Narrativa desde las antípodas

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SOMBRA CIPRES

NÚMERO 324 Sábado, 12.01.19

LA

DEL

Narrativa desde las antípodas Una nueva traducción de ‘Voss’, novela capital de las letras australianas, buen pretexto para aproximarse a la literatura del remoto país [P2]

La formación rocosa de Uluru (Ayers Rock) se eleva 348 metros sobre el desierto circundante de Australia central. :: TORSTEN BLACKWOOD-AFP


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Raquel Vicedo firma la nueva traducción de ‘Voss’, novela capital de la literatura australiana que recupera Impedimenta

La llamada del desierto T

engo un conocido, de nombre Frank, al que guardo mucho afecto. Es un auténtico ‘aussie’, natural de Brisbane, de ascendencia y aspecto neerlandés: fornido y espigado, pelirrojo. Se dedica a las finanzas internacionales, o algo por el estilo, nunca se muestra muy explícito con las transacciones o los negocios a los que teóricamente, dada su profesión jurídica, asesora y defiende: son cosas de mucha enjundia y secreto, o al menos eso parece. Ha vivido en medio mundo y recorre el planeta continuamente; para él Hong-Kong, Boston, Shanghái, Riad o Singapur, por poner alguna de las bases de la economía global, son como cualquier barrio de nuestra ciudad para nosotros, con tanta frecuencia las visita. Sin embargo, o quizá justamente por eso, siente una nostalgia irreprimible por el desierto de su tierra natal, al que se retira largas temporadas, diríase que para purificarse y fortalecerse antes de volver a la brega. Debido a su carácter reservado, poco cuenta de sus experiencias de aislamiento en la quietud y el silencio del interior continental. De una incursión temeraria en este ‘desierto implacable’ de luz cegadora y calor crepitante, un terreno desolado en el que sólo se oyen los pensamientos o los demonios propios, trata en parte ‘Voss’ (1957), una de las novelas fundamentales de Patrick White, el único premio Nobel de aquellas latitudes, y en general de la narrativa de Oceanía. Es un novelón con muchos otros cimientos y con honduras psicológicas de tiempos pretéritos, una soberana lección sobre el gran teatro del mundo que ahora se reedita en español –con anterioridad

FERMÍN HERRERO

‘Voss’ es un novelón con muchos otros cimientos y con honduras psicológicas de tiempos pretéritos Destacan la omnisciencia del narrador, lirismo contenido, diálogos muy logrados y trazado de los personajes

bajo el título ‘Tierra ignota’– con traducción, que se me antoja, según suena la prosa, acertadísima, a cargo de Raquel Vicedo. Por desgracia muy poco conozco de la literatura australiana. Disfruté mucho en su día con los versos de las ‘Tierras Altas’, de Les Murray, y espero con muchas expectativas la anunciada publicación por La Garúa de ‘El silo’, de John Kinsella, poeta también volcado en el paisaje. Del género épico solo recuerdo la voluminosa, trasplantada a Norteamérica, ‘El hombre que amaba a los niños’, de Christina Stead, y la insólita e inquietante novela de culto, con atmósfera gótica, ‘Picnic en Hanging Rock’, de la pintora Joan Lindsay, en la que adquiere también cierto protagonismo la inhóspita y virgen naturaleza insular, con una traductora de lujo, la escritora Pilar Adón, editada primorosamente como ‘Voss’ por Impedimenta, que ha emprendido una benemérita cruzada a favor de las letras de las antípodas. Patrick White es el escritor de referencia de esas letras. Aunque vio la luz en Londres, nació casi en Sídney, adonde lo llevaron con apenas medio año, y fue australiano por herencia y convicción, pese a no confraternizar mucho con sus compatriotas. Sus padres, de origen inglés, se establecieron como ganaderos hacendados en la isla, lo que le permitió dedicarse por completo a la escritura. Tras formarse como un condenado a prisión en Inglaterra, regresó a Australia y trabajó temporalmente en el campo, experiencia decisiva para forjar su profundo afecto al terruño de aquellos lares, evidente en ‘Voss’, su obra cumbre, en la que mezcla a la

El desolado paisaje lunar australiano. :: TORSTEN BLACKWOOD-AFP

perfección un minucioso costumbrismo insular con el aire especulativo y espectral de una intrépida y arriesgadísima marcha, con mucho de espiritual, hacia el centro del continente, vasto y pedregoso; aparte de una prueba extrema de supervivencia, un viaje, de una aridez casi mística, hacia uno mismo. Una damisela urbana le advierte al protagonista, cuyo apellido da título a la historia: «A mí no me gustaría viajar al interior y encontrarme con un montón de negros, desiertos, rocas y esqueletos, según cuentan, de hombres que han muerto allí». Pero al ale-

mán llegado a la Colonia le impele un impulso ciego, irracional, sin porqué. No puede dejar de adentrarse, junto a un puñado de valientes voluntarios, obnubilados por el infinito, bajo un sol abrasador capaz de aniquilar a cualquiera, sin esperanza, con convencimiento, a través de inmensas planicies de cuarzo que crujen al agrietarse, en una extensión infernal de tierra que «achicaba las esperanzas y los temores de los hombres hasta casi hacerlos desaparecer», el inmenso ‘outback’. La omnisciencia del narrador, que se apoya en

‘flashbacks’ nunca aparatosos y en la introspección frecuente, sin necesidad de recurrir al monólogo interior, le proporciona a la trama, a la manera decimonónica, un músculo narrativo formidable. Otras virtudes manifiestas serían el lirismo contenido, de una sequedad honda, acorde con el paisaje que se traga a los aventureros, y los diálogos, muy logrados, bastaría al respecto la toma de contacto de la pareja principal, un prodigio no sólo de naturalidad, sino de gradación en cuanto a medir las distancias personales y marcar el terreno propio. No menos destacable se-


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ría el trazado de los personajes, de un vívido difícil de igualar, lo mismo el de secundarios, sobre todo de los compinches expedicionarios tanto de los fieles como de los amotinados, que el de Johann Ulrich Voss y Laura, Lolly, Trevelyan, condenados a la extraña relación central sobre la que pivota la novela. Se quedan impresos en la memoria. Cómo no recordar a Laura, «que siempre fingía», de aspecto severo, circunspecta por fuera y volcánica por dentro, que ha perdido la fe en beneficio de un racionalismo sin afinidad intelectual en su cír-

Patrick White.

culo íntimo, una insatisfacción propia de mujeres de una pieza como Emma Bovary o nuestra Ana Ozores. Culta y un punto pedante, propensa al arrobamiento y al misterio poético, la toman por superficial («no le prestaban atención, pues sabían que tenía por costumbre leer libros») y ella se lo cree o bien lo declara por coquetería intelectual. Cuando hacia el final de la historia, conociendo su insólito intercambio epistolar, la interrogan sobre el destino de Voss se muestra tajante: «Todo es mentira. Mientras haya hombres habrá mentiras». A sabiendas de que al explora-

dor andrajoso, trasplantado de los brezales germanos al indómito ‘bush’ rural australiano –para él una revelación–, «dado a la melancolía en los momentos de mayor placer», lo que le pierde es el ansia de verdad y la imposibilidad de alcanzarla. De su catadura moral dice mucho la aseveración de uno de los colaboradores de la expedición: «Un gran explorador debe estar por encima del sufrimiento humano, al menos a ojos de sus hombres». Voss cumple a rajatabla este precepto y va más allá: «Sólo quedaba él, sólo él podía resistirlo, y sólo porque, por fin, había logrado la ver-

dadera humildad». Lo más cercano a un mártir. Casi en los estertores de la novela, Laura se muestra concluyente: «Voss no murió. Dicen que sigue allí, en la región, y que allí permanecerá para siempre». Y su interlocutor, el señor Ludlow, le responde: «Pero, si no estamos seguros de qué ocurrió, ¿dónde encontraremos la respuesta?» Entonces, la protagonista sentencia: «El aire nos la dará». Y quienes somos dylanianos irredentos sabemos que así es, que efectivamente, aquí o en las antípodas, la respuesta siempre está en el viento.


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Restos de la antigua vía férrea entre Adelaida y Darwin, cerca del desierto de Simpson, en la región central de Australia. :: TORSTEN BLACKWOOD-AFP

Barbara Baynton: Exploradora de un mundo duro e ingrato A

los lectores ingleses solo les interesa lo que conocen y Australia, para ellos, es un lugar más remoto que Abisinia», se quejaba Barbara Baynton a Vance Palmer. Lo cual dice mucho del provincianismo de tales lectores y poco de la literatura que ella había escrito (y a la que no regresaría). Baynton vivió muchos años en Inglaterra, un destino, en un sentido ambiguo, propio de un gran número de escritores africanos, australianos, caribeños o indios. Emigraban a la metrópoli en busca de mayores oportunidades para vivir de la escritura. Se encontraban, sin embargo, con que las oportunidades para simplemente vivir eran menores que en sus respectivos países. Al fin y al cabo, ¿para qué iban los ingleses a leer algo nuevo de un escritor desconocido y exótico si podían leer la gran tradición literaria inglesa, Charles Dickens, Thomas Hardy, Emily Brontë o, más cercanos, Joseph Conrad o Vir-

ginia Woolf? Quizás esto explique, en pequeña medida, que autores como Baynton apenas publicaran: solo un libro de relatos y una novela. No explica, sin embargo, que aún sea recordada por ese libro de relatos. ‘Estudios de lo salvaje’ lo publicó en 1902, cuando contaba con 45 años y después de que varios editores australianos e ingleses rechazaran el manuscrito. Pocos años después Woolf publicaría sus novelas durante el período de vanguardias, que comenzó, según la propia Woolf, allá por diciembre de 1910. Las historias de Baynton se encuentran muy lejos de ese mundo literario, en los antípodas podríamos decir sin caer en la hipérbole. Son historias de una fuerza narrativa fuera de lo común escritas con un lenguaje seco, sin concesiones. Baynton mira el mundo sin compasión ni sentimentalismos; sin hacerse ninguna ilusión de lo que pueda ser eso que llamamos vida. Son historias

SANTIAGO RODRÍGUEZ GUERREROSTRACHAN

Baynton mira el mundo sin compasión ni sentimentalismos; sin hacerse ninguna ilusión Los personajes son seres aislados, habitantes de ese despoblado, secos (...)

de la vida común en Australia, en lo que denominan lo despoblado, una enorme extensión de terreno donde transcurre la vida de los granjeros, una vida a expensas del buen y del mal tiempo, también de la gente que por allí merodea, alejada de la sociedad. No en vano, Australia fue creada como colonia para albergar a los presos británicos; una penitenciaría, podríamos decir si usásemos un lenguaje cinematográfico. Un penal alejado, muy alejado adonde llegaban delincuentes condenados. La vida era dura para aquellos a quienes la sociedad no concedía nada. Después, cuando fue un país más, como tantos otros, la vida siguió siendo inhóspita. Había una cierta costumbre de historias del mundo salvaje; historias orales, narradas por hombres con el propósito de ilustrar acerca del modo de vida de los australianos. Eran anécdotas breves, a veces humorísticas, otras brutales. Cuando uno lee sus historias, cree estar delante

Barbara Baynton en 1892. de una de esas anécdotas del mundo rural. Hay más, sin embargo, aunque ese plus con frecuencia no sea discernible. La escritura de Baynton es de impronta naturalista. El narrador es una voz lejana y fría, que no hace comentarios ni demuestra ningún tipo de sentimientos hacia los personajes. A veces, y en esto se parece al Jack London de ‘Haciendo fuego’, los narradores

prestan el mismo interés a los personajes y a los perros hasta el punto de que consigna los posibles pensamientos de los animales. No solo los dueños se dirigen a ellos; de manera simétrica los perros los miran y les responden en cierto modo. En algunas circunstancias, parece decirnos, no hay diferencia entre el humano y el animal. Los personajes son seres aislados, habitantes de ese despoblado, seres secos en la expresión de sus sentimientos o de lo que piensan, seres que hablan solo lo justo y viven en alerta constante por lo que pueda ocurrirles en un lugar hostil. Baynton va más allá. La crónica descarnada de una gente solitaria y dura habría quedado sepultada entre tantas otras crónicas similares. El lenguaje de gran economía y sequedad y, sobre todo, los relatos que abren y cierran el libro le aportan una perspectiva que abre ese mundo hacia un horizonte frágil. La primera historia es la de una chica joven que vuelve a la casa de su madre. Es de noche y se ha internado en la espesura del despoblado. Se pierde y cuando encuentra el camino se sorprende de que nadie haya ido a esperarla. Al llegar a la casa, le asaltan los recuerdos de la infancia justo antes de observar que dentro hay unos desconocidos y que su madre ya no está.


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CARLOS AGANZO

blogs.elnortedecastilla.es/elavisador/

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Se cruzaron el pasado 14 de diciembre en Fontiveros. Raquel Lanseros como nueva académica de San Juan de la Cruz; José Cereijo, como juglar saliente. Dos autores distintos, unidos tal vez por la intensidad de sus obras respectivas. Relevo en el corazón mismo de la poesía. Raquel Lanseros es hoy, sin dudarlo, una de las escritoras españolas de mayor proyección internacional. Sin embargo, entre traducciones, versiones y antologías en otros países, en España se habían cumplido ya cinco años de su anterior entrega unitaria: ‘Las pequeñas espinas son pequeñas’, de 2013. La poeta confesaba entonces, después del arranque fulgurante de sus primeros libros, haberse detenido un poco para reflexionar sobre el camino recorrido. Más tarde, incluso, cuando le quiso poner título a su poesía reunida entre 2005 y 2016, se decidió a bautizar el volumen como: ‘Esa momentánea eternidad’. La senda elegida entonces alcanza ahora su culminación con ‘Matria’, donde la línea vital y sustantiva de su mejor poesía se concentra en un proceso penetrante de indagación, en un ejercicio casi ontológico de búsqueda (y reivindicación) de los orígenes, de las esencias profundas de la existencia. La «loca de la casa», que es como llamaba Teresa de Jesús a la imaginación, abre esta vía de averiguación poética que se apoya en instantes, en vivencias, en la experiencia cotidiana de darse «de bruces contra el mundo» antes de emprender, con cada poema, un viaje en busca «de lo grande que supone contener lo pequeño»; es decir, de esas raíces, esas palabras, esas

Raquel Lanseros y José Cereijo. :: A. MINGUEZA

La loca y la cuerda de la casa verdades profundas que interpelan al alma y la llaman por su nombre. Y sobre la base de ese reconocimiento, de esa recuperación de la identidad, de nuevo la capacidad, que a mí me parece que está en el núcleo de la mejor poesía de Raquel Lanseros, de levantar una obra generadora y nutricia. Una poesía que escucha, junto al latido propio, el dolor y el desasosiego de los demás, y que apuesta al mismo tiempo por «soportar los dardos del mal» y por «cultivar los jardines del bien», en comunión salvífica con el mundo. Que da gracias a la vida, al fin, por

existir, y que busca su propio proyecto, su «ensayo de eternidad mortal», en la superación de los límites del arquetipo humano. Casi en el pretil de la trascendencia. Cuando hablamos, en

Raquel Lanseros es hoy, sin dudarlo, una de las escritoras españolas de mayor proyección internacional

cambio, del último libro de José Cereijo, ‘El escalón vacío’, antes que pensar en la loca hemos de pensar en la cuerda de la casa, es decir, en la razón. Razón pura en algunas ocasiones; en otras, es verdad, razones del corazón, como diría María Zambrano. En cualquier caso, reflexiones compartidas sobre algunas de las grandes inquietudes literarias y artísticas que han acompañado al escritor a lo largo de los años. Muy próxima a este libro ha aparecido, también en 2018, ‘Árbol desnudo’, una generosa antología, seleccionada por Javier Lostalé, que

permite acercarnos, de un solo golpe, a la cautivadora personalidad poética de Cereijo. En ‘El escalón vacío’, sin embargo, en lugar de mostrarle su universo interior, el escritor prefiere compartir con el lector algunas de sus dudas y perplejidades. Con ese afán construye, casi sin darse cuenta, un ensayo vibrante y cargado de sugerencias sobre el hombre de nuestro tiempo y su posición sobre el hecho de la creación artística. Un ejercicio de inteligencia, de mirada crítica, de honestidad y de profundidad de campo sobre cuestiones literarias, a partir de

Karmelo C. Iribarren, lluvia y verdad

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l donostiarra Karmelo Iribarren (nacido en 1959) ha llegado a la poesía y a la literatura –aunque sus diarios deben mucho a su ser poeta– muy lentamente. Yo he dicho otras veces que en los 90 pasados –con la moda del llamado ‘realismo sucio’– Karmelo apareció casi como un seguidor o un epígono de quien por entonces parecía comandar esa secta, el británico/español Roger Wolfe. Pero este, entonces, trataba de ir a lo tremendo e iba. Karmelo –infinitamente me-

nos conocido– iba y sigue yendo a lo cotidiano, a lo elemental con corazón herido, a lo sórdido o tierno benditamente cercano y vivo. La comparación foránea se impone: Por ahí andan Bukowski (que escribió tanto) y el también norteamericano Raymond Carver, muerto pronto. Dejando de lado influencias o cercanías que existen y no, pero que no son al caso; Karmelo está más cerca del diario corazón de Carver. El primer libro de Karmelo Iribarren fue ‘Bares y noches’ de 1993, un título que le cua-

dra. Porque a Karmelo uno lo ve siempre, como lector de novelas policiales, en un bar de San Sebastián, con lluvia o llovizna, muy bebedor antaño, y hoy ya en senda sin tremendismos, pero de café, noche, melancolía… Ahora en la sevillana Isla de Siltolá el crítico José Luis Morante publica una grata antología de Karmelo, llamada ‘Los cien mejores poemas’. ¿Lo son? Dado que Iribarren escribe cerca y lejos de sí mismo y de su orbe, es seguro que cualquier lector puede hacer su propia

SATURNALES LUIS ANTONIO DE VILLENA

antología. En esta, a la postre, no importa nada saber el grado de acierto del antólogo, sino leer unos cuantos buenos poemas de un poeta humilde, septentrional y lluvioso. Siempre que leo a Karmelo (y se lo he

dicho alguna vez) me asombra su ‘difícil facilidad’ –una fórmula de los clásicos– para hacer de casi nada un poema emocionante o emotivo, y por tanto humildísimamente bueno. Así, como ajeno al Parnaso y a tantos vanilocos que sueñan asaltarlo como sea, Karmelo ha llegado alto y a muchos lectores sin hacer ruido. Y diría yo que sigue evitando ese ruido. ‘Mientras me alejo’ (2017) es su último libro no antológico, y es muy suyo. Cafetines, lluvia, paraguas rotos, el tránsito de la vida, el amor que dura y

figuras tan cercanas a él como las de Borges o Jaime Gil de Biedma, pero también sobre música y sobre arte. Muy especialmente sobre los límites del llamado arte conceptual, uno de cuyos capítulos, el del escalón vacío, da precisamente nombre al conjunto. Sobre tal ejercicio, deliberadamente más poético que académico, brilla la belleza de la prosa de Cereijo: su capacidad de llevar al lenguaje, a los lenguajes de la creación, hasta sus límites ontológicos. Rotundidad a fuerza de sencillez. Un maravilloso ejercicio de conocimiento.

no, el saber sobreponerse al palo y a la distancia, el recuerdo, la amistad, el adiós, todo es (y sus alrededores) Karmelo Iribarren, el mejor poeta de la vida, sencilla, húmeda y aunque no quieras, cruel. «Exiliado en mi interior,/ nunca en venta/ni besando la mano de nadie,/arrastro mi minúscula épica / –por unas calles/que ni siquiera son ya mis calles–/ y me voy alejando.» Un alguien que puede ser casi todos, Karmelo escribe un buen poema con los mínimos elementos, y nos enseña bondad, tristeza y umbrío amor a la vida. Como Chandler, como Houston o como el Bogart con gabardina de aquellas películas en blanco y negro. Karmelo vale la pena.


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Tintín, noventa años rodando ARTE EN MOVIMIENTO SANTIAGO DE GARNICA

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ra el 10 de enero de 1929. En el ‘Petit Vingtieme’, el suplemento semanal juvenil e ilustrado del diario católico belga ‘Le XXme Siecle’, su redactor jefe Georges Remy, más conocido como Hergé, envía al país de los Soviets a un reportero imaginario. El joven, pantalones bombachos, un inconfundible flequillo y siempre acompañado de un blanco foxterrier, inicia una larga aventura que durará cerca de cinco décadas y que le llevará desde el fondo del océano a la luna, pero sobre todo le llevará al corazón de millones de niños, jóvenes y adultos de todo el mundo. Se llama Tintín. En esa primera aventura en una convulsa Rusia sacudida por la revolución, se le ve al volante de un Amilcar y

de un Mercedes-Benz 24/100/140 que ha tomado «prestado» a la policía alemana y que termina bastante deteriorado tras ser alcanzado por un tren en un paso a nivel cerca de la frontera rusa. Carreras contra el tren que se repetirán como cuando en ‘La oreja rota’ (1945) en un pequeño Morris huye de San Teodoro, en un ambiente de repúblicas bananeras con cambios de gobierno continuos bastantes cercanos a la realidad de la época. Del Morris pasará a un descapotable Ford de 1936, transformado en autoametralladora, que sustrae a sus perseguidores y con el que sufre un espectacular accidente. Los coches americanos siempre han estado muy presentes en las aventuras del Tintín, en particular los de la marca Ford. El Ford V8 de

1937 aparece en ‘El cetro de Ottokar’ en cabriolet dos puertas y en torpedo cuatro puertas (donde llevan detenido a Tintín); en dos puertas con carrocería cerrada en ‘El secreto del Unicornio’ (utilizado por los hermanos Pájaro) o en ‘Las siete bolas de cristal’. Quizás a esto no era ajeno el hecho de que Hergé colabora con la revista Ford entre 1937 y 1939 (y años más tarde realizará publicidad para Citroën). Hablando de Ford, el T de ‘Tintín en el Congo’ está presente en la portada (otras dos portadas de álbumes lucirán un automóvil, un Jeep en concreto: ‘Tintín en el País del oro negro’ y ‘Objetivo: la Luna’). Siempre en esta línea de americanos tenemos el espectacular Packard de ‘El cetro de Ottokar’, perteneciente al rey

Muskar XII, que lucha por su trono en un imaginario país de los Balcanes, Syldavia, con una soberanía nacional amenazada por los países vecinos. O en ‘Las siete bolas de cristal’, un precioso convertible Lincoln Zephyr, cuya capota da muchos problemas al capitán Haddock, y que es el coche que más veces sale (en veintidós dibujos) en un mismo libro. Tampoco faltarán los automóviles italianos, como en ‘Tintín en el país del oro negro’, cuando nuestro reportero se pone al volante del Lancia Aprilia del poderoso Emir Mohammed Ben Kalish Ezab, para rescatar a su hijo Abdallah, un insufrible «pastelito de miel» dueño de una preciosa reproducción a escala del Bugatti Grand Prix, réplica que existió en la realidad.


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Viñetas donde aparecen algunos de los modelos de coches que Hergé utilizó en las historietas de Tintín.

Y los coches británicos también han formado parte de las aventuras del más famoso reportero. Curiosamente en ‘La isla negra’ cambian los modelos según sea la primera edición del año 1937 o la reedición de 1965: el Humber Pullman de 1937 del Doctor Müller se convierte en un Jaguar Mark X; el Vauxhall descapotable de los turistas que arrastra una caravana será más tarde un Triumph Herald; y el taxi Austin pasa a ser un Ford Zephyr. Pero donde el automóvil alcanza un mayor protagonismo dentro de las aventuras de Tintín es en el magnífico álbum ‘El asunto Tornasol’. Entre otros modelos podemos recordar el Citroën 15 negro de los agentes secretos bordurios que echa al lago al Simca Aronde, el taxi en el

El famoso tupé de Tintín aparece cuando, en el país de los Soviets, pisa a fondo el acelerador del Mercedes descapotable

que viajan Tintín, el capitán Haddock y Milú. O el Lancia Aurelia Coupé (Hergé sentía pasión por los Lancia y era propietario de un modelo de la marca italiana) con el que Arturo Benedetto Giovanni Giusepe Aerchangelo Alfredo Cartofioli, de Milán, les iba a demostrar que «los coches y los conductores italianos son los más rápidos del mundo», y con el que persiguen

un Chrysler amarillo en el que viaja secuestrado el profesor Tornasol. Las escenas de esta persecución (con las ruedas en el aire, sin tocar el asfalto, expresando velocidad), como las de las motos BMW de la policía de Borduria cuando huyen hacia la frontera, son excepcionales. Por cierto que todos los coches de Borduria llevan los parachoques con la forma del bigote del dictador Plekszy-Gladz. Otros detalles curiosos. En las aventuras de Tintín los coches de los protagonistas suelen circular de izquierda a derecha, y se ven de frente, mientras que los de los malhechores lo hacen al contrario y se les ve más la parte trasera. El padre de Tintín ilustró más de doscientos modelos de coche en las aventuras de su personaje. En los primeros

álbumes (1929-1935), los coches no son siempre reconocibles, salvo los Mercedes gracias a su estrella de tres puntas, el Ford T de ‘Tintín en el Congo’, o el Lincoln de ‘Los cigarrillos del faraón’. Los otros coches son a menudo inspiraciones más que representaciones exactas, como es el caso de una especie de Alfa Romeo P3 de 1934 o Bugatti Type 35, con una calandra de Amilcar, que Tintín utiliza en ‘Los cigarrillos del faraón’. Este planteamiento cambia progresivamente con ‘El loto azul’ y ‘La isla negra’ (193637) y ‘El cetro de Ottokar’ (1938). A partir de entonces casi todos los coches de los álbumes reproducen meticulosamente modelos reales, si bien habrá excepciones como una limusina que aparece en ‘Tintín y los pícaros’, que mez-

cla elementos del Mercedes pero, sobre todo, del Zil 114 soviético. Hay que subrayar que, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, los decorados, accesorios y, sobre todo, los automóviles de los álbumes de Tintín, han sido dibujados por los estudios Hergé, creados en 1950 para compartir parte del trabajo más exigente (el proceso de colorear y entintar, o el dibujo de fondos), y en particular por Bob de Moor, Jacques Martin y Michel Demarets. Y no olvidemos que el famoso tupé de Tintín aparecería cuando, en el país de los Soviets, pisa a fondo el acelerador del Mercedes descapotable, y a partir de ahí se convertiría en una de las señas de identidad de este reportero icónico.


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LECTURAS

LITERATURA DIGITAL Y OTRAS FALACIAS En ‘Del café al tuit’, Ana Cuquerella trata de alumbrar –sin éxito– una nueva literatura a partir de la tecnología JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN

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a tesis que expone y defiende Ana Cuquerella en su libro ‘Del café al tuit’ es que «estamos asistiendo a los momentos fundacionales de una nueva literatura», que se están sentando las bases de lo que la literatura será en el futuro. A su entender, ya hay obras valiosas que van en esa dirección: al final del volumen se enumera una decena de títulos a los que considera «jarchas digitales», los primeros balbuceos de «la nueva manera de dar forma a la literariedad de los textos propiciada por las nuevas tecnologías». Una tesis sugerente la suya, pero que muy pronto comienza a mostrar sus debilidades. Ana Cuquerella, a pesar del empaque académico de su investigación, no parece tener una idea muy clara ni de lo que es la literatura ni del funcionamiento de las tecnologías digitales.

Para ella, el traslado de un libro impreso al medio electrónico implica necesariamente «transformaciones en el texto en sí». ¿En un e-book el texto del Quijote, de los poemas de Antonio Machado o del último Premio Planeta es diferente de la edición en papel? Resulta evidente que no. Ana Cuquerella confunde la edición digital de un texto con su adaptación: «Cuando el administrador del blog ‘Canto de espumas’, por ejemplo, toma un fragmento del poema de Machado, lo selecciona y recorta y lo inserta en su fotopoema acompañado de sus propias fotografías, está generando algo nuevo». Pero lo mismo ocurre cuando esos versos de Machado son acompañados de fotografías en un volumen impreso. La literatura –entendamos lo que entendamos por literatura– no está ligada al medio por el que se transmite. Un poema de Catulo («Odi et amo. Quare id faciam, fortasse requiris. / Nescio, sed fieri sentio et excrucior»), impreso o manuscrito, en papel o en pergamino, sigue siendo el mismo poema de Catulo. Y lo continúa siendo en una edición digital o copiado en un tuit o en un muro de Facebook. Es el mismo poema cuando se lee en voz alta en una clase o por la radio o en un video de YouTube. Estas obviedades las ignoran muchos presuntos espe-

cialistas, no ya en las nuevas tecnologías, sino también en literatura. Conviene por tanto detenerse un poco en ellas. Ni todo lo que se publica en libro es literatura ni el libro es siempre el mejor modo de acceder a la literatura. Los textos breves –poemas, cuentos– han preferido siempre otros medios de difusión. Primero, la oralidad (que sigue siendo importante en los poemas), luego las publicaciones periódicas, revistas y diarios; hoy en día, Internet. Los poemas se encuentran más a gusto en las redes sociales que en los libros de poemas (a menudo solo una recopilación de textos que primero se han difundido de otra manera). No se trata de algo nuevo. ¿Qué son los libros de cuentos de Clarín o de Emilia Pardo Bazán sino recopilación y selección de relatos que previamente fueron apareciendo en diversas publicaciones, como ‘La Ilustración Ibérica’, ‘Los Lunes de El Imparcial’ o ‘Blanco y Negro’? El volumen de Ana Cuquerella tiene todas las limitaciones de un trabajo académico, válido solo para el burocrático currículum profesional, no para el lector común: abundantes paráfrasis, no siempre inteligibles, de lo que ha dicho este o aquel estudioso y pocas, poquísimas ideas propias, y casi siempre equivocadas o de una ingenuidad sorprendente. Baste un ejemplo: «la literatura digital global se diferenciaría

EL TALISMÁN DE LA COSTURERA

PRIMERA VEZ

M

e alegré cuando descubrí que Siruela iba a publicar ‘The Vorrh’, primera novela del artista multidisciplinar Brian Catling. Seis años llevaba yo avanzando con lentitud por la versión original, dejándola durante meses, volviendo a ella por unas pocas páginas, no por pereza, sino porque hay más lecturas, y mi inglés daba solo para una lectura lenta, trabajosa, que repetía los párrafos, dos, tres , hasta seis veces, para alcanzar toda su enjundia, todo su esplen-

dor. Seis años, y menos de medio libro. Y mientras tanto, Caitling sacaba una segunda parte, y una tercera. Fácilmente, si lograba acabar la primera, podría llevarme veinte años leerlo todo. Pero hete aquí que cuando había desesperado de verla traducida, cuando pensaba que ningún editor español iba a tener el valor de hacerlo, Siruela y el traductor Pablo González Nuevo, la colocan en nuestras librerías y en nuestro idioma. Lo que me había costado seis años, se leyó en dos días, el libro entero en

CIRO GARCÍA

una semana. Y quiero que me entiendan: No es un libro facilón, aunque se lee fácilmente. Era, supongo, la expectativa. Por así decirlo, el hambre atrasada. Desde el principio el libro recibió elogios. Uno de los más atractivos para mi es que no se parece en nada a otros libros. Alan Moore llega a decir que es como sumergirse en el mar por primera vez. No es del todo cierto, pero tampoco falso. Y puede que, además, Moore tenga algún que otro interés espurio. Caitling y él comparten amis-

de la literatura analógica global porque «sus integrantes: autores, lectores, seguidores, programadores, diseñadores, etc., se consideran parte de un grupo. Comentan en blogs especializados, organizan y acuden a congresos, seminarios y actividades que giran en torno a estas obras, participan en foros, comparten tuits, etc.» o hacen tam¿Y eso no lo es de cualbién los autores teratura quier tipo de literatura os nuy los médicos, los odos mismáticos y todos an los que tengan una actividad o n una afición en común? Ana Cuquerella confunde la literatura digital con los vin deo-juegos, con es las adaptaciones lade poemas o relarcitos, con los ejercicios escolares, con el arte digital, quee puede abras. Para utilizar o no palabras. ella un blog es un nuevo género literario, aunque sea un blog de cocina, por su inmediatez y porque admite los comentarios. Para ella, el paso de las bitácoras a Twiter ya supondría una gran innovación literaria: «Cuando todavía estábamos explorando las formas textuales y de comunicación de los blogs, surge un nuevo formato el ‘microblog’, que abre el camino a publicaciones de microrrelatos, haikus, creaciones colectivas, etc., en las que la velocidad, síntesis e interacción superan a las de los primeros». Antes de escribir un libro sobre la literatura digital, Ana Cuquerella debería comenzar por distinguir entre un blog y una red social. Funcionan de diferente manera,

tad con Iain Sinclair, de modo que es posible que también sean amigos. Es sabido que ‘From Hell’, una de las obras maestras de Moore, desarrolla, al menos en parte, las teorías de urbanísticas de Sinclair –y también otras obras, como ‘La voz del fuego’–. Ciertos fragmentos de Vorrh, no son ajenos a esta influencia. Fue Sinclair, después de todo, o eso se dice, quien alentó a Caitling a escribirla. El contubernio Moore, S i n c l a i r , Caitling, no acaba ahí. En la ya m mentada ‘From Hell’, en las citass que preceden all quinto capítulo,, hay una de «thee k, stumbling block,

pero en ambos se puede igualmente publicar literatura. Un ejemplo reciente, el libro ‘La vida instantánea’, de Sergio C. Fanjul, es una excelente recopilación de artículos costumbristas que aparecieron en Facebook, pero que igual podían haber ido apareciendo en un diario. «La literatura digital se di-

DEL CAFÉ AL TUIT. Literatura digital, una nueva vanguardia Ana Cuquerella. Calambur. Madrid, 2018.

its index», un librito bizarro, hecho de fragmentos estremecedores, definido como escultura en palabras, de Caitling. Pero la cosa sigue… Uno de los personajes de ‘Vorrh’, es el doctor Gull, protagonista de ‘From Hell’, médico victoriano –de hecho médico de la reina Victoria– que pudo ser o no ser Jack el destripador, aunque esta teorría se omite en la n novela de C Caitling. Aún así eel personaje, seccundario en una d de las tramas, p pero muy importante en el desarrollo, no es menos siniestro. De todos modos, y a pesar de las sospechas que la opi-

rige a un público sin restricciones». escribe Ana Cuquerella. Y continúa: «Además de ser gratuita y poseer una serie de propiedades intrínsecas que la hacen diferente a la analógica, es universal en su concepción». Error, error, error. La literatura digital, como cualquier literatura, selecciona su público: juvenil, in infantil, de aficionados a la cie ciencia-ficción, etc. La literatura digital puede ser gratuita o no (solo lo es siemp si practicamos siempre el pi pirateo), lo mismo qu que la analógica; ex existen las edicion nes no venales. ¿La literatura digital es universal en su concepción al contrario que la literatura anallógica? No merece la pena replicar a eeso. L Las confusiones conce conceptuales de Ana Cuquer Cuquerella quedan ya patentes en e el título que le ha dado a su s investigación: ‘Del café al ttuit’. La versión digital del café literario, del lugar habitual de tertulias, no sería propiamente el tuit, sino el chat, los grupos de WhatsApp o los blog que se llenan de comentarios en torno a un tema polémico. Conclusión: en cuestión de nuevas tecnologías, todos somos aprendices, hasta Mark Zuckerberg. A los especialistas, apocalípticos o no, hay que tomarlos con cautela. Salvo que sean especialistas en informática, pero a ellos solo se recurre cuando se nos estropea el ordenador o no funciona la Wifi, no cuando queremos comprender cómo influyen las nuevas tecnologías en la difusión y en la creación de literatura.

nión de Moore respecto a ‘Vorrh’ pueda levantar, no le falta razón. Quizás no sea como sumergirse en el mar por primera vez, pero sí como sumergirse en otro mar por primera vez. No todos los mares son iguales. Ninguno te toca exactamente de la misma forma. Esta aventura que recorre buena parte del mundo, o quizás de literatura –más ‘El corazón de las tinieblas’, que África en sí misma, por poner un ejemplo–, con una prosa que en su precisión al detalle, a menudo subvierte significados. La novela retuerce algunos mitos antiguos hasta hacerlos novedosos. Pocos de los personajes tienen claro el objetivo de su viaje. Pero es un viaje fascinante, párrafo asombroso tras párrafo asombroso.


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HABLAR SOLO DE PÁJAROS Sara Mesa construye una brillante metáfora sobre el amor entre perdedores frente a la mirada perversa de la sociedad YOLANDA IZARD

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o todos los días se encuentra el lector con una novela tan bien escrita, seductora y brillante como esta, ‘Cara de pan’. Su autora, Sara Mesa (Madrid, 1976), está dando sobradas muestras de sus sobresalientes capacidades narrativas en cada uno de los libros que publica, desde las novelas ‘Cuatro por cuatro’ o ‘Cicatriz’ hasta el volumen de relatos ‘Mala letra’, aplaudidas tanto por la crítica como por el público. Con esta última novela breve una vez más demuestra ser capaz de sorprender, agitar y fascinar. Sorprende por el dominio narrativo, por la aparente facilidad de su escritura que en realidad encubre un incisivo trabajo de cincelado en busca de la desnudez esencial; por la imperturbabilidad de tono con que acomete un pequeño drama que esconde algunos de los grandes temas humanos; por la forma con que encaja en la narración las voces de sus personajes de modo que no se produzca interrupción algu-

na en esa imprescindible continuidad del sueño que debe ser toda obra literaria. Y agita porque se atreve a dar voz a dos personajes, invisibles desarraigados, desde la incorrección política, cuestionando algunos de los supuestos morales de esta pacata sociedad incapaz de distinguir la inocencia de la perversión, una sociedad hipervigilante y delatora. Y fascina porque sus dos personajes, una niña y el Viejo, están dibujados con deslumbrantes pinceladas que polinizan la narración entera con sus conversaciones sobre pájaros y sobre la vida y la música de Nina Simone, escondidos del mundo del que han sido expulsados tras los setos de un parque. La sencillez de la propuesta inicial va adquiriendo envergadura y profundidad de un modo dosificado, sereno y limpio hasta desembocar en el descubrimiento de dos personalidades complejas que esconden secretos de distinta índole, terribles en el caso del Viejo; oscuros, en el de la niña. Pero Sara Mesa huye del drama explícito pues sabe que emprender una obra con la furia de la pasión equivale a hacerse a la mar en plena borrasca, como diría Thomas Fuller. Prefiere reducir al má-

La escritora Sara Mesa. :: MARIA GIL ximo algunos de los componentes de la orquesta narrativa: el espacial, situando las dos partes en que se divide la novela en un parque y una cafetería, respectivamente; y, entre ambas, una sugerente elipsis que procede sin duda del mundo del relato, donde lo que se cuenta siempre es mucho menos de lo que queda insinuado, como sabemos. También minimiza el número de personajes, que básicamente se reducen a los dos protagonistas, con una voz narradora omnisciente pero inteligentemente selectiva, pues escoge el pun-

CARA DE PAN Sara Mesa. Anagrama, 2018. 144 páginas. 16,9 euros.

to de vista de la niña; de este modo, el lector accede a su propio interior al tiempo que visibiliza desde la mirada infantil, desprejuiciada y limpia de adherencias culturales, a un personaje como el Viejo, tan fácilmente encasillable para la sociedad pero tan rico de matices para la niña. Memorable es también la habilidad de Sara Mesa para cuestionar de manera refinada creencias de apariencia inamovibles y ponerlas en tela de juicio, desvelando el absurdo que encierran. Reinterpreta el mundo y sus cer-

tezas desde una osada posición para revertirlas, cuestionarse la validez de algunos planteamientos comúnmente aceptados por todos y, por tanto, generar la suficiente dosis de incomodidad. Una sabia estrategia narrativa que complementan diálogos vívidos y muy simbólicos: los pájaros, como ellos, dan al mundo su vuelo y su belleza, pero también los hay sin patas, pájaros extraños, rotos, que no pueden posarse en ningún lugar y pasan su vida entera en el cielo. Y que solo caen a la tierra cuando mueren.


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LOS LIBROS MÁS VENDIDOS FICCIÓN ‘Yo, Julia’. Santiago Posteguillo. Planeta Tú no matarás’. Julia Navarro. Plaza & Janés Fuego y sangre’. George R. R. Martin. Plaza & Janés ‘El rey recibe’. Eduardo Mendoza. Seix Barral ‘Las hijas del Capitán’. María Dueñas. Planeta ‘La hija del relojero’. Kate Morton. Suma de Letras

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

ALMÓNDIGA, COCRETA, BAYONESA, MADALENA, BISCOCHO Y MONDARINA que llevan en el medio cabello de ángel. Y, claro, también existe la mayonesa (o mahonesa), una salsa hecha con huevo, aceite, vinagre o limón y sal. La confusión entre ‘bayonesa’ y ‘mayonesa’ para referirse a la salsa es bastante frecuente, pero debe ser contemplada como un caso de impropiedad léxica. La ‘magdalena’ es un bollo pequeño, redondo y abombado, hecho con masa de bizcocho, que generalmente se presenta dentro de un molde de papel rizado. El origen del término es incierto, pero el francés tiene

Las falsas etimologías han existido siempre y son incorrectas, pese a las leyendas urbanas y a la vulgarización de algunas palabras

también un término similar (madeleine) usado para designar un tipo de bollo que procede del nombre de Madeleine Paumier, cocinera a la que se atribuye la receta. La RAE acepta la forma simplificada ‘madalena’, aunque advierte que en el uso culto escrito se prefiere la forma ‘magdalena’. Es un ejemplo de adaptación de la pronunciación a la grafía: en la pronunciación tiende a reducirse una consonante cuando aparecen dos seguidas, eliminando el primer elemento, al igual que ocurre con otros grupos consonánticos como <ns> (trasporte), <pt> (setiembre), <ps> (sicólogo). ‘Biscocho’, referido al dulce blando y esponjoso preparado con harina, huevos y azúcar, que se cuece en el horno, aparece registrado en la última edición del diccionario académico como variante de ‘bizcocho’, El ‘Diccionario panhispánico de dudas’ alude a ella como variante hoy desusada. La forma ‘mondarina’ es propia del habla popular y se debe al cruce con ‘mondar’. Se trata de un caso de etimología popular, un tipo de etimología sin fundamento lingüístico que atribuye de manera espontánea determinado origen a una palabra con otra de distinto origen o asociándola a una raíz a la que no pertenece. Se producen de este modo cambios fonéticos, morfológicos o semánticos que normalmente no tendrían lugar. Las falsas etimologías han existido siempre. San Isidoro de Sevilla, el autor de ‘Etimología’, trató de explicar el origen de la palabra latina ‘cattus’ (gato) porque los gatos ‘captan’ (ven) y ‘capturan’ a los ratones. Mucha gente dice ‘mondarina’ en vez de ‘mandarina’ porque cree que el nombre de la fruta está relacionado con ‘monda’ y ‘mondar’ por eso de que las mandarinas se mondan muy bien.

 LO VAS A LEER

ay personas que dicen ‘almóndiga’, ‘cocreta’, ‘bayonesa’, ‘madalena’, ‘biscocho’ y ‘mondarina’. ¿Están estos vocablos aceptados? Vayamos por partes. La forma ‘almóndiga’ aparece registrada en el ‘Diccionario de la lengua española’ (23.ª edición, 2014), de la RAE, con dos etiquetas: ‘desus.’ (desusado) y ‘U. c. vulg.’ (usado como vulgar). Esto quiere decir que la forma ‘almóndiga’, por mucho que se empeñen algunos en rescatarla, no es la variante del español estándar y no es la forma aceptada por la RAE. En el ‘Diccionario panhispánico de dudas’ (2005) puede leerse: «No debe usarse la forma almóndiga, propia del habla popular de algunas zonas». La forma correcta es, pues, ‘albóndiga’. ‘Cocreta’ ni siquiera está registrada en el diccionario. En el ‘Diccionario panhispánico de dudas’ hace referencia a esta variante para señalar que es una forma errónea: «Es errónea la forma ‘cocreta’, usada a veces en la lengua popular». Debe decirse ‘croqueta’. Se trata de un fenómeno conocido como metátesis o cambio de posición de los sonidos dentro de una palabra y es relativamente frecuente en el español vulgar. Ejemplos como ‘Grabiel’ (por Gabriel), ‘granguena’ (por gangrena), ‘metereológico’ (por meteorológico), ‘naide’ (por nadie), ‘polvadera’ (por polvareda) son ilustrativos de este fenómeno. En referencia a la variante ‘cocreta’, el ya exdirector de la RAE, Darío Villanueva, declaró el mes pasado que es una leyenda urbana que la RAE acepte ‘cocreta’ y que nunca lo hará. El caso de ‘bayonesa’ es ligeramente distinto porque sí existe la bayonesa, una especie de pastel hecho al horno formado por dos capas delgadas de masa de hojaldre

‘Reina roja’. Juan Gómez-Jurado. Ediciones B

NO FICCIÓN ‘1.000 recetas de oro’. Karlos Arguiñano. Planeta ‘Cómo hacer que te pasen cosas...’. M. Rojas. Espasa ‘Sapiens. De animales a dioses’. Y. Noah Harari. Debate ‘Guinness World Records 2019’. Varios autores. Planeta ‘Mi historia’. Michelle Obama. Plaza & Janés

#LA CONQUISTA DE LOS POLOS Jesús Marchamalo. Ilustraciones de Agustín Comotto. Nórdica Editorial. 168 páginas. 29,50 euros.

‘Los secretos de youtube’. TheGreft. Martínez Roca ‘¿Qué hay de postre?’. Varios autores. Espasa

INFANTIL Y JUVENIL El sombrero de Bruno. Canizales. Beascoa. 3-6 años El día que el mundo amaneció al revés. Eva Moreno Villalba, Cristina Picazo. B de Blok. 7-10 años El cuerpo humano. Carron Brown, Raquel Saunders. Astronave. 4-7 años Gira y aprende: Tablas de Multiplicar. Varios autores. Dorling. 7-10 años

No es en realidad un libro de aventuras, pero puede leerse como tal. ‘La conquista de los polos’ es una golosina (encuadernación exquisita, textos cuidados, certeras ilustraciones, páginas desplegables y mapas ilustrativos) que relata las más importantes exploraciones históricas al Ártico y

a la Antártida. No es un texto sesudo, sino que aspira a llegar a todas las edades. Es un relato ágil sobre las expediciones del Fram hacia el Polo Norte, las miserias de Amundsen en su periplo hacia el Polo Sur. No faltan datos sobre los barcos, qué había en ellos, qué ropa llevaban, cómo se llamaban los perros que arrastraban los trineos (y que hubo que matar para que el viaje no fracasara). Han pasado los Reyes Magos, pero es un libro perfecto para regalar.

#CARIÑO Miguel Ángel González. Alianza literaria. 216 páginas. 14 euros.

Todo parece tan liviano. Hay dos personajes. Ella descubre que su expareja está en el hospital de un lugar llamado Cariño, después de sufrir un accidente de moto. Él es un niño cuya madre está a punto de morir y que viaja a Cariño porque allí está el padre al que nunca conoció (y que ganó un concurso de imitadores de Elvis). Están ella y él. Dos personajes in-

Más reseñas en el Instagram @lovasaleer

completos que buscan el cariño perdido en Cariño. Todo parece tan liviano. Con múltiples anécdotas. Con recuerdos de libros, películas y series de la televisión de los años 90. Tan ligero. Pero, de vez en cuando, un puñetazo al corazón. Palabras que se te enredan para crujirte por dentro, como la despedida de unos padres con alzhéimer, como el lector que deja las últimas cuatro páginas del libro para el día siguiente... y muere por la noche sin poderlo terminar.

VÍCTOR M. VELA


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Sábado 12.01.19 EL NORTE DE CASTILLA

Instrumentos de tortura expuestos en la cárcel de Tuo Sleng (Phnom Penh), utilizada durante el régimen de los jemeres rojos en Camboya y reconvertida en Museo del Genocidio. :: DAMIR SAGOLJ-REUTERS

La tortura A

raíz del sórdido caso de la tortura y descuartizamiento del periodista saudí Jamal Khashoggi, se ha oído y leído mucho sobre el descontrol mundial en materia de interrogatorios y torturas. Lo asombroso es que parece que hubiéramos asumido la certeza de que su práctica está normalizada en todo el mundo. Sin embargo, pensar que en Europa no es así es pecar de ingenuo. Como de ingenuos sería confiar en que la tortura desaparezca de los usos y abusos de las naciones. Muy al contrario, todos los indicios de futuro confirman que la tortura es un hecho próspero y asimilado. Veamos los lindes. En la Convención de 1984 contra la tortura, se estableció que «en ningún caso podrán aducirse circunstancias de excepcionalidad –estado de guerra, inestabilidad política, emergencia nacional– para justificar la tortura». No obstante, en sociedades tan formalistas como las actuales, la tortura se viste de eufemismos como seguridad, información, garantía o inevitabilidad. Y eso

que la definición, adoptada internacionalmente, es inequívoca: tortura es la ejecución de cualquier acto que cause un dolor o un sufrimiento, tanto físico como mental, de manera elevada e intensa, para provocar en una persona –u otra influida por ella– una confesión, una revelación o una información. Y se explicita el hecho de que, cualquiera que sea el método aplicado, el dolor intenso causado responde a una intención y a un conocimiento de ese dolor por parte del torturador.

Vieja como el mundo, la tortura nos dice quiénes somos y cómo somos, es decir, seres crueles y cruentos

La tortura, por tanto, en general nos repugna, pero preferimos dejarla fuera de nuestras vidas y no pensar en ella. Se opta por la saludable anestesia moral mediante una justificación defensiva: torturamos a los malos para que no causen un mal mayor, ergo torturamos, mal que nos pese, bien. Nos tragamos lo abominable que es la tortura, a pesar de que nos sigue estremeciendo cuando la vemos reproducida en el cine. Recuerdo el impacto que me causó, de adolescente, ver la escena de la tortura por la Gestapo en ‘Roma, ciudad abierta’, de Rossellini. Recuerdo la tortura en ‘Missing’, de Costa-Gavras. Aunque la primera vez que los españoles vimos en detalle una escena terrible de tortura fue en ‘El crimen de Cuenca’ (1979), de Pilar Miró, una película que fue un ‘shock’ para un país que había padecido la tortura del franquismo. También, más recientemente, recuerdo las escenas iniciales de ‘La noche más oscura’ (2012), de Kathryn Bigelow, donde se tortura para averiguar el escondite de Bin

NUESTRO TIEMPO ADOLFO GARCÍA ORTEGA

Laden. Ahí ya no es la Guardia Civil ni es la Gestapo ni es el ejército chileno quien tortura, sino la CIA y por una buena causa. Asumimos, entonces, que los malos y los buenos usan/usamos la tortura por igual, en algún grado. Sin embargo, la hipocresía social impide aceptarlo; es obvio que miramos para otro lado, y que siempre nos convencemos de que ese otro lado al que miramos es el lado bueno. La sociedad de hoy ha llegado a entender, desde una moralidad convencional, que la tortura es, según el famoso eufemismo de George W. Bush, «un medio inevitable para salvar vidas». Vieja como el mundo, la tortura nos dice quiénes somos y cómo somos, es decir, seres crueles y cruentos. En los estados democráticos, la mano izquierda no sabe nunca lo que hace la mano derecha, por el bien general, siempre y cuando nada salpique en la superficie de nuestro bienestar. Por muy cruda y reprobable que esta verdad sea, lamentablemente es una verdad necesaria para una parte de la población. No menos verdad es que a otra parte de la población que presupongo mayoritaria la tortura nos repugna por ventajista, por inmoral y por innoble. Pero no son tiempos en que la sociedad quiera avanzar hacia mayores cotas de libertad, sino hacia mayores cerrojos de seguridad. El miedo vuelve a inspirarlo todo.

Es lo que propugnan los intolerantes de nuevo cuño retrógrado. Uno de ellos podría muy bien ser el británico John Gray, profesor en la Escuela de Ciencias Económicas de Londres y tenido, ay, por uno de los pensadores europeos más relevantes. De ideas como las suyas han surgido muchos de los actuales dirigentes, los cuales responden a muchos de los actuales ciudadanos, que son los que votan. Tiempos, pues, de un neofascismo democrático que es toda una evolución y no una involución. Su caso es indignante. John Gray, en un texto de 2003, habló ya de la tortura como absolutamente necesaria, y como un salto cualitativo en los derechos humanos, al ser, en realidad, un «derecho pleno para el torturado». Si no fuera porque el artículo va en serio –está recogido en su libro de ensayos políticos ‘Contra el progreso y otras ilusiones’–, cualquiera diría que está parodiando a un fanático legislador estalinista, como los denunciados por Orwell o Solzhenitsyn. Pero no, Gray habla en serio cuando dice cosas como estas: «Hay que dejar de practicar torturas fuera de la ley: estas han de pasar a ser parte del procedimiento judicial normal». O: «Necesitamos considerar la reintroducción de la tortura judicial como el próximo paso en el progreso humano». O: «Necesitamos liberarnos de la creencia que dictamina que cuando se tortura a un terrorista se violan derechos humanos». Y añade (¡en el colmo del cinismo!): «De hecho, en una sociedad realmente liberal, los terroristas gozan del derecho inalienable a ser torturados. Esto es, precisamente, lo que demuestra la superioridad moral de las sociedades liberales sobre las demás, pasadas o presentes». Y con respecto a los torturadores, dice que hay que dignificar su trabajo porque son «trabajadores dedicados a la causa del progreso». Y añade: «Los interrogadores que apliquen sus habilidades técnicas con los terroristas de hoy se hallan a la vanguardia del progreso humano». Después de releer esto, uno se queda sin aliento. Y casi sin esperanza.


12 LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 12.01.19 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Ángel Ortiz Coordinador: Chema Cillero

Peter Wilde posa frente a su instalación ‘60 Merkels’. :: JOHN MACDOUGALL - AFP

‘Whatsapps’ a Theo, si tuviera D

el miedo a la lástima, de la condescendencia a la admiración, del desdén al amor profundo podría admitirse que ha sido el devaneo sufrido por la figura de Vincent Van Gogh, aun sin intención alguna por su parte y, por supuesto, sin conocimiento de ello; una evolución y una deriva condicionada por la madurez de nuestra sociedad, por sus cambios de humor y por su asombrosa tendencia a la exageración entre sus filias y fobias. A su vida atribulada, de apasionada búsqueda y aceptación, de vehementes arrebatos marcados por una sorprendente seguridad conceptual y de dolorosas e insoportables arritmias ante los compases marcados por el mundo ha-

bríamos de añadir una determinación, quizás obsesiva, por la contemplación y entendimiento de la realidad necesitada de una atención particular pues, a pesar de su fama como paisajista, al pintor holandés le obsesionaba, sobre todo, la naturaleza interior de las personas, el contacto directo con el ser escondido tras la mueca impostada que construye la imagen proyectada por cada individuo. Intuía Van Gogh que en el fondo de toda mirada ha de esconderse alguna respuesta que aún se nos escapa. De haber vivido en nuestro tiempo, acaso hubiera optado, como el artista Peter Wilde, por perderse en las redes sociales para buscar en cada imagen, ofrecida sin recato, la identidad de los au-

ténticos moradores que las visten. El artista canadiense, afincado en Alemania, ha enfocado su atención sobre nuestra imagen almacenada en la memoria virtual de nuestras redes sociales. Objeto de su trabajoso y persistente estudio, fuente reveladora de algunas de nuestras más cándidas contradicciones, cómo es posible que hayamos convertido, sin consenso previo y discutido, la pu-

Refleja Wilde que a una sola imagen le ha de corresponder un sinfín de interpretaciones

blicación masiva de nuestra imagen en una actividad íntima, cómo explicar la difícil conexión entre el ser privado y la imagen pública, entre lo que somos y lo que proyectamos, entre el ser y la persona. Peter Wilde pinta sin descanso y convierte la imagen en objeto real, en accidente observable, para escudriñar en la interpretación plástica de nuestras fotografías digitales esa humanidad que se escapa en el instante. ¿Dónde está la mueca rendida, incapaz de mantenerse en un posado, dónde el temblor de nuestro párpado, la rendición de una sonrisa que no puede falsificar nuestro estado de ánimo por más tiempo? Los líderes políticos y los seres anónimos colgamos igualmente nuestra imagen

OVEJAS NEGRAS RAFAEL VEGA

con la equivocada certeza de cometer un acto público de trazas íntimas: los líderes pretenden con ello sentirse cercanos, los ciudadanos anónimos, sin embargo, anhelan presencia en el Olimpo atemporal, (donde nada envejece, donde las criaturas se aprecian míticas) y un contacto directo, una empatía que debiera esperarles, sin embargo, a la vuelta de la esquina. ¿Tanto han cambiado nuestras relaciones sociales que la humanidad busca el afecto y la cercanía a través de las pantallas, entre perfiles identitarios y fotografías íntimas que se comportan como botellas de náufragos flotantes en un océano virtual? Refleja Wilde con un sentido del humor sereno y elegante que a una sola imagen de cada uno de nosotros le ha de corresponder un sinfín de interpretaciones. Tal y como indican sus instalaciones repetitivas, el hombre se replica e inventa cada día en la mirada de sus observadores. Escribió Van Gogh a su hermano Theo: «Prefiero pintar los ojos de los hombres antes que pintar catedrales porque en los ojos hay algo que no está en las catedrales», pero eran los suyos los autores de su enigmática maravilla.


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