marzo de 2019 EL NORTE DE CASTILLA
494 Cuatro décadas de municipalismo en Castilla y León
UNA CASA VACÍA JESÚS D. LOBO Periodista de El Norte de Castilla, que de 1989 a 2012 fue director de Comunicación de la FEMP
L
as elecciones del 3 de abril de 1979 fueron como la llave de la puerta al futuro que llevaba cuarenta años cerrada por el franquismo. Los trece concejales socialistas y los cuatro comunistas elegidos ese día auparon poco después a Tomás Rodríguez Bolaños como alcalde de Valladolid y derribaron para siempre aquella puerta, abrieron las ventanas, orearon la Casa Consistorial y devolvieron a la gente el gobierno de la ciudad. Valladolid recuperó su identidad y los vecinos su orgullo de pertenencia. El recuerdo del último alcalde democrático, fusilado en octubre del 37, el también socialista Antonio García Quintana, volvió a la memoria colectiva. Ese día culminó una vorágine de acontecimientos políticos democráticos como nunca en la historia de España. Unos meses antes se había aprobado la Constitución y, apenas un mes antes, se habían celebrado las elecciones generales para elegir al primer gobierno constitucional. El 1 de marzo, la UCD de Adolfo Suárez ganó esas elecciones con una mayoría suficiente. Por tanto, ese mes de marzo registró una frenética actividad política con el solapamiento de las negociaciones para formar gobierno y el desarrollo de la primera campaña de las Municipales. Algunos expertos pensaron que tantas convocatorias a la vez iban a cansar al electorado, pero no fue cierto. A tantos años de sequía democrática no le cansaba el agua. Por otro lado, se sentía de una forma mucho más directa la emoción de ese acto de participación. Quien más quien menos tenía un conocido en alguna de las listas que se presentaban a las elecciones. El caso es que la fiesta electoral no cesó y los días de marzo del 79 muchos los vivieron con un aire de víspera permanente. Y algunos –una buena parte de ese 53% que votó a la izquierda– prolongaron ese estado hasta la constitución del Ayunta-
miento el 20 de abril. De forma paralela pero en el mismo campo político, los partidos y el recién y constituído Consejo General de Castilla y León discutían sobre la celebración de los actos del Día de Villalar. Este órgano preautonómico tenía la Presidencia en Burgos y su titular, el diputado de UCD Juan Manuel Reol, era consciente de que la izquierda había capitalizado las concentraciones anteriores. Así que tenía sus reservas. Incluso llegó a lan-
«Algunos pensaron que tantas convocatorias a la vez iban a cansar al electorado»
zar como globo sonda trasladar a Covarrubias la celebración. No funcionó. De esta forma, entre unas cosas y otras, Villalar se situó también en el palenque político. Hasta que el día 23 el Consejo acordó promover el proceso autonómico de Castilla y León, en los términos previstos en el artículo 143 de la Constitución, un acto voluntarista que tardó en materializarse. La campaña electoral tuvo dos fases, una primera en la que se presentaron en distintos actos públicos las candidaturas y los programas electorales y una segunda, más intensa, de activismo y propaganda política. Hubo mítines, pero no tan multitudinarios como en las Generales. De los pesos pesados solo Santiago Carrillo viajó a Valladolid para apoyar a sus candidatos. En UCD fueron los parlamentarios recién elegidos, con Ignacio Camuñas a la cabeza, los que tuvieron mayor presencia pública. La réplica en el PSOE la protagonizó Gregorio Peces Barba. Ambos cerraron la campaña en el Teatro Calderón y en el Cine Embajadores, respectivamente. Estos actos se complementaron con
Pareja de ancianos acuden a votar a un colegio electoral en 1979.
intervenciones de los candidatos en numerosos coloquios, debates, reuniones con asociaciones de vecinos, que hasta entonces tenían una presencia muy activa en la ciudad, colectivos profesionales y otros. Se podría decir que los tres grandes partidos, UCD, PSOE y PCE llegaron en aquellos días a todos los rincones de la ciudad. El abogado José María de Aza, candidato de UCD, llegó a realizar una intervención en caló para convencer a los gitanos del Poblado de la Esperanza. Mientras tanto, los medios de comunicación concedieron espacios amplios a la campaña electoral, con información sobre los programas y candidatos, entrevistas, debates, seguimiento de los actos electorales y difusión generosa de la agenda de campaña. La propaganda y la publicidad también fue intensa. La ciudad estaba inundada de carteles, tanto en las vallas habilitadas como en paredes, muros y marquesinas. Valladolid era una ciudad empapelada. La gente exhibía pegatinas y pines de sus partidos. Los anuncios políticos convivían con las grandes firmas comerciales: ‘Un alcalde UCD para una ciudad mejor’, ‘Vota eficacia, las cosas ya han empezado a cambiar, vota UCD’ y al lado ‘Compre ahora un SEAT 127’. ‘Tu ciudad necesita alcalde socialista, vota PSOE’ aparecía junto a ‘La calle de la moda, Galerías Preciados’. ‘Entra en el Ayuntamiento, vota PC’, ‘Quita un cacique, pon un alcalde’, ‘Pon verde tu barrio’, ‘Si quieres campos deportivos, mételes un gol’. Un poco más lejos ‘Ya es Primavera’. ‘Porque las cosas no están bien centradas, vota Coalición Democrática, Para ordenar bien las cosas’. ‘Torrelago, tu vivienda en cooperativa’ cerca de ‘Decisión para cambiar Valladolid’ y ‘Somos los tuyos ORT-PTE’. En la última semana, el PSOE intensificó su campaña con unos carteles naif del pintor José Ramón en los que se preconizaba una ciudad idílica, llena de parques, jardines, espacios públicos y lugares para el trabajo y la convivencia, todo ello bajo el lema ‘Cambia tu ciudad con los socialistas’. El contrapunto fue la promovida por el exalcalde franquista Manuel Vidal, que puso en marcha una potente campaña de vallas y medios de comunicación con mensajes de este tenor: ‘Un alcalde no se improvisa’ o ‘No se aprende a ser alcalde, se es’. A pesar de su fuerte inversión, el supuesto ‘alcal-
de ontológico’ solo sacó dos concejales. La noche electoral fue una fiesta para los ganadores, no así para los demás que sufrieron una decepción. José María del Rio dejó la sede de UCD en la Acera de Recoletos y se refugió en el bar Stilton de la calle Colmenares, junto a su amigo y correligionario, el diputado Luís Miguel Enciso. Mientras tanto, en la sede del PSOE, en la calle General Ruiz, todo era alegría y emoción. Algunas lágrimas recorrieron los rostros de viejos militantes que, como Carlos González Maestro, habían mantenido viva la llama durante la travesía de la dictadura. Tomás Rodriguez Bolaños vivió aquella noche con «mucho atolondramiento», según me confesó años después en una entrevista para la revista de la FEMP Carta Local. «La verdad es que no teníamos la sensación de poder gobernar Valladolid», por las características tan especiales de esta ciudad que, por un lado, había sido escenario de luchas sindicales y estudiantiles, pero también de acciones violentas de la extrema derecha. «Sinceramente, me costó digerir que iba a ser alcalde de mi ciudad. Junto a la alegría natural de haber ganado, sentí un cierto miedo». Había prevención en los sectores más conservadores y montaraces de la ciudad. Algo que Tomás desactivó en muy poco tiempo con su acción integradora y su política de acercamiento a todos. Hasta los más reacios claudicaron. Desde el principio tuvo claro lo que había que hacer, el problema era con qué medios. Cuando entró en su despacho de la Alcaldía el 20 de mayo, poco después de tomar posesión y saludar desde el balcón de la Plaza Mayor a los cientos de vecinos allí congregados, se percató de que solo había un papel sobre la mesa, un papel que hacía referencia a un trámite irrelevante. Alrededor, el vacío, la nada, como si fuera una casa recién pintada que todavía conserva el olor a resina. La corporación franquista, presidida por Francisco Bravo Revuelta, había tenido tiempo de adecentar la casa, en espera de los nuevos inquilinos. El 19 de abril, mientras en toda España se constituían los nuevos ayuntamientos democráticos, ellos salieron de la Casa Consistorial en una ceremonia de gala, con el acompañamiento de los maceros. Llegaron a la calle y se fueron. Aquella casa limpia estaba vacía de recursos, de proyectos y de ideas. Un vacío que había que llenar.