NÚMERO 328 Sábado, 09.02.19
SOMBRA CIPRES LA
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El puzle milenial de la cultura pop David Robert Mitchell traza en ‘ Lo que esconde Silver Lake’ un retrato de la juventud norteamericana ahondando en el universo cinematográfico [P2]
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Silver Lake: tras la verdadera conspiración La última película de David Robert Mitchell apuesta por la autorrealización de una generación que busca sentido a su vida en la cultura pop al margen de toda lucha social
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a fórmula se repite, independientemente del nombre, el género o el número de la recaudación cosechada, a lo largo de la historia de la industria cinematográfica estadounidense; un director de factura más o menos ‘indie’ triunfa en la taquilla con un inesperado largometraje de baja producción, y acto seguido obtiene rienda suelta –en dinero y recursos– por parte de una productora que aún
tiene el ojo puesto en el cine de autor tal y como se concibió a partir de la década de los setenta, y rueda una película mastodóntica donde el éxito o el fracaso son un riesgo más marcado. Oliver Lyttleton, escritor, cineasta y periodista especializado en séptimo arte, ostenta una buena lista de algunos de los nombres más destacados de este panorama en los últimos años, donde incluye a Darren Aronofsky (de ‘Réquiem por un
sueño’ a ‘El árbol de la vida’), Spike Jonze (de ‘Adaptation’ a ‘Donde viven los monstruos’ y ‘Her’), Christopher Nolan (de ‘Memento’ a la nueva trilogía de Batman) o Catherine Hardwicke (de ‘Thirteen’ a ‘Crepúsculo’). Que David Robert Mitchell, recién salido de la inesperada sorpresa que supuso ‘It Follows’ en 2014, siga esta vía libre para hacer lo que más le apetezca con mayores medios no debe, pues, pillar con la baja
SAMUEL REGUEIRA
guardia a nadie a la hora de conocer ‘Lo que esconde Silver Lake’, y sin embargo hay varios elementos de interés a lo largo de su trama narrativa que conviene saber de antemano evitando, eso sí, más detalles sobre su argumento de
los que a continuación se desgranarán. Un chico, Sam, entusiasta de las teorías de la conspiración y joven aparentemente desempleado que funciona como icono de su propia generación, se enamora de su vecina, Sarah, que al poco tiempo de conocerle desaparece sin dejar rastro en la gran fauna de Los Ángeles. En un arrojo que se diría no muy propio de él, Sam se lanza en su búsqueda buceando en el gran ecosistema que es su ciu-
dad, un microcosmos que incluye fanzines malditos, mensajes ocultos en los alimentos, una devoción extraordinaria a la cultura pop patria y muchos, muchos homenajes al cine clásico de la era dorada de Hollywood. En el filme se mezclan, además, el mundo real con el imaginario. Se confunden los sucesos reales, como un asesino en serie de perros que anda suelto o una mortífera mujer ave, con los personajes del fanzine ‘Lo que esconde Silver Lake’, brindando así una sensación de puzle que la película no parece querer dejar completo, como modo casi demasiado evidente de compartir la impotencia de quien busca siempre la importancia o un mensaje último que dé sentido a todas las cosas –incluso a su propia existencia–, con demasiadas herramientas y talento a su alcance para componerlas pero incapaz de hacerles frente o de comprenderlas, dada su propia insignificancia.
Cultura pop como motivación Otro de los recursos del largometraje más evidentes es la
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Andrew Garfield protagoniza el filme dirigido por David Robert Mitchell.
Narrativas posmodernas SANTIAGO RODRÍGUEZ GUERREROSTRACHAN
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En el filme se confunden los sucesos reales con los personajes del fanzine ‘Lo que esconde Silver Lake’ utilización de todo tipo de homenajes al séptimo arte, con Hitchcock y Lynch a la cabeza de las referencias (en música y determinadas escenas, el primero; y en atmósfera y discurrir de la trama narrativa, el segundo). Otrora símbolos de la cinefilia elevada junto a Janet Gaynor, Ingmar Bergman, James Dean y Abbott y Costello, por citar solo algunos de los iconos del séptimo arte que aparecen, de un modo u otro, en ‘Lo que esconde Silver Lake’, en la película conviven además con las melodías más icónicas de cada generación (con un inesperado rescate de los primeros acordes de aquel fenómeno televisivo llamado ‘Cheers’) y la Fender Mustang de Kurt Cobain o la revista Nintendo Power y el mapa del emblemático videojuego ‘The Le-
gend of Zelda’, aparecidos sin duda para apelar a la nostalgia y al factor cariñosamente ‘freak’ de otra de las culturas juveniles de nuestro tiempo. No cabe, pues, pensar otra cosa a que David Gordon Mitchell se sirve de estas obsesiones cuasi enfermizas (en las que las teorías de la conspiración emergen, residen y se consolidan o disipan con salvaje naturalidad) para tratar un retrato, o al menos su retrato, de lo que resulta la juventud norteamericana del nuevo siglo. Dicho de otro modo, el milenial o pre-milenial que, más que estar enganchado a las redes sociales o a Internet (que en la película apenas aparece brevemente a modo de buscador), bebe los vientos por oscuros ídolos de la música, glorias pasadas del cine y una cultura ‘underground’ que sí está presente en determinados círculos juveniles (incluso dentro de la Red), pero como retrato total de lo que hoy es el ‘millenial’ resulta, cuanto menos, inexacto. En la película los personajes femeninos resultan meras comparsas, de apenas peso para el deve-
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s normal construir una historia en torno a una serie de hitos que van jalonando el desarrollo de los acontecimientos. Esto lo estudió Vladimir Propp en 1928 (aunque en Occidente no lo tomaron en serio hasta 1958). Tendemos a dividir las narraciones en tres fases: planteamiento, nudo y desenlace. Sin embargo, esto termina por ser muy simple y el autor ha de añadir algo más. Las peripecias de los personajes permiten una combinatoria mayor, de tal modo que pueden alargar la historia casi indefinidamente. Pensemos en un personaje principal al cual le sobreviene una revelación repentina, vaga por el mundo y se encuentra con otros personajes que desempeñan alguna función para él: le revelan un mundo nuevo, le dan un objeto que le permitirá luchar contra el villano de la historia, le ofrecen una pócima que lo transportará a otro mundo, y así indefinidamente hasta que llega al final del recorrido –ese momento en que acepta su destino, que viene a ser aceptarse a sí mismo, la revelación del ser. Modernicemos un poco
esta estructura basada en funciones de los personajes. Pongamos que el protagonista es un joven americano de clase económica desahogada que vive en Los Ángeles, donde hasta los mendigos visten de Prada y pagan tres dólares por un café en el Starbuck’s. Vive en medio de actrices de cine apenas conocidas –chicas jóvenes que buscan una oportunidad– y entre jóvenes (hoy, lo sabemos, uno es joven hasta los cincuenta años como mínimo) que trabajan en alguna de esas labores auxiliares que surgen alrededor de la industria del cine (la gran industria, junto con la armamentística, de los Estados Unidos). Pueden ser secretarios, acompañantes, jefes de selección, quién sabe. Incluso pueden ser periodistas que han extremado su trabajo porque han descubierto la gran conspiración. Incluso pueden ser guionistas: de películas que otros dirigirán o de su propia vida. Ese joven, un día, ve rota su rutina diaria: una señal le muestra el camino hacia uno de los lados desconocido y oscuro de la vida. Qué más da cuál sea la señal, lo importante es que él la interprete como tal, incluso aunque solo más tarde entienda que es una señal. Vienen luego los personajes que le van indicando el camino: el que le entrega el arma con la que derrotará al villano, el personaje que tiene en su poder el secre-
to terrible que solo al final revelará y que explicará todas las peripecias (o eso nos hace creer la película). Podemos también llevar este esquema a un contexto posmoderno donde la cultura pop y las ideas de conspiración y de realidad líquida o inexistente predominen. Así, tendremos que la nieta de Elvis Presley es la mujer que le muestra el camino frente a la mujer mayor anclada en los años 60 y 70, con la que, sin embargo, acaba. La nieta es la espoleta que todo lo desencadena y gracias a la cual entiende que hay fuerzas oscuras en la sociedad que mueven los hilos. Hay mensajes escondidos en las letras de las canciones (constante que perdura pues ya en la adolescencia algunos amigos se empeñaban en que escucháramos los discos de Black Sabbath en dirección inversa. Oiríamos entonces los mensajes satánicos que atesoraban. He de decir que nunca logré saber si lo de-
Todo es una parodia de otras películas, de otras narraciones, de estructuras narrativas
cían en broma o se lo creían). Luego, el mundo subterráneo de la juventud frenética, sin complejos y despreocupada, y el gran debelador de conspiraciones al que asesinan pero que tiene, como en un mal guion policiaco, todo grabado. Todo es una parodia de otras películas, de otras narraciones, de estructuras narrativas, de la sociedad e incluso de sí mismo. Es lo posmoderno: Thomas Pynchon o David Foster Wallace. Quién sabe si tras la máscara de uno de ellos no se esconde Enrique Vila-Matas (recordemos que de Pynchon no existe foto alguna), y aunque Wallace se suicidó, también el espía Paesa o el cantante Juan Gabriel se suicidaron y los descubrieron vivos años más tarde, por no hablar de Elvis que sigue vivo (o eso dicen). Si ninguna narrativa es cierta y menos lo es cuanto más realista, si ya todo está contado (algo así aventuraba, pesimista – ¿o tenía un ánimo optimista? – Jorge Luis Borges), si Jacques Derrida nos advirtió – o incluso nos despertó a la agria realidad de que toda narración tiene su agujero negro que la desarma (o la deconstruye), ¿qué queda de esa necesidad de escuchar historias, de identificarnos con ellas, dónde queda el valor social de la narración? Acaso la respuesta esté en el final de la película, en el regreso a la mujer adulta testigo de los años 60 y 70 del siglo XX.
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nir de la trama. Sam, el protagonista magistralmente interpretado, en otro orden de cosas, por Andrew Garfield, no solo ostenta un modo de vida visiblemente perezoso y al margen de ganarse la vida mediante cualquier trabajo, sino que carece de toda conciencia social, de preocupaciones más allá de descifrar sus propios enigmas y de una empatía que se aparte de sus propias pulsiones sexuales, a veces aparentemente eclipsadas por su propia sed de resolver el puzle al que le está enfrentando la película. Individualismo en estado puro.
Lo que esconde el silencio Varias pistas a lo largo de ‘Lo que esconde Silver Lake’ ya dan buena cuenta del conservadurismo que respira su autor, presentes tambien a su manera en ‘It Follows’. En lo que allí era un feroz mensaje alegórico en contra de la promiscuidad/libertad sexual, aquí es la invisibilización absoluta de toda una colección de inquietudes que cada vez calan más hondo en el imaginario global y que, ya sumen adeptos incondicionales o contrarios recalcitrantes, difícilmente dejan a nadie indiferente. Racismos, sexismos, políticas extremistas o intolerancia de género cada vez definen más a las personas en diferentes grupos sociales, les encasillan en núcleos de opinión donde también participan amigos, familia e incluso compañeros de trabajo, y les hacen funcionar de acuerdo a una visión del mundo sesga-
Riley Keough en una escena de la película.
El escondite del envoltorio :: JORGE PRAGA
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al vez fue la ‘nouvelle vague’ el primer movimiento consciente del peso de la historia del cine en la concepción de sus obras. No fue ajeno a ello la labor de crítica que desarrollaron muchos de sus componentes en la revista ‘Cahiers du cinéma’. Colocaban las películas en su encaje histórico, reivindicaban la autoría de los que estaban detrás de la cámara, mantenían la mitología de las ‘stars’ bajo lectura culta y europea. Deconstruían al tiempo que construían. Jean-Luc Godard es el mejor ejemplo de esa mirada, sus obras están repletas de alusiones y citas a la historia del cine (y a otras muchas historias). Al tiempo, Claude Chabrol es deudor del cine negro americano, Alain Resnais
de experimentos y vanguardias, François Truffaut es capaz de condensar su cinefilia en ‘La noche americana’. Nada volvió a ser igual tras el paso de la ‘nouvelle vague’, que además coincidió con el final del modelo de Hollywood, de sus grandes estudios y de su clasicismo transparente. Cualquier película cargaba sobre sus espaldas con todas las que antes exploraron sus territorios. La originalidad se puso más cara, y la solución ante el agotamiento fue la repetición, el ‘remake’. Sesenta años nos separan ya de la ‘nouvelle vague’, media historia del cine que ha tenido que cargar con la otra media. Sobre ese embarazo monstruoso construye David Robert Mitchell su tercer largometraje, ‘Lo que esconde Silver Lake’. De las imágenes, de
los sonidos, de los personajes se desprende sin cesar un aroma de ‘déjà vu’. Incluso de los actores elegidos. Andrew Garfield arrastra su protagonismo en una revisión reciente de Spider Man, tentación irresistible para enfrentarle a un par de obstáculos que escala con facilidad de araña. Y de la guapa y evasiva Riley Keough la búsqueda digital desvela que es nieta de Elvis Presley, buen guiño en una película que pretende fijar el sentido de la cultura pop. Las paredes del apartamento del protagonista bombardean sin cesar carteles, referencias, homenajes… De ‘El séptimo cielo’ a ‘Cómo casarse con un millonario’. De ‘Psicosis’ a ‘La ventana indiscreta’. De Kurt Cobain a Drácula. Enganchado al desafío de descifrar referencias, el espectador se encuentra con un poster de ‘Creatu-
re from the Black Lagoon’, una olvidada película que hace un año reivindicaron con nuevas obras, en curiosa coincidencia, Guillermo del Toro y Gustavo Martín Garzo. Las citas invaden también el estilo y el método. El mirón perplejo que busca sentido a lo que observa, y de paso matar el aburrimiento, es pariente cercano de la vigilancia obsesiva de James Stewart en ‘La ventana indiscreta’. La ciudad franquicia americana de Spielberg, residencial y soleada, se encarna aquí en una improbable Los Ángeles con una fiesta elegante en cada esquina. La juventud paranoica de las comedias de Judd Apatow, con las gotas de calidad de Richard Linklater, envuelve los ocios del protagonista antes de precipitarse en el delirio. En fin, aquella corrupción pop de Brian de Palma que coronaba
‘El fantasma del paraíso’ regresa con el préstamo de su desmesura (y si se me permite la deriva personal, el mal olor que el protagonista no logra quitarse tras la meada de una mofeta, y que le van reprochando todas sus amantes, me ha traído a la nariz al loco escapado del doctor Sugrañes en la delirante saga de Eduardo Mendoza que arrancaba con ‘El misterio de la cripta embrujada’). Pero si todo esto es anécdota de referencias de las que solo cabe temer su ingenua abundancia, hay otro agarre más preocupante, porque invade de principio a fin el de-
Mitchell se empeña en abonar ese ambiente de rareza cotidiana, de tensión que nunca estalla
sarrollo de la película y se convierte en su problemática guía: David Lynch. No es solo que la pérdida de fronteras entre razón y sueño del protagonista nos lleve a ‘Cabeza borradora’. O que sus paseos nocturnos nos devuelvan a los de Kyle MacLachlan en ‘Terciopelo azul’. O que las colinas que envuelven la calle de ‘Mulholland Drive’ vuelvan a ser fuente de enigmas. Es que David Robert Mitchell se empeña en abonar ese ambiente de rareza cotidiana, de tensión que nunca estalla, de orfandad social tan propio de su tocayo Lynch, del que también recoge su fotografía colorista o su música distorsionada. Y olvida lo más importante, y a la vez lo más inimitable (por eso Lynch es único): que sus películas no van a ninguna parte, no construyen ningún sentido externo, son una «carretera perdida». Por el contrario, David Robert Mitchell embarca a su protagonista en una búsqueda alargada en demasía por el laberinto de la vida más allá de la
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El protagonista carece de toda conciencia social, más allá de descifrar sus propios enigmas
da por sus prejuicios que alimentan la confrontación antes que el debate, y que dibujan, en última instancia, nuestro retrato cada vez más polarizado de lo que llamamos ‘sociedad occidental’. ‘Lo que esconde Silver Lake’, entre otros de sus defectos de resolución frente a encabezamientos y de resultados frente a expectativas, también opta por guardar silencio sobre esta faceta tan vertebral de nuestra juventud, y se queda en el envoltorio de la golosina de su relación para con el séptimo arte, los videojuegos, la música y los libros. Asume así un discurso marcadamente equidistante, cuando no conservador. Kafka gana a Gide. Eventualmente, solo nos resta disfrutar de tan completo pasatiempo, tratando quizás de encontrar el mensaje oculto que se camufla detrás de, por ejemplo, la mayúscula inicial de cada frase del texto, y quedarnos con la amarga satisfacción de que, sí, al término de todo hemos resuelto el enigma, pero la respuesta puede encontrarse marcadamente lejos de resultarnos verdaderamente sorpresiva.
vida que huele a gruta de los mormones en Salt Lake City y a cadáver congelado de Walt Disney. La teoría de la conspiración para explicar el éxito de la cultura pop, una especie de gran engaño que nos envuelve, parece guiar los desvelos de la investigación: «¿Por qué asumimos con tanta normalidad que toda esta infraestructura, todo el entretenimiento y toda esa información que continuamente llega a todos lados, todo el tiempo, a cada simple lugar de todo el planeta, es exactamente lo que nos dicen que es?», grita el chaval. Y a ver quién responde. La película, parece que no. Queda la ironía como posible salida, y el gusto por el juego infinito de un guion ocurrente y una realización brillante. Con todo eso, que cada espectador decida si es bagaje suficiente para ser eslabón reconocible de esa historia del cine que atiborra sus imágenes.
CARLOS AGANZO
blogs.elnortedecastilla.es/elavisador/
¡SOMOS TIERRA SANTA!: LA PAZ DE MELVILLE Francisco Javier Expósito Lorenzo, 2019. 280 páginas. Editorial La huerta grande.
Jerusalén, en una ceremonia en fechas posteriores a la derrota otomana de 1917. :: EL NORTE
Viaje por tierra santa con Melville A
pesar de haber gozado en su tiempo de gran fama, tanto de escritor como de aventurero, cuando le enterraron se habían olvidado incluso de su nombre de pila. Grabaron en la lápida Henry, en lugar de Herman Melville. Los últimos días del autor de ‘Moby Dick’, del que celebramos este año el ducentésimo aniversario de su nacimiento, estuvieron marcados por el tormento y el desasosiego. Agravados por sus dolencias físicas y psicológicas y, sobre todo, por el suicidio de su hijo mayor. Aunque no es seguro que le salvaran, sí debieron consolarle, y no poco, los dieciséis mil versos de ‘Clarel’, su último libro, la intensa colección de poemas que escribió a raíz de su viaje por Tierra Santa. Cuando Herman Melville salió, el 1 de enero de 1857, camino de Palestina, ya no era un aventurero, sino más bien «un hombre que ha decidido dejar de vivir la crea-
ción al borde de la locura». Un ser humano «que quiere abandonar los desfiladeros de sombra». Así lo dice Javier Expósito en su último libro, ‘¡Somos tierra santa! La paz de Melville’, que consigna sus propias experiencias por los santos lugares de la mano de este escritor excepcional; un rebelde que se embarcó a la aventura por primera vez con 18 años, que fue capturado y vendido por los caníbales tras desertar en las Islas Marquesas, que leyó ávido de conocimiento todo aquello que cayó entre sus manos, y que escribió una de las más grandes novelas de aventuras de todos los tiempos. Esa ‘Moby Dick’ que Javier Expósito leyó, como tantos niños de su generación, en los viejos tomos de Bruguera. ‘¡Somos tierra santa!’, sin embargo, no es un libro de aventuras, sino más bien un libro de aventura, de camino, de crecimiento personal. En la peripecia, muy poco tienen que ver estos dos viajes,
Herman Meville. :: EL NORTE separados en el tiempo por 160 años. El primero, iniciado en el puerto de Liverpool, y precedido de una larga ruta mediterránea por el estrecho de Gibraltar, Argelia, Constantinopla y Egipto. El segundo, directamente en avión desde el aeropuerto de Barajas. En la esencia, por contra, el objetivo es idéntico: la búsqueda de la paz. Paz interior y paz exterior. El libro, dedicado entre
otros «a judíos, musulmanes y cristianos, en la unidad del Espíritu», sigue la senda de las anteriores obras de Expósito (‘Las posibilidades del alma’, ‘Más alto que el aire’, ‘Pájaros en los bolsillos’, ‘Juegos de empeño y rendición’). Y en este caso se articula a modo de diario de viaje. De viaje en busca de las huellas tanto de Melville como del profeta Yeshua ben Yosef, es decir, Jesús de Nazaret. Y en compañía de un singular grupo de peregrinos. Personas, lugares, lecturas, experiencias…, que en realidad no hacen otra cosa que acompañar, ilustrar, la particular subida al Monte Carmelo del escritor. Y con él del lector. En Haifa, por ejemplo, el escritor busca, como buscó Melville, los testimonios del profeta Elías, el ‘justiciero de Dios’, y tras ellos descubre el Wadi es Sia, el manantial que alimenta el misterioso origen de la Orden del Carmelo en el siglo XII, su entrada emocionante en el mundo de la espiritualidad. Más adelante, en el Lago Tiberíades, el mar de Galilea, Expósito indaga sobre el lugar en el que está enterrado Maimónides, o en el que se localiza el milagro de los panes y los peces, y recibe a cambio el sentimiento de «desprenderse de todos los pesos del camino», la bendición de una «paz inadvertida» y arrulladora. Un enclave donde la espiritualidad oriental dialoga, con el poema ‘Buda’, de Melville, con los grandes veneros espirituales de las tres grandes religiones monoteístas: la confrontación del todo con la nada, la vida como «un vapor que aparece por poco tiempo y luego se esfuma». Un viaje físico que se convierte en recorrido interior. Y una transformación personal, al fin, que se ofrece como canto de paz y reconciliación. Una llamada a la convivencia y la asunción de un compromiso: «La responsabilidad de ser puentes. La responsabilidad de ser humanos. Sin muros». Y, como ocurre con cada una de las obras de Javier Éxpósito, la oportunidad de una gran experiencia compartida.
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Una reflexión sobre el séptimo arte FERNANDO HERRERO
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on música y Harold Lloyd se cerró para mí la 63 Edición de la Seminci. Poco después finalizaron los festivales de Barcelona, Valencia, Sevilla, Gijón, etc. En Valladolid (y en los demás) muchas, demasiadas, películas, muchos premios, algunos injustificados, mucho público (el que no va al cine luego durante todo el año) y ambiente que potenció lo festivo sobre la investigación y el estudio. Es el tiempo que vivimos. La selección de filmes en los festivales toca todo tipo de temas, con corrección política casi asegurada. ‘Thrillers’, denuncias sobre la corrupción, la exclusión del ‘otro’, la defensa de la mujer, etc. Asequibilidad general, lenguajes clásicos y nivel medio con alguna excepción. Los grandes maestros no abundan y es difícil programarlos dado el número de festivales. En Valladolid fue premiado un filme sobre el despertar sexual de la juventud discreto y que parecía de otro tiempo, pero que podría conectar con ese mundo cultural de hoy, tan previsible y homogéneo. El cine español hizo coincidir en la cartelera ‘Todos lo saben’, ‘Petra’, ‘Tu hijo’, ‘La sombra de la Ley’, ‘El reino’, ‘El árbol de sangre’, ‘thrillers’ o historias familiares en las que el delito está presente. La fiesta del cine nos convenció de que la producción ha cambiado. Antes podíamos seguir durante años la obra de un autor. En Valladolid, por ejemplo, Bergman, Fellini, Truffaut, Kiarostami. Hoy es muy difícil, tal vez porque esos maestros ya no existen. Miguel Gomes nos decía que le es muy difícil volver a rodar en Portugal. Así, las filmografías se resienten sobre todo cuando se plantea el cine más allá de la industria. En España algunos realizadores, más allá de Almodóvar van formando sus filmografías. A otros, como Francisco Regueiro, se les ha negado todo, y que Víctor Erice no haya filmado en condiciones otra película es un pecado de lesa cultura. De los festivales de cine (se supone que todos de autor, por lo que no hace falta denominarlos así) hay que desta-
Proyección de ‘El hombre mosca’ con música en directo de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León en el Auditorio MIguel Delibes. :: GABRIEL VILLAMIL
car lo nuevo en temas, lenguaje, estética. En el propio cine español, algunas de las películas citadas antes rompen con los códigos habituales, pero tienen que superar los problemas del acceso al público, ese público que no aparece después de los eventos fílmicos. Con mis amigos, los propietarios de salas, hablamos de estos temas, de la crisis, de la necesidad de supervivencia, la casi desaparición de la versión original que llena los festivales. El público de la Se-
minci se ha eclipsado y ello influye en la programación, en la necesidad de obras comerciales y el escaso espacio a películas creadoras y difíciles. Esta es la realidad cotidiana y parece difícil intentar cambiarla. De la austeridad de antaño en materia de premios, en los festivales culturales se ha pasado a la multiplicación que convierte las sesiones de clausura en una larga y rutinaria entrega de trofeos, con sus rituales y sus clásicas palabras de agradecimiento. ¿Es ello
Los filmes más difíciles han perdido su público. La versión original es mayoritariamente rechazada
necesario? A lo mejor desde el ego normal de los artistas, pero pienso que puede llegar a ser contraproducente para lo verdaderamente valioso, que requiere un lanzamiento especial. Deben hermanarse las artes y no estaría mal que esas sesiones sociales fueran llevadas por un director de escena que le echara imaginación al asunto. Lo que resulta evidente es que la cultura está en un punto de crisis. Un ejemplo. Ante algo tan absurdo como el partido en Madrid de la Copa Li-
bertadores un periódico serio le dedicó en la última semana cinco artículos diarios de media y el domingo nada menos que ¡12 páginas! Un absurdo cuando se eluden informaciones culturales y críticas de forma masiva. Motivos económicos están detrás. El cine y su problemática. ¿Desaparecerán las salas? La pujanza mediática de las series es un dato, como la postura de Netflix (bien respaldada por algunos medios de comunicación) sobre la proyección en cines. El caso de ‘Roma’ es emblemático. Rechazada en Cannes obtiene el León de Oro en Venecia. La productora concede «generosísimamente» una semana a los cines para su proyección. La reacción de estos en España es negarse mayoritariamente a este chantaje, lo que priva a los espectadores de ver una película excelente. El cine es una cosa, las series otra diferente. Sus estéticas no coinciden. Solo cuando ‘The wire’ se remata podemos juzgarla con precisión. Dos formas de contemplar un hecho artístico, que tienen su cauces respectivos, ambos igualmente respetables. Así pues, terminados los festivales que constituyen un paréntesis más bien lúdico, llega lo cotidiano. Los filmes más difíciles han perdido su público. La versión original es mayoritariamente rechazada. Los jóvenes acuden a muy contados estrenos, otro problema difícil de solucionar. Así estamos. En Valladolid concretamente perviven los cines Broadway, Manhattan, Casablanca y en cierta forma unidos a un centro comercial los nuevos de Vallsur. El resto han desaparecido o se han reconvertido, o programan teatro, lo que no está mal. El Zorrilla, el LAVA, el Carrión y el Cervantes han vuelto al cine en Seminci. Un fenómeno digno de estudio. El problema del cine y su forma de verlo, es mucho más económico que artístico. Se juega mucho dinero en el envite y no siempre se juega limpio. Desde un discurso cultural progresista el conflicto parece complicado de resolver, aunque las líneas positivas tengan relevancia desde la permanencia de las salas, que asimismo tienen que evolucionar y ponerse al día. La proyección de óperas y teatro en directo y de películas de arte puede ser un buen comienzo.
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Netflix, o qué es el cine Fotograma de ‘Roma’ (Alfonso Cuarón, 2018).
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ué es el cine? La pregunta fue escogida como título de uno de los libros más resistentes, el que tiene como autor a André Bazin, el crítico fundador de ‘Cahiers du cinéma’. «Este título no supone tanto la promesa de una respuesta como el anuncio de una pregunta que el autor se formulará a sí mismo a lo largo de estas páginas», anunciaba precavidamente Bazin en el arranque de su obra. El cine al que se acercaba en 1958 estaba vivo en sus pantallas, ardía de Chaplin, de Renoir, de Tati, de neorrealismo italiano, y al crítico le bastaba con sumergirse de cuerpo entero en esos universos fascinantes para extraer lecciones con las que llenar páginas y páginas. Qué es el cine. Un libro contemporáneo al de Bazin, ‘El cine o el hombre imaginario’, de Edgar Morin, ensayaba en su comienzo una respuesta directa y matérica: «Un tembloroso repiqueteo nos llama la atención. Un establecimiento entre los demás establecimientos expone enormes rostros pintados, fotografías de besos, de abrazos, de cabalgatas. Entramos en las tinieblas de una gruta artificial. Un polvo luminoso se proyecta y danza sobre una pantalla; nuestras miradas se empapan de él; toma cuerpo y vida, nos
arrastra a una aventura errante: franqueamos el tiempo y el espacio, hasta que una música solemne disuelve las sombras sobre la tela, que vuelve a ser blanca. Salimos y hablamos de los defectos de una película». Algunos de los componentes de ese espectáculo han desaparecido para siempre: el polvo luminoso, las sombras, la tela incluso. Pero tras el cambio del celuloide analógico al bit digital permanece el repiqueteo de la cartelera, la gruta artificial, las tinieblas, la mirada fascinada que se nos promete a la entrada. Todavía contamos con salas públicas en las que perdernos ante una pantalla de dimensiones que desbordan cualquier ventana de la vida. Todavía la butaca en la oscuridad conforma un espectador despojado de sus accidentes, centrado exclusivamente en lo que llega a sus ojos y a sus oídos, sin tiempo para la reflexión ni la pausa. ¿Todavía? Las salas comerciales de cine no han dejado de desaparecer, entre cantos conmovidos y oasis engañosos de festivales. Muchas ciudades no cuentan ya con ninguna, o las han arrumbado a centros comerciales que las confunden con la macro oferta de sus atracciones. Pero un hilo delgado de vida permitía la periódica satisfacción de volver a la gruta artificial. Y
JORGE PRAGA
también de mantener la ficción de los estrenos, la cronología de los autores y la recepción colectiva de las obras. Incluso la crítica con sus críticos, una sincronía semanal de novedades, de nacimientos (y fallecimientos). Podías cerrar los ojos y engañarte durante unas horas de proyección, olvidando el movimiento imparable de la gran masa de los espectadores: seguimiento fiel y continuo de series televisivas, pirateo de películas, multiplicación (y jibarización) de pantallas, circulación en Internet de críticas devaluadas a estadísticas. Bueno, pero que-
daba la gruta, alguna, y por ella pasaban con suerte las películas que deseabas ver. Unas cuantas, incluso bastantes, quedaban fuera de la programación, pero la esperanza se renovaba con la llegada de otras, o con el sueño de un empresario que arriesgase, que proyectase en V.O. Hasta que la baraja se rompió del todo por la carta de Netflix. Lo que no queríamos ver se puso delante de nuestras narices con rotundidad. Una película ‘Roma’, ganadora del León de Oro en Venecia, quedaba fuera de las pantallas por decisión de la productora, dueña de su propia cadena de distribución que nada quiere saber de las salas públicas. Cannes ya había tomado medidas profilácticas contra ella. Y seguramente los Goya, o los Oscar, o el próxi-
‘La balada de Buster Scruggs’ (Ethan y Joel Coen, 2018).
mo festival de cine discutan sobre si esa cinta puede aspirar a los premios. Qué es el cine, dónde está la gruta que la valide para distinciones cinematográficas. ‘Roma’ se ha podido ver en dos o tres salas de Madrid y Barcelona como la excepción que confirma la regla. Curiosamente es una cinta que parece pensada por su director, Alfonso Cuarón, para una pantalla grande, enorme y anónima. Veamos: formato alargadísimo en 2.35:1. Necesidad de subtítulos para seguir la lengua de las criadas indígenas. Blanco y negro delicado, sutil. Puesta en escena que se despliega en la profundidad de campo, en varias capas paralelas. Activación de la memoria del espectador, de la infancia profunda que emerge en la soledad oscura. Trenzado de voces callejeras,
de ladridos, de canciones en la radio. Olores, sí, olores a caca de perro, al detergente que la limpia, a la miel que pregona el vendedor, a los cuerpos macilentos en el quirófano. Necesidad de aspirar la película de un solo trago, concentrado y emotivo. Y a ver cómo compaginamos las exigencias de cualquiera de estos párrafos con la visión doméstica, privada, enana. Visión que es la única que nos queda para la última cinta de los hermanos Coen, ‘La balada de Buster Scruggs’, disfrazada de capítulos de miniserie, y sin esperanzas de distribución pública. Netflix se une al reducido grupo de nombres empresariales que gobiernan nuestras vidas: Google, Facebook, Twitter, Instagram, Amazon… Grupos paraestatales que acaban encerrándonos en casa, reduciéndonos a la condición numérica de cliente sometido a perpetua vigilancia y escrutinio. Si estas líneas se publican posiblemente engendrarán ofertas en las pantallas del lector del libro de Bazin. Qué es el cine. Hay que seguir con la pregunta para intentar su supervivencia. Y ojalá el cine de la gruta tenga una prórroga milagrosa parecida a la del teatro, al libro de papel y sus librerías, a los bares sin franquicia, a los quioscos, al sol de la infancia.
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LECTURAS
ANATOMÍA DEL RASTRO Andrés Trapiello pone el foco en la historia del mercado de viejo madrileño y su vertiente literaria JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN
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l Rastro. Historia, teoría y práctica’ es una obra enciclopédica, donde se encuentra todo lo que a uno se le ocurriría preguntar sobre el famoso mercado de viejo madrileño –casi un género literario en sí mismo– y también mucha erudición que a algún apresurado visitante le parecerá extemporánea, como de cronista municipal. Un libro como este solo lo podría haber escrito Andrés Trapiello, y no porque lleve cuarenta años visitándolo fielmente todos los domingos a primera hora de la mañana, como hacen los profesionales (lo normal es que, tras esa frecuentación, cualquier lugar pierda toda su magia), sino por su incansable curiosidad hacia las cosas viejas y las gentes en las que nadie repara, pero que llevan una novela dentro. El volumen –que no es para leer de un tirón, sino para picotear y dejarse sorprender en muchos ratos perdidos– tiene un minucioso
índice (salvo la última parte) y una estructura casi de manual. Afortunadamente, las apariencias engañan. Se trata más bien de un centón, revuelto bazar o almoneda, que de una rigurosa monografía. La primera parte está dedicada a la historia del Rastro y no cabe duda de que el autor se ha procurado toda la documentación posible, como un aplicado erudito, pero lo que a nosotros nos interesa son los incisos, como ‘Historia de un niño’, una novela en síntesis, o la visita a torre de las galerías Piquer, desde donde, al alzarse la persiana en un piso deshabitado pudo contemplar –por una única vez– la mejor vista del Rastro: «Fue como alzar el telón de un teatro mostrando un escenario prodigioso». A la teoría del Rastro se dedica la segunda parte, subtitulada ‘Meditaciones y conjeturas’. No cabe duda de que Andrés Trapiello tiene una habilidad especial para la divagación y es capaz de hacer brillar su prosa con cualquier pretexto, pero el lector se cansa pronto de las vueltas y revueltas en torno a unas citas de Benjamin o de cualquier otro nombre más o menos prestigioso. Lo que este libro tiene de filosofía del Rastro es lo que menos nos interesa. Andrés Trapiello –como Eugenio d’Ors– trata de convertir continuamente la anécdota en categoría, pero la categoría resulta a menudo nebulosa y discutible y la olvidamos pronto, mientras que las anécdotas –costumbris-
EL RASTRO. HISTORIA, TEORÍA Y PRÁCTICA Andrés Trapiello. Destino. Barcelona, 2018.
Andrés Trapiello. :: JAVIER LIAÑO - EFE tas, autobiográficas, ásperamente quevedescas o piadosamente cervantinas–, como las líricas descripciones de tantos amaneceres, bastan para hacer memorable el volumen. Destacan muy especialmente las páginas que dedica al regateo. ‘Arte y maña del regateo’ se titula uno de los subcapítulos, pero de él
LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
BELLEZA OCEÁNICA (Y UN DRAMA VERTIÉNDOSE) :: SUSANA GÓMEZ «Un fulmar boreal surca los vientos, volando con elegancia a un par de centímetros de las olas. […] De repente, divisa algo amarillo que brilla en el oscuro espejo del agua. […] Lo atrapa con su poderoso pico y lo engulle deprisa […] Pero no sabe que lo acaba de tragarse no es
comida de verdad, sino trocitos de plástico». Con esta robusta y enérgica ave como testimonio y víctima de una historia muy real, el álbum nos conduce por un viaje no fictivo, cuya vocación es la de asomarse a una belleza y un abismo: la hermosura de las aguas marinas y su drama, ambos in-
sondables, construido este sobre vertidos e islas de basura. Porque los fulmares, que comen casi cuanto les llega pues no son exigentes con su dieta, se tragan cualquier cosa que vean flotando, sobre todo si es tan llamativa como algunos residuos. Es por eso que, cuando los ejemplares muertos son
habla en muchos otros lugares y no nos queda la menor duda de que Andrés Trapiello es un maestro en esa especial técnica de determinar el precio y el valor de las cosas. Si alguna vez se diera un máster para profesionales del Rastro –cosas más raras se han visto–, sin duda deberían formar parte de la bibliografía fundamental, y –mutatis
mutandi– no cabe duda de que también les sacarían buen partido en cualquier escuela de negocios y hasta en la escuela diplomática. Mucho hay que admirar en este libro, pero a veces nos quiere hacer comulgar con alguna que otra rueda de molino. «La verdadera renovación del canon literario en los últimos años empezó en el
Rastro», escribe el autor. Y lo explica porque, cuando él comenzó a escribir –finales de los setenta, primeros ochenta–, «la inmensa mayoría de los autores que nos interesaban desaparecieron de las librerías de nuevo». Y no solo los autores menores, sino los que «formaban parte del canon de la literatura, los grandes e inalcanzables escritores del nuevo siglo de oro (Unamuno, Azorín, Baroja o Juan Ramón, y en otro peldaño, los Pérez de Ayala, Ortega, Gómez de la Serna o Azaña)». Solo unos pocos –Valle o Machado– «habían logrado sobrevivir a las purgas y menosprecios de los prescriptores, críticos y mandarines del momento». ¡Cuántas cosas confunde Andrés Trapiello, qué amasijo conceptual! Los escritores, incluso los grandes escritores, se ponen de moda y pasan de moda, sin que en ello intervengan intereses inconfesables. En el Rastro, como en las librerías de viejo, aparecen los grandes escritores junto a otros menores o sin interés, pero nunca, nunca se perdería a Unamuno, Baroja, Ortega o Juan Ramón quien no visite el Rastro. Estuvieron siempre en las librerías de nuevo, entre otras cosas porque eran lecturas recomendadas en los planes de estudio, y sus obras estaban al alcance de todos en las bi-
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bliotecas públicas. Pero mejor mirar para otro lado cuando Trapiello habla del canon literario, de las universidades o de las librerías de nuevo, en las que, contra lo que él cree, no solo se encuentra lo escrito en los últimos años: también la mejor edición del Quijote, una nueva traducción de Montaigne o de Virgilio, innumerables maravillas que sorprenden incluso al frecuentador habitual, no solo el premio Planeta o el ‘best-seller’ de turno (que, por cierto, no tardan en aparecer en el Rastro o en la cuesta de Moyano). Las dos últimas secciones del libro –el lector puede empezar por ellas– son las mejores y justifican por sí mismas el volumen, aunque eso no quiere decir que en las anteriores no haya pasajes memorables. Cuanto menos pretencioso teóricamente, más admirable se muestra Andrés Trapiello. Por eso en la sección ‘Objetos y cosas’, una de las mejores del volumen, nos interesa poco la distinción que, apoyándose en Remo Bodei, establece entre «cosas» y «objetos» y mucho la descripción, ilustrada, de un puñado de objetos o cosas encontrados en el Rastro y de su especial predilección: desde un tomo de los ‘Episodios nacionales’ con la bandera republicana en la cubierta hasta una postal de San Isidoro de León que le lleva a rememorar su infancia con unamuniana emoción. ‘El Rastro. Historia, teoría y práctica’ es un libro ilustrado en el que las ilustraciones rara vez son un prescindible complemento, especialmente las de la última parte, instantáneas fotográficas realizadas por el propio autor y muy adecuadamente glosadas. Gran parte del encanto del volumen
UN MAR DE PLÁSTICOS Kirsti Blom y Geir Wing Gabrielsen. Editorial Takatuka. 64 págs. 16 euros. Edad recomendada: a partir de 8 años.
arrastrados hasta la playa, los científicos encuentran al abrir sus vientres un interior de plásticos. Ellos son el aviso tangible de una realidad que, anualmente, fabrica cientos de toneladas de plástico (un 10% de las cuales va a parar al
proviene de esas imágenes, tan literarias, tan sugerentes. Las ilustraciones de la primera parte son de otro tipo y presentan menor interés, a pesar del preciso pie de foto del autor, debido al pequeño tamaño en que a menudo se reproducen. Un ejemplo, la que aparece en la página 210, cuyo pie de foto dice así: «Un clásico del Rastro: las figuras políticas de los regímenes pasados, en asociaciones bizarras. Un baratillo pedagógico. Lo mejor de esta son los ojos azules del zorro». Pero como la ilustración es de un tamaño poco mayor que el de una uña ni siquiera con la mejor vista se pueden distinguir esos ojos azules. Reproduce Andrés Trapiello, en la sección final, muchos pasajes dedicados al Rastro en los diversos tomos de su diario. El lector lo agradece, tanto el que recordaba esas páginas como el que no las había leído o no las recordaba. Hay repeticiones, pero también puntos de vista nuevos. También se agradece que deje fuera las poco simpáticas líneas que solía dedicar al único escritor que le disputaba sus hallazgos bibliográficos, al que él llamaba «el poeta social», Carlos Sahagún. En cuarenta años de asidua frecuentación, el Rastro ha cambiado mucho y sigue siendo el mismo. Como Andrés Trapiello, quien tras cuarenta años de frecuentación lectora, nos sigue causando el mismo asombro y la misma admiración que la primera vez e irritándonos en algún que otro momento –cuando se pone estupendo con sus descalificaciones de la izquierda, la universidad, las librerías de nuevo o el canon que imponen los mandarines– de la misma manera.
mar), en una carrera iniciada en los años cincuenta del pasado siglo que, solo cien años después, en 2050, puede que haya generado 1.125 millones de toneladas. Con un lenguaje sencillo y a la vez riguroso, la obra aborda los problemas pero también las soluciones propuestas para reducirlos, en un intento de despertar conciencias que incluye pequeños gestos que ayuden a nuestro fulmar y, con él, al resto de fauna y flora marinas. Todo ello apuntalado por gráficos, cuadros explicativos y una galería de fotografías que retratan el esplendor oceánico y los efectos de la acción humana sobre él.
CONTRA LA ATONÍA Luisa Castro conjuga fulgor verbal y reflexión en su último poemario RAFAEL MORALES BARBA
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ctores vestidos de calle’ (2018) es un libro complejo y misceláneo a la par que unitario, de elegante y depurada dicción en sus cinco distinguidas partes y correspondencias, contigüidades de asunto y, sobre todo, de tono, acendrado, íntimo y pensativo en lo fundamental. El ornato con que la autora se inauguró a mediados de los 80 ha cedido paso a la reflexión desnuda en un ejercicio diferenciado del momento actual, con personalidad distante de las poéticas del fragmento en su expresión del malestar de los años 2000. Ha tomado mucha distancia igualmente del viejo expresionismo postnovísimo y de su evolución hacia ‘Amor mi señor’ (2005), como no podía ser menos, en esta escritura desprovista de lo superfluo, para ir a la esencia del sentimiento o reflexión existencial. Lo emprende desde el amor en sus más variados registros y desde el papel de ser y estar aquí y ahora cuando la luz se hace otoñal, en un ejercicio de evolución de las poéticas de fin de siglo. Esta nueva elegía dolorida o testimonial, marcada por la obertura (Osetia), se propone como un
Luisa Castro. :: SERGIO BARRENECHEA - EFE canto desde un haz de registros que enmarcan la orfandad, el amor filial, la denuncia y reflexión sobre el horror, el papel de ser como personaje desde Diderot en el gran teatro del mundo, la melancolía...pero siempre sin aspavientos, con contención y elegancia, serenidad distinta, distinguida. Una marca de agua diría Brodsky, en el dolor contemporáneo, fugitiva en la memoria a pesar del drama, donde la poeta fija su fraternal/maternal mirada conmovida. Así en Osetia (el asesinato islamista de la escuela de Beslán), alza un grito desnudo en lo fundamental, elegíaco también, reivindicador o denunciador, pero también amoroso en un dolor que gira súbitamente hacia otras melodías en esta miscelánea diferenciada de registros (la denuncia sarcástica del hombre patriarcal en La isla del aban-
dono, tanto como el desamor) y, sin embargo, trabados, unitarios. Ya hemos dicho, estos actores protagonizan un libro complejo en sus formulaciones diversas. Así el amor filial con la madre, surge desde una mirada pensativa en los poemas de Framura, tanto como la sugerencia del encuentro amoroso. El mundo italiano se conjuga con el gallego pro-
ACTORES VESTIDOS DE CALLE Luisa Castro. Visor, Madrid, 2018.
pio en un diálogo y viaje, donde el amor y la incerteza existencial, la asunción del dolor con serenidad, se acogen bajo un canto despojado, pero intenso, distinto al de las poéticas del silencio. Luisa Castro sabe narrar líricamente desde la poesía de la edad, sortear el laconismo y pensar líricamente sin caer en los fundamentalismos unamunianos de María Zambrano al respecto. El tono es similar en ‘El círculo vacío’, desnudando, abstrayendo, buscando la raíz del canto prendido de los recuerdos, del “»ufrimiento del personaje» de estos ‘Actores vestidos de calle’, tal y como se titula la sección que origina el libro. Las citas de Platón, Lucrecio o Diderot, no engañan sobre el sinclinal reflexivo del saber «aceptar» y «proteger», del ser ficción del tiempo, pero también «comprender» desde la memoria, la gran sustentadora y aliada de la «insignificancia». También el mismo cuestionamiento de la necesidad del canto, pese a todo, necesario o solidario en su conjura contra el dolor desde el amor. Al fulgor verbal le ha seguido la reflexión actual en este libro a veces narrativo, depurado y esencial, fundamentalmente maduro, donde la recriminación y el naufragio dialogan con la misericordia en este «tiempo sostenido, una paz que se alarga». Precisamente contra esa atonía se ha levantado el sugerente y condensado poemario de Luisa Castro en su espléndida madurez lírica, con un saco de versos, registros e inflexiones conjurando el silencio. Y a la vez ofreciéndonos uno de los pocos libros realmente interesantes y diferentes del año lírico 2018-2019.
¿UNA CHICA A BORDO DEL CAIMÁN NEGRO? :: S. G. Daniela sabe pescar a manos llenas, es fuerte como un roble, veloz como el trueno, sigilosa como las serpientes, tan valiente que paraliza a los cocodrilos, cocina asquerosamente mal y es capaz de leer los mapas más indescifrables hasta encontrar los tesoros más perdidos… o sea, tiene todo lo que hay que tener para ser una de los mejores piratas del Caimán Negro. ¿Por qué, entonces, Orejacortada le dice, tan rotun-
damente, que no? Tras superar todas las pruebas, el capitán del barco más temible de todos los tiempos no le permite formar parte de su tripulación porque… ¡es una chica1 ¿Qué harán, sus hombres, cuando oigan su decisión?. En una apuesta por la coeducación y la justicia, este álbum de piratas se suma a la lucha contra el machismo, en línea con el afán de los relatos en defensa de la equidad que, desde un imaginario y una estructura clá-
DANIELA PIRATA Susanna Isern y Gómez. Editorial NubeOcho. 36 págs. 14,90 euros. Edad recomendada: de 4 a 6 años.
sicos, subvierten los roles tradicionales y sexistas. ¿Y qué mejor manera de hacerlo que desde el divertimento, los mensajes claros y contundentes y el cromatismo exultante de un barco intercultural que recorre el mundo y las páginas entre el cielo, los fondos marinos y los juegos tipográficos a todo tamaño, color y signos de admiración? ¿Qué pasará, al final, en aquel mar «muy lejano», con el Caimán Negro, Orejacortada y los sueños de Daniela?
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LOS LIBROS MÁS VENDIDOS FICCIÓN ‘Serotonina’. Michel Houellebecq. Anagrama ‘Carvalho. Problemas de identidad.’ C. Zanón. Planeta ‘El zorro’. Frederick Forsyth. Plaza & Janés ‘La muerte del comendador II.’ H. Murakami. Tusquets ‘Reina roja’. Juan Gómez-Jurado. Ediciones B ‘Yo, Julia’. Santiago Posteguillo. Planeta
USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA
LA EXPRESIÓN ‘CASTELLANOS Y LEONESES’ tan nacionalidad u origen geográfico) y su empleo para unir otro tipo de adjetivos». Me interesa el primer caso, el uso del guion en la unión de gentilicios. Dice así: «Cuando se trata de unir dos gentilicios, pueden separarse con guion o escribirse unidos sin guion. Si en el sustantivo al que se aplica el gentilicio compuesto se fusionan los caracteres propios de cada uno de los elementos que lo forman, no se escribe guion entre ellos». Y pone como ejemplos «[ciudad] hispanorromana», «[ciudadano] francocanadiense» y «[dialecto] navarroaragonés». A estos podría añadir otros muchos: ‘judeoespañol’, ‘asturleonés’, ‘hispanoamericano’,
‘angloamericano’, ‘anglocanadiense’, ‘austrohúngaro’, etcétera. Quiero entender, al menos es lo que deduzco de la lectura de la ‘Exposición de motivos’ del texto actualmente vigente, que
A consulta de la Junta, la RAE respondió que debería usarse el término ‘castellanoleonés’, pero los políticos hicieron caso omiso
Castilla y León es una realidad nueva, resultado de la unión de territorios históricos que componían y dieron nombre a las antiguas coronas de León y Castilla. Si esto es así, los ciudadanos de Castilla y León lo son de esa nueva realidad, es decir, de una entidad unitaria desde el punto de vista político-administrativo. Claro que si lo que se pretendía en la reforma del Estatuto era poner en relación dos adjetivos gentilicios que conservan su referencia independiente, lo apropiado hubiera sido escribir guion entre ambos y nunca una conjunción. Pero no creo que ese fuera el propósito real porque choca con los argumentos esgrimidos en la exposición de motivos. Una elección desafortunada, sin duda, tanto la de «castellano-leoneses» como la de «castellanos y leoneses» para hacer referencia, claro está, a los ciudadanos de Castilla y León, en la actualidad una entidad unitaria desde el punto de vista político-administrativo por mucho que se empeñen algunos en lo contrario y en un retroceso a la noche de los tiempos. La conjunción ‘y’ en este caso no permite deducir dicha unidad y la expresión «castellanos y leoneses» tiende a interpretarse como referida a dos entidades independientes. La Junta de Castilla y León realizó en su momento una consulta a la RAE a propósito del nombre adecuado para el gentilicio de Castilla y León y la respuesta que recibió fue que el término «castellanoleonés» es el que debería usarse como gentilicio de esta comunidad autónoma. Los políticos hicieron caso omiso al informe de los expertos. Y yo les hago el mismo caso a los políticos: siempre digo que soy castellanoleonesa y no castellana y leonesa. Ahora decidan ustedes lo que son.
LO VAS A LEER
l pleno de las Cortes de Castilla y León, en su sesión del día 23 de junio de 2005, aprobó una resolución, consecuencia del Debate sobre política general de la Comunidad, por la que se manifestaba la voluntad de elaborar un estudio para una posible reforma del Estatuto de la Comunidad de Castilla y León (promulgado por Ley Orgánica 4/1983, de 25 de febrero y reformado por la Ley Orgánica 11/1994, de 24 de marzo, y por la Ley Orgánica 4/1999, de 8 de enero). El texto de la Ley Orgánica 4/1983 se refiere a los ciudadanos de Castilla y León como «castellano-leoneses» (artículo séptimo: Derechos y libertades de los castellanoleoneses), aunque en alguna ocasión se les ha olvidado colocar el guion. Y el adjetivo correspondiente es «castellano-leonés» (artículo sexto: Comunidades castellano-leonesas situadas en otros territorios; el pueblo castellano-leonés). La misma forma se utiliza en los textos reformados de 1994 y de 1999. En el texto reformado de 2007 (Ley Orgánica 14/2007, de 30 de noviembre, de reforma del Estatuto de Autonomía de Castilla y León) los ciudadanos de Castilla y León ya no son «castellano-leoneses» sino «castellanos y leoneses» (artículo 9: Castellanos y leoneses en el exterior; capítulo II: Derechos de los castellanos y leoneses; capítulo III: Deberes de los castellanos y leoneses). En mi opinión, ninguna de las soluciones es acertada desde el punto de vista lingüístico. En el ‘Diccionario panhispánico de dudas’, de la RAE (2005), puede leerse lo siguiente: «En lo que respecta a los adjetivos, es necesario distinguir el uso del guion en la unión de gentilicios (adjetivos que deno-
‘Fuimos canciones. Elisabet Benavent. Debolsillo
NO FICCIÓN ‘Cómo hacer que te pasen cosas buenas’. Marian Rojas. Espasa ‘Sapiens. De animales a dioses’. Y. Noah Harari. Debate ‘1000 recetas de oro’. Karlos Arguiñano. Planeta
#MUJERES EN LUCHA Isabella Lorusso. Altamarea. 248 páginas. 18,90 euros.
‘Los secretos de Youtube’. TheGreft. Martínez Roca ‘La magia del orden’. Marie Kondo. Aguilar ‘El poder del ahora’. Eckhart Tolle. Gaia ‘La España en la que creo’. Alfonso Guerra. La Esfera de los Libros
INFANTIL Y JUVENIL ‘El sombrero de Bruno’. Canizales. Boolino Book Box. ‘Aprendiz de profe’. Carmen Fernández Valls. B de blok. ‘Mi superabuela’. Marta Cunill. Beascoa.
Es impagable el testimonio de estas mujeres, entre ellas, la palentina Pilar Santiago. Vivieron la Guerra Civil en primera línea. Tal vez no en la trinchera, donde las bombas y los disparos, pero sí en uno de los frentes más importantes para pelear por la igualdad. Isabella Lorusso recopila en este libro un ramillete de entrevistas a mujeres que participaron acti-
vamente en la vida política de la España de los años 30, que encabezaron un movimiento feminista sepultado por el franquismo, pero cuya memoria halla eco en este libro. Son Pepita Carpena, Suceso Portales... Mujeres que combatieron por la igualdad, pelearon por la educación y se toparon con el machismo también entre los partidos de izquierdas y los sindicatos. Gran libro, aunque algunas entrevistas podrían haberse exprimido más por la autora.
#CARVALHO. PROBLEMAS DE IDENTIDAD Carlos Zanón. Planeta. 352 páginas. 20 euros.
Lo de menos son los casos: el de una prostituta desaparecida cuando varias de ellas son halladas muertas en Montjuic, el asesinato de una mujer y su nieta. En este libro, lo de menos son los casos, guadianescos, camuflados incluso por la pirotecnica del lenguaje. Al principio, cuesta situarse
porque la lectura avanza a trompicones, entre tanto tropezón de metáforas y ocurrencias. Pero también hay un claro homenaje al género negro, con el desencanto, el humor del que ya está de vuelta, la crítica social emitida desde el cinismo. Vuelve Carvalho. De la mano de Zanón. Y lo mejor del libro no son los casos. Sino un personaje que se cuestiona a si mismo como tal, con homenajes a Vázquez Montalbán y varios pasajes metaliterarios.
‘Gira y aprende: Tablas de Multiplicar’. Varios . DK ‘El día que el mundo amaneció al revés’. Eva Moreno Villalba, Cristina Picazo. B de blok.
Más reseñas en el Instagram @lovasaleer
VÍCTOR M. VELA
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Raquel Lanseros
Una memoria de la intimidad L
a andadura poética de Raquel Lanseros se enriquece con una nueva entrega que viene a completar su mirada literaria, su capacidad sugeridora, su búsqueda en el misterioso secreto de la palabra. Después de libros como ‘Los ojos de la niebla’ o ‘Las pequeñas espinas son pequeñas’ su universo expresivo se llena de sugerencias y de indagaciones sobre sus raíces y el contexto en el que se fundamenta su visión de las cosas, su planteamiento vital y personal y su postura ante la realidad , llegando a crear un mapa de reflexiones y de vivencias de alto contenido estético. ‘Matria’ bucea en una poética necesaria después de su experiencia personal en los territorios de la maternidad, floreciendo una visión profunda de serena hondura, de límites invisibles, de sensaciones que adquieren en el poema una naturaleza de emocionada inquietud. El primer poema del libro es una pregunta retórica que trasciende la verdadera fuerza de lo humano, el rastrojo que arde en las hogueras del vivir: «Quién es el ser humano más libre de la Tierra? / ¿Quién es capaz de nacer más de una vez?/... ¿Quién pude competir con la imaginación?». Las preguntas, terribles interrogantes, se responden en el mis-
mo instante en el que son pronunciadas, se vuelven contra el lector cuando las interioriza, y tiene que detenerse frente al abismo de sus oquedades, de sus espacios secretos. Antes de comprender, lo dice la poeta, el ser humano ama al mundo, se refugia en él, vierte su mirada en el originario panorama que hace crecer lo primigenio, y en ese instante, la creación es una necesidad consecuente con el universo en el que está encerrado su mirar, porque es el camino el que ya soporta toda la vuelta a los momentos esenciales en los que se construye el pensamiento y el misterio:
GALERÍAS JOSÉ MARÍA MUÑOZ QUIRÓS
«La primera verdad que siempre vuelve/ a quien ya entiende que es la verdadera». Raquel Lanseros necesita volver al inicio de su vivir, al territorio de la infancia, a la búsqueda de la tierra natal, del planteamiento inicial de su existencia. Lo poético se llena de ecos y de vivencias, de sonidos, de raíces presentidas en la voz de sus antepasados, los olores, los colores, la presencia de sus primeras luces sobre el corazón, lo que «yo no he vuelto a olvidar/ quién soy/de dónde vengo». Vivir, crear una biografía precisa pero envuelta en lo que la poeta llama la potencialidad, esa capacidad de encerrar en un matojo de vida todo lo que es vivido con pureza y esencialidad, con definitiva verdad. Todo el libro late con voz interior, con pronóstico de sueño vital, y ente las manos nos quedan esas cenizas que «para consolarnos llamamos biografía»: la luz grandiosa del verano donde las luciérnagas brillan y encienden las noches cálidas que la memoria escribe en sus ojos llenos de sensaciones sutiles que, por desgracia, «mi hijo será el primer desheredado/ el forzoso habitante/ de un mundo sin luciérnagas». El tiempo y la mutiladora ineficacia de tantas cosas que no retornan nunca, o que el tiempo destruirá con sus ma-
Raquel Lanseros. :: ANTONIO TANARRO nos opresoras, con su incendiario silencio sin mañana. Todo podrá ser ya solo memoria de la desmemoria donde «una tarde de sol, dentro de varios siglos,/ se tumbará tal vez alguien a descansar/ sobre esta misma tierra / donde una vez estuvo la casa de mis padres». Y allí, en ese escenario del desalojo de la vida, se funden presente y pasado, historia y raíz, búsqueda y silencio sin medida. Una pregunta necesaria y vital es siempre, para un poeta, la razón de la existencia de la poesía, el porqué de su necesidad y de su sentido de ser. Las respuestas podrían resumirse en «bendito sea el día, el mes, el año/ y la estación, el tiempo, la hora, el punto/ en
que nació: Poesía/ que sabe hablar con Dios y nunca muere». Dichoso quien sepa hablar con Dios, con esa voz que clama en la conciencia del hombre y le persigue hasta la desnudez, hasta la sombra de su sombra. Dichoso el que sepa contagiarse de tanta luz, de tantas preguntas que buscan respuesta en el silencio. De cuando en cuando llega hasta la voz de Raquel Lanseros el sonido de sus raíces andaluzas, de la copla, del cante, de la llamada de la sangre: «no era cierto, por más que lo juraste,/ que yo tu amor jamás lo olvidaría./ En cuanto el tiempo me ofreció un atajo/ te malvendí sin arrepentimiento...» La fatalidad pasional y apasionada se escucha en al-
gunos de los poemas con sílabas de sureña belleza. Y la Guerra Civil, que en la poeta queda ya tan lejana, adquiere un matiz de aprendizaje, de memoria que es preciso sostener para no repetir. «Fue en España donde mi generación aprendió/ que una guerra también puede perderse/ mucho antes de nacer». Y en ese presentimiento y en esa cruel realidad no se alimenta ningún silencio, reaparecen los hechos que se enquistaron en la fratricida contienda: «muchos años pasaron / pero lo nuevoviejo no cesó de amamantar / el silencio con ira...» Raquel Lanseros ha escrito toda una crónica de la memoria fundacional del ser humano, del poeta, del contemplador de la vida, de la presencia de la historia y de los rasgos que soportan la andadura del ser frente al tiempo, sus constantes anhelos y sus palabras escondidas en los recovecos del alma «me gustan las palabras cansadas del camino/ésas que a vida o muerte se empeñan en decir...». ‘Matria’ escrita para la sed de la poesía verdadera, la que se afronta con la madura mirada de cada momento construido sabiamente, desde un poetizar lleno de acertados espacios de vida y tiempo, de presentes y ausencias, de lejanos abismos donde crece el pálpito eterno de la Belleza. Una poesía construida con los más genuinos materiales del lenguaje, de la sugerencia, de la meditación. Un nuevo libro que abre una nueva mirada, siempre con los mismos destellos de sus libros anteriores, pero ahondando, acercándose a la exacta creación, al paralelo instante. Sirva de reflexión y de puerta al abismo de lo eternamente humano el poema ‘La sobrecogedora brevedad’: «El sollozante bebé recién nacido / y sus inconsolables hijos en su entierro. / ¿No oyes cómo es un llanto simultáneo?»
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Sábado 9.02.19 EL NORTE DE CASTILLA
Director: Ángel Ortiz Coordinador: Chema Cillero
Obra de la serie ‘In Army We Trust’ de Thaier Helal, expuesta en Dubai un año después del inicio de la guerra civil en Siria. :: MARWAN NAAMANI
Regreso a la sombra santa de la tierra H
AY una tendencia inapropiada a resumir el producto de la actividad humana, a simplificar la versatilidad del individuo. Como si ésta lo alejara de la perfección que buscamos, a menudo con una desmedida contumacia. La perfección es una dádiva accesible por la vía del sacrificio, de la dedicación plena; una recompensa al empeño juramentado de quien consagra su vida a una minúscula parcela del mundo disciplinado. Podría colegirse que la perfección cuesta la vida. Por supuesto, hay una alternativa de dispersión aceptada socialmente. Junto a la actividad profesada (es decir, proclamada voluntariamente como profesional), siempre habrá lugar para el pasa-
tiempo, la afición, el hobby. ¿Acaso alguien se imagina capaz de pasear su excelencia en actividades dispares sin creerse (víctima, sin duda, del delirio) la encarnación actualizada de un Leonardo da Vinci? No es tolerable. Por esa razón sorprende al mundo, por ejemplo, la virtuosa creatividad musical inserta en las composiciones de Anthony Hopkins, o la fresca y animal soltura de los versos escritos por Viggo Mortensen; por eso nos resulta simpática la pericia como clarinetista de Woody Allen (quizás porque se deja acompañar en los conciertos por «auténticos profesionales») y la desacomplejada pintura de no pocos cantantes que materializan así su impronta autógrafa para deleite de mitómanos.
Ocurre igualmente con las pasiones, con las tendencias, con la apuesta estética del individuo; un pretencioso «cambio de registro» que suele llevar implícito el desdén generalizado, si no la chacota. ¿Se habría tomado alguien en serio una exposición de paisajes figurativos firmada por Jackson Pollock, una comedia musical de Eisenstein? La estética nos admite el aplauso y el interés como especta-
El sirio Thaier Helal, retorció los pilares de su estética pictorica por culpa de la guerra
dores de la creación ajena, pero soporta difícilmente la ambivalencia creativa de un individuo. Busca la coherencia del autor, una apuesta inequívoca por su parte. Lo contrario habrá de ser considerado fruto de la divagación, de la falta de criterio; el alarmante síntoma de una absoluta pérdida de rumbo. Pero hay ocasiones en que el artista, el creador, primer y último responsable de su gestualidad, debe retorcer las columnas de su estética hasta convertirlas en tortuosas cavilaciones salomónicas; enrollar el mapa con su rumbo trazado hace tiempo y dar un golpe de timón tan violento que bien pudiera hacerlo zozobrar. Algo parecido debió de ocurrirle a Thaier Helal, el artista sirio que sufrió desde su re-
OVEJAS NEGRAS RAFAEL VEGA
sidencia habitual en Emiratos Árabes, donde pinta y enseña Bellas Artes, la descomposición de su país debido a la guerra, la completa destrucción de su localidad natal, la pérdida de amigos, familiares, referencias, hilazones a la infancia, a la esencia de su lugar en el mundo. Por eso quien fuera, y continúa siendo, uno de los más relevantes expresionistas del arte abstracto en Oriente Medio, aparcó durante un tiempo sus elaboradas superficies policromadas y terrosas, de poderosas texturas y abigarradas evocaciones, y enarboló la bandera comprometida del mensaje concreto. Sus composiciones dedicadas a la obsesión global por la militarización del mundo, que mantienen como una corriente profunda algunas de sus señas de identidad, como la repetición, arañan la conciencia del espectador y acorralan la contradicción colectiva en la que vivimos, incapaces, como somos, de vislumbrar la muerte y la destrucción en la juguetería bélica o en la perversa fascinación que produce la parafernalia militar. Aun así, Helal ha regresado a su expresionismo abstracto para dialogar con el río y la montaña de su tierra.