SOMBRA CIPRES
NÚMERO 320 Sábado, 01.12.18
LA
DEL
En las entrañas del hombre Se cumplen doscientos años del nacimiento de Turgueniev, creador de personajes de una pieza, de humanidad estremecedora [P2]
Turgueniev, retratado por Iliá Repin en 1874.
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Pocos autores como Turgueniev –junto con Chéjov, el más moderno de los rusos decimonónicos– han logrado un estilo tan diáfano, capaz de trasparentar los entresijos de la psique de personajes de lo más variopinto
Un escritor nada superfluo P
or desgracia para el estado de la cuestión literaria el bicentenario del nacimiento de Iván Turgueniev (ahora se traduce como Turguénev, supongo que con más conocimiento de causa, pero sigo prefiriendo la manera en que lo conocí y leí por vez primera) ha pasado, y es una pena, casi desapercibido. Pocos escritores han logrado un estilo tan diáfano y al tiempo capaz de trasparentar los entresijos de la psique de personajes de lo más variopinto. A este respecto, el escritor Iakov Polonski, en una carta a Halpérine-Kaminski, lo retrata como «una naturaleza compleja. Su alma era la de un hombre, la de una mujer y la de un niño». Y Dovstoievski, que lo ridiculizara en ‘Los demonios’, tras visitarlo, le escribió a su hermano: «vengo de ver al poeta Turgueniev. Es genial, aristocrático, un muchacho guapo, rico, con talento, culto. No sé lo que puede haberle negado la naturaleza». Lo que no quita para que fuese una calamidad en sus relaciones amorosas, particularmente en lo que se refiere a su pasión imposible por la cantante casada Paulina García. La excepción que confirma la regla del escaso eco de la efemérides es la publicación de una de sus novelas cortas, de fondo autobiográfico, ‘Punin y Baburin’, aún inédita en español, por parte de la editorial Nórdica, que con anterioridad ha rescatado en sus bellísimas ediciones ilustradas ‘Diario de un hombre superfluo’, índice de su inseguridad vital. En el frontispicio del libro se reproduce, otro acierto indudable, el capítulo inicial de ‘Las inciertas pasiones de Iván Turguéniev’ el ensayo biográfico, a modo de relato cronológico, del especialista en autores de países eslavos Juan
FERMÍN HERRERO
Caracteriza magistralmente, sin maniqueísmo ni sensiblería, a sus criaturas Consigue mostrarnos las entrañas del hombre: lo máximo que puede alcanzar cualquier narrador que se precie
Eduardo Zúñiga, una biblia para adentrarnos en su vida y obra, que entrelaza espléndidamente. Muchos de los rasgos que han cimentado el prestigio internacional del narrador ruso están presentes en este relato, al modo cervantino, con el fin de dotarlo de verosimilitud, supuestamente escrito por Piotr Petróvich B., álter ego del autor, pues coincide la edad, doce años, que se le adjudica con la que tenía en la fecha de la que parte la historia: su mentada prosa cristalina; contención argumental hilvanada mediante atajos, sin digresiones; realismo muy conseguido, con derrotes románticos; linealidad con saltos temporales de años entre los capítulos; captación taxativa del turbio y levantisco espíritu de su tiempo; descripciones, en fin, pormenorizadas y sutiles, por ejemplo del jardín de la hacienda de la abuela del narrador, mujer dominante, casi tiránica y seguramente reflejo de su madre, en realidad, según Zúñiga, imagen del gran parque que rodeaba la casa materna y donde el propio novelista plantó un roble «que ha sobrevivido y que actualmente los visitantes admiran por su tamaño». Ni que decir tiene, igualmente, que Turgueniev caracteriza magistralmente, sin maniqueísmo ni sensiblería, con sus luces y sombras, a sus criaturas, personajes de una pieza, de una humanidad estremecedora. Tal es el caso de la pareja que encarna la dignidad y da título a la novela: el extravagante Punin, uno de sus habituales pobres de espíritu, «extraño y divertido», con un punto bufonesco, antes de su decadencia, vestido con andrajos pero con un poso cultural que lo convierte en presunto guía del adolescente protagonista, que ha sabido conservar la inocen-
cia y la bondad, la poesía, en definitiva; y el huraño Baburin, de aire armenio, republicano y filántropo en apariencia, vehículo de las ideas del autor sobre la necesidad de combatir los excesos autoritarios de los terratenientes, de prohibir los castigos corporales a los campesinos y de acabar con la intolerable esclavitud de los siervos durante el zarismo. De pronto, al aparecer la huérfana Muza, «una pequeña salvaje», me han venido a la cabeza los vaivenes sentimentales de Litvinov y la figura de la veleidosa y arrebatadora Sinaida desde la edición conjunta de ‘Humo’ y ‘Primer amor’, de bolsillo, en el ‘Club Joven’, con tapa dura y dibujos en su interior, que no he encontrado; se me ha debido de extraviar en alguna mudanza o bien no me la ha devuelto algún bachiller olvidadizo, porque donde debía estar continúan otros pequeños volúmenes de otra colección de Bruguera: ‘Libro Amigo’. Y tanto, me recuerdo vivamente imbuido en sus historias, acompañándolas con el alma en vilo, allí en los linares, antes de empezar el curso universitario, recién estrenada la veintena, con una luz espesa, ya casi otoñal, doramembrillos, recostado en un tronco de la olmeda que arrancaron y roturaron poco después a raíz de la concentración parcelaria y que si no hubiese liquidado la grafiosis, mientras con el rabillo del ojo vigilaba cada poco a las cuatro vacas que con su pachorra bovina daban buena cuenta de los orillos de la cacera, aquel año en que alternaba todo lo que pillaba en las librerías de Turgueniev y de Kafka. De mis lecturas de formación, al cabo autores de cabecera para siempre, son las que tengo más presentes, tal vez por la idéntica desolación, íntimamente ligada al final
de la adolescencia, que veía en ellos, y por la emoción que me embargaba entre sus páginas, con un algo cálido de fondo en el ruso, fría y decisiva en el checo. No sé bien lo que me atrapaba profundamente de los dos y que tanta huella me ha dejado, es probable que fuera esa melancolía desamparada que con aquella edad me consolaba –estaba por escribir alegraba, pero mejor no incurrir en hipérboles evitables– sobremanera y que, con el paso del tiempo, considero, sin llegar a los extremos de Santa Teresa, que la definía, más o menos, como «desarreglo de la razón», en cierto modo como una delectación en la pérdida y la murria. Posiblemente me atrajeran también, pienso ahora, el mantillo piadoso sobre el que se sustentan las tramas, el estoicismo de fondo, apreciable y citado a través de Zenón de Citio en ‘Punin y Baburin’, y la ambientación en el campo, en las vastas y sublimes estepas y taigas rusas. En fin, cada vez que vuelvo a Turgueniev –en este sentido, junto a Chéjov, el más moderno de los grandes escritores rusos decimonónicos– me reafirmo en su condición de maestro en el difícil arte de la novela breve que, a la larga, ha acabado imponiéndose como subgénero puntero en la narrativa actual, si bien –ya en la novela recién publicada en nuestro idioma Punin advierte que «todos buscan lo nuevo, ¡a todos les gusta la novelería!»–, a diferencia de muchas ‘nouvelles’ de moda, en la vanguardia sobre todo hispanoamericana, que desde la auto ficción acaban sumidas en un mero pasatiempo literario, el autor de ‘Padres e hijos’ consigue desde la sugerencia mostrarnos las entrañas del hombre: lo máximo que puede alcanzar cualquier narrador que se precie.
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Iván Turgeniev, fotografiado en Moscú en 1880.
Estrellas de un firmamento lejano SANTIAGO RODRÍGUEZ GUERREROSTRACHAN
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ecordaba Henry James en un ensayo que publicó en 1884 su amistad con Turgueniev en París. Era 1875 cuando llegó a París y se acercó a la calle Douai, cerca de Montmartre para visitar al novelista ruso. En el apartamento, que se encontraba en un segundo piso, en la habitación verde donde un sofá se enseñoreaba del espacio, lo recibió Turgueniev, alto y canoso. Nada daba a entender que allí vivía un escritor pues no había ni papeles ni libros ni útiles de escritura. James llegaba convencido de que del ruso le atraerían sobre todo sus novelas. Se encontró con una persona extraordinaria que hablaba inglés con corrección y que casi le doblaba la edad. Compartían un mismo interés por París y el cosmopolitismo, por el mundo femenino y por las novelas que creaban atmósferas. Cada uno a su modo eran escritores realistas, preocupados, también a su manera cada cual, con el mundo que los rodeaba, con eso que llamamos ‘las fuerzas históricas’ que mueven el mundo, quizás de manera más clara por parte de Turgueniev. A James le encantaba las horas que los dos pasaban en aquel apartamento parisino. No solo porque a Turgueniev lo trataba como a un verdadero novelista; al novelista ruso le agradaba contar el modo en que escribe. Solía comenzar con la fascinación que sentía por algún personaje, de quien elabora un perfil completo –de un modo cercano al de los detectives– para pasar, una vez que conocía su vida, a desarrollarla seleccio-
nando con cuidado los momentos y las situaciones novelísticas. Esto confirmó a James que su modo de escribir era correcto; también él comenzaba esbozando los personajes. Fue Turgueniev el que introdujo a James en el círculo de Gustave Flaubert tres semanas después de que se hubieran conocido. Ese domingo –pues Flaubert solía recibir en domingo– de diciembre de 1875 James llegó al Fauburg Saint Honoré acompañado por el ruso, y tras subir los cincos pisos, el mismo Flaubert les abrió la puerta. A Turgueniev lo abrazó, a James lo saludó con corrección y timidez. Acompañaban a Flaubert Edmond de Goncourt y Émile Zola. En ese salón se hablaba animadamente de literatura, de los últimos cotilleos parisinos, de los derechos de autor o del teatro y de la política. Allí el debate acerca de la moralidad artística no interesaba. Según Flaubert, una novela solo tenía que estar bien escrita, idea que, por supuesto, compartía James. A pesar de lo animado del salón, James prefería hablar con sus dos amigos a solas. En una ocasión Flaubert le habló de Théophile Gautier y leyó alguno de sus poemas de tema antiguo, recuerdo de tiempos pasados, envejecidos, amarillentos ya. James consideraba ‘Madame Bovary’ la mejor novela de su autor,
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Turgueniev y James compartían un mismo interés por París y el cosmopolitismo
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CARLOS AGANZO
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En las raíces del nihilismo U
n buen químico «es mucho mejor que veinte poetas juntos». Eso le dice el joven Bazárov a su oponente, Pável Kirsánov, el veterano militar hermano de su anfitrión, en una de sus encendidas disputas en la Hacienda de los Solterones. Antes de batirse en duelo no por la controversia ideológica, sino más bien como consecuencia del flirteo con una mujer del ser-
vicio. De todas las novelas de Iván Turgueniev, seguramente la más reveladora es ‘Padres e hijos’, publicada en 1862, en plena efervescencia de la juventud nihilista rusa. Turgueniev aprovechó el momento de una cierta relajación de la censura, durante el reinado de Alejandro II, para publicar esta obra, que pone en evidencia el enfrentamiento entre los viejos románticos rusos, pertenecientes a la
generación anterior, y los jóvenes ‘raznochinets’, los prerrevolucionarios que nutrirían la famosa ‘intelligentsia’ que propició el cambio de régimen. Poesía caduca y refinamiento decadente como expresión máxima, a ojos de los universitarios, de una sociedad opresora, hipócrita, supersticiosa y atrasada con respecto a Europa, como se había demostrado con sangre en la derrota de Crimea.
Cuando se publicó ‘Padres e hijos’, sin embargo, lo único que recibió Turgueniev en su país fueron críticas. La izquierda estaba molesta porque el texto se había publicado en el periódico conservador ‘El Mensajero Ruso’, y sobre todo porque el joven revolucionario Bazárov, que con tanto ímpetu irrumpía en la novela, terminaba mostrándose al final como una especie de cínico sentimentalón.
Y la derecha pensaba que, con la crítica de las costumbres de la rancia nobleza zarista, el escritor no hacía otra cosa que dar alas a los nihilistas. No era la primera vez que Turgueniev era víctima de tales contradicciones. Cuando publicó ‘Memorias de un cazador’, diez años antes, una serie de relatos en los que refleja la vida de los campesinos rusos con el pretexto de sus excursiones cinegéticas, al zar Alejandro II le impresionó tan vivamente el retrato que propuso incluir al escritor en la comisión redactora del edicto real que promulgaría la liberación de los siervos. Una influencia que los críticos han comparado con la que ejerció ‘La cabaña del Tío Tom’ con respecto a la esclavitud americana. Por aquel entonces, sin embargo, Turgeniev tuvo la ocurrencia de publicar su célebre obituario del subversivo Gógol en ‘La Gazeta de San Petersburgo’, y sus palabras le costaron un mes de prisión y dos años de destierro. Y la reforma, por cierto, fracasó, ya que la descompensación entre personas y tierras liberadas provocó más miseria, más hambre y más sufrimiento entre las clases deprimidas.
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Estatua de Turgueniev inaugurada en el 150 aniversario de su nacimiento en la ciudad rusa de Oriol. :: EL NORTE
quizás con la excepción de ‘Bouvard y Pécuchet’. De Turgueniev –a quien leyó en francés en un primer momento– admiraba ‘Memorias de un cazador’, ‘Suelo virgen’ y algunas de las novelas cortas como ‘Primer amor’. Eran los tres cosmopolitas; Turgueniev y James, además, extranjeros en tierras que los acogieron. Tuvieron la desmesurada ambición de vivir en la literatura y escribir novelas que fueran compendio de su época y reflejaran la densidad de la experiencia humana en sus más variados aspectos. Aceptaron un destino solitario por amor a su trabajo, a la página escrita con la perfección del maestro, cincelada, por así decir, en el más exacto lenguaje. Flaubert escribió dos novelas, ‘Madame Bovary’ y ‘La educación sentimental’, que fueron modelos ineludibles desde entonces. Turgueniev exploró con perspicacia las causas y consecuencias del nihilismo en Rusia y la pérdida de las ilu-
Cuando escribió ‘Padres e hijos’, Turgueniev ya vivía más tiempo en Alemania y en Francia que en Rusia. Ser considerado el más occidental de los escritores rusos de su tiempo le valió, de hecho, una cierta rivalidad con algunos de sus grandes contemporáneos. Tólstoi, de regreso de la Guerra de Crimea, pasó por Francia y se alojó en la casa de Turgueniev en Bugival, y recibió de éste el siguiente consejo: «La carrera militar no es la suya, escoja otro destino, su arma no es la espada, sino la pluma». Sin embargo, y aunque luego se disculpó por ello, en 1861 el autor de ‘Guerra y paz’ le retó públicamente a duelo. Dostoievski, por su parte, dedicó su discurso, en 1880, con motivo de la inauguración de un monumento a Pushkin, a hablar de su reconciliación con Turgueniev, al que había convertido en personaje de farsa en ‘Los demonios’. «Amigo, vuelve a la literatura», dicen que dijo este último, en su lecho de muerte, con respecto a Dostoievski. Antes que teórico o ideólogo, Turgueniev fue un gran observador literario. Mostrando las contradicciones de su época consiguió esquivar la censura y, sobre todo, anunciar para el que lo supiera leer los cambios que vendrían a continuación. Desde el paternalismo de su situación acomodada, tenemos la tentación de decir hoy, pero con una verdad que resulta iluminadora.
siones de la juventud; James se centró en el destino de los americanos que vivían en Europa y en el modo en que la vida huye dejándonos un regusto amargo. En gran medida, hicieron de la segunda mitad del siglo XIX la época dorada de la novela –que se prolongó en las tres décadas de la centuria siguiente. Ahora cuando la novela es un género caído en desgracia y descrédito, son el testimonio de otro tiempo, perdido ya, quizás peor que el nuestro en su conjunto pero en el que dedicar una vida a la escritura y a la lectura tenía aún sentido.
Flaubert, Turgueniev y James tuvieron la desmesurada ambición de vivir en la literatura
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Bernardo es el caso que reafirma el valor didáctico y moral y liberal de las altas, espléndidas compañías
Bernardo Bertolucci posa para los fotógrafos en el Festival de Cine de San Sebastián de 1996. :: EL NORTE
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os que tienen mi edad o algo más, claro, aún los vimos activos. Esa triada impresionante del cine italiano, tras el neorrealismo y finalizando el siglo XX: Visconti, Fellini y Pasolini, el más joven y el primero en morir asesinado. Bernardo Bertolucci (19412018) era hijo de un poeta notable, Attilio Bertolucci, que le hizo crecer rodeado de grandes de la cultura italiana: de Moravia a Elsa Morante pasando por el propio Pasolini, una de las confesas admiraciones de Bernardo, que empezó pu-
Bertolucci y el gran cine italiano
blicando un libro de poemas, para pasar (en 1964) al cine. Bertolucci cineasta es un personalísimo seguidor de la alta triada dicha, a la que pueden sumarse toques estéticos de Franco Zeffirelli –viejísimo ahora, antiguo ayudante de dirección de Visconti– que no es ningún genio, como los otros, pero sí un hombre de refinado gusto. (Véase incluso ‘Un té con Mussolini’). Creo yo, que la primera gran película de Bernardo Bertolucci es ‘La estrategia de la araña’ (1970) inspirada en un cuento de Borges. Pero el público recordará
SATURNALES LUIS ANTONIO DE VILLENA
más las grandes épicas de signo muy diverso, como la muy larga ‘Novecento’ –en España se estrenó en dos partes– o ese filme bellísimo y triste que es ‘El último emperador’ (1987). Bertolucci abundó en inquie-
tudes existencialistas, y ellas marcan su obra más falsamente escandalosa, ‘El último tango en París’ (1972) con el mítico Brando, pero también la novela de Paul Bowles (que todavía vivía) ‘El cielo protector’ de 1990, que es un encomio exotista de la famosa ‘huida hacia adelante’, clásica en muchas angustias. Con Bernardo Bertolucci se ha ido el último genio de una época. Pero ya que repasábamos, no debemos olvidar –porque da al menos dos grandes películas– su veta más radicalmente intimista, en obras como ‘La luna’ (1979, con un explícito homenaje a Pasolini) que gustó poco a los comunistas, pero que retrata con belleza la peculiar relación de una madre famosa y un mimado adolescente, su hijo. Como es intimista (Mayo del 68 dentro de un gran piso parisino) su última gran película, ‘Soñadores’ (2003) con tres hermosos jovencitos, dos chicos y una chica. Ocurre todo. Política también. Y lo que vemos en las calles rebeldes e incendiadas –algunos, pocos planos– lo realizamos en las relaciones de los tres protagonistas que descubren, en ellos mismos, la anchura de la libertad y el dolor de sus límites. Visconti, Fellini, Pasolini (incluso Zeffirelli) y ahora, unido al grupo, el ya perdido esplendor de Bernardo Bertolucci. Hay quienes dudan del valor de una educación buena y alta, Bernardo –hijo del poeta Attilio, amigo de Montale– es el caso que reafirma el valor didáctico y moral y liberal de las altas, espléndidas compañías.
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ería una obviedad decir que una exposición busca la mirada del espectador. Pero sirve para establecer una diferencia con aquellas exposiciones que, además, literalmente interpelan al posible visitante: le provocan, le invitan a abandonar ese lugar indeterminado del que tanto se habla (hasta el cansancio) y que alude a su ‘zona de confort’. Indeterminado incluso para el aque lo habita. Desde mediaodos de septiembre una expoa’ sición de estas últimas ‘grita’ n. en las salas del Musac de León. a’ ‘Todos los tonos de la rabia’ éreúne una selección de ‘Poéticas y políticas antirracistas’ surgidas de los talleres de 25 artistas procedentes en su mayoría de España y América Latina, aunque también de Estados Unidos, Alemania, Rumanía y Líbano. La muestra nos invita a cuestionarnos nuestros puntos de vista, nuestra perspec-
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Arte, acción y pensamiento contra el racismo abstracciones privadas ANGÉLICA TANARRO
Una veintena de artistas y colectivos se ponen en pie de guerra en el Musac contra la pervivencia de discursos colonizadores
tiva occidental y de género, el poso de racismo que pueda subsistir en los pliegues de nuestra educación eurocéntrica. Por medio de instalaciones, fotografías, vídeos, performances, dibujos y pinturas se reivindica una manera de estar en el mundo alejada de la «visualidad blanca, masculina, heterosexual e históricamente racista» para abrir espacios a «creaciones y relatos negros, árabes, del este y latinoamericanos que revelan, desde el antirracismo político, la pervivencia del orden colonial y ponen en evidencia la falsa neutralidad de la ideología euroblanca», como proponen los organizadores. La exposición, que ha sido comisariada por Carolina Bustamante Gutiérrez (Bogotá, Colombia, 1983) y Francisco Godoy Vega (Santiago de Chile, 1983) y estará en el museo de León hasta el 13 de enero, nos presenta una manera diferente de entender la vida, la política, los afectos,
la sexualidad o el ecologismo. Simplemente cambiando la perspectiva. Varios elementos indican al visitante que está ante una muestra distinta, en la que la personalidad del ‘abajo firmante’ queda soslayada por el ánimo colectivo del proyecto. La disposición de las obras contribuye a cierta difuminación de la autoría, al tiempo que subraya su carácter de acción. Acción colectiva que traspasa las fronteras geográficas y de género, de tiempo y lugar, pero sobre todo las fronteras mentales. Ese carácter activo que es evidente en los audiovisuales (a menudo documentales de acciones performativas) se contagia a las piezas ‘estáticas’. Algo llama desde los carteles, algo invita desde las fotografías, algo nos conmueve e incluso nos incomoda en las instalaciones. Simplemente porque nos pone ante un espejo en el que se refleja otra imagen de nuestro
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Vista de la instalación ‘Arquitectura de las transferencias’ (2013), de Ingrid Wildi Merino. A la derecha, ‘La Virgen Barbie’ (2010) del colectivo Mujeres Creando y obra de Yos Piña. :: MUSAC
A la derecha, ‘No basta un pedazo de tierra’ (2012), de Nadia Granados /La Fulminante. Debajo, ‘La amazonía no se vende’, de Will Yakome, y ‘World equals Wound’ (2017), de Jota Mombaça. :: MUSAC
mundo. O porque nos invita a mirar lo que una vez consideramos ‘normal’ desde un ángulo en el que esa ‘normalidad’ nos avergüenza. ‘Activista’ es también un concepto presente en buena parte de los currículos de los artistas representados, donde, además de los aspectos puramente creativos en los campos de la plástica o la literatura y su enseñanza, encontramos ocupaciones como la sociología, la educación antirracista, la edición, la coreografía, el diseño, la curandería e incluso el ‘trabajo sexual’.
tra concede un papel importante al lenguaje que, como estructura de formación del pensamiento, es una de «las industrias de la colonización, de ahí la supresión de las lenguas indígenas que sufrieron los pueblos colonizados». El montaje propone un recorrido por cuatro secciones cuyos títulos son suficientemente esclarecedores: ‘Crecer en un mundo blanco’, ‘Zoológicos de monstruos’, ‘La vida erótica del racismo’ y ‘No esperaban que sobreviviéramos’. Planteadas como un ciclo vital hacen referen-
Rabia contra el maltrato El título de esta reivindicación colectiva y trasnacional, ‘Todos los tonos de la rabia’ procede del poema ‘Shades of Anger’ de la escritora libanesa-palestina Rafeef Ziadah. La rabia es la que provoca el maltrato colonial (consciente o inconsciente) y sus formas de exclusión y violencia. Toda la mues-
El título, ‘Todos los tonos de la rabia’, procede del poema ‘Shades of Anger’ de la libanesa-palestina Rafeef Ziadah
cia también a la concepción circular del tiempo en el pensamiento andino, para los creadores de la muerte ese «vivir el pasado en el presente» significa la perpetuación de los procesos de colonización. En la primera sec-ción se encuentra laa pieza más antigua de la muestra: el vídeo ‘Me gritaron negra’, de Celia Santa Cruz. También Rubén H. Bermúdez hilvana recuerdos de su infancia española en el apartado ‘Y tú, ¿por qué eres negro?’. Por su parte, el colectivo Mujeres Creando reniega la maternidad de la Virgen porque consideran que el Dios cristiano es un «Dios Blanco, colonizador y conquistador». Esta primera sección vinculada al nacimiento y por tanto a la infancia plantea actividades para los más pequeños, al tiempo que enseña
tempranas formas de resistencia. En la segunda, ‘La vida erótica del racismo’ se recupera una frase de Frantz Fanon, revolucionario y pensador caribeño, que afirmaba, «Cuando se me quiere, se me dice que es a pesar de mi color. Cuando se me odia se añade que no es por mi color… Aquí y allí soy prisionero». En este apartado algunas acciones recuperan una sexualidad en relación con la naturaleza, al tiempo que en otras se protesta por la ‘exotización’ del cuerpo ‘racializa-
d Yos Piña revierte la do’. homosexualidad de los proyectos independentistas a través de la figura de Simón Bolívar. El tercer capítulo de la muestra ‘Zoológicos de monstruos’ se refiere al imaginario que en torno a los indígenas construyeron los cronistas y dibujantes europeos como seres monstruosos y animalizables. Se incluyen proyectos performativos como el realizado por el colectivo Terrorismo Teatral Migrante que recupera la memoria de los zoológicos humanos. Su obra dialoga con la performance ‘The couple in the cage’, que fue inaugurado en la Plaza de Colón de Madrid en 1992. En la acción Coco Fusco y Guillermo Gómez Peña se hacen pasar por presuntos indígenas recién descubiertos que se exhibían en una jaula en plena calle y lograban desconcertar al espec-
tador sobre la veracidad de su existencia. Por último, ‘No esperaban que sobreviviéramos’ cierra el ciclo vital con obras que recuperan genealogías no occidentales de producción de conocimiento. En este espacio mientras Lucía Egaña propone un ejercicio de venganza contra la bibliografía machista y racista de clásicos pensadores europeos, Ingrid Wilde homenajea mediante una gran instalación compuesta por retratos de gran tamaño a 99 pensadores del Sur global que a través de sus planteamientos políticos o de sus obas de creación han iluminado propuestas contra el racismo en Occidente. El Musac una vez más propone un proyecto que mueve a la reflexión a través de una exposición valiente y provocadora en un momento en que tanto en Europa como en América se vuelve a sentir la amenaza del racismo.
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LECTURAS
LOS LIBROS O LA VIDA Juan Bonilla publica ‘La novela del buscador de libros’, de mayor interés autobiográfico que ensayístico JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN
A
rmando Palacio Valdés tituló sus memorias de infancia y adolescencia ‘La novela de un novelista’, Rafael Cansinos Assens su diario de las primeras décadas del siglo XX ‘La novela de un literato’. Siguiendo su ejemplo, Juan Bonilla titula ‘La novela del buscador de libros’ a su más reciente publicación, que tampoco es una novela. En los tres casos el término ‘novela’ no se refiere a un género literario, sino que se utiliza en la acepción coloquial de peripecias autobiográficas más o menos fantaseadas, como en la expresión «mi vida es una novela». ‘La novela del buscador de libros’ es una miscelánea que no se presenta como tal. Buena parte de los capítulos que la integran ya habían sido publicados –en el volumen colectivo ‘Los otros libros’, en Biblioteca en llamas– o dados a conocer en conferencia o en el pregón de alguna feria del libro. Indicarlo en el volumen no habría sido una innecesaria precisión acadé-
mica, como tampoco resulta una mera precisión erudita señalarlo ahora. Entre el volumen que llega a las librerías y el original del autor, está la labor de muchos profesionales. Uno de ellos es el editor, en el sentido inglés del término, habitual en las grandes editoriales del mundo, pero en las españolas casi reducido a los best seller. Juan Bonilla no es el mejor editor de sí mismo. La referencia del título a «la novela», la falta de títulos en los capítulos (incluso en los que lo tenían en la primera publicación), la ausencia de índice dan a entender engañosamente al lector que nos encontramos ante un tratado sobre la bibliofilia o el coleccionismo de libros, ante una obra que debe leerse comenzando por el principio y que va avanzando hasta llegar al fin. Nadie –o casi nadie: yo lo he hecho– será capaz de una lectura así. Le desanimarán las continuas repeticiones, las retahílas de obras sin demasiado interés, pero que el autor daría al parecer cualquier cosa por tener en su biblioteca, ciertos errores que dan fe de que ni el mismo autor ha hecho esa lectura de conjunto de sus trabajos dispersos. Baste un ejemplo de sus descuidos: cuando enumera algunos de los tesoros de su biblioteca se refiere al ‘Jardín de senderos que se bifurcan’, de Jorge Luis Borges, y añade «que conserva su faja publicitaria, roja, ¡anunciándolo como una obra maestra del relato de terror!». Pero da la casualidad de que ese es uno de los libros cuya cubierta apa-
Juan Bonilla. :: OSCAR CHAMORRO rece en las ilustraciones y ahí podemos leer la faja publicitaria: «Una muerte simbólica, una biblioteca infinita, una lotería implacable, un libro que abolirá la realidad». Más adelante, cuando se vuelva a aludir a la obra de Borges (todo se repite en este libro) ya se citará correctamente. Una lástima la pésima ‘edición’ –no me refiero al aspecto material– de este libro porque contiene páginas espléndidas. Cito algunas dándoles el título que tuvieron en la primera edición e indicando entre paréntesis las páginas que ocupan en esta nueva: ‘Libros de viejo, Sevilla, principios de los noventa’ (113-129), ‘La calle de los libros (buscando libros viejos por Latinoamérica)’ (131-151), ‘Una libre-
LA NOVELA DEL BUSCADOR DE LIBROS Juan Bonilla. Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2018.
ría en Bogotá’ (160-168), ‘18 millas de libros’ (169-178). ‘Una librería en Bogotá’ –otro título posible sería ‘Una librería en un burdel’–, podría formar parte de cualquier antología de relatos de Juan Bonilla, un maestro en el géne-
ro de la autoficción o del ensayo-ficción, al que sin duda pertenecen algunos de los mejores pasajes de este volumen. Sospechoso resulta que hable largamente del «libro más bonito» que tiene en su biblioteca –un libro de cromos sin cromos encontrado en el mercado de San Carlos de Tegucigalpa– y no reproduzca ninguna de sus páginas en las ilustraciones. Lo que ‘La novela del buscador de libros’ tiene de reflexivo, de ensayístico resulta de bastante menor interés que las páginas autobiográficas y viajeras. Una idea repetida –uno de los núcleos conceptuales del volumen– es que los libreros de viejo son los mejores, o los más temibles, críticos literarios. Y cita, como
ejemplo, el catálogo número 100 de la librería Renacimiento que «puso en su sitio» a los poetas españoles de las últimas décadas, valorando en muy poco –es ejemplo que pone Bonilla– a las primeras ediciones de Ullán, entonces un poeta bastante apreciado por los suplementos culturales. Muy ingenuo hay que ser para pensar que el precio de un libro en una librería de viejo –o en una librería anticuaria, para decirlo más pretenciosamente– tiene que ver con la calidad literaria del mismo y no con la escasez de ejemplares en el mercado y la mucha o poca demanda. Arremete Bonilla contra la enseñanza universitaria, que impone un escalafón entre los autores, lo mismo que hacen
LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
EN SU PUNTO DE… FRESCURA, JUEGO E INTERACCIÓN :: SUSANA GÓMEZ Es un álbum ‘cocinado’ para degustar con los cinco sentidos. La receta: un libro-objeto de los de verdad, que invita a lavar; cortar; aliñar; reconocer ingredientes y utensilios de cocina; agitar; poner (a hervir y del revés); tocar;
abrir; cerrar; oler; mezclar; amasar; pulsar; sacudir; mover; girar; espolvorear; sacar el gusano de la ensalada; llenar las páginas en blanco que abren el álbum… y cocinar, jugar, ver y leer. Todo ello condimentado con ilustraciones saturadas de color,
onomatopeyas, guiños y apelaciones al lector, sabor e interacción a manos llenas (y muy, muy fresca). Es así como las páginas se convierten en encimera de cocina; las esferas en sartenes a punto de fritura; el álbum en libro-juego; la geometría de los
PATATAS ÑAM-ÑAM Yara Kono. Editorial Coco Books. 36 págs. 16 euros. Edad recomendada: a partir de 3 años.
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Buena parte de los capítulos ya habían sido publicados. Indicarlo no habría sido una innecesaria precisión académica
premios oficiales como el Cervantes (que obtuvieron, por cierto, José García Nieto o Dulce María Loynaz, bien lejos de cualquier canon). Está en su derecho al preferir la poesía de Julio Mariscal Montes a la de José Ángel Valente, pero no al atribuir el mayor predicamento del segundo a una conspiración de los medios oficiales. El canon es producto del consenso entre muy diversas instancias –críticos, editores, lectores– y no se puede imponer artificialmente. Julio Mariscal Montes es un poeta apreciable –Juan Bonilla le dedica un capítulo y se refiere a él en multitud de ocasiones– pero juega en otra categoría poética (y no digamos intelectual) que Valente, Gil de Biedma, Claudio Rodríguez o incluso Caballero Bonald. «Empecé a buscar libros inencontrables en las cuevas de los libreros porque no había otro sitio donde buscarlos», escribe Bonilla. Pero si uno lo que quiere es leer libros, hay otro sitio donde encontrarlos: las bibliotecas públicas. Sorprende que no se encuentre ni una sola mención a ellas en esta obra que a ratos parece protagonizada más por un obsesivo coleccionista de libros valiosos o no (a menudo son simplemente curiosos) que por un verdadero lector. O por un aspirante a librero de viejo,
objetos en ollas y cazuelas que borbollonean de disfrute y actividad. Y en su punto preciso de sal, azúcar o lo que haga falta, entre ralladuras de limón, sonidos, tomates, movimientos, levadura, gestos, ensaladeras, humor, batidoras, harina de trigo… se derraman menús y sencillas recetas para poner en práctica, al tiempo que ‘Patatas ñam-ñam’ hornea platos y recoge guindas como un lugar en la Exposición de Ilustradores en la Feria del Libro Infantil de Bolonia, la selección del Premio Nacional de Ilustración o la recomendación en el Plan Nacional de Lectura de Portugal.
que es en lo que las circunstancias de la vida convirtieron a Juan Bonilla durante un tiempo. Juan Bonilla es un escritor ingenioso, pero el ingenio tiene sus limitaciones. El libro en papel, por citar un ejemplo, le parece «la evolución natural del libro electrónico, la versión mejorada por el ingenio de los artesanos y por las necesidades de los usuarios de un instrumento que había nacido felizmente pero que podía resultar más idóneo gracias a la extraordinaria ocurrencia de separar el texto en páginas distintas». Y sigue con que si el texto en la pantalla es «líquido», esto es, «se liquida» (sic) y con que sería mejor que cada texto dispusiera de su propio espacio (sí, se nos ocurre decir, mejor que una enciclopedia ocupe una pared entera a que quepa en un manejable portalibros, esto es, en el llamado libro electrónico). «El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona», afirmó Hölderlin. Juan Bonilla, uno de los grandes cuando se mueve entre el reportaje, la memoria personal y la ficción, se convierte en un periodista convencional cuando divaga sobre la enseñanza de la literatura, la investigación universitaria, la bibliofilia o el manido tópico –sin fundamento alguno– de que los poderes públicos se esfuerzan por alejar de los libros a los ciudadanos porque así son más manejables. En ‘La novela del buscador de libros’ está mucho del mejor Juan Bonilla. Y, entremezclado con ello, inanes y reiterativas divagaciones. Un rigurosa labor de edición –imprescindible cuando se trata de reunir ocasionales trabajos dispersos– habría evitado que lo segundo desluzca lo primero.
HIJA DE LA JUVENTUD LEJANA Rafael Morales reúne en ‘Manual de nocturnos’ sus dos poemarios editados hasta la fecha JORGE DE ARCO
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upo Platón, muchos siglos atrás, del valor real del diálogo, de la imprescindible virtud que derivaba del lenguaje y su capacidad de interacción entre infinidad de sujetos. Ello, unido al hecho de que recomendase la poesía –junto a la gimnasia y la música– como mejor forma de alcanzar una visión totalizadora de la esencia de cada cual, da cuenta de la trascendencia que el filósofo heleno concedió a la comunicación lírica y oral. Y he recordado estas reflexiones platónicas al hilo del ‘Manual de nocturnos’ de Rafael Morales Barba (1958). Porque en el discurrir de sus páginas hay un incesante intercambio de correspondencias, una figurativa conexión que aproximan al autor y al lector a través de un idioma adscrito al entendimiento común. Se reúnen en este volumen los dos poemarios editados hasta la fecha por el autor madrileño: ‘Canciones de deriva’ y ‘Climas’. «Su origen es antiguo en su primera redacción, hacia 1980-1990 el primer libro y entre 1985 y el 2000 el segundo», afirma el propio Morales Barba en
Rafael Morales Barba. :: EL NORTE sus palabras previas. Tres décadas, al cabo, para una obra breve e intensa, insurrecta y subjetiva, y constituida desde una jerarquía de efervescente connotaciones, de introspectivos significantes: «Y donde todo aún más incierto se hace,/ donde plumas y griterío del mundo/ inestable hiere, llegan/ y me alcanzan las inexactitudes en la linde/ de lo mortal/ soportable…/ Mas entonces/ de tus labios/ inexactos brota inclemente/ el deseo,/ y en ese tiempo sin cómputo ni espacio/ adivinan los míos que sobrevivir no importa». La exploración sistemática a la que el yo somete su intención y su anhelo deriva en una fiel ortodoxia de la dicción, determinante, además, del carácter indisciplinado del discurso. Sabe el poeta que cuanto no es dúctil no puede
LAS COSAS NO SON SIEMPRE LO QUE PARECEN :: S. G. «En este lugar, las cosas no son siempre lo que parecen». Este ‘proverbio del bosque’ cierra y permea un relato bien armado, en el que texto e imágenes juegan a ofrecer mensajes distintos, al tiempo que arrojan perspectivas (y narraciones) diametralmente opuestas. Será precisamente en esta doble textualidad (suerte de espejos duplicados que es el fruto de
la natural y constante distorsión de las miradas diferentes) donde radica su mayor acierto. Porque mientras Lobita y Lobito piensan cómo les gustaría la charca a los cerditos (qué raro, no andan por allí); intentan encontrar a las ovejas para compartir divertimentos (¿dónde se habrán metido?); juegan al pilla-pilla y al escondite con el perro pastor; ayudan a bajar a la pequeña de
LOBITOS José Carlos Román y David R. Lorenzo. Editorial Narval. 36 págs. 14,50 euros. Edad recomendada: a partir de 3 años.
ser materia vital, pues en la precariedad de la existencia radica la estatura de lo perdurable. Y así, su verso acentúa el interior y el exterior del azogue, el mnémico tránsito de una experiencia perpetuada sobre un espacio finito: «Fue un alivio el ayer/ tan llu-
MANUAL DE NOCTURNOS Rafael Morales Barba. Manual de nocturnos. Lastura. Toledo, 2018. 190 págs. 13 €.
la caperuza roja de la rama del árbol (¿cómo habrá llegado hasta ahí?)… las ilustraciones van tejiendo otra urdiembre narrativa, esa que muestra que el resto de los habitantes del bosque de los siete senderos parece ver las cosas de otro modo. Y es así, con el uso de puntos de vista disímiles en texto e imágenes, como el álbum va construyendo (sencilla, fácil, sutil y certeramente) dos relatos contrapuestos, cuyo principal divertimento es, más allá de toda aventura de los protagonistas, la de los vericuetos que proporcionan los mundos literarios construidos cuidadosamen-
vioso,/ borrando el horizonte (…) Mientras llaga el sol con el alba hasta el agua/ la diluye y tiñe, a ti/ extranjero de oscuras soledades/ contemplante/ del horizonte curvo,/ todavía». El verso desnudo y crepuscular del poeta le sirve para reconocerse en una hilera de sentidos sobre los que va cimentando su desobediencia. La lógica de su argumento se enfrenta con lo distintivo de la delectable razón. De ahí, que la potencial complicidad con la que el tiempo grafía sus adentros se asocie a una identidad innata, subversiva. La soledad que acontece en su imaginario se torna semilla versal, inventario de un mismo aliento. No en vano, en su citada introducción, el mismo poeta incide en que es esta «una poesía hija de la juventud lejana y de la primera madurez». Por eso, desde el alto talud de la acordanza, el sujeto lírico intente recuperarse y explicarse, tutelar, en suma, una verosímil sincronía consigo mismo: «Horas convulsas, heridas hondamente/ hasta el fondo del aire/ del lazo de la luz/ la figura y el mimbre de aquel sueño/ con la tarde entreabierta/ (invertebrada),/ con su leve/ presencia». Un hálito de desasosiego, de mortal desamparo pareciera bordear los límites de estos poemas de latido voraz. Pero tras los oscuros ocres, las flotantes sombras que tiznan de silencios estos textos, puede hallarse una voz concentrada en desprenderse de las esquirlas cotidianas, un grito que reclama un asombro sanador, una esperanza tentadora que ordene la luz futura, la nostalgia del alba «en el beso tardío».
te: dos narradores poco fiables por su misma ingenuidad, que cuentan a través de sus ojos un día de primavera en el bosque de los siete senderos. Y es que, ya lo dice papá lobo, “las cosas no son siempre lo que parece, y a veces… ¡en el bosque hay animales muy peligrosos!”.
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LOS LIBROS MÁS VENDIDOS FICCIÓN Yo, Julia. Santiago Posteguillo (Planeta) Tú no matarás. Julia Navarro (Plaza&Janés) Memorias de una salvaje. @Srta. Bebi. (Planeta) Finales que merecen... Albert Espinosa. (Grijalbo) La hija del relojero. Kate Morton (Suma) Yo soy Eric Zimmerman II. Megan Maxwell. (Esencia)
USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA
PERIODOS DE TIEMPO Y SUS DERIVADOS cuadrienal): se habla de planes cuatrienales (los que duran cuatro años) y de eventos de periodicidad cuatrienal (que tienen lugar cada cuatro años). Referido a este intervalo de tiempo no está en funcionamiento el adjetivo cuatrianual (que designaría lo que sucede cuatro veces al año) porque trimestral cubre completamente sus rasgos significativos. Un quinquenio –o un lustro– es un periodo de cinco años. De lustro deriva lústrico (‘de un lustro’), registrado con la marca lit. (literario) o poét. (poético) en los diccionarios; y de quinquenio deriva el
No tenemos nombres para los periodos de ocho y nueve años. Sí existen para el periodo de diez años (decenio)
adjetivo quinquenal, aplicado a lo que se repite cada cinco años (revisión quinquenal) o a lo que dura cinco años (plan quinquenal, carrera quinquenal). El sexenio es el periodo de seis años. El diccionario académico registra sexenal para designar tanto lo que sucede o se repite cada sexenio como lo que dura un sexenio. ¿Cómo llamar a lo que ocurre, tiene lugar o se da seis veces al año? Diremos que tiene una periodicidad bimestral (‘que se repite cada dos meses’). El periodo de siete años se denomina septenio. Los diccionarios no registran el adjetivo correspondiente, es decir, no hay forma sintética registrada para designar lo que ocurre cada siete años ni lo que dura siete años. Tampoco tenemos nombres para los periodos de ocho y nueve años. Sí existen, en cambio, para el periodo de diez años (decenio), para el espacio de quince años (quindenio), para el de cien años (siglo y centenario) y para el de mil años (milenio o milenario). El adjetivo correspondiente a decenio es decenal (que se repite cada decenio o que dura un decenio) y el que corresponde a quindenio es quindenial (que sucede o se repite cada quindenio o que dura un quindenio). Tampoco tenemos formas sintéticas para referirnos a lo que ocurre cada cien años o cada mil años. En algunos puestos de trabajo los trabajadores perciben un complemento que se añade a su salario por cada periodo de años de servicio o por otras actividades reconocidas. La cantidad aumentada se denomina bienio si se percibe por cada dos años de servicio activo en una empresa o entidad; trienio si se percibe por cada tres; cuatrienio por cada cuatro; quinquenio por cada cinco; y sexenio por cada seis.
LO VAS A LEER
ada periodo de tiempo tiene su propia denominación. Lo normal es tomar como unidad el día, el mes o el año. El periodo de siete días es una semana, un septenario o una hebdómada. Cada una de las doce partes en que se divide el año es un mes. De aquí derivan semanal (que sucede o se repite cada semana; que dura una semana), semanario (que sucede o se repite cada semana; periódico que se publica semanalmente), mensual (que sucede o se repite cada mes; que dura un mes), mensualidad (sueldo o salario de un mes; cantidad que se paga mensualmente por una compra aplazada o un servicio recibido). El periodo de dos años es un bienio. De esta palabra deriva el adjetivo bienal, aplicado a lo que se hace o se repite cada dos años (una feria, unas elecciones) o a lo que dura dos años (un contrato, un máster, una planta). Como nombre femenino, bienal designa una manifestación artística o cultural que se celebra cada dos años (La Bienal de Venecia, por ejemplo). El adjetivo bienal no debe confundirse con bianual (que ocurre, se hace o se repite dos veces al año). Trienio designa el periodo de tres años, de donde derivan los adjetivos trienal (‘que ocurre, se hace o se repite cada tres años’ y ‘que dura tres años’) y trianual –que no registran los diccionarios–, aplicado a lo que tiene lugar tres veces al año. En vez de trianual se prefiere cuatrimestral (en definitiva, lo que ocurre cada cuatro meses ocurre tres veces al año). El periodo de cuatro años es un cuatrienio o un cuadrienio –término este último menos común pero igualmente correcto–. Como en los dos casos anteriores, el adjetivo correspondiente es cuatrienal (o
Un mar violeta oscuro. Ayanta Barilli. (Planeta)
NO FICCIÓN Breves preguntas... Stephen Hawking (Crítica) Sapiens. Yuval N. Harari. (Debate) Fariña. Nacho Carretero (Libros del KO)
#EL VENDEDOR DE TABACO
21 lecciones para el siglo XXI. Yuval N. Harari (Debate)
Robert Seethaler. Salamandra. 224 páginas. 17 euros.
El dominio mundial. Pedro Baños (Ariel) El naufragio. Lola García (Península) Lugares fuera de sitio. Sergio del Molino (Espasa)
INFANTIL Y JUVENIL La tinta de mis ojos. Aitana Ocaña (Alfaguara) Never give up. Lucía Bellido. (Cúpula) Diario de Greg 13. Jeff Kinney. (Molino) Cuentos de las buenas... E. Favili y F. Cavallo. (Destino) La diversión de Martina 4. Martina D’antiochia (Montena)
Hay una escena al inicio de este libro que traza el sentido de lo que vendrá después: un hombre sale a nadar a un lago. Allí, entre brazada y brazada, es consciente de uno de esos momentos en los que te sientes absolutamente vivo, de que vivir es un regalo. Pero cae un rayo y lo mata. Enorme imagen para explicar que
todo puede venirse al traste, que no hay paz inamovible, que hay amenazas que están ahí para trastocarlo todo. Franz es un joven que en 1937 viaja a Viena para trabajar como aprendiz en un estanco que vende tabaco (el placer) y prensa (la libertad). Allí, entre otros clientes, conoce de Freud. El humo de los cigarros será sustituido por las bombas. Los titulares de la prensa libre por propaganda. El nazismo y la guerra se acercan. Y Franz lo verá de cerca.
#REPÚBLICA LUMINOSA Andrés Barba. Anagrama. 192 páginas. 16,90 euros.
Esta es la historia de los 32, un grupo de preadolescentes que irrumpen en una pequeña ciudad tropical para romper esquemas y creencias. Son hijos sin familia, sin líder, sin hogar... pero con violencia. ¿Cómo tratarlos? ¿Cómo atraparlos, juzgarlos, condenarlos? ¡Si son niños! Niños que vienen de la nada, que no tienen nada que heredar (ni lo material
ni lo moral) y que no dudan en robar para conseguir lo que sea. El narrador verá cómo esa ola de jóvenes externos afecta a su propia hija, en la que descubrirá comportamientos desconocidos. Esta novela habla de la pretendida bondad de la infancia, de ese momento en el que los niños dejan de serlo para convertirse en un extraño, de cómo ideas que asociamos a los adultos (competencia, violencia) también están en la no tan tierna infancial. Brutal.
El secreto de Xein. Laura Gallego (Montena) The crazy haacks... Varias firmas. (Montena)
Más reseñas en el Instagram @lovasaleer
VÍCTOR M. VELA
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Y los ‘dioses dorados’ se materializaron en el escenario DAVID DOBARCO
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a ‘basca’ aguardaba expectante para entrar en los alrededores del Cine Alcalá; era la noche del 29 de noviembre de 1973 y el interés estaba justificado, pues se trataba de la primera visita a España de King Crimson. En aquella época era muy raro que aparecieran grupos extranjeros de renombre y pocos promotores musicales se arriesgaban a ello, por trabas administrativas y las incertidumbres de un mercado musical muy limitado; Gay Mercader era uno de ellos y tuvo el buen sentido de hacerlo con ‘el Rey Carmesí’, al que siguieron otros muchos posteriormente, a medida que España cambiaba superando la vieja dictadura. El grupo había conseguido un gran éxito internacional de crítica y público con su primer trabajo, el LP ‘In the Court Of the Crimson King’ (1969), en especial con la canción que daba título al álbum; también contenía el único tema que su líder, Robert Fripp, ha mantenido en sus conciertos a lo largo de todas sus épocas: ‘21st Century Schizoid Man’, un aviso para futuros navegantes. Tras unos antecedentes algo ‘folkies’, el grupo se alineó dentro del ‘rock sinfónico’, que habían iniciado The Moody Blues, siguiendo una línea predominantemente melódica durante sus primeros cuatro trabajos de estudio, con diferentes formaciones en cada LP. Todos tienen interés pero, personalmente, me parecen excelentes el primero, ya citado, y el cuarto ‘Islands’, con apoyos de orquesta sinfónica y músicos de formación clásica. Todo eso cambió en su quinto trabajo, ‘Lark’s Tongues in Aspic’, en él podían rastrearse influencias de jazz, Stravinski, la música dodecafónica… Algo bastante diferente de lo anterior, se había pasado al ‘rock progresivo’ y
se mantuvo en los dos álbumes siguientes: ‘Starless and Bible Black’ y ‘Red’, otro LP espectacular que cerró la primera etapa de King Crimson. Ya en el interior, acomodados en las butacas, sonaba como música ambiental un tema del primer LP conjunto de Robert Fripp y Brian Eno, ‘No Pussyfooting’. Hasta que se hizo la oscuridad en la sala y se dio paso a una serie de leves y apacibles sonidos iniciales de percusión, sobrevolados por unos crecientes rasgueos de violín, que nos fueron envolviendo a los espectadores en un ambiente de tensión creciente en la oscuridad inalterada, era el tema instrumental que daba título al álbum. De pronto se produjo una explosión de sonido con todos los instrumentos en su máxima potencia: Bill Bruford a la batería y percusiones, John Wetton como bajista y posteriormente cantante, David Cross en el violín y mellotrón y Robert Fripp, a la guitarra, mellotrón y líder indiscutido de la aventura carmesí, ya no estaba con ellos el percusionista Jamie Muir. Era la primera parte del tema que titulaba el álbum, parecía que se iba a hundir el escenario, el cine… y sólo quedarían flotando los músicos, enfrascados en el frenesí de su violento estallido. Al espectador le pillaba desprevenido, aunque hubiera escuchado el LP que se acababa de lanzar, pues fue casi una bofetada musical reforzada por una deslumbrante ilumina-
1973. En aquella época era muy raro que aparecieran grupos extranjeros de renombre
ción y los músicos, vestidos con ropas claras, por efecto de ella aparecían como figuras doradas, salvo un agazapado Robert Fripp sentado y vestido de negro… Fue como si unos ‘dioses dorados’ se hubieran materializado en el escenario, hasta que volvió de nuevo la oscuridad con el sonido del violín más amenazador y, de nuevo, volvió la coda anterior y la explosión de luz, con más violencia que la previa, si es que parecía posible. Superado el impacto inicial el tema evolucionó en su desarrollo previsto, dejando la evidencia del gran dominio de música y escena por sus intérpretes: su trabajo era perfecto. No era posible mantener la intensidad continuada de los temas instrumentales, y se intercalaron los cantados por John Wetton, que no era Greg Lake, pero también un excelente vocalista: ‘Easy Money’, ‘Exiles’, ‘Book of Saturday’... sonaron todos los temas del LP, alguna referencia a los anteriores (‘Cat Food’), incluso tal vez alguna canción del siguiente pero, fundamentalmente, improvisaciones generosas donde se trenzaban los sonidos del violín de Cross con la guitarra de Fripp. Finalmente abandonaron el escenario y el público pidió su vuelta, que se produjo y, como no podía ser de otro modo, finalizó el concierto el inevitable ‘hombre esquizofrénico del siglo XXI’. Invito a quienes tengan interés a que escuchen los trabajos aludidos, personalmente prefiero la primera época referida, así como ver actuaciones en Youtube que muestran la calidad de las distintas formaciones hasta la actualidad, siempre bajo el control de Robert Fripp. Pero es imposible que vivan lo que sentimos en las butacas del antiguo cine Alcalá, hoy convertido en teatro de comedias musicales. Una vez en la calle, los comentarios entre los asisten-
Robert Fripp, durante un concierto en 1974. A la izquierda, la formación de King Crimson que vino por primera vez a España, en 1973 (John Wetton, David Cross, Robert Fripp y Bill Bruford).
tes eran de incredulidad sobre lo que habíamos presenciado… Podría parecer inevitable porque la mayoría no estábamos acostumbrados a estas actuaciones, pero el criterio era compartido por quienes ‘controlaban’ por sus experiencias en el extranjero y puedo confirmarlo por la mía en el tiempo. La fría noche madrileña no aconsejaba dilatar los comentarios en la calle, así que alguien sugirió ir a El Avión un histórico bar de copas, en la cercana calle Hermosilla. No lo conocía, pero fue un auténtico hallazgo que frecuenté en lo sucesivo; era una auténtica leyenda urbana, con todo el ambiente de un tugurio para fu-
madores empedernidos, con una ventilación dudosa que precisaba abrirse camino casi a ‘manotazos’ en su atmósfera viciada, con un suelo crujiente por cáscaras de pipas, que eran la compañía natural de los ‘cubatas’. Sumergidos en ese ambiente tóxico, de vez en cuando, había que salir a la calle para aspirar algo de aire. En sus paredes colgaban láminas de aviones de combate alemanes y se decía que había sido frecuentado por pilotos de la Luftwaffe… Me imagino que después de acabar la Segunda Guerra Mundial, ya que sus actividades bélicas debían producirse lejos de Madrid. El toque musical lo aportaba ‘el César’,
un buen y veterano pianista sobre el que planeaba la desgracia, según se decía, de haber sido atropellado por un tranvía y a cuya minusvalía se había añadido el drama del abandono de su novia; César mantuvo su presencia cotidiana durante unos cuantos años más, mientras pudo hacerlo. No sé qué público lo frecuentaría con anterioridad, pero entonces predominaba un ‘underground’ universitario y así se mantuvo durante años, aunque luego ‘La Movida’ se desplazó a otros locales y barrios. Ciertamente fue una noche singular, casi mágica. Tres semanas después otra explosión, real y muy diferente, conmovió la vida madrileña y española: el 20 de diciembre, ETA atentó contra el almirante Carrero Blanco y el tiempo empezó a discurrir a una velocidad diferente. ¡Mucho más rápida!
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Director: Ángel Ortiz Coordinador: Chema Cillero
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a ciudad ha sido y seguirá siendo el territorio de la libertad. Incluso en tiempos y países en los que esta no existe. Las ciudades también son y han sido campos de batallas, escenario de las revueltas de los oprimidos, aunque esto de manera discontinua, como vio Walter Benjamin. Sin embargo, cada vez más la ciudad es el destino de lo anónimo y lo invisible, de lo individual y lo desinhibido. Y eso que la ciudad es, por antonomasia, el universo común, el espacio colectivo y socialmente reglado. Tal dialéctica puede llevar a la ciudad a ser definida como de idiosincrasia conflictiva. Y ello porque todas las ciudades, las grandes y las pequeñas, reflejan las tensiones sociales de su momento, de ahí que estén en permanente evolución. «Somos hijos de la época, la época es política», escribe en uno de sus poemas Wislawa Szymborska. Y sigue el poema: «Todos tus, nuestros, vuestros asuntos diarios, asuntos nocturnos, son asuntos políticos». La ciudad es el infinito catálogo de los ‘asuntos’, diarios o nocturnos, de sus pobladores. Lo que caracteriza a la ciudad de hoy es su complejidad absoluta. La ciudad actual está sometida a las tensiones de una época en transformación y renovación, abocada a un entramado de respuestas tan complementarias como contradictorias. Los cambios urbanos tienen que ver con la relación, en apariencia antagónica, entre centro y periferia. Debido a factores como la especulación, la gentrificación de barrios enteros, la irrupción distorsionadora del turismo de masas, el deterioro de la calidad de vida, la contaminación o el recambio generacional, el centro ha dejado de ser un lugar convergente para ser un parque temático cultural, financiero y administrativo. La vida colectiva, familiar, ‘constructiva’ como mejora social, se desparrama por la periferia. El centro se deja para la multitud y las diversas culturas que esa multitud plural comporta. El centro se llena de pasado, real o paródico, y de suciedad. La periferia tiende a la prosperidad burguesa, al conglomerado comercial gigantesco, al aislamiento de clase próspera. El centro es un lugar de deterioro, de emigración, de vejez. Los diseños del futuro de las ciudades han de equilibrar esta tendencia. Tokio, por ejemplo, megalópolis cuya área de Gran Tokio comprende unos treinta millones de habitantes, es ejemplar en muchas cosas aplicables al futuro. Para empezar, su centro no existe, o sí existe: es el enorme parque del palacio del emperador, un
NUESTRO TIEMPO
La ciudad
ADOLFO GARCÍA ORTEGA
Vista panorámica de la ciudad de Tokio. :: XKIYOSHI OTA-EFE jardín vacío. El centro es el vacío. A su alrededor se han ido formando enormes barrios, todos con su característica propia, todos poblados, pero no masificados hasta el extremo de la inhabitabilidad, todos con sus largas galerías cubiertas, a modo de pasajes, en los que proliferan las tiendas, los restaurantes, los pequeños y los grandes comercios, lo gigantesco y lo minúsculo, lo sutil y lo exagerado. Y posee una arquitectura innovadora, osada, deslumbrante, que acoge y no rechaza. Tokio, ade-
más, gracias a su red de transporte público, puntual, limpio, milimétrico y abundante, es una ciudad con un índice de contaminación bajísimo. Tokio ha resuelto el problema centro-periferia equilibrando todas las periferias con cualidad de centro, distribuyendo las mismas ofertas y oportunidades en todas esas periferias-centro, y ha logrado generar un concepto de ciudad-estado en el que la lógica de la planificación se anticipa a los problemas. El mayor y más traumáti-
La acumulación de población genera choque, fricción. Desde sus orígenes, ciudad es sinónimo de supervivencia
co desafío de las ciudades de hoy es la masificación de habitantes y de coches. Si Tokio ha conseguido eliminar la presencia agobiante y dañina del coche es porque ha comprendido que, en las ciudades, son un cáncer terrible. Sacar el coche de las ciudades, darle otra función diferente de la actual, es fundamental. De hecho, todos los rediseños de trazados urbanísticos ya no cuentan con el coche, lo reducen, lo acosan y lo expulsan. Quitar el coche de las ciudades hace que las masas de pobla-
ción que hay en las calles respiren, y no solo un aire más puro, sino un espacio más amplio, de manera que la hiperpoblación se regula y destensa y fluye el comercio. Por otro lado, la acumulación de población genera choque, fricción. Desde sus orígenes, ciudad es sinónimo de supervivencia. La seguridad, la búsqueda y hallazgo del lugar habitable, la resistencia hasta lograr esa habitabilidad propia, son características naturales de la ciudad. En ella se avanza, se evoluciona. Pero ¿de quién es la ciudad? ¿Cómo sentirla propia y cómo sentirnos parte de ella? Y, sobre todo, cómo seguir haciendo de ella un lugar de acogida del extranjero. El extranjero renueva y amplia las ciudades, las ciudades crecen porque la hacen suya los extraños, hasta llegar a ser ellos, con el tiempo, sus habitantes nativos. Es ley de vida. Malo será que la ciudad de acogida empiece a llenarse de turbios micro modelos de xenofobia y supremacismo, un nuevo amurallamiento. Para romper esta tendencia hay que asumir que el ‘otro’, ahora, es ‘vecino’. El futuro de la ciudad pasa, sin duda y sobre todo, por esta idea de vecindad abierta. Hay por eso una dimensión ética de la ciudad que interpela y ante la que ha de tenerse una respuesta, traducida en un comportamiento de tolerancia sin perder el criterio de urbanidad y exigencia. «La ciudad soy yo», debería decir cada ciudadano, y, como en el poema de Szymborska, ese yo pasa a ser nosotros. La ciudad proyecta ese yo hacia un nosotros tan diverso que ni siquiera ha de exigir ni suponer identificación común. Será un nosotros divergente, plural y heteróclito. Ya lo es. Y eso requerirá de una ética ciudadana básica, convenida, muy superior a la mera política ejecutiva de los ayuntamientos, para llegar a ser una comunidad que reúna y recoja sin que unifique ni expulse. Un tipo de ciudad que termine asumiendo un papel al que hasta ahora ha sido históricamente refractaria, la equidad.