Finales optativos, quién escoge a quién

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SOMBRA CIPRES LA

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Finales optativos, quién escoge a quién ‘Bandersnatch’, el último capítulo de la serie británica ‘Black Mirror’, revitaliza el concepto de la interactividad en la ficción [P2]

Imagen promocional del episodio titulado ‘Bandersnatch’, broche de la serie de ficción británica ‘Black Mirror’. :: NETFLIX

NÚMERO 329 Sábado, 16.02.19


2 LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 16.02.19 EL NORTE DE CASTILLA

SAMUEL REGUEIRA

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Con ‘Bandersnatch’, el último capítulo de la serie británica y antológica ‘Black Mirror’ (cuya duración ha hecho que la propia plataforma Netflix lo califique como película), se ha revitalizado el concepto de la interactividad que a mediados del siglo pasado y en tímidos intentos de escasa repercusión ha estado siempre presente. La visibilidad que le ha dado esta serie a esta particular narrativa, que en España calara esencialmente en aquella colección clásica de libros ‘Elige tu propia aventura’, ha hecho las delicias de los espectadores habitualmente pasivos, montar en cólera a algunos entusiastas de los videojuegos convencidos de que todo estaba ya inventado y, tal vez lo más importante, preguntarse a cineastas de prestigio como Álex de la Iglesia si no se encontrará aquí, precisamente, el futuro del cine. Vaya al párrafo (8) si quiere saber más sobre ‘Bandersnatch’ Vaya al párrafo (5) si quiere saber más sobre cine interactivo

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El resto de propuestas, con todo, han quedado siempre relegadas al margen de la industria, como si mezclar narrativas interactivas del género bélico (dirigidas por Grady Weatherford), misterio o de aventuras no estuviera a la altura del mero arte de narrar aventuras y pareciera más un divertimento reservado a la esfera del videojuego o a la experiencia inmersiva enfocada a, digamos, una propuesta turística. La difícilmente calificable ‘Tender loving care’ (1998), con John Hurt, nació como videojuego interactivo con siete finales posibles y saltó al cine en una película de dos horas que incorporaba las potenciales decisiones, final incluido, ya resueltas de antemano. La distribución aquí jugó un papel importante, por ejemplo, en el caso de la comedia gamberra ‘Dos colgaos muy fumaos: fuga de Guantánamo’, en la que una edición especial del DVD permitía al espectador, bajo la ilusión del manejo propio, conocer las escenas descartadas del filme. Era el año 2008. Aún faltaba una década para el verdadero control. Final 3 del reportaje.

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Porque Bandersnatch, siguiendo una metanarración que traspasa la técnica de la cuarta pared a la que tímidamente se habían apun-

‘Bandersnatch’: volver a elegir tu propia aventura Este reportaje tiene múltiples líneas de lectura. Comience por el párrafo 1, a continuación, y después prosiga por los diferentes caminos que usted decida tado algunas tentativas previas de producto audiovisual interactivo (como de repente detener el discurso para saludar a nuestro público: buenos días, amable lector), juega a fundir los límites de la ficción y la realidad incluso fuera de su propio universo: el protagonista va perdiendo

el control de sus decisiones y de alguna manera trata de rebelarse contra esa fuerza que le guía (nosotros) sin saber muy bien cómo ni para qué. En una de las opciones más hilarantes de ‘Bandersnatch’ incluso se plantea la posibilidad de que nosotros le revelemos que, en realidad, está

en un capítulo de una serie de Netflix. Esto brinda numerosos puntos de estudio positivo pero, a la larga, también termina de revelar sus negativas costuras. Vaya al párrafo (7) si quiere saber los aspectos positivos Vaya al párrafo (9) si quie-

re saber los aspectos negativos

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Como también apunta el arriba mencionado De la Iglesia, solo en ‘Black Mirror’ cabía la posibilidad de que tamaña audacia viera la luz. La serie antológica ha ex-

plorado a lo largo de sus cinco temporadas, desde 2011, la relación de las personas con las nuevas tecnologías, en distintos episodios autónomos donde abordan la acumulación de capital digital, los linchamientos en Internet, los bloqueos en las redes sociales, el prestigio de los ‘likes’ o el emparejamiento a través de las apps, entre muchos otros temas. El listón que ahora se ha puesto este producto británico es alto, muy alto, y únicamente cabe quedarse a esperar cuál es su próxima jugada de cara a finales de este año: dado el éxito de ‘Bandersnatch’ es muy probable que el próximo debate que plantee la serie resulte tan estimulante como el que nos ha ocupado en estas líneas. Final 2 del reportaje.

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La interacción como fin natural del cine ya estaba presente en algunos discursos del siglo pasado, convencidos de que en esa evolución se hallaba ligada, indefectiblemente, la transición del espectador activo a pasivo. Pero muchas de estas propuestas se quedaron en la versión de videojuego de otros clási-


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Distintas escenas del capítulo independiente de ‘Black Mirror’ titulado ‘Bandersnatch’.

una nueva era (nacida, y no por casualidad, en una plataforma digital), que contiene varios universos/juegos a partir de lo que resuelva el público y donde «implica el concepto de realidad en el que nos vemos inmersos; planteando la verosimil alternativa de que nuestra libertad depende de la capacidad de almacenamiento de datos de nuestra consola mental». Vaya al párrafo (9)

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cos u éxitos previos en el cine y la televisión (como ‘Guía del autoestopista intergaláctico’). En el circuito del cine ostenta la primera posición, cronológicamente, la comedia checa ‘Kinoautomat’, de 1967, con la que los espectadores podían elegir qué sucedía pulsando botones de distinto color. Como parte de la broma, eventualmente solo era posible un único final. Vaya al párrafo (2) para saber más sobre cine interactivo en la historia Vaya al párrafo (6) para saber más sobre cine interactivo en Netflix

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Volviendo a Netflix, ‘Bandersnatch’ ha sido su caballo de troya más visible, pero ni es el único ni, mucho menos, el primero. Un producto ‘modo historia’ del popular videojuego ‘Minecraft’ o un corto del Gato con Botas de Shrek (‘Atrapado en un cuento épico’) entroncan con aquellos productos más destinados a la infancia o a la gente joven que van más allá en la ilusión de interacción, como demuestran las prolongadas pausas que se pueden encontrar en los viejos vídeos de

‘¿Dónde está Wally?’ o en el popular ‘Pocoyó’. Con todo, ‘Bandersnatch’ es más. Mucho más. Vaya al párrafo (8) si quiere saber más sobre ‘Bandersnatch’ Vaya al párrafo (2) si quiere saber más sobre cine interactivo

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Mejor que esto lo ha sabido contar, como nadie, el propio Álex de la Iglesia, no solo cineasta volcado en subvertir los límites de la narrativa y constante explorador de nuevos géneros y formatos, también licenciado en Filosofía, que frente a la propuesta de este nuevo capitulo de la serie publicó lo siguiente: «[Bandersnatch] destroza la necesidad aristótelica de tres actos, asesinando para siempre la necesidad de satisfacer al espectador, porque ya lo hace él mismo. Lo importante son las decisiones: el protagonista es el espectador, porque es él quien sufre las consecuencias». Asumir la lógica narrativa del videojuego por parte del cine, quien una vez lo despreció, resulta, para el autor de ‘El día de la bestia’, el comienzo de

‘Bandersnatch’ arranca con la historia de Stefan, un joven programador ambicioso y con el deseo de trabajar para una gran compañía con el ánimo de adaptar la novela interactiva ‘Bandersnatch’. Conforme avanza la película, el espectador comienza asumiendo algunas decisiones mundanas (como qué cereales desayunará Stefan o qué música escuchará en su viaje en autobús pronto darán paso a opciones más vertebrales, que incluyen aceptar o rechazar una oferta, asumir o declinar la invitación a consumir droga, ir al psicólogo o seguir a un conocido y escribir una u otra contraseña. Pero eso es solo el principio, y es que no cabe olvidar que ‘Bandersnatch’ se integra dentro de la antología británica ‘Black Mirror’. Vaya al párrafo (3) si quiere saber más a fondo sobre ‘Bandersnatch’ Vaya al párrafo (4) si quiere saber más sobre ‘Black Mirror’

Elogio del juego VICENTE E Z ÁLVAREZ

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Con todos sus múltiples aciertos, a ‘Bandersnatch’ también se le terminan viendo las costuras. Sobre algunas decisiones cabe pasar sí o sí para acceder a los múltiples finales (como les ha tocado a ustedes con este párrafo, en el que hubieran acabado independientemente de su decisión previa), y estos apenas son un puñado comparado con las posibilidades que brindan. Se percibe sobre todo al final: pese al aparente abanico de opciones con las que cuenta el espectador, las aventuras de Stefan apenas pueden terminar de cinco maneras, con minúsculas variantes y que, para el obsesivo con ganas de explorarlo todo, enseguida le vuelve a encontrar el sentido cerrado, autoconclusivo y, en última instancia, limitado. Pese a todo, el paso que se ha dado es de gigante. Seguiremos mirando al futuro.

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«[Bandersnatch] destroza la necesidad aristótelica de tres actos», según Álex de la Iglesia Algunos creen que es una jugada maestra de Netflix para hacer más difícil el pirateo

l futuro ya está aquí. La perturbadora y exitosa serie británica ‘Black Mirror’, con sus paranoias e inquietantes predicciones, ya nos había colocado ante el abismo en anteriores ocasiones. Esta vez va más lejos. Ahora nos deja al mando de las operaciones. A estas alturas, la mayoría de la gente ya conoce la historia. En diciembre Netflix estrenó un episodio independiente de la serie titulado ‘Bandersnatch’. Nos lo vendieron con un señuelo tan atractivo como revolucionario: Bandersnatch iba a ser el primer producto interactivo de acción real. Dicho de otra forma: el público iba a poder tomar decisiones desde su mando a distancia convirtiéndose así en parte fundamental de la historia (el espectador pasaba a ser también guio-

nista). Las reacciones no han tardado en colapsar las redes. Unos hablan de un juego metarreferencial que sólo busca divertir dejando de lado cuestiones más profundas y otros lo consideran una jugada maestra de Netflix encaminada a que sus productos sean cada vez más difíciles de piratear. Unos hablan de una auténtica revolución para la ficción televisiva y otros sólo ven un fallido intento de llevar el mundo de los videojuegos a las series. En todo caso, guste o no, parece evidente que se abren nuevas puertas a la forma de hacer cine. Ya son muchos los que apuntan a que el futuro pasa ineludiblemente por personalizar películas y crear distintos finales adaptados al usuario según los perfiles que tan bien trabajan todas estas nuevas plataformas de entretenimiento. Suena raro. Suena muy Black Mirror. Pero volvamos a ‘Bandersnacht’. En el episodio de marras hay una escena significativa en la que podemos ver un póster de ‘Ubik’, la nove-

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la de Philip K. Dick protagonizada por numerosas realidades o universos alternativos. No es una referencia casual. De eso va, en el fondo, ‘Bandersnatch’. De paranoias que no tienen fin. Aunque se habla de cinco finales definitivos, Charlie Brooker, el creador de la serie, confiesa haber olvidado cuántos finales diferentes existen. La posibilidad cierta de un final infinito está ahí porque un final sucede a otro final. Todo muy borgiano. La idea de infinitud convertida en pura y brillante pesadilla. Borges sabía que toda realidad se descomponía con la presencia del infinito y lo convocaba reiteradamente en sus obras. También los espejos

que contribuyen a multiplicar el infinito. O el laberinto como símbolo del infinito y del caos. ‘Bandersnatch’, como muchos cuentos de Borges, juega a mostrarnos caminos que se bifurcan, juega con la posibilidad de elegir todos los destinos y de ir viviendo infinitas historias ramificadas. No es casual tampoco este otro guiño literario. Y mejor dejamos a un lado aquellos libros de «Elige tu propia aventura». Sus editores ya se han lanzado como buitres a pescar en río revuelto y han denunciado a Netflix por un presunto delito de infracción de una marca registrada, algo traído muy por los pelos y que suena más a buscar publicidad gratuita. No, las referen-

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cias literarias son mucho más serias y nos llevan a un universo lúdico, al fascinante universo del juego en la literatura. Algunos dicen que la historia de ‘Bandersnatch’ es muy floja comparada con otros capítulos de la serie. No han entendido que lo importante no es la historia sino el proceso. Lo importante no es la meta sino el camino que nos lleva a ella. Como en ‘Rayuela’. Todos recordamos la mítica novela de Cortázar que hace más de 50 años revolucionó de forma parecida el mundo de la literatura. En aquella novela, más que la historia de La Maga y Oliveira, nos sedujeron las múltiples posibilidades narrativas que Cortázar ponía a nuestra

En ‘Bandersnatch’, como en ‘Rayuela’, lo importante no es la meta sino el camino que nos lleva a ella

disposición con aquel libro que era muchos libros. Una novela que permitía a cada lector escribir su propia novela con unas combinaciones que también podían acabar resultando infinitas. Un reto fascinante basado fundamentalmente en el juego. El juego fue glorificado poco después por los chalados del Oulipo del que formaron parte genios como Georges Perec, Italo Calvino o Raymond Queneau. Todos ellos escribían sus novelas en base a retos y entronizando el juego como motor principal de creación. Aplicaban fórmulas a obras ya escritas para generar nuevas obras (el famoso s+7), construían novelas prescindiendo de alguna vocal y un

larguísimo etcétera. Tampoco habían inventado nada nuevo. Sólo hay que recordar las novelas lipogramáticas de Francisco de Navarrete o de Alonso de Alcalá y Herrera a mediados del siglo XVII. El juego ha estado muy presente en la literatura desde siempre (ahí están por ejemplo también los «cadáveres exquisitos» de los surrealistas), así que bienvenido el juego al mundo del cine y de las series. Como anunciaba un entusiasta Álex de la Iglesia tras visionar ‘Bandersnatch’: «La ficción ha terminado por implosionar. Dios bendiga la nueva era que nos espera». Pues eso, que con ‘Bandersnatch’ Georges Perec se lo habría pasado bomba.

Stephan, papel interpretado por Fionn Whitehead, en una escena de ‘Bandersnatch’. :: NETFLIX

La paradoja del videojuego

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n abril de 1995 (o sea, hace casi 24 años) Televisión Española estrenaba ‘Mar de dudas’, una serie interpretada por Cristina Marcos, Elvira Mínguez y Toni Cantó en la que los espectadores tenían la posibilidad de cambiar el rumbo de las tramas y los personajes. Al terminar cada capítulo, los guionistas planteaban dos posibles formas de continuar la historia, los espectadores votaban desde casa (por el teléfono fijo) y decidían cómo iba a seguir la serie. En 1995. El siglo pasado, vamos. Televisión Española no es Netflix y

Toni Cantó ya no es actor (o sí, mmm), pero el caso es que los culturetas que hoy salivan con las moderneces de ‘Black Mirror’ (la interactividad, la cooperación narrativa, el fin de la pasividad del espectador) deberían saber que está todo inventado. No es extraño que los productos audiovisuales entreguen a los espectadores esa falsa sensación de poderío que provoca el mando a distancia y la supuesta capacidad de elegir. En abril (siempre abril) de 2000, Telecinco estrenó la primera edición de Gran Hermano. Ups. El destino de los concursantes, en manos del

televidente. Llame, llame, vote,vote y podrá elegir quién sigue en la casa y quién se va a la suya. El pueblo quiso (ay) que la primera expulsada fuera María José Galera. De no ser por aquella sabia decisión del televoto, España se habría quedado sin aquel impagable ‘quién me pone la pierna encima’. ¿Qué hubiera pasado si hubiéramos votado para echar a Ania, la pucelana más famosa de GH hasta que llegó Aída? Son dudas demasiado complicadas para un suplemento cultural. En fin, desde entonces, los ‘realities’ han exprimido ese ‘empoderamiento’ del espectador para

VÍCTOR R A M. VELA

«Nada se escapa al plan del guionista. La capacidad de elegir es una estrategia narrativa de falsa libertad»

que decida qué personajes quiere seguir viendo en el programa. Y no olvidemos que la estrategia narrativa de ‘Gran hermano’ repite varios de los recursos más básicos del culebrón. Pura ficción. Al final, bien sea en aquel ‘Mar de dudas’, en el actual ‘Black Mirror’ o en cualquier gala de ‘Supervivientes’, esa pretendida libertad del receptor para decidir el futuro de la historia es muy limitada. Porque, en realidad, se disfraza de capacidad de elección lo que es un plan del guionista. Menos evidente, tal vez, pero ejemplo claro de lo que se podría llamar la paradoja del videojuego. Todo aquel que empuña los mandos de una consola tiene la falsa sensación de que controla al personaje. Mira, doy a este botón y salto. Mira, puedo ele-

gir si voy por este camino o por este otro. Mira, golpeo este ladrillo, abro un sendero secreto y puedo decidir si sigo por aquí o exploro por allá. Y, en realidad, salte o no salte, vaya por esta ruta o la siguiente, nada se escapa al plan del programador. Justo Navarro dice en ‘El videojugador’ (Anagrama) que «la capacidad de transformar la realidad visible en la pantalla del juego es ilusoria: la libertad del jugador dentro del mundo del juego es parte de la ficción». Insiste en que todo juego está sujeto a unas normas y que la «interactividad» solo se produce dentro de esas reglas fijadas de antemano por quien diseñó el videojuego. O por quien escribe los guiones de ‘Black Mirror’, que, al fin y al cabo, es el que decide lo que decidimos.


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CARLOS AGANZO

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Cultura, democracia y mercado global D

esde que Charles Dickens, en el siglo XIX, o Edgar Rice Burroughs, en el XX, descubrieron la mina de oro que podía suponer la complicidad del lector para el éxito de su obra, el fenómeno del superventas –eso que el mundo anglosajón nos ha legado como best seller–, no ha dejado un solo día de ejercer su poderoso influjo sobre la producción literaria. Superventas han sido ‘Lo que el viento se llevó’, ‘Cien años de soledad’ o ‘El nombre de la rosa’, escritos desde la originalidad y el ingenio de sus autores pero sin renunciar a la identificación con los gustos del público. Pero también ‘Harry Potter’, ‘Los hombres que no amaban a las mujeres’ o ‘Los pilares de la Tierra’, prácticamente dictados al oído de sus creadores por la inclinación popular. Lo mismo, con sus peculiaridades, ha ocurrido con la música, el arte, el cine… o las series de televisión. Gracias a la tecnología, además, la combinación de fenómenos como las redes sociales, el micro mecenazgo y la autoedición a precios asequibles ha terminado por trastocar la dinámica habitual del hecho artístico. En una buena parte de los casos, la secuencia tradicional «del autor al lector» se ha invertido. Los lectores deciden

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El olvidado Campos Reina

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ra un autor que firmaba con sus apellidos. Omitía el nombre. No es el primero, pero el hecho mantiene cierta originalidad: Juan Campos Reina, nació en Puente Genil (Córdoba) en 1946. Estudió Derecho en Sevilla y su primera novela fue tardía y hasta dónde alcanzo silenciosa: ‘Santepar’ de 1988. Creo yo que es muy poco lo que se sabe de este personaje, que tampoco en vida –fuera de algunos elogios notables– se dejó notar sino entre las mi-

norías. Acaso habríamos de decir, «la minoría de la minoría». Campos Reina falleció en Córdoba, de una enfermedad, en 2009. Creo que presencié (y leí en buena parte) toda su carrera literaria, compuesta de unas cuantas novelas singulares. Y diría –hasta donde alcanzo, pero yo en esos años seguía bastante los quehaceres literarios– que nunca hizo ruido. Debía tener buena consideración, porque lo llevó la agencia de Carmen Balcells, pero pasó en fru-frús de seda, tal vez la imagen no le hubiera

disgustado a un hombre que escribió novelas de cuidado lenguaje, algo arcaizante, y que se interesó siempre por temas raros. ‘Santepar’ (SeixBarral, originalmente) se supone un manuscrito del siglo XVIII, escrito por un hombre de gran verga –acaso por razones de alquimia– que, llegado a la Corte, se hace pintor y hombre de sexo, en razón de lo cual recibe la herencia del excéntrico conde de Santepar. Los más peculiares temas españoles, grandeza, decadencia, pueblo, refinamiento, aris-

tocracia selecta y miedo a la madre Iglesia o a su Inquisición (lo que no resta número a los heterodoxos) se amalgaman en sus novelas –y un libro de cuentos– en un estilo siempre cuidado, que florea con ciertas exquisiteces barrocas o sabiamente antañonas. Desde el Madrid de Felipe V al de Concha Piquer y su entorno, por esa literatura transcurre una España oscura, brillante, turbadora y llena de transgresiones, sexuales asimismo, vista desde un peculiar pero nunca subraya-

cuántos ejemplares se imprimen de un libro o cómo termina una novela. Los fans disponen por qué poblaciones va a transcurrir la gira de sus músicos predilectos. Los vecinos tienen la última palabra sobre el programa de exposiciones de su ciudad o de su barrio. Y los telespectadores, representados por el conteo del ‘share’, sentencian quién gana y quién pierde, quién es culpable y quién inocente, quién vive o quién muere en su programa o en su serie de televisión favorita. El escritor, el artista, renuncia a explorar su yo personal para ofrecérselo después a los demás. En unos casos prefiere ser el médium, el intérprete de los deseos e inquietudes del público, para expresar lo más fielmente posible el yo colectivo. Y en otros decide, sencillamente, no adelantarse al común, sino ir detrás. La controversia de la genialidad cede paso al confort de la aquiescencia de la multitud. Y la autoría se tambalea. Así, el gusto por la cultura comercial ha derivado, con la ayuda inestimable de las nuevas tecnologías, en la implantación definitiva de la cultura del ocio. Y la cultura del ocio, tan poderosa y extendida por todo el mundo, amenaza ahora peligrosamente con arrinconar a la vieja cultura de la formación y el espíritu crítico. Un proceso, por demás, que se traslada fielmente desde el mundo de la cultura al de la propia organización política de la sociedad. Aquella democracia deliberativa de la que hablaban Bessette y Habermas, y que trataba de introducir el debate y el respeto a las minorías en cualquier proceso de resolución, ha tardado muy poco en ser sustituida por una democracia participativa que contempla el

SATURNALES LUIS ANTONIO DE VILLENA

do ni menos folclórico, prisma andaluz. Su segunda novela ‘Un desierto de seda’ que salió en 1990, y que transcurre en 1915, abre un llamado ‘Cuarteto de la decadencia’, que no sé si el autor llegó a concluir, no en vida, me parece. Viene un ligero e intenso libro de relatos, ‘Tango rojo’, 1992, con el brillante cuento ‘La leyenda del Niño Canela’.

La controversia de la genialidad cede paso al confort de la aquiescencia de la multitud. Y la autoría se tambalea

concurso directo de los ciudadanos (presupuestos participativos, consejos vecinales, consultas populares…), tanto en la toma de decisiones, como en su ejecución y su control. Y ambas dos corren ya el riesgo de ser superadas, sin apenas haber tenido aplicación práctica, por eso que los politólogos llaman democracia digital, es decir, una versión virtual de la democracia directa. En cualquier caso, la liquidez y el cuestionamiento de la representación. La apuesta por sustituir el siempre falible filtro humano por el seguro y tupido mallado de la red. El paralelismo resulta inquietante. El arte y la cultura se convierten, definitivamente, en un gran mercado. Un mercado sin otra regla que la de la notoriedad. Y lo mismo le sucede a la política: el usuario ya no ve países ni gobiernos, sino una gran cadena de consumo donde son los parroquianos, con sus pulsaciones digitales, los que deciden o creen decidir en última instancia. Surgen sin duda incógnitas, como si sería posible que, en el ejercicio de la democracia digital directa, los ciudadanos decidieran, por ejemplo, trasladar el Ecce Homo de Borja al Museo del Prado, para sustituir a las Meninas de Velázquez. Pero ningún sistema es perfecto. Eso sí, el gran sueño del capitalismo parece próximo a materializarse.

Mi conocimiento de Campos Reina (al que jamás vi ni conocí) se cierra con la novela ‘El Bastón del Diablo’ de 1996. Pero sé –no la he leído, otra de la decadencia– que al menos hubo una novela más, ‘La Góndola negra’ de 2005. Compré la primera novela de Campos Reina, porque algo innominado llamó mi atención, y no quedé defraudado. Y seguí durante años, con no decaído interés, a un autor silente, que mis amigos no conocían y que parecía huir de toda notoriedad. Incluso sus fotos de solapa son parecidas. Sus novelas han sido reeditadas y traducidas, pero yo sigo sin saber quién fue este autor que recomiendo, porque era singular y estilista.


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DEBER DE MEMORIA Desde las fallas del progreso histórico

EL TIEMPO, TRIBUNAL DE LA HISTORIA Reyes Mate, Trotta, 176 pp., 16 €.

LA PARADOJA DE LA HISTORIA Nicola Chiaramonte, Acantilado, 224 pp., 18 €.

UN ÁNGULO ME BASTA FERMÍN HERRERO

CUATRO MENDRUGOS DE PAN Magda Hollander-Lafon, Periférica, 160 pp., 16 €.

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n su ensayo ‘El tiempo, tribunal de la historia’ (Trotta), Reyes Mate, nuestro ilustre paisano de Pedrajas de San Esteban, uno de los grandes pensadores actuales, empieza preguntándose qué hubiera sucedido si Hitler hubiese triunfando. Seguramente, visto el exterminio judío desde el punto de vista de los verdugos, a la ‘Solución final’ no se le hubiera aplicado la consideración de genocidio, sino que «lo valoraríamos benévolamente como un episodio más de la historia occidental que, en su conjunto, es una marcha triunfal hacia un futuro progresivamente mejor». Sólo de pensarlo, da grima, porque además no cabe duda de que el vaticinio de Mate, la banalización del crimen «privándolo de significación moral», se habría cumplido inexorablemente, si no lo ha hecho de todos modos en nuestra sociedad.

En pocos autores se da una claridad expositiva tan honda y sugerente. Mate parte de un principio ineludible: «Por testimonios contrastados sabemos que cuando los supervivientes fueron liberados, coincidieron en mandarnos un mensaje en pocos caracteres, a saber, ‘nunca más’. Aquello no se podía repetir porque peligraba el ser o no ser de la humanidad. Y dieron un paso más. Estrujando la masa de su brutal experiencia destilaron un antídoto sorprendente para evitar la repetición de la barbarie, esto es, la memoria. Los que sobrevivieron a los campos salieron convencidos de que en una repetición de la barbarie no habría supervivientes y, por tanto, memoria. Sin memoria la especie humana naturalizaría la barbarie». Esta propuesta, naturalmente, conllevaría un necesario «giro epistémico» que no ha tenido lugar.

PAN PARA LOS MUERTOS Bogdan Wojdowski, Confluencias, 552 pp., 21 €.

Nunca está de más, tampoco, recordar y tener presente la advertencia de Theodor W. Adorno: «Hitler ha impuesto a los hombres un nuevo imperativo categórico para su estado actual de esclavitud: el de orientar su pensamiento y su acción de modo que Auschwitz no se repita, que no vuelva a ocurrir nada semejante». La argumentación posterior de Mate, de una riqueza enorme, como de costumbre, gira en torno a la concepción apocalíptica, mesiánica y escatológica, del tiem-

Los que sobrevivieron a los campos salieron convencidos de que en una repetición de la barbarie no habría supervivientes

po y a la visión gnóstica e histórica, de la «marca blanca llamada progreso», para desembocar, en la estela de Albert Camus, con acercamientos soberbios a Kafka o Benjamin, en la búsqueda «de una alternativa al tiempo de nuestro tiempo», el vertiginoso de Internet, que sea viable, que nos salve de la mano de la memoria. A este hilo conductor incorpora, con rigor y mucho calado, agudas reflexiones sobre conceptos como el mal, el nihilismo, el arte o la poesía; o a asuntos como la tradición oculta, el perdón, la libertad, la culpa, la compasión, la amistad o la pobreza. Como hemos adelantado, Mate pide mirar el sufrimiento con los ojos de las víctimas, cuestión trascendental que piensa, cargado de razón, a mi juicio, que no somos capaces de admitir, que no estamos dispuestos a hacerlo, a convertirlo en principio de acción más allá de la compasión sen-

timental. Al menos, nunca está de más que se dé voz al testimonio de quienes fueron desposeídos hasta de su condición humana, de quienes «vivieron lo impensable». A esa tarea, que parece un deber ineludible, se ha entregado la joven y atinada editorial Confluencias, por ejemplo con ‘Pan para los muertos’ de Bogdan Wojdowski, superviviente del gueto de Varsovia, del que consiguió huir, pero no, probablemente, de su memoria, pues terminó suicidándose mucho tiempo después, igual que Paul Celan, Primo Levi o Tadeusz Borowski. El gueto de Varsovia fue una especie de campo de concentración urbano con cerca de medio millón de confinados, de los que casi una quinta parte perecieron a causa de la miseria y las epidemias y la mayoría fueron enviados a campos de exterminio. Los pocos que quedaban se levantaron contra el opresor, pero

la sublevación, como no podía ser de otra manera, fue aplastada. Wojdowski nos traslada a través de esta única novela autobiográfica la visión que tuvo de aquel espanto cuando niño, gracias al narrador protagonista, y al mismo tiempo su interpretación de la tragedia desde su madurez vital. Recrea los hechos en la confianza de que lo ficticio, incluso lo fantástico, puede y debe apuntalar y profundizar lo meramente testimonial. Y así es. La historia que narra morosa y magistralmente del durísimo y desesperado día a día, acuciados por el hambre hasta el delirio, con un aire a los deliciosos relatos en yidish, desde la construcción del muro hasta la ‘gran acción’ nazi que condujo al genocidio de trescientos mil judíos en Treblinka, cuya sola mención sobresalta y da escalofríos –como el coro trágico y revuelto de voces de quienes van a ser estabulados en los trans-


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Soldados nazis conducen a un grupo de judíos durante la destrucción del gueto de Varsovia en 1943. :: AP

portes hacia aquel moridero–, levanta acta, con lirismo contenido y sobrecogedor, del inmenso sufrimiento, la angustia y el daño mortal de los confinados, «emparedados en vida», como exclama la madre del protagonista David, álter ego del autor, sin ninguna salida, sin esperanza alguna, ni siquiera Madagascar. También ‘Cuatro mendrugos de pan’ (Periférica) de Magda Hollander-Lafon es, más allá de un testimonio al uso, una meditación, a partir del horror, sobre el sentido de la existencia. Su autora fue la única sobreviviente de su familia al nazismo y de las pocas de su pueblo, fronterizo con Eslovaquia. Internada en Auschwitz-Birkenau sobrevivió al infierno –la mayor parte del tiempo cargando carretillas con las cenizas de los gaseados, en medio del hedor a carne quemada– y a varios campos de trabajos forzosos repartidos por toda Alemania. En Birkenau recibió cuatro ca-

chos mohosos de algo parecido al pan por parte de una ‘musulmana’ que le dijo al dárselos: «Debes contarlo para que no vuelva a ocurrir nunca más en el mundo». Fue el detonante que, como indica el título, inspiraría su relato. La peripecia vital de Hollander-Lafon se inscribe, dentro de la Shoah, en la mentada ‘Solución Final’. Cerca de medio millón de deportados, sólo húngaros, en menos de dos meses, a razón de unos trece mil por día, al campo de exterminio de Auschwitz, tras cubrir las etapas del proceso: redadas, aislamiento, expropiación, confinamiento en guetos y agrupación y marcha de los convoyes, en vagones de ganado, hacia la muerte. El libro consta de dos partes armonizadas por una serenidad y dicha espirituales difíciles de igualar: la primera, escrita treinta años después de su paso por los ‘lager’, trata de entender, en honor de todas las miradas desaparecidas,

lo incomprensible, de penetrar en lo insoportable, de recomponer la memoria hecha añicos. La segunda, con citas iniciales de los decisivos, en cuanto al tema que tratamos, Emmanuel Lévinas y Etty Hillesum, transforma las tinieblas del espanto, a fin de «restaurar la dignidad del hombre», en un luminoso alegato a favor de la alegría de vivir, que ella ha intentado transmitir desde que huyera al bosque en uno de los penosos traslados de presos para luego asentarse casualmente en Bélgica, con cuatro años de orfanato incluidos, cumpliendo con su deber de memoria al visitar escuelas de primaria y secundaria, con la intención de que el olvido no propicie que pueda volver a triunfar e instaurarse el mal absoluto. Como Mate, el filósofo y crítico italiano Nicola Chiaromonte, que escribe en inglés, considera la fe en el progreso histórico como el credo fundamental de nuestro

Chiaromonte considera la fe en el progreso histórico como el credo fundamental de nuestro tiempo

tiempo, ya desde la Ilustración, y en la impagable conclusión de ‘La paradoja de la historia’ (Acantilado), duda de su identificación con la primacía de la ciencia y la razón, más bien la atribuye al sometimiento al único criterio de la utilidad y sus mentiras, unida al ansia de posesión de bienes materiales. Para ello parte de dos libros casi olvidados: la voluminosa y galdosiana ‘Los Thibault’ de Roger Martin du Gard y su denuncia del «colapso del humanismo y de la entronización del nihilismo», traducida al español por Alianza hace más de cuaren-

ta años y el «breve y sabio ensayo» de Isaiah Berlin ‘El erizo y el zorro’ (Península), con su famosa dicotomía procedente de Arquíloco. Aborda, pues, desde la narrativa, descreída frente a la religión de la historia imperante, la interrelación entre el individuo y los acontecimientos históricos, en torno al ideal del progreso y a la reaparición del destino como concepto clave de la modernidad, a la ambición del hombre de nuestro tiempo por moldear el mundo material conforme a construcciones ideológicas, cuyo culto ha dado paso al tecnológico y a la egolatría, confrontando la verdad y la sabiduría con la acción histórica y la confianza en la espontaneidad individual con el racionalismo pragmático, lo mismo da desde las aproximaciones a la naturaleza de la historia de LéviStrauss frente a la doctrina de Sartre que desde el análisis perturbador, como todo lo

suyo, de Simone Weil de ‘La Iliada’ o desde la llamada salvadora a la acción de Malraux. Son cinco lecturas sin desperdicio, de una penetración y clarividencia singulares. Al margen de su tesis, con la que se puede o no estar de acuerdo, Chiaromonte se atiene al clásico enseñar deleitando. Al tiempo que se aprenden aspectos que nos habían pasado desapercibidos de ‘Guerra y paz’ de Tolstói –de cuya concepción procede el título del volumen–, de ‘Los miserables’ de Victor Hugo y ‘La cartuja de Parma’ de Stendhal –ambas enfocadas desde la batalla de Waterloo–, o del «poema elegíaco» ‘El doctor Zhivago’ de Boris Pasternak, nos desasosiega y nos hace replantearnos cuanto dábamos por seguro de estas novelas. Y éste, tan olvidado en nuestro tiempo, debería ser el deber primero de cualquier intelectual que se precie: no comulgar con ruedas de molino ni frecuentar ningún lugar trillado.


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Sábado 16.02.19 EL NORTE DE CASTILLA

LECTURAS

ROSANA ACQUARONI REGRESA A LA CASA COMÚN DE LA INFANCIA La madrileña construye un emocionante poemario con la España oscura como telón de fondo

LA CASA GRANDE Rosana Acquaroni. Editorial Bartleby. 84 páginas. 13 euros.

ANGÉLICA TANARRO

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arece difícil salir de la lectura de ‘La casa grande’ indemne. Pues no en vano todos hemos atravesado ese pasillo eterno de la infancia. Rosana Acquaroni (Madrid 1964) nos traslada en su último poemario a esa patria que todos compartimos y abre las ventanas de ese improbable refugio para que entre la luz y el aire. Mirar de frente, despejar la memoria de las trampas que la suelen hacer más soportable o más fotogénica es un ejercicio valiente que no tiene por qué dar un buen resultado literario. Pero cuando lo da, cuando se unen valor y verdad es difícil que el lector no se sienta concernido. Qué es la verdad en una obra de creación es asunto mil veces discutido, casi ya resuelto, pero no por ello menos escurridizo, o envuelto en capas de nie-

Rosana Acquaroni. :: EL NORTE bla. No es desde luego la concordancia con hechos biográficos o ‘históricos’, aunque pueda haberla, sino algo mucho más contundente, una relación entre el autor y la obra que evita demagogias, artificios vacíos o sonoridades estridentes. Supone estar dispuesto a entrar en un bosque intricado en el que

cada lector o lectora, cada ‘lectura’, diría mejor, habrá de buscar su propia luz. ‘La casa grande’ tiene luz en medio de las sombras de ese pasillo casi siempre oscuro, «Atardece en la casa/ y el pasillo se vuelve/ sinuoso y eterno. // Yo soy aquella que se esconde/ en el fondo del cuarto». Porque no hay me-

MITOS, VIDA Y SENTIDO LUIS MARIGÓMEZ

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ecoger todos los poemas escritos a lo largo de más de cuarenta años, publicados o inéditos, revisarlos y ponerlos a disposición de los lectores es una labor que produce cierto vértigo. Al miedo por la posible pobreza de los primeros versos (a menudo suplida por su fuerza y su capacidad inventiva), a la posible falta de organicidad del conjunto, a las probables repeticiones de temas y maneras, se une el pe-

ligro de que la carrera del poeta esté, más que cimentada, en el borde de la decadencia. Tomás Salvador González sale más que airoso de estas amenazas. Resulta sorprendente el brillo de los versos de sus primeros títulos, escritos en la primera mitad de los años 70: «en la memoria crecen / las lagunas / con los techos / cubiertos de berrazas.» Asombra aún más la concordancia de temas a lo largo de toda su escritura. Esas berrazas, metonimia de su niñez rural, van a aparecer a lo largo de toda su obra. Los modos varían a lo largo de los años, al principio hay poemas breves con libertad métrica absoluta, y una influencia del surrealismo y las

vanguardias de principios del S. XX. En ‘La entrada en la cabeza’ (1986) ya hay poemas largos a menudo, en vez de fogonazos, aparece una mirada más lenta y discursiva, pero siempre dirigida a momentos y lugares en los que se produce un encuentro luminoso, un a modo de epifanía. Un apartado singular en su obra son los poemas elaborados con titulares de periódicos. Es algo que ya hicieron los dadaístas y que Tomás Salvador González recupera, si alguna vez se perdió, con la misma pasión y rigor que dedica al resto de su producción poético/artística. Las distintas grafías y tamaños de letra, el dar nuevo significado

jor manera de iluminar el pasado que la de enfrentarse al fin a las fotografías en blanco y negro de la infancia e intentar descubrir detrás de las miradas francas de los rostros aún sin conformar del todo, los primeros miedos, las primeras decepciones, descubrir pronto que los cuentos de hadas no existen ni siquie-

a frases encontradas a partir de yuxtaposiciones, son la base de su tarea. Los hallazgos siguen siendo portentosos y sutiles: «El arte de regar /la historia // Devorando el futuro/ El pasado sigue vivo». A las pretensiones de ruptura y escándalo que propiciaba la vanguardia con este método, la descontextualización de los mensajes, el autor añade la de siempre en la poesía, decir lo que parecía indecible, buscar los límites del lenguaje. Escribe en unos versos publicados casi a la vez «Una mirada reúne otras / que se hilvanan como las palabras / hasta darle perfil a una figura». A lo largo de tanto tiempo, se cruza la vida del poeta en sus poemas. Aparecen textos sentimentales: «Te escribo para decirte que vive / y no me daña tu recuerdo.» Los golpes de la muerte también

ra en las habitaciones destinadas a la protección de esos primeros años de vida, «Soy hija de la noche/ no busco tierra firme/ para poder crecer». Acquaroni, poeta que tiene en su haber varios libros, un accésit del premio Adonais (‘El mar bajo los puentes’) y el premio Cáceres Patrimonio de la Humanidad

UNA LENGUA QUE ÉL HABLABA Poesía reunida. Tomás Salvador González. Dilema, Madrid, 2018. 22 €

ocupan su lugar: «Los muertos son cimiento / sillar hundido por las manos». Hay una pretensión previa que engloba todo, la búsqueda de sentido: «Pero el sentido / no es una puerta abierta / a un lugar hasta entonces inaccesible, / es una precipitación». El verso libre da paso a un verso blanco medido y, al fi-

(‘Cartografía sin mundo’), nos lleva a la España de los años oscuros del franquismo, donde las mujeres debían conformarse con estrechos destinos, ocultar(se) sus verdades más íntimas. Nos muestra una infancia marcada por la soledad, por una madre a ratos ausente, a ratos enferma, a ratos llena de luz, de amor prohibido y de secretos, que apenas se vislumbran en armarios clausurados al fondo del pasillo. Y como en el resultado de un buen psicoanálisis, con el que la autora guarda una estrecha relación, se concede al fin la posibilidad de habitar esa casa, de ser la niña que mira seria y asombrada a su propio futuro, restañar con palabras las heridas, «Madre/ he venido hasta aquí a restañar tus ataduras// a contener el frío alojado en tu boca. // Soy la hija/ que te aguardó despierta cada noche/ y que ahora regresa/ para lavar tu lengua/ de la herida silente». Emocionante poemario que ve la luz en el sello Bartleby, uno de esos milagros editoriales que acaba de cumplir veinte años de vida dedicados a la poesía.

nal del libro, al poema en prosa que articula pequeños relatos. Tomás Salvador González utiliza todos los recursos a su alcance, sin atender demasiado a las limitaciones que parece imponer el género poético. Al modo de Francisco Pino, entiende que la poesía está más allá de las palabras y de unos modos determinados de organizarlas, pero, sin someterse a ellas, tampoco rehúye las maneras establecidas. Utiliza la tradición y la tradición de las vanguardias sin quedar atrapado en ellas. Los poemas /relatos entran de lleno en el mundo de una infancia rural hecha mito, pero no dulcificada. Hay realismo y fantasía a un tiempo, como en una cabeza infantil, como si fuera una propuesta para mirar al mundo y a la vida desde la madurez de un poeta cuajado.


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UN MAESTRO ANTIGUO Mario Praz se detiene en ‘El pacto con la serpiente’ en momentos ya casi olvidados de la cultura europea de finales del siglo XIX SANTIAGO RODRÍGUEZ GUERREROSTRACHAN

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ario Praz, que nació en 1896 y falleció en 1982, tiene ya la pátina distintiva del maestro antiguo en el mejor sentido. Sus enseñanzas perdurarán a pesar de los rudos embates de las modas, que han logrado que su manera de ver el mundo y el modo de expresarlo queden apartados de la corriente moderna, y aburridísima, de la identidad y de los daños, ambos de raíz heideggeriana. Praz se detiene en este libro en momentos ya casi olvidados de la cultura europea de finales del siglo XIX. No habla del esplendor romántico, con su apertura epistemológica hacia la subjetividad. Prefiere poner la lupa sobre escritores y momentos crepusculares, autores que desarrollaron una manera de escritura personal, melancólica, demasiado interesada en los recovecos oscuros del alma, atraídos –incluso obsesionados– por temas que despiertan recelo o rechazo cuando no dibujan una clara mueca de disgusto en algunos lectores. El libro es, por fortuna, una recopilación de temas que quedaron fuera de su libro canónico, ‘La carne, la muerte y el diablo en la literatura romántica’. Comienza con la literatura gótica y serpentea hacia finales del siglo XIX pasando por los prerrafaelistas, los decadentes y los estetas, se demora en Gabriel D’Annunzio hasta desembocar en Marcel Proust Proust, en lo ‘kitsch’ o en Oskar Kokoschka. El libro lo divide en ocho partes, cada una relacionada con un tema central que da coherencia a dichas secciones. El primero es el de la literatura gótica, en la que

Mario Praz. :: EL NORTE destaca un largo y muy informado ensayo sobre Edgar Allan Poe, y otros, no menos interesantes, sobre Matthew Gregory Lewis, autor de ‘El monje’, o sobre Johann Heinrich Fuseli, un verdadero excéntrico cuya pintura desprende un aura de misterio, terror y rechazo debido a la imposibilidad de que la sociedad contemporánea la asimile.

EL PACTO CON LA SERPIENTE. Paralipómenos de ‘La carne, la muerte y el diablo en la literatura romántica’ Mario Praz. Trad. José Ramón Monreal. Barcelona: Acantilado, 2018, 660 págs.

«El libro es una galería de diferentes formulaciones de la belleza en el siglo XIX»

Continúa con otra sección dedicada a la familia Rossetti, excéntricos también (en su doble acepción), poetas importantes, en especial Cristina, cuyos poemas eran en mejores tiempos materia de lectura y memorización en las escuelas británicas. Su hermano Dante Gabriel, quizás más famoso, hizo una poesía intensa, al igual que Cristina, y algo recargado para nuestro gusto. Esta sección, en realidad, es más amplia, pues se ocupa también de los prerrafaelistas, pintores que desarrollaron una nueva representación de la realidad, una maniera por así decirlo, que recuperase a los maestros antiguos anteriores a Rafael y lo combinase con el gusto de finales del siglo XIX. Prosigue Praz con unos capítulos dedicados a los dos padres del esteticismo, John Ruskin y, en especial, Walter Pater. De este, al que dedica páginas esclarecedoras, se centra en sus novelas, menores sin duda alguna, y en su crítica artística. Praz nos da la clave de su libro. La crítica valorativa, la de Pater, es una documentación de «la historia del gusto del período en el que se escribe, de los variados aspectos que la idea de la belleza ha adoptado a través de los siglos». Podemos incluir al mismo en el grupo de tales autores. No otro es su afán sino el de indagar qué ha sido la belleza a lo largo de la historia. La ha buscado, con especial perseverancia, en el siglo XIX, también en su vida, como atestigua en La casa de la vida, libro en el que describe su casa y los muebles que la ocupan y le dan sentido. Pasa luego a hablar de otros autores insólitos, entre ellos Vernon Lee o el barón Corvo, para desembocar, ya en las postrimerías del Siglo XIX y albores del XX, en Barbey d’Aurevilly, Proust o Kokoschka. El libro, ya lo he dicho, es una galería de diferentes formulaciones de la belleza en el siglo XIX, tal y como la entendió el propio Praz en el siglo XX. Queda, quizás, apartado de la corriente mayoritaria de lo literario y de los artístico en nuestra sociedad, no tanto por insuficiencias del autor sino por el camino, perdido entre lo tecnológico y lo identitario, en que estamos sumergidos, por no decir arrastrados por la corriente. Para resistirla, nada más indicado que estas lecciones de un maestro antiguo en su mejor acepción: la de quien desde una posición descentrada nos habla de lo fundamental que es la belleza.

LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

INFANCIAS A CONTRACORRIENTE :: V. M. NIÑO La infancia no es sinónimo de felicidad, al menos no cuando uno es niño. Luego, por comparación, el joven o el adulto, tienden a dulcificar el tiempo pasado. Quizá ya esté en esa fase el protagonista de este cuento de Santiago Roncagliolo, ‘Mateo y los imposibles’. Pero en el transcurso de esta novela juvenil, Mateo es un niño feo, que usa gafas y carece de padres. Todas esas circunstancias determinan su condición de aplicado estudiante. Vive con su abuelo, que le ha metido el veneno de los cuentos y que le narra las historias del príncipe Guillermo, su contrincante Gorgón y el hada Luz. Pero cuando él enferma y Mateo trata de devolverle el entretenimiento repara en

«lo fácil que es escuchar cuentos y lo difícil que es inventarlos». Entonces comienza la otra vida de Mateo, en la que lidia con los ‘imposibles’ emergidos del choque entre la lógica del mundo y la de su fa-

MATÍAS Y LOS IMPOSIBLES Santiago Roncagliolo. Ilustraciones de Ulises Wensell. Siruela. 132 páginas. 15,95 euros. A partir de 10 años.

milia, entre sus peculiares amigos –tres personajes que salieron de un cuento y no podrán volver hasta que alguien lo acabe– y el equipo de fútbol. La aparición de los padres es tan insólita como el resto de habitantes de la casa de Mateo. Asumen repentinamente una responsabilidad que nunca habían ejercicio como si de una misión laboral se tratara. El niño irá encajando las piezas de su puzzle biográfico para ganar en el campo de fútbol y en su vida. El atractivo de la historia del escritor peruano reside en acercarse a la infancia no como un territorio de felicidad sobrevenida, sino como un tiempo de descubrimiento, de acción y de reacción a través de un niño ingenioso.

MÁS QUE PASIONES CANTADAS :: V. M. N. En el lejano Oriente, en Nueva York o en Sevilla; historias de mitos, pasionales o episodios históricos; con media docena de voces y con un centenar, todo cabe en la ópera. Ana Alcolea recorre una treintena de obras maestras del género

lírico en ‘El maravilloso mundo de la ópera’, con ilustraciones de Óscar T. Pérez. Desde ‘Orfeo’, de Monteverdi, a ‘María Moliner’, de Antoni Perea Fons, Alcolea presenta la sinopsis argumental, la tesitura que requiere cada personaje y una reflexión fi-

nal sobre la universalidad o actualidad del tema. Adaptaciones de obras literarias como ‘La traviata’, ‘Romeo y Julieta’, ‘Carmen’ o ‘Eugene Oneguin’ y libretos creados ex profeso como ‘West Side Story’ o ‘La flauta mágica’ han provocado la mú música de Mozart, Wagner, Pu Puccini o Rossini por citar alg algunos de los grandes en los que se detiene Alcolea. Si Sin abundar en los aspecto tos musicales, sí subraya las arias populares que han ac acabado por identificar a la las grandes óperas además de explicar conceptos co como la ópera bufa, el veri rismo o el bel canto. El lib bro es una atractiva introd ducción al género, con aapuntes sonoros.

EL MARAVILLOSO MUNDO DE LA ÓPERA Texto de Ana Alcolea. lustración de Óscar t. Pérez. Anaya. 88 páginas 19,95 euros


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LOS LIBROS MÁS VENDIDOS FICCIÓN ‘Serotonina’. Michel Houellebecq. Anagrama ‘Carvalho. Problemas de identidad.’ C. Zanón. Planeta ‘El zorro’. Frederick Forsyth. Plaza & Janés ‘La muerte del comendador II.’ H. Murakami. Tusquets ‘Reina roja’. Juan Gómez-Jurado. Ediciones B ‘Yo, Julia’. Santiago Posteguillo. Planeta

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

‘TRASHUMANCIA’, NO ‘TRANSHUMANCIA’ ‘trastienda’, ‘trascoro’, ‘trasfondo’, ‘traslado’, ‘trasnochar’, ‘traspapelar’, ‘traspaso’, ‘trasplantar’, ‘trasquilar’, ‘trastocar’, ‘trasudor’, etc. Algo nos queda a trasmano; hablamos de ideas trasnochadas; a veces vamos a por lana y volvemos trasquilados; y damos algún traspié de vez en cuando. Los hablantes no suelen pararse a pensar en si es mejor utilizar una forma u otra y tienden o a la simplificación sistemática o a la escrupulosidad en el empleo de las formas con ‘trans-’. U optan espontáneamente por una o por otra. A quienes hacen del idioma su profesión (como los escritores, los traductores, los correctores de textos o los

Hay palabras que solo existen con ‘tras-‘. Solo existen ‘trastorno’, ‘trashumancia’ y ‘trasplante’, sin grafía nasal delante de ‘s’. Y ‘trastienda’, ‘trascoro’, ‘trasfondo’, ‘traslado’, ‘trasmano’…

editores), a los profesionales de los medios de comunicación y a quienes no tienen el español como lengua materna les gustaría tener orientaciones claras y precisas sobre el uso de estas formas. Porque las palabras con este prefijo a veces juegan una mala pasada y traen de cabeza a los usuarios: las hay que existen en ambas formas, sin diferencia apreciable entre una u otra en cuanto al uso (como ‘transmitir’ y ‘trasmitir’ o ‘transferencia’ y ‘trasferencia’); hay otras que se usan solo con ‘trans-’ (como ‘transliteración’ o ‘transliterar’); otras más usadas con ‘tras-’ (como ‘trascendental’ o ‘trascendente’), otras más usadas con ‘trans-’ (como ‘transporte’ o ‘transportista’); y, por último, otras que solo existen con ‘tras-’ (como ‘trashumancia’). Para desenmarañar el asunto, existen algunas pautas que ayudan a los hablantes a elegir la forma correcta con un porcentaje muy alto de acierto. Están recogidas en la ‘Ortografía de la lengua española’, de la RAE (2010: 6.5.2.2.2.2): en palabras que comienzan por ‘s-’, la ese del prefijo se funde con la ese inicial del término base (transexual, transiberiano); cuando ‘trans-’ va seguido de consonante, es frecuente su reducción, incluso en la lengua culta. Se usa ‘tras-’ para formar nombres que hacen referencia al espacio o lugar situado detrás del designado por la palabra base (trascoro, trasaltar, trastienda, trascuarto, trascorral, traspatio). Y no se ofrece explicación para las palabras existentes solo con ‘tras-’ (trasfondo, trasluz, trasnochar, traspapelar, trasudar, trasmano, trashumancia...). Así que seguirán siendo frecuentes las confusiones a no ser que los hablantes tomen conciencia de la necesidad de consultar el diccionario.

 LO VAS A LEER

arece que estamos de suerte. El otro día, de camino a casa, oí en la radio que las tapas y las raciones se pueden convertir muy pronto en Bien de Interés Cultural. Al menos –decía el locutor– ese es el proyecto que tiene el Gobierno para hacerlo a través de un decreto. La noticia terminaba así (la transcripción es mía): «es esa manifestación de la vida diaria la que ahora va a tener ese reconocimiento oficial vía decreto, que declarará la tradición cultural de las tapas como manifestación representativa del patrimonio cultural inmaterial español, como ya lo son la trashumancia, el carnaval y la Semana Santa». El locutor no pronunció /trasumánzia/ sino /transumánzia/, bien marcado el sonido nasal /n/. Me llamó la atención porque lo normal en la oralidad es la tendencia a elidir el sonido nasal cuando le sigue /s/ en posición final de sílaba o, como mucho, pronunciarlo con una relajación articulatoria apenas perceptible. Como resultado de la elisión de este sonido, la mayoría de las palabras formadas con el prefijo ‘trans-’ tienen variantes con la forma simplificada ‘tras-’ y aparecen registradas en el diccionario académico. Vale decir entonces que el prefijo ‘trans-’ se ha simplificado perdiendo la ‘n’ y dando lugar a una segunda forma con ‘tras-’. Todo bien hasta aquí, pero lo que no todo el mundo sabe es que hay palabras que solo existen con ‘tras-’. Recuerdo una conferencia de hace muchos años sobre trastornos del lenguaje en la que el conferenciante no dejó de usar la palabra /transtórno/, como el locutor radiofónico. Y a veces he oído hablar de /transplántes/. Solo existen ‘trastorno’, ‘trashumancia’ y ‘trasplante’, sin grafía nasal delante de ‘s’. Y

‘Fuimos canciones. Elisabet Benavent. Debolsillo

NO FICCIÓN ‘Cómo hacer que te pasen cosas buenas’. Marian Rojas. Espasa ‘Sapiens. De animales a dioses’. Y. Noah Harari. Debate ‘1000 recetas de oro’. Karlos Arguiñano. Planeta

#EL OTRO HOMBRE Hugh Walpole. Defausta editorial. 224 páginas. 19 euros.

‘Los secretos de Youtube’. TheGreft. Martínez Roca ‘La magia del orden’. Marie Kondo. Aguilar ‘El poder del ahora’. Eckhart Tolle. Gaia ‘La España en la que creo’. Alfonso Guerra. La Esfera de los Libros

INFANTIL Y JUVENIL ‘El sombrero de Bruno’. Canizales. Boolino Book Box. ‘Aprendiz de profe’. Carmen Fernández Valls. B de blok. ‘Mi superabuela’. Marta Cunill. Beascoa.

El narrador se reivindica desde la primera página («estoy cuerdo») y lo repite varias veces más adelante. Así que esta insistencia ya hace que dudes de él. Sobre todo, si el autor dedica el libro a ‘Otra vuelta de tuerca’, la gran novela sobre el uso tramposo de la primera persona. ‘El otro hombre’ es un libro de terror psicológico en el que un tipo apoca-

do, sensible, vive torturado por el acoso que sufre de otra persona... hasta que decide tomar cartas en el asunto. Y entonces, el narrador se convierte poco a poco en esa otra persona a la que tanto temía. Adopta su personalidad, sus pautas de agresión. Y se convierte en todo eso que odiaba. Escrito en 1942, hay en el libro una referencia explícita al nazismo y a cómo cualquiera puede verse arrastrado por el mal si no toma cartas en el asunto.

#EL ZORRO Federick Forsyth. Plaza&Janés. 288 páginas. 21,90 euros.

Forsyth vuelve a mezclar datos reales y conspiraciones inventadas para entregar una novela de espías donde el peso de la política y de los bloques internacionales se convierten otra vez en protagonistas. La historia arranca cuando Gran Bretaña y EE UU descubren que en una casita de campo hay un joven de 18 años capaz de sortear las más férreas barre-

ras cibernéticas para burlar la seguridad de los grandes secretos de Estado. Lo llaman El zorro. Y el gobierno británico lo fichará para torpedear operaciones prebélicas o nucleares de Irán, Rusia o Corea del Norte. Novela pura de espías, con trasfondo real y una interesante reflexión sobre cómo la seguridad está vinculada a la prosperidad y las fuentes de energía. Así, estrangular el suministro de gas, por ejemplo, puede ser una nueva forma de guerrear.

‘Gira y aprende: Tablas de Multiplicar’. Varios . DK ‘El día que el mundo amaneció al revés’. Eva Moreno Villalba, Cristina Picazo. B de blok.

Más reseñas en el Instagram @lovasaleer

VÍCTOR M. VELA


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El tiempo en la Tetralogía ‘El anillo del nibelungo’ en la versión de Pablo Heras-Casado y Robert Carsen. :: JAVIER DEL REAL - TEATRO REAL

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ablo Heras-Casado y Robert Carsen han iniciado en el Teatro Real una nueva versión musical y escénica de ‘El Anillo del Nibelungo’. He visto varias veces la saga, esa obra inspirada en leyendas nórdicas, la tetralogía griega y una visión de la humanidad que Richard Wagner, su autor, concibió como la obra de arte total. He escrito sobre ella, sin que se agotaran los temas que suscita en esa idea del oro, como mal del mundo, que debería ser sustituido por el amor. Su complejidad es grande, esa mezcla de dioses, nibelungos, gigantes walkirias y humanos, representa el mundo, el del compositor y también el de nuestros días. Revolución dramática y musical que siempre, a través de las diversas pues-

tas en escena, aparece nueva. Uno de los aspectos más interesantes de la saga (que se debe contemplar como una obra única) es su sentido del tiempo. Han ocurrido muchas cosas antes de que el acorde en mi bemol mayor dé comienzo a ‘El Oro del Rhin’. La lanza de Wotan, los pactos de agresión a la naturaleza, el ojo tuerto de Wotan, se nos irán mostrando a lo largo de la obra, en un juego pasado-presente que termina en la nada. Pero también desde el prólogo hasta el final, el juego temporal es importante y marca la evolución de los personajes y el nacimiento de otros nuevos. Sigfrido, hijo de Sigmundo y Sieglinda es nieto de Wotan y Hagen, hijo de Alberich, por ejemplo, en ‘El Oro del Rhin’ no existían y solo el paso del

FERNANDO HERRERO

tiempo les concedió vida. En el comienzo de la tetralogía, un pacto estúpido, una de las equivocaciones de Wotan, dejaría a los dioses sin las manzanas de Freia que les proporcionaban eterna juventud. El desastre obliga a Wotan dirigido por Loge a robar el oro de Alberich y a dar paso a la maldición que encierra el anillo. Primera muerte, la de Fasolt, el gigante abatido por su hermano Fafner. Dos delitos que impregnan la leyenda de un modo negativo. La mirada cósmica de Wagner señala que la influencia del dinero dirige

la humanidad y es causa de todos los conflictos individuales y colectivos. La tetralogía presenta una humanidad en decadencia. El comienzo de la obra lo marca y Erda lo anuncia. El robo por Alberich del Oro del Rhin es el ejemplo máximo. El pasado no ha conseguido un pacto de paz y de amor y Wotan, desde luego, no es el líder que lo hubiera logrado. La llegada de los dioses al Walhalla que el astuto Loge evita y sonríe irónicamente. Es el principio del fin que culminará en ‘El crepúsculo de los Dioses’ cuando el ostentoso y fútil palacio sea devorado por las llamas. Ni siquiera el hombre nuevo, Sigfrido, podrá evitarlo. Su inmadurez y su egoísmo le llevan también a la muerte. ¿Cuántos años han trans-

currido desde la ocupación del Walhalla? Entre ‘El Oro del Rhin’ y ‘La Walkiria’ han surgido dos personajes, Sigmundo y Sieglinda, gemelos hermanos que no se conocen. Wotan ha emprendido ya la caza del tesoro con sus andanzas amorosas, buscando el héroe que le permita recuperar el oro y así asumir un poder más absoluto. ¿Sigmundo podría serlo? La unión sexual y amorosa de los hermanos les inhabilita para la misión y por ello Wotan no tiene inconveniente en sacrificarles (otro error absoluto). Tampoco los guerreros que traen las Walkirias podrán hacerlo. Esos años han sido, pues, infructuosos. Otro largo lapso de tiempo separa ‘La Walkiria’ y ‘Sigfrido’. Cuando termina la primera Sieglinda lleva un niño en

su seno. Aparece en las siguientes jornadas siendo un joven hercúleo, capaz de fundir la espada Nothung. Cuidado alevosamente por Mime, llegará a matar a este y eliminar al gigante Faafner convertido en dragón. Un pájaro mágico le ayudará. Ahora es él el dueño del anillo. Consigue el amor de Brunhilda, la Walkiria, rescatándola del fuego que la circunda. En este momento Wotan podría haber sido el triunfador a no ser por sus torpezas en relación con su nieto. De ‘Sigfrido’ a ‘El Crepúsculo…’ existe, por primera vez, una total inmediatez. En la última jornada aparecen los hombres, en colectivo, y otra vez las torpezas del inmaduro héroe chocan contra la astucia del mal. Evitan su posible reinado en un nuevo orden. Afortunadamente Wagner optó por el fracaso. No existen hombres providenciales y solo el recuerdo de Sieglinde que amó hasta el final, deja con su tema un resquicio de esperanza. Solo las aguas del río permanecen y el anillo vuelve a ellas. El tiempo anterior, el pasado, no está fijado en la obra. El presente puede deducirse de los personajes que surgen, el futuro resulta en la ópera una distopia. Muchos lustros después de la gran saga, la realidad de un nuevo mundo basado no en el dinero, sino en el amor aparece lejanísima y casi imposible. Wagner, ese gran artista y equívoco ser humano, lo dejó abierto. No hemos conseguido más que algunos retazos parciales, muy pocos. El oro sigue siendo el motor vital de gran parte de la humanidad. Me apasiona ver la Tetralogía en su continuidad (una semana). Ahora habrá que esperar que Pablo Heras-Casado vaya asumiendo el titánico esfuerzo de hacerse con una obra monumental. Un gran desafío que desde este prólogo nos explicará un mundo político, social y artístico, excepcional.


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Sábado 16.02.19 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Ángel Ortiz Coordinador: Chema Cillero

QUINCE MINUTOS DE FAMA

ÁNGEL MARCOS

«Aquí me siento como en casa» Frédéric Barna

Nací en Montluçon (Francia) de un padre de origen ucraniano y de una madre catalana por lo que me siento totalmente francés... ¡y europeo! Si añadimos a esto que mi mujer era vasca, uno se puede imaginar que no me resulta difícil sentirme «como en casa» en esta tierra de sabor que me abrió sus puertas hace casi diez años. De Castilla y León, me encanta la luz del sol que ilumina los paisajes... y los pinchos que me recuerdan los años vividos en el País Vasco. Me queda aún mucho mundo por descubrir, pero siempre tendré ilusión en volver a Valladolid.


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