SOMBRA CIPRES LA
DEL
NÚMERO 319 Sábado, 24.11.18
1868
La primera experiencia democrática de España
La Revolución Gloriosa, de la que se cumplen 150 años, supuso la expulsión de Isabel II y el inicio del sexenio que fraguó en una Constitución [P2 A 5]
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Sábado 24.11.18 EL NORTE DE CASTILLA
De la Gloriosa no solo sobrevivió la fuerza intelectual de los krausistas, también lo hicieron las ideas democráticas
El sueño democrático FRANCISCO CARANTOÑA ÁLVAREZ
Profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de León
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ada es lo mismo, nada permanece. Menos la Historia y la morcilla de mi tierra: se hacen las dos con sangre, se repiten». Los desesperanzados versos de Ángel González reflejaban cómo veíamos los «no adictos» la historia de España en los años de la dictadura de Franco. 1812, 1820, 1868, 1931, habían sido efímeros hitos de esperanza, ahogados por golpes de estado y guerras civiles. Es inevitable que la historia se escriba con los ojos del presente, eso ha influido en que hoy, a pesar de la crisis, nuestra perspectiva sea menos negativa, también ayuda que su estudio se haya abierto a la comparación con la de otros estados europeos, lo que nos sigue manteniendo distintos, pero no tan diferentes como creíamos. A pesar de todo, continúan llamando la atención esos momentos breves en los que España pareció salir de su letargo conservador para ponerse a la vanguardia de Europa, incluso del mundo, en libertad y democracia. También su violento final, ninguno tan terrible como el iniciado en julio de 1936. En este aspecto es singular el Sexenio Democrático nacido hace ahora 150 años, terminó de forma violenta, pero no desembocó en una negra tiranía. Al fin y al cabo, quienes en 1874 restablecieron la monarquía y en 1876 vencieron en la guerra civil, aunque conservadores, eran liberales. Casi olvidado en esta España del siglo XXI, que parece haber reducido su historia a los cincuenta años que median entre 1931 y 1981, era ensalzado por los progresistas de las primeras décadas del siglo XX. No es casual que ‘El Socialista’ titulase el 15 de abril de 1931 «¡Viva España con honra y sin Borbones!». Hace un siglo escribía Ortega en la primera página de ‘El Sol’
la necrológica de Gumersindo de Azcárate: «Al ausentarse tan venerable figura de entre nosotros parece entrar definitivamente en la historia, que habla por ecos –el documento, la imagen, la leyenda– una edad de la existencia española. Estos años postreros habían segado las últimas filas de los hombres que actuaron en los tiempos anteriores a la Restauración, y eran para nosotros como supervivientes de una época que nos parecía más heroica, más enérgica, de mayor frenesí espiritual, sobre la cual había venido luego un diluvio de corrupción, cinismo y desesperanza. [...] ‘¡Ya se van, ya se van!’–decíamos. Y luego: ‘¡Queda Azcárate¡’ Enjuto, de aventajada estatura, barba de plata y rostro cetrino, le veíamos pasar, emocionados, como a un Don Quijote vuelto a la cordura. Con él pasaban las sombras de Castelar y Cánovas, Salmerón y Giner». Fueron sin duda personajes
singulares, de gran valía intelectual, pero, como los del Trienio y los de la Segunda República, no lograron consolidar el régimen de libertad y progreso con que habían soñado, solo Cánovas el de orden y estabilidad constitucional. El liberalismo conservador que triunfó en 1843, con la mayoría de edad de Isabel II, había traído un indudable progreso económico, pero también corrupción, autoritarismo y un sistema político que impedía la llegada de la oposición al poder por la vía electoral. La crisis de 1866 generalizó el descontento y el fallecimiento de los mayores valedores de la reina, los generales O’Donnell y Narváez, facilitó la unión de la oposición y debilitó las posibilidades de resistencia gubernamentales. Se formó una heterogénea coalición, que iba de la conservadora Unión Liberal a los demócratas, en su mayoría republicanos, con el Partido Progresista como bi-
sagra. Como en tantas ocasiones, todos estaban de acuerdo en regenerar el país, aunque no en cómo lograrlo. Por eso, los eslóganes de las proclamas revolucionarias eran puramente negativos o ambiguos: del «¡Viva España con honra!» del almirante Topete al «¡Abajo lo existente!» o el «¡No más Borbones!». Las Cortes constituyentes debían decidir si España sería una monarquía o una república y qué dinastía ocuparía el trono si se inclinasen por la primera. Gracias a la movilización popular y a la creciente fuerza de la izquierda progresista, que encabezaba Ruiz Zorrilla, los demócratas lograron imponer su reivindicación histórica: por primera vez fueron elegidas por sufragio universal masculino directo. La revolución se había iniciado con un pronunciamiento militar, pero el pueblo había salido a las calles, tomado la iniciativa en localidades como Alcoy o Béjar o
El Gobierno Provisional en 1869. De izquierda a derecha, Figuerola, Sagasta, Ruiz Zorrilla, Prim, Serrano, Topete, López de Ayala, Romero Ortiz y Álvarez Lorenzana. :: J. LAURENT
El giro conservador que se extendió por Europa tras la Comuna de París tampoco favoreció a la joven democracia española La revolución se inició con un pronunciamiento militar, pero el pueblo había salido a las calles
creado partidas guerrilleras, como la que encabezó en León Mariano Álvarez Acevedo, el popular Garibaldi de la montaña, que el 30 de septiembre entró a caballo en la capital para ponerse al frente de la Junta revolucionaria. Necesitó la lucha para triunfar, la de Alcolea fue una verdadera batalla, pero no hubo después violencia revolucionaria, por eso, como a la británica de 1688, se la conoció como ‘La Gloriosa’.
Buscando un rey Las elecciones otorgaron una clara mayoría a la coalición de unionistas, progresistas y demócratas monárquicos, aunque los republicanos federales lograron una sólida representación con más de 80 diputados. La Constitución sería monárquica, pero democrática. El sufragio quedó consagrado como un derecho para los varones, por primera vez se reconoció la tolerancia religiosa. La declaración
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de derechos era equiparable a la de cualquier democracia actual, o incluso más garantista; en ella estaban los de manifestación y asociación, vieja reivindicación obrera. Sin embargo, el nuevo sistema no consiguió consolidarse. Al rechazar a la dinastía de Borbón, progresistas y demócratas se enfrentaron a los unionistas, partidarios del duque de Montpensier, un Orleáns casado con una hermana de Isabel II, y, sobre todo, establecieron con Amadeo de Saboya una monarquía rechazada por la mayoría de los monárquicos, incluidos los ultraconservadores carlistas, y, lógicamente, por los republicanos. El asesinato de Prim en diciembre de 1870 dejó al nuevo rey sin el principal de sus apoyos. El giro conservador que se extendió por Europa tras la Comuna de París tampoco favoreció a la joven democracia española. La insurrección cubana fue una complicación añadida, que impidió cumplir con promesas como el fin del reclutamiento obligatorio. A todos esos problemas se sumaron la falta de altura política de algunos líderes y la incapacidad de otros, incluidos los republicanos, para liberarse del doctrinarismo sectario y el personalismo. Sagasta reintrodujo con rapidez la corrupción y la manipulación electoral, la inestabilidad y el incumplimiento de las promesas más populares extendieron el desencanto. Es inevitable, otra vez, la comparación con el Trienio y la Segunda República. La brevedad obliga a simplificar, pero sorprende que, en tantas ocasiones, los progresistas españoles hayan sido incapaces de ver la fuerza de sus oponentes y cómo la falta de entendimiento los debilitaba. Aun así, sobrevivió mucho del Sexenio, no solo la fuerza intelectual de los krausistas, a los que la Restauración obligaría a poner en marcha su gran obra, la Institución Libre de Enseñanza, sino también las ideas democráticas. El propio Cánovas se vio forzado a convocar Cortes elegidas por sufragio universal masculino para aprobar su Constitución, aunque manipulase las elecciones, y tuvo que incluir en ella muchos de los derechos de la de 1869. Afortunadamente, lo mismo había sucedido con la obra del Trienio y otro tanto puede decirse de la Segunda República, a pesar de la larga dictadura que la sucedió. 110 años después de la Gloriosa, la Constitución de 1978, de la que ahora conmemoramos el cuarenta aniversario, logró que el sueño de la democracia se convirtiese en realidad consolidada, con defectos y problemas, sin duda, pero la historia debe ayudarnos a valorar lo que esto significa.
:: GIL DE BLAS
Euforia revolucionaria y repudio a los Borbones La batalla del Puente de Alcolea, el 28 de septiembre de 1868, certificó el triunfo de la Gloriosa y la expulsión de Isabel II. La primera experiencia democrática en España, que cumple 150 años, abarcó seis turbulentos años y trajo a un monarca extranjero
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cudid a las armas, no con el impulso del encono, siempre funesto; no con la furia de la ira, siempre débil, sino con la solemne y poderosa serenidad con que la justicia empuña su espada. ¡Viva España con honra!». Entre los firmantes de aquella célebre proclama revolucionaria, fechada en Cádiz el 19 de septiembre de 1868 y más conocida como «España con honra», destacaban Juan Prim, Francisco Serrano y Juan Topete. Eran los ‘padres’ de esa revolución Gloriosa que trajo a España la primera experiencia democrática de su historia. Los amotinados no ocultaban su pretensión de derrocar a Isabel II y convocar Cortes Constituyentes por sufragio universal. Su empeño personal fue tan decisivo como el conjunto de factores que venían erosionando el sistema político liderado desde 1858 por la ecléctica Unión Liberal. Hubo, a decir de José María Jover, una crisis moral, por cuanto el sistema parlamentario, totalmente viciado, dejaba en manos de grupos y camarillas los cambios de orientación política, nin-
ENRIQUE BERZAL
La revolución comenzó en Cádiz, tomó impulso en Barcelona y pronto se extendió por el litoral mediterráneo
guneando por tanto a la oposición demócrata y progresista e ignorando «las aspiraciones, los sentimientos, las reivindicaciones» populares. Influyó también la crisis económica europea, punzante a partir de 1865 y especialmente lesiva para las compañías ferroviarias y la industria siderometalúrgica. La crisis política, en fin, comenzó a sentirse con la muerte de prohombres como O’Donnell y Narváez y se incrementó con las desavenencias entre moderados y unionistas y con la alianza de progresistas y demócratas. La abstención de estos últimos en las elecciones de 1866 y los ataques directos al gobierno, en especial el pronunciamiento de Villarejo, liderado por Prim, y la sublevación del Cuartel de San Gil, en el verano de 1866, saldada con la terrible «matanza de los sargentos», alentaron las ansias revolucionarias. El Pacto de Ostende, llamado así por la ciudad belga en la que demócratas y progresistas lo firmaron en agosto de 1866, plasmó el programa común de destronamiento de Isabel II. Al sumarse los unionistas de Serrano, los aconte-
cimientos se precipitaron. La revolución comenzó en Cádiz, tomó impulso en Barcelona y pronto se extendió por el litoral mediterráneo. También en las provincias que hoy forman Castilla y León, como ha escrito Rafael Serrano, existieron focos revolucionarios liderados por militares que protagonizaron intentonas golpistas, destacando la proclama revolucionaria, popular y republicana lanzada en Béjar. La batalla decisiva tuvo lugar el 28 de septiembre de 1868 en el Puente de Alcolea, a diez kilómetros de Córdoba, entre fuerzas gubernamentales lideradas por el marqués de Novaliches y los sublevados del general Serrano, finalmente vencedores. Se acordó entonces que fuera la voluntad nacional la encargada de decidir acerca de la permanencia de Isabel II. Pero la marcha de Serrano sobre Madrid, con el levantamiento ya generalizado, provocó que la reina, en ese momento en San Sebastián, cruzara de inmediato la frontera. La Gloriosa fue la primera experiencia real de un régimen democrático, pues logró extender la
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ciudadanía a todos los españoles, independientemente de su riqueza o nivel de instrucción. Y eso que tales expectativas rebasaban con creces los estrechos márgenes de una realidad política y cultural poco acorde con las mismas. La experiencia revolucionaria puso en un primer plano a aquellos intelectuales que, abanderados del krausismo, venían tratando de difundir las ideas de Sanz del Río, certificó el protagonismo de las clases populares urbanas y supuso la irrupción de Barcelona –y, por ende, de Cataluña– como nuevo centro de gravedad, democrático y federalista, de la política española. La fase inicial, marcada por la euforia popular y el entusiasmo revolucionario, la lideró el gobierno provisional del general Serrano, con Prim como mano derecha, y manifestó la voluntad de cambio de dinastía pero manteniendo el principio monárquico. Los demócratas se escindieron en cimbrios (partidarios de la monarquía) y republicanos, mientras Práxedes Mateo Sagasta, como ministro de la Gobernación, lograba que la convocatoria a Cortes Constituyentes se resolviera con mayoría de progresistas y unionistas, proclives a una solución monárquica pero sin Borbones.
Sufragio universal La Constitución de 1869, que certificaba el sufragio universal directo para varones mayores de 25 años, destacó por su explícita y cuidada declaración de derechos humanos (título primero), sancionaba una monarquía hereditaria, democrática y parlamentaria sobre la base de la soberanía nacional, y establecía un sistema bicameral con un Senado electivo. La Regencia de Serrano, en continua alerta
por las tendencias insurreccionales de los republicanos federales, las protestas contra las quintas y el impuesto de consumos y la extensión de los movimientos independentistas en Cuba, confió a Prim la formación de gobierno y la búsqueda de un nuevo monarca. El elegido, Amadeo I de Saboya, duque de Aosta e hijo de Víctor Manuel II de Italia, tenía fama de hombre de ideas avanzadas. Pero su reinado, entre enero de 1871 y febrero de 1873, estuvo plagado de dificultades. A la oposición explícita de republicanos y alfonsinos se sumó la repulsa de cierto ambiente casticista y, más aún, la amenaza carlista, hecha realidad con el levantamiento de 1872, triunfante en la mayor parte de Navarra, las provincias vascongadas y núcleos montañosos de Cataluña y Levante. Las desavenencias con el gobierno a la hora de reorganizar el arma de Artillería y la evidencia de que era prácticamente imposible hacer funcionar el mecanismo político previsto, asentado sobre el doble apoyo de radicales y constitucionalistas, forzaron la dimisión del monarca. Su mensaje, enviado al Congreso en febrero de 1873, no podía ser más elocuente: «La España vive en constante lucha, viendo cada día más lejana la era de paz y de ventura, que tan ardientemente anhelo. Si fuesen extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados, tan valientes como sufridos, sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la Nación, son españoles». Ese mismo día, 11 de febrero de 1873, las Cortes proclamaban la Primera (y efímera) República Española.
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Conspiraciones en un ambiente de crisis La inquina popular hacia Isabel II facilitó el triunfo de la Revolución Gloriosa en Valladolid, el 30 de septiembre de 1868, sin algaradas ni enfrentamientos :: E. BERZAL
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quel miércoles, 30 de septiembre de 1868, no fue un día cualquiera. Sobre todo para los cientos de vallisoletanos que, tras una noche de emociones, acudieron a la Plaza Mayor para festejar la expulsión de los Borbones. La
Gloriosa había triunfado. «El miércoles 30 de septiembre y los restantes de aquella semana, fueron en nuestra ciudad días de jubilosa animación», recordaba años después, en este periódico, Ángel Bellogín Aguasal, testigo de excepción de los acontecimientos y autor de 27 entregas que recreaban lo sucedido durante las
gloriosas jornadas de hace 150 años. Publicadas entre el 3 de enero y el 28 de agosto de 1912, llevaban por título ‘La Gloriosa en Valladolid’ y fueron recuperadas en 1993 por Rafael Serrano para el libro ‘La revolución liberal en Valladolid (1808-1874)’, editado por el Grupo Pinciano. En ellas, Be-
Caricatura de la revista ‘La Flaca’ sobre la abdicación de Isabel II. :: BIBLIOTECA NACIONAL
CARLOS AGANZO
La Gloriosa y la generación literaria del 68
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erardo Diego bautizó a la del 27. Azorín, a la del 98. Y Clarín fue quien le puso etiqueta a la Generación del 68, que recuerda en su denominación el revulsivo que supuso para la literatura española el advenimiento de la Gloriosa. En España, durante el llamado Sexenio Revolucionario (1868-1874) se suavizó la censura, se alentaron nuevas ideas democráticas y revolucionarias, y los narradores aprovecharon la coyun-
tura para extender el certificado de defunción del romanticismo, incorporándose a la corriente realista europea, imperante tras la aparición de ‘La comedia humana’, de Balzac. Cuando estalló la revolución Septembrina, Benito Pérez Galdós había cumplido los veinticinco y estaba terminando de escribir ‘La fontana de oro’. En 1869 se instaló en Madrid, y en 1873, el año en el que la República tuvo nada menos que cuatro presidentes, empezó a publicar sus ‘Epi-
sodios nacionales’, recorriéndose España en vagones de tercera y alojándose en fondas y posadas populares, para tomar el pulso del país. Cuando Galdós, muchos años después de haberlos vivido en primera persona, alcanzó a escribir el capítulo correspondiente a los tiempos de la Gloriosa, eligió al general Prim como su figura más representativa. Pensó entonces que aquella entrega sería la última de la serie, así que no le importó dar rienda suelta en la nove-
la a sus principios más rebeldes y anticlericales. Diez años mayor que Galdós, Pedro Antonio de Alarcón fue otro de los grandes escritores del 68. Se había instalado en la capital en 1854, y allí había fundado y dirigido el periódico satírico ‘El Látigo’, célebre por sus ideas antimonárquicas y revolucionarias. Como militante de la Unión Liberal, el partido que mejor supo encarnar las necesidades de un cambio de rumbo en España, Alarcón lle-
gó a ser consejero de Estado con Alfonso XII. Una de las singularidades de la novela realista española fue, en aquel tiempo, su capacidad para reflejar los diferentes ambientes regionales del país por encima de la visión ‘madrileña’ del territorio nacional. En este afán destacaron otros relevantes miembros de la generación, como José María de Pereda, quien registró en su novela ‘Pedro Sánchez’ las vicisitudes sufridas por él mismo durante la
Vicalvarada, la anterior revolución de 1854, en la que estuvo a punto de perder la vida, y que más adelante sería diputado carlista. O como Juan Valera, que después de ser diplomático vivió una intensa carrera política en Madrid, llegando a ser ministro de Instrucción Pública con Amadeo de Saboya. Su novela ‘Pepita Jiménez’, publicada por entregas en la ‘Revista de España’, de la que fue director el propio Galdós, pasa por ser uno de los más altos exponen-
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llogín desvela las conspiraciones previas al triunfo de la batalla de Alcolea y desgrana el día a día de la revolución septembrina en la ciudad del Pisuerga. Según Bellogín, farmacéutico de profesión e hijo de un progresista célebre en cuya botica se celebraban tertulias de claro signo político, el entusiasmo popular fue tan desbordante, que hasta la «gente menuda» canturreaba «con infantiles voces esta coplilla barata, no exenta de sentido moral: El 30 de septiembre/ se supo la maldad/ ¡Abajo los Borbones!/ ¡Viva la libertad!». No sobresalió Valladolid por su especial ardor revolucionario en los años previos a la Gloriosa, pero tampoco faltaron conatos de disconformidad con la dinastía reinante y con el gobierno de la Unión Liberal, agravados por la grave crisis financiera, la inclemente sequía, el encarecimiento de las subsistencias y los estragos de la fiebre tifoidea. Hubo planes conspirativos truncados ya en 1866, como el que, según Bellogín, agrupó a militares progresistas con base en Miranda de Ebro, y relaciones estrechas con el Comité Revolucionario de Bruselas, presidido por Prim, como las que mantuvo desde la misma ciudad Eugenio Alau. Conspiraban los progresistas vallisoletanos, sin mucho estruendo y más bien de tapadillo, en las sombrererías de Buxó y Hernández, en la guantera de Callejas y en la botica de Bellogín, padre de nuestro protagonista, agrupados en torno a Atanasio Pérez Cantalapiedra, Eugenio Díez Pedro, José María Cano, José Treviño, Eustoquio Gante, el citado Alau, José María Álvarez Taladriz o Sabino Herrero Olea. La otra rama antiborbónica, menos numerosa pero más radical, la formaban los líderes del Partido Demócrata, los Lucas Guerra, Alejandro Rue-
da, Ramón Liberto, Gregorio Escolar, Pepe Soler, Manuel Ganzo, Pedro Solas, Mariano Santervás y demás. Y algo de su tesón disconforme se dejó notar aquel verano en que Isabel II hizo escala en la Estación del Norte y, al salir de agujas el tren real, «los vecinos de las casas colindantes con la vía» le dedicaron «una estruendosa pitada». Luego vendrían los cánticos populares, que solían acabar con «¡Viva Prim, General español», y una algarada de 200 jóvenes que el 2 de enero de 1866, aprovechando el homenaje que el Ayuntamiento dispensó a la reina por su avanzado estado de gestación, salieron a la calle pidiendo el presidio para los Borbones. Con órdenes de Prim llegaron a Valladolid, trece días antes de Alcolea, dos emisarios para sublevar a la tropa, y a ello salió decidido, aquel 15 de septiembre de 1868, Ceferino Romón en dirección al cuartel de
Juan Prim. San Benito. Pero no solo su esfuerzo fue en vano, sino que a punto estuvo de ser sorprendido y arrestado. De modo que la Gloriosa llegó a esta ciudad sin más estruendo que el temor provocado por la victoria de Serrano en la batalla de Alcolea. Sabedoras de que nada podían hacer contra aquellos vientos de revolución, las autoridades dinásticas renunciaron a toda defensa y pactaron
Juan Bautista Topete . la capitulación. La proclamación de la Gloriosa se verificó a primeras horas de la mañana del 30 de septiembre de 1868, miércoles para más señas, momento en que se constituyó la Junta Revolucionaria provisional. Presidida por Genaro Santander, le acompañaban Eugenio Alau (vicepresidente) y los vocales José María Cano, Saturnino Guerra, Liborio Guzmán, Ma-
Caricatura de Gil de Blas sobre la expulsión de Isabel II por la revolución, publicada el 4 de octubre de 1868.
nuel Gutiérrez Barquín, Lucas Guerra, Remigio Callejas, Eusebio Lafuente y Eulogio Eraso, con Laureano Álvarez como secretario. El general Orozco, al mando de la situación, se apresuró a recordar en un bando qe reprimiría «con mano fuerte toda clase de excesos». Ante una multitud exultante en la Plaza Mayor, Alau leyó una proclama que afirmaba «no más Borbones, no más tiranía, no más escándalo» y decretaba llegada la hora de que España entrara «en el concierto de las naciones progresistas y ordenadas»: «El mismo día que empieza la vida de la libertad, empieza para los buenos ciudadanos una serie de deberes, sin cuyo cumplimiento, no puede haber orden, ni justicia, ni progreso», recordó, mientras agradecía la labor del Ejército y la Marina, «que nos han redimido de la tiranía».
Fiesta revolucionaria Antes de que la banda amenizase el bullicio popular con el Himno de Riego, Alau descolgó el retrato de la reina, lo rompió en pedazos y lo lanzó a la muchedumbre, que recorrió las calles dando vivas a la soberanía nacional y mueras a los Borbones. Otros pasearon el retrato de Espartero bajo los balcones engalanados, mientras grupos de estudiantes gritaban el nombre del Duque de la Victoria y se reafirmaban en el odio a los Borbones. El Norte de Castilla también se sumó a la fiesta revolucionaria: «Sus aspiraciones, sus deseos tienen a establecer bajo las más sólidas bases la libertad más omnímoda en todas las esferas y manifestaciones y a derrocar hasta los últimos cimientos el ominoso despotismo con que una reina desleal ha cohibido sistemáticamente las libertades del pueblo español», podía leerse el 1 de octubre de 1868. La nueva milicia ciudadana,
conocida como «Voluntarios de la Libertad», creada para ayudar a la Junta en el mantenimiento del orden e impedir cualquier intento contrarrevolucionario, logró alistar en los primeros once días a 800 hombres. Eso sí, el ya ex gobernador Urueña y los brigadieres Santiesteban y Campuzano, fieles al orden defenestrado, apenas pasaron un día de arresto en el Cuartel de San Benito. La Junta revolucionaria definitiva, votada por sufragio universal el 1 de octubre, tomó posesión 48 horas después. La componían Genaro Santander, elegido presidente con 2.150 votos, Liborio Guzmán, Eulogio Eraso, Lucas Guerra, Remigio Callejas, José María Cano, Eugenio Alau, Eusebio de la Fuente, Manuel Gutiérrez Barquín, Laureano Álvarez, Francisco Goñi, Pablo de la Llana, Ángel Bellogín Gutiérrez, Andrés Cea y Francisco Cospedal. Además de restablecer el orden y el servicio de la Guardia Civil, de destituir a los miembros de la Diputación, reorganizar las Juntas Provinciales de Sanidad y Beneficencia y decretar el desestanco de la sal y el tabaco y la abolición de la contribución de consumos, las autoridades junteras emprendieron medidas de corte anticlerical como la extinción de la Compañía de Jesús, la supresión del Seminario para sustituirlo por una Facultad de Teología, y la orden expresa de retirar todas las campanas de los templos y emplear su metal para acuñar moneda. Suprimida la Junta Central el 19 de octubre, las provinciales cesaron 24 horas después. Junto a la designación de nuevo gobernador en la persona de Manuel Somoza y Cambronero, muy pronto se procedió a renovar los cargos municipales, sobresaliendo la constitución de un nuevo Ayuntamiento presidido por Cándido González.
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tes de este nuevo realismo español. Más jóvenes que los anteriores, Leopoldo Alas y Emilia Pardo Bazán tenían tan sólo dieciséis años cuando se proclamó la revolución. Leopoldo Alas adoptó el sonoro pseudónimo de Clarín en su condición de miembro de aquella ‘orquesta de colaboradores’ que exhibía la revista ‘El Solfeo’, surgida en 1875 como contestación a la Restauración monárquica. Él fue seguramente el que mejor supo transmitir a la siguiente generación los principios del krausismo, que pronto cuajarían en un proyecto tan relevante para la historia cultural de España como la Institución Libre de Enseñanza. La Pardo
Bazán, por su parte, durante el Sexenio Revolucionario se decantó por el carlismo, pero más tarde sus ideas políticas y literarias fueron evolucionando, fundamentalmente bajo los principios del naturalismo que Émile Zola encarnaba entonces en Francia. Su ensayo ‘La cuestión palpitante’ (1883) es vital para entender la transición del realismo hacia el naturalismo en España; con detractores declarados, dentro de esta misma generación, como Pereda y Alarcón, que lo consideraban obsceno y hasta inmoral. Pero con defensores como Galdós o la propia autora de ‘Los pazos de Ulloa’. Perteneciente, por edad, a este mismo grupo, Adelardo
López de Ayala, dramaturgo y académico, fue nada menos que el redactor del manifiesto que leyó el almirante Topete en el pronunciamiento de Cádiz del 18 de septiembre, con el que se inició la Gloriosa. El «¡Viva España con honra!» que acuñó López de Ayala terminaría convirtiéndose, con el paso de los años, en el emblema de aquella España liberal y democrática de la Revolución del 68. El autor del manifiesto ejerció como ministro de Ultramar con Amadeo de Saboya, y en 1879 Alfonso XII le llegó a proponer como presidente del Consejo de Ministros, si bien él se apartó en beneficio de Cánovas. Antes de la Gloriosa, fue reconocido como dramatur-
El «¡Viva España con honra!» de López de Ayala terminaría convirtiéndose en el emblema de aquella España democrática go de éxito, hasta el punto de recibir una corona de oro, al estilo de Zorrilla. Sin embargo, sus obras resultaron demasiado convencionales, incluso para la época. Con excepciones, como quizás la de Enrique Gaspar y Rimbau o la del propio Galdós, lo cierto es que el teatro no gozó entonces del espíritu renovador del que gozó la novela. Junto a Ló-
pez de Ayala, Tamayo y Baus representaba entonces la pervivencia del viejo drama histórico, mientras que otros autores, como Echegaray, permanecían directamente apegados al romanticismo. Tras la proclamación de la revolución, por cierto, Echegaray fue nombrado director general de Obras Públicas, y más tarde ministro de Fomento y de Hacienda. Terminaría recibiendo el Nobel de Literatura. Los poetas, por su parte, vivieron en este tiempo de revoluciones éticas y estéticas su propia revisión del romanticismo de la mano de Gustavo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro. En aquel momento otros poetas, como Campoamor o Núñez de Arce, go-
zaron mucho más que ellos del favor del público y de la crítica. Con el tiempo, sin embargo, Rosalía y Bécquer, al lado de otros precursores como Augusto Ferrán o José María Larrea, terminarían siendo reconocidos como los iniciadores de la lírica moderna. Todo esto sucedía mientras liberales de todo cuño coincidían en clamar, siguiendo el texto de López de Ayala, por la «regeneración social y política» de una España donde estaba «hollada la ley fundamental», «corrompido el sufragio por la amenaza y el soborno», «muerto el Municipio, pasto la Administración y la Hacienda de la inmoralidad, tiranizada la enseñanza y muda la prensa…». La eterna canción.
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ARTE EN MOVIMIENTO SANTIAGO DE GARNICA
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ombre de prensa, periodista y fotógrafo especializado en la puesta en escena de esas máquinas que nos transportan desde el nacimiento a la muerte: los coches, y sin olvidar las motos que le apasionan, Dingo ha lanzado una decena de magazines (como ‘Auto Plus’ o ‘Retroviseur’), ‘cazando’ con su objetivo un millar de modelos, femeninos en su mayoría, utilizado kilómetros de película antes de saturar tarjetas de memoria. Es el hombre de los seis millones de disparos de obturador, una referencia en el mundo de la fotografía del automóvil. Quizás poco conocido por el gran público pero reconocido y admirado por sus compañeros como el creador de un lazo especial, único y diferente entre la fotografía y el automóvil, trasmitiendo sublimes emociones de un objeto que es toda una extensión de nuestra vida. Cada mañana, Dingo –su nombre real siempre lo esconde con celo– antes de que el sol salga sigue un ritual. Mira la predicción meteorológica, y comprueba su plan de trabajo mientras desayuna. Como un artesano, revive en su mente la acción, calibra los imponderables que pueden alterar una jornada ordinaria: los retrasos del ayudante (en sus cuarenta años de profesional ha tenido sesenta…), un estilismo incompleto, el marco de trabajo alterado por obras, tiempo caprichoso, policía demasiado rigurosa en el ejercicio de sus funciones… Deberá improvisar, remo-
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ver cielo y tierra, luchar para para obtener la imagen reflexionada a lo largo de mucho tiempo, dibujada en una hoja de papel, sin ceder nada al compromiso, sin rehusar nada. Y lo ha hecho así siempre, desde que decidió, inspirado por los trabajos de Cheyco Leidmann, por su universo de colores, y por Jeanloup Sieff por su manejo del gran angular, ser fotógrafo en contra de los deseos familiares. A los diez años consigue una Kodak Brownie con una idea clara de hacer una fotografía nada convencional. Un ritmo, una presión que agotarían a cualquiera pero no a él, motivado por una increíble capacidad de trabajo, una determinación sin fisura y una fuerza de convicción poco común, todo ello bajo la idea, casi una divisa, de que nada se logra sin sufrimiento. En realidad su trabajo arranca donde otras abandonan… Y arranca su inseparable furgoneta Renault Traffic, la décima, cargada hasta el límite (los límites de Dingo son difusos, como la de un profesional de la reparación: grupo electrógeno, luces de jardín (difunden una luz cálida al tiempo que son sólidas y resistentes a la intemperie), alicates, escaleras, cables, cuerdas, hachas, sierras, gatos, tornos, taladros y todo lo imaginable. Y sin olvidar varias indestructibles maletas en aluminio dentro de las cuales se ha guardado cuidadosamente las máquinas y objetivos que el pobre ayudante ha de tener preparado antes de que Dingo se las pida: con el artista hay que estar en todo momento atento si uno no quiere conocer su enfado. Desde sus inicios profesionales, Dingo es fiel a Canon, marca de la que ya ha empleado unas treinta máquinas, sin nunca romper una sola. Y de estas ha conservado trece, una por generación. Y alimentadas por dos películas de culto en los años setenta y ochenta: Kodachrome, por la explosión de colores (que saturaba dejándolas al sol, al contrario de las recomendaciones) y posteriormente Fujichrome. En total ha utilizado más de 150.000 carretes. Es con toda esta parafernalia con la que Dingo más que
:: JAGUAR MEDIA
Dingo, el fotógrafo de lo inimaginable
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En estas fotos realizadas en los 80 todo era real, sin truco, volcaba el coche, se ponía la mesa de billar, el coche se cortaba. :: DINGO
hacer, fabrica sus fotos. Sus imágenes son fruto de un trabajo extenuante en el que bloquea carreteras, vuelca automóviles, los desmonta, canibaliza, entierra, cuelga, o repinta en función de su proyecto y de su imaginación sin freno. Porque es muy importante
darse cuenta que antes de la llegada de la fotografía digital, del Photoshop, cada una de las imágenes de Dingo se realizaba de forma real. Cuando Dingo imagina reunir dos coches cortados en dos, realmente se cortan, se montan en un camión y se sitúan en una carre-
tera poco utilizada (no siempre con la adecuada autorización). No es el camino más fácil para hacer una fotografía. Ni tampoco el más rentable pero a Dingo le da igual, la felicidad la obtiene cuando alcanza su objetivo, su imagen, o más bien se debería decir su
impacto visual. Y esto es gracias a que se ha impuesto, ha superado la adversidad, ha evitado un espacio de comodidad. Trabaja para su propia satisfacción antes que para sus clientes, editores o constructores (acaba de realizar doce composiciones inspiradas en el F-
Pace, para Jaguar), y ahí es donde no tiene rival. Pocos fotógrafos en un periodo tan largo han tenido la valentía de desarrollar tal energía para plasmar un altísimo número de imágenes donde humor y ternura se entrelazan en fotos a veces asombrosas que hacen historia. Incluso en ocasiones sus automóviles permanecen intactos, sin un corte, apoyados en sus cuatro ruedas. Al fotógrafo autodidacta, su formación de diseñador gráfico le ha servido para jugar con las luces, subrayar las curvas, imaginar encuadres vertiginosos. Él dice que lo que le gusta del automóvil es lo que se hace con él: «Para alumbrar una mujer va al hospital en coche, cuando se muere nos transportan al cementerio en automóvil, el coche está presente en todas las etapas de la vida. El coche está lleno de recuerdos: discusiones, hay quien hace el amor, es eso lo que me interesa, contar una historia, el coche importa poco, su historia sí. Siempre he puesto lo humano en el centro de las cosas, un coche ¿quién lo concibe? Un hombre, mujeres, diseñadores… en definitiva, seres humanos y eso es lo que me interesa». Y es que, ante todo, Dingo cuenta historias en entornos originales e improbables, que le hacen único, original. Y nos transportan a un mundo de imaginación infinita, sin ceder nunca a una facilidad que le resultaría sospechosa. Y lo ha hecho así desde el principio, desde su primera fotografía, en el año 1978 en que organiza un picnic al borde de una autopista en una zona de frenada de urgencia, para una revista de todoterrenos. Bloqueó sin más el acceso a la misma utilizando conos que había pedido ‘prestados’ al ayuntamiento donde su padre era concejal. Desgraciadamente utilizó su propio coche para la puesta en escena y pocos días después, a través de la matrícula, sería localizado por la policía y detenido. Algo a todas luces insuficiente para frenar el espíritu de un artista obstinado en hacer realidad lo irrealizable. Dingo fue el apodo con el que le bautizaron sus compañeros en la adolescencia, porque su visión del mundo era diferente. Su origen está en el personaje de Walt Disney, en el amigo de Mickey que en España conocemos como Goofy, simpático, cariñoso, distraído y con la cabeza siempre imaginando lo inimaginable.
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LECTURAS
MEMORIA DEL EXILIO INTERIOR (EL DE VERDAD) Concha de Marco plasmó en sus memorias su amor por Gaya Nuño y las represalias del franquismo
N
o ha sufrido», reflexiona Concha de Marco a los pocos días de la muerte de su marido, el gran Juan Antonio Gaya Nuño, biógrafo de Picasso y Velázquez, historiador de la pintura española y del Museo del Prado, escrutador del románico hasta el último canecillo, pionero en la documentación y denuncia del arte expoliado, narrador excepcional y autor al respecto de dos obras que a mi juicio figuran entre las mejores de la segunda mitad del siglo XX, ‘Historia del cautivo, peripecias y pesares de un campesino humilde en el Marruecos del desastre de Annual’, a la altura de ‘Imán’ de Ramón J. Sender y ‘El blocao’ de José Díaz Fernández, y ‘El santero de San Saturio’, crónica crítica y parábola desternillante de la Soria profunda, imagen y metáfora de los (ab)usos y costumbres de las tierras de la Meseta. «Y en medio de la pena», continúa Concha de Marco, «tengo la satisfacción de que su vida fue ejemplar, y que ambos hicimos todo lo que se pudo hacer». En efecto: Gaya sacó fuerzas de donde no las había para plantar cara a la muerte y vencerla en los campos de exterminio de la posguerra mientras ella encontraba aliento para no dejarse derrotar por unas circunstancias, no ya adversas, sino franca-
mente hostiles e incluso despiadadas, con amigos, compañeros de estudios y hasta con su propia familia negándola y tratándola de apestada por roja y manceba de rojo (casados por lo civil durante la guerra, esos matrimonios fueron anulados por el franquismo). Ambos fueron prisioneros en una patria de otros a la que sin embargo no renunciaron jamás, persuadidos de que «marcharse para ir a rehacer tu vida en otro país es cobardía». Y es que la
GONZALO SANTONJA
vida de los Gaya estuvo presidida por la convicción moral, sostenida por una voluntad indomable, de «resistir aquí y trabajar para una España mejor». Ahora mal, quiénes eran esos otros, dueños y amos de España. En primer término,
Franco y los franquistas, el régimen de la Victoria; pero también, y dolorosamente, los «desgraciados, ignorantes, miedosos y cabrones» que, acomodaticios entonces, luego sabrían venderse como «demócratas de toda la vida». Concha de Marco no escribe con circunloquios, para qué. Y tampoco albergó ni la más leve sombra de esperanza: «Van a reponer en sus cátedras a los Tiernos, Aranguren y etc. Espero que a nosotros nos sigan silen-
ARMONÍA
H
plo, al hacerse eco de los amores de la mujer del autor del citado Premio Nobel con su secretario (p. 493). Pues ambos habían resistidos solos, que solos «nos dejen vivir y morir en paz», disfrutando de lo poco que tenían al alcance: leer, oír música, respirar, escuchar el canto del jilguero y el canario y, principalmente, seguirse queriendo con pasión hasta que la mano de nieve los separase. Qué amor el suyo tan desesperadamente humano. Léase, por ejemplo, la entrada correspondiente al sábado, 3 de julio de 1976: con Gaya Nuño postrado en el lecho de muerte, a menos de setenta y dos horas de fallecer: cuando ella se acerca «a acariciarle la cara me ha atraído hacia sí buscándome la boca a boca abierta, queriendo morder y chupar mis labios ¡cómo cuando éramos mozos!». Y pocos días antes, «en una de las noches de dolor me cogió las rodillas y dijo: ‘siempre tus preciosas rodillas, aunque cumplas los años que cumplas’». Incólume entre las ruinas y auroral en las noches más negra del ser humano, el amor de Juan Antonio Gaya Nuño y Concha de Marco estuvo por encima de miedos, sobrevivió a las cárceles y se creció en las miserias. Qué fortaleza espiritual la de una mujer sobre la que cayeron, sin abatirla, todos, absolutamente todos cuantos la rodeaban, dejándola «tan sola, tan sin apoyo, sin amigos, ni padres» (p. 225). Sin andarse por las ramas, la autora levanta inventario de aquel abandono, de aquel aislamiento y de aquel desprecio: –Despreciada por la familia de su marido, para quien este habría «cometido el error, la irresponsable estupidez, de haberse casado» con ella, «una chica pobre», malbaratando la posibilidad de unirse «con mujer de posición social más elevada y sustanciosa dote». –Abandonada por círculo
Quizás porque es menos evidente. Pero lo hay. Y no solo en ‘Dune’. Se extiende por buena parte de la obra de Herbert, aun cuando pueda parecer, a ojos poco atentos, lo contrario. Me pasó, por ejemplo, con ‘Las estrellas son legión’, de Kameron Hurley. Sin embargo, a pesar de dos o tres evidencias, con ‘Binti’ no pasó. Pero en ‘Hogar’, no puedo evitar ver, o imaginar, la sombra de Herbert. Puede que fuera por la presencia del desierto. Sin embargo, más que a ‘Dune’, ‘Binti, hogar’ –
y ahora ‘Binti’– me recuerda a otras obras. Quizás no tanto a obras como a elementos concretos: las civilizaciones multirraciales semejantes a las de ‘Estrella flagelada’ o ‘Los hacedores de Dios’, y, sobre todo, los ‘objetos’ vivos –las sillas perro, por ejemplo, que pululan por varias novelas de Herbert–. Aunque sí que se parece un poco a ‘Dune’: como aquel, este universo está fragmentado en facciones o tribus que no acaban de fiarse, y que se desprecian, más o menos, entre
Concha de Marco, esposa del también escritor Gaya Nuño. :: EL NORTE
EL TALISMÁN DE LA COSTURERA
ace no mucho tiempo, la joven editorial Crononauta nos dio a conocer a Nnedi Okorafor, autora afroamericana, con su novela ‘Binti’. Ahora Crononauta nos vuelve a traer a esta autora interesantísima –como
ciando» y, además, «lo deseo más que nunca». Perseguidos y condenados durante largos años a trabajos casi forzados para sobrevivir, con Gaya Nuño vetado para presentarse a cualquier oposición, ni él ni ella estuvieron dispuestos a que, tras la muerte de Franco, «nos vengan ahora con limosnas». La patria de otros. Concha de Marco se muestra demoledora: Antonio Buero Vallejo, Agustín García Calvo, Luis Rosales, Julián Marías («si admira al personaje, mejor es que lo deje», advierte al lector al comienzo de su semblanza), Camilo José Cela y, entre otros, José Hierro, mostrándose en ocasiones excesiva o incluso –a mi entender– injusta, en ocasiones hiriente por veraz y en ocasiones desternillante, por ejem-
tantas que están surgiendo en los últimos años en el terreno de la ciencia ficción, que lenta, pero firmemente, parece ir decantándose hacia lo femenino–, con la secuela ‘Binti, Hogar’. Una novela que profundiza en el mundo fascinantemente imaginati-
CIRO GARCÍA
vo, atípico, que la autora nos presentara en ‘Binti’. Y hay para más, puesto que la novela acaba sin acabar en un momento álgido y lleno de tensión. De hecho la continuación, ‘Mascarada nocturna’, apareció hace no mucho en el mercado anglosajón.
En una o dos ocasiones, leyendo a alguna de estas ‘nuevas autoras’ me encontrado pensando en la obra de Frank Herbert, en particular en ‘Dune’. Pienso que mucha gente se ha fijado en el mensaje ecológico de ‘Dune’, pero muy poca en el feminista.
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de parientes y amigos de Gaya Nuño, persuadido de que asimismo le correspondía a ella la desgracia de su encarcelamiento. ¿Por qué no se había ido al exilio? Era indiscutible: por amor, «por no apartarse de ella», culpable en consecuencia de esas cárceles y desdichas. –Aislada en medio de la sociedad surgida de la Victoria: «era una querida, una cualquiera», una inmoral unida en coyunda por lo carabinero, al margen de la Iglesia. «Sus amigos ni la saludaban, cuando no la insultaban». –Y apurando el cáliz de las infamias, hasta su propia familia la rechazaba, reprobándola por «haberse casado con un rojo. Sus primos no la miraban, ni sus tíos. En casa no pasaba un día en que no se le reprochara su desgraciada situación». La consecuencia fue que «trabajaba a destajo, por poco dinero para entregar el gasto de su manutención –unas berzas- y enviarle (algo) al marido a la cárcel», un marido al que luego se entregó sin límites: «yo cedí en lo importante», reconoce, «abandonando mi libertad, mi independencia, muchas de mis aficiones», de modo que «en suma, le entregué mi propia vida», «hasta el tiempo y el espacio, porque viví siempre de las migajas de tiempo y espacio que a él no le servían» (pp. 184-5). Feliz, verdaderamente feliz, únicamente lo fue en Castuera, donde ejerció el magisterio durante 1942 y 1943, cuando llegó a plantearse la ruptura con Gaya, atraída por otro hombre, historia que cuenta detalladamente, aplicándose a sí misma el propósito de que sus memorias carecieran de zonas de sombras: si las escribo, afirma enfáticamente, «es para decir la verdad, caiga quien caiga, aunque sea yo, pues no faltaba más» (p. 289). Libro sincero, desgarrado, valiente y lúcido, con la prosa implacable iluminada por
sí. Y el desierto, claro. Y quizás esa ceremonia iniciática. Y quizás el hecho de que nuestra protagonista, así como Leto Atreides era en parte gusano, es en parte medusa. Un aparatito que hace pensar de inmediato en los destiltrajes. Y en, por qué no, la sorpresa que acarrea el descubrimiento de unos antecedentes familiares del todo insospechados. Porque en el fondo ‘Binti’, los dos libros, pero algo más este segundo, va un poco de eso, de la identidad
LA PATRIA DE OTROS. MEMORIAS DE UNA MUJER LIBRE Concha de Marco. Edición de José María Martínez Laseca. Palencia, Cálamo, 2018, 509 pp., 23 euros.
poemas que revelan a una poeta de fuste, discípula –así se reconoce– de Antonio Machado y a la vez identificada con Unamuno, cuya vertiente lírica Concha de Marco descubriría muy tarde. Pero discípula, entiéndase, en el mejor sentido de la palabra: sin repetir a sus maestros y aventurándose por los nuevos caminos de la poesía, «con mayor libertad en la métrica y la sintaxis» desde el mismo espíritu. «Soy una unamuniana aunque machadiana», concluye, reconociéndose también en deuda con Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti (el único poeta del 27 cuyo magisterio pondera), Rabindranath Tagore y los clásicos castellanos, desde Juan del Encina hasta Quevedo y Lope de Vega, pasando por Calderón de la Barca, Esteban Manuel de Villegas o Garcilaso y diversos poetas ingleses y franceses. Así pues, estas memorias, fechadas en la etapa terminal de Gaya Nuño y en las postrimerías del franquismo, «una época en extremo
«Decir la verdad, caiga quien caiga, aunque sea yo, pues no faltaba más», fue el propósito de sus memorias
familiar y tribal, enfrentada a las necesidades de crecimiento de una identidad personal. De cómo los modos de la tribu nos definen, establecen la estrechez o amplitud del marco de la ventana por la que miramos al mundo. De cómo el rechazo de la tribu puede herirnos, incluso cuando hemos dado el paso de ampliar la ventana. Es decir, de lo doloroso que puede ser mirar más allá de la tribu, construir una identidad propia. Pero, quizás lo más importante no sea el hecho
difícil» (el tiempo de escritura se extendió desde 1974 a 1977), rompen el relato oficial y devuelven la palabra al exilio interior, pero al exilio interior de verdad, no al fingido, ese que Benavente diría fruto de los intereses creados. Por eso me colma de satisfacción haber contribuido a rescatarlas desde el Instituto Castellano y Leonés de la Lengua y en colaboración con el Ayuntamiento de Soria, con su concejal de Cultura, Jesús Bárez, artífice de Expoesía, poniendo de manifiesto que, cuando se tienen ideas y decisión política, se pueden hacer muchas cosas en el desierto de la cultura y especialmente por cuanto se refiere o atañe a la recuperación de autores heterodoxos y marginados. El libro de Cálamo, tan atractivo e impecablemente impreso como la casa tiene por norma, y el trabajo sobremanera riguroso de Martínez Laseca, que afanosamente ha desvelado la «enredada letra» de seis cuadernos manuscritos (Legado Gaya Nuño, Soria), fijan un modo de hacer que, sobre pequeños reparos, constituye un punto de contraste frente a las recuperaciones intelectualmente oportunistas. En fin, lo verdaderamente importante sería que Concha de Marco habría llegado de una vez a su patria: la de los españoles intelectual y moralmente exigentes que, a través de los libros, buscan la verdad. Contra la farsa del antifranquismo de pega, he aquí la memoria descarnada del exilio interior, memoria de una mujer libre que llegando al término de su vida pudo afirmar con orgullo que ni a ella ni a su marido «nadie (ni nada) nos ha obligado a hacer, decir o escribir nada que no estuviera de acuerdo con nuestros principios» (p. 399). ¿Cuántos escritores del antifranquismo oficial estarían en condiciones de sostener otro tanto?
de que los prejuicios de la tribu sean peligrosos o equivocados, sino que, posiblemente, la pureza de la mirada de la tribu no sea tal, que en el fondo todas la tribus están mezcladas, y que sólo esa mezcla permite una visión más grande del mundo. Este análisis rápido no da para explorar a fondo todas las ideas que Okorafor entrelaza con imaginación y habilidad narrativa. Pero la clave, ya que ‘Binti’ es una armonizadora, es, quizás, la búsqueda de armonía.
LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
EL ARTE DE ENTRELAZAR TIEMPOS :: V. M. NIÑO El trato coloquial al emperador francés del título da la clave de la última novela de Ana Alcolea. La acción transcurre entre el actual siglo XXI y los años de efervescencia conquistadora de Napoleón, con parada en la ocupación española. La ciudad, Zaragoza, la misma que la natal de la autora. Los protagonistas, Pablo y Elisabet, en las aventuras coetáneas, e Isabel y Gerard, en las decimonónicas. Y entre ambos, la pericia narradora de una escritura que ha encontrado un filón en construir puentes entre épocas históricas. El encuentro entre Pablo y Elisabet viene marcado por la pérdida: un accidente en Afganistán termina con la vida del padre de él y el hermano de ella. Si el drama les une circunstancialmente, la búsqueda de respuestas a unas misteriosas cartas les convertirá en inseparables. Hay una iglesia en su barrio, la de San Lorenzo, que conecta las dos pistas narrativas que plantea Alcolea. Fue
clave en la estancia de Gerard en Zaragoza, como oficial francés, y ejerce una magnética atracción sobre Pablo, por lo que le contó su padre. Allí durmieron las tropas galas, allí el oficial pacifista vio tres lienzos de Goya colgados que fueron sustraídos toscamente. Alcolea crea a un militar francés pacifista, que es llamado de la reserva, que participó en la ocupación de Egipto y ve claramente la megalomanía de Napoleón, cuyos ideales revolucionarios hace
NAPOLEÓN PUEDE ESPERAR Ana Alcolea. Ilustración de David Guirao. 192 páginas. Anaya. 12 euros. A partir de 14 años
tiempo que se perdieron. Gerard elige la vida con su amada, en su pueblo, rechaza la gloria. Le duele la muerte inútil en el campo de batalla pero también la rabiosa destrucción de la belleza. Esa admiración por los cuadros de Goya será clave en la novela. A su joven escala, algo así le ocurre a Pablo, que pacientemente explica a Elisabet la grandeza de ese pintor. Poco a poco Alcolea va arrimando los cabos de ambas narraciones que confluyen en un viaje a París, al palacio de unos amigos de Gabriel, el padre de Pablo. Allí resolverán todos los misterios, además de conocer la ciudad de la luz en envidiable libertad. La autora, que ya ensayó con éxito esta fórmula en ‘El secreto del espejo’, va sembrando intrigas en diferentes escenarios y atrapando al lector hasta el final. Alcolea no ahorra disgustos a sus jóvenes lectores, también plantea el sufrimiento de las pérdidas irreparables, aunque les propone ventanas, estímulos, caminos para seguir creciendo.
RIMAS DEL SOL Y LA LUNA :: V. M. N. Invitación al juego, a la canción, a la rima, a la lectura. Eso son los poemas de Marisa Alonso que ha reunido unos cuantos poemas en torno al sol y la luna en ‘Universos’. La reunión de los dos astros deja de ser imposible en estos versos. El sol, pren-dado de la luna, le ofrecee un regalo cada día de la se-mana. La indolente damaa nada responde hasta que ell domingo... n Planetas y estrellas son compañeros de juego, tam-bién la luciérnaga, enviadaa sí espacial en la Tierra. Y así o va Marisa Alonso creando n su universo de palabras en aun filmamento en el que caos ben niños y animales. Los a, protagonistas, el sol y la luna, tienen caras, caracteres y comportamientos terrenales. Completan el cuento unas preguntas finales que animan a los más pequeños a volver sobre la lectura, a buscar entre ilustración y texto la respuesta. Vuelven a contar los poemas de Alonso Santamaría con las ilustraciones de Elizabeth Agui-
llón, una apuesta por el color, por el collage y por la luminosidad en el misterioso y oscuro espacio que rodea a nuestro planeta. Libro para primeros lectores que provoca la interacción con el adulto que se lo acerque. Juego para todos los públicos.
UNIVERSOS Texto de Marisa Alonso Santamaría. Ilustraciones de Elizabeth Aguillón.
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LOS LIBROS MÁS VENDIDOS FICCIÓN Tú no matarás. Julia Navarro (Plaza&Janés) Los señores del tiempox. Eva García Sáenz. (Planeta) Sabotaje. Arturo Pérez-Reverte (Alfaguara) Yo, Julia. Santiago Posteguillo (Planeta) El rey recibe. Eduardo Mendoza (Seix Barral) La muerte del comendador. H. Murakami (Tusquets)
USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA
CONCORDANCIA EN CONSTRUCCIONES PARTITIVAS cordancia gramaticalmente más correcta es la que lleva el verbo en plural, pues el sujeto es, en estos casos, el relativo plural ‘los/las que’; pero se admite también la concordancia en singular». Y añade: «Si esta construcción forma parte del atributo de una oración copulativa y el sujeto del verbo ‘ser’ es un pronombre de primera o de segunda persona del singular (yo, tú/vos), el verbo de la oración de relativo debe ir en tercera persona, preferentemente del plural, aunque también se admita el singular». Los ejemplos que he recogido muestran preferencia por el singular, en contra de lo
que se considera más correcto desde el punto de vista gramatical: Y recogió el megáfono de manos de uno de los trabajadores, de uno de los que más cerca ‘estuvo’ de él durante el acto de apoyo a los huelguistas; El primer ministro portugués aseguró que su país es uno de los que más ‘ha ayudado’ al pueblo griego; España, de ser el enfermo de la UE a uno de los países que más ‘crece’; El aeropuerto de Londres-Stansted es el tercero más transitado del Reino Unido y uno de los que más rápido ‘ha crecido’ en toda Europa; La verónica es uno de los quites clásicos del toreo con capote y uno de los que más ‘se suele realizar’ para recibir al toro;
Fue uno de los que más balones ‘robó’; Y todo ello mientras el sector de la construcción es uno de los que más empleo ‘genera’ en España; El sector de las motocicletas es uno de los que más ‘ha sufrido’ los efectos de la crisis; No siendo ni de lejos el que más faltas hace es uno de los que más tarjetas ‘ha sufrido’; El sector de la construcción es uno de los que menos recolocados ‘absorbe’. Aparecen escasos ejemplos con verbo en plural: Uno de los perros favoritos para espacios pequeños, el caniche, es también uno de los que menos pelo ‘sueltan’; El aeropuerto de la ciudad aragonesa es uno de los que menos tráfico ‘representan’ a nivel nacional. ¿Qué ocurre si ambos elementos tienen flexión de géHay que decir nero? Que debe ‘una de las que haber concormás tienen’ y no dancia forzosa entre ellos, ‘una de los que como en los más tienen’ ejemplos siguientes: Por comunidades, Canarias aparece como una de las que menos recicla; Baleares, una de las CC. AA. con menor inversión en I+D, aunque es una de las que menos reduce sus empresas innovadoras; De hecho, esta bebida alcohólica (la cerveza) es una de las que menos perjudican a nuestra línea. No se considera correcto usar el femenino en la designación de la parte y el masculino en la designación del todo, aunque con ello se pretenda señalar que la parte aludida pertenece a un grupo mixto. Hay que decir ‘una de las que más tienen’ y no ‘una de los que más tienen’.
LO VAS A LEER
sta semana voy a ocuparme de un tipo de construcciones partitivas, concretamente de las encabezadas por un grupo nominal indefinido, como en ‘Es uno de los que más premios ha recibido’, ‘Es uno de los que más probabilidades tiene de ayudarte’, ‘Es uno de los que más alumnos tienen’ o ‘Es uno de los que más cobra en el partido’. Las construcciones partitivas permiten designar una entidad o un subconjunto de entidades (la parte) extrayéndolas de un conjunto más amplio que las incluye (el todo). Se caracterizan porque el grupo nominal que incluye el todo (también llamado complemento partitivo o coda partitiva) aparece precedido de la preposición ‘de’ y es siempre definido, puesto que designa la totalidad de los seres que corresponden a un determinado dominio (la mayoría de los directores de cine, un tercio de los estudiantes, una parte de los congresistas, la mitad de los locutores, etcétera). Esta característica (ser definido) es la que distingue las construcciones partitivas de las pseudopartitivas (un grupo de directores de cine, una riada de estudiantes, un montón de congresistas, un centenar de locutores, etcétera). En el tipo de partitivas del que hoy me ocupo, ¿con quién ha de concordar el verbo del complemento partitivo? Puede aparecer en singular (concordando con el núcleo de la parte) o en plural (concordando con el sujeto de la oración de relativo que funciona como complemento partitivo). Se admiten, pues, las dos variantes: la concordancia en plural está plenamente justificada y la concordancia en singular es un caso de concordancia por el sentido (concordancia ad sensum). Dice el ‘Diccionario panhispánico de dudas’ (2005) al respecto: «La con-
Finales que merecen... Albert Espinosa. (Grijalbo)
NO FICCIÓN Breves preguntas... Stephen Hawking (Crítica) Sapiens. Yuval N. Harari. (Debate) Fariña. Nacho Carretero (Libros del KO) 21 lecciones para el siglo XXI. Yuval N. Harari (Debate)
#NADA QUE NO SEPAS María Tena. Tusquets. 240 páginas. 18 euros.
El dominio mundial. Pedro Baños (Ariel) El naufragio. Lola García (Península) Lugares fuera de sitio. Sergio del Molino (Espasa)
INFANTIL Y JUVENIL La tinta de mis ojos. Aitana Ocaña (Alfaguara) Never give up. Lucía Bellido. (Cúpula) Diario de Greg 13. Jeff Kinney. (Molino) Cuentos de las buenas... E. Favili y F. Cavallo. (Destino) La diversión de Martina 4. Martina D’antiochia (Montena)
Hay en el inicio del libro una trenza que se deshace, con ese símbolo eterno de la literatura sobre el fin de la infancia. De la noche a la mañana, la vida feliz que llevaba en Uruguay se ha ido al traste. Su madre ha muerto, aunque no sepa cómo ocurrió. Su padre alimenta el halo misterioso cuando obliga a hacer las maletas y que los niños re-
gresen a España a toda velocidad. Ahora, años después, la narradora intenta reconstruir aquello con los fogonazos que le vienen a la memoria y lo que los amigos de aquella época consiguen recordar. Y claro, siempre hay trampa en los recuerdos. Hay en este libro una reflexión sobre cómo los niños son testigos de dramas y cómo reconstruimos lo que vivimos (lo que recordamos de lo que vivimos) para adaptarlo a las emociones de hoy.
#LUGARES FUERA DE SITIO Sergio del Molino. Espasa. 312 páginas 19,90 euros.
Hace dos años, la mirada periodística de Sergio del Molino se fijó en la España que se vacía, en esos pueblos a punto de escribir su esquela sin que nadie ponga remedio. Vuelve ahora al ensayo con ‘Lugares fuera de sitio’, un viaje a las esquinas del mapa, a los espacios de fronteras difusas. Ofrece estampas sobre Gi-
braltar, Melilla, Andorra, Olivenza. Le sirven estos enclaves para hablar sobre nacionalismo, sobre el concepto de patria, sobre el diálogo entre culturas (y en ocasiones la falta de diálogo entre gobiernos). Con curiosos apuntes históricos, económicos, culturales, de tipismo social... reconstruye el origen de estos enclaves. Hay dos de Castilla y León. Está Treviño y también Rihonor, con la mitad del pueblo en Zamora y la otra en Portugal.
El secreto de Xein. Laura Gallego (Montena) The crazy haacks... Varias firmas. (Montena)
Más reseñas en el Instagram @lovasaleer
VÍCTOR M. VELA
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Non finito E
xisten obras artísticas, literarias, que finalizan antes de tiempo; obras que, como la vida misma –la cual tantas veces deja de ser tal sin que lo intuyese quien la disfrutaba–, tienen una última palabra, una última pincelada, una última nota musical, no nacidas para que, con ellas, se diera por acabada la creación; que aún les quedaba mucha imaginación por recibir; y esa imaginación vive ahora en el invisible, inaprensible, limbo de lo que pudo ser y no fue. Esas obras artísticas, literarias, que de pronto se interrumpieron, quizá no se concretaron porque la mano mágica que las concebía fue, en un maldito segundo, mano inerte, mano muerta. Si fue
al poco de iniciar el camino, no adivinamos el rostro absoluto de la creación; únicamente el esbozo de unas facciones que, cual las del niño que comienza a vivir en el vientre de su madre, ignoramos su posible futuro. Sin embargo, acaso la detención se produzca avistándose su desenlace; entonces –tal y como Süssmayr con el Réquiem mozartiano; tal y como Giulio Romano con ‘La transfiguración’ de Rafael Sanzio– puede que otro continúe la senda. No es descabellado afirmar, si esto ocurre, que existen dos etapas postreras distintas: la que, como decíamos, voló hasta un territorio desconocido por los aún mortales y la que nació de una fundada sospecha. Bien es cierto que quizás ambas confluyan,
como pasó con ‘El misterio de Edwin Drood’ de Dickens. Ya muerto, un editor, James Thomas Fields, en una sobrecogedora sesión de espiritismo, contactó con él para que le dictara las páginas finales, algo que fue juzgado como una burda maniobra del impresor, aunque no faltó, como el mismísimo Arthur Conan Doyle, quien se lo creyera a pies juntillas. Creadores que la parca calló, decíamos. No obstante, en ocasiones no media el irremediable destino que a todos los hombres nos une; es el autor el que decide abandonar la labor emprendida; no porque piense, como Juan Ramón Jiménez, que así es la rosa y no hay que tocarla más, sino porque está insatisfecho con el trabajo realizado. El caso paradigmático, cómo no, es Kafka, que no concluyó ‘El desaparecido’, ‘El proceso’ y ‘El castillo’, trío que hubiera vivido por los siglos de los siglos en el silencioso mundo de los justos si su amigo Max Brod no lo hubiera traicionado, sacándolo a la luz al expi-
LOS TRIGALES AZULES ROBERTO RODRÍGUEZ
rar el escritor praguense, incumpliendo su deseo de que, al morir él, los manuscritos avivaran el fuego de su chimenea. Sin embargo, veces hay que ese punto final no es repentino pese a que, por lo impre-
Dos magníficas novelas gais
H
ay quien dice que la literatura de temática gay no está de moda. Que la mayoría se alegra de la buena normalización de todo lo LGTB, pero que los lectores heterosexuales –afectaría menos a las lectoras– respetan, sí, pero no comparten el tema o el modo de un amor –por ejemplo– entre seres de igual género. Sería una lástima, porque hablaría de otra fuerte carencia formativa. Muchos gais que aman la buena poesía, leen con placer ‘La voz a ti de-
bida’ de Salinas o ‘Cien sonetos de amor’ de Neruda (estupendos libros) aunque los textos vayan dirigidos a sendas mujeres. ¡Qué más da! Es calidad lo que prima, no masculino o femenino… Por eso voy a recomendar dos espléndidas novelas homosexuales (pero no sólo) y muy nuevas y buenas, porque conviene ensanchar el mundo y la visión. Ramdom House ha publicado la primera de esas novelas: ‘Lo que te pertenece’, la primera y muy madura obra
de un autor norteamericano, Garth Greenwell, nacido en 1978, y dedicada a un poeta español amigo que ahora vive en Iowa. La novela (aparecida en inglés en 2016) ha sido un éxito muy grande en esa lengua, porque responde a una estructura y un estilo fácil muy trabajados, que ahondan en relaciones humanas duras y dulces, en un obvio choque de culturas, porque hablamos de un joven profesor yanqui que llega a Bulgaria –a Sofia– y de su muy compleja relación con un chico
búlgaro, chapero a ratos, homosexual a ratos y con dificultades casi siempre, en un ámbito que queda muy lejos de ninguna asepsia fría. Mitko –el búlgaro– se hace un personaje grande y el tema queda lejísimos de como fue tratado aquí, hace años, en una novela divertida pero mucho más superficial, ‘Los novios búlgaros’ de Mendicutti. La otra novela que recomiendo es francesa y no es la primera de su autor, Philippe Besson (nacido en 1967) ya conocido en Francia pero muy
visto, lo supongamos. Pero aquí, más que de un punto final precipitado, lo riguroso sería hablar de intencionados puntos suspensivos con los que el autor nos cita para otra obra, ésta definitiva, con vocación de ser perfecta. Son los bocetos pictóricos, escultóricos; dibujos que no son sino fotografías de la infancia de la creación; instantes detenidos al brotar de la piedra, del mármol. El gran Miguel Ángel nos sirve para ilustrarlo. Ahí están los dibujos preparatorios para sus frescos. O sus muchas esculturas inconclusas y que Vasari, en sus ‘Vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos’, alabó porque «habiendo nacido de un súbito furor del arte, expresan la inspiración en unos pocos golpes», al contrario de las que se diría impecables porque quienes las esculpieron no supieron, cuando hubiera sido preciso, «levantar la mano de la obra». Ahora, sí, la rosa juanramoniana. Bien mirado, no existe creación literaria, plástica o mu-
SATURNALES LUIS ANTONIO DE VILLENA
poco entre nosotros: ‘Deja de decir mentiras’ –editada originalmente en 2017, hablo de novelas nuevas– publicada en español por La Caja Books, y que se presenta como autobiográfica. La mamá le decía al futuro novelista: «Deja de decir mentiras», pero la ficción se basa en cierta sutil forma de mentir. También en esta obra contamos con una
No existe creación literaria, plástica o musical completa porque sería monólogo y no diálogo entre el autor y el lector o espectador sical, completa porque sería monólogo y no diálogo –imprescindible en el arte– entre el autor y el lector o espectador; un diálogo que, al estar en nuestro terreno –con un libro abierto en nuestras manos, sentados en la butaca de un teatro, recorriendo la salas de una exposición–, despierta nuestra faceta creadora; es decir, agregamos imaginación a la imaginación ajena. Interpretar es crear; y la interpretación peculiar de una obra a lo largo del tiempo demuestra lo que usted y yo sabemos: que el arte y la literatura son inmortales. E invencibles.
estructura cuidada y sorpresiva y un relato nunca falto de emoción. El narrador (ya novelista) cree ver durante una entrevista a un antiguo amigo/amante de la adolescencia y lo busca. No es el amante, se parece sí, porque es su hijo. Así comienza el relato de un amor apasionado en tiempos de silencio, y de la vida libre del que se atreve a ser libre y de la desdicha del antiguo muchacho hermoso que sucumbe a la impiedad de los convencionalismos. Muy distintos escritores, Besson y Greenwell, dan una lección de calidad en un tema muy lejos de agotarse y –ello sí, lo aviso– en dos novelas excelentes, con éxito y limpiamente duras. Prometido.
12 LA SOMBRA DEL CIPRÉS
Sábado 24.11.18 EL NORTE DE CASTILLA
Director: Ángel Ortiz Coordinador: Chema Cillero
Obra de Yayoi Kusama expuesta en París durante la FIAC de 2013. :: AFP PHOTO/FRANCOIS GUILLOT
La tarea extenuante de estar vivo D
ejó escrito Henry Beyle que al salir de Santa Croce sintió tales palpitaciones, debido a la sugestión producida por la belleza estimulante a su alrededor, que sus sentidos se saturaron, la emoción desbordó los límites físicos del cuerpo y sintió que la vida estaba agotada para él. Fue así como el autor de ‘Rojo y negro’ brindó a la humanidad una descripción generalmente compartida de la superación sensorial. Acaso baste matizar que, en cualquier caso, el síndrome padecido por las almas sensibles a la belleza, como la de Stendhal (salvadas las excepciones que en el peor de los casos sean síntoma de algún problema médico más preciso), además de común, suele quedarse en
anécdota de turista neorromántico, fruto de una experiencia aguda y finita en un tiempo asumible por la memoria, capaz de reponerse pasado el tratamiento reparador de una sencilla siesta. Sin embargo, hay en la esencia de semejante reacción perceptiva un poso amargo que invade en mayor o menor grado crónico de gravedad la relación amorosa que mantiene el espíritu individual de no pocos creadores de dispares disciplinas con la realidad. No en vano el éxtasis y la alucinación son criaturas de la misma familia; como la mística y la locura, la eternidad prenatal y la muerte. La parálisis podría ubicarse cartográficamente en una bifurcación de la vida; un doble sendero imposible de si-
multanear; una elección que añade siempre una renuncia: si a Van Gogh la búsqueda inagotable de la belleza en cualquier detalle de la vida, por insignificante que fuera (y la constatación de que, en efecto, existe en todas partes) pudo arrumbarlo a un estadio de existencia insoportable, cómo no comprender la opción sacrificial alternativa que se expone ante semejante disyuntiva; esa que Yayoi Kusama escogió hace cuarenta
Kusama vive y pinta adscrita a la saturación y a la ocupación infinita de tiempo y espacio
años y que derivó en una existencia material, tutelada y dependiente de servidora mundana. La artista japonesa consume hasta el último hálito previsto en su vida para documentar una locura asumida y sobrellevada con estóica determinación desde que en los años setenta decidiera recluirse voluntariamente en un hospital psiquiátrico para tratar sus periódicas crisis mentales. Y debiéramos estarle agradecidos por elegir el camino quizás más pesaroso, ese que la condenó a soportar la estridente estimulación que le producen los sentidos y que es, a la postre, el modo de conocer la realidad y de conocerse a uno mismo. Al margen de la pasión que pueda despertar su estética pop, en la cumbre de la vene-
OVEJAS NEGRAS RAFAEL VEGA
ración (y también de la cotización gracias a un mercado artístico sincopado), la obra de Kusama es un alarido multidimensional y polisémico, el resumen polimorfo del grito de dolor que propicia la máxima intensidad de una caricia que acaba convirtiéndose en arañazo, la de un susurro que alcanza la estridencia, la de un abrazo que se torna aplastamiento. Kusama descubrió muy joven que no es ella quien entiende el mundo a través de los sentidos. Ella es la ventana al mundo atravesada continuamente por los estímulos sensoriales de una realidad sin medida que la disuelve en sus apariencias más extremas. Y vive, pinta y diseña sin descanso, adscrita a la saturación que sufre una naturaleza sumamente sensible a los estímulos, a la ocupación infinita del tiempo y del espacio para impedir el dominio bruno de la nada. Fernando Pessoa, que también anduvo dándole vueltas al asunto para coincidir literariamente con Kusama, escribió: «¿Quién soy yo para mí? Soy una sensación mía. Mi corazón se vacía sin querer como un balde roto / ¿Pensar? ¿Sentir? ¡Cuánto cansa todo, si es una cosa definida!»