SOMBRA CIPRES
NÚMERO 326 Sábado, 26.01.19
LA
Contracultura, apocalipsis integrado Aquella efervescencia de finales de los 70 acabó convertida en mito, pero también en negocio
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Ilustración de Ceesepe.
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Sábado 26.01.19 EL NORTE DE CASTILLA
Poch, cantante de Derribos Arias.
La contracultura: de la historia al mito Alberto García Alix. :: A. GARCÍA ALIX
H
ubo un tiempo: Así solemos referirnos al período que va desde finales de la década de 1970 a mediados de la de 1980, cuando –algunos así lo creían e incluso lo sentían– todo era posible, y ese todo incluía una nueva sociedad basada en una nueva cultura. Ese fue uno de los puntos equívocos. El otro es el traslado de lo histórico a lo mítico en que se ha visto llevada la contracultura. El sentimiento apuntaba a la juventud de quienes formaban parte de la contracultura, rollo, movida incluso. Existía, sin duda, la posibilidad de un cambio. Lo hubo, incluso, lento, costoso, difuso para algunos, pero cambio político, sí –y antes social– aceptado por la gran mayoría de la sociedad, aunque hoy en día el lugar común sea la negación. Más importante que el cambio social fue el generacional. Por un lado, una nueva generación, representados por Adolfo Suárez y Juan Carlos I, tomó el mando en la sociedad.
El grupo norteamericano The Gun Club, entrevistado por Paloma Chamorro en ‘La Edad de Oro’.
Más allá, hubo otra brecha generacional aún mayor: la de los jóvenes de entre 16 y 25 años que, animados por la urgencia de vivir y el deseo de probar todo, se lanzaron, en muchos casos sin paracaídas ni redes al remolino de las sensaciones dionisíacas. Había que vivir rápido y no pensar en el futuro, pues, como decía el lema, el futuro no existía. Fueron años en que los adultos estaban demasiado ocupados en la construcción de un nuevo sistema político y social como para que se preocuparan por las manifestaciones culturales más o menos periféricas. Había que crear una nueva mitología cultural que aglutinara a la sociedad que salía de la dictadura militar. Para ello los adultos echaron mano de lo que luego vendría a ser la mitología de la Transición, mitología que, dicho sea de paso, ha dado extraordinarios resultados. Ha sido la de más extensa duración desde los comienzos del siglo XIX si exceptuamos los
SANTIAGO RODRÍGUEZ GUERREROSTRACHAN
Las bases de Estados Unidos en España sirvieron también para difundir la contracultura americana ‘La edad de oro’ trajo a España las novedades musicales y artísticas que bullían sobre todo en Nueva York y Londres
años de la Restauración. En las periferias de la sociedad, sin embargo, bullía otro imaginario, proveniente de los Estados Unidos de América. Allí las décadas de 1960 y 1970 habían visto el surgimiento de una cultura contestataria, hedonista, en la que la comunidad no anulaba al individuo. Los ‘beats’ y sus sucesores, los ‘hippies’, había puesto en pie una sociedad minoritaria, vitalista, centrada en el cuidado de sí mismo y en la colaboración comunitaria que, más allá de las caricaturas, proponía un modo de vivir alternativo y, sobre todo, alejado y ajeno, al Poder en cualquiera de sus encarnaciones. Las bases militares que Estados Unidos instaló en España también sirvieron como bases desde las que difundir esa contracultura americana, como señala Jordi Costa en ‘Cómo acabar con la contracultura’ (2018). El rock y el cómic son las expresiones más populares y las que contaron con mayor apoyo. Hubo tam-
bién un cine contracultural, el de Iván Zulueta, el primer Pedro Almodóvar o el de Eloy de la Iglesia, al igual que hubo un periodismo, Ajoblanco entre otras revistas, y una literatura, la de Eduardo Haro Ibars o la de Fernando Merlo, entre otros según analiza Germán Labrador en ‘Letras arrebatadas’ (2009). John Waters, Bang! o la literatura de la generación ‘beat’ fueron algunos de los modelos que los jóvenes españoles consiguieron gracias a los soldados estadounidenses acantonados en Torrejón de Ardoz. No deberíamos olvidar el papel precursor de Luis Racionero, que pasó el año de 1968 en Berkley con una beca Fullbright, ni tampoco el de Mariano Antolín Rato, novelista y traductor, fascinado por William Burroughs y Jack Kerouack. Racionero, junto con Fernando Sánchez Dragó y algún que otro más, ayudaron a que se aclimatara en España el interés por lo hippie y por lo oriental; también podríamos mencionar a Anto-
nio Escohotado, alejado en Ibiza mientras leía a Thomas Jefferson, Herbert Marcuse o Ernst Jünger y comenzaba su experimentación con las drogas. Fueron precursores que dejaron su impronta, aunque en 1980 lo oriental quedaba ya como un residuo y su lugar lo ocupaba el universo urbano neoyorquino. Esto explica, al menos en parte un programa televisivo como ‘La edad de oro’, esfuerzo heroico de la recientemente fallecida Paloma Chamorro por traer a España todas las novedades musicales y artísticas que bullían sobre todo en Nueva York (y aquí el recuerdo de Factory de Andy Warhol se impone) y en Londres. Por ‘La edad de oro’ pasaron artistas como Ocaña, Ceesepe, Fernando Márquez El Zurdo o Divine, todos ellos actores contraculturales de la década de 1980. Ya dije que uno de los problemas era el sentimiento de que todo era posible sin que hubiera una evaluación racional de las posibilidades. La ju-
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Un fenómeno comercial :: FERMÍN HERRERO
P El recuerdo de aquellos años –finales de los 70 a mediados de los 80– se hace siempre en clave juvenil, como si sus protagonistas no hubieran envejecido. Suspendidos en la solución densa del mito
Eduardo Haro Ibars. E
ventud actuaba de propulsor de unas inquietudes que el tiempo (la edad, si no usamos eufemismos) aminoraría. El otro problema es la mitificación que de unos años a esta parte viene ejerciéndose de esos años. En 1992 muchos de los que participaron en esa efervescencia renegaban de aquello o no le daban mayor importancia, como contaron a José Luis Gallero en ‘Solo se vive una vez’. Los que reconocían que esos años habían sido importantes subrayaban sobre todo la entrada en la Posmodernidad y el alejamiento de todo tipo de consignas ideológicas vinculadas a la izquierda (lo que venía a subrayar el rechazo al arte comprometido ideológicamente). En la década de 2010 el panorama había cambiado y se hablaba de que la contracultura había desaparecido debido a la cultura del consenso que había puesto en marcha la Transición. Suena muy bonito, heroico incluso, y sirve de excusa perfecta para elevar la contracultura al mítico estatuto
de algo que ocurrió en un tiempo pasado ya perdido para siempre –Et in Arcadia Ego–. A mí estas mitificaciones siempre me producen urticaria –por decirlo de un modo suave– y dudo que muchos de los que entonces estuvieron allí quisieran continuar para siempre como artistas contraculturales. Dudo que Almodóvar, por ejemplo, quisiera ser un cineasta minoritario. Su carrera posterior lo desmiente. La mitificación tiene otra consecuencia. El recuerdo de aquellos años se hace siempre en clave juvenil, como si el tiempo no hubiera transcurrido y sus protagonistas no hubieran envejecido. Suspendidos en la solución densa del mito esperan los recuerdos de cuando entonces a que llegue el enviado para devolverlos a la historia y así poder continuar la historia de la contracultura en España. O simplemente acabamos con ella como, irónicamente, propone Jordi Costa en su estimable libro.
Leopoldo Mª Panero.
CÓMO ACABAR CON LA CONTRACULTURA Jordi Costa. Taurus. Barcelona, 2018. 336 páginas. 20,90 €. Ebook: 10,99 €.
ese a su apariencia de enemigos irreconciliables, la contracultura, al cabo, se ha convertido en un negocio. Y de los buenos. El mercado y su engranaje empresarial terminaron asimilando en beneficio propio los postulados contestatarios, que han ido ocupando los sueños más húmedos del consumidor. No olvidemos al respecto –y me remito a un ensayo esclarecedor, como todo lo suyo, creo que incluido en ‘Non olet’, de Rafael Sánchez Ferlosio– que el verdadero peligro mercantil para el sistema capitalista procedía entonces de la cerrazón puritana y el conservadurismo que acarreaba. Es una constatación atroz para quienes alzamos para siempre, al coincidir con la plenitud vital, en aquella explosión artística nuestra nostálgica patria sentimental, un totum revolutum que además, en cierto modo, nos libró de las ideologías y fue el germen de muchos cambios sociales, justos, aún en marcha. Para quienes acogieron con entusiasmo las invasiones bárbaras, lo que Michael Harrington llamó «la masificación de la bohemia», en la rebelión contracultural de los sesenta está el origen de nuestra manera actual de ver el mundo y de entender la sociedad, de gran parte de los valores, gustos y pasiones que nos acucian y desazonan. Allá por 1969 el profesor de Historia y uno de los más lúcidos teóricos del movimiento hippie, Theodore Roszak, defendía la necesidad de la contracultura, por ser «cuanto tenemos para hacer frente a la consolidación definitiva del totalitarismo tecnocrático en el que nos hallamos ingenuamente sumidos, en una existencia completamente disociada de todo lo que ha hecho del hombre una aventura apasionante». Charles A. Reich, profesor de Derecho en Yale, iba aún más allá en ‘El reverdecer de América’ al considerarla una nueva conciencia liberadora enfrentada frontalmente a la sociedad hiperorganizada. Otros la definieron como negación histórica de la sociedad de masas e incluso como transformación de toda una era. Entre nosotros, muchos años después, gracias al vendaval liberador tras los años oscuros de la dictadura, en la
neblina eufórica de los garitos y tugurios para noctívagos, fraguada entre sustancias y vapores a granel, todo estaba chachi y molaba mogollón, nadie sabía nada. Era la disipación propia de la mocedad, trasmutada en un sarpullido estético múltiple con aire de anarquía y ritmo espídico: la movida. El pobre Poch, el de Derribos Arias, antes de Ejecutivos Agresivos; el también malogrado Eduardo Benavente, de Parálisis Permanente, o Fabio McNamara –quién te ha visto y quién te ve– oficiaban como gurús colgateras frente a la melena aleonada de la no menos impar Paloma Chamorro. Estábamos allí, pegados a los bafles como legaña al ojo, convulsos e inmortales. Cada amanecida daba la impresión de que íbamos a comernos el mundo, a llevarnos definitivamente la vida por delante. Pero, quia. Y qué fue de tanto genio incomprendido, «de tanta invinción como truxeron», qué fueron sino devaneos. ¿Qué se hizieron las damas, sus tocados e vestidos, sus olores? ¿Qué se hizo aquel trovar, las músicas disonantes que aporreaban? ¿Qué se hizo aquel dançar a lo idiot o a lo pogo en las discos, aquellas chupas chapadas que traían? Más allá de las preguntas retóricas del clásico solo quedó la resaca y, como icono y guía artístico, el chamán triunfador Almodóvar, cuyo cine –algo que se me escapa habrá en el agua cuando tantos y tan preparados la bendicen–, a mi escaso entender, tiene la profundidad de un charco. No sé muy bien lo que pasó. ¿Nuestros ídolos mintieron?, parafraseando a Kipling. ¿Eso es todo?, como concluyó en otro
Era la disipación propia de la mocedad, trasmutada en sarpullido estético múltiple con aire de anarquía La única revolución cumplida ha sido el consumismo basado en la obsolescencia programada, la religión de nuestro tiempo
orden, terrible, de cosas, Juaristi. No lo sé. Para aquel entonces, el impulso del mayo francés o de Berkeley, la fuerza temeraria de Janis Joplin, de Jimi Hendrix o de las ceremonias apoteósicas de Woodstock habían ido degenerando, siendo sustituidos por sucedáneos. Eran los tiempos del punk y la ‘new wave’. Luego vinieron el ‘house’, el ‘hip-hop’ o el ‘techno’. Ahí ya me perdí. Pero creo que el espíritu transgresor y el afán de liquidar las normas plasmado en modas juveniles que se van sucediendo –y al tiempo se encargan de entronizar los estudios denominados culturales– ha decaído de manera alarmante, y si no, en el terreno literario a las ‘jam sessions’ u otras manifestaciones «democráticas» me remito, hasta mudarse en subcultura de ínfima calidad, por ser suave, el «vacío cargado de signos» del que hablara Lefebvre. A este respecto, en una entrada de su último tomo de diarios, José Jiménez Lozano, poco sospechoso de contaminación contracultural, señala que «el premio Nobel de la Literatura ha ido a parar a las letras de la canción ‘pop’ en la persona de uno de sus mejores poetas y cantantes, Bob Dylan. Pero este es un ámbito cultural inalcanzable para la canción ‘rap’ y otros posteriores géneros literarios populares. Y ¡qué daríamos para que las actuales letras y músicas que se escuchan ahora, por doquier, y también en las iglesias, tuviesen la centésima parte de nivel de los poemas y la música de Bob Dylan!». En definitiva, como demostraran con meridiana claridad Joseph Heath y Andrew Potter en ‘Rebelarse vende’ y Thomas Frank en ‘La conquista de lo cool’, vista ya en perspectiva histórica, la disidencia cultural alternativa e insurgente de la juventud, iconoclasta, creativa, ‘underground’… ha sido absorbida por el comercio en general, sobre todo por la publicidad, las discográficas y las marcas de ropa, de tal manera que la única revolución cumplida ha sido el consumismo basado en la obsolescencia programada, la religión de nuestro tiempo y los sucesivos cambios provocados por el inconformismo bien digerido por la feria de las vanidades imperante que no han hecho sino consolidar la sociedad del espectáculo atinadamente anunciada por los situacionistas.
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El cine lisérgico F inales de 1979: se estrena ‘Arrebato’, segundo y último largometraje de Iván Zulueta. Octubre de 1980: Pedro Almodóvar inicia su larga carrera con ‘Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón’. En su reciente libro sobre la contracultura, Jordi Costa plantea la posibilidad de encajar las dos obras como caras opuestas, A y B, de un único disco de «esa mutación de la energía contracultural que alcanzaría la visibilidad bajo ese paraguas integrador en apariencia de la Movida». Son, sin embargo, demasiado divergentes para fundirlas en un problemático disco. Pedro Almodóvar ofrece una juvenil provocación tan llena de gracia como de limitaciones, que se mantiene en la filmoteca de la memoria por la continua renovación del cineasta. Iván Zulueta, muy al contrario, acaba con ‘Arrebato’ su carrera, si exceptuamos un par de cosas epigonales para televisión una década después. La película de Zulueta está condenada a la soledad del juicio, sin amparos generacionales o de la Movida. Un solo gesto, y final, a la manera de las últimas líneas de Cesare Pavese. Y luego, desaparecer. Fue una película largamente presentida, más que pensada. Iván Zulueta (19432009) contaba con experiencia televisiva en la realización de ‘Último grito’, con José María Iñigo, una ventana a la música pop de finales de los se-
senta. De ese trabajo se nutrió su primer largometraje, ‘Un, dos, tres, al escondite inglés’, estrenado en 1969, una broma gamberra en la onda
de las dos películas que Richard Lester rodó con The Beatles. En paralelo, Zulueta no dejaba de experimentar con el formato casero de Sú-
per 8, jugando con la velocidad de proyección y la textura del minúsculo fotograma. Ambos caminos por fin se encontraron: «Yo me he pasado muchos años rechazando la narración y trabajando la experimentación en Súper 8. En ‘Arrebato’ traté de unir los dos universos», declaraba en 2004 a Juan Pablo Huércanos. A fi-
nales de los 70 Zulueta está en la punta de todos los desafíos, de todos los riesgos que pululan por el revoltijo ma-
drileño: arte rupturista, vida que empieza y muere cada noche, nueva sexualidad, exploración de las puertas de la percepción –como las llamó Aldous Huxley– que abren las drogas. Porros, ácido y una última frontera que el cineasta durante un tiempo se resiste a cruzar: la heroína. «Llegabas al caballo convencido de
cinas’ en La Vaquería, un local que había abierto el poeta y profesor Emilio Sola «con música buena, como los de Ibiza y Formentera», y que fue destruido por una bomba de los guerrilleros de Cristo Rey. A pesar del apogeo, es justo reconocer que la litera-tura no fue, precisamente,, uno de los puntos de mayorr interés de aquellos años. An-tes que en novela o en poe-n sía, que entonces caminaban en España por derroteross n bien distintos, la expresión literaria de la contracultura encontró su verdadero modo de expresión en las revistas. En la Movida brillaron, por ejemplo, publicaciones como ‘La Luna’ o ‘Madrid me mata’, fusión de tendencias diferentes con un fin común: criticar la cultura imperante y tratar de subvertirla mediante
la expresión artística. Frente a la finura de cabeceras como éstas, el feísmo de ‘El Papus’, «revista satírica y neurasténica», combinó el humor más tosco y grosero con la firma de autores como Manuel Vázquez Montalbán o Maruja Torres. En 1977, un
JORGE PRAGA
Un fotograma de ‘Arrabato’ (Iván Zulueta, 1979).
CARLOS AGANZO
Mientras los monos saltan de rama en rama
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a figura de Leopoldo María Panero, cincelada a partes iguales por su condición de desencantado, de maldito y de loco genio creador, representa mejor que ninguna otra a la contracultura literaria española. Es decir, al reflejo en la España de los setenta y los ochenta de aquella contracultura americana que Theodor Roszak rastreó a partir del influjo de la generación Beat. Una eclosión de movimientos ‘underground’ en la mú-
sica, el cómic, el cine, el arte, la moda o la literatura que sacudieron el país entre la dictadura y la democracia, y que desembocaron en el que se convertiría en su escaparate más internacional: la Movida madrileña. «La poesía destruye al hombre / mientras los monos saltan de rama en rama / buscándose en vano a sí mismos», escribió entonces Leopoldo María Panero. A Eduardo Haro Ibars, novelista, ensayista y ante todo poeta, le mataron,
además de la poesía, el alcohol y las drogas en primera instancia; después, el sida, cuando no había cumplido los cuarenta y uno. Aunque hoy no es fácil encontrar sus libros (‘Pérdidas blancas’, ‘Empalador’, ‘Sex fiction’, ‘En rojo’), sí podemos escuchar todavía muchos de sus versos en viejos temas de la Orquesta Mondragón o Gabinete Caligari. Luis Antonio de Villena, otro de los grandes personajes de la época, le hizo protagonista de su novela ‘Madrid ha muer-
to’, y le incluyó bajo el nombre de Emilio Jordán en su colección de ‘Malditos’. Haro fue uno de los muchos autores (junto a Gregorio Morales, Sádaba, Savater, José Tono o Javier Memba) que publicaron entonces con el sello Ediciones Libertarias. Otra serie emblemática en Madrid fue la de La Banda de Moebius, donde se dio luz al célebre ‘Manifiesto’ de Agustín García Calvo y su Comuna Antinacionalista Zamorana. La editorial tenía sus ‘ofi-
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que no era como decían. Pensabas: ‘Seguro que es como el sexo y todo lo demás’. Pues, por una vez, era verdad», declaraba a José Luis Gallero en 1991. Iván Zulueta culmina la década de los setenta con la intuición de que está ante su gran oportunidad artística. Y que después no habrá margen para más, solo dejar-
se engullir por la heroína que le quema las venas. Con ese tejido nihilista, Zulueta compone para su película dos personajes que, de manera distinta, participan de la incapacidad para remontar la existencia. Uno es José Sirgado –al que da cuerpo Eusebio Poncela–, un mediocre director especializado en vampiros y hombres lobo, el «terror de pipas» del cine español de los setenta, yonqui de todo tipo de drogas. El otro, Pedro P. –inolvidable Will More– es un inadaptado que se refugia en su cámara de Súper 8. «No come, ni bebe, ni duerme, ni jode, ni nada… solo filma. ¿Te das cuenta? Todo el día, todo el tiempo. Es un tío que lleva viviendo 27 años… y tiene 12», dice de él su prima Marta. La primera vez que coinciden están ante el televisor, donde pasan una vieja película de Mae West. Una cinta remota que, sin embargo, no resta esplendor a la actriz, devenida en mito inmortal, en estrella que el ácido del tiempo no ataca, olvidada del cuerpo y sus accidentes. Una metamorfosis como la que ha iniciado Pedro P., el cineasta amateur. Su cámara, perfecta cómplice, vampiriza su rostro, lo traslada a los fotogramas mientras él palidece y se esfuma. Su desaparición mostrará el camino al otro protagonista, que en una escena memorable descubrirá a su colega succionado en imagen, imagen con vida propia que no se destruye cuando tapa con su mano el chorro de luz del proyector. Una cara llena de lozanía perpetua, una vida faústica radicalmente contraria al retrato de Dorian Gray.
Convertirse en imagen, ser imagen, ese es el camino salvador. Bajarse de la flecha del tiempo e ingresar en el País de Nunca Jamás de J. M. Barrie. O en la isla que traza Adolfo Bioy Casares en ‘La invención de Morel’, poblada por seres icónicos mantenidos por una maquinaria indescifrable que los hace inmutables y eternos. Lo persiguen los protagonistas de ‘Arrebato’, y el propio Iván Zulueta. Tras la realización de su película, el cineasta desaparece. En su adicción al caballo, en las curas de desintoxicación, en la villa Aloha de sus padres frente a la bahía de la Concha. Cierre, a los 36 años. Dejará después algunos carteles memorables, montará una exposición de polaroid en la Casa Encendida, rodará ‘Párpados’ para televisión…, pero vivirá sobre todo tras las imágenes inmortales de su película, espejo de sí mismo, camino de destrucción y protección al unísono. Tampoco es este escaqueo ningún disparate, ni perla de un tiempo fenecido. Al contrario. Si abrimos las redes sociales, con Instagram a la cabeza, encontraremos innumerables Pedro P. que extreman sus actos inocuos para convertirlos en imágenes suplantadoras de su vida. ‘Arrebato’ es la suma previa de todos esos intentos, su cristalización suicida y feliz, el paso definitivo al otro lado. Lewis Carroll, otro cómplice imprescindible, lo anticipó en boca de su Alicia: «¿Regresar ahora? Ni hablar. Tendría que cruzar otra vez el espejo…volver al viejo cuarto de siempre… y todas mis aventuras, ¿qué?, ¡se acabarían!».
blogs.elnortedecastilla.es/elavisador/
atentado con paquete bomba de Alianza Apostólica Anticomunista, la Triple A, se saldó con diecisiete heridos y la muerte del conserje, Joan Peñalver. En la misma línea que las revistas, el cómic fue otro de los grandes vehículos de expresión de aquellos años. El dibujante Nazario se llevó su estilo trasgresor de Sevilla a Barcelona, donde sus «paseos travestidos» por la Rambla, al lado de Camilo y de Ocaña, se convertirían en la representación más provocadora de la contracultura de la ciudad condal. Nazario, considerado el padre del cómic underground español, con series como la de ‘Anarcoma’, fundó el grupo El Rrollo al lado de Mariscal y Pepichek. Junto a ellos, la presencia de Ceesepe en Barcelona propició el salto del
movimiento a Madrid. Ceesepe fundó en el ‘foro’, con El Hortelano, Agust o Alberto García-Alix, la Cascorro Factory, que vendería sus cómics y fanzines en el Rastro. En 1979, con el cartel de la película ‘Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón’, de Almodóvar, contribuyó a crear otro de los símbolos más reconocibles del movimiento. Ceesepe, al lado de dibujantes como Gallardo y Mediavilla, Max Montesol, Sento o el propio Nazario, formó parte de la nómina de uno de los clásicos del momento, la revista ‘El Víbora’. ‘El Víbora’, «comix para supervivientes», protagonizó entonces una seria pugna historietista ente la «línea chunga», que ellos representaban; la «línea clara», por la que apostaba ‘Cairo’, y el estilismo de ‘Madriz’.
El propio Ceesepe fue el autor de la portada del número 1 de ‘Madriz’, el tebeo que llegó a publicar 33 números subvencionados por el Ayuntamiento de Tierno Galván. Más arte, más modernidad y menos underground, con la firma de artistas como Asun Balzola, Ana Juan, Federico del Barrio, El Cubri, OPS, Carlos Giménez… El final del ‘Madriz’ fue también el de la contracultura española. Al igual que le ocurrió a la estadounidense, como nos contó Roszak, los iconos se convirtieron en objetos de consumo. Y se acabó la revolución. La idea transformada en signo. Y el signo en chuchería para el mercado. O para el mercadillo. La muerte por éxito. Regresemos a Panero: «Sólo es hermoso el pájaro cuando muere / destruido por la poesía». Así fue.
Pablo García Baena. :: ROMÁS RÍOS
Las bellezas de Pablo García Baena SATURNALES LUIS ANTONIO DE VILLENA
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ace ahora justamente un año (el pasado 14 de enero) que falleció en su nativa Córdoba Pablo García Baena –tenía 96 años– uno de los fundadores de la afamada ‘Cántico’ y uno de los grandes poetas españoles de la segunda mitad del siglo XX. Su caso –el de alguien que nunca trepó ni medró en el a menudo soez mundillo literario– le hizo vivir épocas largas de silencio o de olvido y épocas –más hacia el fin– de muy justo reconocimiento alto. Quizá cuando algunos novísimos, como Carnero o yo, quisimos poner en el lugar debido, a una poesía muy vital pero joyantemente manierista, o como cuando –en 1984, porque lo admiraba, Jesús Aguirre, entonces duque consorte de Alba– se le dio el premio Príncipe de Asturias y por vez primera, con 63 años cumplidos, su nombre rebasó con brillo las fronteras de Andalucía. Es difícil (no lo voy a negar) hablar a la par de un poeta muy amigo íntimo, desde los primeros años 70 y a la par celebrar, en el general consenso, que ese amigo fuera un excepcional poeta. Pablo (siempre era Pablo a secas) estuvo con la cabeza muy lúcida hasta el fin, pero se estaba quedando irremisiblemente ciego, y era frágil, como una hoja querida que cualquier viento puede arrastrar.
Sabíamos muchos –pero Pablo escribía siempre lento– que desde su último libro editado en vida, ‘Los Campos Elíseos’ de 2006, el poeta no había dejado de escribir poemas, pero pensamos (lo reafirma el prologuista José Infante) que pensamos en un libro, ya casi acabado cuando murió. Ahora Pre-Textos saca esos últimos poemas –«Infante con razón no se atreve a llamarlo libro, lo es sólo en el telar»– con el título de ‘Claroscuro’. Era el mundo del último Pablo, y los doce poemas que forman ese «esbozo de libro» (sobre el que García Baena no dejó nada dicho) no podía ser el mejor de los Pablos posibles, no, pero es Pablo en su absoluta exquisitez y belleza: El mundo religioso y pagano, el tiempo que fluye irremediable (es muy hermoso en poema dedicado a la muerte de nuestro querido Julio Aumente, ‘Clamavit’) y además el recuerdo del amor, del verano (siempre «el verano será el tiempo de la dicha») , los árboles, la Historia, y esa palabra de triunfal cultismo –‘ñorba’, una flor pasionaria– junto al cuidado dialecto de la vida… Pablo (siempre, delicado, discreto, íntimamente atrevido) se despide casi involuntariamente de sus lectores con bellos y pocos poemas muy suyos, en claroscuro. Cierto que el mejor, el altísimo poeta sigue estando en ‘Antiguo muchacho’, ‘Junio’, ‘Antes que el tiempo acabe’ o el redondísimo ‘Fieles guirnaldas fugitivas’. Pero este breve e intenso Pablo final, es en su cuidado, el poeta que muchos hemos admirado y admiramos y la persona íntegra que algunos quisimos mucho. «Onorate l’altissimo poeta».
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a soledad, si es buscada, es una bendición en estos tiempos de concentración demográfica y achuchamiento generalizado, desde las grandes superficies a los campos de fútbol. Al encuentro de esa soledad partió hacia el norte, sin rumbo fijo, Rick Bass. Dejó su trabajo como geólogo en una petrolera de Misisipi para emprender, tras peinar varios estados (Arizona, Colorado, Utah o Wyoming) una vida solitaria y aislada en un valle «salvaje y mágico» en las montañas Purcell, Montana, en medio de un pastizal bajo la falda del monte Caballo Perdido. De ella da buena cuenta en ‘Invierno’ (Errata Naturae), una especie de diario que abarca su primer medio año de estancia, de los indicios otoñales al barrunto de la llegada de la primavera. En ese lugar en la frontera con Canadá, lindero con Idaho, lo más parecido al fin del mundo, donde vive «sólo un puñado de gente […] repartida por los bosques y siguiendo el curso del río Yaak», se estableció con su mujer, que aporta unas delicadas ilustraciones a tinta, y dos sabuesos. Los lugareños son como ermitaños, amables y solidarios, eso sí, porque «todos hemos tenido nuestros roces con la sociedad, con las multitudes», según sentencia el autor, que llega hasta ese confín atraído por la desolación y reclusión invernales, con la convicción de que aislarse no es encerrarse y la seguridad de que, en contra de lo que prescribe la ansiedad contemporánea, «nadie puede tenerlo todo, da igual dónde se esté». Cuando aún no sabe si va a soportar los rigores de la estación fría apunta una primera impresión: «todo tranquilo y en silencio», que luego corrobora, aun con cerca de medio metro de nieve para Halloween y con días a sesenta bajo cero de sensación térmica, unida a la belleza del paisaje, por ejemplo de un salto de agua que le lleva al espléndido libro de Carver ‘Un sendero nuevo a la cascada’ con un mirlo acuático que remite al naturalista pionero John Muir, para concluir: «jamás habría soñado que viviría en una tierra dura, lejos de la gente». Aunque en vez de pasear a menudo por el bosque o leer poesía a la ribera de un arroyo deba estudiarse a fondo el manual de instrucciones de una motosierra alemana o aprender a desmontar y volver a montar un generador,
actividades indispensables para sobrevivir, escribe, casi a diario, con Thoreau y Jim Harrison como guías literarios, una novela, al amorcillo de una estufa alimentada sobre todo con troncos de alerce. Y en su regocijo, en lo profundo de la naturaleza, partiendo leña o simplemente como un hombre solo en el bosque, adquiere y nos transmite el aprendizaje que da la atención, sin ruidos que interfieran, acerca de las liebres blancas, los ciervos mulos, los alces, los pumas o el cárabo que los acompaña en el rancho Fix. Pero, sobre todo, rodeado de «una gran soledad, buena y triste a la vez», nos muestra lo que aprende de sí mismo a partir de la emoción y del asombro en general, particularmente cuando nieva y todo se acalla. Así como Bass confiesa que se está alejando de la raza humana y que, a fuer de resultar grosero, le gusta, ya que no está «hecho para la ciudad», en ‘Las cenizas y las cosas’ (Penguin Random House), por el contrario, el mexicano, residente en un «tolerable autoexilio» en Brooklyn, Naief Yehya nos muestra la soledad que puede sentirse hasta en la capital del mundo, por la que callejea atento, a la sombra de los rascacielos, en teoría para documentarse, pese a que a la postre no fuera así, a fin de escribir una crónica pormenorizada de la urbe, sin «encontrar a alguien con quien beber un café en una ciudad de más de ocho millones de habitantes», sin contacto alguno con «intelectuales hispanoparlantes» y sin entenderse siquiera con los inmigrantes mexicanos. Es un sin. Se siente también ajeno a la jungla del mundillo literario en Estados Unidos, comandada por «editores agresivos y agentes violentamente necios» –al ‘New Yorker’, aun cuando el álter ego protagonista consigue colocar en sus preciadas páginas un relato premonitorio sobre el ataque terrorista ideado por Bin Laden, lo tilda de «revista emblemática del esnobismo literario neoyorkino»– y al mismo tiempo del panorama de su país, en el que se siente fuereño y donde «lo único que cuenta es la promoción y la necedad». La novela, compuesta con materiales muy heterogéneos de fondo supongo que autoficticio, desde la experiencia atroz de una adopción ilegal en China al fracaso estrepitoso de un matrimonio, está muy bien armada en cuanto
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SOLEDADES Maneras de estar solo
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Panorámica del Valle de Flathead, en Montana (EE UU), cerca de la frontera con Canadá. :: HARVEY LOCKE-AFP
INVIERNO Rick Bass, Errata Naturae, 2 224 pp., 19,50 €.
LAS CENIZAS Y LAS COSAS Naief Yehya, Penguin Random House, 200 pp., 16,90 €.
CÁRDENO ADORNO
NUESTRAS RIQUEZAS
Katharina Winkler, Periférica, 256 pp., 18 €.
Kaouther Adimi, Libros del Asteroide, 192 pp., 18,95 €.
a la trama, que por derroteros esperpénticos y con algo de pastiche del realismo mágico, netamente mexicanos, deriva en tintes surrealistas e incluso kafkianos. Si bien cuando parece encaminarse hacia el delirio, todo lo explica la vuelta de tuerca del desenlace, donde nos damos de bruces con la espantosa soledad, que es la de todos, ante el dolor y la muerte. En lo relativo a la forma, destaca el humor esquinado y la ironía aplicada a sí mismo, en cierto modo compasiva, la exuberancia adjetival y en general de la expresión, y el sonido dulce y bello de los mexicanismos: «San Ismael no parecía un pueblo mugroso ni rascuache». Por lo demás, Yehya no se anda con chiquitas: «La imaginación ñoña del magnate Donald Trump había conquistado la ‘Zeitgeist’; nunca hubiera imaginado, sin embargo, que su mal gusto y su moral rupestre conquistarían más tarde la presidencia y el universo conocido». O sobre los ‘bestsellers’: «Es difícil imaginar mejor antídoto contra la curiosidad intelectual que el virus de los libros de éxito globalizados, mercancía paralela de campañas mediáticas de entretenimiento». Siendo penosa la soledad del inmigrante que se siente huérfano entre la masa, en modo alguno es comparable a la que sufre una mujer vejada y humillada, sometida a maltrato permanente. Es el caso real, cuando la soledad extrema se llama espanto, de una campesina turca, a la que da voz entre el rebaño, que Katharina Winkler recrea en ‘Cárdeno adorno’ –que yo hubiera traducido como moratón aun cuando la metáfora del título funciona como leitmotif. La protagonista –la mirada gacha, un temor cerval, encerrada en las casas, tratada peor que los animales y obligada a enmudecer hasta sumirse en un punto ciego– recurre al soliloquio y resume su servil estado: «Estoy a merced. A oscuras. Sola». Más adelante define aún con más crudeza su extenuada postración: «Soy un pedazo de mierda». La joven, frisa los cuarenta, escritora austriaca, un deslumbrante descubrimiento y van… de la editorial Periférica, procedente del ámbito teatral, utiliza para la puesta en escena narrativa de la historia un lirismo rabioso, brutal, descarnado, que se apoya en la elipsis, la metáfora y la traslación semántica y que cuaja en capítulos breves como latigazos. Una demostración de condensación expresiva y ar-
UN ÁNGULO ME BASTA FERMÍN HERRERO
«La mejor soledad que conozco es la que se disfruta en compañía de los libros» Kaouther Adimi: «Hay que estar solo para perderse y poder verlo todo»
gumental muy estilizada. Se ha relacionado a la novela con la denuncia de la lacra de la violencia de género, si bien a mi juicio va más allá, se interna en el ensañamiento ancestral, atávico, que condena a la mujer a la esclavitud y que la protagonista trata de combatir en la medida de lo posible oponiéndole belleza y cultura, aunque la letra con sangre entre, las únicas armas, exiguas, con las que puede trastornar a sus verdugos: su padre, su marido y su suegra castigadores. Viven en una zona inhóspita y casi despoblada, donde todas las mujeres sobreviven golpeadas, llenas de cardenales; veremos si ya como inmigrantes en Europa, «la tierra de los vaqueros y las deportivas, la tierra del pecado», la pobre corderilla aherrojada por los lobos consigue emanciparse del yugo marital de su esposo cafre. Pero, volviendo al principio, la soledad puede ser pla-
centera y provechosa; la mejor que conozco, en este sentido, es la que se disfruta en compañía de los libros. Del amor profundo hacia ellos y de su consideración como la verdadera vida versa ‘Nuestras riquezas’ (Libros del Asteroide), obra reconocida con varios premios de mucho prestigio, de la aún más joven argelina Kaouther Adimi, firme promesa de la literatura gala, tres novelas en su haber con apenas treinta primaveras, que escribe como si grabase con esmero un documental, aunando agilidad y gracia para presentarnos una historia evocadora, bellísima, también basada en la realidad. La acción se sitúa de entrada en el bullicioso y vibrante Argel actual para retroceder a la convulsa década de los treinta y gracias a un presunto diario llevarnos hasta los no menos agitados sesenta. Son los apuntamientos sueltos de un hombre que «siempre está en las nubes», a tal punto que con sólo veintiún años , preocupado por su prematura calvicie, abrió allí la mítica librería, con editorial incluida, llamada Las Verdaderas Riquezas como homenaje al espléndido libro homónimo de Jean Giono, una aventura del espíritu más que empresarial –«yo no estoy dotado para los negocios», confiesa, y tanto–, «lugar de encuentros y lectura» frecuentado por ilustres escritores como Jules Roy o Emmmanuel Roblès, entre otros: inolvidable la estampa del para mí decisivo Albert Camus con su sempiterno cigarrillo en la boca corrigiendo un manuscrito en el escalón de la puerta. La librería se acaba de cerrar casi por consunción tras ocho lustros de resistencia entre violentos avatares bélicos, terroristas y políticos de todo tipo y van a vaciarla para convertirla en buñolería. Mientras nos lleva de su grácil mano narrativa, en segunda persona, por la alcazaba, las terrazas, el dédalo de las callejuelas en pendiente, las plazas, cafés y bistrós, hasta el mar, apela, para apreciar en sus justos términos la belleza de la capital argelina, a la figura del flaneur, del solitario mirón urbano: «Hay que estar solo para perderse y poder verlo todo. Existen ciudades, y esta es una de ellas, en las que cualquier compañía es un obstáculo». Y en verdad, pensamos, cada cual camina por la calle con sus soledades, en el fondo todos somos irredentos paseantes que divagan. Y bien está que así sea mientras se pueda y nos dejen.
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LECTURAS
La escritora granadina Cristina Morales. :: ALEJANDRO GARCIA - EFE
LA LUCIDEZ DIVERSA Cristina Morales gana el Premio Herralde con la sorprendente ‘Lectura fácil’
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rescura, descaro, sorpresa, son algunos de los sustantivos que sugiere la novela excesiva, coral, irónica, incisiva, que ha ganado el
último premio Herralde, ‘Lectura fácil’. Y el título, no se fíen, es tan irónico como el juego que plantean sus protagonistas a los poderes que las rodean, que organizan sus vidas pastoreadas por los servicios sociales. ‘Lectura fácil’ es un manual de directrices dirigido al 30% de la población que, según el ministerio de Educación, «tiene dificultades para acceder a la información, a
VICTORIA M. NIÑO
la literatura y la formación y a la cultura». Así que María Ángeles escribe su historia, una de las que la autora ofrece al público ‘capaz’, bajo los dictados de dicho manual –evitar la
polisemia, las digresiones, las subordinadas...– a la vez que los explica. Cristina Morales abre en esta novela una ventana al mundo de la ‘diversidad’ para cuestionar cómo es tratado por una sociedad tendente al paternalismo, a confundir las distintas o mermadas capacidades estándares con la infancia. Sus protagonistas aceptan ser ‘tontas’, pero no niñas. Por otra parte, esa infantilización del pro-
blema facilita la ferocidad administrativa con la que se les atiende en función de las pensiones que manejan. Nati, Marga, Patricia y María Ángeles comparten un piso en Barcelona tutelado por la Generalitat. Comparten lazos familiares, procedencia de la Andalucía profunda y un peregrinar parejo por los destinos que las instituciones diseñan para ellas. En cada parada las ‘institucionalizadas’ desarrollan unas habilidades para sobrevivir al tutelaje. Sus distintos porcentajes de incapacidad intelectual, obsesiones y tratamientos permiten enfocar la cuestión desde varios puntos de vista. Cuatro voces hablan de diferente forma sobre sus vidas. Este es uno de los logros narrativos de Morales, la mezcla de materiales –declaraciones ante una juez, narración lineal, descripción de las clases de ‘baile para la diversidad’, dialéctica infinita en el grupo de autogestión reflejada en las actas, retrato de la Barcelona «de la Colau» atrapada entre las buenas intenciones y el cinismo que dejan entrever–. Aunque ahí radique uno de los posibles reproches, la expansión excesiva de algunos recursos. La síntesis es buen antídoto contra la redundancia a pesar de lo descriptiva que es la dialéctica de los ‘revolucionarios cuperos’. Nati nació con plenas facultades, fue mientras preparaba su doctorado cuando «se le cerraron las compuertas» de la razón. A su alta capacidad analítica, une su pasión por la danza. Su falta de empatía con la autoridad, su lúcida mirada a la vejación continua por quien trata a los distintos como tontos o niños, se compensa con una
LECTURA FÁCIL Cristina Morales. Premio Herralde de Novela. Anagrama. 420 páginas. 18,90 euros.
sinceridad descarnada y a la vez cuidadosa. Disecciona los argumentos de los monitores y les demuestra que el baile es goce, más allá de la perfección, más allá de la razón. No existe lo correcto o incorrecto, sino el respeto a lo que el otro quiere decir y sentir con su cuerpo. De esa defensa epicúrea participa Margarita, una ninfómana de irrefrenables impulsos. Si hay algo que une a las cuatro es la apuesta por su libertad, aunque los argumentos sean más o menos explícitos según el caso. La máxima independencia que han vivido, ya todas en la treintena, es la de su actual piso tutelado. Ese es el baluarte a defender por esta comuna de quienes administran su ‘diversidad funcional’, se ríen de la corrección en los tiempos de la ‘nueva política’ que replica concesiones de antaño y son conscientes de las consecuencias de ser incapacitadas legalmente. Cristina Morales propone un fresco de «la comida de tarro» de la socialización con personajes poco habituales en nuestra literatura. La locura parece ser más atractiva que la discapacidad intelectual aunque en este caso ha sido la última la fuente de este locuaz divertimento.
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LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
MANOS EN ALTO: ¿DE NIÑOS?... ¿DE NIÑAS? :: SUSANA GÓMEZ
Irene Gracia. :: GABRIEL VILLAMIL
UNA VOZ DISTINTA En ‘Las amantes boreales’ Irene Gracia crea un mundo propio singular y lo conecta con toda su obra previa YOLANDA IZARD
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ocas veces el lector se encontrará con una novela tan imaginativa como esta, ‘Las amantes boreales’, ni con un mundo propio tan singular. Un mundo que conecta con toda la obra previa de su autora, que ha configurada novela a novela el espectáculo de un universo a medias siniestro y a medias luminoso, a medias poético y a medias narrativo, pero siempre fundamentado en una percepción original y rotundamente personal de la realidad, pues su forma de escribir, su forma de mirar el mundo, no pueden entenderse sin una postura de absoluta libertad que abarca esa otra realidad que constituyen los sueños. En esta libertad esencial no tienen cabida las modas ni las expectativas del lector medio, sometido a los caprichos del mercado editorial y los gustos al uso. ‘Las amantes boreales’ transcurre por caminos nunca trillados, lo que abarca tanto a sus dos protagonistas (dos adolescentes amigas, Roxana y Fedora, provenientes de la burguesía en la mundana San Petersburgo), como a los escenarios en que
se mueven (una iniciática isla del lago Ladoga, Valaam, en la Rusia de la Revolución de Octubre), como al propio argumento y la manera de tallarlo y, aún más, a la esencia dramática y los impulsos, causas y efectos que la conforman, por no hablar de su mágica prosa. Sobre el territorio imaginativo de esta novela, imbricada en una base histórica de fondo, Irene Gracia arma, así, todo un arsenal narrativo de deseos ocultos, aberraciones sexuales, fascinantes entornos, aventuras trágicas y personajes surgidos de los profundos temores humanos que dan rienda suelta a todos sus caprichos y deseos. Y todo ello girando alrededor de las dos jóvenes, con un futuro prometedor en el mundo de la danza, que verán cómo pasar a la edad adulta significará perder brutalmente la inocencia a manos de oscuras fuerzas, convertidas en meros juguetes creados para el placer ajeno. Sus respectivas voces se alternan a lo largo de un par de años, configuran dos visiones paralelas y complementarias de la realidad y
LAS AMANTES BOREALES Irene Gracia. Siruela Nuevos Tiempos, 2018. 268 páginas. 18,95 euros.
acaban confluyendo en su deseo de sobrevivir al mal, que campa tan a sus anchas por sus páginas como la propia narración. La doble moral de la institución en que son confinadas, la sexualidad aberrante, que cifra su poder en la voluntad de sometimiento, y el descenso a los infiernos de la mente, frente a la dulzura y la generosidad de una amistad incorruptible y una prosa en ocasiones poética y subyugante, confina esta novela entre los límites de lo extraordinario y lo aterrador. Hasta el propio escenario, en consonancia con las oscuridades que la autora saca a flote desde los abismos humanos, parece ser extraído de un onirismo tenebroso, de transgresiones de pesadilla. El espectáculo obsceno del mundo tratando de tragarse todas las virtudes, la inocencia, la amistad, el amor, la belleza: de ello trata ‘Las amantes boreales’, de cómo la perversión sexual y la miseria espiritual quisieran llegar a extirpar toda la hermosura que procede de una altruista amistad. Del mal en estado puro y su poder aniquilador. Pero también de supervivencia, de cómo unas criaturas sometidas a un mundo cruel son capaces de salvarse con el poder de su amistad y de su propia lucha interna. Una historia extraña y magnética, gran capacidad de fabulación, magia, intensidad lírica, una sobrecogedora galería de personajes y situaciones, y una ambientación exuberante y fantástica: una voz única, sin duda, que no se parece a ninguna otra.
Esta es una historia inspirada en hechos reales. Cuentan que un niño al que le gustaba pintarse las uñas de colores, un día dejó de hacerlo porque en el colegio se reían de él. Este no parece, pues, un relato único: de un modo u otro, se viene repitiendo una y otra y otra vez, en cada ocasión en la que sale a flote una carga de prejuicios, un fardo de construcciones, un lastre de intolerancias. Y es así cómo, un día, un niño decide avergonzarse de algo que «no es ningún misterio». Y es que… «¿Por qué se pinta las uñas Juan?». Es sencillo: «porque le gusta». Basado en un post que un pa-
dre colgó un día en Facebook, el álbum se hace eco de la necesidad de quebrar ‘lo que es de niños’, ‘lo que es de niñas’, en una defensa que probablemente vaya más allá (y
¡VIVAN LAS UÑAS DE COLORES! Alicia Acosta y Luis Amavisca. Ilustrador: Gusti. Editorial NubeOCHO. 36 págs. 14,90 euros. Edad recomendada: a partir de 4 años.
más acá) de toda cuestión de género y diversidad: el derecho a ser y hacer, sin plantearse más enigmas. Y es que «a Juan le gusta pintarse las uñas de colores alegres, alegres como él. Cuando se las pinta, disfruta viendo lo divertidas y coloridas que se ven sus manos». Divertidas y coloridas como las ilustraciones de Gusti que, como suele, ha sabido apuntalar el texto a la perfección, esta vez con imágenes y cromatismo de cierto regusto cálido, nostálgico y tierno, como el padre y la madre de una historia que acaba con las manos en alto (y es que, las uñas de colores… están para mostrarlas).
PALABRAS SOBRE FONDO DE PATERA Y GUERRA :: S. G. Traspasado de un difícil equilibrio entre la crudeza y una delicada poética en imágenes y texto (escaso, pues impera el discurso visual), el cómic nos arrastra por entre los recuerdos de Amina hasta un país desolado por la guerra: es el drama de los hombres, las mujeres y, sobre todo los niños y niñas, que han de huir (y, a veces, siempre demasiadas, morir) de un país devastado por las armas, el hambre y el abandono. Pocas palabras son, pues, necesarias para ciertas cosas. Por ejemplo, un comienzo herido de desamparo, en el que el horizonte y la vacía inmensidad del océano contrastan con la temblorosa fragilidad de una pequeña barca atestada de personas
que huyen. Y en medio de esta nada, el sol, la sed, el temor… y el mar, que de un empellón vuelca la embarcación y hace caer a Amina, una niña siria que piensa: «Esto es grande y está vacío. Aquí nadie podrá encontrarme». Es entonces cuando el azul inmenso da paso al ocre, casi sepia, de la tierra y los recuerdos: el escondite con la madre («Te
ZENOBIA Morten Dürr y Lars Horneman. Barbara Fiore Editora. 104 págs. 18 euros. Edad recomendada: a partir de 9 años.
encontré»). Y el azul de nuevo: «Estoy aquí mamá. En el agua»… las voces y las imágenes confundiéndose. Y Zenobia, reina de Palmira, irguiéndose valiente, hermosa y guerrera sobre fondos rojizos: «Mamá me hablaba mucha veces de Zenobia». «¡No tienes que rendirte nunca!...» Nombrado mejor cómic y mejor cómic infantil 2016 por el Ministerio de Cultura de Dinamarca, la obra construye en líneas claras y realistas un relato que, si bien evita las escenas explícitas en torno a la brutalidad de la guerra, aborda con sinceridad y limpieza la dura realidad del hambre, la destrucción y la desesperada huida a la que cada día se enfrentan refugiados de todo el planeta.
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LOS LIBROS MÁS VENDIDOS FICCIÓN ‘Carvalho. Problemas de identidad.’ C. Zanón. Planeta. ‘La muerte del comendador II.’ H. Murakami. Tusquets. ‘Serotonina’. Michel Houellebecq. Anagrama. ‘Yo, Julia’. Santiago Posteguillo. Planeta. ‘Tú no matarás’. Julia Navarro. Plaza & Janés. ‘Te veré bajo el hielo’. Robert Bryndza. Roca.
USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA
SUFIJACIÓN PARASITARIA (denominación coloquial de la borrachera), que modifica su aspecto adoptando una palabra modelo con la que comparte algunas letras o sonidos (en este caso, ‘pedal’). La palabra resultante, ‘pedal’, se caracteriza porque presenta el significado de la palabra base (en este caso, ‘borrachera’). De ahí que en el diccionario uno de los significados de la palabra ‘pedal’ sea ‘borrachera’. Este procedimiento no es fortuito, sino que hay intencionalidad por parte del hablante. Como habrán observado si han pensado en las preguntas del principio, tampoco hay relación entre las palabras que intervienen ni vínculo alguno que favorezca su presencia, salvando el de la semejanza formal. Prolifera en nombres propios, como ‘calvino’ para denominar a una persona
que no tiene pelo (a partir de la palabra modelo ‘calvo’); ‘cornelio’ para denominar a una persona que es objeto de infidelidad por parte de su pareja (a partir de la palabra modelo ‘cornudo’); ‘roquefort’ para referirse a alguien que está dormido (a partir de la palabra modelo ‘roque’); ‘valencia’ para mostrar asentimiento (a partir de la palabra modelo ‘vale’); ‘estar en Peñafiel’ o ‘estar en Peñíscola’ para referirse a alguien que ha contraído deudas (a partir de la palabra modelo ‘estar empeñado’). Pero en estas muestras de agudeza verbal puede intervenir cualquier palabra de la lengua porque son de serie abierta, es decir, que cualquiera puede crearlas (con independencia de que se generalicen o no). Esta mañana estaba pensando en este detalle y
me aventuré a crear alguna aplicando minuciosamente el procedimiento, pero, claro está, no van a generalizarse. Son las siguientes: ‘galleta’ para referirse a un hombre presuntuoso y jactancioso (a partir de la palabra modelo ‘gallito’); ‘cabrales’ para referirse a una persona que actúa con mala intención y que molesta o perjudica a otros con sus faenas o malas pasadas (a partir de la palabra modelo ‘cabrón/cabrona’) y ‘dedal’ para referirse a la parte alargada en que terminan la mano y el pie de los vertebrados (a partir de la palabra modelo ‘dedo’). Cualquiera de ustedes puede crear palabras nuevas de este tipo; solo necesitan conocer el procedimiento, ponerle un poco de ingenio y de humor y darle un «¿De dónde tono festivo. sale que Para que a los ladrones practiquen, les incluyo algunas los llamemos de uso relativa- también mente frecuente, con la inclu- ‘chorizos’?» sión de la palabra modelo entre paréntesis: ‘mandarín’ (mandón), ‘chuleta’ (chulo); ‘rogelio’ (rojo); ‘lejía’ (legionario); ‘gilipichi’ (gilipollas); ‘estar clarinete’ (estar claro); ‘culata’ (culo); ‘timón’ (timador); ‘casaca’ (casamiento); ‘azotea’ (azotaina); ‘miércoles’ (mierda); ‘holanda’(hola); ‘lechuga’ (leche); ‘algodón’ (algo); ‘regaliz’ (regalo); ‘candelejón’ (cándido); ‘anchoa’ (ancho). ¿De dónde sale que a los ladrones los llamemos también ‘chorizos’? De la palabra modelo ‘chori’, procedente del caló y registrada en el diccionario con el significado de ‘ratero o landronzuelo’.
LO VAS A LEER
arásitos en la lengua? ¿Qué tiene en común la verdura con la verdad? ¿Y un voltio con una vuelta? ¿Se han parado a pensar por qué a los correos electrónicos los denominamos coloquialmente ‘emilios’ y a los ladrones ‘chorizos’? Existe en nuestra lengua una manera muy curiosa de creación de palabras que consiste en modificar una palabra para que adopte la forma de otra con la que solo comparte las primeras letras o los primeros sonidos. ‘Bronca’ se transforma en ‘bronquitis’; ‘bizco’ en ‘bizcocho’ o en ‘vizconde’; ‘pagador’ en ‘pagano’ o en ‘paganini’ y ‘chulo’ en ‘chuleta’. Y así sucesivamente. Este proceso de creatividad lingüística ha recibido poca atención por parte de los estudiosos de la lengua, pero gracias a la tesis doctoral de Diego Varela Villafranca (‘Un sistema peculiar de creación de palabras en español: descripción y análisis de la homonimia parasitaria’, 2016, accesible en internet) hoy sabemos más del tema. En esta tesis analiza unos 900 casos presentes en el ‘Diccionario de la lengua española’, de la RAE y concluye que es característico de la lengua coloquial, que los desencadenantes son el eufemismo y el humor y que es más productivo en el español de América. No hay uniformidad en cuanto al nombre del fenómeno: el autor de la tesis citada lo llama homonimia parasitaria, pero se conoce también como sufijación parasitaria, deformación léxica, derivación semántica festiva o proceso particular de recreación lexicográfica. Veamos cómo funciona el proceso de creación. Intervienen tres palabras: una base o palabra de partida, una palabra modelo y la palabra resultante. Para ejemplificar tomaremos como palabra base ‘pedo’
‘Los asquerosos’. Santiago Lorenzo. Blackie Books.
NO FICCIÓN ‘Cómo hacer que te pasen cosas...’. M. Rojas. Espasa. ‘1000 recetas de oro’. Karlos Arguiñano. Planeta. ‘Sapiens. De animales a dioses’. Y. Noah Harari. Debate. ‘El poder del ahora’. Eckhart Tolle. Gaia. ‘Los secretos de youtube’. TheGreft. Martínez Roca. ‘La voz de tu alma’. Luis García Calvo. Autoeditado.
INFANTIL Y JUVENIL ‘El sombrero de Bruno’. Canizales. Boolino Book Box. ‘Aprendiz de profe’. Carmen Fernández Valls. B de blok. ‘Mi superabuela’. Marta Cunill. Beascoa. ‘Gira y aprende: Tablas de Multiplicar’. Varios autores. DK ‘El día que el mundo amaneció al revés’. Eva Moreno Villalba, Cristina Picazo. B de blok.
#TÚ NO MATARÁS Julia Navarro. Plaza&Janés. 992 páginas. 23,90 euros.
A Julia Navarro le gusta escribir libros largos (este, casi mil páginas) con desenlace potente al final. Aquí repite fórmula, pero el misterio no es tan potente, las escenas a veces son repetitivas y hay personajes con motivaciones tan ajenas que no puedes evitar cogerles tirria (Catalina). La novela tiene tres partes. Una primera con aires de folletín y estética
de telenovela de sobremesa (diálogos demasiado explicativos, escenas insistentes). La segunda parte bascula hacia la novela de espías. Y en la tercera la mirada gira hacia una nueva generación. En el fondo: la historia de amor y amistad de tres jóvenes que han de huir de España nada más terminada la Guerra Civil. Pero, sobre todo, en este libro destacan tres madres, las madres de los protagonistas, el verdadero bombón literario de este novelón.
#BAJO UN CIELO ESCARLATA Mark Sullivan. Suma de Letras. 576 páginas. 19,90 euros.
La estrategia está clara desde el primer minuto, desde ese prólogo en el que el autor nos devela que Pino Lella, el protagonista de esta historia, existe, que es real, que todo lo que se cuenta en este libro pasó. Pino vivió en Milán a principios de los años 40 cuando las bombas empezaron a explotar a su alrededor, el avance del
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fascismo era claro y había vidas e ideales que proteger. A partir de ahí, descubriremos a Pino, quien se convierte en espía de los nazis establecidos en Italia gracias a su empleo como chófer de uno de los mandos más destacados del Tercer Reich. No falta el truco de dejar escenas en suspenso para animar a seguir leyendo páginas... Y hay giros y muertes sorprendentes como constatación de que la realidad a veces es más retorcida que la ficción.
VÍCTOR M. VELA
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PANTEÓN DE PLATA
‘ULTIMÁTUM A LA TIERRA’ (ROBERT WISE, 1951)
Ceguera terrícola EDUARDO ROLDÁN
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a narración de ‘Ultimátum a la Tierra’ sigue un patrón bien conocido: el héroe incomprendido que encuentra primero ayuda en un niño (cuya mirada no está lastrada por la experiencia del prejuicio), más tarde en otra persona, por lo general una mujer comprometida, que es capaz de darse cuenta de la realidad que hasta entonces ella no ha visto y otros siguen sin ver. Puede señalarse casi de forma infalible cuál será la repercusión que un diálogo o un incidente tendrá más tarde en la trama, y sin embargo eso no minora un ápice el interés del espectador. Por algún milagro, en el cine de Robert Wise los clichés narrativos, sobre todo sentimentales, no enfurecen como en el de otros cineastas. No solo porque entonces no eran recursos tan sobados como lo son hoy, ni al magisterio de la puesta en escena –que atrae la atención por sí misma, restándosela del aspecto narrativo–, sino a que tales recursos fueron implantados por Wise por primera vez, o al menos conocidos por el gran público en sus películas –de ‘West Side Story’ a ‘Sonrisas y lágrimas’; de ‘¡Quiero vivir!’ a ‘La amenaza de Andrómeda’–, y por tanto poseen una frescura inherente que no puede dejar de percibirse. Aquí están el encender/apagar un computador o el abrir/bajar una persiana sin llegar a tocarlos, por la sola energía de la mano que se coloca extendida delante; o el empleo de una frase mágica para desactivar los impulsos destructores, preprogramados del robot o la máquina –la inmortal ‘Klaatu barada nikto’, una de las líneas más célebres no ya del cine de ciencia ficción sino de cualquier cine–; o la forma de sombrero de Don Quijote que tiene el platillo volante. ‘Ultimátum…’ no cuenta con un armazón de efectos especiales deslumbrantes: son escasos y toscos; el traje de Gort (Lock Martin), el robot que acompaña en su misión a Klaatu (Michael Rennie), no habría sido menos sofisticado si forrado con papel albal; los hombres alcanzados por los rayos simplemente desaparecen; para recoger la rampa de la nave espacial se muestra rebobinado lo filmado al extenderla. Pero la suspensión de la credibilidad –el fin de los efec-
Fotogramas y cartel de la película. Fo
tos especiales, cosa que hoy parece olvidarse en favor de la ostentación por la ostentación– se mantiene de principio a fin: por un pulso ajustadísimo, que se tranquiliza en las conversaciones de sobremesa, que se acelera mediante el corte o el inserto en las escenas de acción, que se adensa en las de suspense: sin estirarlas innecesariamente sea cual sea el tipo de escena y su ritmo. (Wise fue el montador de ‘Ciudadano Kane’, y en ‘Ultimátum…’ hay al comienzo un guiño no del todo inocente a la mítica transmisión radiofónica de ‘La Guerra de los Mundos’ que realizó quien fuera con seguridad el más genial y megalómano de los directores para los que trabajó). Tal vez la mayor originali-
dad del filme resida en la nimezcla, totalmente orgánica, entre un acabado/Hollywood de las imágenes, por lo general para las escenas de interior, y un acabado/periodístico, granuloso, nocturno para las de a cielo abierto, mediante el que se consigue anclar la fantasía espacial en la realidad y el asfalto, hacerla palpable y cercana. Y tal vez resida en la música a cargo de Bernard Herrmann; en su primer proyecto en Hollywood, Herrmann se atreve a emplear una gavilla de instrumentos que van desde el chelo electrificado hasta el theremín, cuyo sonido sinuoso parece evocar los movimientos de platillos volantes, o cómo sonarían los electrones al pasar por un conductor enroscado, un sonido
se diría que creado para arropar la ciencia ficción. El uso que hace de él es sutilísimo, no menos medido que el ensamble visual, y el conjunto constituye una obra de referencia obligada a la que ninguna de las mil y una copias que desde entonces han surgido a su rebufo se ha logrado aproximar. Como en tantos productos del género, las lecturas subtextuales de ‘Ultimátum a la Tierra’ son muchas: el género casi parece pedirlas (hay quien ve en la peripecia de Klaatu un trasunto de la de Jesucristo, y no citaremos los paralelismos pero son muchos y bien traídos). Existan o no aquellas, tuvieran el guionista Edmund
H H. North y Wise la intenci ción de introducirlas, el fi film tiene una lectura inn negable que, aun clara, no ees tan inmaculada como u una primera impresión p pudiera sugerir. Goethe prefería la injjusticia al desorden. Pero ttoda elección es un problema de límites y de contenido. Klaatu llega a la Tierra en 1951 (la acción se desarrolla en el mismo año en que se rodó el filme), seis años después de ratificada la Carta de la ONU y en plena paranoia pues de la escalada nuclear. Informa de que su planeta y otros –mucho más avanzados que el nuestro– han creado una organización que mantiene la paz mediante una flota de robots-policía, cuyo poder no puede ser revocado; flota que, al primer signo de violencia, actúa. Resultado: los ciudadanos no necesitan armas y todos viven en paz, empleando sus energías en empresas más productivas y edificantes. Y advierte: las distancias en el Universo se reducen cada día, y si la Tierra continúa en su actitud y llega a suponer una amenaza para el exterior, será aniquilada, borrada. Elijan ustedes. La sociedad de Klaatu es una dictadu-
ra sin pérdida de libertad, valga la paradoja. O con solo pérdida de libertad para el mal, pérdida que nadie lamenta. ¿Es imponerla a los humanos, ciegos como están, un acto de altruismo? Vista la actuación de Klaatu en la Tierra, y visto el beneficio que la Tierra obtendría, así parece. Falsa imagen. A Klaatu y a los suyos los mueve el egoísmo: que los estúpidos terrícolas se maten unos a otros no les importa mientras no salpiquen; sugieren, sí, que se siga su ejemplo, pero no obligarán a nadie a ello si tal no les afecta. Bastante han hecho viniendo hasta aquí para advertirnos. ¿Qué decisión habríamos tomado fuera de la pantalla? No sería imposible que hubiéramos decidido lo que hicimos: mantener el equilibrio atómico a base de constante desarrollo y, mientras, entretenernos en conflictos «menores» en países lejanos que permitieran la confrontación por vía indirecta. Pero nunca lo sabremos. Acaso el contacto con algún Klaatu se produzca con el tiempo, y entonces la oferta se produzca; esperemos no hayamos alcanzado un punto, no solo en el plano nuclear sino en el medioambiental y otros, en que ya dé igual qué respuesta demos.
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Director: Ángel Ortiz Coordinador: Chema Cillero
QUINCE MINUTOS DE FAMA
María Julia Ramos Pérez (Mari) Nací en Granada y me vine a Valladolid cuando me casé. Tengo dos hijos y seis hermanos, aunque tuve nueve. Mi ilusión es llevarme bien con la gente, respetar y que me respeten, encontrarme bien. Lo que peor llevo de Valladolid es el frío, aunque bueno…, me voy al cine. En verano, sin embargo, me gusta ir a la playa del Pisuerga.
ÁNGEL MARCOS