SOMBRA CIPRES LA
DEL
NÚMERO 315 Sábado, 03.11.18
Reivindicación de una pintora Se cumplen cincuenta años del fallecimiento de Delhy Tejero [P2]
Delhy Tejero posa en su estudio en 1949.
2 LA SOMBRA DEL CIPRÉS
Sábado 3.11.18 EL NORTE DE CASTILLA
Se cumple medio siglo de la muerte de Delhy Tejero, cuya obra es ajena a las coordenadas concretas del tiempo y del espacio
Pasión por la totalidad E
l destino de la obra de cualquier creador está sujeto habitualmente a un juego de atención y desatención que va en todo caso más allá de lo providencial. Sería improcedente suponer que solo el azar encamina toda una obra hacia la calcinación, y más bien habría que señalar qué decisiones o qué omisiones acabaron por propiciar la entrada del artista en la nebulosa que antecede a su desaparición pública. El caso de Delhy Tejero es escandalosamente paradigmático. Su obra, alrededor de unos 150 cuadros además de medio millar largo de dibujos y bocetos que dan cuenta de su actividad a lo largo de más de cuarenta años, no está presente como debiera en los recuentos que se esfuerzan en considerar en toda su dimensión la ebullición artística de las décadas centrales del siglo XX. Se cuenta con ella, desde luego, en alusiones secundarias de escolta, por lo general al hablar de artistas de su misma época. Y a pesar de ciertas reivindicaciones recurrentes de su obra -una de las últimas, la sensacional exposición itinerante de 2010-, lo cierto es que su nombre cae de nuevo a plomo una vez terminan los signos de interés por dar a conocer la pintura de una de las artistas más conmovedoras del panorama pictórico español del siglo XX. Ni siquiera su nombre es incuestionable en las exposiciones colectivas de mujeres artistas (esa anomalía fuera de lugar, como si la pintura tuviese género) junto a Mallo, Blanchard, Santos, Varo o Velasco. Se ha advertido ya en otras ocasiones cómo una de las razones por las que la pintura de Delhy Tejero se escapa a las valoraciones metodológicas de su época es, precisamente, su concepción del Arte como suma expresión de una totalidad. En vez de asumir el programa particular de una tendencia, tal como sucedía con los ‘-ismos’ de primera hora vanguardista o ya a partir de los años cuarenta con los colectivos de artistas (Crónica, El Paso, Altamira, Vallecas…) que trataban en España de sobrevolar en equipo la anemia de un panorama pues-
TOMÁS SÁNCHEZ SANTIAGO
Su pintura la convierte en una de las artistas más conmovedoras del panorama pictórico español del siglo XX El trabajo de la toresana escapa de interpretaciones meramente coyunturales
to bajo sospecha por los dictaminadores de casi todo, ella no renuncia a ninguna propuesta expresiva, estuviese o no en concordancia con las expectativas del momento. Sabemos que no es hasta el siglo XX cuando el artista renuncia, por deliberación o por instinto, a restituir en sus creaciones una supuesta unidad perdida del mundo. La conciencia de moverse solamente entre jirones -jirones de conocimiento, jirones de experiencia- hace que sus obras se desentiendan de cualquier pretensión de evocar una unión primordial absoluta. Pero la pintura de Delhy Tejero tiene esa cualidad de recordarnos, contracorriente, que hemos olvidado un mundo del que no nos hemos hecho dignos; y por eso lo hemos perdido. La belleza de sus cuadros comporta también esa verdad y ello da una innegable dimensión moral a su obra. La clave para entender ese dramático desacompasamiento entre Delhy Tejero y el mundo que le tocó en suerte es que la sensibilidad de la pintora toresana no estaba preparada para la renuncia. Y ya sabemos que elegir es, siempre, renunciar. En un apunte de un diario de 1943 se lee: «Pintando puedo hablar con la humanidad entera. Pero ¿cuándo y quién me contesta?». Así, la restitución de aquella Unidad primordial que pudo haber en los primeros compases del mundo, en aquel escenario edénico anterior a las fracturas y a las jerarquías, cuando aún no se había inoculado en el corazón de los vivientes la conciencia de un destierro, convertirá su obra en la residencia natural de un estado radiante que hemos perdido. Su pintura se interpone así, como una tregua iluminada, entre el vacío de la vida inmediata y el desamparo del propio corazón de la pintora. Por eso, toda la pintura de Delhy Tejero está atravesada por una doble aspiración: la necesidad de salvación y el impulso del deseo. De esos dos vectores se nutre el pensamiento estético de la autora zamorana. Siempre que puede, la pintora lleva a sus cuadros toda una constelación de seres, animales, frutas, objetos, cuer-
3
Sábado 3.11.18 EL NORTE DE CASTILLA
Delhy Tejero en su estudio en 1948. En el caballete, el retrato de un niño, que corresponde a Javier Vila, sobrino de la pintora, que en la foto del recuadro posa, décadas después, junto a ese mismo cuadro.
¿Dónde estaré mañana? JORGE PRAGA
:: MANUEL ABEJÓN
pos celestes… a modo de un nimbo que acompaña y protege el motivo central representado. ¿Y no vemos en ello la pretensión de recuperar, de salvar en el arca del Arte todo aquello que pudiera desaparecer en el diluvio imperceptible de la existencia? Fijémonos, por ejemplo, en ‘María Dolores’, un cuadro delicioso en el que una muchacha toca despreocupadamente una armónica que parece encantar, seducir al mundo próximo con su melodía. La música impone ese papel apaciguador, tantas veces descrito en episodios y recreaciones. Y si la acumulación de presencias en el cuadro remite al mito de Noé -o sea, a la salvación-, ahora es el mito de Orfeo el invocado; y con él, ese deseo de suspensión, de ingreso en un orden que consiga ‘re-ligar’ el mundo. Frente al caos que zarandea la historia europea del siglo XX que a ella le toca vivir (dos guerras mundiales, una guerra civil en España, una larga y tremenda posguerra), Delhy levanta un orden que trata de salvar la belleza que ha sido usurpada por las diversas manifestaciones del horror. Podría haber reaccionado de otro modo. Podría haber asumido ese caos y haberlo reflejado en su pintura, tal como hicieron otros artistas. Pero ella prefiere insistir en esa utopía de la totalidad, otorgando así profundidad mítica, ajena a las coordenadas concretas del tiempo y del espacio reales, a una obra que escapa de interpretaciones meramente coyunturales. Pero hay algo más, mucho más. El espectador, primero cautivado, se siente pronto interpelado por las criaturas de las pinturas de Delhy Tejero, criaturas que comportan una acusación, no se entregan y esperan. Están esperando a que seamos nosotros quienes entremos a vivir en el territorio del cuadro, para salvarnos. Delhy lanza sobre nuestras cabezas una advertencia: todo lo que verdaderamente existe está más allá de nosotros, que hemos acabado por admitir solamente el mundo chato de las comprobaciones. Pero ella sabía lo que solo saben los grandes pintores: lo visible es lo otro.
C
incuenta años después de su muerte Delhy Tejero es todavía «una cuenta pendiente que la pintura española aún tiene contraída», según se lee en el folleto de la exposición que este verano le dedicó Toro. Una cuenta pendiente no solo con su arte, sino también con una trayectoria personal que atraviesa su tiempo, haciéndose eco de movimientos artísticos –la generación del 27 le pertenece- y de los cataclismos de la primera parte del XX. Sobre esta singladura humana la pintora dejó un documento de primera mano: sus anotaciones durante más de treinta años en cuadernos y hojas sueltas, reunidos en una edición primorosa por Tomás Sánchez Santiago y Mª Dolores Vila Tejero para la Diputación de Zamora en 2004. Ay, esos años en que se destinaba dinero público a cosas importantes, y que a veces, como en este libro feliz, se gastaba bien, muy bien. ‘Los cuadernines’. Así se bautizan, con las palabras de la propia Delhy, estos diarios entre 1936 y 1968. En las abundantes reproducciones de originales se puede observar la escritura que la pintora llevaba: una redacción espontánea que nunca corregía, sin más destino que sus reflexiones y desahogos. Una escritura privada, una «escritura de la necesidad», como la califica en la introducción Tomás Sánchez Santiago. Baste este fragmento de 1938, en Capri, para saber de la cocina de sus apuntes: «Tengo la cabeza llena, estallante no sé de qué cosas pero las siento que se atropellan unas a otras, que todas quieren salir las primeras y que no tengo más que meter el lápiz por el agujerito que hay en la puerta, las dejo que se enganchen como [ilegible] en la puerta y las voy poniendo en el cuaderno». Esa fuerza heterodoxa se convierte sin embargo en un arma comunicativa de primer orden, en un temblor que alcanza al lector. Llega a Tánger y anota: «Parece un sueño que surgiera de pronto del mar. Es tan bonita que parece irreal, da la sensación que de un momento a otro va a desaparecer…». De una visita que hizo a Aliste en 1933 deja una excelente pro-
La madrileña plaza del Callao, según la mirada de Delhy Tejero.
Obra de Delhy Tejero. sa de observación, con el canto del gallo («el despertador era de verdad»), el tratamiento en castellano antiguo (‘vos’), la miseria, el trabajo extenuante de los adultos, la soledad de ancianos y niños. Un retrato que trae el recuerdo de ‘Las Hurdes, tierra sin pan’, rodada por Luis Buñuel en esa misma época. La vida viajera de Delhy llena páginas en Marruecos en 1936, en París y Florencia en 1938, en Roma, en Capri. «¿Dónde estaré mañana?». Por sus líneas corren los ecos de las tensiones bélicas europeas, pero sobre todo el doloroso pálpito de la guerra civil. Su educación conservadora no resiste las noticias que le llegan: «Españica toda, tengo que venirme a esperar que te destrocen del todo. Yo lloro por ti, España». En un dibujo Delhy imagina desde Florencia una escena: un coche con las puertas abiertas, unos hombres fusilando a otros contra la tapia del cementerio, el cura confesando a un condenado, otros llevando un cadáver. Meses más tarde, en Capri: «Si tengo miedo hasta de los míos (...) Qué
raza de salvajes, festejan con alegría la toma de una ciudad que han destrozado primero, hablan con naturalidad de la gran limpieza que se está haciendo, y esa palabra que antes significaba cosa agradable ahora significa crimen espantoso, monstruoso, maldito miles de veces y malditos los que lo dirigen (…) ¿Con qué derecho matáis en nombre de Dios?». Cuando vuelva a España en 1939 se deslizará silenciosamente en una vida discreta. Sus opiniones políticas desaparecen, se va borrando de la esfera pública, conecta con círculos religiosos. La pintura lo llena todo. La pintura, y ella misma, plural, inestable, de sensibilidad extrema. Con su rare-
La vida viajera de Delhy llena páginas en Marruecos en 1936, en París y Florencia en 1938, en Roma, en Capri
za social -artista, viajera, independiente-, ajena al papel asignado a la mujer: «Mis amigas ya tienen todas 1 o 2 hijos, ya son señoras (¿cómo se verá el mundo desde señora?)». Delhy no encuentra sosiego en ningún sitio, la fustiga el dolor sentimental, físico, espiritual. Se desdobla en personajes con los que dialoga y se enfrenta («esa Adela repugnante y sensata con su visión clara y ñoña, a esa la odiamos mi Delhy Tejero artista y yo»), se aferra a sus escrúpulos físicos, a su negación del tiempo y de la edad, que le hace aborrecer la vejez y ocultar su fecha de nacimiento. Se duele de sí mismo: «Solo yo tengo que aguantarme, tengo que estar conmigo desde que me levanto hasta que me acuesto, siempre, siempre, siempre…». El bálsamo para su malestar es la pintura, que la acompaña siempre y de la que brotan los momentos más felices. «Es deliciosa la vida que estoy haciendo ahora, solo pintar noche y día», anota en Capri. Y a pesar de tanta pasión artística, de tanta fidelidad valiente, en los años finales traza una sombra de decepción por no haberse atrevido a cortar más resueltamente los frenos familiares y sociales. «¿Por qué no me lancé a la vida con todas sus consecuencias? (…) Reuní condiciones como nadie, pues sin haber leído y visto, entre el ambiente más opuesto yo fui futurista, surrealista, impresionista, etc. ¿Por qué me perdí? Mejor dicho, ¿por qué no me encontré? Por ser tibia, no más».
4 LA SOMBRA DEL CIPRÉS
Sábado 3.11.18 EL NORTE DE CASTILLA
Delhy Tejero formó parte de ese grupo de mujeres que se rebelaron y vivieron la vida que desearon vivir
Una artista ‘moderna’ ANGÉLICA TANARRO
blogs.elnortedecastilla.es/calle58/ @angelicatanarro/twitter.com
D
elhy Tejero era una artista. La frase, leída así, y tratándose de una pintora, puede parecer una simpleza, pero si analizamos su vida y su trayectoria puede que alcance un sentido más hondo. Delhy Tejero (Toro, Zamora, 1904; Madrid, 1968) vivió por y para la pintura. En una entrevista dejó muy clara su condición: «Ahora soy la que soy. Una constante renovación. Se es artista en cada momento». Ella lo fue, en su azarosa y a veces solitaria vida. La frase, de resonancias bíblicas («Yo soy el que soy»), encierra su voluntad de crecer como pintora y su falta de prejuicios a la hora de experimentar nuevas técnicas y estilos. Y fue además una artista ‘moderna’. El adjetivo también hay que analizarlo, pues cobra todo su sentido si nos fijamos en el tiempo en que su arte empezaba a despuntar. Comienza el siglo XX en España y a pesar del atraso con respecto a otros países europeos, los ecos de las vanguardias artísticas y de los movimientos de mujeres que reclaman un sitio más relevante en la sociedad llegan con más o menos claridad. Más tarde, el clima cultural de la Segunda República supuso una apertura de miras y una oportunidad para las mujeres que no querían acomodarse al cliché que una sociedad marcada por el catolicismo y el conservadurismo les tenían asignado. Las ‘modernas’, algunas de ellas artistas también (Maruja Mallo, Remedios Varo, Ángeles Santos) se rebelaron y, contra las adversas circunstancias, vivieron la vida que desearon vivir. Aunque los condicionantes las marcaran duramente. Des-
pués, las marcó el silencio. Afortunadamente, las modernas están saliendo de ese espacio en negro, se reivindica a las Sinsombrero en un documental, se reedita ‘La mujer moderna y sus derechos’, de Carmen de Burgos… Es el momento de recordar a una artista que, como también ocurrió con las mencionadas más arriba, quedó oculta en gran parte por su condición de mujer. Este año, cuando se cumple el 50 aniversario de su fallecimiento, varias actividades nos devuelven su nombre y su obra. La primera ha tenido lugar en su localidad natal. Una exposición patrocinada por el Ayuntamiento y comisariada por su sobrino, Javier Vila, supuso un interesante recorrido por sus distintos lenguajes pictóricos. Y se prepara una reedición de sus dia-
Es difícil establecer etapas en su arte, conviven en su paleta no solo técnicas sino lenguajes diferentes A su muerte, su nombre cayó en ese espacio de claroscuro en el que por sus méritos nunca debió estar
‘Autorretrato’. :: DELHY TEJERO rios, ‘Los cuadernines’, que la Diputación de Zamora editó en 2004. La exposición, como la antológica itinerante que tuvo lugar hace diez años mostraba el rasgo fundamental de esta pintora: la imposibilidad de etiquetarla, su desprecio por el momento artístico, su negativa a adscribirse a algún movimiento que le hubiera dado mayor visibilidad, su curiosidad por ensayar nuevas propuestas. La Escuela de Artes y oficios de Madrid y la Escuela de San Fernando fueron sus centros de formación, y ya en su primer viaje al extranjero, en 1931, amplía en Bélgica estudios sobre procedimientos industriales de pintura mural. La pintura mural fue una de sus facetas que no abandonó mientras tuvo fuerzas para llevarla a cabo. En 1932 instaló su primer estudio en la capital de España, para entonces ya había ganado algunos premios. Según cuenta su sobrina María Dolores Vila Tejero, en su primera individual en Madrid, en el Circulo de Bellas Artes (1933) presenta, además de proyectos murales y óleos de gran formato, una colección de dibujos en los que experimenta por primera vez con la técnica de la ‘delcomanía’ o decalcomanía, «cuya creación más tarde, en 1939, sería atribuida a Óscar Domínguez».
Dos dibujos de la pintora toresana. :: DELHY TEJERO
Uno de mis cuadros favoritos de esta pintora, ‘Rabina meditando’, tiene rastros de esta técnica y pertenece a su serie sobre brujas y ‘duendinas’, que desarrolló con éxito a lo largo de la década de los años treinta del siglo pasado. Es inevitable asociar algunas de estas ‘brujas’ con esas músicas extraterrestres del cuadro ‘Un mundo’ de Ángeles Santos, o con algunos personajes de Remedios Varo. Es el acercamiento al surrealismo de una pintora que más tarde tomaría contacto directo con el movimiento en París, donde conoce a Oscar Domínguez y a través de él al círculo de André Breton. También conoció a Picasso y en 1939 participó en París en la muestra ‘Lae rève dans l’art et la littérature junto a Miró, Domínguez, Man Ray, Chagall, Klee… Aunque, siguiendo el testimonio de su sobrina, algunas de las obras de este periodo fueron destruidas, como también otras que hacían referencia al cuerpo humano, cuando en la década de los cuarenta entra en contacto con ciertos círculos religiosos. Pero es difícil establecer etapas en su arte, pues conviven en su paleta y en su estudio no solo técnicas sino lenguajes diferentes. Los cuadros de acento cubista, con pinturas y dibujos simbolistas y de acento religioso. Las maternidades, un tema crucial para ella que sin embargo defendió siempre su individualidad como artista y como mujer y nunca se casó con el informalismo que desde la década de los cincuenta no la abandonaría (fue la única mujer que participó en 1952 en la exposición de arte abstracto de Santander junto a Saura y Miralles, entre otros) y con el constructivismo. Lo mismo en sus murales, que podían acercarse a los nuevos movimientos pictóricos, como los de la Tabacalera de Sevilla que realizó ya muy enferma, o mantener un costumbrismo de sabor local. Importantes son también sus obras ‘matéricas’, en las que marmolinas, arenas, argamasas y virutas de cobre se mezclaban con el óleo en cuadros que aunaban fuerza en el gesto y delicadeza material. Y sin olvidar el rastro del art déco en sus ilustraciones que fueron el arranque de su trayectoria artística y que se publicaron en las principales revistas de la época como ‘Blanco y negro’, ‘Crónica’ o ‘La Esfera’. Murió en Madrid el 10 de octubre de 1968. Y a pesar de algunas exposiciones y de haber estado representada en eventos como la Expo de Sevilla de 1992, su nombre cayó en un cierto olvido o al menos en ese espacio de claroscuro en el que por sus méritos nunca debió estar.
5
Sábado 3.11.18 EL NORTE DE CASTILLA
CARLOS AGANZO
blogs.elnortedecastilla.es/elavisador/
Cuando el arte no se detiene A
unque entonces vivía en París, con una beca de la Junta para la Ampliación de Estudios, la guerra civil española sorprendió a Delhy Tejero de vacaciones en Marruecos. Con las fronteras cerradas, entró en España vía Marruecos francés y Portugal. Reclamó su puesto como profesora de pintura mural en la Academia de Artes y Oficios de Madrid, pero le fue imposible entrar en la capital, así que tuvo que conformarse con regresar a Toro, a la casa de su padre. Cuando esperaba al autobús en Salamanca, fue detenida por la policía, acusada de ser una espía internacional. La boquilla que gastaba para fumar y las uñas, pintadas de azul intenso, la pusieron en evidencia. Al final pudo aclarar el entuerto, pero aquel suceso supuso el primer paso para el autoexilio que marcaría toda su vida posterior. No es difícil imaginar la vida de una artista cosmopolita y sofisticada como Delhy Tejero, viajera por Europa y partícipe en primera persona de la eclosión cultural del Madrid de los años treinta, sobreviviendo como profesora de dibujo en el Toro de la posguerra. Para ella, como para tantos españoles de su tiempo, el conflicto marcó un antes y un después. Había llegado a Madrid con veinte años, había conseguido estudiar en la Escuela de Bellas Artes, vivir en la prestigiosa Residencia de Señoritas, y hasta instalar su propio estudio, donde trabajaba
Obra de Delhy Tejero. como ilustradora para las mejores revistas de la época. Incluso, como pintora, tenía ya en su currículo importantes premios y menciones en las exposiciones nacionales de Bellas Artes, y el eco de una exitosa muestra individual, en 1932, con una serie de dibujos de brujas y ‘duendinas’ que alguno atribuyó erróneamente, años más tarde, a Ós-
car Domínguez… Aquellos tiempos dorados en los que su nombre figuraba al lado de otras mujeres ‘modernas’, como Maruja Mallo, Lilí Álvarez, Clara Campoamor, Rosa Chacel o María Zambrano, ya no regresarían. Lo que no impidió que Delhy Tejero siguiera profundizando en su arte. En los años finales de la guerra
Villalón y los toros de ojos verdes
D
ebió ser Fernando Villalón-Daoíz (1881-1930) un personaje más que singular. Aristócrata e hijo de aristócratas por ambas ramas, vivió casi toda su vida -había nacido en un pueblo de Cádiz- como ganadero y hombre del campo en Andalucía la Baja. Decía Villalón, quien se arruinó varias veces, que su sueño era lograr una gana-
dería de toros bravos que tuvieran los ojos verdes… Aficionado al espiritismo, a la teosofía y a la poesía popular (compañero de colegio de Juan Ramón Jiménez) cuando su padre falleció, en 1915, Villalón se convirtió en conde de Miraflores de los Ángeles. Y poco después se fue a vivir a Sevilla, donde hizo vida marital con una mujer agitanada, de pueblo y muy
bella, que se llamó Concepción Ramos. Ahora Renacimiento (aunque no es la primera vez que se lo recupera) ha sacado una buena antología de la poesía de Villalón, con el título de ‘Islas del Guadalquivir’, hecha y prologada por el hispanista francés Jacques Issorel. Aunque por edad no le corresponde en absoluto, a Fernando Villalón se lo sitúa en
«Para mí la pintura es la vida (…) trabajaré hasta que me extenúe», dejó escrito
la Generación del 27, porque sus afanes poéticos son tardíos (empieza en 1925) y porque lo editará Altolaguirre y lo jaleará sin cesar, Rafael Alberti. El primer libro de Villalón -su obra lógicamente es breve- fue ‘Andalucía la Baja’ de 1927 y el último , y a mi entender el mejor, ‘Romances del 800’ (1929), pero escritos en 1927, y que de alguna rara manera complementan -estos son más tradicionales- el célebre ‘Romancero gitano’ de García Lorca. «Don Juan Fermín de Plateros/ baja la sierra en su jaca,/ dos luceros en los ojos/ y una zozobra en el alma.» En medio de ambos libros, está ‘La Toriada’ de 1928, y por supuesto, ‘post mortem’,
vivió en Florencia y en París, donde participó en la experiencia del surrealismo al lado de Óscar Domínguez y André Bretón, hasta llegar a exponer su obra, al lado de artistas como Miró, Man Ray o Marc Chagall, en la mítica muestra ‘Le rêve dans l’art et la littérature. De la Antiquité au Surrealisme’. Finalmente regresó a Ma-
SATURNALES LUIS ANTONIO DE VILLENA
han aparecido muchos inéditos de Villalón, incluso surrealistas, aunque ninguno supera esencialmente lo dicho. Enfermo o sintiéndose «no bueno», Villalón fue a Madrid a operarse -custodiado por casi todo el 27- y en la capital murió en marzo de 1930, con su amiga gitana. Es un poeta mucho más que singular o de cuño muy andaluz, es llanamente (en lo
drid, instalándose en un nuevo estudio en la Plaza del Callao, en el edificio del Palacio de la Prensa, cuyos frescos (hoy desaparecidos) pintó ella misma. No sin antes enfrentarse a un proceso de depuración, al ser acusada de abandonar sus clases durante los años de la guerra. En los cuarenta vivió una etapa que ella misma definió como ‘segundo misticismo’, en la que llegó a destruir sus obras parisinas. Pero a partir de los cincuenta buscó su propio sitio en las vanguardias, en el camino hacia el informalismo y la abstracción. En ese tiempo no dejó de pintar murales, ni tampoco de trabajar como ilustradora, en ocasiones sobre sus propios relatos, en periódicos como ‘ABC’ o ‘Ya’. «El arte no descansa ni se detiene», dijo en 1959, en una entrevista para ‘El Adelanto’ de Salamanca. Sin duda Delhy Tejero debió figurar desde el principio en esa extraordinaria lista de grandes artistas castellanos del siglo XX, al lado de Baltasar Lobo, Díaz-Caneja, Victorio Macho, Mateo Hernández, Modesto Ciruelos, Vela Zanetti, Emiliano Barral o Esteban Vicente. Pero lo cierto es que su figura y su obra han sufrido un injusto ostracismo, que ya era evidente antes de su muerte. Cuando en 1965 Daniel Vázquez Díaz recibió el Premio Nacional de Pintura que ella esperaba, el exilio interior de la pintora toresana se convirtió en encierro absoluto. Pero ni aun con eso dejó de pintar. Lo dejó escrito en uno de sus cuadernos: «Para mí la pintura es la vida (…) trabajaré hasta que me extenúe, hasta que se me adelgacen las fuerzas, tanto, que ya no pueda sostenerme ni sostener el pincel». Y así fue. Un olvido que merece la pena remediar.
esencial) un poeta muy bueno en su estilo, que realmente nunca ha faltado en las antologías. Un novelista de éxito en los años 40 y 50, miembro de la RAE, y que concluyó suicidándose, Manuel Halcón, era primo carnal de Villalón y a él se debe un precioso librito muy reeditado, ‘Recuerdos de Fernando Villalón’, editado por vez primera en 1941. Mucho antes de viejos éxitos de Halcón como la novela, ‘Monólogo de una mujer fría.’ Fernando Villalón podría sonar a folclore. Pero es populismo de la mejor ley (como “Marinero en tierra”) hecho por un ganadero, aristócrata, supersticioso y espiritista. Mucho.
ALGUNOS DE LOS PONENTES DEL FORO DE LA CULTURA
ÁLEX DE LA IGLESIA
BELÉN GOPEGUI
VICENTE DEL BOSQUE
HELEN PILCHER
GERD LEONHARD
Director de cine
Novelista
Exfutbolista y exseleccionador de España
Divulgadora científica
Reputado ‘influencer’ tecnol
LA ‘TENTACIÓN FRANKENSTEIN A DEBATE EN BURGOS El III Foro de la Cultura ‘Tecnología y humanismo’ reúne a 40 expertos de todo el mundo para discutir los retos de la inteligencia artificial o la biomedicina VIDAL ARRANZ
E
n el año en el que se celebra el 200 aniversario de la publicación de ‘Frankenstein’, de Mary Shelley, el debate que aquella novela pionera inició sobre los límites y
la responsabilidad de la ciencia está más vivo que nunca. La tentación prometeica a la que aludía esa obra maestra del terror ha encontrado en campos como la biomedicina, la inteligencia artificial, o el
estallido digital del ‘Big data’, un terreno propicio para el desbordamiento de lo que habían sido los marcos tradicionales de lo humano, con el riesgo inevitable de caer en el endiosamiento. Todo ello hace que el debate y la reflexión sobre los nuevos desafíos de la condición humana sean hoy más necesarios que nunca, lo que convierte en especialmente oportuno el III Foro de la Cultura de Burgos, que reunirá a casi 40 personalidades de todo el mundo para discutir justamente sobre ‘Tecnología y humanismo’. Durante tres días (del 9 al 11 de noviembre), el foro burgalés abordará muchos de los grandes dilemas de nuestro tiempo a través de conferencias y encuentros que, según Óscar Blanco, responsable de la empresa organizadora Cultura y Comunicación, «buscan generar experiencias únicas, que no sea posible encontrar en otras convocatorias si-
Se trata de la edición más internacional y más ambiciosa del Foro de Burgos El debate de más calado se articulará en la mesa ‘¿Seremos capaces de controlar la inteligencia artificial?’
milares». Una de las mesas más esperadas, y de las más expresivas de los retos a los que se enfrentan las sociedades humanas, será la que aborde ‘El sueño de la inmortalidad’. El encuentro, moderado por Marta García Aller, permitirá confrontar dos visiones muy distintas: la del norteamericano Aubrey de Grey, que en su libro ‘El fin del envejecimiento’ defiende la teoría de que es posible llegar a una regeneración permanente del cuerpo humano que permita algo muy parecido a una vida indefinida, y la de María A. Blasco, experta en Bioquímica y Biología Molecular y directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, que defenderá una posición más contenida y ortodoxa. De Grey es uno de los diez expertos procedentes de fuera de España que acudirán a la que hasta ahora es la edición más internacional y más ambiciosa del Foro de la Cultura
de Burgos. Otra de ellas será la divulgadora científica Helen Pilcher, que participará en la mesa redonda ‘Jugar a ser dioses’, otra de las propuestas en la que resuenan los ecos de la novela de Mary Shelley. Pilcher es una profunda conocedora de una rama de la ciencia popularizada por la saga ‘Parque Jurásico’: la que estudia el modo de resucitar especies ya desaparecidas. La bióloga británica compartirá mesa con los también biólogos Ginés Morata y Jordi Rovira (que moderará la mesa) y con Vicente del Bosque, que ofrecerá una perspectiva diferente acerca del endiosamiento, la que tiene que ver las estrellas del deporte. Varias mesas abordarán el desafío de la robótica y la inteligencia artificial, un conflicto adelantado por la literatura y el cine de ciencia ficción pero que ya empieza a tomar cuerpo en nuestro presente. Sobre ‘El poder de las
ógico
MARÍA A. BLASCO
RICHARD M. STALLMAN
ELEANOR SAITA
JAVIER REVERTE
Experta en biotecnología
Fundador del Movimiento del Software libre
Hacker y experta en estrategias de seguridad
Escritor y periodista
EMILIO ONTIVEROS
INGER ENKVIST
CHRISTIAN FALBER
ERLING KAGGE
Catedrático Emérito de Economía de la Empresa
Experta en educación y retos tecnológicos
Politólogo, iniciador de la Economía del Bien Común
Escritor, explorador, abogado
N’,
máquinas’ debatirán Gerd Leonhard, unos de los principales influencers tecnológicos del mundo, y el escritor y periodista Antonio Lucas. La difícil convivencia laboral entre hombres y máquinas inteligentes será abordada, en ‘Robots y empleo. Hacia un nuevo paradigma’, por el ingeniero Takanori Shibata, experto en robots con fines sanitarios, el prestigioso sociólogo Emilio Ontiveros y Rubén García. Modera la periodista de Diario de Burgos Belén Delgado. Con todo, el debate de más calado sobre el tema se articulará en la mesa que lleva por título ‘¿Seremos capaces de controlar la inteligencia artificial?’. Una inquietante pregunta a la que los dos invitados, el tecnólogo neoyorkino David Weinberger, y la hacker finlandesa Eleanor Saitta no darán una respuesta complaciente. Después de todo, los sistemas de inteligencia arti-
ficial carecen de sentido ético, empatía o capacidad de discernir el bien y el mal. Todo depende del modo como sean programados y la finalidad que se persiga. La literatura del científico Isaac Asimov intentó buscar una salvaguarda mediante sus leyes de la robótica, pero mucho antes de que pudiera comprobarse su viabilidad en el mundo real, el arte había acreditado su insuficiencia. ¿Seremos capaces de crear unas nuevas leyes que sirvan de muro de contención? Modera José Luis de Vicente, comisario del Sónar. Un aspecto práctico, más doméstico, pero no menos importante, de la robotización, es su aplicación al mundo educativo y será abordada desde dos puntos de vista marcadamente contrapuestos: el de la sueca Inger Enkvist, defensora de una visión de la educación que da prioridad al maestro, y el del ingeniero David Cuartielles, que apuesta por
la creatividad. Modera Joaquín García Andrés. La superabundancia de información digital de que disponemos, y nuestra dependencia de tecnologías para procesarla que se convierten en depositarias de nuevas fuentes de poder, será otro de los grandes asuntos que se abordarán en Burgos. Richard Stallman, fundador del movimiento de software libre y creador del sistema operativo GNU, hablará de la “Libertad del usuario, libertad del lector’. Y es que los sistemas de procesamiento de información pueden ser muy útiles para tomar decisiones correctas sobre la realidad, pero también ofrecen posibilidades inmensas para violar la privacidad del usuario, y aprovecharse de los conocimientos que él mismo facilita para seducirle mejor. Finalmente, el foro abordará también las consecuencias del poder de la tecnolo-
Los sistemas de procesamiento de información pueden ser muy útiles para tomar decisiones El impacto ecológico de nuestro poder tecnológico se aborda en la mesa ‘La Tierra no tiene dueño’
gía sobre otros campos, como la Economía, la Ecología, la Creación o la vida social. En lo referido a la economía, el politólogo Christian Felber, impulsor de la Economía del bien Común, y el director de la plataforma Change.org, hablarán justamente de ese modelo alternativo que se presenta como necesario, pero al que todavía cuesta dar forma. El impacto ecológico de nuestro poder tecnológico se abordará en la mesa ‘La Tierra no tiene dueño’, que cuenta con la presencia estelar de Erling Kaage, el primer hombre en completar el desafío de los tres polos (Norte, Sur y cima del Everest), que discutirá con la antropóloga Yayo Herrero y con el escritor Javier Reverte, moderados todos por la bióloga Pilar Martín Casas. Kaage es un gran defensor de la necesidad de recuperar el silencio, tema que será abordado de forma monográfica en la mesa ‘Elogio del silencio’,
en la que participarán el alpinista Carlos Soria, el escritor burgalés Óscar Esquivias, y la monja cisterciense Rosa Ana Izquierdo. Moderará el periodista de El Norte de Castilla Antonio Corbillón. Cuatro grandes figuras del mundo de la creación, el director de cine Álex de la Iglesia, el guionista Jorge Guericaechevarría, la novelista Belén Gopegui y el ilustrador Alonso Zapico, aventurarán hipótesis acerca del mundo hacia el que avanzamos en ‘Predicciones del creador. Sueños o pesadillas’, moderada por Iban García del Blanco, presidente ejecutivo de Acción Cultural Española. Sueño o pesadilla; esa es la cuestión. Está todavía en nuestras manos decidir si las ‘criaturas’ que está creando nuestro poderío tecnológico derivarán en monstruos, como Frankenstein, o se convertirán más bien en aliados para un mundo mejor.
8 LA SOMBRA DEL CIPRÉS
Sábado 3.11.18 EL NORTE DE CASTILLA
LECTURAS
AMISTAD A LO LARGO
Jorge Guillén, en su casa de Madrid. :: EL NORTE JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN
S
e ha convertido en tópico, cuando se habla de un epistolario entre escritores, entonar una elegía a la desaparición de las cartas. Como tantas otras dedicadas a llorar los desastres del mundo contemporáneo, carece de fundamento: la correspondencia personal no ha desa-
parecido ni ha sido sustituida por la mensajería instantánea, del mismo modo que el correo postal –el que viaja primero a lomos de caballos, luego en tren, en barco, en avión– no fue sustituido por el telegrama ni por el teléfono, como temía Pedro Salinas que ocurriera según cuenta en uno de los ensayos de ‘El defensor’. En el correo electrónico, lo que cambia es el continente, no el contenido, y lo que escribimos queda archivado de manera más duradera que en papel, si no en nuestro ordenador, donde po-
J. GUILLÉN-A. CASTRO, CORRESPONDENCIA (1924-1972) Editado por la Fundación Jorge Guillén con la Universidad de Valladolid. 2018. 419 pág. 25 euros.
demos borrarlo, en algún servidor externo a la espera del
futuro investigador que lo convierta –si tiene interés para los lectores– en libro. Américo Castro y Jorge Guillén mantuvieron durante más de medio siglo una relación de amistad y admiración mutua que algo tuvo también de familiar (Stephen Gilman, el discípulo predilecto de Castro, casi un hijo, se casó con la hija de Guillén). Fueron dos de las principales figuras del exilio, aunque en el caso de ambos más laboral que estrictamente político: volvieron sin problemas, y con cierta frecuencia, a la España de Franco.
EL TALISMÁN DE LA COSTURERA
OTROS SITIOS
L
a primera estrella a la derecha, y todo recto hasta el amanecer. Estas son las indicaciones que da Barrie para llegar a nunca jamás. Sabemos, todos, o al menos la gran mayoría, que un agujero de conejo lleva al País de las Maravillas. Y atravesar un espejo nos conduce a un lugar donde habitan unas figuras de ajedrez – y otras cosas– que viven con unas reglas diametralmente opuestas a la lógica férrea del juego. También sabemos que un armario lle-
va a Narnia. Menos conocidas son las técnicas por la que un hombre viaja a Almuric. Habrá quien haya leído las viñetas decanas de Little Nemo, un niño que visita un extraño país durante sus sueños. O las de Den, que dibujó y escribió Corben allá por los ochenta, donde un preadolescente se ve de pronto en otro mundo, convertido en un formidable, calvo, desnudo, y muy bien dotado guerrero. Algo parecido pasa en el ‘Campeón eterno’ de la novela de Moorcock, o en ‘Tres corazones, tres
leones’ de Paul Anderson. Las ‘Crónicas’ de Thomas Covenant el incrédulo, nos hablan de un hombre enfermo, que cuando pierde el conocimiento aparece en un mundo casi tolkiano, que le saluda como salvador – pero él, en ningún momento se cree nada–. Donaldson, autor de las ‘Crónicas’, también inventó Mordant, un reino al que la protagonista llega – vaya, vaya- a través de un espejo. Etc, etc., etc. Con el tema del viaje a otro mundo, a un mundo regido por unas reglas extrañas,
al que se llega por umbrales misteriosos –aunque no siempre es así, a veces basta con navegar como Simbad, o Ulises, o San Brandan, o Gulliver–, se puede edificar un corpus inmenso. En él estaría la ‘Divina de Comedia’, ‘El libro de Enoc’, ‘La odisea’, todas las leyendas celtas de gente que se pierde en Tyrnan oghe –el país de las hadas–, los poemas de los místicos, las memorias de Cyrano de Bergerac, el cuento de Hades y Perséfone, el de Orfeo, el de Isthar, el 1q84, de Murakami, que hace
La ponderación de Guillén contrasta con la vehemencia Castro en esta correspondencia que puede ser leída como una novela epistolar. Más que los elogios que se intercambian con motivo de la aparición de sus respectivas obras, nos interesa lo que tiene que ver con la historia y la intrahistoria de esos años, como los contrastes entre la vida española y la norteamericana o los detalles sobre la vida universitaria norteamericana y las intrigas para hacer su sitio en ella. Américo Castro revolucionó la historiografía española con su obra ‘España en su historia. Cristianos, moros y judíos’, en la que el filólogo se convierte en un filósofo de la historia. Algunas de sus ideas, como que la gran literatura española del Siglo de Oro, es en buena parte obra de conversos son ya un lugar común. Pero no se limitó Castro a las hipótesis razonables. De una laboriosidad y tenacidad poco comunes, en la última etapa de su larga vida se convirtió en una especie de Quijote que defendía las verdades que él había descubierto contra todo el mundo. El rigor científico se fue por el escotillón para ser sustituido por la vehemencia del predicador, un poco a la manera de los delirios místicos sobre la hispanidad de Juan Larrea, aunque con mejor fundamento erudito. Juan Goytisolo se convirtió en su principal seguidor. Sin las teorías de Castro no había sido posible sus novelas ni sus ensayos sobre la literatura clásica española. En una carta de 1956, habla Castro de su libro Dos ensayos en el cual dice poner en fila a todos sus detractores, comenzando por Menéndez Pidal, y hacerlos «cisco, pul-
suyos algunos detalles del Dalgrhen de Delany que también cabría en esta amplia lista. Murakami, de hecho, trata el tema más de una vez. Los relatos de los chamanes sobre ir al mundo de los espíritus también caben. Y muchos, muchos más. Pero por alguna razón, los que más recordamos son esos cuentos decimonónicos protagonizados por niños: las dos Alicias, el Peter pan. También es precisamente de ellos, o al menos es lo que parece, de quien se acuerda Seanan McGuire en su ‘Cada corazón un umbral’, novelita juvenil, que siendo entretenida, estando bien narrada y partiendo de una idea interesante, no acaba de rematar. Quizás sea que a todo ese alarde de lo imaginativo, le falta, a la postre, imaginación. Como
pa». Aunque su familia le aconseja no hacer caso de ciertas alusiones, «yo me debo –escribe– a quienes creen en mi obra, y no puedo dejar a unos insolentes asnos, con tonsura o sin ella, proseguir en su campaña de difamación». El primero de esos «insolentes asnos» es nada menos que su maestro, Menéndez Pidal. Otras afirmaciones de Castro redondean al personaje. Sorprende su elitismo, común entre los intelectuales de la época, pero que pocos se atreverían a afirmar con tanta rotundidad: «La Humanidad estuvo durante millones de años sin la división entre unos que trabajaban y unos pocos que se dedicaban a la contemplación, y no pasó nada interesante en el mundo del espíritu. En cuanto se inició en Grecia lo de ‘los señores están servidos’, pues se produjeron las cosas de que aún vivimos». A Américo Castro le indigna la escasez de servicio doméstico en Estados Unidos en contraste con el que disfrutaba en España, y eso en una época (la carta es del 16 de abril de 1944) en que el país estaba en guerra: «A mí me encocora esto de que solo se pueda uno abandonar a lo suyo en horas contadas, y aún así hay que abrir la puerta, e ir al teléfono, y comprar en la tienda, etc. Y el espectáculo de la familia femenina esclavizada como antes las negras». Los pequeños detalles son lo más interesante de cualquier epistolario, la vida cotidiana y la mentalidad de una época reflejadas sin interferencias. ¿Qué es lo que tuvieron que aprender los intelectuales españoles exiliados en Estados Unidos? Pues «a fregar los platos y a llegar a las citas con puntualidad». Por lo
digo, la idea de partida es interesante: un internado para jovencitos – aunque hay muchas más ellas–, que en algún momento de su infancia dieron con un portal a un mundo mágico, y que tiempo después, por una circunstancia u otra, fueron expulsados de él. La gran mayoría de ellos lo único que quieren es regresar, aunque muchos saben que es imposible. La novelita va desgranando el día a día en el internado, mientras se nos describen, de pasada, algunos de estos mundos. El problema reside en que la mayoría de ellos parecen sacados de series de animación infantiles y no de las mejores. Luego sucede el primer asesinato y todo se convierte en un policiaco correcto que no sobresale de otros policiacos. Final más o menos feliz y previsible.
9
Sábado 3.11.18 EL NORTE DE CASTILLA
que no pasan, al menos por lo que no pasa Américo Castro, es «por quitarse la chaqueta en cuanto lleguemos a casa». También nos deja constancia del arribo a Nueva York de un grupo de «musicantes y bailarines de Londres, seguidos por entusiastas aullidos de una horda de teenagers que la policía no podía contener»: alude a los Beatles y a su «música en que se desintegran el manicomio y el pandemonium». Jorge Guillén, más ponderado, es menos personaje de novela. Una de las pocas veces que pierde los nervios es cuando alude a cierta polémica: «En cuanto al incidente con el Canallísimo –me refiero esta vez a Juan Ramón Jiménez–, ¿qué quiere usted que hiciera? Durante veinte años he sido ‘el que recibe las bofetadas’. Tenía algún día que pararle los pies, o mejor dicho, desenmascarar al Esteta. Me limité a exhumar unos documentos. Y se acabó». Como el editor de este epistolario, Manuel J. Villalba, lo hace acompañar de abundantes notas (1189 para ser exactos), buscamos alguna aclaración de ese episodio. No lo encontramos. Manuel J. Villalba prefiere anotar términos como «Associate Profesor» (ing. Profesor asociado, indica) o «signora» (it. Señora). O
De Castro sorprende su elitismo, común entre los intelectuales de la época
dedicar unas líneas a explicarnos quién es Franco: «Francisco Franco Bahamonde (1892-1975), general español. Tras el intento fallido de golpe de Estado el 18 de julio de 1936 y la subsiguiente Guerra Civil, ocupó la jefatura del Estado hasta su muerte en 1975». En la primera página, se habla de una colaboración de Guillén en la Revista de Occidente y Villalba anota: «Véase J. Guillén Aire-Aura». Buscamos esa referencia en la bibliografía y encontramos: «Aire-Aura, Revista de Occidente 4 (1923)». ¿No podía decír eso en la nota y evitarnos perder tiempo con la búsqueda? Y ya que estamos con la bibliografía, sorprende que tras cada referencia aparezca unas veces la indicación de ‘impreso’, otras la de ‘Print.’, otras la de ¡Imprimé’ o la de ‘Stampato’. Manuel J. Villalba se ha creído en la obligación de decirnos, tras cada libro o artículo citado, que es un ‘impreso’, pero lo dice en la lengua en que está escrito el volumen. Se equivoca, por otra parte, en las notas referidas a Jorge Guillén, que ya es equivocarse: habla de que ‘Cántico’ tuvo cinco ediciones (fueron cuatro) y de que la tesis doctoral de Guillén continúa inédita (la publicó la Fundación Jorge Guillén, la misma en que aparece la muy mejorable edición de este epistolario). Pero no vamos a incurrir en el tópico de la decadencia de las humanidades debido a la proliferación de las nuevas tecnologías. Ya en 1942, escribía Américo Castro: «Los jóvenes universitarios, salvo rarísima excepción, no leen, lo que se llama leer, un libro; ni piensan en meditaciones lentas y proseguidas».
GARCI Y LA NOSTALGIA ‘Insert coin’ recopila 25 relatos del cineasta y escritor que van de la autobiografía a la ciencia ficción LUIS EDUARDO SILES
I
nsert coin’ es un libro lleno de José Luis Garci. Porque Garci es un estilo: en sus escritos y en su cine. El cinéfilo que acude a una película de Garci busca encontrar a José Luis Garci, al igual que un lector que coge un libro de Umbral busca a Francisco Umbral. En definitiva: se persigue el trazo de un autor. Una música reconocible aunque con variantes. Por cierto, Umbral lo escribió en cierta ocasión: «José Luis Garci no es que escriba bien, sino que es escritor, y de los mejores». ‘Insert Coin’ recopila 25 relatos escritos por José Luis Garci entre 1966 y 1998, algunos autobiográficos, otros de ciencia ficción, también los hay que conectan directamente con el cine negro, pero en la mayoría está la nostalgia, o esa atmósfera de serena y suave melancolía que flota en toda la obra, cinematográfica y literaria, de José Luis Garci, que confiesa en el prólogo de este libro que sus padres, de niño, no le contaban cuentos, sino películas.
La lectura de ‘Insert Coin’, una joya de 190 páginas, deja un poso de melancolía, porque la melancolía está en la esquina de cada relato. Garci ha afirmado en alguna ocasión que nunca ha querido hacer películas que se parezcan a la vida, sino películas que se parezcan a las películas. Tal vez no sea así. Las películas y los relatos de Garci provocan muchas veces una inmensa emoción derivada de la nostalgia, dado que conectan directamente con algún recuerdo real, compartido por unos y otros, que él describe de manera colosal porque lo trae de la vida y no de la ficción. Como cuando Alfredo Landa besa suavemente los labios de Ana Fernández en la húmeda nostálgica calidez de la película ‘Historia de un beso’. O cuando el protagonista del relato ‘Venecia agoniza’ piensa: «Aquel lugar donde, no hacía tanto, cuando Adam Blake era famoso y la gente lo conocía, vivió una inolvidable noche de amor con una mujer de ojos grandes y melancólicos». La nostalgia nace en la obra de Garci porque sus personajes pisan el presente pero miran constantemente hacia el pasado. Cuando José Sacristán habla delante del micrófono envuelto en el humo del cigarrillo que está apurando en ‘Solos en la madrugada’, ante la nueva vida que se abre tanto a su personaje como al interpretado por María Casanova, añora ya ese presente, lo que se va para siempre, lo que no volverá nunca. O cuando en el
José Luis Garci. :: EL NORTE
INSERT COIN José Luis Garci. Reino de Cordelia. 2018. 192 pág. 17,95 euros.
sensacional cuento titulado ‘Bang’ suena la detonación: «Todavía no eran las seis. El cielo se había vuelto negro y estaba lleno de estrellas. Parecía el muestrario de un joyero». ‘Los mejores años de nuestra vida’ es un relato deslumbrante, una sublime expresión del amor al cine y también a la radio, incluso por encima del dolor a la repentina muerte de una madre, o como atenuante del terrible dolor por la muerte de una madre. ‘Si lo de la pelirroja no es nada’ es un bre-
ve cuento lleno de ironía sobre la burla que la vida hace a un adúltero. Y resulta sensacional ‘Mnemos’, uno de los relatos de mayor extensión, sobre una misteriosa, patética y entrañable niña de siete años, que tiene dos vidas paralelas con dos familias distintas. Y hay algunos relatos desgarradores con el dolor de la ruptura sentimental dentro, como ‘Aneurisma’ o ‘Ausencia’. En los cuentos hay constantes referencias cinematográficas, sobre todo en las descripciones de personajes, y también a Madrid, la ciudad que el detective Germán Areta recorría con su coche en ‘El crack’, secuela de la que Garci prevé rodar su tercera entrega durante este otoño, protagonizada ahora por el actor Víctor Clavijo. Madrid: «Es curioso, pero nunca es Navidad en el Retiro. El Retiro es un parque ruso, chejoviano, en el que a todas horas es primavera alta, y ahora, en invierno, siempre sales de allí con ganas de beberte un vodka doble. Huele a juventud enamorada», escribe Garci en ‘Vivir un cuento navideño’. Los relatos de ‘Insert coin’ son también una atmósfera. Y están llenos de cultura – «Tom respiraba sosiego, como si estuviera dentro de una pintura de Vermeer o Velázquez»–. Y están llenos de nostalgia, insistimos, como la que surge de lo que piensa el protagonista de ‘Aneurisma’: «El secreto de un buen beso es la lentitud». José Luis Garci, decíamos.
10 LA SOMBRA DEL CIPRÉS
Sábado 3.11.18 EL NORTE DE CASTILLA
H
LOS LIBROS MÁS VENDIDOS FICCIÓN Sabotaje. Arturo Pérez-Reverte (Alfaguara) Los señores del tiempo. Eva García Sáenz. (Planeta) El Rey recibe. Eduardo Mendoza (Seix Barral) La muerte del comendador. H. Murakami. (Tusquets) Las hijas del capitán. María Dueñas (Planeta) El visitante. S. King (Plaza&Janés)
USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA
SEPARAR LOS ELEMENTOS DE UNA ENUMERACIÓN locar coma antes y después de ‘etcétera’ o de su abreviatura. Veámoslo en el ejemplo: (‘Compraron aceite, vinagre, sal, pimienta, ajo, etcétera, para aliñar la ensalada’). Imaginen que una enumeración con ‘etcétera’ detrás del último elemento funciona como sujeto de una oración. Ya saben que, por muy largo que sea el sujeto, nunca ha de ponerse coma entre el sujeto y el verbo. ¿Qué ocurre en este caso? Pues que hay que respetar la coma antes y después de ‘etcétera’, pero en ningún caso se entenderá que la coma separa el sujeto y el verbo, sino que se trata del uso preceptivo de la coma en una enumeración de este tipo. Veámoslo en un ejemplo: ‘Los alumnos, los padres, los
profesores, los familiares, los amigos, etcétera, esperaban la llegada de las autoridades académicas’. Si en vez de utilizar ‘etcétera’, la enumeración se cerrara con la conjunción ‘y’, la puntuación correcta sería esta: ‘Los alumnos, los padres, los profesores, los familiares y los amigos esperaban la llegada de las autoridades académicas’. Y si todos los elementos de la enumeración están introducidos por conjunción, ¿es necesario el uso de comas? No, no lo es, a menos que dichos elementos sean largos. Como siempre ocurre, en ningún lugar se precisa qué se entiende por ‘largo’ en este caso. Yo creo que nadie cuestionará que los elementos constitutivos de esta enumera-
ción son ‘largos’, lo que justificaría el uso de comas para delimitarlos: ‘Puede usted girar a la izquierda en la segunda fuente y luego a la derecha cuando llegue a la iglesia, o bien girar a la izquierda en la tercera fuente y de nuevo a la izquierda en la estatua de Venus, o simplemente preguntar a alguien cómo llegar’. ¿Cuándo usar el punto y coma en enumeraciones? Sencillamente cuando al menos uno de los elementos tenga puntuación interna. Puede ser un inciso, un modificador o que la coma esté sustituyendo a un verbo. He leído hace poco un liLa coma es brito de Jesús Marchamalo, el signo ‘Tocar los libros’, y tomo de delimitador por excelencia ahí este ejemplo: ‘José Ángel Valente tenía unos siete mil libros; Leonardo Sciascia, diez mil; Azorín, unos doce mil, que se conservan en su casa museo de Monóvar’. Y este otro: ‘Existe una librería de viejo en Madrid que los tiene ordenados por habitaciones: tiene una para los libros de historia y pensamiento; otra con los de literatura, idiomas y misales –curiosa convivencia, por cierto, los métodos de inglés y los catecismos–; otra con libros de arte y viajes, y una última con todo lo demás: ofertas y libros desparejados sobre tinte de telas, o mecánica del automóvil, o sobre la Segunda Guerra Mundial, o lo que sea’. Yo no hubiera puesto coma en el último ejemplo para separar los formantes de la última enumeración precedidos de la conjunción ‘o’. No me parecen largos.
LO VAS A LEER
oy me ocuparé de un aspecto de la puntuación que los hablantes suelen tener muy interiorizado y que, en general, usan con corrección: cómo separar los elementos que constituyen una enumeración. En las enumeraciones los elementos constituyentes pueden ser palabras (los más sencillos), grupos de palabras u oraciones; y pueden aparecer dispuestos en forma de lista o seguidos dentro del texto. Me centraré en las particularidades de estos últimos, sobre todo en los signos de puntuación que intervienen, que son la coma y el punto y coma. La coma es el signo delimitador por excelencia siempre que no exista ningún constituyente con puntuación interna, en cuyo caso deberá usarse el punto y coma. Obviamente, cuando se trata de palabras, es la coma el signo que ha de utilizarse, como en ‘Compraron aceite, vinagre, sal, pimienta y ajo para aliñar la ensalada’. Habrán observado que entre el penúltimo elemento y el último no hay coma. ¿Por qué? Porque si el último elemento se une al anterior a través de las conjunciones ‘y’ (y su variante ‘e’) u ‘o’ (y su variante ‘u’), no se pone coma entre ellos. Si en el ejemplo anterior no hubiera conjunción y los constituyentes de la enumeración aparecieran yuxtapuestos, debería puntuarse de la siguiente manera: ‘Compraron aceite, vinagre, sal, pimienta, ajo para aliñar la ensalada’. Y si la enumeración fuera abierta, existe la opción de colocar puntos suspensivos (‘Compraron aceite, vinagre, sal, pimienta, ajo... para aliñar la ensalada’) o utilizar la expresión ‘etcétera’ (o su abreviatura ‘etc.’) para sustituir lo que se sobreentiende o no interesa expresar. En este último caso se hace necesario co-
Patria. Fernando Aramburu. (Tusquets)
NO FICCIÓN Sapiens. Yuval Noah Harari (Debate) 21 lecciones para el siglo... Y. Noah Harrari (Debate) La batalla por los puentes. A. Beevor. (Crítica) El naufragio. Lola García. (Península)
#FELIZ FINAL Isaac Rosa. Seix Barral. 344 páginas. 18,50 euros.
Morder la manzana. Leticia Dolera. (Planeta) El hombre en busca del... Viktor e. Frankl (Herder) Imperiofobia. Elvira Roca. (Siruela)
INFANTIL Y JUVENIL El monstruo de colores... A. Llenas (Flamboyant) El principito. A. de Saint Exupéry (Salamandra) Futbolísimos. Roberto Santiago (SM) Cuentos de buenas noches. E. Favili y F.Cavallo. (Destino) La diversión de Martina 3. M. D’Antiochia. (Montena)
Esta sería una típica novela de amor si no fuera por dos razones. La primera es una apuesta formal. La historia se cuenta al revés: del epílogo al prólogo. Comienza con la ruptura, con la casa vacía (solo queda un sofá cojo), con la pareja ya rota que decide intercambiar correos para repartir cosas y culpas, para empezar a contarse, para explorar el pasa-
do, desenterrar los restos de su relación (ella historiadora, él periodista que escribió sobre fosas comunes) para entender qué pasó en esta pareja erosionada. La segunda gran apuesta es habitual en la obra de Rosa: la vertiente social. El amor no se sostiene sobre la nada, sino que a su alrededor hay condiciones sociales, laborales y económicas. Y eso afecta. Aquí se habla sobre la visión mercantilista de las emociones, sobre la maternidad, la conciliación...
#EL SOÑADOR DE LA ORILLA DEL TIGRIS Fawaz Hussain. Larrad Ediciones. 208 páginas. 21,60 euros.
Parece novela testimonio al principio, con ese narrador que en primera persona cuenta su deseo, después de años de exilio en París, de regresar a su hogar (que es a la vez el intento de volver a su infancia), a una zona en guerra del kurdistán sirio. Parece novela testimonio. Realista. Pero a medida que avanza el libro, se cuela la
fantasía. Lo hace a través de personajes con los que se encuentra el protagonista para demostrar que no hay fronteras para los negocios, que hay intelectuales que prefieren mirar para otro lado, líderes políticos que mudan de opinión como quien cambia de canal en la tele. Habla la novela del conflicto kurdo, de las heridas de guerra, de los destrozos personales y de las dudas sobre cómo actuar «y tener las manos limpias cuando se vive en el vertedero».
A todos los chicos... Jenny Han (Destino) La catedral. César Mallorquí. (SM)
Más reseñas en el Instagram @lovasaleer
VÍCTOR M. VELA
11
Sábado 3.11.18 EL NORTE DE CASTILLA
Alemania en otoño FERNANDO HERRERO
H
ace unas lejanas ediciones de la Seminci se proyectó una película colectiva titulada ‘Alemania en otoño’ en la que el paisaje físico y moral era gris, plomizo, amenazante. También en el festival se estrenó ‘Stanheim’ en una sesión inaugural que coincidió con el primer mitin de Santiago Carrillo y el PC en España. Valladolid supo de los ‘suicidios’ de los componentes del grupo terrorista, la Baader-Meinhoff y de la inaugurada democracia española ‘in situ’. Hoy, la Alemania del otoño coincide con una aparente y prospera normalidad, turbada por la presencia de Recep Tayyip Endogan en Berlín y la invasión policial y el temible acercamiento popular de Alternativa para Alemania, partido xenófobo y neonazi que confirma lo afirmado por Bertolt Brecht de que ese monstruoso cáncer social volvería a salir del vientre de la bestia inmunda.
Visito Berlín por novena vez y siempre está cambiado. Es un lugar de la memoria (como todo el país en general). Si Hitler hubiera ganado la guerra, como Franco, no habría esa catarata de testimonios de un pasado nefasto. Los vencedores escriben su historia. Hoy, el Holocausto está presente en todas partes, en el gran Museo sobre él, en las calles, en las casas donde habitaron los judíos, en las placas doradas en el suelo, en las obras de arte que se han levantado recordado aquellas fechas. El recuerdo de la Premio Nobel de Literatura, Nelly Sachys, está plasmado en metal y se recuerdan sus versos sobre los cuerpos y las almas de los judíos que subían al cielo en volutas de humo desde las chimeneas, en una terrible metáfora sobre los hornos crematorios. El nuevo Museo Judío de Daniel Liebesekind une realismo y simbolismo, otra característica de esta memoria. En Alemania, esta Alemania del otoño de hoy, la memoria está siempre presente, al menos en la parte que visitamos. A veces ha tardado un tiempo en plasmarse, como la placa en Frankfurt que recuerda la quema de li-
bros (2006), pero siempre está viva, como el recuerdo de Edith Stein, profesora asesinada en Auschwitz. Una coincidencia emotiva, a la misma hora que Juan Pablo II la canonizaba, yo me encontraba en ese siniestro lugar sintiendo la memoria las víctimas inocentes. Año tras año se multiplican esas plasmaciones materiales. En España no ocurre lo mismo. La Republica perdió la guerra y la Memoria Histórica es un reto difícil de asumir adecuadamente. Quizá también la memoria esté presente desde las guerras y sus mortales efectos. En Worms, Martín Lutero hizo sus proposiciones ante Carlos I de España y V de Alemania y fue declarado hereje. Protestantismo y catolicismo dividieron el país y hoy conviven iglesias y catedrales de una y otra creencia, e incluso existe en Berlín una calle que se llamó de la tolerancia en la que las religiones judía, católica y protestante asumían pacíficamente su cercanía y se ha construido una nueva sinagoga, un hospital y una iglesia. Una excepción como el Toledo de las Tres Culturas del que escribió admirable-
mente Jiménez Lozano. Excepción, repito, porque las guerras implacables, desde estos movimientos religiosos y las masacres consiguientes, se sucedieron y, curiosamente, no parece que el arrepentimiento histórico se haya manifestado expresamente. El pasado lejano deja también sus huellas, que conforman un país y su sentido social y ético. Y las dos grandes guerras. Sobre todo la última que dejó Alemania devastada y en un proceso de reconstrucción que se va decantando de forma admirable y milagrosa. No existen prisas, en los últimos días de septiembre se inauguró en Frankfurt un barrio reconstruido y todavía no está completada la rehabilitación total de urbes como Colonia, por ejemplo. Contemplar las fotografías de antaño es toda una lección. Hablamos de construcción y rehabilitación. Milagrosamente edificios como algunas iglesias (la de Colonia y las de Frankfurt por ejemplo) o la casa e Beethoven en Bonn fueron respetadas por las bombas. Otros no tuvieron esa suerte, iglesias, teatros, etc. y fueron totalmente sustituidos, de forma ab-
Imagen de una protesta que acabó en Hamburgo en enfrentamientos entre manifestantes de extrema derecha e izquierda. :: AFP
En esta Alemania del otoño de hoy, la memoria está siempre presente
solutamente mimética. La opinión se dividió. La mía es que rehacer de nuevo un teatro de tiempos pasados de forma exacta es un absurdo que sale además muy caro y no subsana los defectos preexistentes, por ejemplo las localidades ciegas. En fin, una polémica que sigue pesando en un país que está siempre en movimiento y que desde el final de la II Guerra Mundial ha sabido lamerse, con ayuda exterior (el Plan Marshall) sus propias heridas. El 3 de octubre, la gran fiesta de la Reunificación Alemana. Otro de estos problemas que todavía no han terminado de resolverse. Coincidí en Bonn en esa fecha, la ciudad estaba tranquila y serena y los comentarios eran prudentes. El gasto de la equiparación es enorme, pero las barreras no se han abierto del todo. Habrá que esperar. Así, entre la memoria y el futuro, encontramos esta Alemania del Otoño 2018. Amenazas reales sobe la democracia y la esperanza de que la memoria histórica siga manteniéndose y profundizándose, para evitar nuevos desastres que afectaran de nuevo a todo el mundo.
La mirada, ese músculo
ORTIGAS A MANOS LLENAS SARA MESA
Una de las obras de la exposición ‘Guerra y medicina’, en el museo Deutsches Hygiene de Dresde. :: MATTHIAS HIEKEL-EFE
R
ecientemente, el escritor Marcos Giralt Torrente decía en una entrevista acerca de su último libro de cuentos ‘Mudar de piel’ que, antes de ponerse a escribir, es necesario saber mirar. «No puedes escribir un libro si no tienes una mirada propia sobre el mundo», afirmaba. Estoy completamente de acuerdo. Esta mirada, claro está, es una mirada metafórica: nuestra manera de enfrentarnos a la realidad, de enfocarla o desenfocarla y de apropiárnosla tras pasar un filtro personal único formado por nuestra biografía y nuestra experiencia. Pero también podríamos entenderla un poco más literalmente, como una mirada física y real: el verdadero hecho de la contemplación, el poner a trabajar no solo los ojos sino también todos esos órganos que hacen posible la visión de lo que nos rodea, una visión que –no olvidemos– es interna y está proce-
sada –moldeada– por nuestro cerebro. De esto, entre otras cosas, va ‘El nervio óptico’, el primer libro de María Gainza, una escritora argentina que desconocíamos hasta hace muy poco en España y que, como periodista cultural y crítica de arte, posee una mirada tan entrenada que hasta sería capaz de sacar pulpa de las piedras. ‘El nervio óptico’ es uno de los libros más hermosos e inteligentes que he leído en los últimos tiempos, un libro misceláneo, mezcla de pequeños ensayos y cuentos, que habla de la importancia de saber mirar. Este aprendizaje puede durar años y, bien pensado, podríamos decir que dura la vida entera: todo ejercicio de memoria es también un ejercicio de mirada, que es a lo que se enfrenta la narradora cuando recuerda momentos de su vida y los vincula –o mejor dicho, los funde– con su fascinación por determinados cuadros y por sus autores,
algunos muy conocidos y otros no tanto. Tsuguharo Fujita, Cándido López, Hubert Robert, Toulouse-Lautrec, Augusto Schiavoni, Courbet, Alfred de Dreux, el Greco, Henri Rousseau o Rothko son algunos de los pintores que desfilan por las páginas de este libro, que es, sin embargo, lo más alejado a un manual de historia del arte. En este sentido, se entiende la decisión de no incluir las imágenes de los cuadros de los que habla: no son necesarios, pues la autonomía literaria de los textos se impone sobre la imagen recreada, la historia de los cuadros, el estado de ánimo con que fueron creados y el relato de las sensaciones que producen es más que suficiente para el lector. La imaginación como aliada, dice Gainza, una escritora que tiene pánico a volar y que cada vez viaja menos, profundizando así en la capacidad de la mirada introspectiva, profundamente intuitiva,
sensorial, con predominio de lo físico («mi cuerpo alcanza conclusiones antes que mi mente»), frente a lo racional («terminar de entender las cosas vuelve rígida la mente»). Gainza desconfía de las explicaciones técnicas, de la tendencia de entender el arte desmenuzándolo. Afirma que el único público del que disfruta cuando visita un museo son los niños a los que llevan de excursión escolar, «aun-
‘El nervio óptico’ es uno de los libros más hermosos e inteligentes que he leído en los últimos tiempos
que es un gusto agridulce porque ni bien los sientan en semicírculo en el piso helado de la sala y una maestra empieza a explicarles la paleta en Velázquez sus caritas se tiñen de un verde azulado y las ojeras se les pronuncian como zanjas oscuras (...) Mal administrada, la historia del arte puede ser letal como la estrictina». Lo verdaderamente original de ‘El nervio óptico’ es cómo la narradora se vale de una aproximación casi mística a la belleza para mostrar, de manera elegante y extremadamente sutil, la intensidad de ciertos capítulos de su vida que, en conjunto, conforman una suerte de autobiografía no solo vital, sino también estética, si es que las dos cosas pudieran deslindarse. Como una sombra, desvelada en retazos de fondo, se deslizan la enfermedad propia y la del marido, el pasado de su familia bonaerense de clase alta, las problemáticas relaciones con un hermano, las excentricidades de un tío o la evolución de sus amistades con el paso del tiempo. La relación entre fondo y figura, entre el arte y la vida, es lo que hace de esta escritora una ‘rara avis’. Nunca es fácil resumir de qué trata un libro, es la pregunta que más tememos los escritores, pero en este caso la imposibilidad se hace más patente. «Supongo que siempre es así: uno escribe para contar otra cosa», reflexiona Gainza. En su reciente novela ‘La luz negra’, en la que se desgranan las posibilidades de la falsificación y sus escurridizas implicaciones éticas, Gainza también ofrece reflexiones sobre la importancia de mirar. Habla, por ejemplo, de los consejos que la protagonista recibe de una mujer experimentada, que la obliga a mirar durante horas los catálogos. «Es un músculo, tenés que entrenarlo», le dice su mentora. El entrenamiento no es fácil, puede de hecho ocupar mucho tiempo, pero «llegará un punto en que sentirás, percibirás, sabrás cómo debe verse una cosa». La conclusión de la narradora es también la nuestra: «Aunque daba consejos sobre pintura, parecía estar dando más bien consejos sobre el arte de vivir».