Una narradora a la antigua usanza

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SOMBRA CIPRES LA

DEL

NÚMERO 314 Sábado, 13.10.18

Una narradora a la antigua usanza Galaxia Gutenberg traduce la obra de Marilynne Robinson, una brillante propuesta alejada de las tendencias actuales [P2]

Marilynne Robinson, en la Universidad de Columbia en 2005, año en que ganó el Pulitzer con su obra ‘Gilead’. :: AP


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La traducción de la obra de la novelista de Idaho, acontecimiento literario celebrado por la narrativa y la crítica hispanas

El microcosmos narrativo de Marilynne Robinson P

ocos narradores me han sorprendido en los últimos años tanto como Marilynne Robinson, al margen de la fuerza inusitada de su prosa, sobre todo por lo desusado de una propuesta que no va en absoluto con los tiempos narrativos que corren en Occidente. De ahí que no sea de extrañar que la traducción al español, esmerada en extremo, de su obra novelística y de un volumen de ensayos, por parte de Galaxia Gutenberg, en magníficas ediciones, con portadas de pintores norteamericanos clásicos como Grant Wood o Andrew Wyeth, haya sido saludada con entusiasmo, como un verdadero acontecimiento literario, por lo más granado de la narrativa y crítica hispanas. En concreto, de su novela más representativa, premiada con el Pulitzer, ‘Gilead’, han dicho autores tan dispares como Félix de Azúa, Alejandro Gándara o José María Guelbenzu, aparte de recomendarla «encarnizadamente», que nos encontramos ante una «inesperada obra maestra sobre asun-

FERMÍN HERRERO

tos de profunda trascendencia acerca del ser y el destino». Es curiosa, de entrada, esta originalidad, porque Robinson es una narradora a la antigua usanza, pausada, tranquila, si bien es cierto que estas virtudes, intrínsecas al ejercicio de la novela, empiezan a escasear. Parece, y no es sencillo, que sólo acompaña compasiva a los personajes, a los que no caracteriza psicológicamente sino que atiende a sus adentros desde la ‘atención íntima’: «todos constituimos un gran secreto para los demás, en todas las cosas importantes, y creo que existe un lenguaje distinto en cada cual». Y en efecto, no atosiga con sobredosis de acción, sino que con mano maestra, piadosa, nos muestra las entrañas, el interior sombrío, de sus criaturas, para dejarnos siempre el temblorcillo misterioso del mundo. El mismo que borda en sus

escenas de interior, que parecen sacadas de la pintura flamenca. Pocos autores me han descubierto, como ella, «el misterio sagrado con cada experiencia individual», cita tomada de uno de los certeros y sugerentes ensayos que conforman ‘Cuando era niña me gustaba leer’. En principio, convendría también recordar que es natural de Idaho y se ha criado en Iowa, donde imparte docencia en los celebérrimos cursos de escritura creativa por los que han pasado, por citar a alguno de los que suenan, Raymond Carver, John Cheever, Philip Roth o John Irving, y, por tanto, su creación parte de las vivencias que tuvo, particularmente en su periodo de formación, en una Norteamérica que ya no existe. Ahora bien, y esto también la aleja e independiza, aumenta su distanciamiento respecto a la narrativa en boga, de ninguna manera opta por la auto-ficción o la cada vez más frecuente no-ficción, sino que, a la manera clásica, ha levantado un mundo narrativo demorado y entero.

CARLOS AGANZO

De la increíble existencia

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n una entrevista publicada el año pasado por la ‘New York Review of Books’, Marilynne Robinson y Barak Obama recuerdan el clima po-

lítico creado en los Estados Unidos durante la campaña para las presidenciales de 2016. Las que terminaron con Donald Trump como presidente. A lo largo de la conver-

sación, ambos aluden al capítulo titulado ‘Miedo’, perteneciente a uno de los ensayos más significativos de la escritora, ‘The Giveness of Things’, publicado justo un

año antes. Aunque sus novelas, tan generosamente premiadas con algunos de los galardones más prestigiosos de su país, son las que han convertido a Marilynne Robin-

son (Sandpoint, Idaho, 1943) en una de las escritoras estadounidenses más respetadas de su tiempo, tal vez es su labor como ensayista y crítico literario la que más poderosamente ha contribuido a forjar su aureola de autora independiente, de pensadora con mundo propio. Su defensa del diálogo entre la ciencia y la religión, lo mismo que entre la cultura y la política, da cuerpo a una notable obra ensayís-

tica, desconocida en nuestra lengua, que se complementa a la perfección con su producción narrativa, y que le llevó a recibir, en el año 2012, la Medalla Nacional de Humanidades de su país «por la gracia e inteligencia de su escritura». Después del éxito fulgurante de su primera novela, ‘Housekeeping’ (Vida hogareña), en 1980, la escritora no ha dejado de publicar ensa-


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Marilynne Robinson, en Barcelona durante su gira europea de noviembre de 2015. :: ALEJANDRO GARCÍA-EFE

Y lo ha hecho fundamentalmente a través de la especie de trilogía que conforman la citada ‘Gilead’, ‘En casa’ y ‘Lila’. Las tres, en cierta manera al modo perspectivista, por caso, del ‘Cuarteto de Alejandría’ de Lawrence Durrel, comparten los mismos sucesos desde diversos puntos de vista y en un mismo escenario, el que da título a la primera de ellas, no tan distinto del Fingerbone de su primera novela, ‘Vida hogareña’, publicada casi un cuarto de siglo antes. Gilead, topónimo de ascendencia bíblica, del Galaad del ‘Génesis’, diríase que la Galilea particular de la autora, más que un territorio simbólico, un espacio trenzado a partir de numerosas vidas, tipo Yoknapatawpha, la impronunciable comarca alzada por William Faulkner, trasvasada luego a nuestro idioma, por poner ejemplos de todos conocidos y muy diferentes entre sí, al Macondo de Gabriel García Márquez, la Santa María de Juan Carlos Onetti o, en España, a la Región de Juan Benet o más recientemente a la Celama de Luis Mateo Díez, es «un pueblecito de mala muerte» del estado de Iowa, un «lugarcillo de hartos pocos vecinos», como diría Santa Teresa, «un puñado de casas» establecido en «unas desoladas tierras salvajes», en realidad simplemente el centro neurálgico en el que coincide la rica y desolada existencia, como todas, de los escasos personajes creados por Robinson con un mimo y profundidad únicos. Y aunque el estrambótico padre del narrador de ‘Gilead’ considera el pueblo «una reliquia, un arcaísmo», los dos reverendos, los «administradores de las cosas esenciales», que se erigen en protagonistas de la trilogía tienen nostalgia del «Gilead de antes», cuando las casas eran «pequeñas propiedades agrícolas con huertas de verduras y de bayas, gallineros, cobertizos para la leña, conejeras y establos para el par de vacas y algún que otro caballo», el consumido, el humilde, el ru-

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blogs.elnortedecastilla.es/elavisador/

yos. En uno de ellos, ‘When I Was a Child Read Books’ (Cuando era niña me gustaba leer, de 2012), recuerda precisamente la figura de su hermano David («el primero y el mejor de mis maestros»), quien siendo niños pronosticó que él sería artista y ella poeta. Marilynne Robinson no es poeta, al menos no poeta publicada, pero toda su obra combina el vigor intelectual de su pensamiento con un es-

tilo que los críticos han calificado como «luminoso» y «elegante». Una doble condición que se traduce en su vida actual, donde compagina su trabajo en el taller de escritura de Iowa City, donde vive, con la predicación en la Iglesia Congregacional Unida de Cristo. Una iglesia protestante, de origen calvinista, que concede a cada comunidad el derecho a organizarse de la manera que le parezca más

adecuada, y cuyos orígenes se remontan a las enseñanzas del teólogo británico de finales del siglo XVI Robert Browne. Sin embargo no es Browne, sino Calvino, debidamente revisado para la América de principios del siglo XXI, quien más influencia ha ejercido en la escritura de Marilynne Robinson. Un Calvino que si en su momento se tuvo que ocupar de la defensa de la auto-

ridad de Dios sobre todas las cosas, o de la búsqueda de la pureza de la vida religiosa, hoy más bien se enfrenta, en la obra de la estadounidense, a la pugna de la fe personal frente a un mundo dominado por la manipulación de la información, la política y la tecnología. Así las creencias, la conciencia y el propio concepto de la individualidad constituyen el núcleo central de su obra, donde el conflic-

to humano se resuelve con amplitud de miras a favor del diálogo entre lo científico y lo religioso. «No creo –llega a decir en otra entrevista– que haya que poner la ciencia al servicio de la religión, pero es algo que debemos contemplar: la ciencia es tan bella que la gente debería disfrutarla». En ‘The Giveness of Things’, la autora de ‘Vida hogareña’ y de la trilogía de ‘Gilead’ –su inquietante ciudad

imaginaria, tan profundamente identificada con los valores de los hombres y mujeres del Medio Oeste de los Estados Unidos–, escribe cosas como que «la existencia es notable, realmente increíble», o que la propia materialidad es «profundamente asombrosa, extraña». Una filosofía y una escritura singulares que se desmarcan, definitivamente, de los dictados de la posmodernidad americana.


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ral, «el Gilead de los girasoles». Robinson, ‘calvinista confesa’, convencida, y creo que con razón, de que, acogotados por el simplismo dominante, estamos perdiendo el ‘ethos’ que ha sostenido lo más valioso de nuestra civilización, y de que «la gente de

hoy en día, con la televisión y los videojuegos desdeña la complejidad», cree en «la fuerza del imperativo religioso porque honra y libera a la persona», nunca sectario por su parte, siempre orientado a la conciencia como revelación y, de paso, en «el sentido de lo bello, de cuanto sea eleva-

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do», que el reduccionismo conductista de Skinner y los postulados de Freud y «los maestros de la sospecha», en expresión de Paul Ricoeur, le sofocaron en sus años estudiantiles pero ella ha sido capaz de levantar en sus narraciones, balizadas por unos sentimientos orillados en la vida

«La gente de hoy en día, con la televisión y los videojuegos, desdeña la complejidad»

social y que sin embargo deberían seguir siendo, a mi juicio, los valores dominantes: la generosidad, la sencillez, la reserva, la clemencia, la humildad, la gratitud, la compasión, el respeto, la frugalidad, la renuncia, la franqueza, la templanza, la contención, la honradez, la bondad, el sosie-

Barack Obama otorga la Medalla Nacional de las Humanidades 2012 a la novelista Marilynne Robinson. :: PETER MAROVICH-EFE

‘Vida hogareña’: los inicios de la novelista V ida hogareña’ es la primera novela de Marilynne Robinson. Es la historia de dos hermanas, Ruth y Lucille, cuya madre las abandona y viven consecutivamente con su abuela, las hermanas de su abuela, Lily y Nona, y una tía, Sylvie. Es una historia de amistades y separaciones, de gente que en un momento de su vida se encuentra y luego se separa. También lo es de maduración –y de las resistencias a ella. Es, sobre todo, una historia moral en el sentido en que la narradora convierte la historia y a sus protagonistas en personas que han de enfrentarse a momentos cruciales en sus vidas. La novela está escrita en clave realista con

referencias a la Biblia, y transcurre en un pueblecito, Fingerbone, aislado, fuera de la sociedad contemporánea. No hay parecidos ni similitudes con las novelas de Philip Roth o de Saul Bellow o de John Updike, si acaso con la gran novela americana del siglo XIX y con las escritoras sureñas de mitad del siglo XX. Hay un episodio, cuando ya la novela ha discurrido en larga medida, en que la autora recurre al mito de Caín y Abel, hermanos –al igual que las protagonistas– cuyas singularidades son contrarias. Viene entonces la reflexión sobre el significado de la familia –y más en concreto, sobre lo que significa ser hermanos– una vez que Lucille se ha separado completamen-

SANTIAGO RODRÍGUEZ GUERREROSTRACHAN

te de Ruth. A pesar de que en un primer momento, a las dos les fascina pasear por el bosque en vez de asistir a clase, Lucille siente gradualmente una mayor atracción por la escuela y por el mundo que hay más allá de la familia. Salir de ese cerrado mundo tiene como consecuencia –probablemente no deseada, pero inevitable– que Ruth quede sola. Robinson intenta trazar un paralelismo entre las dos hermanas y los herma-

nos bíblicos en el que, curiosamente, la reflexión se centra en Caín, quien asombró a Dios con el asesinato de Abel, pues Caín, al igual que Abel y Adán, estaba hecho a semejanza de su creador. Además, al igual que Caín rompe la familia originaria, los servicios sociales rompen la de Ruth. Una vez rota, lo que llama la atención de Ruth son los vagabundos que deambulan por los Estados Unidos, gente que no tiene un asidero en la vida, al contrario que su abuela cuya casa es ejemplo de solidez familiar y moral. Ruth anhela y teme, de un modo oscuro, convertirse en uno de ellos. Vagar por el país en trenes de mercancías como hizo una vez con su tía

Sylvie, o en un bote corriente abajo hasta llegar al delta del Misisipi. En estos episodios el referente está claro. ‘Las aventuras de Huckleberry Finn’, una de las grandes novelas de la literatura norteamericana, que da forma a la épica americana, sirve de punto de referencia. Una novela también moral y en la que la infancia cumple una función importante. Sin embargo, no es Huckleberry Finn lo que llama la atención ni en lo que Robinson quiere poner el énfasis. La consciente elección del mito bíblico traslada la historia de las dos hermanas a un nivel diferente, y la une a algunos de sus ensayos sobre la tradición intelectual norteamericana. Son numerosos los oradores que han alertado contra los peligros que atravesaban los Estados Unidos, que han fustigado a sus conciudadanos pero también que han encomiado sus virtudes y han alentado el desarrollo de las mismas. Nada de esto habría sido posible sin la tradición bíblica que mantuvo unida al país; una tradición

go, la cortesía, la benevolencia, la lealtad, la paciencia…, podríamos ampliar el listado. Y por encima de todo, el amor por el mundo y por el misterio de la vida, que es a lo que debería encaminarse siempre la literatura. Eso no equivale, como es natural, a que no aparezca con toda su virulencia lo peor de la condición humana: la malicia, la culpa, la crueldad, la arrogancia, el temor, la vanidad… Lo propio de una América antigua, la de la conquista del Oeste, la de las raíces y valores puritanos, pietistas, que aún conservaba la inocencia de los pioneros –y aquí la huella, creo, de Willa Cather y otras damas sureñas–, no, como algunos afirman en relación con el microcosmos narrativo de Robinson, lo que se atribuye a la América profunda que ha aupado a Trump o se organiza en el Tea Party, esa otra Norteamérica arrasada por el progreso tecnológico y demás cachivaches, devorada por el consumismo, alejada por completo de cualquier forma de espiritualidad interior. Frente a las banalizaciones y escamoteos de esa sociedad –que es la nuestra, pues quienes se burlan del paletismo de la gente del Medio Oeste olvida que en fondo y forma en todos los sitios se mimetiza, mimetizamos tarde o temprano su conducta dentro del rebaño capitalista–, mostrada mediante diversos artificios por la prosa imperante, las novelas de Robinson apuntan directamente a lo trascendental.

que, en gran medida, hoy en día es secular. Es también una novela sobre la memoria. El primer recuerdo, según la narradora, es el de la expulsión del Paraíso. La ruptura y la pérdida marcan nuestras vidas. Nos vuelven vagabundos y, parece insinuar, ese recuerdo nos impulsa a buscar el estado originario; en el caso de Ruth, el recuerdo de su madre, Helen, de quien dice que es la imagen que se refleja en el espejo, y de Lucille, a quien no logra olvidar y quiere ver en infinidad de mujeres en otras ciudades. La memoria acaso solo sea en casos así un remedo para sobreponerse a la soledad, la de las niñas que pierden a su madre y se ven arrojadas a un mundo que no comprenden –por esa razón, afortunadamente, el mundo está lleno de maravillas– y la de Ruth que echa de menos a su hermana. La vida hogareña se derrumba al comienzo de la novela y el proceso de maduración que es la vida es en gran medida un habituarse a la soledad y a las pérdidas.


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NUESTRO TIEMPO ADOLFO GARCÍA ORTEGA

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i problema con los cruceros es que no los entiendo. Digamos que sé cómo son, tengo, como todo el mundo, un cúmulo de imágenes de cruceros y de su vida a bordo. Incluso poseo alguna experiencia personal de viaje en barco, pero no soy capaz de conectar mínimamente con el sentido último de los cruceros de lujo masivos, llamados también cruceros de placer. En ‘Muerte entre líneas’, Donna Leon describe su presencia como la de «gigantes que tapan la vista de la ciudad, la luz del sol y cualquier sentido de percepción de las cosas». Cual inmensos edificios llegados por mar –a Venecia, a La Coruña o a Sídney, por ejemplo–, esos barcos atracados en el puerto tienen la forma y el volumen de construcciones de más de 17 plantas, con capacidad para 5.000 pasajeros y 1.000 personas de servicio y tripulación. He visto salir de ellos a seres atolondrados que parecían no saber ni dónde estaban ni qué día era. Salían en masa. Aquello parecía una manifestación o una invasión. Al verlos, siempre recuerdo lo que David Foster Wallace escribió de ese tipo de pasajeros: «Hay algo ineludiblemente bovino en un turista americano que avanza como parte de un grupo». Bovinos, sin duda, y desconcertados. Wallace, en su libro ‘Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer’, cuenta su experiencia a bordo de uno de esos barcos hipertróficos. En 1995, la revista ‘Harper’s’ le pagó un crucero de siete días por el Caribe. Recordaba al de la serie televisiva ‘Vacaciones en el mar’ de los años setenta. Wallace llama al crucero «la Fantasía Vacacional Suprema», hecha de lujo y de placeres, y eso es precisamente lo que es, una fantasía llevada teóricamente a un máximo de éxtasis ideal que termina en un mínimo de realidad efectiva. Los cruceros se revelan como lugares donde no pasa nada realmente, porque todo aboca a la pasividad, en una atmósfera de febril y falsa actividad. La paradoja de los cruceros: una burbuja de plástico flotante que engendra vacío. Mi impresión es que los cruceros son tristes y esa tristeza proviene de la falsedad que suponen. Todo en ellos remite a un pacto de impostura aceptado de antemano: por mucho que te lo creas, no estás en el paraíso, no eres un

El crucero privilegiado, te han sacado los cuartos y nada de lo que te ofrecen tiene una mínima espontaneidad. Esa tristeza de media sonrisa causada por la falsedad es algo difícil de captar, de entender y menos aún de simplificar. Quizá porque a esa sensación aguda de inautenticidad se une la no menos aguda sospecha de formar parte de una selección final. Porque, en un crucero, lo que parece concluir es la vida. Un crucero simula el acto culminante de la despedida. En esas travesías organizadas hasta el ridículo se escenifica una compleja trama de conclusiones sociales, de reparto de premios, de merecidas recompensas. Es la teatralización del dictamen del Juicio Final: «Fuiste bueno en vida, pasa al cielo por excelencia… ¡este crucero infinito!». Como sugiere Wallace, en el crucero se gestiona el placer de manera completa y delegada. No tienes que pensar, todo te lo hacen, de modo que solo seas una especie de gozador entusiasta y constante, sin resquicio para el pensamiento natural inmanente a los cruceros: el suicidio.

(Es curioso, porque ese fue el destino del propio Wallace: acabó con su vida unos años después –¡cómo mejora un escritor cuando muere a los cincuenta!–, pero supongo que aquel crucero que hizo, y que, como él mismo dijo, «nunca volvería a hacer», no tendría nada que ver a la hora de elegir la horca). La palabra omnipresente y omnímoda del crucero es ‘relajación’. Todo va orientado al relax, que es un modo de decir al abandono. El cuerpo se desentiende de sí mismo, se afloja, se deja llevar, se desliza, se enajena y se expone en toda su desnudez. El inconveniente –un precio a pagar– es el mareo. En un crucero, el mareo tiene diversos grados, desde la palidez hasta llegar al color verde, este a su vez con varias tonalidades. Recuerdo un caso, cuando de joven trabajé en la Pepsi Cola de Palma de Mallorca. Se trataba de un pasajero con el que compartí camarote en uno de los barcos nocturnos que iban de Valencia a Palma. No solo estaba literalmente verde oliva, sino que el hombre, incapaz de erguirse, únicamente

Una pareja disfruta en la cubierta de popa de un crucero. :: EL NORTE

podía caminar a cuatro patas sin vomitar, incluso a cuatro patas bajó por la escalerilla y a cuatro patas lo perdí de vista por el muelle a la mañana siguiente, con su rostro entonces verde pistacho. Lo que pude concluir de aquella experiencia personal es que la Pepsi, al menos en los años setenta, quitaba el mareo. Wallace también analiza las Excursiones Organizadas en Tierra, que son la cara b de los cruceros, momentos de recuperación terráquea en que compras los regalos y te crees enfáticamente la envidia de los nativos de las ciudades en las que el crucero atraca.

«Son tristes y esa tristeza proviene de la falsedad que suponen. Remite a un pacto de impostura aceptado de antemano»

Forman parte, junto con el show, de la vida acartonada de los cruceros. Porque el show, la actuación musicalcircense colectiva, una especie de bingo generalizado en el que todos mueven la colita en medio del océano, es la guinda monstruosa de los cruceros de lujo masivo. A veces el mar se venga de la idiotez por medios dramáticos. Mítico es el ‘Titanic’, protocrucero donde los haya; mítica es ‘La aventura del Poseidón’, película que nos hizo ser más de secano aún. Pero el símbolo del mar vengador es el ‘Costa Concordia’, aquel transatlántico varado y volcado por la mitad en 2012 cuyo capitán, Francesco Schettino, salió huyendo para caer directamente en un plató de televisión (y un poco de cárcel). Cuando la catástrofe irrumpe en un crucero, lo que aflora en los rostros del bovino pasaje es una mueca tragicómica de sorpresa inesperada, aturdidos aún por la «flatulencia de los dioses», que es como Wallace llama a la bocina atronadora de esos barcos. El crucero, en fin, como juguete de Neptuno.


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ARMADURA DE BEMOLES VICTORIA M. NIÑO

H

Lina Tur Bonet y el diamante mogol de Vivaldi

«La música antigua conecta con el público de hoy porque era libre y multicultural»

ARCHIVO 1974

ay nombres que de tan evocadores acaban desdibujando lo que designan en pos de un universo más deslumbrante. ‘El gran mogol’, que suena a maharaja del Taj Mahal o a conquistador de Lahore, fue un diamante indio de tales proporciones que se tornó en la joya por antonomasia del XVII, también en Europa. Y aquella designación que aludía a su inusual tamaño, a su pureza azulada (280 quilates) y a la afilada dureza de la piedra reina acabó impresa en uno de los cientos de conciertos para violín de Vivaldi. ‘Il Grosso Mogul’ es el título del último disco de Lina Tur Bonet, directora desde el arco de la orquesta Musica Alchemica e intérprete de las partituras que va exhumando Olivier Fourés. Vivaldi, compositor fecundo, no estampó ese nombre en la partitura original, nos dice el musicólogo, sino que fue añadido a raíz de su gran éxito. Entronizado por las ‘Cuatro estaciones’, el maestro veneciano tiene un catálogo extensísimo recuperado en parte por su admirador coetáneo don Juan Sebastián Bach. Resulta curioso pensar que el ocurrente título se debiera al maestro de capilla de Leipzig, extremo no confirmado por Fourés. En cualquier caso, en la Venecia barroca bulle la actividad comercial y los viajeros foráneos re-

corren sus canales. Los teatros estrenan óperas para su distracción y a ello dedica buena parte de sus esfuerzos Vivaldi, quien también ejerció de empresario. «Tuvo mucho éxito pero murió pobre y olvidado. Fue el músico más famoso pero luego pasó de moda y ni siquiera sabemos el lugar exacto de su tumba en Viena», explica Lina Tur Bonet. La violinista murciana-ibicenca ha querido recuperar ese ‘diamante’ del ‘cura rojo’ (pelirrojo) junto a otros dos conciertos, otra partitura de su discípulo Johann Georg Pisendal revisada por el veneciano y tres sonatas. La música de este precursor del absentismo laboral con justificación médica –evitó el deber de oficiar misas por mor de su asma– le va bien al ensemble de Tur Bonet y a ella en su condición de solista, como probaron los ‘Vivaldi Premieres’. «Olivier es una autoridad mundial en Vivaldi y casualmente vive en Madrid. Le conocí hace cinco años y me ofreció, como hace con otras formaciones y grandes intérpretes que graban en Deutsche Grammophon, algunos de las partituras que va encontrando. Hemos logrado una buena simbiosis y es un orgullo estrenar obras inéditas de esta calidad», sostiene Lina. El proceso de trabajo pasa primero por rodar el repertorio en conciertos en vivo y después los Alchemica eligen lo que quieren grabar, «lo que nos va mejor, las obras a las que podemos aportar algo, en las que cabe una interpreta-

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El hombre que pudo reinar

E ‘No Other’ Gene Clark

Asylum Records Producido por Thomas Jefferson Kaye

n 1974 Gene Clark acumulaba ya un bagaje musical extraordinario. Como miembro fundador de The Byrds había saboreado el éxito de sus dos primeros elepés. En ellos ejercía como principal vocalista y compositor (aunque eran discos repletos de versiones). Temas como ‘I’ll Feel a Whole Lot Better’ o ‘Set You Free This Time’ mostraban el camino a seguir a McGuinn, Crosby y Hillman, por aquel

entonces poco expertos en el arte de escribir canciones. Pero en febrero de 1966 Clark abandonaba la nave, no sin antes grabar el single ‘Eight Miles High’, pieza clave en el nacimiento de la psicodelia. Las razones: su insuperable miedo a volar y las diferencias con sus compañeros, en parte económicas, pues sus ingresos eran superiores al percibir derechos de autor. La carrera solista del de Missouri comenzaba con ‘Gene

KOTE ISTÚRIZ

Clark with the Gosdin Brothers’, lanzado en febrero de 1967 con el beneplácito de la crítica. Sin embargo, la salida del cuarto elepé de sus ex compañeros, ‘Younger Than Yesterday’, en las mismas fechas limitó sus posibilidades comer-

ciales. Tras grabar dos excelentes discos junto al virtuoso del banjo Doug Dillard, en 1971 aparece su segundo trabajo en solitario, el introspectivo y acústico ‘White Light’, considerado hoy una obra maestra y que incluye joyas como ‘For a Spanish Guitar’, alabada por el mismísimo Bob Dylan. A pesar de la innegable calidad de sus composiciones y de tenerlo todo para triunfar el éxito se le resiste y sus problemas con el alcohol crecen.


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Lina Tur Bonet, solista y directora en este nuevo disco de Musica Alchemica, ‘Il Grosso Mogul’ (Pan Classics).

Tras la breve y frustrante reunión de los Byrds originales en 1973, Gene Clark ficha por Asylum Records dispuesto a poner toda la carne en el asador. En su casa de Mendocino (California), mirando al Pacífico, compone con total parsimonia las canciones de su nuevo álbum. Producido por Thomas Jefferson Kaye, ‘No Other’ exhibe un plantel de músicos de primera (incluidos Chris Hillman y el batería de los Allman Brothers, Butch Trucks). El resultado es un disco deslumbrante, una mezcla de country, soul y coros gospel regado con gotas de psicodelia y un sonido

Jim Morrison que estás en los cielos (o no)

ción más personal. Es muy arriesgado hacer esto con un compositor tan influyente y conocido». Tur Bonet se considera más irectora» «líder» que «directora» de su agrupación. «Tocar un instrumento y dirigir son trabajos que a veces pueden ir jun-tos y a veces,, o no. Me he ido encontrando a gusto en el pa-r, pel de director, o pero no quiero udejar mi instrumento». La violinista al servicio de Vivaldi debe plegarse a una escritura virtuosística, la del instrumentista que se prueba a sí mismo y que debe encandilar a su público con nuevas fantasías. Fourés le considera «un hombre de teatro» también en la música instrumental, de ahí «los grandes movimientos del arco, las articulaciones irregulares y los abruptos cambios de posición». Por la cantidad de versiones que quedan del ‘diamante’ «es muy probable que Vivaldi improvisara en el momento sus propias cadencias, basadas en sus apuntes». Tur Bonet se ha probado con su Dorn Amati 1740 en una carrera de fondo llena de solos en constante tensión con sus compañeros de cuerda y el clavecín. Llegado el recitativo, la violinista recuerda porqué encontró su hueco en la música antigua aunque de vez en cuando saque el violín moderno. «El barroco se corresponde con un mundo más libre y multicultural, casi como el de hoy. Durante décadas se sintió devoción por Mahler, por ejemplo, pero ahora hay mucha gente enganchada a la antigua, los vemos en los conciertos». En ellos tendrá que seguir puliendo ese diamante, que en su condición mineral dejó de ser invencible al ser dividido.

lujoso, algo barroco, ese sonido que solo han conseguido los grandes elepés de los setenta. Aquí encontramos algunas de las mejores canciones de Clark: ‘Lady of the North’, ‘From a Silver Phial’, ‘No Other’, ‘Streng of Strings’ o ‘Silver Raven’, quizá su tema más conocido. Su voz y sus místicos textos emocionan como nunca. La buena acogida inicial por parte de la prensa no se tradujo en ventas. Asylum no apreció potencial comercial en el álbum, cuya producción había costado nada menos que 100.000 dólares de la época, (parte de ellos

GLORIA IN EXCELSIS ROCK VICENTE E Z ÁLVAREZ

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gastados en cierto polvo blanco del que Clark se hizo devoto) y lo dejó caer sin ningún tipo de promoción. El carísimo disco solo alcanzó el puesto 144 en las listas. Gene Clark nunca se recuperó del fracaso de ‘No Other’. Continuó en la música sin el menor éxito de ventas y perseveró en sus adicciones hasta su muerte en 1991, con 46 años. Por fortuna, su legado ha sido reivindicado, especialmente con la llegada del nuevo milenio, como una aportación esencial en la construcción del country rock (lo que hoy llamamos ‘americana’) y del sonido de la Costa Oeste.

ólo fue otro ángel caído en la ciudad de la luz. Alguien que se enganchó al juego que él mismo llamaba «volverse loco». Un jinete más en la tormenta que decidió escaparse a París para poder oír, por fin, el grito de la mariposa y dedicarse por completo a la poesía. Y, de paso, escapar de la justicia. Jim Morrison siempre estuvo perdido en un desierto romano de dolor. Siempre fue un colgado inmaculado que rezaba oraciones mientras el autobús azul no paraba de llamarle. Escándalo era su segundo apellido. En sus inicios, el todopoderoso Ed Sullivan le invitó a su show y le pidió que cambiase la letra de una canción. Por supuesto, Jim hizo lo que le dio la gana. Como siempre. Como en el famoso concierto de Miami en marzo de 1969. Catorce mil entradas vendidas en un auditorio con 6.900 asientos. La gente enloquecida y asfixiada y Jim Morrison dándoles bambú desde el inicio. Aquel día Jim tenía la lengua larga y el bourbon incandescente. Dicen que soltó más consignas que canciones. Provocó al público y a la policía. Incitó a la gente a que se desnudara y subiera al escenario. «Vamos a cambiar el mundo», «sois un puñado de jodidos esclavos», «Hitler está vivo, anoche me lo follé, ama a tu vecino hasta que le duela», «quiero veros haciendo ruido, quiero veros gritar», fueron algunas de las muchas soflamas que soltó el Rey Lagarto. Comenzó a bailar como un chamán de lado a lado del auditorio, se quitó su camisa mojada («vamos a ver un poco de piel, vamos a desnudarnos»), alguien subió al escenario y le bañó con champán. Dicen que abrazó a un cordero vivo, dicen que simuló masturbarse, dicen que enseñó fugazmente los genitales. No hay pruebas. No hay fotos. Pero la leyenda estaba ya en marcha.

Arriba, Morrison. Abajo, los Doors al completo en una imagen promocional. :: ELEKTRA RECORDS-REUTERS Un juicio eterno, cancelaciones de conciertos y un millón de dólares en abogados. Finalmente fue declarado culpable de los cargos de exhibición obscena y escándalo público y sentenciado a cumplir ocho meses de trabajos forzados y dos años y cuatro meses de libertad vigilada. Fue el principio del fin. O, mejor aún, el principio de la leyenda. Pasó a convertirse de símbolo sexual de la contracultura a un artista prófugo. Empezó a abusar del alcohol, a engordar, a autodestruirse. Se dejó una poblada barba y su voz se volvió más aguardentosa. Jim Morrison se cansó de Jim Morrison y huyó a París con su novia. Él sólo quería ser un poeta desconocido. No le dio tiempo. El 3 de julio de 1971 Pamela lo encontró muerto en la bañera. No hubo autopsia. Un médico fantasma firmó un

certificado de defunción fantasma. ¿Sobredosis? ¿Suicidio? ¿Víctima de una conspiración? ¿De un rito de vudú? Mil sospechas que se resumen en una duda cósmica: ¿Realmente murió Jim Morrison? Algunos testigos afirmaron que lo vieron subir en un avión la noche de su muerte y los empleados de un banco ratificaron que estuvo haciendo unas transacciones. Sus compañeros de The Doors estaban convencidos de que si alguien podía escenificar su propia muerte ese era Jim Morrison. Aquella era la única carta de la baraja que le quedaba por jugar. Un millón de años después seguimos durmiendo en la cocina de su alma mientras nos susurra al oído «this is the end, el fin de la risa y las blandas mentiras, el fin de las noches en que intentamos morir, este es el fin».


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LECTURAS

MARAVILLOSO, UMBRAL, MARAVILLOSO ’Treinta cuentos y una balada’ recoge relatos inéditos de un Umbral joven, canalla y tierno LUIS EDUARDO SILES

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uis Rosales decía que «los cuentos de Francisco Umbral son cuentos muy escritos». Toda la literatura de Umbral está muy escrita, pese a la aparente facilidad del autor en el momento de plasmarla en la Olivetti, con esa música de las letras del teclado que en realidad era música de poesía, porque esa escritura estaba llena de lecturas previas, de cultura, de observación, de introspección, de experiencia y de amor. En

‘Treinta cuentos y una balada’ la mayoría son relatos de un Umbral joven, de un escritor en ciernes, osado, pero de prosa contundente. De prosa arquitectónica. No hay ninguna frase literariamente ingenua en Francisco Umbral. Desde el principio, desde ese primer cuento fechado en 1958 y titulado ‘Mortal y rosa’ –título que, por su posterior novela, conmovedora y deslumbrante, quedó adherido para siempre al nombre de Umbral– la prosa umbraliana ya era monumental. Francisco Umbral cultivó las distancias cortas y largas en su travesía por la literatura con igual magisterio. El reencuentro con Umbral que nos propone ‘Treinta cuentos y una balada’ resulta sensacional. Porque supone volver a hallar la música de la prosa –que con el paso de los años fue modulándose, cambiando–, y los temas y obsesiones de un Umbral joven, todavía adherido a «esa tra-

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a primera estrella a la derecha, y todo recto hasta el amanecer. Estas son las indicaciones que da Barrie para llegar a Nunca Jamás. Sabemos, todos, o al menos la gran mayoría, que un agujero de conejo lleva al País de las Maravillas. Y atravesar un espejo nos conduce a un lugar donde habitan unas figuras de ajedrez –y otras cosas–

que viven con unas reglas diametralmente opuestas a la lógica férrea del juego. También sabemos que un armario lleva a Narnia. Menos conocidas son las técnicas por la que un hombre viaja a Almuric. Habrá quien haya leído las viñetas decanas de Little Nemo, un niño que visita un extraño país durante sus sueños. O las de Den, que dibujó y escribió Corben allá por los

bazón profunda» de la vida, donde habita, entre otras pasiones, el amor, que él consideraba que sólo se podía sentir profundamente durante la juventud. Umbral, hay que decirlo rápidamente, fue un gran lector del amor, una pasión que plasmó en sus escritos de manera sublime,

CIRO GARCÍA

ochenta, donde un preadolescente se ve de pronto en otro mundo, convertido en un formidable, calvo, desnudo, y muy bien dotado guerrero. Algo parecido pasa en el campeón eterno de la novela de Moorcock, o en ‘Tres corazones, tres leones’ de Paul Anderson. Las ‘Crónicas de Thomas Covenant el incrédulo’ nos hablan de un hombre enfermo, que cuando pier-

LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

GALAXIA TURKOWSKY (O LA QUIETUD DE LA INQUIETUD) :: SUSANA GÓMEZ Paisaje en blanco y negro. Un toque de azul índigo. Trazos exquisitos y minuciosos sobre fondo urbano. A veces el mar. Dibujos precisos y preciosos, casi litográficos, junto a textos como hojas: breves, líricos, leves, parece que tan solo están dejándose caer. En

su delicadeza, el matiz habita como norma. Lo onírico toma la ciudad y un sueño callejea haciendo de las noches estivales una aventura. Una vecina misteriosa viene, pasea, observa, descubre, sonríe… y se va. La mirada infantil persiguiéndola: dos niños espían, curiosidad y linterna

de el conocimiento aparece en un mundo casi tolkiano, que le saluda como salvador –pero él, en ningún momento se cree nada–. Donaldson, autor de las ‘Crónicas’, también inventó Mordant, un reino al que la protagonista llega –vaya, vaya– a través de un espejo. Etc, etc., etc. Con el tema del viaje a otro mundo, a un mundo regido por unas reglas extrañas, al que se llega por umbrales misteriosos –aunque no siempre es así, a veces basta con navegar como Simbad, o Ulises, o San Brandan, o Gulliver–, se puede edificar un corpus inmenso. En él estaría la ‘Divina comedia’, el ‘Libro de Enoc’, ‘La odi-

sea’, todas las leyendas celtas de gente que se pierde en Tyr nan oghe –el país de las hadas–, los poemas de los místicos, las memorias de Cyrano de Bergerac, el cuento de Hades y Perséfone, el de Orfeo, el de Isthar, el 1q84, de Murakami, que hace suyos algunos detalles del Dalgrhen de Delany que también cabría en esta amplia lista. Murakami, de hecho, trata el tema más de una vez. Los relatos de los chamanes sobre ir al mundo de los espíritus también caben. Y muchos, muchos más. Pero por alguna razón, los que más recordamos son esos cuentos decimonónicos protagonizados

Francisco Umbral. :: HENAR SASTRE

EL TALISMÁN DE LA COSTURERA

OTROS SITIOS

sencilla y desgarrada. Ha quedado perdido en el recuerdo y ausente en las estanterías de las librerías su libro ‘Si hubiéramos sabido que el amor era eso’ (Destino, 1969), colosal ejercicio de introspección, libro en el que no ocurre nada, en el que pasa todo, una pareja que se conoce «en

un café de primavera con el invierno aún dentro», salen cogidos de la mano y van y vienen mucho en taxi por un Madrid de verano y calor. Nos hemos olvidado de ese libro porque nos hemos olvidado del amor. Umbral describió el amor como nadie. A la mujer presente y a la mujer ausente. Al amor que se está viviendo de manera intensa o al que se ha ido. En el relato ‘La Traductora’ escribe: «Se fue a la ducha quitándose la túnica y escuché una vez más el fragor del agua luchando con su cuerpo como un ángel de lluvia contra un ángel de sexo. Enamorado perdido». Y en ‘Escorial fin de temporada’: «Pero había que buscar. Ella había consumido aquí su largo verano. Había pasado y paseado por estas calles. Subido, bajado, esas escalinatas. ¿Y si estuviese todavía aquí?». En los relatos de Umbral no pasa nada, hay quietud, aunque a veces sea una quie-

en mano, sus movimientos. Son universos como líneas (tangenciales). Apenas se tocan una sola vez y sus ojos siguen, reinventándola, a la noctámbula, lunática, funámbula, ¿sonámbula?, que pinta números en las esquinas y parece querer iluminar la noche, convertirla en día, rodearse de

TREINTA CUENTOS Y UNA BALADA Francisco Umbral. Espuela de Plata, 2018. 252 páginas. 17,90 euros.

tud llena del bullicio de muchos personajes que hablan con frases intercaladas y que se repiten, relatos corales, lo que el autor denominó “cuentos muy dialogados”. Umbral llegó a escribir una obra breve de teatro, titulada ‘La cola del pan’, que incluyó en su libro ‘Teoría de Lola’. Pero en todos sus cuentos palpita la vida, una de las obsesiones permanentes del autor, sobre todo durante aquellos años de juventud, y tienen un final logrado y deslumbrante. Al igual que sus artículos. ‘La noche de las doncellas’ es un relato triste y lleno de poesía, construido con frases hermosísimas. ‘El vaivén y el humo’.

por niños: las dos Alicias, el Peter Pan. También es precisamente de ellos, o al menos es lo que parece, de quien se acuerda Seanan McGuire en su ‘Cada corazón un umbral’, novelita juvenil que, siendo entretenida, estando bien narrada y partiendo de una idea interesante, no acaba de rematar. Quizás sea que a todo ese alarde de lo imaginativo, le falta, a la postre, imaginación. Como digo, la idea de partida es interesante: un internado para jovencitos –aunque hay muchos más de ellas–, que en algún momento de su infancia dieron con un portal a un mundo mágico, y que tiempo


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consiste en un cuento largo y dialogado, intenso, en el que, sobre todo, habita una atmósfera. ‘La estrella’ es un cuento eróticamente lírico, con frases largas y brillantes, muy características en el Umbral de finales de los 70. Y por el relato ‘Yira’ pasea el fracaso y una esperanza amarga. Hay un fondo poético en la mayoría de los cuentos. Incluso lo canalla se convierte en poético, como ocurre en ‘Un muerto en el semáforo’. Francisco Umbral recuerda en uno de estos relatos la frase de Sinatra: «Yo no vendo voz, vendo estilo». Umbral vendió estilo, sí, pero sobre todo vendió ideas. Fue el gran cronista de la Transición. Aunque alguien, en un día desafortunado, se refirió a la escritura de Umbral como «prosa sonajero». Francisco Umbral, fallecido en 2007 pero con una obra vivísima, escribe cada día mejor. Dice Bénédicte de Buron-Brun en el Prólogo: «En toda la prosa umbraliana subyace una rosa en las tinieblas».

después, por una circunstancia u otra, fueron expulsados de él. La gran mayoría de ellos lo único que quieren es regresar, aunque muchos saben que es imposible. La novelita va desgranando el día a día en el internado, mientras se nos describen, de pasada, algunos de estos mundos. El problema reside en que la mayoría de ellos parecen sacados de series de animación infantiles y no de las mejores. Luego sucede el primer asesinato y todo se convierte en un policiaco correcto que no sobresale de otros policiacos. Final más o menos feliz y previsible.

LUNÁMBULA Einar Turkowski. Editorial Libros del Zorro Rojo. 32 páginas. 13,90 euros. Edad recomendada: a partir de 10 años.

seres y luces mágicos. Se llama Madame Merlot. O más bien, Lunámbula. Puede que también se sienta sola. Einar Turkowski (‘Estaba oscuro y sospechosamente tranquilo’; ‘Una luz diminuta surgió de la nada’; ‘El pastor, las ovejas, el lobo y

EXTRAVAGANTE CIUDADANO García Gil pone en pie la biografía de Carlos Edmundo Ory en un libro que se lee entre la fascinación y el tedio JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN

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n 1987 se celebra en York una Semana de Poesía dedicada a autores españoles. A ella están invitados Ángel González, Carlos Edmundo de Ory y dos poetas más jóvenes, Ana Rossetti y José Ramón Ripol. Inaugura las jornadas Ory, muy en su estilo, bufonesco y circense de gran gurú de las vanguardias; las cierra Ángel González. Uno de los asistentes, Luis Javier Moreno, ha dejado constancia en su diario del comportamiento del primero: «Yo le tenía detrás, oyendo los comentarios y el runruneo que se traía. Al cuarto o quinto poema comentó en voz alta: ‘Esto ni es poesía ni cosa parecida, poemas de oficinista’. Y se marchó, tras haberse ostentosamente levantado». Las razones no se debían solo a que su divismo no le permitiera tener cerca a otro poeta que pudiera hacerle sombra. Ángel González había reiteradamente puesto sus reparos a la reescritura de la historia literaria que se había comenzado a hacer tras la irrupción de los novísimos. En sus ‘Notas parciales sobre poesía española de posguerra’, de 1971, Pere Gimferrer había declarado que los tres poetas más

el mar’; ‘La montaña’ o ‘Cuando las casas regresaron flotando’, todos ellos editados por Libros de Zorro Rojo) regresa con ese espacio inquietante (por preciosista a la vez que contenido) que conforma galaxias fecundas, sutiles, hechas sin trampa ni cartón. Como suele, el autor nos ofrece su universo raro y distinto, un decorado cotidiano que es a la vez extraño, una invitación permanente: la de aprender a mirar lo aparentemente ordinario como si fuera un enigma (o viceversa). La de tomar conciencia de lo invisible. La de movernos en la quietud de la inquietud.

destacados de sus respectivas generaciones eran Juan Larrea, Carlos Edmundo de Ory y Leopoldo María Panero, tres heterodoxos enfrentados al conformismo de su tiempo. A Ángel González, que sabía por experiencia de lo que hablaba, le costaba admitir ciertas simplificaciones: «Ese experimentalismo de Ory, esa vanguardia tardía que representó el postismo, estaban muy fomentados desde la Dirección General de Prensa y Propaganda. Juan Aparicio les dio una gran cobertura y difusión, porque su poesía, aunque ellos la consideraran muy subversiva, no lo era en absoluto, al menos en el sentido en que pudiera entonces ser peligrosa en España». La minuciosa biografía que José Manuel García Gil dedica a Carlos Edmundo de Ory (1923-2010) le da la razón a Ángel González, aunque quizá no del todo. Ory fue un escritor de su tiempo, jaleado y apoyado, como José García Nieto o Camilo José Cela, por los servicios de propaganda del franquismo. Aparte del apoyo de Juan Aparicio, contó con el mecenazgo de Eduardo Aunós, ministro con Primo de Rivera y con Franco, al que el gobierno del Brasil, cuando fue nombrado embajador en ese país, no le concedió el plácet por sus vinculaciones con el nazismo. Pero también tuvo abundantes problemas –aunque no de orden político– con la pacata sociedad de su tiempo. En el franquismo, había también una censura religiosa que vigilaba el respeto a las buenas costumbres. Y en ese aspecto, Carlos Edmundo de Ory fue siempre un rebelde. Como en tantos otros casos –Valle-Inclán es el ejem-

plo más emblemático–, el mito que Ory se esforzó toda su vida por crear solo parcialmente reflejaba a la persona que estaba detrás. José Manuel García Gil pone ahora los puntos biográficos sobre las íes fantasiosas en un libro que se lee entre la fascinación y el tedio, la admiración y el rechazo. Ory siempre creyó en su genialidad («A veces escribo algo tan hermoso que me horrorizo de saberme desconocido», afirma en uno de sus aforismos). Por eso guardó cuidadosamente todos sus papeles, incluida su abundante correspondencia, escrita siempre con un ojo en el destinatario y otro en los lectores del futuro. No destruyó nada, ni siquiera lo que más podía perjudicarle; de ahí que García Gil haya podido contarnos su vida con todos los claroscuros. Sentimos un poco de incomodidad al enterarnos con tanto detalle de los entresijos de su vida sentimental, desde el noviazgo con Emilia Palomo, luego casada con José Ángel Valente, hasta la estabilidad final con Laura Lachéroy, mucho más joven que él, y conforme con añadir a su papel de musa el de secreta-

PRENDER CON KEROSENO EL PASADO. Una biografía de Carlos Edmundo de Ory José Manuel García Gil. Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2018.

Carlos Edmundo de Ory. :: ANTONIO VÁZQUEZ

ria, enfermera y chica para todo, que era el ideal de mujer para los grandes (y no tan grandes) poetas (y no poetas) de entonces. Bastante mayor es el interés cuando se centra en asuntos de la vida literaria. Su relación con Eduardo Chicharro, otro de los fundadores del postismo, da para una novela a lo Henry James. La correspondencia entre ambos deja constancia de una más que peculiar relación maestro-discípulo; los reproches y las disputas parecen más propios de amantes. A Carlos Edmundo de Ory, que nunca dudó de su superioridad, las apasionadas relaciones con los amigos le duraban hasta que dejaban de serle útiles. No soportaba a quien pudiera hacerle sombra, tenía que ser la estrella en cualquier función, solo apoyaba a los poetas jóvenes, tuvieran o no talento, que le admiraran incondicionalmente. Siempre vivió quejándose de la conspiración del silen-

MATERIA, ENERGÍA Y ESAS EXTRAÑAS LEYES QUE NOS CONFORMAN :: S. G. «Durante siglos los humanos intentamos comprender el mundo a partir de lo que podíamos ver y sentir». Y es así, con esa curiosidad inagotable que caracteriza a nuestra especie, como hemos ido imaginando y observando, estableciendo hipótesis, llegando a conclusiones y, a partir del XVI, empezando «a entender el mundo mediante la ciencia». Con vocación didáctica, este álbum de gran formato

traza la historia de la física cuántica de la mano del Doctor Albert (quién sino Einstein podía conducirnos sin dejar de negar el juego de dados), en tanto que sus páginas dan cobijo a Newton, Planck, Maxwell, Marie Curie, Bohr, Heinseberg, John Bell, Rutherford, Mendeléyev… Neutrones, positrones, bolsones, quarks, fotones y partículas alfa se entrelazan con átomos cuánticos, espectros atómicos y tablas periódicas, mientras

MI PRIMER LIBRO DE FÍSICA CUÁNTICA Sheddad Kaid-Salah Ferrón y Eduard Altarriba.Editorial Juventud. 48 págs. 19,90 euros. Edad recomendada: a partir de 8 años.

cio que, en su opinión, Vicente Aleixandre y José Luis Cano habían creado en torno suyo, alardeando de independencia y rebeldía mientras intrigaba para conseguir premios, ayudas oficiales, conferencia bien pagadas. Consiguió, a partir de los años setenta, y en buena medida gracias a los oficios de Félix Grande, convertirse en un mito. Y ahí sigue, representando al poeta para quienes identifican genio y locura, subversión y amaestrada (y subvencionada) rebeldía. García Gil ha escrito una biografía atenta a los datos, generosamente admirativa, pero sin ocultar las caudalosas sombras del personaje. Si algún reparo podría ponérsele es que alguna vez, como cuando habla de Garcilaso y el grupo de la Juventud Creadora, se deja llevar demasiado por tópicos de manual. Otras veces fundamenta su juicio en autoridades poco fiables. De la revista ‘Papeles de Son Armadans’, dirigida por Camilo José Cela, nos dice que «es una edición para bibliófilos que no interesa a nadie, más que al inventor y a quienes ven su nombre impreso. No acerca para nada la cultura del exilio a la de la España del interior, ni está en sus medios, ni tiene condiciones para ello». Tales disparates –‘Papeles de Son Armadans’, una de las revistas literarias más importantes de su tiempo– los toma, sin cuestionarlos, del libelo de Gregorio Morán ‘El cura y los mandarines’. En el caso de Carlos Edmundo de Ory el poeta vale más que la persona que estaba detrás, aunque no tanto como él mismo pensaba ni como piensan sus acríticos admiradores. Hay en sus mejores poemas –los que de verdad cuentan– desgarro existencial y sorprendentes hallazgos metafóricos, técnica y llanto, como dijo en el título de uno de sus mejores libros.

el gato de Schödinger observa desde una caja más allá de la doble rendija, la dualidad onda-partícula o el misterio de la antimateria. Finalmente, una línea de tiempo y apuntes de lo que hacemos y lo que haremos con la física moderna acaban por componer esta suerte de paisaje cuántico que, a la luz de quienes se atrevieron a pensar de otro modo, nos revela algunos de los secretos que nos conforman. Porque todo, hasta nosotros mismos, está hecho de partículas minúsculas, universo de materia y energía, cuyas sorprendentes leyes regulan lo que somos y el mundo que habitamos.


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LOS LIBROS MÁS VENDIDOS FICCIÓN El rey recibe. Eduardo Mendoza (Seix Barral) La desaparición de S. Mailer. Joël Dickerx (Alfaguara) Patria. Fernando Aramburu (Tusquets) El día que se perdió.... Javier Castillo. (Suma) Hippie. Paulo Coelho (Planeta) La peregrina. Isabel San Sebastián (Plaza&JAnés)

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

LOS CURRÍCULUM VÍTAE diccionario académico (23.ª edición, 2014) en cursiva y, como pueden apreciar, sin tilde porque no hay tildes en latín. Su significado literal es ‘carrera de la vida’. Lo utilizamos abreviado (CV) y se pronuncia aproximadamente así /kurríkulum bíte/ o /kurríkulun bítae/, pero no se admite la pronunciación /kurríkulun bitáe/. También nos referimos a él solo con el primer término: ‘currículum’. Esta expresión entró por vez primera en un diccionario académico en el diccionario manual de 1983 con el significado de ‘relación de los títulos, honores, cargos, trabajos realizados, datos biográficos, etc., que califican a una persona’ y se incluyó de

El verdadero problema de los extranjerismos es cómo dotarlos de los ropajes necesarios para que puedan usarse sin que chirríen

manera idéntica, siempre con letra redonda, en las ediciones vigésima (1984), vigesimoprimera (1992) y vigesimosegunda (2001). Y en la última edición del diccionario académico (2014), como acabo de advertir, como latinismo crudo (sin tilde) y en letra cursiva remitiendo a ‘currículum’ con el mismo significado que en los diccionarios anteriores. ¿Qué ha ocurrido? Que la RAE en la última edición del diccionario académico considera que la adaptación de la expresión latina ‘curriculum vitae’ es solamente ‘currículum’ y recomienda prescindir del segundo elemento en la adaptación al español. Pero en el ‘Diccionario panhispánico de dudas’ (2005) recomienda usar ‘currículum vítae’ y, en caso de optar por la forma simplificada, ‘currículo’ (plural ‘currículos’). ‘Currículum’ es un nombre masculino. ¿Cómo se forma el plural? ¿‘Currículums’, ‘currículos’, ‘currícula’? Existen dos opciones: usarlo como invariable, tanto si se usa la expresión como la forma abreviada (‘los currículum vítae’, los ‘currículum’); o mantener la expresión como invariable (‘los currículum vítae’) y pluralizar la forma abreviada en el caso de que se haya españolizado (‘el currículo, los currículos’). No se admiten las formas ‘currículums’ ni ‘currícula’ ni con tilde ni sin ella. Así que no me ha extrañado ver en los medios de comunicación todas las formas posibles (las consideradas como correctas y las no admitidas), tanto en singular como en plural, cuando los engrosamientos y falseamientos del historial académico, profesional y de méritos de algunos políticos han sido noticia recientemente. He visto casi todas las opciones posibles y algunas imposibles.

 LO VAS A LEER

e presentado en esta sección algunos mecanismos de adaptación de palabras y expresiones procedentes de otras lenguas. Cuando pensamos en palabras de origen extranjero, casi siempre nos vienen a la cabeza los anglicismos, que en el último siglo han sido los más numerosos y los que han cubierto prácticamente todos los ámbitos (economía, informática, moda, modo de vida, publicidad, cosmética, medicina, turismo, etcétera). Pero también son extranjerismos los vocablos y expresiones procedentes del latín, aunque a algunos les cueste considerarlos como tales. El problema de los extranjerismos no es exactamente que entren o no en la lengua, que aparezcan registrados o no en los diccionarios, que se usen mucho o poco. El verdadero problema es su integración, es decir, cómo dotarlos de los ropajes necesarios para que puedan usarse sin que chirríen: por ejemplo, asignar a los nombres género (porque en español el género es una propiedad de los nombres comunes), ver cómo se comportan en cuanto al número, decidir a qué conjugación pertenecen los verbos para que puedan ser conjugados, acordar cómo se pronuncia la palabra en cuestión, ver si le corresponde llevar tilde, adaptarla a los patrones ortográficos del español, etcétera. También puede darse el caso de que se decida no intervenir y que se mantengan la grafía y la pronunciación originales. Se habla entonces de préstamos ‘crudos’. Estos aparecen registrados en el diccionario académico en letra cursiva, como ‘marketing’, ‘pub’ o ‘whisky’. Hoy quiero centrarme en la expresión ‘curriculum vitae’, procedente del latín. Aparece registrada en la última edición del

El cuento de la criada. M. Atwood (Salamandra)

NO FICCIÓN 21 lecciones para el siglo XXI. Y. Noah harari (Debate) Fariña. Nacho Carretero (Libros del KO) Sapiens. Y. Noah Harari (Debate) Morder la manzana. Leticia Dolera (Planeta)

#CARA DE PAN Sara Mesa. Editorial Anagrama. 144 páginas. 16,90 euros.

Imperiofobia y leyenda negra. Elvira Roca (Siruela) Teoría King Kong. V. Despentes (Random House) La edad de la penumbra. C. Nixey (Taurus)

INFANTIL Y JUVENIL El monstruo de colores... Anna Llenas (Flamboyant) El principito. A. de Saint-Exupery (Salamandra) Cuentos de buenas noches. E. Favili / F. Cavallo (Dsetino) La diversión de Martina 3. Martina D’Antiochia (Montena) Mentira. Care Santos (Edebé)

Tiene Sara Mesa esa bendita capacidad de incomodar al lector, de ensuciarle las manos mientras pasa las páginas, de plantearle dudas y destrozarle certezas. En su última novela, cruza a una adolescente de casi catorce años (que huye del acoso en el instituto para refugiarse en un parque público) con un hombre que supera los 50, es aficionado a los pája-

ros y a Nina Simone, y también escapa de la intolerancia. A partir de esa unión, la autora habla sobre la presión social, sobre ser y sentirse diferente, sobre la incomprensión hacia el otro, sobre el estigma de la enfermedad mental, sobre la enorme facilidad que tenemos (padres, profesores, la policía de la moral) para mirar hacia otro lado y no asumir los propios errores. Dos personajes inadaptados que hurgan en nuestros miedos y prejuicios. Librazo.

#LA RADIO DE PIEDRA Juan Herrera. Alianza Editorial. 216 páginas. 16 euros.

Tal vez sea la prosa sencilla, melancólica, con sus puntadas de realismo mágico y un sentimentalismo no ocultado. Tal vez sea ese entorno de guerra y aldea, ese escenario de película de Cuerda, de guion de Azcona, de puchero y mortero. Tal vez sea esa colección de personajes excéntricos y divertidos, entrañables y mezquinos. Tal vez sea por todo esto por

lo que mola tanto este libro. Esta es la historia de un hombre que fabricó una radio los días previos a la Guerra Civil. Es la historia de un rinconcito de España al que llega un nuevo cura y su hermana beata, un escuadrón de alemanes. Es la historia de un alcalde con ínfulas y un poeta con borrachera de ripios, de tres hermanas que regalan su cuerpo sin cobrar nada a cambio, de un juez cabrón y de Abelito, un personaje que te robará el corazón.

El tiempo de los gigantes. Folagor (Martínez Roca) Elashow2. Elaia Martínez (Destino)

Más reseñas en el Instagram @lovasaleer

VÍCTOR M. VELA


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n las últimas líneas de ‘Mi último suspiro’ Luis Buñuel deja trazado un plan para no perder el contacto con el mundo tras su fallecimiento: cada diez años se levantará de la tumba, pálido y tambaleante, se acercará a un quiosco y comprará varios periódicos para enterarse de «los desastres del mundo», una curiosidad más fuerte aún que su «odio a la información». Buñuel, hombre de contrastes y contradicciones, no podía sospechar entonces lo difícil que iba a ser encontrar un quiosco en los alrededores del cementerio, y ahora casi en cualquier parte. Y la creciente escasez de papel impreso. Pero tal vez le sorprendiera más el interés hacia su obra y su biografía que le devuelve sin cesar el mundo. Si en su escapada fugaz de la tumba se topase con el escaparate de una librería, contemplaría estos días la reedición de sus memorias, ‘Mi último suspiro’, y la publicación de una monumental ‘Correspondencia escogida’ a cargo de Jo Evans y Breixo Viejo. Un interés que tal vez perturbase el deseo depositado en las palabras finales: «Volverme a dormir, satisfecho, en el refugio tranquilizador de la tumba». Buñuel, su cine: una isla sin escuela ni discípulos, un agujero negro del sentido. Desde el ojo inaugural que revienta el filo de una navaja en ‘El perro andaluz’, hasta la explosión final de ‘Ese oscuro objeto del deseo’ provocada por un grupo terrorista cristiano, se extiende una treintena de obras inclasificables, alimenticias unas, surrealistas otras, exclusivas todas. Y en el centro la figura de su director, escurridizo y sordo. Inaccesible para su principal colaborador de la última etapa, Jean-Claude Carrière: «Hay algo totalmente secreto, totalmente clandestino, totalmente desconocido en la personalidad misma de Buñuel, en la parte

Luis Buñuel durante el rodaje de una película. :: EL NORTE

Un suspiro que no cesa misma de donde surgió su tema principal, su manera de imaginar. Eso realmente no se puede describir, no se puede decir. Se puede hablar alrededor del trabajo y tratar de acercarse hacia el centro, pero el centro mismo queda secreto». Para ese circunlo-quio alrededor dell misterio opaco de laa creación vienen estupendamente las cerca de mil cartas que integran esta ‘Correspondencia escogida’. No solo por la multitud de puntos de vista, pues a las escritas

por Buñuel se contraponen las de productores, actores, escritores, amigos y enemigos. T También, y especialm mente, porque esas c cartas traen la palabra privada de la negociación, el dolor de la queja, la fiebre del anhelo, la desnudez del insulto. Lo que pierden en profundidad o extensión lo ganan en espontaneidad, en franqueza comunicativa. En esa biografía que atraviesa el pasado siglo, 19001983, el correo era un asunto personal encerrado en un sobre, sin la transparencia que

lo disemina y espectaculariza en la actualidad digital. Estructurada con la cronología del propio Buñuel, la correspondencia vibra en consonancia con su vida. Ess inevitable reservar ell brillo más cegadorr para las cercanías dee su juventud, que noss traslada a la Residen-cia de Estudiantes, la generación del 27, el surrealismo, la República, entre cómplices cimeros despojados de dulzura y mito. «A Federico lo vi en Madrid, volviendo a quedar íntimos; así mi juicio te parecerá más

JORGE PRAGA

sincero si te digo que su libro de romances [‘Romancero gitano’] me parece, y parece a las personas que han salido un poco de Sevilla, muy malo. Es una poesía que participa de lo fino y aproximadamente moderno que debe tener cualquier poeta de hoy para que guste a los Andren nios, a los Baezas y a llos poetas maricones y cernudos de Sevillla». Con Dalí («la filffa de sus teorías y su deseo de vanguardicar con noticias frescas») la complicidad enfría los egos hasta la ruptu-

ra final, y abre la joya en la que Dalí enumera las distintas formas de filmar «el soñado coño». De esa relación queda también la carta insulto que dirigieron un día en que se aburrían en Cadaqués a Juan Ramón Jiménez («su obra nos repugna profundamente por inmoral, por histérica, por cadavérica, por arbitraria. Especialmente: ¡¡MERDE!!»), y la fina respuesta del poeta a vuelta de correo («ustedes saben de antemano que yo no puedo contestarles en esa lengua trasera que es la palabra propia de ustedes»). Poco a poco la vida va ajustando sus dramas y cercando relaciones y anhelos. Guerra, compromiso revolucionario, exilio, penurias. Buñuel se enfría, se hace mayor, se casa con Jeanne Rucar («¿le dijiste a tu mamá que tienes un hijo?»), logra hacerse un hueco en la industria mexicana, triunfa con ‘Los olvidados’. Las cartas se convierten en una celebración empresarial y cinéfila, aunque el esquivo cineasta lo combine con su rareza y su soledad, más alguna efusión afectiva («Mi visita a España me conmovió profundamente», anota en 1960). Por fin, la decadencia física que no oculta: «Estoy hecho un indecente viejo. Ya no viajo y apenas salgo de casa», escribe a Emilio Sanz de Soto en 1982. Al menos encontró fuerzas para, cumplidos los 80, dictar sus memorias a Jean-Claude Carrière. ‘Mi último suspiro’ tiene su aliento directo a pesar de esa ayuda literaria. En sus páginas se palpa el mundo oscuro de sus obsesiones y el feliz de sus manías: bares, enanos, hipnotismo, navajas, hormigas, sexo, y los picos del siglo XX al fondo. Un libro indispensable y mayor, inagotable en todas sus lecturas, que vuelve a crecer cuando arrima su lomo a la correspondencia que han juntado y datado admirablemente Jo Evans y Breixo Viejo.


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Director: Ángel Ortiz Coordinador: Chema Cillero

:: ILUSTRACIÓN IRENE GRACIA

El mito de Castilla (1) H

ace tiempo que los historiadores más relevantes se están encargando de descodificar y desenmascarar los mitos nacionales y los tejidos narrativos encaminados a inventar esas supraestructuras que llamamos pueblos. El asunto es a tal punto serio que se está llevando a cabo hasta en Israel, donde no corren vientos propicios para analizar fríamente su mitología nacional. Se trata de deconstruir la historia, despojándola de elementos mitológicos a los que tanto se aferran los nacionalismos. Vemos que el fenómeno se va expandiendo por toda Europa, y muy concretamente en Francia, donde se está descodificando toda la construcción imaginaria que sirvió para configurar el mito del pueblo francés. No ocurre lo mismo en España, donde

las diferentes comunidades están siguiendo el camino inverso, inflando la mitología esencialista y sustituyendo la historia por las fábulas maniqueas, siguiendo un proceso de degradación de la verdad que solo puede avergonzarnos, pues nunca el invencionismo llegó a ensombrecer tanto la verdad histórica. En ese sentido y en otros, somos ahora mismo el Estado más fabulador de Europa. Huimos de la verdad y la verdad huye de nosotros, dejándonos sin defensas ante las contrariedades que nos esperan. ¿Hay alguna excepción que confirme la regla? Juraría que sí y que esa excepción es Castilla, el único país de España que desde hace siglos deja que tanto su historia como su mitología las escriban los otros. ¿Ese delegar en los demás el relato que te representa ante el mun-

do ha beneficiado la objetividad o la verdad del mismo? Rotundamente no, y mucho me temo que para lo único que ha servido ha sido para construir un mito de Castilla del todo fantasmal y despoja-

MITOLOGÍAS JESÚS FERRERO

do de sentido. Un mito que tiene todos los elementos de un delirio. Me duele decir lo que estoy diciendo, pues desde hace tiempo me inquietan las mentiras derivadas de una tal dejación. La lectura del libro ‘Trajinantes de caminos’ de Ana Rodríguez Fischer ha vuelto a colocarme ante el problema, pues se ocupa de los viajes que fueron haciendo por Castilla escritores como Azorín, Pío Baroja, Unamuno y otros autores del 98, así como de las andanzas de un antecesor, el escritor belga Emile Verhaeren, que si bien tiene un estilo digno de admiración, como bien nos indica Rodríguez Fischer, se siente especialmente interesado por la España negra (¡faltaría más!). Siempre he tenido la impresión de que los escritores del 98 siguieron involuntariamente la senda de los viajeros

decimonónicos empeñados en ver la España que llevaban en su cabeza y no la España real. Por eso colocaban ruinas hasta donde no las había y guitarristas andaluces hasta en el País Vasco. No venían a descubrir España; venían a confirmar las ideas estereotipadas y mendaces que traían sobre ella. ¿Y la generación del 98? ¿Vino a descubrir Castilla o a confirmar, cuadrase o no, sus ideas sobre el desmoronamiento de España y sus delirios sobre sus presuntas esencias? ¿Fue para Castilla positivo ese relato sumamente ideológico, metafísico y en muchos aspectos desalentador? Pienso que no, porque además Castilla se creyó ese relato, que le impidió mirarse a sí misma con cierta objetividad. Cuando los hombres del 98 recorrían las tierras del Duero, Castilla distaba mucho de ser la tierra más pobre de España y aún menos de Europa. Basta con analizar su economía de esa época para desbaratar tanta patraña ideológica y tanta mitología polvorienta. Miguel Delibes intentó desde el principio dibujar una Castilla más real, más natural y más verídica, pero le sirvió de poco. Pesaba más toda

la mitología anterior, y hasta el propio don Miguel cayó en la tentación de dejarse seducir por la narrativa del 98 en más de una ocasión. ¿Y a quién le extraña? Todavía en mi infancia la visión del 98 era dominante y pesaba como un dictamen directamente emitido por Dios. Toda la retórica crepuscular y esencialista del 98 convirtió a Castilla en un país invisible, en un país enterrado bajo toneladas de polvo legendario donde se perdían, en calcinadas lejanías, la figura del Cid y las siluetas ladeadas y siniestras de los Alvar González reflejándose en la laguna Negra. Luego llegabas a Castilla y te costaba extirpar de tu cabeza tanta mitología de la desolación. Sencillamente no podías verla, o si la veías (en su relativo verdor, en sus ríos magníficos, en sus viñedos ribereños) pensabas que estabas alucinando, porque la verdadera Castilla era la de Azorín y Machado, y no la que tú contemplabas mientras te bañabas en el Esla o en el Duero. La mitología había sepultado la verdad convirtiendo a Castilla en una estructura ausente, en una dimensión vacía.


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