Solemne y descacharrante

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SOMBRA CIPRES LA

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Sábado, 29.09.18 NÚMERO 312

Solemne y descacharrante Eduardo Mendoza exhibe una vez más su riqueza narrativa y estilística en su última obra, ‘El rey recibe’ [P2]

Eduardo Mendoza, en Madrid, a mediados de septiembre. :: PAOLO AGUILAR-EFE


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Encarar un texto sobre la obra y la importancia del autor barcelonés solo pudo resultar en una aventura prodigiosa y, sí, también algo kafkiana

El enredo del reportaje sobre Eduardo Mendoza A

alguien tenía que haberle sustraído yo las albóndigas que se encontraban en el tercer balde de la nevera comunal de la redacción, dentro de un ‘tupperware’ sin nombre, distintivo identificativo o señal que aportara pista alguna sobre su propietario, colegí después de engullirlas y de notar, en la base de mi estómago, la ácida sentencia con la que mi vientre purgaba por el hurto cometido. Aquel día, después de una digestión intranquila, me encontré frente a la mesa del despacho de mi jefe, mientras mis tripas se retorcían como un monstruoso insecto. «Queremos un reportaje sobre Eduardo Mendoza», me dijo, «preferiblemente desde un enfoque nuevo y original». Su requerimiento no podía ser más claro. Por mi parte referí, bajo la más absoluta profesionalidad, todo tipo de pretextos; desde un prolongado síndrome posvacacional hasta la insoslayable flema con la que se avecinaba la cada vez más inminente Seminci, pasando por la coincidencia de un cumpleaños que, sin yo advertir que él era sabedor de dicha información, ya había tenido lugar diez días atrás. No hubo ocasión de proseguir el debate; mis fenomenales argumentos sucumbieron frente a la retórica incontestable que despliega la Mirada de Finiquito™, por lo que, un tanto compungido de verme derrotado en tan singular lid de la dialéctica, regresé al trabajo dispuesto a acometer el encargo requerido. En un primer momento pensé en articular una muy original falsa entrevista con el autor, recurso nunca bien ponderado y harto frecuente en otras publicaciones sonrosadas del gremio, con el guiño implícito a la época y al ecosistema en los que el pro-

SAMUEL REGUEIRA

pio Mendoza colaboró haciendo lo que, con su habitual gracejo, bautizó como «periodismo de barricada». Después, a lo largo de la jornada, anduve sopesando lo ingeniosísimo que resultaría una construcción narrativa que emulara al innombrado protagonista de, ya habrán adivinado... sí, ‘Sin noticias de Gurb’; un hallazgo que, confesaré, por un momento me ilusionó ante la perspectiva de devolver, allá al formato periodístico donde nació, la fragmentaria estructura horaria y, a veces, minutada, que tanto ha deleitado al gran público, y que a fecha de hoy sigue conformando el libro en el que con mayor frecuencia el escritor estampa su rúbrica a raíz de encuentros con los lectores en toda laya de eventos literarios. Finalmente, la idea de recrear un notablemente particular discurso autoral, como verán, persistió, si bien des-

Su primer héroe, Javier Miranda, era de Valladolid dado que fue donde el autor hizo la mili El ardid pasa por alargar lo máximo posible una frase sin que avance la información

cubrí a media tarde que el mejor homenaje posible a Mendoza era afrontar mi texto desde la misma perspectiva que él admite abordar en los suyos: de la manera más facilona posible. De este modo, para vertebrar mi reportaje sobre Mendoza, concluí a las tantas de la madrugada que la mejor idea era narrar mi experiencia tratando de vertebrar un reportaje sobre Mendoza. Embriagado de entusiasmo, marqué el número de mi jefe y le transmití mis decisiones con contundencia, agilidad y concisión. Hube de colgar el teléfono antes de que terminase de deletrear, aullando, las siglas del INEM, y de que comenzase a vociferar demandando mi glotis, dada la incorregible manía que yo había desarrollado en lo que se refería a telefonearle a aquellas horas tan intempestivas.

En construcción Para dar color al reportaje, tocaba además buscar datos curiosos. Me topé con que su primer héroe, Javier Miranda; era de Valladolid dado que fue aquí donde el autor hizo la mili; también que Horacio Dos se llamaba así por el domicilio en el que el autor residió durante su estancia neoyorquina –2 Horatio Street– y que en sus lecturas destacaban los autores rusos –Tolstoi, Chéjov, Dostoyevski– y Kafka. ¡Franz Kafka! Buen guiño sería, dilucidé, comenzar mi texto con un sutil homenaje a este autor, a quien Mendoza tanto admira. Asumir el discurso y las claves del formato mendocino no resultó sencillo. Nada parecía más complicado que tratar de emular una mezcla única de afán de excelencia con la pasión por jugar con la lingüística, la que ya se vislumbraba en la época en la que Eduardo Mendoza, según cuenta Llàtzer Moix, trabaja-

ba como intérprete en Naciones Unidas y combinaba la seriedad del cargo con los retos que manejaban los ‘concabinos’ para incrustar palabras rebuscadas en las sesiones. A partir de diversas lecturas pude hallar el que suponía, a mi juicio, el principal recurso narrativo y humorístico del autor. Si se presta atención, se ve que el ardid pasa por alargar lo máximo posible una frase, extender una oración sin que necesariamente avance, con ella, la información brindada; prolongar, en definitiva, una construcción gramatical hasta el punto de que el mismísimo William Faulkner la juzgue excesiva, y entonces, solo entonces, cuando el lector ya está suplicando esa pausa visual, cuando parece que el enunciado no va a dar más de sí, de repente la frase, tras un último estertor, casi sorpresivamente o, por lo menos, no de manera esperable, y siempre de forma anticlimática y profundamente insatisfactoria, se acaba. Otra característica indeleble del autor, advertí de los estudios con los que pude hacerme –‘Mundo Mendoza’ de Moix y ‘La estrategia de la postmodernidad en Eduardo Mendoza’, de Miguel Herráez–, es el mimo con el que bautiza a sus personajes, a la vez revelador de un aspecto de su personalidad e hilarante para el lector; como sucede con Nemesio Cabra o Pajarito de Soto. Estaba terminando de escribir estas líneas cuando percibí, leyendo por encima de mi hombro, a mi amigo y compañero Vicente Álvarez, que dos puntos por encima de conmovido y tres por debajo de febril me señaló que esos eran personajes de ‘La verdad sobre el caso Savolta’. Asentí, manteniendo la mirada como hago cuando no entiendo lo que me quieren de-

Eduardo Mendoza, en Barcelona durante la promoción de ‘El rey recibe’. :: ENRIC FONTCUBERTA-EFE


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cir. Álvarez insistió en que el recurso es más propio del divertimento y de la obra menor, que yo me refería a un volumen capital de la literatura española; y que si era eso todo cuanto tenía que decir del libro para el reportaje. Parpadeé dos veces. Consciente de lo mucho que se arrepentía de la tarde en que consideró interesante entablar conversación conmigo invitándome a una Pepsi-Cola, Vicente se marchó dando zancadas, cuatro puntos por encima de indignado y uno por debajo de iracundo, jurando que se las ingeniaría para «ajustar las cuentas pertinentes».

Aparece el señor K. Avanzaba en mi crónica con la alerta triple de escoger cuidadosamente cada palabra empleada, no en pro de un texto esmerado y límpido como haría el método de trabajo mendocino, sino a modo de precaución para no ofender a mi jefe, al escritor y al buen gusto del lector, y temiendo que estaba fracasando en los tres frentes de manera simultánea. Quizás con unas palabras literales de Eduardo Mendoza, sopesé, el reportaje se elevaría un poco sobre su propia media. Y me topé con una conferencia sobre teoría general de la novela: «Kafka es un ser entrañable, que todos queremos, pero es muy mal escritor […] Así no se comienza una novela, así se acaba». Miré atrás, a todo lo escrito; comprobé la hora, calculé lo que me faltaba para el tope y me encogí de hombros. Bueno. Algún fallito había que tener. No estaba la cosa para hacer cambios. Además, Mendoza acusa a Kafka de no saber empezar novelas, pero él mismo admitió a Moix que él no sabía acabar sus libros: «Más que terminarlos, parece que los interrumpo». Es entonces cuando comprendí que mi texto, como homenaje final al autor de ‘El rey recibe’, también ha de quedar así. Interrumpido. Le informo a mi jefe de que he acabado, dejo buena parte del texto sin rellenar y me voy a casa, con la satisfacción del deber concluido. Si a partir de ahora hubiera alguna información, la que fuera, descontextualizada y totalmente fuera de lugar, será la de un editor en necesidad de cuadrar la página, que se habrá servido del primer dato que haya encontrado en cualquier parte, más pendiente de averiguar quién diablos se está comiendo sus albóndigas del ‘tupperware’ en el tercer balde de la nevera comunal de la redacción. Eduardo Mendoza ganó, en 2015, el Premio Franz Kafka.


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Algunos datos sobre Mendoza (de los que no se hablará en este periódico) :: S. REGUEIRA

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l reportaje tenía que ser original, eso estaba cristalino. Nada de consignar que el escritor naciera en Barcelona un 11 de enero de 1943; desde luego. Tampoco había de caer tan bajo como para calificarle de ser el responsable de obras tan importantes en nuestra literatura reciente como ‘La verdad sobre el caso Savolta’, ‘La ciudad de los prodigios’ o ‘El misterio de la cripta embrujada’ –amén de sus sucesivas continuaciones; ‘El laberinto de las aceitunas’, ‘La aventura del tocador de señoras’, ‘El enredo de la bolsa y la vida’ y ‘El secreto de la modelo extraviada’–. Y, en lo posible, tenía que evitar tanto la mención a las comedietas –‘Sin noticias de Gurb’, ‘El último trayecto de Horacio Dos’ o ‘El asom-

broso viaje de Pomponio Flato’–, como la alusión a su confección de distintos volúmenes jalonados por uno o varios relatos cortos, los pinitos del escritor en el teatro, recuperados no hace mucho por la editorial Seix Barral; y un abanico ensayístico que abarcara sesudos estudios sobre Nueva York, Pío Baroja o la situación política desatada en los últimos meses en Cataluña. Cabía eludir, finalmente, la casi pornográfica enumeración de los reconocimientos cosechados a lo largo de su carrera, como el Premio de la Crítica en 1975, el Ciudad de Barcelona en 1987, el concedido por del Gremio de Libreros en 2002, el Planeta en 2010 –por ‘Riña de gatos’– o el Cervantes, homenaje a toda su trayectoria literaria, en 2016. No; nada de eso había de tener cabida alguna en este reportaje.

El escritor barcelonés en 1996. :: JULIÁN MARTÍN-EFE

Gracias Mendoza, contigo empezó todo P ues sí, Eduardo Mendoza, gloria en los cielos al caso Savolta, contigo empezó todo, con tu manuscrito maleta en mano de más de mil páginas viajando a principios de los 70 de rechazo en rechazo por todas las editoriales, con el contrato firmado por fin en 1973 y la novela olvidada en los almacenes de Seix Barral durante dos años, con la estúpida censura de imbéciles y pajilleros que borraron el título original y se permitieron la estulticia de señalar que era un «novelón estúpido y confuso, escrito sin pies ni cabeza… con casamientos, cuernos, asesinatos y todo lo típico de las novelas pésimas escritas por escritores que no saben escribir», sí, contigo empezó todo, con la novela pre-

sentada por fin el día de Sant Jordi de 1975, con los ocho ejemplares que se vendieron aquel día (cuatro de ellos a tu propia hermana), con el órdago de recuperar el placer de narrar y dar un corte de mangas a la literatura experimental, con Javier Miranda, un chico vallisoletano que llegaba a una convulsa Barcelona de empresarios explotadores y periodistas inquebrantables, de putas y matones, de anarquistas y pistoleros en bandolera, con Nemesio Cabra, descendiente del Buscón, con el ambiguo e inquietante Lepprince, con la sensual y calculadora María Coral, y con tantos y tantos personajes, como Pajarito de Soto, hijos de la imaginación y la tradición picaresca, sí, contigo empezó todo, con ese deseo ocul-

VICENTE E ÁLVAREZ Z

Contigo empezamos a repudiar la aburrida literatura experimental, recuperamos el placer de leer y perdimos el miedo a contar historias

to de escribir una novela a la manera de tu admirada ‘Guerra y Paz’ pero teniendo claro que el resultado tenía que ser una mezcla equilibrada de superproducción y filme de arte y ensayo, con ese cóctel irónico de viejo folletín y de moderna novela policíaca que tanto asombró desde el primer momento, con esa prodigiosa variedad de registros milagrosamente dotados de una coherencia interna única, con ese megamix memorable donde conviven admirablemente la novela social, la novela decimonónica, la novela existencial, la comedia de enredo, la novela histórica, la novela policíaca, la novela epistolar, la novela romántica y el folletín, sí, contigo empezó todo, con ‘Los soldados de Cataluña’ que iban

a ser ‘Puños y besos’ y que acabaron entrando en la historia como ‘La verdad sobre el caso Savolta’, con ese libro de texto de Literatura Española para estudiantes de COU en el que el insigne Fernando Lázaro Carreter dedicó un capítulo entero a un autor desconocido y a su primera novela recién salida del horno, un libro de texto que nos dio a conocer la obra que acabaría convirtiéndose en la novela más influyente de la literatura española de la segunda mitad del siglo XX, sí, contigo empezó todo, con tu humor irónico, sarcástico, disparatado, hiperbólico, satírico, con la crítica acerada y mordaz de una época de contrastes, la de los cabarets, tabernas y barrio chino frente a los salones elegantes y los casinos, sí, contigo empezó todo, con tu forma magistral de construir mosaicos, de ensamblar puzles, de fragmentar la obra acumulando artículos, actas judiciales, notas taquigráficas, cartas, fichas policiales, entrevistas y documentos, en una especie de collage de indudable atractivo que, increíblemente, servía para hacer avan-

zar la acción de forma fluida, sí, contigo empezó todo, con todos los lenguajes que supiste utilizar, el periodístico, el jurídico, el administrativo, el policial, el naturalista, el de la calle, con catalanismos e incorrecciones lingüísticas incluidas, con ‘flashbacks’ continuos, con el desorden cronológico por bandera y con un montaje de secuencias tremendamente complejo que, sin embargo, funcionaba como una maquinaria suiza de precisión, sí, contigo empezó todo, contigo comenzamos a repudiar la aburrida literatura experimental, contigo recuperamos el placer de leer, contigo perdimos el miedo a contar historias, a narrar sin más pretensiones que el bendito entretenimiento, contigo aprendimos a reivindicar el argumento como parte esencial de la escritura narrativa, contigo además supimos que el escribir una novela sustentada en géneros populares no es incompatible con una escritura de máxima exigencia, por todo ello, gracias, Eduardo Mendoza, con ‘La verdad sobre el caso Savolta’ empezó todo.


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CARLOS AGANZO

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Mendoza en la distancia C

uando aquel joven traductor de la ONU afincado en Nueva York llamado Eduardo Mendoza publicó, en 1975, su primera novela, ‘La verdad sobre el caso Savolta’, la crítica lo saludó como una nueva estrella del panorama literario español. Aunque lo cierto es que muchos no supieron de él entonces, sino más tarde, cuando salió a la luz en 1979 ‘El misterio de la cripta embrujada’, quienes descubrieron al escritor catalán en su primera obra pudieron comprobar de qué manera era capaz, desde la distancia –tanto física de su persona como temporal de su novela–, de implicarse en la realidad de su tiempo. Mucho antes de que se hablara de la nueva narrativa española, la frescura y la originalidad de la narrativa de Mendoza anticipaba un nuevo horizonte literario en el filo de la transición política hacia la democracia. La censura le había obligado a cambiar el título de la novela, ‘La verdad sobre el caso Savolta’ por ‘Los soldados de Cataluña’, pero la novela nacía prácticamente con la muerte del dictador, y conseguía el primer Premio de la Crítica de la nueva etapa histórica de España. Tras licenciarse en Derecho en 1965, Eduardo Mendoza había viajado por Europa y los Estados Unidos, y había aprendido a mirar desde fuera su querida ciudad de

El escritor catalán Eduardo Mendoza (drcha.), tras recibir el Cervantes de manos de Felipe VI. :: J. C. HIDALGO-EFE Barcelona, con mucho más sentido de la realidad del que mostraban, ya entonces, quienes la poblaban sin haber salido de ella nunca. Esa característica, la reveladora distancia, quizás ha sido siempre la seña de identidad de la obra de Eduardo Mendoza. Al menos de su obra más interesante. Distancia en el estilo lite-

rario, lejos de toda militancia estética. Distancia en la propia temática elegida. Y distancia a través de un sentido del humor que no todos han entendido siempre, pero que sin duda consiguió atrapar a sus lectores más avisados desde el primer momento. Sus personajes, sus situaciones, se sitúan en un espacio que

Sus personajes, sus situaciones, se sitúan en un espacio que se convierte en símbolo desde el primer momento

Retrato de una desconocida

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a novelita de Stephan Zweig (y la película de Lubitsch) se llaman ‘Carta a una desconocida’. También podría haber titulado así esta ‘Sinfonía en rojo. Prosa y poesía selecta’ –Santander Fundación– de Elisabeth Mulder, española, nacida en Barcelona en 1904 –murió del todo olvidada en 1987– hija de padre holandés, que fue una poeta notable y luego una mejor novelista. Conocida en los años de la preguerra y luego entrados los 40, había pasado la guerra refugiada en la embajada de Holanda, y aunque tuvo amigos en ambos bandos –y en la sufri-

da tercera España, a la que acaso perteneció ella misma– hay que entender que ninguno de los bandos le gustaban: ni comunista ni fascista. Dicen que cuando Azaña estaba por partir al exilio definitivo, mandó un motorista a ver a Mulder y a pedirle un ejemplar de uno de sus más raros libros de poemas, ‘Sinfonía en rojo’ de 1929 –libro que la autora retiró a instancias de su entonces marido, Ezequiel Dauner– y que parece tuvo en Azaña un lector devoto… Viuda desde principios de los 30, con buena posición económica y social, pero dedicada a leer y escribir (sabía ruso,

dicen que aprendido teniendo de maestra a una antigua dama de la zarina) cuando Mulder envió en los años 20 sus primeros artículos a la prensa, muchos creyeron que era el pseudónimo de algún hombre importante. Digamos que no había cabeza para intuir a una mujer cosmopolita y no muy afecta a los saraos literarios. Sus libros de poemas –el primero ‘Embrujamiento’ de 1928– son brillantes, con muy claros resplandores simbolistas. Pero cuando volvió a publicar novelas (luego de 1941) rertoma la altura de su hermosa novela ‘Historia de Java’ –1935– con-

tada por una gata que rehúye a los humanos, y que con otro tono, es el nivel alto de ‘El hombre que acabó en las islas’ de 1944. Cosmopolitismo, esnobismo. Aunque uno sepa que sobre ella escribieron Domenchina, Joaquín de Entrambasaguas o José Luis Cano, y que gozó de un respeto generalizado, al escribir es muy obvia la sensación de que informo por vez primera a la mayoría de los lectores. Olvidada en Barcelona, escribiendo algunos cuentos notables como ‘Las noches del gato verde’ (1963) Elizabeth Mulder, que por ejemplo había traducido ‘Rebelión en el

se convierte en símbolo desde el primer momento. Símbolo del presente más absoluto que le ha tocado vivir al escritor. La escritura de Eduardo Mendoza es siempre atractiva. En todos los géneros y en todos los artefactos literarios que ha construido. En los ensayos, en el teatro y en las

SATURNALES LUIS ANTONIO DE VILLENA

Elisabeth Mulder, poeta notable y luego mejor novelista, murió del todo olvidada en 1987

desierto’ de T. E. Lawrence (el célebre Lawrence de Arabia) hubo de acabar traduciendo meros librillos divulgativos… Para el crítico Eugenio de

‘novelas por entregas’ publicadas en la prensa, pero sobre todo en sus grandes novelas, en las que consigue superar la propia peripecia narrativa para hablar de algo más. Si su biografía se ha construido entrando y saliendo de España, alejándose y acercándose una vez y otra, también su producción literaria ha seguido ese mismo sentido: grandes hitos escritos con la perspectiva de la literatura que trasciende la urgencia del presente, y trabajos intermedios, ajenos en aparicencia a la línea más reconocible de su literatura, pero sin duda necesarios para entender el valor completo de esa obra, reconocida en 2016 con el Premio Cervantes. Hay a quien le gustó que Eduardo Mendoza se marchara a Venecia en ‘La isla inaudita’, después de ‘La ciudad de los prodigios’ y hay a quien no. Hay quien pondera la gracia de aquel extraterrestre que aterrizaba en la Barcelona de los Juegos Olímpicos del 92 y cuyas peripecias se iban conociendo periódicamente a través de la prensa, y hay quien prefiere la fuerza de ‘Él año del diluvio’, publicada en otro momento histórico: aquel 1992 en el que España entraba en una crisis que la iba a transformar poderosamente... Hay quienes se engancharon con las aventuras de su famoso detective anónimo, hasta el caso del tocador de señoras, y hay quienes prefieren ‘Riña de gatos’, por mucho que la acción se sitúe en Madrid, y no en su ya mítica ciudad prodigiosa de Barcelona. Más de cuarenta años de literatura, en todo caso, que dan el testimonio de uno de los autores más singulares de nuestro tiempo.

Nora, si Mulder fracasa –siendo una escritora notable– es «porque nunca tomó partido». Uno debiera creer que el partidismo político, no es literario, no debiera serlo. Pero ni el feminismo, que ha reivindicado desde grandes como María Zambrano, a figuras de otra manera secundarias, como la propia Concha Méndez, Victoria Kent o Consuelo Berges (siempre partidaria y seguidora de Mulder) se ha ocupado de nuestra Elisabeth como ha dejado de lado a la muy notable Mercedes Formica. Alguien poco querido por el ‘establishment’ literario como Juan Manuel de Prada, es el prologuista –el recuperador oficial– de Mulder en esta muy bien editada ‘Sinfonía en rojo’, de la Fundación Banco de Santander. No aprendemos.


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Portada e interior del libro de Jason Lutes (abajo).

na a narrar las vidas minús núsculas y el detalle cotid cotidiano: así por ejemplo, lo que preocupa a B los Braun, padre e hijo miem miembros de las milin cias nazis, es que la cap misa parda del pequeño se vea arrugada en el desfile.

Contrapunto Contr

Sombras sobre Berlín Jason Lutes concluye su trilogía sobre peras las vidas de los alemanes en vísperas de la toma del poder por los nazis is

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on ‘Berlín. Ciudad de luz’ (Astiberri) Jason Lutes (New Jersey, 1967) concluye al fin la trilogía dedicada a la capital alemana, cuyos títulos precedentes fueron ‘Berlín. Ciudad de piedras’ (2005) y ‘Berlín. Ciudad de humo’ (2008). Siguiendo el modelo de la novela histórica, la obra cuenta las vidas en la ciudad de personajes de orígenes, edades y rangos sociales diversos en el periodo que va de septiembre de 1928 a la primavera de 1932, es decir, en el que antecede a la toma del poder por los nacionalsocialistas. Los acontecimientos históricos y los protagonistas reales de esos años asoman en el trasfondo de un relato articulado por las peripecias de numerosas figuras de ficción, que se entrecruzan en un protagonismo coral. El primer plano de la narración lo ocupan habitualmente dichos personajes ficticios. Dadas las convicciones y la militancia de algunos de ellos, que se integran en el sindicato comunista o en las milicias nazis, los acontecimientos

JUAN MANUEL DIAZ DE GUEREÑU

políticos de la época intervienen en el relato, pero este no se propone como lente de aumento para hacer visible el suceso real, no lo ejemplifica ni lo explica. Más bien al contrario, el suceso histórico es uno más entre los que condicionan las existencias particulares que despliega la obra. En este sentido se entiende una de las decisiones más llamativas del autor, la de suprimir la esvástica de las banderas y los brazaletes de los nazis, cuyos desfiles y matonerías se van haciendo frecuentes en la acción. Lutes la explica por su convicción de que la cruz gamada está tan cargada de significado que determinaría la interpretación e impediría al lector atender a las motivaciones de los personajes. Todo se reduciría a un relato sobre el ascenso del nazismo al poder. En el episodio inicial del primer volumen de ‘Berlín’,

Jason Lutes atribuye a Marthe Muller, una dee cisus protagonistas princieer pales, lo que podríamos leer como una poética de la obra. Muller, estudiante de Arte, n, pemuestra a Kurt Severin, cetos, riodista, su libreta de bocetos, cuya encuadernación es idénmos de tica a la de los tres tomos ‘Berlín’, y le explica que en ella dibuja «lo que me llama la atención». «Solo intento registrar lo que veo», concluye, a lo que el periodista responde que él también. Más adelante, al comienzo del segundo tomo, ambos colaboran, entrevistando y retratando a los participantes en la sangrienta manifestación del 1 de mayo de 1929, pero esa escena desvela el propósito que dirige la mano del dibujante en esta obra, al tiempo que presenta a dos de los personajes que le servirán de guía. Lutes hubo de diseñar una estructura que se adaptara a las dos ediciones sucesivas previstas, en cuadernillos que se corresponden con los capítulos y en los tres volúmenes. El protagonismo coral de Muller y Severin, de los miem-

bros de las familias Braun y Schwartz, entre otros cuyos destinos se entrecruzan, encuentra su forma adecuada en la estructura episódica. Cada uno de los tres tomos comienza con sendas escenas paralelas, que narran la llegada a Berlín, en tren o en autobús, de diversos protago-

El autor cuenta un periodo oscuro, en el que se acumularon los signos de un futuro cataclismo

nist nistas que tienen puestos en la capital sus respecti respectivos proyectos de futur futuro: la joven Marthe Muller se propone vivir como artista; los músicos de jazz de The Cocoa Kids buscan alcanzar la fama en Europa; y en este tercer y último tomo, Hitler llega para proseguir su asalto al poder absoluto. Pues en este tercer volumen, Lutes modula las estrategias narrativas establecidas en los precedentes. Bien avanzado el libro, inserta al fin la esvástica en las enseñas nazis, como suponiendo que la supresión anterior ya ha cumplido su objetivo en un relato que emboca su desenlace. Ya en las páginas iniciales del tomo, el diálogo de Hitler y Goebbels en el tren presta protagonismo momentáneo a los personajes históricos reales, cuando su presencia en la ciudad va a ser causa de acciones de bastantes personajes de ficción. Pero Lutes no renuncia

El título de este tercer volumen, ‘Ciudad de luz’, parece en contrapunto con el tono crecientemente sombrío del relato de vidas atrapada por la Historia, atrapadas argum por argumentos que las sobrepasan y arrastran. Aunque el adi adiós de Marthe Mui ller, que introdujo la histoin ria en su inicio, es abierto, su salida de B Berlín, desilusionaconfus señaliza el final da y confusa, del relato. O un punto y seú guido. Un último quiebro foravanz hasta las ruinas mal avanza del Berlín d de posguerra, la reconstrucci y el muro, meconstrucción viñ diante viñetas panorámicas pág a doble página, con detalles de color y q que integran fotografías. Tal dislocación de la narra lógica narrativa definida haspun subraya la mota ese punto desta condi condición de relato fragq ‘Berlín’ de Lumentario que tes asume. ‘Berlín. Ciudad de luz’ es de nuevo una muestra elocuente de la eficacia narrativa del dibujo de Lutes, quien sigue fiel a su empeño de documentar y mostrar en detalle pero con sobriedad formal. Edificios, vehículos o vestimentas traducen la época a formas que la identifican. La selección de planos obedece como siempre a su papel en un relato bien pautado. Si acaso, se aprecia en este tercer volumen una inclinación a páginas más despejadas de minucias, de composición similar pero lectura más fluida. Lutes ha contado un periodo oscuro de la ciudad, en el que se acumularon los signos de un futuro cataclismo. En su descripción predominan fracasos y desengaños. La impotencia desesperada del periodista Kurt Severin parece el espejo de aquellos que vieron venir el horror sin poder evitarlo. La documentación que cierra el volumen incluye unas notas biográficas de Carl von Ossietzki, el editor de Severin, que sufrió cárcel por contar lo que veía, un héroe humilde que afrontó el mal con sólo la dignidad de su oficio. Concluido el relato, dichas notas equivalen a una franca reivindicación ética de aquel punto de luz entre tanta tiniebla.


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Tamara de Lempicka es una de las pocas mujeres que triunfó en el mundo del arte durante la primera mitad del siglo XX

La reina del Art Déco GERARDO ELORRIAGA

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a vida debería ser como una obra de arte, aseguraba Friedrich Nietzsche, pero, durante buena parte de la Historia, la segunda se ha plegado a la primera y ha seguido fielmente el curso de la realidad, de sus convenciones y reglas. La visión antropocéntrica del mundo ha entendido que el ser humano, regla de todas las cosas, era un sujeto masculino. La política ha seguido esa premisa con escasas excepciones y el arte se ha comportado aún más fiel al paradigma. La Historia recupera con dificultad las figuras de la pintora renacentista Sofonisba Anguissola o la barroca Artemisia Gentileschi, y ni siquiera las vanguardias del siglo XX implementaron la justicia. Tamara de Lempicka (Varsovia, 1898-Cuernavaca, México, 1980) constituye una ‘rara avis’ dentro de esta negación de la aportación femenina a la plástica, aunque buena parte de la crítica no ha sido magnánima con esta autora singular. El Palacio de Gaviria, en Madrid, alojará, a partir del próximo 5 de octubre y hasta el 24 de febrero de 2019, una ambiciosa exposición, comisariada por Gioia Mori, con más de 200 obras procedentes de 40 colecciones privadas de la denominada ‘reina del Art Déco’. La excepcionalidad de la artista procede de su propio origen, la elite rusa, de acendrado cosmopolitismo, que la llevaron desde Varsovia a Moscú, de un internado en Lausana a un inspirador viaje por Italia de la mano de su abuela. Tras el divorcio de sus pa-

dres, se fue a vivir a San Petersburgo, donde conoció a su marido, el abogado polaco Tadeusz Lempicki. La Revolución y el arresto del consorte supusieron un inesperado ‘impasse’ en estos primeros años plenos de glamur. Como otros exiliados de la aristocracia y la alta burguesía rusas, la pareja, despojada de sus bienes, huyó a París donde ella inició su formación estética. El peculiar estilo de Lempicka resulta deudor de esta educación en la capital francesa. La joven rusa acudió a los estudios de Maurice Denis y Andres Lhote, dos maestros capaces de aunar la tradición clásica con el poso de los nuevos movimientos. La aprendiz, dotada de un tesón y capacidad de trabajo encomiables, construyó su propia definición del poscubismo, una ecléctica manera de integrar las nuevas corrientes geométricas con el realismo y el clasicismo precedentes, de integrar la influencia renacentista y las últimas corrientes. Sus figuras son reconocibles de inmediato. Las mujeres poderosas, exuberantes, de un erotismo arrollador y exquisita elegancia, adquieren protagonismo en poses que revelan el peso de la tradición y una resolución deudora del cubismo.

Reproche por el éxito La consolidación formal, tan característica, no resulta ajena al rápido éxito cosechado entre los círculos más exquisitos de la capital francesa, donde se alababa su condición de retratista. Entre aquellos que reclamaron sus servicios se encuentra el rey Alfonso XIII. Ese enorme éxito comercial, que la condujo por dos continentes, ha constituido, sin embargo, uno de los reproches más habituales de su obra. Su muestra dentro de la Exposición de Artes Decorativas e Industriales, celebra-

‘The Young Girls’ y ‘L’écharpe bleue’, dos de las obras que estarán en la muestra.

El Palacio de Gaviria aloja desde el 5 de octubre una ambiciosa muestra con 200 obras El peculiar estilo de la artista resulta deudor de su educación en París

da en París en 1925 y que dio carta de naturaleza al nuevo estilo, la encumbró y proyectó en Europa y Norteamérica con exhibiciones como la que tuvo lugar en el Instituto Carnegie. La carrera fue meteórica y los coleccionistas privados y museos comenzaron a adquirir obra de la nueva estrella. Además, su matrimonio con el barón Raoul Kuffner la reintrodujo plenamente en los ámbitos de la alta sociedad, que ya no abandonaría. La obra y figura de Tamara se funden en descripciones que ponen el acento en su vida voluptuosa, en la que es capaz de conjugar un trabajo extenuante con fiestas, amantes de ambos sexos y el lujo superlativo. Pero la gloria en París acabó debido a las convulsiones políticas. La expansión del nazismo y los primeros anuncios de la Segunda Guerra Mundial los animaron a emigrar y el matrimonio se decantó por Beverly Hills, la meca del cine y el glamur, y adquirió la residencia del director de cine King Vidor. La recepción en Estados Unidos vino acompañada de una gigantesca operación comercial en la que participó el marchante Guthrie Courvoisier, responsable del éxito cosechado por el ‘merchandising’ de la compañía Disney. Sin embargo, la estrategia no obtuvo los resultados esperados y ese relativo fracaso impulsó la deriva estética posterior. La irrupción del expresionismo abstracto durante la posguerra acentuó su decadencia, agravada por las lecturas rigurosas de su trabajo que despreciaban el dramatismo vacuo de sus lienzos o realizaban lecturas fascistas de sus soberbios personajes. Lempicka cambió sus registros, pero no obtuvo la respuesta esperada. Las obras de su último periodo evidencian su preferencia por motivos florales, la moderación cromática y la incursión última en la abstracción. Tras mudarse a Texas, donde vivía su hija, se desplazó a Cuernavaca, en México, donde falleció. Sus cenizas fueron esparcidas sobre el volcán Popocatepetl. La revancha de la representante del fastuoso ‘Art Déco’ se ha ido fraguando en las últimas décadas. La exultante sensualidad y la belleza gélida de sus personajes ha ido ganando el favor de las grandes casas de subastas y de los coleccionistas que, como la cantante Madonna, reconocen su capacidad para la transgresión en tiempos donde las mujeres mantenían la sumisión y dependencia. El éxito, tan esquivo con las artistas, ha vuelto a favorecerla.


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LECTURAS

DE OTRO MUNDO El limeño Alonso Cueto recrea el vendaval de terror en el Perú de Sendero Luminoso y Túpac Amaru GONZALO SANTONJA

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aís multicultural por la raíz y de insondable diversidad biológica, con valles y desiertos, amazónico y andino, el Perú contemporáneo se vio azotado hasta los cimientos durante los años ochenta por un conflicto armado verdaderamente infernal, con Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru al asalto del Estado, que con el paso de los años, y una vez superado, ha ido encontrando a quienes lo escriban, ya desde la historia, ya desde la sociología y afortunadamente también desde la literatura, con Mario Vargas Llosa a la cabeza (’Lituma en los Andes’ y recientemente ‘Cinco esquinas’), posiblemente la perspectiva destinada a quedar. Del mismo modo que la causa de ‘los miserables’ y la de ‘los vagabundos”’alientan en las páginas de Víctor Hugo y Máximo Gorki o la guerra (in)civil española se

encuentra en novelas como las de Agustín de Foxá, en las memorias de Arturo Barea o en los relatos de Manuel Chaves Nogales. Ahí, en lo mejor de esa línea narrativa, se habría situado con ‘La hora azul’ el limeño Alonso Cueto, novelista y académico, obra ganadora del Premio Herralde 2005, en su momento publicada por Anagrama (2005) y ahora reeditada por Penguin Random House, que con el paso de los años no hace sino crecer, porque revela desde la cotidianeidad de unos personajes ‘normales’ el rostro más duradero del pavor y las heridas más profundas de aquella guerra, considerada desde ‘el otro lado de la realidad’: la de los limeños de las clases acomodadas, instalados en «una dimensión en la que la gente se sube a automóviles y se acuesta en camas anchas y se despierta mirando armarios con filas de ropa» (p. 138) en tanto la realidad de la serranía, de los desiertos y la selva amazónica, la realidad de los indios, de los humildes y los oprimidos caía en el vértigo de una violencia encarnizada. Con ‘los terrucos’ reventando con piedras la cabeza de sus prisioneros, o quemándolos vivos, y los militares combatiendo al mal con el mal, haciendo bandera de secuestros, torturas y desapariciones. En suma, Perú sufrió entonces, a lo largo de toda una década despiadada, un venda-

El escritor peruano Alonso Cueto. :: RODRIGO FERNÁNDEZ val de terror en el que anidaron odios y racismos ancestrales, especialmente intensos en Ayacucho, en cuya capital Huamanga, durante la colonia una gran ciudad, el protagonista, que perseguía las huellas de su padre, un militar torturador, cobró conciencia de que entre él y cualquiera lugareño por cercanos que estuvieran (un mesero, un taxista rural) mediaba (y posiblemente siga mediando) mayor distancia que entre la Tierra y el Sol (p. 161). Esa fue la realidad con la que Cueto ha sabido medirse literariamente, con ritmo de ‘thriller’ y urdimbre de suspense, apoteosis de presunciones que van cayendo y de indagacio-

nes que iluminan los rincones más oscuros del alma, trepidante y acerada, pero finalmente cerrada sobre la posibilidad de que dos seres humanos, procedentes de esferas diametralmente opuestas, puedan llegar a entenderse, superando las devastaciones de la guerra y el abismo de la historia. Abismo por partida doble: de la macrohistoria y de la microhistoria, con los personajes centrales, Adrián, el hijo del militar, para quien su padre únicamente representaba una imagen desvaída, y Miriam, la mujer primero ilegalmente detenido por las tropas a su mando y luego convertida por él en manceba de

uso particular, que finalmente logró escapar, sobrevivir y aun sacar adelante a su hijo, quizás hermanastro de aquel, con esos personajes centrales, decía, abocados a un torbellino de pasiones encontradas: amor con misterio que se fue fogueando en la oleada de los imposibles hasta que la muerta de aquella –muerte, de nuevo, con enigma- acabó con una relación que había trastocado el orden lógico de las cosas, entendiendo por lógica la existencia ordenada, sometida a las convenciones del buenismo. Un lado y otro de la realidad, o sea, encuentro de opuestos. «Miriam había sido un ángel que me había llegado desde mi propio infierno»: la vida de orden frente a la vida en abismo de «todos los días (de) esa gente (que) se había despertado decidida a persistir, a no morirse, a no perder la dudosa gracia de seguir vivos, en medio de la guerra primero y de la pobreza después» (p. 217), empeño heroico tantas veces, tantas, tantas, abocado al fracaso. En un espejismo de convergencia fugaz, al final, muerta Miriam, Adrián termina por admitir que «la realidad es la resignación» y todo, todo, vuelve a los dominios del orden. Pero eso sí, con Miguel al fondo, con él, hijo del caos, impregnando de esperanza la última línea de la novela, porque suyas son las palabras del cierre: «Quería agradecerle» –dijo a Agustín, que lo estaba ayudando a estudiar y a encontrarse-. «Agradecerle. Nada más». Un nada más cuyo valor resplandece muy por encima de un nada menos. Cueto ha construido una historia trepidante pero honda, sin la superficialidad de los ‘thriller’ habituales, con un lenguaje verdaderamente eficaz y con-

LA HORA AZUL Alonso Cueto. Premio Herralde de Novela. Lima, Penguin Random House, 2017, 279 páginas, 17,5 euros.

vincente que sabe mostrarse expresivo cuando tiene que serlo, una historia que cruza barreras y despeja horizontes, demostrando que la literatura es el mejor arma para desnudar los apocalipsis de la violencia y para poner a los hombres y a las mujeres frente a los fantasmas de la crueldad escondida, la imaginación que descansa en los sueños, la frustraciones y los deseos. En Perú se han publicado actas demoledoras sobre la guerra de Sendero, y si yo tuviera que recomendar un memorial inapelable, entonces señalaría sin dudar ‘Las voces de los desaparecidos’, Informe de la Defensoría del Pueblo (Lima, 2001), pero la novela de Cueto sale de más acá y va más allá de esa confrontación espeluznante al retratar por los adentros la condición humana, a veces (y se impone subrayarlo) de la mano de Antonio Machado. «La pluma es la lengua del alma», sentencia uno de nuestros dichos tradicionales. Pues, en definitiva, para mí tengo que por la pluma de Cueto han volcado su verdad las lenguas de muchas almas, unas tradicionalmente silenciadas y por distintos grados de conveniencia habitualmente acalladas otras. ‘La hora azul’, que es la del primer amanecer, lector, te está esperando.


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DE LA FILOSOFÍA COMO HOSPITALIDAD

UNA ESCUELA A BORDO :: V. M. NIÑO

SANTIAGO RODRÍGUEZ GUERREROSTRACHAN

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a penúltima bondad es un ensayo denso de lectura fácil que busca establecer los límites fuera de los cuales la vida no es humana. Es cierto que, como filosofía, comienza en las afueras del paraíso, o lo que es lo mismo fuera de toda determinación teológica. Lo humano se da en la tierra, fuera del paraíso, en la asunción de nuestra mortalidad y de nuestras limitaciones. Esta vida en las afueras, sin embargo, no implica ni transparencia ni superficialidad. Las personas somos algo más que una mera existencia biológica. De ello da cuenta el afán filosófico por las preguntas esenciales. En la vida hay fisuras que revelan el misterio de la vida, como dice Esquirol. También apuntan a lo sagrado que hay en el mundo, añado, que no debe el lector confundir con el concepto religioso. Lo sagrado es aquello irreductible que hay en el humano, aquello de lo que ni la religión ni la economía ni la política pueden apropiarse. Esquirol ensaya una filosofía de la proximidad en la que lo concreto y lo sencillo desempeñan un papel importante. Es la mirada a lo concreto y a la cercanía donde la imaginación se desarrolla, una imaginación que no es mera fantasía sino que tiene capacidad constructiva. A la imaginación algunos filósofos también le han encomendado la creación de sus sistemas. Insisto en que tal imaginación no es fantasía pura sino reflexión de lo que el mundo es, y con él las personas. Antes de esa construcción imaginaria, el filósofo se encuentra en la intemperie – las afueras de las afueras – donde la propia naturaleza humana lo ha situado. En dicho lugar lo que lo une a los demás es la alteridad, que surge de la generosidad y de la fraternidad. Para lograr el fruto filosófico, Esquirol sabe que ha de ir desde el repliegue del sentir hasta la capacidad de dar vida, y en ello se afana en el libro. El repliegue del que habla es la conciencia de vivir, una

LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

Josep María Esquirol. :: MARC VILA-EFE reflexividad involuntaria en el descubrimiento del mí. No hay vida si no nos sentimos viviendo, como Ortega observó. Este es el primer paso de la vida humana. Este sentirse, y los estados de ánimo que lo acompañan, solo se dan en la claridad. La claridad, como nos anunció Claudio Rodríguez, es un don. Se nos da, y en ella viven los modos y los sentimientos humanos. Los modos y los sentimientos crean las pasiones que a su vez crean la ontología. La afección más importante es la alteridad que se experimenta en el yo que se siente vivo y finito, en el tú que se ama y que te quiere y en el ellos del mundo que contemplamos. A partir de estas tres afecciones, el filósofo crea su sistema filosófico en el que el gozo de vivir es parte sustantiva de la persona. A estas ganas y placer de vivir lo llamamos deseo y de él surge el pensamiento. Sin el deseo de vivir nada es posible. No hay vida sin deseo de vivir, al igual

LA PENÚLTIMA BONDAD. Ensayo sobre la vida humana Josep Maria Esquirol. Barcelona: Acantilado, 2018, 184 páginas

que no hay filosofía que no parta de ese gozo de la vida. Toda filosofía de la muerte es teología. Solo en el gozo de la vida cumplimos nuestra radical finitud; solo podemos querer vivir aquí pues más allá de las afueras no hay nada. Puesto que no hay paraíso ni plenitud, la imaginación ha de crear los sistemas que hagan la vida llevadera: eso es la cultura. Una cultura que ha de ser de la alteridad pues solo en diálogo con los demás nos reconocemos como humanos y nos mejoramos. De ahí que el concepto de hospitalidad, teorizado por Émmanuel Lévinas, y que sobrevuela el ensayo de Esquirol, sea tan importante pues es en la relación con los demás, atravesada por la vulnerabilidad de lo humano, donde se cumple su destino. La hospitalidad y la redención, que es en gran medida, una anulación del tiempo continuo y finito, alcanzan las vidas, en particular las vidas dañadas, como las de los judíos en la Shoah, y desde el pensar intentan proteger esa vida vulnerable. La hospitalidad que es un concepto filosófico logra que el pensar se haga solidario con las demás vidas, que el pensamiento, que es goce y deseo de vida, ampare todas las vidas. Al final, la vida es sentirse viviendo junto con los otros en una claridad que genera el deseo de vivir sabiendo que vida humana solo hay en las afueras. Sobre todo, en las afueras de nuestras vidas y de nuestras ideas.

Tobermory es un barco-escuela en el que convive un grupo de aprendices de marineros adolescentes. ‘Las arenas de isla Tiburón’ es la segunda entrega de las aventuras de esos alumnos. Las distancias cortas a bordo son el campo de aprendizaje social mientras que las aguas que surcan constituyen el laboratorio de los descubrimientos. A caballo entre la novela juvenil y el cómic, Iain McIntosh reproduce algunas de las escenas escritas por Alexander McCall Smith contadas a través de sus dibujos. Les fue bien en la primera entrega y este viaje entre Escocia y el Caribe conforma la acción de la segunda novela de la serie. McCall sigue el esquema clásico de la novela juvenil pandillera, solo que en este caso el aislamiento en me-

dio del mar es un elemento distintivo. Hay un grupo de amigos y otro de abusones, como en cualquier clase, así como unos misteriosos profesores capaces de enseñar matemáticas y kite-surf. Y en dos paradas se subirán grumetes nuevos a la expedición. El exotismo de estudiar un calamar en su ecosis-

LAS ARENAS DE LA ISLA TIBURÓN Texto de Alexander McCall Smith. Ilustraciones de Iain McIntosh. Siruela. 213 páginas. 17,95 euros. A partir de 10 años.

tema en la clase de ciencias se sucede a los turnos de guardias, el conocimiento teórico a la práctica marinera. La convivencia entre los jóvenes, sus relaciones, sus reacciones ante lo nuevo y ante los sempiternos matones ocupan buena parte de las páginas de esta novela que vira hacia la acción cuando el capitán Macbeth recibe un misterioso mapa. Luego será robado y los protagonistas emprenderán una investigación que les conducirá a la isla Tiburón, donde todos los peligros del mar les acechan. Narración sencilla y entretenida, toma el relevo de Enid Blyton en el siglo XXI demostrando que los chavales pueden vivir y leer también en un mundo sin pantallas. Su éxito en Gran Bretaña animó a su autor a escribir una segunda entrega. Quizá siga la saga marinera.

LA PRIMA DEL GALLO KIRICO :: V. M. N. Rimar con humor todo tipo o de condicionales alrededor dee una jirafa es la clave de estee clásico de Silverstein que re-toma Kalandraka. El autor es-tadounidense, conocido porr su ilustración sencilla y cari-o caturesca, propone un juego de memoria a los lectores. Loss o entusiastas del Gallo Kiriko tienen en este álbum otra pro-puesta similar. Silverstein suele partir dee la interacción de dos protago-nistas, en este caso el niño y su mascota-jirafa, y los pruebaa n en situaciones surrealistas. En este caso, cada prueba se vaa sumando en unos versos ri-mados que a base de repetir-se declama el lector casi dee memoria. Primero será el cre-cimiento desmesurado dell cuello del animal, luego un ra-tón que agujerea su sombre-ro, una abeja que le pica la ro-dilla, tocar una canción con laa flauta, enfrentarse con un dra-gón o subir a un vagón. Mil y una vicisitudes que, como al gallo Kiriko, van haciendo crecer al personaje animal. Cuento naif, de musical verso, un juego circular que termina donde comenzó. Los álbumes de Silverstein son clásicos de los años sesenta que resisten bien el tiempo. Si este les gustó, no se pierdan ‘El árbol generoso’.

UNA JIRAFA Y MEDIA Texto e ilustraciones de de Shel Silverstein. Kalandraka. Colección Libros para soñar. 48 páginas. 15 euros. A partir de 5 años.


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LOS LIBROS MÁS VENDIDOS FICCIÓN El Rey recibe. Eduardo Mendoza (Seix Barral) La desaparición de S. Mailer. Joël Dicker. (Alfaguara) Patria. Fernando Aramburu. (Tusquets) Las hijas del capitán. María Dueñas. (Planeta) El día que se perdió la cordura. Javier Castillo. (Suma)

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

LAS MARCAS EN EL DICCIONARIO se dicen contra alguien o contra algo’. En el ‘Gran diccionario de la lengua española’ (Larousse, 2008) no aparece ninguna marca como tal, pero la marca «irónico» se desliza en la definición: ‘acción o palabras que resultan ofensivas o humillantes, en sentido irónico’. El diccionario ‘Clave’ (ed. SM, consulta en línea), en la tercera acepción, define el término como ‘dicho ofensivo o desagradable contra alguien’ y añade que tiene un matiz irónico. Y, por fin, el ‘Diccionario del español actual’, de Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos (1999), no registra la ironía como marca, sino que, en la segunda acepción (‘persona o cosa linda’) añade que, referido a cosa, es frecuente con intención irónica.

El argumento no debiera ser algo del tipo «me suena bien/mal», «me suena raro» o «es un uso sexista»

Como pueden apreciar, no hay un acuerdo sobre qué marcas han de aparecer o no; tampoco sobre cuántas existen; ni siquiera sobre el alcance de cada una, es decir, sobre sus límites. Lo cual no quiere decir que no sean necesarias. En mi opinión, son imprescindibles porque sin ellas el diccionario sería una auténtica selva. Les pondré otro ejemplo, en este caso de marca gramatical. Bajo la entrada ‘médico, ca’, la última edición del diccionario académico registra tres acepciones: 1. «adj.» [adjetivo] ‘perteneciente o relativo a la medicina’; 2. «m. y f.» [masculino y femenino] ‘persona legalmente autorizada para profesar y ejercer la medicina’; 3. «f. coloq. desus.» [femenino, coloquial, desusado] ‘mujer del médico’. La primera acepción justifica ejemplos como ‘tratamiento médico’, ‘práctica médica’ o ‘consulta médica’; y la segunda, ejemplos como ‘reconocimiento mundial para una médica de familia vallisoletana’. A tenor de la información gramatical contenida en la acepción número dos, no procede utilizar la expresión ‘la médico’ para referirse a una mujer, aunque haya quien la use (y quien prefiera este uso al de ‘la médica’) y aunque aparezca escrito con bastante frecuencia. El argumento no debiera ser algo del tipo «me suena bien/mal», «me suena raro», «es un uso sexista», etcétera, sino uno más objetivo: la aparición en el diccionario del lema con las dos formas (médico, ca), acompañado de una marca gramatical «m. y f.». Esta es la garantía de que hay que decir ‘la médica’. Y el hecho de que en la tercera acepción aparezcan las marcas «fem. coloq. desus.», la prueba de que la expresión «la médica» ya no designa en la actualidad a la esposa del médico. Imagínense este artículo lexicográfico sin marcas: la jungla.

 LO VAS A LEER

os diccionarios generales de lengua son una mina si el usuario sabe extraer e interpretar la ingente cantidad de información que atesoran. Esta semana me ocuparé de las marcas en los diccionarios. En el discurso lexicográfico las marcas son indicaciones que acompañan a las definiciones para señalar un uso particular. El usuario del diccionario suele prestarles poca atención por dos razones: porque suelen aparecer en forma abreviada y no saben a qué palabra o expresión hace referencia; y porque desconocen su verdadero alcance. Visto desde la otra parte, la del equipo lexicográfico (el responsable de la factura del diccionario), a veces las marcas se usan sin demasiado rigor, por lo que el usuario puede percibir incoherencias e imprecisiones. Esto último ocurre con frecuencia con las marcas valorativas, como irón. [irónico]. Veamos un ejemplo de esta marca cotejado en ocho diccionarios: la palabra «lindeza». En la 22.ª edición del diccionario académico (2001) aparecen en la tercera acepción las marcas «pl. irón.» [plural, irónico] con el significado de ‘insultos o improperios’; la información es idéntica en la 23.ª edición (2014); El ‘Diccionario de uso del español’, de María Moliner (3.ª edición, 2007, cuarenta años después de la primera edición), en la segunda acepción la registra como «inf.» [informal] con el significado de ‘insulto o vituperio’. En el ‘Gran diccionario de uso del español actual’ (ed. SGEL, 2001) aparece como «fig.» [figurado] en la segunda acepción con el significado de ‘dicho ofensivo o desagradable que alguien profiere’. El ‘Diccionario de uso del español de América y España’ (2003), en la tercera acepción, la registra con la marca «irónico» con el significado de ‘insulto u ofensa que

NO FICCIÓN 21 lecciones para el siglo XXI. Y. Noah Harari. (Debate) Fariña. Nacho Carretero. (Libros del KO) Sapiens. Y. Noah Harari. (Debate)

#PATRICK HA VUELTO

Teoría King Kong. V. Despentes. (Random House)

Josephine Tey. Editorial Hoja de Lata. 380 páginas 22,90 euros.

Morder la manzana. Letizia Dolera. (Planeta)

INFANTIL Y JUVENIL Futbolísimos. Roberto Santiago (SM) El monstruo de colores.... Anna Llenas. (Flamboyant) El Principito. A. de Saint Exypéry (Salamandra) El tiempo de los gigantes. Folagor (Martínez Roca) Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes. Elena Favilli y Francesca Cavallo. (Destino)

La plataforma Los Libreros Recomiendan lo eligieron libro del verano. Cuatro huérfanos, cuidados por su tía, se preparan para el día en el que el primogénito cumplirá 21 años y recibirá la herencia familiar. Justo unas horas antes, se presenta un joven que dice ser Patrick, el gemelo del hermano mayor que desapareció cuando tenía 13 años, supuestamente tras

lanzarse al mar al no soportar la muerte de sus padres. El testamento dice que toda la herencia será para él. Y sabemos desde el principio que es un impostor. El libro alimenta las sospechas de los hermanos, pero también los remordimientos de quien se hace pasar por quien no es. Dosifica el misterio hasta que todo explota en el capítulo 27. Escrito en 1949 y recuperado ahora, no falta la reflexión sobre el cambio ante lo que parecía permanente. Muy entretenido.

#LAS SOLDADESAS Ugo Pirro. Editorial Altamarea. 164 páginas. 17 euros.

Conquistar es un verbo que vale tanto para la guerra como para el amor. El narrador de ‘Las soldadesas’ es un joven bisoño, integrante de las fuerzas de ocupación fascistas italianas, que recorre los burdeles de Grecia en busca de prostitutas para los mandos militares. Con una prosa sin pirotecnia, mero registro casi, la novela acompaña al protagonista

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por un viaje en el que descubrirá la miseria de la guerra, la invasión de un país... y también la de unas mujeres explotadas por un currusco de pan. Siempre habrá alguien que quiera dominar (ahí está la figura de los soldados alemanes). El amor del joven por una de las prostitutas, la empatía hacia ellas (¿y si cualquiera fuera mi hermana?), resquebrajará también sus certezas sobre la guerra. Alegato contra el fascismo, las dictaduras, las dominaciones...

VÍCTOR M. VELA


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PANTEÓN DE PLATA

‘KUMONOSU-JŌ (TRONO DE SANGRE)’ AKIRA KUROSAWA, 1957

Shakespeare nipón

EDUARDO ROLDÁN

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l teatro es un feudo anegado de supersticiones. No vistas nunca de amarillo; «Mucha mierda, compañero»; rosas en el camerino sí, claveles jamás. Se trata de dominar el destino que no se puede dominar, de controlar los imprevistos siquiera mediante una admitida ilusión. De entre las supersticiones, acaso la más poderosa recaiga sobre ‘Macbeth’: hay que referirse a ella como «la obra escocesa» y no por su título mientras uno se halle en el edificio de la representación (existen variaciones). Las raíces de la superstición se remontan hasta la compañía del propio Shakespeare, y desde entonces ha tenido mil y una encarnaciones, con muertes (reales) incluidas. ¿Cosa de las tres brujas de la obra? A la vista de los resultados, la supuesta maldición de ‘Macbeth’ no ha alcanzado la gran pantalla. De los muchos textos del Gran Bardo que se han visto sometidos al trasvase, tal vez solo ‘Hamlet’ haya recibido un tratamiento más plural –pero no de tan alta calidad media–: Orson Welles, Roman Polanski, Béla Tarr… La nómina de cineastas de primer orden que ha querido honrar, con éxito, la obra maldita merece un aparte en el canon fílmico shakespereano. Pero ninguno la ha honrado en mayor grado que Akira Kurosawa, pese a que una visión superficial pueda inducirnos a creer lo contrario. Pues, ¿qué tiene que ver el Japón de los clanes feudales de mediados del siglo XV a mediados del XVI con la Escocia monárquica de comienzos del XVII? ¿Qué sentido tiene adaptar una cumbre del teatro occidental bebiendo en no poca medida de la tradición teatral japonesa? Estas y otras preguntas similares no solo inciden en la evaluación del resultado, sino que, precisamente por la lejanía aparente entre la obra original y la versión, el examen del trasvase de una a otra resulta más pertinente, y más aun cuando el vertido es Shakespeare, que epitomiza el problema, debido sobre todo al incomparable poder verbal de sus textos. (Kurosawa vertió otra vez a Shakespeare con un enfoque no menos arriesgado en la mucho más célebre, e incontestable obra maestra, ‘Ran’ [1985], adaptación de ‘Rey Lear’).

Toshiro Mifune, en una escena de ‘Trono de sangre’. Así, el problema de la adaptación es el problema de la fidelidad, y desde ya conviene acotar el contenido del término: fidelidad no es literalidad; una versión que respete el texto original puede ser fiel a la obra, pero también puede no serlo: en manos de un adaptador de talento, el pentámetro yámbico y las calzas de época pueden sustituirse por rimas de hip-hop y vaqueros por debajo del culo y el resultado ser más shakespereano. El baremo está en determinar cuál de las dos consigue hacer más vívido el corazón de la obra. Kurosawa siempre entendió esto, y por ello nadie ha conseguido transportar la densidad fatal del más grande orquestador de tragedias teatrales como el emperador occidental del cine nipón. La más evidente diferencia entre ‘Macbeth’ y ‘Trono…’ se ha apuntado ya: las coordenadas espaciotemporales en que se enmarca la peripecia. Sobre la que recaen, desde el mismo comienzo, otras desviaciones. Una vez que los samuráis Ta-

ketoki (Macbeth en el original, interpretado por Toshiro Mifune) y Yoshiaki (Banquo, por Minoru Chiaki) han dado cuenta de los enemigos de su señor, se encuentran de regreso con una aparición espectral envuelta en niebla, que les vaticina el futuro de ambos –cada predicción consta de dos partes, y es el cumplimiento de las primeras lo que detona la tragedia, Lady Macbeth mediante–. Es decir: no solo no arranca con las brujas sino que no hay brujas (¡en ‘Macbeth’!); pero el desplazamiento de la aparición y la forma dada a esta resulta más intensa en un plano fílmico general, y en el concreto de la versión, más coherente. Otros cambios no menos audaces son los de la mayor actividad de Asaji (Isuzu Yamada, en Lady Macbeth) y el de la muerte dada a Taketoki/Macbeth, en un famosísimo clímax que es una de las escenas más poderosas, imborrables y precisas jamás filmadas. Dado que en la cultura samurái la muerte por decapitación es una muerte honorable, la ambición y el

despotismo encarnados por Taketoki no la merecen; Kurosawa opta por asaetear a Taketoki con una lluvia tupida, y baste decir que las flechas son reales, pero que nadie lo creería viendo la escena (Mifune indicaba a los arqueros profesionales hacia donde iba a moverse con gestos de brazos, torso y cabeza, y en función de estos los arqueros disparaban: la flecha que le atraviesa el cuello es la única impostada, pero resulta imposible diferenciarla de las otras, ni concluir cómo se la consiguieron insertar. Tal es el milagro paradójico de la ficción). Pero es la incorporación de

En Kurosawa, los accidentes meteorológicos son un personaje tan relevante, si no más, que cualquiera con piernas

elementos del teatro –una de las tres corrientes tradicionales en Japón, más austera que la más conocida en Occidente kabuki y alejada de la bunraku (teatro de marionetas)– la apuesta más radical de Kurosawa para ‘Trono…’. Adiós al diálogo que parece haber sido más dictado por los dioses (o por los demonios) que escrito por un hombre, adiós a los soliloquios como purgas del alma –incluido el mítico: «Mañana, y mañana, y mañana…» de Macbeth al recibir la noticia de la muerte de Lady M.–: la catarata verbal ha dado paso a la gestualidad de junco, la voz en cuello a la réplica susurrada o muda, el sudor y las venas en la garganta a la máscara de talco. Y sin embargo la tragedia permanece, y permanece viva, tan actual como las crónicas de ajustes de cuentas que nos llegan desde Méjico. Es que el tema de la corrupción humana por la ambición es atemporal, o es atemporal en manos de un artista verdadero. Cabría inferir, por lo dicho,

que ‘Trono de sangre’ pertenece a ese grupo desacreditado de filmes que se consideran ‘teatrales’. Nada más lejos. El prodigio de la alquimia que consigue Kurosawa es el de alumbrar un producto genuinamente cinematográfico –y cinemático: las escenas más estáticas no están en modo alguno muertas–, irrealizable en otro medio: la expresionista fotografía en blanco y negro, la niebla como metáfora de la profecía y el destino (en Kurosawa los accidentes meteorológicos son un personaje tan relevante, si no más, que cualquiera con piernas; por lo general la lluvia –‘Los siete samuráis’, ‘Ran’– o el viento), el tempo imprimido en las escenas de combate a través de los cortes o su ausencia, o ese plano general en que se ve cómo el bosque despierta y se ‘mueve’ hacia el castillo condenado (solución de puesta en escena fílmica de un arduo problema teatral tan original como lógica)… Todo ello en una síntesis orgánica de que solo el cine es capaz. El buen cine.


12 LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 29.09.18 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Ángel Ortiz Coordinador: Chema Cillero

QUINCE MINUTOS DE FAMA

Francisco Martín Jiménez Procedo de Caminomorisco de las Hurdes, aunque llevo ya treinta y nueve años en Valladolid. Treinta y siete con este bar cuyo nombre es Martínez al revés: Zenitram. Los higaditos, tortilla y sardina son mis aficiones, que cada día ofrezco a quien por aquí quiere pasar

ÁNGEL MARCOS


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