marzo de 2019 EL NORTE DE CASTILLA
Cuatro décadas de municipalismo en Castilla y León 449
CANCIONES DE VINO Y ROSAS EN LAS PRIMERAS ELECCIONES MUNICIPALES
L
os años que precedieron a las elecciones municipales de 1979 fueron realmente convulsos en Valladolid. Así los recuerdo cuando, con una cierta pereza la verdad, hago el esfuerzo de rememorar lo que pasó a partir del momento en que los timbrazos del teletipo de Europa Press anunciaron un texto con tres palabras repetidas tres veces: «Franco ha muerto». La buena memoria de mi colega Luis Miguel de Dios me sitúan como el redactor que recogió el despacho. Hacía días que lo esperábamos. Y tiene razón. Esperábamos y jugábamos al fútbol con una pelota de papel en el vestíbulo del periódico. Puede sorprender que no nos llamaran la atención por aquel juego doméstico, en el que Fernando Valiño era el más marrullero, pero tengan en cuenta que no nos pagaban horas extra por la espera y que el mismo director del diario, Fernando Altés Bustelo, se incorporaba a veces a la contienda. Antes de esos timbrazos del teletipo había dejado de ser alcalde, para incorporarse al Ministerio de Información y Turismo, el único político de altura que tuvo en esos momentos históricos la ciudad: Antolín de Santiago y Juárez. Los sucesivos ediles se movieron a partir de entonces entre la querencia al Régimen que desaparecía, la tibieza de los que nadaban entre dos aguas y el fragor de una calle que no aceptaba ya medias tintas. Julio Hernández Díez, Francisco Fernández Santamaría, Manuel Jiménez Espuelas, Manuel Vidal García… se enfrentaron a un Consistorio nostálgico, huelgas como la de los taxistas que amargaron la vida a Hernández Díaz; la de recogida de basuras, que perturbó la digestión de Fernández Santamaría. La rebelión de los ariscos a unas corrientes políticas que los expulsarían era inútil. Nada podía oponerse a los nuevos tiempos. Y el vendaval de la
GERMÁN LOSADA Jefe de la Sección de Local de El Norte en las Elecciones Municipales de 1979
pre-democracia derribó también al penúltimo alcalde de los tiempos de plomo: un Manuel Jiménez Espuelas que añoraba en medio de la tormenta su apacible sillón de presidente de la Confederación Hidrográfica del Duero. El relevo de los más tenaces le llegó finalmente a Manuel Vidal García, un chatarrero enérgico que tan pronto se incorporaba a los bomberos que intentaban atajar una inquietante crecida del Esgueva como compraba un submarino retirado de la flota para achatarrarlo o se comía seis huevos fritos en un bar junto al Ayuntamiento. Todo lo que tenía de bocazas lo tenía de ingenuo. Era el más próximo a concejales díscolos que llegaron a través del tercio familiar como Rafael González Yáñez o Hernández Luquero. En su ingenuidad llegó a ofrecerme ser jefe de prensa del Ayuntamiento. Le dije que a otro perro con ese hueso, claro. Pero sí que
acepté incorporarme al comité de dirección de la Semana Internacional de Cine para tratar de conciliar la Seminci con unas asociaciones de vecinos montaraces, combativas y vocingleras. (Al parecer en la Seminci no se han enterado aún de que fuí miembro de ese comité de dirección que, mal que bien, sacó de la ruina un Festival con prestigio pero sin dinero, y con tan menguados apoyos que apenas podía pagar la comida a los invitados). El vestíbulo de El Norte, el improvisado campo de fútbol de las noches de espera a que muriera el dictador, se convertía por las tardes en un abrumador desfile de representantes de asociaciones de vecinos, sindicatos, partidos políticos con y sin la autorización en regla. No teníamos que salir en busca de la noticia. La noticia venía a nosotros. Luis Miguel de Dios, Maribel Rodicio, Fernando Valiño…yo mismo. Cada cual tenía su clientela. Afortunadamente, Miguel Delibes toleró aquella permanente invasión procedente de un mundo nuevo que barría a las huestes del viejo régimen. Por allí pasaban también Juan Colino Salamanca, Antonio Pérez Solano y el que ocuparía el sillón de alcalde, Tomás Rodríguez Bolaños. Y Antonio Gutiérrez, de Comisiones. De aquellas elecciones municipales de abril de 1979 recuerdo un momento triste y sombrío y otro chispeante, festivo, alegre y cantarín. El primero fue un vino de honor que el Alcalde accidental improvisó en el salón de sesiones del Ayuntamiento para despedirse de la vida pública. Eran los «últimos de la democracia orgánica». Con ese título publiqué en El Norte una serie de entrevistas con los concejales que se iban barridos por los vientos de la Historia. Manuel
«Con los micrófonos abiertos hablamos y hablamos y cantamos. Reinventamos la radio»
Portada de El Norte de Castilla del 4 de abril de 1979.
Vidal había dejado ya la Alcaldía para presentarse a las nuevas elecciones, en las que fue elegido. El alcalde accidental y promotor de la lúgubre despedida fué Francisco Bravo Revuelta, un mancebo de farmacia que asumió la patética entrega de las llaves del Consistorio. Y un momento chispeante, alegre y bullanguero. El triunfo de la izquierda. La mayoría que sumaban PSOE y PCE. Los chicos de local de El Norte apacentados por José Antonio Antón como redactor jefe, anduvimos un camino nuevo por Valladolid y por la provincia para confluir en la tarde de los colegios electorales y contar luego las anécdotas de una jornada inédita. Todo estaba por inventar, y lo inventamos. Sobre el camino andado con ocasión de las elecciones a Cortes constituyentes que habían precedido a las municipales. Pero es que, además, tanto Luis Miguel de Dios como yo mismo trabajábamos a tiempo parcial en la Cadena SER, en la calle Montero Calvo, en el mismo edificio de El Norte de Castilla. Y allí, un director andaluz, Fernando Machado, tan sosainas como buena gente, organizó un ágape excepcional que contrató con Panero ( ¿o fué con Garrote?, Luismi recuerda). Vino, cervezas, tortillas, jamón…Todos los elegidos y sus jefes de partido, los colegas del diario y de la radio…creo que hasta los mancebos de la farmacia de Duque de la Victoria se sumaron a aquella noche festiva y un pelín alcohólica. Con los micrófonos abiertos hablamos y hablamos y cantamos. Reinventamos la radio. Fue una larga y alegre jornada, rematada por una noche de coros y alegría. Festejábamos la entrada de la democracia en los ayuntamientos y lo hicimos cantando por los micrófonos de la SER nuestro estado de ánimo. Y, por cierto, estrenamos para la ocasión unos teléfonos inalámbricos que pesaban un quintal y que perdían la conexión a la primeras de cambio. Fuímos los sufridos pioneros del móvil. Dentro de nada volverán las elecciones municipales. Han pasado cuarenta años, pero yo estoy en condiciones de repetir la experiencia. No la de triscar por esos barrios y pueblos de Dios. Pero sí para catar caldos y jamones. Lo que Fernando Altés, el gran director de “El Norte”, llamaba quesium, jamonium y vinum. Nos faltará, desgraciadamente, la compañía de otro genio, Domingo Criado. Y la de Fernando Machado, claro.