Municipios, la «carta puebla» local de una sociedad globalizada
Brañosera, al abrigo del macizo de Valdecebollas, en el corazón de la Montaña Palentina, muy cerca de donde nace el Rubagón, está considerado el primer municipio de España. El pionero del poder local, frente a reyes y señores feudales, cuyos derechos municipales nacen del otorgamiento, por parte del rey de Asturias, de una Carta Puebla que concede a sus habitantes plena autonomía en el año 824. Aquella concesión real, en tiempos de fronteras movedizas y escaramuzas guerreras, permitió a los habitantes de este enclave, situado entre bosques todavía llenos de leyendas, una libertad de la que no gozaron ninguno de los miembros de su estamento. Una batalla, la del autogobierno, que continúa muy viva todavía, casi doce siglos después.
No sé si existen, como defienden algunos desde el siglo XIX, un concepto de los «pueblos de España» de instancia superior al de cualquier otra organización estatal territorial, incluidas las provincias y las comunidades autonómas (todavía tenemos caliente la celebración del décimo cuarto aniversario del Estatuto de Castilla y León). Pero lo que sí se que existe, y que tiene una vida extraordinariamente rica y dinámica, es una «España de los pueblos». Esos 8.112 municipios con los que cuenta nuestro país, 2.248 de los cuales se localizan en Castilla y León. Una realidad plural en la que se reparten grandes, medianas y pequeñas ciudades, pero sobre todo una pléyade de pequeños ayuntamientos, cada uno con su idosincrasia, sus problemas y sus oportunidades. Baste recordar que aquí un 37 por ciento de la población (frente al 15,9 por ciento nacional) es todavía población rural. Y digo todavía porque el proceso de despoblación del campo, que definió buena parte de las migraciones interiores españolas de los años cincuenta, sesenta y setenta, todavía sigue vivo. Vivo y con etiqueta: eso que se ha llamado en llamar la
«España vacía», uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo. Es cierto que la llamada «tercera descentralización», aquella que trata de instalar los poderes y los servicios públicos lo más cerca posible del ciudadano, ha constituido un proceso, paralelo al desarrollo de las autonomías, que ha conseguido dotar a algunos municipios, sobre todo a los más grandes, de un régimen de libertad y autogobierno pocas veces conocido a lo largo de la historia. Pero también es cierto que los municipios pequeños, muy especialmente los pertenecientes a una región como la nuestra, tan extensa como dispersa, han entrado en el siglo XXI afrontando retos que todavía no encuentran
solución, y que requieren cuando menos una revisión, por no decir una adaptación a la realidad social de nuestros días. Hablamos de medios y servicios; de educación, sanidad, recursos, comunicaciones. Pero hablamos también, y sobre todo, de ordenación. Ordenación territorial. Una vieja eterna asignatura pendiente que jamás termina de alcanzar el consenso necesario para resolverse a favor de quienes lo necesitan.
Tenemos a la vuelta de la esquina unas elecciones municipales. Y parece obvio recordar de qué manera las elecciones municipales, con todo lo que traen consigo, han sido siempre determinantes para el devenir de la historia reciente de España. Cuando llega la hora de las urnas, con esa capacidad que tienen los comicios locales de tocar hasta lo más íntimo la fibra democrática de los ciudadanos, los municipios hablan. Levantan la voz para recordar quiénes han sido y quiénes son. Pero sobre todo quiénes quieren ser, en un mundo donde la acumulación poblacional en núcleos cada vez más grandes y desorbitados, amenaza con impedir toda calidad de vida, toda sostenibilidad, toda cohabitación.
En España, como por otra parte también sucede en toda Europa, la única manera de mirar plenamente por la pervivencia global del planeta es conseguir actuar con eficacia, con resultados, con calidad democrática y con visión de futuro, desde los ámbitos más puramente locales. Mirando por la «carta puebla» de nuestros vecinos más inmediatos. Construyendo desde lo pequeño un mundo grande donde quepan todas las circunstancias, todas las singularidades, toda la verdad de cada unidad de convivencia en común.
La única manera de mirar por la pervivencia del planeta es conseguir actuar con eficacia desde los ámbitos localesCopia del Fuero que se conserva en Brañosera.