suele usarse ‘ciento’ como equivalente de ‘mucho’: se habla de cientos de personas, de cientos de manifestaciones, de cientos de páginas, de cientos de miles, de cientos de protestas, de cientos de libros o de cientos de estudiantes. El numeral referido a la unidad adquiere valor indefinido en ‘cenar con unos amigos’, ‘tomar unas cañas’, ‘rellenar unos impresos’ o ‘hacer unos cálculos’; y valor cuantitativo impreciso en ‘estaré fuera unas dos horas’, ‘tardará unos diez minutos’ o ‘habrá unas diez personas’. A continuación me centraré en algunos

LOS LIBROS MÁS VENDIDOS FICCIÓN El Rey recibe. Eduardo Mendoza (Seix Barral)

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

PALABRAS RELACIONADAS CON LOS NÚMEROS términos que presentan una base relacional con un numeral. Relacionado con ‘dos’, tenemos la palabra ‘dobladillo’ para referirnos al pliegue que, a manera de remate, se hace a la ropa en los bordes, doblándola un poco hacia adentro dos veces para coserla. Un ‘doblez’ es la parte que queda doblada en una cosa y también el pliegue que queda al doblar una cosa. Una moneda antigua de oro, con diferente valor según las épocas, era el ‘doblón’; así se llamó desde la época de los Reyes Católicos al excelente mayor, que tenía el peso de dos castellanos o ‘doblas’. ‘Doble’ se aplica a lo que es dos veces mayor o que contiene una cantidad dos veces exactamente. En relación con ‘cuatro’ tenemos ‘cuadri-

lla’ para referirse a un grupo de personas con intereses similares, ‘cuartilla’ (hoja de papel que resulta de dividir en cuatro partes un pliego común y cuarta parte de una arroba.), ‘cuartillo’(antigua medida de capacidad para áridos y también para líquidos), ‘cuartar’ (dar la cuarta vuelta de arado a las tierras que se han de sembrar de cereales), ‘cuartal’ (pan que regularmente tiene la cuarta parte de una hogaza o de otro pan), ‘cuartear’ (partir o dividir algo en cuartas partes), ‘cuarterola’ (barril que hace la cuarta parte de un tonel y medida para líquidos, que hace la cuarta parte de la bota). Relacionado con ‘ocho’, ‘octavilla’ (la octava parte de un pliego de papel, la estrofa de ocho versos de arte menor y volante de

propaganda política o social), ‘octaedro’ (poliedro de ocho caras), ‘octano’ (hidrocarburo de ocho átomos de carbono que sirve para determinar el octanaje de un carburante), ‘octeto’ (composición para ocho instrumentos u ocho voces), ‘octosílabo’ (verso de ocho sílabas). Relacionado con tres, ‘trillizo’ (que se aplica al nacido en un parto triple), ‘tresalbo’ (caballo o yegua que tiene tres pies blancos), ‘tresañal’ (de tres años), ‘tresdoblar’ (dar a algo tres dobleces, uno sobre otro), ‘tresillo’ (para designar tanto al juego de naipes como al conjunto de un sofá y dos butacas que hacen juego o a la sortija con tres piedras que hacen juego), ‘tríada’ (conjunto de tres cosas o seres estrecha o especialmente vinculados entre sí), ‘triángulo’ (polígono de tres lados), o la expresión ‘al tresbolillo’, que consiste en colocar las plantas en filas paralelas, de modo que las de cada fila correspondan al medio de los huecos de la fila inmediata, de manera que formen triángulos equiláteros. Y así sucesivamente. Piensen en los términos para referirse a las personas de un determinado grupo de edad, como ‘veinteañero’ (que tiene entre veinte y treinta años), ‘treintañero’ (entre 30 y 39 años), cuarentón (entre 40 y 49 años), cincuentón (entre 50 y 59 años), sesentón (entre 60 y 69 años), setentón o septuagenario (que ha cumplido 70 años y no llega a 80), octogenario (que ha cumplido 80 años y no llega a 90) y nonagenario (que ha cumplido 90 años y no llega a los cien). Y en los que se refieren a grupos de un determinado número de unidades, como decena, docena, veintena, treintena, centena o centenar, etc. O los que designan grupos de días, como semana (siete días consecutivos) o quincena (quince días).

Recordando a Paul Virilio

La desaparición de S. Mailer. Joël Dicker. (Alfaguara) Las hijas del capitán. María Dueñas. (Planeta) Patria. Fernando Aramburu. (Tusquets)

IÑAKI A EZQUERRA

Hippie. Paulo Coelho (Planeta)

NO FICCIÓN 21 lecciones para el siglo XXI. Y. Noah Harari. (Debate) Sapiens. Y. Noah Harari. (Debate) Fariña. Nacho Carretero. (Libros del KO) Morder la manzana. Letizia Dolera. (Planeta) Impón tu suerte. Enrique Vila Matas. Círculo de Tiza)

INFANTIL Y JUVENIL Futbolísimos. Roberto Santiago (SM) La diversión de Martina 3: La puerta mágica. Martina D’Antiochia. (Montena) Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes. Elena Favili y Francesca Cavallo. (Destino) El Principito. A. de Saint Exypéry (Salamandra) Yo mataré monstruos por ti. Santi Balmes y Lyona. (Principal de los Libros)

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e los cientos de páginas que podemos leer de un escritor o un filósofo se nos quedan unas pocas ideas, algunas frases que luego reelaboramos a veces hasta la tergiversación. Se nos quedan en la memoria imágenes de escenas y también de divagaciones abstractas. De Paul Virilio, que acaba de morir, a uno se le ha quedado, asomando desde lejanas lecturas, la sugerente tesis de que la omnipresencia pública conlleva en el sujeto una necesidad inversamente proporcional de invisibilidad, de desaparición, de tregua. Recuerdo que ponía como ejemplos la epilepsia de Julio César y la reclusión de un cuarto de siglo que se impuso Howard Hughes desde los 45 años hasta su

muerte. En el primer caso, el hombre con más poder militar y político de su tiempo habría necesitado de una suerte de ceses de sí mismo como si fuera su propia fisiología la que tomara por él la decisión de liberarlo de vez en cuando de esa sobrecarga de existencia que solo podría sobrellevarse con breves muertes que la contrarrestaran. En el segundo caso, lo que varía es que, en vez de revelarse en pequeñas dosis, el lapsus se presenta de una sola y definitiva vez como una necesidad de compensar con la ausencia social y mediática al hombre más rico y visto de América. Más allá de la técnica en la que se mueven sus conjeturas teóricas, Virilio insinúa en el individuo un pudor metabólico que desmiente este presente brutal. Hay un tipo al que le veo a todas horas en la tele desde hace unos años y del que sé –por un amigo común– que no duerme más de una hora diaria.

Paul Virilio, filósofo y urbanista francés, ante una de sus obras. :: DANIEL JANIN-AFP


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ORTIGAS A MANOS LLENAS

Nueces D

el problema de la enseñanza de la literatura pocos escritores suelen ocuparse, salvo que ejerzan o hayan ejercido la docencia. En lo relativo a la animación a la lectura –escurridizo concepto que tiene que ver, solo tangencialmente, con la enseñanza reglada– se oyen a veces reflexiones pueriles tales como que si los padres leen, los niños leen, o que es suficiente con dotar a las bibliotecas de suficientes fondos de literatura juvenil. Pero cuando nos topamos con el complejo mundo de la Secundaria y ese revoltijo vital que es la adolescencia, la enseñanza y la literatura se convierten en claras enemigas. Cualquiera que haya dado clase en un instituto sabe lo heroico que resulta cumplir con programas educativos en los que, más que de literatura, se habla de historia literaria, y en los que se obliga a seguir el temario canónico, un listado de nombres y títulos que a los alumnos, la verdad, les suena a chino. ¿De verdad alguien cree que a los catorce años interesan Gonzalo de Berceo, Garcilaso de la Vega o Espronceda? Y en cuanto al desmenuzamiento escolar del análisis de texto, ¿quién dijo que leer era salir a cazar figuras retóricas o trazar patrones métricos? Con este aprendizaje, los alumnos terminan asociando la literatura con la

obligación y el tedio. Más que métodos para construir lectores, parecen pensados justo para lo contrario: para aniquilarlos. Lo mismo sucede con la obligación de la lectura. Uno de mis descubrimientos más pavorosos fue cuando supe que en un instituto habían puesto un examen sobre un libro mío. ¿Un examen?, pregunté. Sí, pero tipo test, como si eso no lo empeorara aún más. En ‘Ordesa’, el último libro del siempre irreverente Manuel Vilas, se retrata bien el absurdo de este tipo de enseñanza: «Te pagan por explicarles chorradas como la tilde diacrítica; para que no confundan a Quevedo con Góngora». Vilas puede ser hiperbólico cuando se pregunta a quién demonios le importa quién era Quevedo o quién Góngora, pero dio clases en institutos de secundaria durante veintitrés años y sabe de lo que habla. Para él, es la «aristocracia cultural española» quien exige un aprendizaje memorístico sin preocuparse realmente por las necesidades y problemas de los alumnos –esos futuros parados–. Habla del «sadismo de la enseñanza», en el que los profesores, «mucho más alienados que sus alumnos», se rasgan las vestiduras porque sus alumnos desconocen quién fue Juan Ramón Jiménez. «No se dan cuenta de que lo que a ellos les parece im-

SARA MESA

:: JOSÉ IBARROLA

portante no es más que una convención (...). Los chicos no están alienados bajo esas grises convenciones. Ven esas convenciones como las vería un extraterrestre». Vilas tiene claro que el problema no es del profesorado, sino del sistema educativo que se les impone. Algunos profesores son excelentes, dice, pero el sistema educativo está agonizando. Para Antonio Orejudo, el fallo está en lo que, humorísticamente, denomina «la atención al cliente». En ‘Grandes éxitos’, su maravillosa miscelánea de textos recientemente publicada, el asunto de la enseñanza ocupa, cómo no, un lugar destacado:

otro que sabe de lo que habla. Orejudo propone desterrar «el engolado y escolástico lenguaje con que explicamos la literatura» y renunciar «al supersticioso respeto por la ordenación cronológica». «En vez de dar vueltas concéntricas al mismo tema, que invariablemente empieza en la Edad Media y termina en la época contemporánea, ¿por qué no empezar por el final? ¿No sería más lógico centrarse al principio en la literatura que se hace hoy para estimular el apetito de los escolares e ir formándolos como lectores?». Más adelante, dice, podrían adentrarse en la literatura antigua, cuya lectura requiere «asistencia técnica». Orejudo propone una hermosa metáfora para ilustrar la función del profesorado: leer como quien come nueces, «rompiendo sin miramientos el duro cascarón de la lejanía

cultural y dándoles a probar el fruto, dulce o amargo pero tierno, que esos libros guardan en su interior.» Lo curioso es que muchas de estas cosas se vienen diciendo desde hace décadas. Justo hace unos días, leyendo los ensayos de Flannery O’Connor recogidos en ‘Misterio y maneras’, encontré dos textos reveladores: ‘La enseñanza de la literatura’ y ‘La li-

Con este aprendizaje los alumnos terminan asociando la literatura con la obligación y el tedio

teratura en el instituto’. O’Connor fue muy crítica con la enseñanza de su tiempo. Según ella, se podía acabar la carrera de Filología sin saber leer una obra literaria. ¿La razón? En las aulas el método más usual era ceñirse a la historia de la literatura, que en absoluto supone «enseñar literatura». Tampoco los acercamientos psicológicos o sociológicos resultan suficientes: «Si buscáis temas actuales, es mejor que os remitáis a los periódicos». O’Connor habla del «misterio» esencial de la obra literaria, ese que hay que desentrañar con la ayuda del profesor y unas «herramientas» específicas, no importadas de otras disciplinas. Ese misterio que anida en el interior de la nuez, como diría Orejudo y también Hamlet, porque dentro de la cáscara se esconde un espacio infinito.


12 LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 22.09.18 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Ángel Ortiz Coordinador: Chema Cillero

P

oco mitos han permanecido tan vivos en el imaginario colectivo occidental como el de la Atlántida. Las primeras noticias que tenemos de él se deben al que quizá fue el más postrero de los libros de Platón: ‘Critías’, que dejó inacabado. En una de mis novelas imaginé al filósofo ateniense durante sus últimos días de vida escribiendo el diálogo que tanto ha dado que hablar, pues recrea con su imaginación habitual y el clasicismo incomparable de su estilo, mesurado y a la vez magnífico, la historia de la Atlántida. El diálogo pudo estar concebido como una continuación de ‘Timeo’, el libro más pitagórico de Platón, y no conviene olvidar que los pitagóricos eran una secta de carácter iniciático con muchas conexiones con la cultura oriental y sus creencias en la transmigración de las almas y las eras cósmicas, que hoy podríamos llamar eras geológicas, pues cubren inmensas extensiones de la duración del todo, lo que James Hutton definió como ‘tiempo profundo’. Y en efecto, ‘Critías’ no deja de ser una meditación sobre el tiempo profundo a escala humana, a la vez que una narración claramente apocalíptica sobre el binomio conformado por la creación y la destrucción. Los griegos nunca fueron ajenos a la doctrina de los ciclos, y a su manera concibieron una creación del orbe fundamentada en la sucesión de creaciones y destrucciones. La ‘Teogonía’ de Hesíodo es bien elocuente a ese respecto, cuando describe cómo las generaciones de dioses parricidas se fueron sucediendo en el gobierno del cielo y la tierra, pero Platón consigue darle a la ideología de las eras una dimensión más moderna y escalofriante, y mucho más próxima a nosotros, que arrastramos una historia llena de devastaciones. En los límites estrictos de este artículo no caben las menciones a todas las alucinaciones a que ha dado lugar el mito de la Atlántida y ni a todas las teorías de naturaleza peregrina que se han ido sucediendo hasta nuestros días. Me basta con preguntarme dónde pudo estar la Atlántida y en qué cultura se pudo

Imaginar que la Atlántida estaba ubicada más allá de las Columnas de Hércules no tiene demasiado sentido

:: ILUSTRACIÓN IRENE GRACIA

MITOLOGÍAS JESÚS FERRERO

La Atlántida inspirar Platón para concebir la más célebre de su fábulas morales y escatológicas. Soy de la opinión de que esa isla de círculos concéntricos, primordial y lítica, inmensamente poderosa y devota del dios del mar, cuya estatua se alza-

ba en su corazón de piedra y de agua, solo pudo ser la cultura minoica. En 1975 el autor ruso I. Rézanov publicó en la editorial Mir de Moscú un libro sobre la Atlántida muy esclarecedor, en el que investigaba los diferentes ca-

taclismos debidos a erupciones volcánicas que se han ido sucediendo en el planeta, y llega a la conclusión de que el que se produjo en la isla de Santorini (Thira en griego) hace unos cuatro mil quinientos años fue uno de los más

definitivos. Llega a compararlo con la erupción del Krakatoa, en el archipiélago de Sonda, cuando corría el mes de mayo de 1883. La catástrofe piroclástica que hacia el año 1445 a. de C. tuvo lugar en Thira, uno de los enclaves fundamentales de la civilización minoica, destruyó por completo el emporio de la isla con todas sus riquezas, trasformando mucho su geografía, que pudo haber sido muy parecida a la descrita por Platón en ‘Critías’. Imaginar que la Atlántida estaba ubicada más allá de las Columnas de Hércules, en lo que para los griegos era tierra ignota, no tiene demasiado sentido, y si Platón le dio el nombre de Atlántida fue para vincularla al dios Atlante, o Atlas, el titán que sostenía la tierra, y a la vez para conferirle cierta lejanía espacial, que a su vez revertía en la lejanía temporal, pues le separaban mil años del desastre de Thira. A quien crea que son demasiados años para que se conserve un hecho en la memoria colectiva es preciso advertirle que las culturas fundamentalmente basadas en la tradición oral, como eran las que nos ocupan, su poder de conservación y cristalización era muy notorio. Contaba el antropólogo Lévi-Strauss que los indios amazónicos que el visitó, apenas habían alterado su tradición durante los cuatrocientos últimos años, al comparar su propia visión con la que habían descrito los misioneros españoles de la época más conflictiva de la conquista de América. Debido a ello, no cabe la menor duda que que hasta Platón llegaron los ecos de la erupción que destruyó a los minoicos de Thira: los atlantes de su mito de la Ciudad Perdida, al que dedicó seguramente su último año de vida ignorando el efecto mariposa que iba a provocar entre nosotros.


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