90 años de pura aventura

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SOMBRA CIPRES

NÚMERO 330 Sábado, 23.02.19

LA

DEL

90 años de pura aventura Tintín celebra aniversario sin lograr su más que merecido rescate por la nostalgia generacional que tanto marca hoy la cultura pop

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Haddock, Tintín y Milú, en una escena de la película ‘Tintín en el Templo del Sol’ (1969). :: HERGÉ


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Sábado 23.02.19 EL NORTE DE CASTILLA

El icónico personaje de Hergé pierde vigencia, pero no encanto, cuando se le aborda en pleno siglo XXI

Tintín y el legado (casi) perdido SAMUEL REGUEIRA

I

magínense leer una novela, cualquiera, cuya trepidante trama les obligue a mantenerse en vilo con las situaciones que se suceden no ya a cada capítulo, no ya a cada página, ni siquiera a cada párrafo, sino a cada salto de línea. Imagínense que todo recorrido que hagan sus ojos de izquierda a derecha sea un ‘crescendo’ narrativo, una construcción de intriga que se desenvolverá en la siguiente línea… y tendrán una idea, más o menos aproximada, de lo que supone leer las aventuras de un personaje como Tintín. El famoso personaje de Hergé ha protagonizado veinticuatro apariciones canónicas viajando por todo el mundo, desha-

Tintin, con sus bombachos y su inseparable compañero de aventuras Milú. :: HERGÉ

ciendo complots internacionales y encontrando tesoros de toda laya, después de nacer bajo el formato de tiras en la prensa escrita belga, el cual explica su suspense emergente cada cuatro viñetas, hace noventa años. Pero si no fuera por esta onomástica cabría pensar que es, fuera de su Bélgica natal, un personaje querido, sí, pero apenas reivindicado por la comunidad lectora del cómic. Pocos lo acreditan como su favorito, y muchos no tienen reparo en señalarlo como uno de los cómics que, directamente, nunca les gustaron; ni su humor era alocado como el de Mortadelo ni sus narraciones tan entretenidas como las de Astérix (otro gran personaje de cómic europeo posterior con el que siempre se le ha comparado y el belga ha salido perdiendo). Cariño carente de entusiasmo; pese a todo, Tintín retiene buena parte de su encanto inicial que, aun con la pérdida de cierta vigencia con el paso del tiempo, hace que su lectura merezca la pena. Sus vaivenes, sucedidos dentro y fuera de las viñetas, contribuyen a que se olvide un legado que, con todo, Georges Remi jamás buscó. Tintín ve la luz en ‘Le petit vingtième’, el suplemento juvenil del periódico belga conservador ‘Le vingtième siègle’, en enero de 1929. En un pequeño giro metanarrativo, el protagonista trabaja para el mismo periódico donde se publican sus aventuras, y su primera incursión resulta a la Rusia comunista, acompañado desde el principio por su fox terrier Milú, un respondón con el que nunca llega a tener verdadera conversación. El dibujo sencillo de línea clara y el factor nostalgia ha impedido que las reediciones de esta historia cuenten con el color que sí incorporan los números posteriores, pero lo más recordado es sin duda la perspectiva con la que se aborda al ‘país de los soviets’, zona a la que viaja Tintín ostentando una visión europeocentrista y pretendidamente equidistante con el ánimo de denunciar los tan terribles abusos y desmanes del régimen comunista: la agenda del periódico donde se publicaban las tiras pronto visibilizó que aquella neutralidad desaparecía al poco de abrirse las páginas del ejemplar vespertino. Junto a esta obra resulta también controvertida la inmediatamente posterior, ‘Tintín en el Congo’, donde el tratamiento del autor hacia las

personas de raza negra ha suscitado cierta polémica. Los personajes de color que acompañan a Tintín son miedosos, ingenuos y fáciles de engañar; sin embargo, y lejos del ánimo de profundizar en la evidente ideología del autor, pueden disfrutar tanto de esta como de la primera aparición de Tintín los lectores progresistas y de valores comprometidos con las desigualdades raciales, incluso aquellos que rechacen la feroz propaganda anticomunista al sentirse convencidos de que viven en un sistema económico distinto, sí, pero no carente de sus propias limitaciones e injusticias. Puede que hoy, en estos mismos términos, dichos cómics resultasen impublicables, pero su sentido de la aventura, su frenético ritmo y su encanto en general volcado en la construcción simpática de sus personajes justifican con creces los lastres que los pueden cargar. Tendría que pasar aún un número más, ‘Tintín en América’, para que el trazo grueso de los estereotipos comenzara a disiparse, si bien el cariño que despide en los arquetípicos indios y la no menos conseguida crítica a la mentalidad codiciosa del yanqui medio hace aún más tolerable, si cabe, estos más que salvables defectos. Ya ‘Los cigarros del faraón’ dan paso a la aventura pura, cargada de humor, servida por otro de los grandes hallazgos de Hergé, probablemente el mayor de toda su carrera: la aparición de los incansables funcionarios Hernández y Fernández, dos metepatas tan concienzudos en su trabajo como desubicados de una realidad que tozudamente les trata de demostrar que la pista que persiguen es falsa... pero ellos, como muchos cargos públicos de hoy en día, son más tenaces que los propios hechos.

Pura aventura ‘El loto azul’ culmina el final abierto de ‘Los cigarros del faraón’, en un díptico que, además, parece mirar sobre el mismo personaje, quien conversa cerca del final con un niño con el que intercambia los tópicos entre las socieda-

Fuera de su Bélgica natal, un personaje querido, sí, pero apenas reivindicado por la comunidad lectora del cómic


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A la izquierda, el capitán Haddock, que se sumó a las andanzas de Tintín en ‘El cangrejo de las pinzas de oro’. A la derecha, el profesor Tornasol, que llega en ‘El tesoro de Rackham el Rojo’. :: HERGÉ

des oriental y occidental. A partir de ahí, la serie amerita en calidad y entretenimiento, si bien el intrépido periodista no volvería a escribir, desde Rusia, una sola crónica. ‘La oreja rota’, sin duda una de las mejores aventuras de

Tintín, se ambienta en un país ficticio de Latinoamérica y lidia, entre otros asuntos, con el interés de Estados Unidos en desestabilizar al gobierno

y lucrarse con sus pozos petrolíferos. Los dos siguientes álbumes, de evidentes dardos contra las políticas nazis, bajan un tanto el nivel (especialmente ‘La isla negra’), pero a su vez se enriquecen de detalles ficticios (toda la cultura e historia en torno a Syldavia que recoge ‘El cetro de Ottokar’) que compensan, un tanto, el descenso recogido. No fue hasta el octavo álbum de Tintín, ‘El cangrejo de las pinzas de oro’, cuando aparece el otro gran personaje icónico de Hergé: el alcohólico y cascarrabias capitán Haddock, que se suma a las andanzas del periodista, recorrido ya un tercio de su carrera. El dúo se desenvuelve en pleno estado de gracia a lo largo de ‘El secreto del unicornio’ y ‘El tesoro de Rackham el Rojo’, dos álbumes que sedujeran al mismísimo Spielberg para llevar a cabo su hasta la fecha única adaptación a la gran pantalla de un cómic, en el año 2011. El álbum que cierra el díptico también presentó al que pronto sería un secundario recurrente; el profundamente desorientado profesor Sil-

Silencio ante los nazis Por estas fechas también vio la luz ‘La estrella misteriosa’, que hubo de sufrir numerosas reescrituras debido al paso de los años y al cambio de mentalidad occidental, dada su original visión nada gentil hacia los judíos: la obra fue escrita, y no casualmente, en el momento en que el periódico ‘Le Soir’, en cuyas páginas se publicaban las tiras de Hergé, funcionaba como el principal medio belga durante la ocupación nazi dell país. El fin del régimen alemán coincidió con la exótica ‘Las siete bolas de cristal’, que demostró, inadvertidamente, las intenciones del autor de no vincular a su personaje en modo alguno con la Segunda Guerra Mundial: otra de las críticas más sonadas que el dibujante ha recibido a lo largo de su carrera ha sido la desigual importancia que ha concedido a distintos conflictos geopolíticos mundiales a la hora

Un nonagenario de culto CRISTINA FERNÁNDEZ ALVAREZ DE EULATE

Periodista vallisoletana residente en Bruselas

E

ntre los más de 30.000 viajeros que frecuentan a diario la estación de tren de Bruselas Sur, un joven vestido de vaquero a bordo de una locomotora llama enseguida nuestra atención. Tintín, el reportero más conocido del mundo, nos da la bienvenida a la ciudad que le vio nacer en 1929 desde una pintura mural de 64m² en blanco y negro inspirada en la historia ‘Tintín en América’. A escasos metros de la estación, un enorme cartel luminoso con los rostros de Tintín y Milou nos desvela la ubicación de la editorial Lombard, fundada en 1946 para asegurar la distribución y venta de ‘La revista de Tintín’. Protagonista de una de las historietas europeas más in-

Autorretrato de Hergé (Georges Remi) con sus personajes. fluyentes del siglo XX, Tintín es omnipresente en las calles y escaparates de Bruselas. Si bien sus más fieles seguidores han envejecido, este nonagenario de culto todavía seduce tanto a belgas

como a turistas de todas las edades y procedencias, especialmente a los asiáticos. No en vano, de los tres millones de ejemplares de Tintín vendidos anual-

(una nueva incursión del periodista a Latinoamérica, esta vez a la cultura incaica peruana), vio la luz en 1950 uno de los proyectos más maltratados de Hergé: ‘Tintín en el país del oro negro’, iniciado diez años antes y que se hubo de aparcar por la invasión de Hitler. Como viene siendo habitual cuando todos los factores circunstanciales se alinean en contra de un proyecto, su resultado final termina arrojando una solidez envidiable. Es esta una de las narraciones más humorísticas del periodista, que vuelve, como ya hiciera en ‘La oreja rota’, al tema del petróleo y los intereses empresariales esta vez sobre países ficticios de cultura árabe y ubicación asiática, en un tímido camuflaje de Palestina.

vestre Tornasol, quien se suma a la sempiterna caza de un botín pirata en dos de las apariciones con mayor encanto de la trayectoria de Tintín.

mente en el mundo, la mitad son adquiridos en China. Ya sea en forma de cómic, figurín o póster, el universo de Tintín es un valor seguro y represen-

Final de la leyenda

de darles eco en las páginas de su héroe más célebre. Tras esta aventura, que también forma dúo junto a la entretenida ‘El templo del sol’

ta un tercio del volumen de ventas de las librerías del centro de la ciudad. Bélgica, capital mundial del cómic, rinde un constante homenaje a Tintín y a Hergé en forma de frescos monumentales, decoración de trenes, aviones o estaciones de metro, estatuas, sellos o monedas (este febrero se ha lanzado una pieza conmemorativa de 5 euros con motivo del 90 aniversario de Tintín). Incluso es posible degustar el güisqui del Capitán Haddock, el Loch Lomond, en el céntrico café Comics. A dos pasos de la Grand Place, el Centro Belga del Cómic cuenta con una sección entera a Hergé donde se puede encontrar abundante información sobre el personaje y su creador, junto con otros grandes personajes del cómic como Los Pitufos, Nero y Lucky Luke. También es posible observar la evolución del personaje desde un dibujo casi sin rasgos distintivos publicado en la tira original del periódico ‘Le Petit Vingtième’ al Tintín a todo color de ediciones posteriores (aquel que ya luce su característico tupé naranja en el coche descapotable de ‘Tintín en el país de los soviets’). De la misma manera, y gracias a sus viajes por el mundo, Tintín es un excelente

Muy querido por los incondicionales de Hergé es el siguiente díptico, ‘Objetivo: la Luna’ y ‘Aterrizaje en la Luna’, dos volúmenes con ciertos toques dramáticos ausentes en los anteriores álbumes, transparentes ecos de la literatura de Julio Verne e increíblemen-

maestro de la geografía y la atmósfera de Bruselas. Desde el mercadillo de la plaza de Jeu de Balle de ‘El secreto del Unicornio’ al Palacio Real de ‘El cetro de Ottokar’, la ciudad es el telón de fondo de muchas de las aventuras del infatigable reportero. Hergé se inspiró en infinidad de rincones típicamente bruselenses para ambientar los mundos visitados por Tintín y dotó a sus personajes de nombres del dialecto y el folklore de la ciudad, tales como el poderoso sheik árabe Bab-El-Ehr (el parlanchín), el barón Almaszout (el que está hecho de petróleo) o el magnate corrupto R.W Chicklet (marca belga de chicles). La desaparición de su creador en 1983 obligó a Tintín a hacer las maletas y a instalarse en el Museo de Hergé, en Lovaina la Nueva. Este lugar mágico, luminoso y audaz reúne más de 80 planchas originales, 800 fotos, documentos y objetos diversos del universo del personaje. A partir del 10 de febrero y con motivo del 90 aniversario, las planchas originales en blanco y negro de la polémica aventura de ‘Tintín en el Congo’ se expondrán por primera vez y de forma excepcional junto a aquellas que han sido recientemente remasterizadas y coloreadas.


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te ricos en detalles astrofísicos y en documentación científica, que propiciaron, en definitiva, que Tintín diera ese paso, pequeño para un hombre pero grande para la humanidad, una década antes que el mismísimo Neil Armstrong. Tras una muy entretenida entrega con toques de espionaje en ‘El asunto Tornasol’, la saga vuelve a resentirse en ‘Stock de coque’, una fábula antiesclavista que cae de nuevo en el paternalismo hacia la raza negra que el autor ya mostrara con el

número del Congo, y ‘Tintín en el Tíbet’, de inusitado corte sobrenatural y del todo punto impropio para el canon del personaje. Estas dos nuevas bajadas parecían ser el impulso de la última carrerilla de Hergé a lo más parecido que haría a un cómic redondo: ‘Las joyas de la Castafiore’, que intercambia el exotismo y los viajes alrededor del mundo por una historia de intrigas de salón, cercana a la narrativa de género y suspense que entonces triunfaba en las novelas

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de kiosco y en la televisión. Su humor, su sentido del ritmo y su calculado desarrollo hacen el resto; tras ella, Hergé firmó sus dos últimos números en ‘Vuelo 714 para Sidney’ (como Spielberg con Indiana Jones, volvió a patinar al enfrentar a su más icónico héroe a una aventura con la implicación de los extraterrestres) y ‘Tintín y los pícaros’, un descafeinado regreso a las tramas latinoamericanas cuyo resultado final queda bastante lejos de los intentos precedentes. ‘Tintín y el Arte-Alfa’ fue el último álbum de su autor, fallecido en 1983; una prometedora mezcla de intriga con

mercadeo de arte y conspiraciones de organizaciones secretas, inacabada y cuyas planchas quedan para deleite de los completistas. Pero este abrupto final, sumado a la mano de hierro con la que la fundación Hergé lleva todo lo relacionado con el legado de su emblemático personaje, ha hecho casi diluirse a un Tintín que apenas pervive en puntuales pastiches (uno de ellos le lleva hasta nuestra Barcelona y otro duramente criticado, ‘El loto rosa’, vino firmado por el aplaudido Antonio Altarriba). Ni siquiera ha sido rescatado, aún, por esa nostalgia generacional que tanto marca hoy nuestra cultura pop, más volcada en los productos audiovisuales nacidos a lo largo del siglo pasado.

‘Tintín y el Arte-Alfa’ fue el último álbum de su autor, fallecido en 1983; una prometedora mezcla de intriga con mercadeo de arte

Tintín, con los incansables funcionarios Hernández y Fernández, dos metepatas concienzudos. Al lado, portadas en francés y en castellano de algunos de los tomos.

CARLOS AGANZO

Tintín, prototipo europeo

U

n profesor suizo, unos detectives franceses, una cantante italiana, un marino ¿británico…? Consciente o inconscientemente, a través de los personajes secundarios que acompañan a su protagonista, Hergé construyó en ‘Las aventuras de Tin-

tín’ un retrato fidedigno de esa Europa que, a pesar del desastre de las guerras mundiales, se negaba con insistencia a renunciar a su condición de cuna de la vieja civilización occidental frente a la fascinación de un mundo exótico. De hecho, y quizás con la excepción de Milú, en su pe-

culiar manera de hacerse entender más allá del lenguaje, Tintín es el único personaje cien por cien belga del grupo, como lo demuestra su resistencia a cambiar los bombachos por unos pantalones vaqueros hasta la última entrega de la serie. Del capitán Haddok, por ejemplo, la incóg-

nita de su procedencia se mantiene hasta el final. En su nombre lleva el ‘had hoc’, es decir, el perfil especialmente concebido para el papel de viejo lobo de mar: gorra, jersey adornado por un ancla, pipa y barba bucanera. Pero sobre él pesa también la leyenda británica del abadejo, o del eglefino: ‘ha-

dok’, el «triste pescado inglés» al que se refería la esposa de Hergé. Aunque su apellido provenga del caballero francés de Hadoque, y aunque finalmente eche el ancla en el castillo de Moulinsart, inspirado en el viejo ‘château’ de Cheverny, en el valle del Loira, lo cierto es que Haddok no bebe cerveza belga ni vino de Burdeos, sino whisky escocés: ‘single malt’ Loch Lomond, el del ciervo, debilidad que comparte únicamente con Milú. Al lado del capitán, sin duda el personaje más querido de la serie es el del profesor Tor-

nasol, que tardó en tomar forma definitiva hasta ‘El tesoro de Rackham el Rojo’, si bien se fue perfilando con antecedentes como el egiptólogo Filemón Ciclón o el numismático y filatélico (sólo le faltaba ser colombófilo para igualarse a la figura del español Pantuflo Zapatilla) Néstor Halambique. El modelo que utilizó en este caso Hergé para su personaje, prototipo del sabio despistado, fue el suizo Auguste Piccard, inventor del batiscafo, muy célebre en su época, por cierto, por haber ascendido a la estratosfera,


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La infancia tratada con respeto A hora está asumido. No hay cuestión, por intrincada que parezca, capaz de resistirse al ritmo visual del cómic: desde la ascensión del nazismo en clave parabólica, al largo, poético, mítico y actualizado regreso a Ítaca; desde el repaso documental de la revolución cubana, a la concienciación social de un mundo envejecido o sumido en la desigualdad. Pero no siempre fue así. Consideremos que hace una centuria, cuando la tira cómica de las publicaciones periódicas reinaba gracias a la sátira, acaso se esperaba de ella una oportuna tergiversación de la realidad, el apoyo beligerante de una idea, a menudo atrincherada, la explosiva sinrazón de la crítica a una situación social defectuosa. Así se presentaba la punta seca en los diarios y semanarios impresos en papeles de pulpa, hasta que la mirada discreta y ordenada de un antiguo boy scout con mano y paciencia para el dibujo de línea limpia trazó las características de un nuevo paradigma juvenil. Po-

RAFAEL VEGA

dría asumirse que Georges Remí fue un historietista tan respetuoso con sus jóvenes lectores que asumió su misión en ‘Le Petit Vingtième’ con un sentido pedagógico inusitado para el medio gráfico. Los asuntos serios no solían someterse a la comicidad de la viñeta. La verdad de la muerte, de la injusticia o del tormento no eran asunto a tratar por las tiras destinadas a los niños, hasta que Tintín cosió ambos mundos antagónicos: la seriedad policial de Dupond y Dupont con su hilarante desenvoltura; los valores filantrópicos de Haddock con su retahíla de defectos y torpezas; o la gallardía del joven reportero, sagaz y resuelto muchacho que jamás envejece, como un Peter Pan al uso, aunque poseedor, sin embargo, de un marcado sentido ciudadano. En Tintín, además de los

bombachos de veterano explorador que Lord Baden Powell dibujó en su mítico manual ‘Escultismo para muchachos’, Hergé incorporó muchas de sus planificadas y heroicas virtudes. El joven reportero belga, siempre acompañado de su fiel amigo Milú, no sólo es leal, abnegado y puro, como recuerdan los dedos índice, corazón y anular en el saludo de todos los scouts del mundo, sino que también pone en todas y cada una de sus aventuras su fortaleza y empeño al servicio y protección del débil, tal y como indica también en el saludo scout el pulgar sobre el dedo meñique. Quizás sea fácil criticar a estas alturas de nuestro cuento colectivo la caducidad e impertinencia de alguno de los valores y prejuicios que encarna el muchacho belga capaz de interesarse por lo significativo y lo insignificante con igual resolución. Sin embargo, apurar tanto con nuestros escrúpulos actuales a su autor, que igual podía dejarse influir por la grandilocuencia moral

de Kippling como por la ensoñación tecnológica de Verne, arrasaría con la literatura aventurera del siglo XIX y, por supuesto, con gran parte del cine brotado desde los años treinta y cuarenta. Ni las aventuras del Tarzán de Richard Thorpe, repleto de racismo colonial, ni el costumbrismo de Tracy y Hepburn guiado por Cukor, ni siquiera la superioridad moral y socarrona de Indiana Jones saldrían intactos ante un afeitado semejante. Porque lo cierto es que, a pesar de la caducidad de muchos de sus puntos de vista, gracias a la paciente, meticulosa y documentada mano de Hergé millones de pequeños lectores se empaparon de los detalles de un mundo inaccesible por otros medios. De los rincones más inhóspitos del planeta a la sofisticación técnica real e imaginable; de las costumbres atávicas repartidas por el mundo a las tendencias sociopolíticas más vanguardistas. Y si bien es posible hallar en los pliegues de su personalidad todas y cada una de las virtudes del joven de carácter que difundía por entonces Tihamer Toth, y que tanto influyeron en la juventud cristiana del siglo XX, tampoco es desdeñable la evolución personal de Tintín a lo largo de tantas aventuras hasta incluir en una de las mejores matices espirituales como la telepatía, la premonición, la videncia y los mitos y leyendas populares.

blogs.elnortedecastilla.es/elavisador/

junto con su mujer, en una cápsula presurizada colgada de un globo. Detrás de su sordera y de su genio como inventor, Arsenio (Tryphon, en el original) Tornasol escondía sin embargo un alma sensible, un amor secreto y platónico hacia la Castafiore, hasta el punto de darle su nombre a su más bella variedad de rosas. La italiana Bianca Castafiore, más conocida como ‘El Ruiseñor Milanés’, encarna a la perfección el múltiple latido de la gran ópera europea de los siglos XIX y XX. Especialista en

Puccini y en Rossini, sin embargo su más célebre interpretación es la del ‘Aria de las joyas’ del ‘Fausto’, de Gounod, ese «Me río de verme tan bella en el espejo» que fomenta, por partes iguales, el encantamiento de Tornasol y la

Un grupo variado que se afirma y se reafirma en su condición del centro del mundo conocido

huida despavorida de Haddok. Aunque Hergé ni lo reconoció ni lo desmintió jamás, permitiendo que se mantuviera el misterio, lo cierto es que los detectives Hernández y Fernández tampoco se inspiraron en un modelo belga, sino más bien en uno francés. Concretamente en los dos detectives que aparecieron en la revista parisina ‘Le Miroir’, vestidos de negro, tocados con bombín y adornados con mostacho, escoltando a un detenido. Sólo el bigote, con forma de T invertida en el caso de Hernández (Dupont) y rec-

to en el de Fernández (Dupond) diferencia a esta pareja, que se suma a una tradición de innumerables policías cómicos franceses. Un grupo variado, en definitiva, que sobre las inquietudes viajeras y reporteriles de Tintín, representa esa imagen de la Europa que se afirma y se reafirma en su condición del centro del mundo conocido. Con todos sus aciertos. Y sus excesos. Algo que sin duda ha tenido que ver con el éxito del personaje mucho más allá de las fronteras de Bélgica.


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Jeff Bridges interpreta a Preton Tucker en la película de Francis Ford Coppola (1998).

Tucker, el sueño de Coppola E

l de Preston Tucker tenía todos los ingredientes de un sueño americano: ambición, imaginación, riesgo, y espectáculo. Desde su primer trabajo, cuando adopta unos patines para recorrer los pasillos de la Cadillac Motor Company y así repartir más rápido el correo (la iniciativa terminó en despido cuando en un ángulo de un pasillo se estrelló contra su jefe), hasta convertirse en constructor de sus propios automóviles, su trayectoria vital es la un aventurero. Tras su experiencia sobre patines, se convierte en policía pero pronto retorna a su pasión, el automóvil, convirtiéndose en vendedor e incluso en fabricante de coches de carreras, los Miller-Tucker, que correrán en Indianápolis en 1935. Al estallar la Segunda Guerra

Mundial, funda la Tucker Aviation Corporation , en Michigan, para surtir al ejército. Finalizada la contienda ha de reorientar su trabajo. Por fin va a poder realizar su viejo sueño: crear su propia marca de automóviles. En 1945 la industria del automóvil americana está en plena parálisis creativa. En 1943 y 1944 se había detenido la construcción de coches particulares y las fábricas solo producían vehículos militares o aviones. Tras este paréntesis se reanuda la fabricación de automóviles particulares, pero en la mayoría de los casos son antiguos modelos de 1942. Hasta 1949 no empiezan a aparecer coches con una estética más moderna pero, aparte de esto, los tres grandes de Detroit, Ford, General Motors y Chrysler, son poco innovadores. Sin embargo el

clima de reconstrucción es propicio a los ambiciosos, independientes y aventureros, a los pequeños constructores capaces de ofrecer algo diferente. Pero nadie tiene la audacia de Preston Tucker. Él, que había vendido coches de otros, quiere ver su nombre en la entrada de una fábrica. En esta época, el gobierno americano pone a disposición de los particulares la posibilidad de comprar o alquilar, a precios irrisorios, fábricas militares que han perdido su utilidad. Tucker se hace con las instalaciones que habían servido a Dodge para fabricar los motores de las fortalezas volantes B-29. Para utilizar esta planta, ha de justificar un capital de quince millones de dólares, que no tiene. Un contrato de alquiler es firmado el 18 de septiembre de 1946 con

ARTE EN MOVIMIENTO SANTIAGO DE GARNICA

el compromiso de reunir el dinero antes del 1 de marzo del siguiente año. Nace así la Tucker Corporation. Tucker debía llenar la caja pero para convencer a los accionistas tenía que mostrarles el coche revolucionario que había prometido. Consciente de la importancia del diseño en la sociedad del American Way of Life, recurre a uno de los talentos más originales, Alex Tremulis, que realizó el boceto del coche en seis días. Tucker quería, y necesitaba, terminar el coche en dos meses y que fuera visible bajo la forma de un prototipo rodante, no una simple maqueta. Tremulis, fanático de la aerodinámica, tenía libertad para que fuera diferente a todo. Como punto de partida Tucker había decidido que su coche llevara el motor atrás, disposición poco extendida en esta época y menos entre las grandes berlinas, todas con motor delantero. El prototipo, bautizado como Tin Goose, se terminó en cien días y si bien se habían utilizado algunos elementos de un Oldsmobile de 1942, no se parece en nada al resto de grandes automóviles americanos: silueta baja, un frontal con la entrada de aire del radiador integrada en el parachoques y un faro central que giraba en sentido de la dirección, puertas tipo autoclave mordiendo el techo y sin vier-

teaguas, trasera afilada, seis tubos de escape…. Y un interior amplio, confortable y buscando cuidar la seguridad, algo inédito en esta época. El 19 de junio de 1947, Preston Tucker presenta en Chicago, ante cinco mil personas, el Tin Goose, e inicia una tournée por todo el país con puestas en escena dignas de Hollywood. Hay muchos encargos (entre ellos el torero Manuel Rodríguez Manolete) y dos mil personas compran las franquicias para convertirse en distribuidores de la marca. El desarrollo del coche continúa y el motor original, sin tiempo para afinarlo, da problemas. Preston Tucker decide recurrir a un motor de helicóptero, un seis cilindros flat refrigerado por aire de la firma Aircooled Motors. El primer coche de serie sale de la fábrica el 9 de marzo de 1948: es espectacular y diferente. Algunos centenares de accionistas visitan la fábrica. Aparentemente la cadena funciona. Pero la realidad es otra. No queda dinero y los funcionarios de la Stock & Exchange Commision, desde hace tiempo intrigados por el derroche continuo del empresario, entran a saco en los despachos y se encuentran con unos números rojos que superan las peores predicciones. En agosto de 1948 la fabricación cesa, cuando tan solo cincuenta y un coches se han


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Tras la guerra, el gobierno permite comprar o alquilar, a precios irrisorios, fábricas militares sin utilidad Hay muchos encargos del Tin Goose, entre ellos el del torero Manuel Rodríguez Manolete

Con el motor atrás atrás, el maletero pasaba al frontal frontal, como mostraba el propio Tucker. Arriba, un Tucker en el Museo del Automóvil de Blackhawk. A la izquierda, vista posterior del modelo.

terminado realmente. Los obreros son despedidos, y accionistas y concesionarios, que han invertido 26 millones de dólares, emprenden acciones legales. El 28 de enero de 1950 finaliza el largo proceso: Preston Thomas Tucker es absuelto de los cargos pero su aventura ha terminado. Muere de un cáncer el 26 de diciembre de 1956. Poco antes ha escrito un artículo para la revista Cars ¿Su título? «Mi coche era demasiado bueno».

La película

Francis Ford Coppola y George Lucas ante el Tucker 1037.

Entre aquellos compradores que habían encargado un Tucker, hay un reconocido compositor y director de orquesta: Carmine Coppola. Le

apasionan los automóviles: Uno de sus hijos lleva como segundo nombre el de Ford, en honor a Henry Ford, y delante el de Francis. Si, es Francis Ford Coppola, que se convertirá en el creador de inolvidables películas como ‘Patton’, ‘El padrino’, ‘La conversación’ o ‘Apocalypse Now’. Y resarcirá a su padre comprando, en 1979, uno de los Tuckers fabricados, al que más tarde seguirá una segunda unidad. Le obsesiona la marca, y la personalidad de su creador. Y en 1988 estrena ‘Tucker: The man and his dream’ (Tucker: el hombre y su sueño), producida –el film cuesta 24 millones de dólares– por George Lucas, propietario de otro

Tucker. Coppola, que rueda la película en un momento complicado de su vida (acaba de perder un hijo en un accidente), la firma como Francis Ford, un detalle muy significativo: el segundo nombre solo lo utiliza en aquellos trabajos que realmente considera como suyos y no como un encargo. El director refleja en ella el carácter aventurero, de incomprendido, de luchador contra las grandes compañías, de Tucker, un papel con el que el mismo se identifica. Quizás por ello es algo indulgente con su personaje, interpretado por Jeff Bridges, y lo transforma en un ser carismático y en una víctima. E incluso modifica su entorno familiar. Por cierto que la bellísima Joan Allen interpretará el papel de su esposa Vera, junto a Martin Landau como Abe Karatz, uno de los primeros promotores de la compañía, o el actor canadiense Elias Koteas como Alex Tremulis. Coppola adapta igualmente algunos de los episodios de

la gestación del coche. Tucker había alquilado la pista de Indianápolis para realizar las pruebas de su coche (utiliza ocho unidades) rodando a elevadas velocidades, mientras que Coppola hace estas pruebas en un circuito de 800 metros. Si en el guion hay bastantes licencias, en cambio fueron muy rigurosos con la esencia del proyecto de Preston y con los coches: se emplearon no menos de veintidós Tucker auténticos (casi la mitad de los fabricados). En algunas escenas de las cadenas de montaje se incrementó el efectivo encargando en el especialista Tom Sparks trozos de carrocerías en plástico. Y en el plano en que se ve un Tucker accidentado, se trata de un Studebaker disfrazado. Pero en definitiva el filme despertó el recuerdo de un sueño americano, el de Preston Tucker, una vida con todos los ingredientes de una película. Solo quedaba rodarla, y Francis Ford Coppola lo hizo, con la banda sonora, claro está, de Carmine Coppola.


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LECTURAS

PARADOJAS DE VICTORIA KENT Carmen de UriosteAzcorra permite acercarnos a la complejidad de una pionera y a lo complejo de su tiempo JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN

V

ictoria Kent fue pionera en muchas cosas –la primera mujer que obtuvo el título de doctor en Derecho, la primera que actuó de abogado defensor ante un Consejo de Guerra, la primera que desempeñó el cargo de Directora General de Prisiones– y sin embargo se la recuerda sobre todo por haberse opuesto a la concesión del voto a la mujer en las cortes republicanas. Y es que nadie es de una pieza y menos que nadie Victoria Kent. ‘De Madrid a New York’, el misceláneo volumen preparado por Carmen de Urioste-Azcorra, nos permite acercarnos a su complejidad. Y a la complejidad de un tiempo, la España de la república, del exilio y de la transición, lleno de claroscuros. Victoria Kent destacó desde el principio como uno de los rostros emblemáticos de la España republicana. Su condición de mujer le valió todo tipo de denuestos. Y su nombramiento como Directora General de Prisiones fue motivo de rechazo y de toda

clase de bromas, no solo en las derechas. El propio Azaña comenta negativamente su trabajo al dar noticia de la dimisión en su diario: «Victoria es generalmente sencilla y agradable y la única de las tres señoras parlamentarias simpática… Pero en su cargo de Directora General ha fracasado. Demasiado humanitaria, no ha tenido por compensación dotes de mando. El estado de las prisiones es alarmante. No hay disciplina. Los presos se fugan cuando quieren». Como vemos, el machismo no era patrimonio entonces de una sola ideología. Es cierto que Victoria Kent humanizó las prisiones, que mandó fundir los hierros y los grilletes que todavía se utilizaban para hacer con ellos un busto de Concepción Arenal, que concedió permisos de salida por razones de salud o familiares. Pero también es cierto que ninguno de esos presos dejó de volver a la cárcel en la fecha prevista. Y que la fuga más célebre

DE MADRID A NEW YORK. Artículos, conferencias, cartas Edición de Carmen de Urioste-Azcorra. Renacimiento. Sevilla, 2018.

de las cárceles republicanas, la de Juan March, ‘el último pirata del Mediterráneo’, no ocurrió cuando ella estaba a cargo de las prisiones. Victoria Kent demostró con los hechos que podía desempeñar labores hasta entonces reservadas a los hombres, pero en el momento decisivo apareció como enemiga de los derechos de la mujer. El 1 de octubre de 1931 intervino en la Cortes Constituyentes de la República para defender que la concesión del voto a las mujeres debería aplazarse. ¿Razones? Para variar de criterio –explicó–, necesitaría ver a las mujeres en la calle pidiendo escuela para sus hijos, oponiéndose a que los envíen a Marruecos, exigiendo lo necesario para la salud y la cultura de sus hijos… Más de cuarenta años después, ya en la transición española, y en una entrevista concedida a la revista Triunfo, Victoria Kent seguía considerando el cuidado de los hijos la principal ocupación de la mujer: «Mientras esté en nuestras manos la crianza y formación de los hombres, esa seguirá siendo la primera tarea de toda mujer, el principal objetivo femenino». Antes ha afirmado que «la mujer es un hogar y tiene una responsabilidad especial ante la familia y ante los hijos». Ella, sin embargo, no tuvo hijos y durante más de treinta años convivió con otra mujer, la millonaria norteamericana Louise Crane, cuya fortuna sirvió para financiar una de las más importantes revis-

EL TALISMÁN DE LA COSTURERA

NOIR

H

ace no mucho adquirí el tomo único y pesado que recopila, nuevamente –no sé cuantas veces van ya, y no es una queja–, los doce números de Watchmen, novela gráfica que fue uno de los grandes hitos de la mitología superheroica, y del arte del cómic en general. También de la literatura. En esta ocasión, la recopilación es en blanco y

CIRO GARCÍA

negro. Es la razón de haberme precipitado a compararla, a pesar de que aún conservo las grapas de los años ochenta, y otro volumen recopilatorio. Me gusta el cómic en blanco y negro. De hecho, tiendo a pensar que hay demasiadas ocasiones en que el color llega para estropear lo que era un trabajo redondo. Recuerdo, de niño, haber leído otro cómic legendario, aun-

que entonces no sabía que lo era: la aparición estelar de Lobezno enfrentándose a Hulk. Me llegó en blanco y negro, y creo recordar, aunque han pasado muchos años, y todos saben que Mnemosine es una mentirosa, que el capítulo en cuestión estaba añadido al final de un cómic del Caballero Luna. Era algo corriente en los setenta, comprabas por ejemplo un Batman, y encon-

Victoria Kent. :: EL NORTE tas de oposición al franquismo, Ibérica, que se publicaba en Nueva York en español y en inglés. Pero nunca aludió públicamente a esa relación. Incluso la financiación de la revista habría sido, si hemos de creerla, exclusivamente cosa suya: «Yo tenía un apartamentito alquilado en Nueva York, había ahorrado un poquito de dinero con mi trabajo en México, y decidí invertirlo en la funda-

Adelantada a su tiempo, Victoria Kent acabó sobrepasada por su tiempo

ción de una revista Ibérica, que ha durado casi veintidós años de publicación mensual ininterrumpida». Una de las características de esa revista era su anticomunismo militante, que nada tenía que envidiar al del franquismo. Salvador de Madariaga, uno de sus colaboradores más destacados, se queja de que se publique al comunista Juan Goytisolo. La directora se esfuerza en con-

trabas una historia del justiciero de Gotham y luego otra de los Nuevos dioses, de quienes nunca habías oído hablar, pero que molaban –bueno, aún no molaban, porque aún no sabía lo que era molar–. El caso que pocos años después, la misma historia, en color, me gustó menos. Era menos niño, pero niño aún. A día de hoy, gracias a Internet, he podido comprobar que el infante, o los infantes, que fui, tenían razón: el color lo estropeaba. Daba un nosequé de chabacanería, disipaba la épica. En realidad la mayor parte del cómic americano de los setenta y ochenta adolece de un color destructivo, merman-

te. Tampoco he entendido nunca la necesidad de dar color a obras como el ‘Mayor Fatal’, perfecta en sus líneas, y colorear a Corto Maltés me parece merecedor de un rincón en el infierno. Por supuesto que hay cómics a color que me gustan, incluso los hay que no son concebibles sin él – ‘Descent’, por ejemplo-. Cómics en los que el color se integra armoniosamente. Curiosamente, Watchmen era uno de estos. Una excepción, casi. El color de Wacthmen nunca me molestó, quizás porque se integraba perfectamente en la línea. Incluso tenía su importancia –el smayli amarillo salpicado de sangre, el

azul cobalto del Doctor Manhattan, el rosa y rojo de Marte–. A pesar de todo, corrí a comprarme la versión en blanco y negro. En general gana –salvo por el doctor, salvo por el smayli–. El título de la edición, ‘Watchmen Noir’, anuncia el ligero cambio de percepciones que la línea desnuda de Gibbons aporta a la historia de Moore. ‘Watchmen’ comienza como una novela negra, y el blanco y negro lo enfatiza. En realidad, es una novela con mayúsculas, difícil. No exagera Times Magazine al incluirla entre las cien mejores novelas desde 1923. Quizás tampoco sea mucho decir que es


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vencerle de que no hay motivos para pensar que lo sea: «no he leído nada, ni en libros suyos ni en artículos, de lo que se pueda deducir su comunismo». ‘Ibérica’, continúa Victoria Kent, sigue la línea que se marcó desde su aparición, «antifranquista y anticomunista». Madariaga, en cambio, era más lo segundo que lo primero y no tuvo ningún inconveniente en publicar en el ABC. Victoria Kent, que tras la guerra se dedicó a ayudar a los refugiados en Francia a marchar a América antes de la llegada de los alemanes, no pudo hacer lo mismo. Cuatro años en París (1940-1944), su libro más literario, narra su estancia clandestina en esa ciudad bajo una leve máscara novelesca. Algunos de los artículos que publicó en Ibérica, como la necrológica dedicada a su amiga Julia Yruretagoyena, confirman que sabía escribir con eficacia y emoción, pero aunque mantuvo siempre un gran interés por la literatura (se ocupa varias veces de Juan Ramón Jiménez e incluso da noticia de un libro de Félix Grande), sus preocupaciones fueron sobre todo sociales y políticas. Este volumen vale así, fundamentalmente como documento histórico. Adelantada a su tiempo, Victoria Kent acabó sobrepasada por su tiempo. La victoria de las derechas en las elecciones de 1933 pareció darle la razón en la necesidad de retrasar el voto de la mujer. Solo lo pareció: el voto es un derecho, no una generosa concesión, y no depende –obvio resulta decirlo– ni del grado de cultura del votante ni de cuáles puedan ser sus preferencias políticas.

una de las grandes novelas en inglés del último tercio del siglo XX, sea en el idioma que sea. Mucho podría decir sobre los temas, la narrativa de fuertes influencias joycianas, el uso del tiempo, de la metaficción, la perfecta construcción de los personajes que se cuestionan y nos cuestionan. ¿Quién es el malo?, ¿hay un malo?, son solo dos de las cosas sobre la que la novela nos deja pensando. Otra, no menor, es si la humanidad merece la pena. Pero no hay más espacio y muchos, mejores, más sabios que yo, ya han hablado en abundancia.

UN ZOÓLOGO ESPAÑOL EN LA PLATA ‘Patagonia’, Premio Ciudad de Salamanca, novela la vida del naturalista Ángel Cabrera, protegido de Ramón y Cajal VICTORIA M. NIÑO

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iene ingredientes de reportaje, de ensayo biográfico y de novela. Descubre un personaje escondido en los pliegues de la ciencia entre Ramón y Cajal y Rodríguez de la Fuente. Entrevera la exposición histórica de la España y la Argentina del primer tercio del siglo XX con un homenaje al Madrid de finales de esa misma centuria. ‘Patagonia’ le ha valido a Án-

gel Aguado López el XXII Premio de Novela Ciudad de Salamanca y al lector, la oportunidad de asomarse a la vida de un perdedor que dejó su huella en la literatura naturalista, la de Ángel Cabrera y Latorre. El autor despliega sus dotes periodísticas para reconstruir la vida del zoólogo que marchó a Argentina a partir de los testimonios de sus familiares, echa mano de la historia para enmarcar los trabajos de Cabrera y ata la historia al presente con el recurso de una joven bonaerense que viene a ver las láminas del naturalista. Un acreditado centinela le mostrará las pinacotecas madrileñas y otras artes nacionales. Perteneciente a una familia de «alcurnia intelectual y poco dinero», Cabrera (18791960) se doctoró en Filosofía y Letras y trabajó como periodista e ilustrador para sobrevivir hasta que se dedi-

Ángel Aguado. :: J. FORMIGO có a su pasión científica, el estudio de los animales. Participó en una expedición al norte de Marruecos en la que ‘retrató’ en sus acuarelas a la fauna norteamericana, fue taxidermista de grandes animales como el elefante de los Alba y un excursionista curioso por la sierra de Madrid. Recorrió estaciones biológicas con su esposa palentina,

María Aguado, segundo personaje utilizado por el autor para hablar de las limitaciones de la mujer al inicio de siglo. Fue becado por la Junta de Estudios, una de las instituciones que promovieron la ciencia española antes de la cesura de la guerra, y trabajó en el Museo de Ciencias de Madrid. La imposibilidad de crecer académicamente sin los títulos que le pedían hace que Ramón y Cajal le recomiendo para dirigir el Museo de Ciencias de la Plata, donde se traslada con su familia. Ya no volverán. Homenaje al zoólogo que afrontó las envidias profesionales y los prejuicios religiosos –su padre era un pastor protestante– a ambos lados del Atlántico; homenaje a su esposa, que representa a todas las mujeres a quienes se negó una formación superior a pesar de sus dotes y se les conminó a la costura y la vida social y homenaje a una co-

PATAGONIA Ángel Aguado López. XXII Premio de Novela Ciudad de Salamanca. 248 páginas. 19 euros

munidad humana que se diluyó entre los escombros de la guerra. Ángel Aguado trenza inteligentemente esa generación con su Madrid coetáneo en el que ha fotografiado a varios de los personajes citados, a los de la Movida que el cicerone va mostrando a Julieta. La historia de amor entre ambos es un azucarillo disuelto en medio del fascinante recorrido de la mano de Cabrera. Una memorable expedición.

BOCETO DE BALTHUS EN UN CÓMIC :: V. M. NIÑO

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an longevo que parece que nació viejo, Balthus (19082001) vuelve a resucitar el debate de la pederastia en el arte esta semana con la exposición que le dedica el Museo Thyssen-Bornemisza. Parejo a la muestra, Astiberri publica un cómic biográfico de Tyto Alba que acerca los inicios del enigmático artista. Alba, ya con probado oficio en las biografías gráficas de Picasso y Fellini, evita la linealidad y destaca varios momentos clave de la vida de Balthasar Klossowski de Rola. En su melancólica infancia encuentra su modo de expresión en el dibujo, casi expresionista, muy parecido al del grabador Masereel. Para cuando se instala en el París de las vanguardias, cuando comparte absenta con Miró, Picasso, Matisse y se hace íntimo de Giacometti, Balthus comienza su regresión estilística respecto a sus compañeros de noche. Pasio-

nal y sensible, el primer enamoramiento casi le cuesta la vida. Tyto Alba dibuja la necesidad de espacio y silencio de un Balthus nacido para vivir en castillos. Malraux le ofrece dirigir la Academia Francesa en Roma y se lanza a restaurar la Villa Medicis. Ese cargo le lleva a Japón, donde conoce a su segunda esposa. A su mirada fascinada por el desnudo púber femenino se une el orientalismo. Destaca el ‘epílogo’, la broma de Alba sobre encuentro de dos ‘mirones’, Balthus y Gombrowicz.

BALTHUS Y EL CONDE DE ROLA Tyto Alba. Astiberri. 56 páginas. 14 euros.

Giacometti le recuerda a Balthus que debe concentrarse en su primera exposición.


10 LA SOMBRA DEL CIPRÉS

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LOS LIBROS MÁS VENDIDOS FICCIÓN ‘La muerte del comendador II.’ H. Murakami. Tusquets. ‘Serotonina’. Michel Houellebecq. Anagrama. ‘Yo, Julia’. Santiago Posteguillo. Planeta. ‘El zorro’. Frederick Forsyth. Plaza & Janés. ‘Memorias de una salvaje’. @SrtaBebi. Planeta. ‘Carvalho. Problemas de identidad.’ C. Zanón. Planeta.

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

DEFINICIONES ENCICLOPÉDICAS EN LOS DICCIONARIOS tancia académica en Montevideo, para ir de la universidad al lugar donde me alojaba tenía que tomar diariamente el ómnibus en la parada del ombú de Ramón Anador, en las inmediaciones del estadio Centenario. Pero lo curioso es que no reconozco el árbol a partir de la definición que presenta el diccionario ni me permite distinguirlo de otros. Como tampoco reconozco del todo el pino a partir de la definición del diccionario académico: «árbol la familia de las abietáceas, de tronco elevado, recto, resinoso y hojas persistentes en forma de aguja, cuyo fruto es la piña y cuya semilla es el piñón, y del cual existe diversas especies». La información sobre el fruto y la semilla es determinante; también la de las hojas; lo resinoso del tronco ayuda. Y a pesar de ello, sé distinguir a la

legua un pino albar de uno negral. Otra definición es la de ‘tomatera’: «planta herbácea anual originaria de América, de la familia de las solanáceas, con tallos de uno a dos metros de largo, vellosos, huecos, endebles y ramosos, hojas algo vellosas recortadas en segmentos desiguales dentados por los bordes, y flores amarillas en racimos sencillos. Se cultiva mucho en las huertas por su fruto, que es el tomate». Gracias a lo acumulado al final he podido saber de qué planta se trataba, y eso que las conozco, las distingo y las he cultivado. En la definición de ‘tomate’ (baya roja, fruto de la tomatera, de superficie lisa y brillante, en cuya pulpa hay numerosas semillas algo aplastadas y amarillas) es clave la circularidad «fruto de la tomatera» para saber a qué realidad se refiere.

Sepan que estamos jugando con truco porque, salvo tal vez el ombú, conocen las realidades objeto de definición. Por eso les propongo tres definiciones: una con información muy explícita en la definición (flor del rosal, notable por su belleza, la suavidad de su fragancia y su color. Suele llevar el mismo calificativo de la planta que la produce); otra con información menos explícita y con algunas inexactitudes (planta herbácea anual, de la familia de las cucurbitáceas, con tallo velloso, flexible, rastrero, de tres a cuatro metros de largo, hojas partidas en segmentos redondeados y de color verde oscuro, flores amarillas, fruto casi esférico, tan grande que a veces pesa 20 kg, de corteza verde uniforme o jaspeada y Son descripciones pulpa encarnada, granujienta, pormenorizadas de aguanosa y dulce, entre la que lo representado, pero a veces ‘lo se encuentran, formando líacumulado’ no neas concéntricas, muchas pe- ayuda al usuario pitas negras y aplastadas. Es planta muy cultivada en España); otra con información poco explícita, pero clave (arbusto de la familia de las apocináceas, venenoso, muy ramoso, de hojas persistentes semejantes a las del laurel, y grupos de flores blancas, rojizas, róseas o amarillas). Imaginen que están en un concurso y les proponen adivinar de qué realidad se trata a partir de la definición y sin posibilidad de consulta. ¿Podrían hacerlo? Ahora puede que entiendan la complejidad de las definiciones lexicográficas de este tipo y la dificultad que entraña su elaboración. Por cierto: rosa, sandía y adelfa.

 LO VAS A LEER

efinir está considerada como la actividad más difícil que un equipo lexicográfico tiene que realizar cuando este tiene como objetivo elaborar un diccionario monolingüe. Lograr definiciones precisas sigue siendo el principal escollo en la redacción del artículo lexicográfico. Las imprecisiones, circularidades, inexactitudes, aproximaciones o incorrecciones son frecuentes en algunas definiciones. Hay que señalar que no existe un acuerdo en lo que se ha de entender por definición lexicográfica y, en consecuencia, podría dudarse de que algunas explicaciones o equivalencias contenidas en los artículos de un diccionario sean verdaderas definiciones de las respectivas entradas. Existe distintos tipos de definición en un diccionario de lengua. La enciclopédica consiste en una descripción más o menos pormenorizada de la realidad representada por la palabra que se define y está representada sobre todo por palabras referentes a la fauna y a la flora. El procedimiento de este tipo de definición no es otro que acumular todo cuanto contribuya a identificar la realidad designada por la palabra que se desea definir. A veces ‘lo acumulado’ no ayuda al usuario del diccionario, sobre todo si ignora por completo dicha realidad. Ejemplificaré con algunas definiciones tomadas del diccionario de la RAE (23.ª edición, 2014). La primera corresponde a la entrada ‘ombú’ (que a muchos de ustedes les sonará a chino): «árbol de América del Sur, de la familia de las fitolacáceas, con la corteza gruesa y blanda, madera fofa, copa muy densa, hojas alternas, elípticas, acuminadas, con peciolos largos y flores dioicas en racimos más largos que las hojas». Yo sé lo que es un ombú por casualidad: durante una es-

‘Fuimos canciones’. Elisabet Benavent. Debolsillo.

NO FICCIÓN ‘Cómo hacer que te pasen cosas...’. M. Rojas. Espasa. ‘1000 recetas de oro’. Karlos Arguiñano. Planeta. ‘Maestros de la costura’. Varios autores. Espasa. ‘¡Tómate un respiro!’. M. Alonso Puig. Booket (Bols.).

#UNA VEZ EN LA VIDA Gilles Legardinier. Harper Collins. 416 páginas. 18,90 euros.

‘Sapiens. De animales a dioses’. Y. Noah Harari. Debate. ‘La magia del orden’. Marie Kondo. Aguilar. ‘La España en la que creo’. A. Guerra. La Esfera...

INFANTIL Y JUVENIL ‘El sombrero de Bruno’. Canizales. Boolino Book Box. ‘Aprendiz de profe’. Carmen Fernández Valls. B de blok. ‘Mi superabuela’. Marta Cunill. Beascoa. ‘Gira y aprende: Tablas de Multiplicar’. Varios . DK ‘El día que el mundo amaneció al revés’. Eva Moreno Villalba, Cristina Picazo. B de blok.

Esta es la historia de las personas que componen la compañía de un teatro que está a punto de cerrar. En el centro se hallan tres mujeres en un punto muerto de sus vidas. Eugenie piensa en el suicidio porque cree que nada nuevo le va a sorprender. Céline vive atrapada entre su expareja y un amante que se aprovecha de ella. Juliette se enamora del em-

pleado de un taller mecánico. En un juego de espejos entre el teatro y la realidad, Legardinier arma una historia sobre la mercantilización de los sentimientos, sobre cómo se pueden pervertir las emociones para empujarnos a hacer cosas en las que en realidad no creemos. Y así, lleva a sus personajes a discernir sobre lo que de verdad sienten y lo que piensan que deben sentir. Lo extraño es que la crítica se elabora desde el cliché de la comedia romántica.

#CORAZÓN QUE RÍE, CORAZÓN QUE LLORA Maryse Condé. Impedimenta. 176 páginas. 17,95 euros.

El prólogo presenta este libro como una colección de cuentos reales en los que la autora rememora su infancia. Ella es la octava hija de una familia antillana que ha prosperado hasta una nueva clase burguesa de la que hace alarde para ocultar sus orígenes. El clasismo convertido en una nueva forma

Más reseñas en el Instagram @lovasaleer

de racismo. Sus padres no dudan en hacer valer su posición para presumir de lo conseguido. Y eso sitúa a la autora ante una extraña sensación de pertenencia y reivindicación. Con una prosa llena de descripciones sensoriales, habla de sus primeros encuentros con el racismo, la muerte, la maternidad. Y también reflexiona sobre cómo la literatura puede despertar el compromiso político y la conciencia frente a la segregación racial y las diferencias sociales.

VÍCTOR M. VELA


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Declaración

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engua madre. Madre, porque tú me enseñaste a llamar a las cosas por su nombre. Y porque tú diste nombre a las cosas de mi corazón, con sus razones que, bien lo advirtió Pascal, la razón no entiende. Por ello me dirijo a ti llamándote madre, y no materna, y es que nacen mis palabras desde el corazón y no desde la razón, siempre, ésta, tan equilibrada y tan ortodoxa. Tan reglamentaria y prosaica, vamos. Como te conozco, igualmente, como española, que si motivos hay para adjetivarte como castellana, me gusta denominarte española, que es más propio si te hablo –así lo estoy haciendo– como uno de tus incontables hijos, que dónde se ha visto progenitora con

prole tan numerosa. Aunque ya que nadie nos escucha, lo de española es, así mismo, por joder. Perdón por hablar de esta guisa. Bueno, y sin perdón, que tú mejor que nadie sabes que la palabra malsonante, si viene al caso, es por su sonoridad exacta. Y tal como esta el patio, para alguien como un servidor que le causan tirria los grandilocuentes y quejumbrosos aldeanismos, exactísima. Te querría pedir, primeramente, perdón, y sé que me lo concederás porque qué madre se lo niega a su hijo. Te lo solicito por no estimarte como mereces; tú, que tanto me diste, que aún hoy me das. Y es que además de ser medio con el que relacionarme con mis congéneres, has alimentado

mi alma y mi intelecto con el nutriente de la letra impresa. Agarrado de tu mano para que no me perdiera, he entrado en el laberinto de mis reflexiones y, cuando te has percatado de mi desesperación al no hallar salida alguna, me has señalado la puerta que conducía a una idea trivial, en ese momento tan necesaria. Y sí, también has sido vehículo callado con el que hablo con quien, desde mi más certera inocencia, creo me cuida desde que naciera. Aquel que, en las noches que pienso infinitas, a través de ti, hace alborear el día con la luz de la esperanza que se enciende en mi recóndita conciencia. Sí, lengua madre, hora a hora presente y, porque tanto me habitué a ti, no apreciada como es debido. En mi descargo aludiré a la costumbre, a la mala costumbre, en los seres humanos que lo más bello, lo más amado, de nuestra vida se disuelve en nosotros, mimetizándose en la insipidez de la rutina. Sin em-

Sá-Carneiro y el desequilibrio creador

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ário de Sá-Carneiro (1890-1916) fue uno de los mejores y más respetados amigos reales de Fernando Pessoa, ambos son los genuinos iniciadores de la modernidad portuguesa, y el padre de Sá-Carneiro, que tenía posibles, fue quien pagó los dos números de la mítica revista ‘Orpheu’. A caballo entre un simbolismo final y extremado y el inicio de la vanguardia, Sá-Carneiro, hombre grandón y algo grueso, fue poe-

ta y prosista notable, ávido de cosmopolitismo, libertad y modernidad, que vivió en París -carteándose con Pessoabuena parte de sus tres últimos años de vida. Personaje desequilibrado (los textos lo muestran bien) solitario y lúcido, terminó suicidándose en la habitación de su hotel, con una brutal y terrible dosis de estricnina, con 26 años. Aparte de su poesía, destacan dos obras en prosa, tenidas como excepcionales, y ya traducidas al español, ‘La confesión de

Lucio’ y ‘Resurrección’(que ahora edita muy bien Amistades Particulares de Madrid) escritas ambas en el entorno de 1914 y publicadas un año después. ‘Resurrección’ es la última de las novelas cortas -y la mejor- que componen el libro ‘El cielo en llamas’. Quizá por su desarreglo visionario y porque sólo se le conoce una ocasional relación con una prostituta, se especula sobre una homosexualidad -teórica, al menos- de Sá-Carneiro, de la que daría indicios ‘Resurrec-

LOS TRIGALES AZULES ROBERTO RODRÍGUEZ

Te observo y reparo en tu niñez, lengua madre, porque tu adolescencia es perpetua, siempre estás aún por crecer

ción’, ya que el protagonista, Inácio de Gouveia (alter ego de Mario) vive una vida creativa de quimeras idealistas y se enamora de una bailarina de ‘music hall’, que lo desdeña. Como hará después con otro joven, Étienne Dalambert, motivo por el que ambos jóvenes (el deseo por la misma mujer) hacen amistad, de desean, y ocasionalmente van más lejos: «Por eso el novelista (…) vivió sumido en una larga excitación sexual; a la vez como nunca, se encrespaba su ternura por Étienne, manifestándose en deseos irreprimibles de besarlo, para así expresarle su cariño…». Toda la novela -muy visionaria y llena de sinestesias- es la vida exacerbada de un joven novelista portugués en París, que adora y detesta la realidad, porque

bargo, con la intercesión del pensamiento atento, somos capaces de regresa al instante primigenio en el que todo recobra su valor verdadero. En ese segundo, la belleza que convive a nuestro lado vuelve a conmovernos; notamos cómo mece nuestra alma aquello que no por no participárselo es menos querido. Y ahora, lengua madre, lengua española, paro los relojes para percibir tu valía; para palpar el sensible hilo de oro que nos une a ti y a mí; que nos cose, en el aire de los cinco continentes, a todos los que te hablamos. Yo, que ya inicié el camino de regreso al hogar del que partí hace más de medio siglo –ojalá me ocupe muchas jornadas–, te observo y reparo, qué curioso, en tu niñez, lengua madre, porque tu adolescencia es perpetua, siempre estás aún por crecer. Y por lo tanto, también, como criatura, hoy y mañana, joven, requieres de nuestro cuidado, más aún de los que tenemos

un parcelita en un papel volandero o en una fría e impersonal pantalla de cristal líquido –¡ay las añoranzas de los que ya peinamos canas!–. Y debemos ser, para los que nos leen, modesto ejemplo, siendo, por una parte, meticulosos para esquivar sangrantes gazapos y dolorosos anacolutos, y, por otra, en mostrar algo de lo mucho que otorgas en quien te emplea para comunicarse con los demás. Y en este cometido debemos, igualmente, ser tolerantes, que si no hay que dejar entrar en casa a los iletrados con atuendos adornados con pedrería foránea de tres perras gordas, hay que aceptar, sin mojigaterías, a los que vienen a enriquecernos, que desde que el mundo es mundo las lenguas se prestan unas a otras vocablos que no son sino nombres de pila de una criatura nueva. Aunque por mucho que nos regalen desde más allá de nuestras fronteras, tú siempre serás nuestra adorada madre. Nuestra hija predilecta.

SATURNALES

el reino del arte -finalmentees por necesidad quimerista. París era entonces la capital de la modernidad y el texto (que recurre mucho al fragmento y siempre a lo apasionado) es plenamente moderno. Como he dicho la verdadera modernidad portuguesa, que terminó trágicamente. Pessoa (que sale en la novela como ‘Fernando Passos’) nunca olvidaría a Sá-Carneiro y lo juzgaría, con un heterónimo como Álvaro de Campos, el gran y pleno moderno de su país. Vibrante, exaltada, novedosa, narrativa y lírica a la vez, ‘Resurrección’ -escrita en 1914- es una breve obra cumbre de la literatura portuguesa moderna, ahora traducida, con un prólogo informativo, por Carlos Sanrune. Merece la pena.

LUIS ANTONIO DE VILLENA

A caballo entre un simbolismo final y extremado y el inicio de la vanguardia, fue poeta y prosista notable


12 LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 23.02.19 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Ángel Ortiz Coordinador: Chema Cillero

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a imaginación gobierna el mundo», decía Napoleón. «La imaginación al poder», decían los estudiantes del mayo francés. ¿En qué quedamos? ¿Se equivocaba Bonaparte al afirmar que la imaginación era el poder o se equivocaban los universitarios al insinuar que el poder carecía de imaginación, y que por lo tanto había que inyectársela? La disyuntiva no es leve y nos sumerge en los devaneos metafísicos de Hamlet. Según Coleridge, Hamlet tenía demasiada imaginación, y justamente por eso desdeñaba el poder, pues los seres con un mundo propio no necesitan tronos ni coronas, y les basta con ser los soberanos de sí mismos. La posesión del propio ser es la más elevada y más profunda aspiración del príncipe danés, lo demás le resulta tedioso y vulgar. Desde hace años, las naciones europeas se hallan inmersas en una problemática genuinamente hamletiana: ser o no ser. Sin que lleguemos a percibirlo bien, Francia sigue los pasos de Inglaterra, pero con más prudencia. En el país vecino, los políticos, los filósofos, los escritores se preguntan si Francia es realmente un Estado y si en ese presunto Estado queda un gramo de imaginación. Acuden a la definición del Estado clásico (el que podía declarar la guerra, acuñar moneda propia, decretar leyes por sí mismo) y llegan a la conclusión de que Francia ya no es un verdadero Estado. «¡Ah, el horror, el horror!», claman tanto los nostálgicos del Estado-providencia como del Estado-nación. Desde la extrema derecha a la extrema izquierda, pasando por todas las gamas intermedias del azul y el rojo, la sorpresa de que Francia ya no es lo que era altera las más serenas conciencias y crece el gran estupor. La evidencia está sobre la mesa, sí, pero al mismo tiempo nadie quiere verla. En toda Europa, los ciudadanos se resisten a creer que el poder de sus gobernan-

En Francia, parte de la ciudadanía intenta enfrentarse al Estado sin saber que se halla ante un fantasma del pasado, que ya no puede solucionar sus problemas

:: ILUSTRACIÓN IRENE GRACIA

El mito del Estado MITOLOGÍAS JESÚS FERRERO

tes ha decrecido considerablemente, y los gobernantes se resisten a desvelar esa devaluación. Entre unos y otros sostienen una ficción cada vez más quebradiza. Los chalecos amarillos le echan la culpa de sus desgracias a Macron, cuando en realidad el presidente francés, que exhibe patéticos ademanes imperiales fuera de tiempo y de lugar, es un buen siervo de Bruselas, de Berlín y de otros poderes más abstractos. Pero la ficción continúa, porque los viejos

relatos perduran aunque ya no representen la realidad y solo sirvan para ocultarla. ¿Podrán nuestras estructuras económicas, políticas y sociales seguir arrastrando tantas contradicciones como si no pasara nada? Todo lo que está ocurriendo en Francia y en otros lugares nos da a entender que no. ¿Cuándo vamos a aceptar que el Estado-nación ha muerto y que ahora mismo funciona como un mito más que como una realidad? ¿Estamos a las puertas de una nueva di-

mensión? En Francia, parte de la ciudadanía intenta enfrentarse al Estado sin saber que se halla ante un fantasma del pasado, que ya no puede solucionar sus problemas porque la textura económica se ha ampliado y ahora mismo es un monstruo sin límites definidos, donde está desapareciendo el sentido de la responsabilidad y hasta la capacidad de ser responsables. ¿Quiénes son los responsables de los vaivenes vertiginosos del fluido económico,

moviéndose a velocidades digitales por el reino de Nadie, sin suelo, sin fronteras, sin bandera, sin demarcación, sin símbolos que compartir o abolir? ¿Dónde están los cuerpos y las almas que sostienen ese Moloch? Avanzamos hacia un mundo en el que se extingue la responsabilidad personal. Aparentemente, nuestro mundo es la apoteosis de la individualidad, pero, ¿dónde están los individuos y en qué basar su presunta individualidad? ¿En las simplezas que expanden por la red? ¿En su lenguaje cada vez más empobrecido? ¿En su pensamiento compuesto de tópicos tristísimos e ideas recibidas? ¿En su vulgaridad más allá de toda duda y en su absoluta falta de originalidad? ¿En esos pilares tan soberbios vamos a basar la nueva individualidad? ¿De qué estamos hablando? Volvemos a los cuentos de Homero. ¿Quién te ha herido?, preguntan los hados al ciudadano. Los políticos responden: «Nadie»; los economistas responden: «Nadie»; los medios de comunicación responden: «Nadie». La identidad se diluye en el mar digital y desaparecen todas las formas de responsabilidad. ¿En qué funeral estamos? En el funeral de Nadie, diría Eliot, porque no hay nadie a quien enterrar, ya ni siquiera tenemos que enterrar al Estado. Está muerto como el comediante Yorick. Si iluminas bien el parlamento podrás ver su calavera: con sus ojos vacíos mira hacia un escenario donde ya solo se representa la comedia de una ausencia.


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