Municipalismo IV - Paco Cantalapiedra

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H éroes de trinchera

E PACO CANTALAPIEDRA

Periodista

n la España de las Autonomías, cuando los ciudadanos quieren hacerse oír rara vez acuden a la sede del gobierno regional; es más, estoy convencido de que un porcentaje importante de ellos tendría serias dificultades para ubicar de memoria las oficinas centrales de la Junta de Castilla y León. De llegar a las puertas de la Moncloa para cantarle la gallina al mandamás ni hablamos, porque es un espacio protegido por la Guardia Civil para que nadie importune la tarea del señor presidente, sea del partido que sea. Por estas y otras menudencias, cuando el personal se cabrea o necesita expresarse libremente en la calle se acerca a su Ayuntamiento, aunque la competencia de lo que exige dependa del Gobierno de España, de la Comunidad o de la ONU. La razón de esta querencia es que los consistorios fueron los primeros organismos donde el contribuyente tenía derecho a elegir a sus representantes; otro motivo es que, por lo general, sus edificios suelen estar en el centro de las ciudades, generalmente en la mismísima Plaza Mayor. Y da lo mismo que la protesta sea la política agraria de la UE que a favor de los derechos del colectivo LGTB o contra la guerra de Ucrania: si hay que manifestarse, al centro. Por eso, alcaldes y concejales huelen a la primera si la ‘manifa’ convocada debajo de sus ventanas es por ellos y su gestión o por los que cortan el bacalao en otras administraciones superiores. Recuerdo que hace la tira de años me encontraba en el despacho del entonces alcalde de Barcelona, don Pascual Maragall, cuando empezaron a escucharse gritos de ciudadanos que parecían cabreados. Cuando los allí presentes mostramos nuestra sorpresa por la algarabía, el munícipe catalán dijo, con mucho aplomo:»Seguro que los gritos no tienen que ver con nosotros, sino con el vecino». Se trataba, efectivamente, de una concentración contra la Generalitat, cuya sede se encuentra justo enfrente. Pero no hay que irse a las ciudades grandes o mediopensionistas para sentir la cercanía

del poder municipal. Allí donde no hay picoletos, ni oficina de Correos, ni tienda de ultramarinos, ni escuela, ni párroco ni Dios que lo fundó, hay alcalde, concejales y Casa Consistorial siempre abierta aunque tengamos que buscar al regidor por el pueblo y alrededores. Cuando en apariencia nada queda, sigue habiendo Ayuntamiento, prueba inequívoca de que el municipalismo existe y que donde hay Alcaldía hay civilización, orden, vida. En este país con municipios que se vacían, los últimos en defender la razón y la esencia

«Cuando en apariencia nada queda, sigue habiendo Ayuntamiento, prueba inequívoca de que el municipalismo existe y que donde hay Alcaldía hay civilización, orden, vida»

del terruño son los regidores democráticos, héroes de trinchera que cuidan lo poco o mucho que quede de la vida cotidiana, tesoneros dispuestos incluso a seguir formando parte de la próxima lista electoral. Cada día es más fácil toparse con un pueblo casi fantasma y con nulas posibilidades de sobrevivir sin escuela, ni médico, ni conexión a internet o esas otras facilidades que tenemos los que vivimos en núcleos grandes o medianos. Pero cuando nos surja un problema en una villa menor, por pequeña que sea, cualquier vecino sabrá decirnos cómo se llama el alcalde y dónde vive. Esa es la grandeza y la fuerza del municipalismo. Un núcleo urbano empieza a vaciarse cuando no hay niños llenando la escuela o médico que atienda el consultorio; cuando no hay párroco, tienda de ultramarinos, sucursal bancaria o un mísero cajero automático. Pero el final irreversible llega cuando se esfuman los vestigios de la autoridad municipal, aunque sea pedánea. Cuando este poder democrático es el que apaga la luz y cierra el ayuntamiento y el pueblo, todos salimos perjudicados, incluso los que vivimos en la capital y, por decirlo de alguna manera, tenemos de todo y razonablemente cerca. Pero el día que eso sucede, incluso los urbanitas perdemos el sonido del silencio de la iglesia parroquial, el trajín de las ovejas que vuelven al redil, o los pasos del vecino de vez en cuando. Donde no hay Ayuntamiento no hay nada. Parte de la esencia de los pueblos que se vacían (esculturas, edificios, cuadros) podemos verla en el móvil, pero los sentidos son cinco, imposibles de satisfacer mirando solamente la pantalla. Aunque el lugar sea una aldea.

| Memoria Viva de Castilla y León | 2022 EL NORTE DE CASTILLA | 3


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