Santiago Alba Zamora, 1872 / San Sebastián, 1949
Liberal y regeneracionista
P
RÓCER del periodismo y político genuino del periodo de Alfonso XIII, Santiago Alba fue un liberal dinástico de izquierda, inspirado por el afán regeneracionista y por planteamientos decididamente reformistas. Había nacido en Zamora capital en 1872, en vísperas de la Restauración que devolvió a España la Monarquía Constitucional, de la que era firme partidario. Y en Valladolid, de donde era su padre, hizo sus estudios y se licenció en Derecho. Su vocación, e intereses profesionales, lo llevaron en primer lugar al periodismo. Muy joven aún, trabajó como redactor en los diarios vallisoletanos ‘La Opinión’ y ‘El Eco de Castilla’. En 1893, con sólo 21 años, se asoció con el empresario y futuro político conservador César Silió para comprar el periódico de tendencia liberal ‘El Norte de Castilla’, del que Alba se convirtió en gerente. Comenzaba así su presencia entre las «fuerzas vivas» vallisoletanas y su intensa dedicación a la política en la línea del Regeneracionismo de Joaquín Costa. Su primera formación política fue la Unión Nacional, fundada precisamente por Costa, Alba y Paraíso en 1900. Las disputas internas acabaron con el partido en dos años, pero Alba consiguió su acta de diputado por Valladolid en 1901 con muy buenos resultados, logrando revalidar el escaño ocho veces en las elecciones que se sucedieron hasta 1919. Fue en 1906 cuando ingresó en el Partido Liberal, con el patronazgo de Segismundo Moret; ese mismo año fue nombrado gobernador civil de Madrid. Seis años más tarde, el asesinato de Canalejas provocó una lucha por el liderazgo que trajo el resquebrajamien-
to del partido. Romanones tomó el mando y en torno a Alba se formó, desde 1917, un núcleo de liberales progresistas que propugnaba un programa económico y social avanzado y pretendía la integración en el sistema de políticos republicanos, socialistas y reformistas. Desaparecidos Canalejas y Moret, Santiago Alba ya no necesitó más protectores en el Partido Liberal; al contrario, los dos sucesores –Romanones y García Prieto- se disputaban su apoyo. Ganó al principio el conde, quien como Presidente del Consejo primero tuvo a Alba en Gobernación y en 1916 en Hacienda. A este ministerio llevó Alba como subsecretario a Joaquín Chapaprieta, experto hacendista liberal. Juntos habían diseñado un plan de choque para impulsar la economía española y sanear Hacienda con una batería de propuestas reformistas encaminadas a crear mejores impuestos, evitar el fraude masivo, fomentar la producción y llevar a cabo las medidas de modernización que permitía la situación favorable de España durante la Gran Guerra Europea. En estos años mantuvo un fuerte enfrentamiento con Cambó. Su idea de introducir
un impuesto sobre los beneficios extraordinarios de las empresas chocaba con la oligarquía catalana y vasca. Cambó consiguió que el proyecto de ley fuera rechazado. Don Santiago, sin embargo, se creció. Su gestión en Hacienda le había dado suficiente protagonismo político como para eclipsar a Romanones y tampoco estaba ya dispuesto a someterse a García Prieto, de modo que en 1918 proclamó su independencia y fundó un nuevo partido: la Izquierda Liberal Monárquica. Su núcleo programático eran los proyectos de reforma económica de 1916, una defensa cerrada del Parlamento y la apertura hacia la izquierda republicana y socialista, como punto de partida para regenerar el liberalismo monárquico. Pero hubo Gobierno de Concentración bajo García Prieto y a él le tocó Estado. Ahí, su política civilista en Marruecos lo convirtió en la «bestia negra» del ejército y enemigo del general Primo de Rivera. Exiliado en París durante la Dictadura de Primo, rechazó formar un Gobierno tras la caída del general Berenguer en 1930. Aunque no tuvo participación activa en la proclamación de la Segunda República, se presentó como candidato independiente a las Cortes Constituyentes de 1931 y obtuvo acta de diputado por Zamora, que revalidó en los comicios de 1933 y 1936. En 1933 se afilió al Partido Radical de Lerroux y ese año fue elegido Presidente de las Cortes, cargo que desempeñó hasta febrero del 36. Tras el estallido de la Guerra Civil se exilió en Portugal, desde donde declaró su apoyo a las tropas rebeldes franquistas. Regresó a España en 1945, apartándose definitivamente de la política y murió en San Sebastián, el 8 de abril de 1949.
| Memoria Viva de Castilla y León | 2022 EL NORTE DE CASTILLA | 5
Marqués de Santillana Carrión de los Condes, 1389 / Guadalajara, 1458
Precursor renacentista
Í
ÑIGO López de Mendoza, figura principal del primer Renacimiento español, perteneció al núcleo del linaje castellano de los Mendoza. Su noble familia ya se había distinguido por unir al oficio de las armas la dedicación a las letras: su abuelo Pedro González de Mendoza y su padre, el Almirante de Castilla Diego Hurtado de Mendoza, fueron también exquisitos poetas, así como sus sobrinos Gómez y el Maestre Rodrigo Manrique de Lara, además del magnífico Jorge Manrique, hijo del anterior. Ya en pleno Renacimiento otro ilustre descendiente, Garcilaso de la Vega, habría de dar un lustre poético definitivo al clan, además de un biznieto del marqués, embajador de Carlos V y con el mismo nombre que el Almirante de Castilla. Huérfano de padre en 1404, formó parte del cortejo que desde Castilla llevó en 1412 Fernando de Antequera para ser proclamado rey de Aragón. En la Corte aragonesa trató con poetas catalanes y valencianos, como Ausias March, descubrió la lírica trovadoresca y se empapó de literatura italiana. Fue un gran admirador de Dante, Petrarca y Bocacio. De hecho, su obra se nutre de la Escuela Alegórico-Dantesca y del humanismo y la rima de Petrarca, a quien tradujo e imitó mucho antes de que lo hiciera Boscán. A su vuelta a Castilla combatió junto a Enrique de Aragón contra Juan II y el condestable Álvaro de Luna, pero al cabo de los años y con el valido caído en desgracia, luchó lealmente en el bando del rey, quien a raíz de su apoyo en la batalla de Olmedo le concedió el título de Marqués de Santillana y Conde de Manzanares el Real. Escribió el ‘Doctrinal de privados’ para denunciar a Luna y con la subida al trono de Enrique IV el Impotente se retiró de la política activa y se instaló en Guadalajara. Fue amigo y mecenas del poeta cortesano Juan de Mena,
quien le dedicó un largo poema de 51 dobles quintillas llamado ‘Coronación del Marqués de Santillana’, en el que cuenta cómo es arrebatado al monte Parnaso para contemplar la apoteosis de su amigo Íñigo López de Mendoza como excelso poeta y perfecto caballero. Su variada obra literaria recoge diversas influencias, desde la lírica provenzal y galaicoportuguesa hasta la nueva métrica italiana, que adaptó al castellano de manera brillante. De hecho, fue el primer poeta que compuso sonetos en castellano con sus ‘Sonetos fechos al itálico modo’. Buen conocedor de las lenguas romances, el marqués de Santillana escribió lo que puede considerarse como el primer texto de historia literaria en España, la ‘Carta Proemio al Condestable Pedro de Portugal’, en la que, tomando como referencia escritores clásicos como Homero y Séneca, se declara más a favor de un tipo de poesía rica en latinismos y erudición. Las composiciones suyas que más han trascendido, no obstante, han sido las serranillas, poemas populares de arte menor con aroma erótico y aire campestre que suelen tratar del encuentro entre un caballero y una lozana campesina. Además de su producción lírica cancioneril, hecha para que
6 | EL NORTE DE CASTILLA 2022 | Memoria Viva de Castilla y León |
los juglares la interpretaran, escribió poemas doctrinales o ‘dezires’ como el ‘Diálogo de Bías contra Fortuna sobre el estoicismo’ o los ‘Proverbios para la educación del príncipe’. Recopiló además una colección de dichos populares: ‘Refranes que dicen las viejas tras el fuego’. Dentro del estilo alegórico dantesco sus obras maestras son ‘El infierno de los enamorados’ y la ‘Comedieta de Ponza’, compuesta en coplas reales. El Marqués de Santillana no sólo escribía, sino que también leyó mucho. Su interés por los libros se pone de manifiesto, entre otras cosas, en la enorme y valiosa biblioteca que reunió, integrada por una gran variedad de autores y géneros, así como por las traducciones de obras clásicas que encargó y revisó él mismo. Fue un hombre casi sin enemigos. Según sus contemporáneos tenía un apacible carácter, de estoico imperturbable a quien, según Hernando del Pulgar, «ni las grandes cosas le alteran ni en las pequeñas le place entender», algo que confirma Juan de Mena cuando escribe: «Sois el que a todo pesar y placer façedes un gesto alegre y seguro e reputa mucho más la estimación entre los sabios que la fama entre los muchos».
Tello Téllez de Meneses Meneses de Campos, 1170 / Jaén, 1246
La primera Universidad
E
L obispo Tello Téllez de Meneses es, como el conde Ansúrez en Valladolid, uno de esos personajes históricos con gran capacidad fundacional. Gracias a su estrecha colaboración con el emprendedor Alfonso VIII, situó a Palencia en primera línea de Castilla, cuando el monarca buscaba su expansión hacia los dominios del califato almohade más allá de Despeñaperros. La diferencia con el conde es que su vida transcurrió cien años después, y por entonces el reino castellano, de nuevo independiente de León, estaba ya formado, y la repoblación de cristianos había alcanzado la línea del Tajo. Otra diferencia entre las dos ciudades hermanas es que mientras el burgo nacido a orilla del Pisuerga era nuevo y cumplía el papel de frontera avanzada, Palencia era ya una antigua urbe de los celtas vacceos, tal vez la más importante de ese rico pueblo que ocupó la meseta superior de la Península. Los Téllez eran oriundos de Meneses, villa noble fundada por cántabros del valle de Mena en tiempos del condado castellano. Los padres de Tello venían de gente de alcurnia y estaban emparentados varias veces con los reyes de León; el patriarca era primo de la reina de Navarra y sobrino segundo de doña Ximena, la mujer del Cid. El hijo mayor, Alfonso, habría de ser padre de la reina María de Molina. Pudo don Tello padre ufanarse de descender de reyes, pero lo que no pudo sospechar es cuántas cabezas coronadas descenderían de él a través de su admirable nieta. Lope de Vega escribió dos dramas dedicados a los Tello de Meneses; uno de ellos lo tituló ‘Valor, Fortuna y Lealtad’, como lema heráldico del linaje. El padre entró en el Aula Regia de Alfonso VIII cuando el Rey Pequeño tenía once años. Como hombre de confianza del monarca fue designado para acompañar desde Inglaterra a la princesa Leonor Plantage-
net, hija de Leonor de Aquitania y hermana de Ricardo Corazón de León, que cumplió a la perfección su papel de reina consorte y llegó a fundar el Monasterio de las Huelgas Reales en Burgos como necrópolis. Estuvo en la jornada aciaga de Alarcos y galopó con el monarca en la triste huida a Toledo. Tuvo cuatro hijos varones, tres dedicados a la milicia y el segundo a la Iglesia, que es nuestro don Tello. El chico destacó desde pequeño por su extraordinaria inteligencia, audaz iniciativa y don de gentes. Fue precoz en todo. Siendo aún estudiante en la escuela catedralicia de Palencia, se hizo mecenas de alumnos y maestros famosos que traía de Europa aprovechando la herencia de sus padres. De esta manera logró devolver el esplendor que había tenido la institución con los visigodos e hizo que un grupo de brillantes alumnos eligiera los estudios palentinos para su formación; entre ellos destacó un carismático joven llamado Domingo de Guzmán. En esto el joven Tello seguía el ejemplo de sus padres, grandes fundadores de iglesias y monasterios. Su intención, sin embargo, iba más allá. Ya pres-
bítero, compró unas casas cercanas para ampliar las dependencias y dar posada a estudiantes y maestros. Una vez nombrado obispo ya no hubo quien lo detuviera a pesar de los enemigos en la Corte que no veían con buenos ojos tanta iniciativa. Como segundo en importancia tras el arzobispo de Toledo Ximénez de Rada, obtuvo de éste apoyo para promover a rango superior el Estudio General de Palencia. El rey lo concedió y de esta manera nació la primera universidad española en 1208, diez años antes de que Alfonso IX de León levantara la de Salamanca. Como guerrero, estuvo en la batalla de las Navas de Tolosa bajo el mando de Ximénez de Rada, junto a sus hermanos Alfonso, Suero y García. Y como prelado asistió, participando con brillantez dada su formación jurídica, en el IV Concilio de Letrán de 1215 convocado por Inocencio III. Con Honorio III, su sucesor, mantuvo una gran relación personal, lo mismo que con el rey Fernando III el Santo, nieto de Alfonso VIII. Con su nombre existe en Palencia la importante fundación cultural: la Institución Tello Téllez de Meneses.
| Memoria Viva de Castilla y León | 2022 EL NORTE DE CASTILLA | 119
Jorge Manrique Paredes de Nava, 1440 / Cuenca, 1479
Poeta universal
A
DEMÁS de ser uno de los mayores poetas españoles de todos los tiempos, Jorge Manrique encarna un símbolo del primer Renacimiento europeo. De noble alcurnia y educación exquisita, condensa la figura del caballero entregado a las Armas y las Letras, en un ideal que emerge a mediados del Cuatrocientos. Como Garcilaso, símbolo del Renacimiento pleno, murió escalando una torre, tras dejar una obra literaria sublime. En 1469, cuando Isabel de Castilla y Fernando de Aragón se casaron en Valladolid, Jorge Manrique tenía 29 años. Ya era por entonces ducho en el arte poética; había escrito cincuenta composiciones breves de amor que los trovadores cantaban en la Corte y los jóvenes repetían para provocar requiebros o celos. Tampoco desdeñaba el poeta otras canciones de aire burlesco que los juglares interpretaban en plazas y atrios entre chanzas, mímicas y regocijo general. Eran composiciones de verso corto, con títulos como ‘Coplas a una beoda’ o ‘Convite que hizo a su madrastra’. El poeta había nacido en Paredes de Nava durante la eclosión artística y festiva del reinado de Juan II, cuando los torneos y banquetes eran el pan de cada día, junto a las luchas entre nobles para conseguir más poder. La importante localidad palentina pasó de propiedad señorial a villa de realengo y en 1452 el monarca concedió el título de Conde de Paredes de Nava a don Rodrigo Manrique de Lara, uno de los nobles más poderosos del reino, Condestable de Castilla y poco después Maestre de la Orden de Santiago, que ha pasado a la posteridad por ser el noble caballero cuya muerte inspiran las famosas coplas a su hijo Jorge Manrique. Desde muy joven el poeta había compaginado su afición por las Letras con el oficio de las armas. Caballero de la Orden de Santiago, combatió junto a su
padre en apoyo de Isabel de Castilla. Primero contra Enrique IV, cuando la princesa se casó en 1469 con su primo Fernando de Aragón. Más tarde, en 1474, siendo ella ya reina de Castilla contra los partidarios de Juana la Beltraneja. En 1479, cuando Isabel llegó a compartir la corona de Aragón, Jorge Manrique sucumbió tras ser herido en el asalto al castillo de Garcimuñoz, en el feudo conquense del marqués de Villena. Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar que es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar e consumir; allí los ríos caudales, allí los otros medianos e más chicos, allegados, son iguales los que viven por sus manos e los ricos. Tres años antes, tras el fallecimiento de don Rodrigo, había compuesto las ‘Coplas’ a la muerte de su padre, una de las grandes elegías funerales de todos los tiempos con la que consiguió, precisamente, trascender la vida efímera, lograr la inmortalidad y evocar con serenidad el tiempo pasado. El mismo poema y el propio autor encarnan el paso decisivo que se dio en la segunda mitad del siglo XV, tanto en Castilla como en Aragón, entre la elegía funeraria medieval, hecha
de dolor y queja en aquellos plantos anónimos, y el poema de carácter épico, a ritmo de copla y aire de gloria, firmado por su autor. Aquí ya no hay resignación ni sólo lamento. Se reconoce el triunfo pero también se reseña la fragilidad humana. Y una gran novedad. Jorge Manrique nos presenta una tercera vida, además de la terrenal y la eterna: la que da la Fama del ideal caballeresco. Y así la vida mundana aunque ejemplar de don Rodrigo perdurará en la memoria de los vivos. Sin tópicos macabros medievales ni excesos retóricos, con la elegante sobriedad de un lenguaje sencillo, sólo trabado por una estrofa menor –pues es copla de pie quebrado– el largo poema manriqueño con fondo de lamento y aire de triunfo, consigue alcanzar una formidable hondura emotiva que ha cautivado a todas las generaciones: ...En la su villa de Ocaña vino la Muerte a llamar a su puerta diziendo: «Buen caballero dexad el mundo engañoso e sus halagos; vuestro corazón d’azero muestre su esfuerço famoso en este trago; e pues de vida e salud fezistes tan poca cuenta por la fama, esfuércese la virtud para sufrir esta afrenta que vos llama».
| Memoria Viva de Castilla y León | 2022 EL NORTE DE CASTILLA | 141
Alonso Berruguete Paredes de Nava, 1490 / Toledo, 1561
El genio escultórico pionero
R
EOPRESENTANTE del manierismo propio del Renacimiento tardío, Alonso Berruguete forma parte, junto con Diego de Siloé y Bartolomé Ordóñez, del grupo de vanguardia conocido como «Las Águilas del Renacimiento Español». Formados en Italia, regresaron a España en la segunda década de 1500, trayendo con ellos lo aprendido y pudiendo contribuir de esta manera a la renovación de la escultura peninsular. Hijo del exquisito pintor Pedro Berruguete, a cuyo lado se fue formando su temperamento artístico desde niño, Alonso viajó a Italia a los 18 años para completar su aprendizaje. Allí estuvo estudiando las obras de los maestros renacentistas durante doce años En Roma pudo contemplar las esculturas originales de la Antigüedad clásica y en Florencia estudió las obras de Donatello, Ghiberti, Miguel Ángel y Leonardo. También entró en contacto con la vanguardia de jóvenes artistas que comenzaban a seguir el estilo manierista. El descubrimiento del grupo escultórico ‘Laocoonte y sus hijos’, desenterrado en 1506 y del que hizo varias copias antes de regresar a España en 1518, influyó especialmente en su obra. En su larga y fructífera estancia en Italia, el primer escultor del Renacimiento manierista español se contagió de la euforia por los ideales antiguos de la cultura grecorromana. También asimiló su manera de concebir el arte, participando del diálogo equilibrado entre mitos paganos y devociones cristianas que nutrió el Humanismo europeo. A su regreso a España, con 30 años, el joven rey Carlos I le encarga varios lienzos para una casa jerónima en Zaragoza y le nombra pintor de Corte, pero las exigencias y distracciones del ambiente cortesano disgustan al artista, por lo que decide buscar un taller y empezar a trabajar por su cuenta. Cambiará, además, el pincel por la
gumia. En Florencia le habían impresionado hondamente las estatuas de Donatello y decide hacerse escultor. En 1523 fija su residencia en Valladolid, ciudad que ya no abandonará, porque en ella están los ricos magnates y las poderosas órdenes religiosas que forman la Corte de la emperatriz Isabel. Ellos serán sus clientes. Su estilo manierista gusta y es precisamente en Valladolid donde prenderá el nuevo lenguaje renacentista, a pesar de haber sido Burgos el primer foco, con la escuela de Diego de Siloé y Ordóñez. Alonso Berruguete va a convertirse en el principal artífice de la escultura en el Renacimiento tardío. Poco después recogerá el testigo Juan de Juni, cuyo arte es pórtico ya del esplendor de la Escuela Castellana barroca. Uno de los primeros trabajos del artista palentino fue el retablo de La Mejorada de Olmedo, en colaboración con Vasco de la Zarza. Gracias al éxito que obtiene este magistral conjunto escultórico le llega el encargo de una de sus obras más celebradas: el retablo mayor de San Benito el Real de Valladolid, con el que logrará la fama definitiva. Entre los siguientes encargos destacan el retablo mayor del Colegio de los Irlandeses en Salamanca y el retablo para la capilla funeraria del banquero Diego de la Haya, de la iglesia
de Santiago de Valladolid. Entre 1539 y 1543 lo encontramos trabajando en la bellísima sillería del coro de la Catedral. Su último encargo será en Toledo: el sepulcro del cardenal Tavera. Cuando estaba a punto de finalizarlo, el genio halló la muerte. En su obra la exaltación espiritual determina tanto la estética como la técnica. Concentradas en su sufrimiento, las figuras se proyectan hacia delante o hacia los lados, se contorsionan y expresan con gestos exagerados para manifestar la intensidad del momento. La tensión de sus miembros añade dramatismo dejando atrás por completo el equilibrio renacentista. Berruguete concebía su quehacer artístico como un ejercicio intelectual. La perfección del oficio y la calidad de sus acabados se va incrementando a lo largo de su vida. Su arte anuncia la hondura del Barroco. Su famosa escultura del ‘Martirio de San Sebastián’, por ejemplo, reúne canon clásico y serenidad del Renacimiento en un estilo netamente manierista, cargado de emoción. ‘El sacrificio de Isaac’, que pertenece también al retablo de San Benito, es puro dinamismo congelado, líneas sinuosas y patetismo. La mayor parte de su obra, magistral y pionera, se encuentra en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid.
| Memoria Viva de Castilla y León | 2022 EL NORTE DE CASTILLA | 159
Victorio Macho Palencia, 1887 / Toledo, 1966
Escultor de la esencia
C
ONSIDERADO uno de los precursores de la escultura contemporánea española forma, junto con Benlliure y Ávalos, el trío de grandes escultores del siglo XX. Victorio nació en el seno de una familia obrera, cuyo progenitor era ebanista; fue él quien le enseñó a dibujar y a apreciar el mundo del arte. Muy pronto, el niño pudo contemplar de cerca la imaginería de Alonso Berruguete, que le impresionó profundamente. Ante aquella manera de tallar y esculpir, capaz de expresar los estados del alma desde la serenidad y la piedad al desgarro o la angustia, su vocación se fijó de manera definitiva hacia la escultura. Cuando la familia se trasladó a Santander en 1897 sus padres lo matricularon en la Escuela de Artes y Oficios y ahí aprendió a esculpir. Tres años después, entraba en el taller del maestro José Quintana. En 1903, y gracias a las gestiones de su padre, verdadero impulsor de su carrera en esos años, consiguió una beca de la Diputación de Palencia que le permitió estudiar en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando en Madrid. Hacia 1915, y tras realizar una primera obra marcada por influencias simbolistas, seguidas de un rápido paso por el primer Renacimiento italiano, el joven Victorio llevó a cabo su serie de esculturas y dibujos de la raza, muy influidas por la mentalidad en boga de los intelectuales de la Generación del 98 y, sobre todo, por el buen hacer de su amigo Julio Antonio, auténtico renovador de la escultura en esos primeros años del siglo XX. Su obra sin embargo fue ignorada hasta que en 1916, y gracias a la influencia de Gre-
gorio Marañón, el artista recibió su primer encargo importante, que fue el monumento sepulcral del doctor Llorente, para el cementerio de San Justo de Madrid. En 1917 Victorio Macho se casó con la marquesa viuda María Soledad Martínez de Romarate. Con ella frecuentó la alta sociedad santanderina y de esa época son los bustos-retratos de miembros destacados de la ciudad. Tras un viaje a París en 1920, en el que conoció las tendencias de vanguardia, le llegó la fama como escultor gracias a su primera obra pública: el monumento a Galdós para el Retiro madrileño. La consagración tuvo lugar en la exposición del Museo de Arte Moderno de 1921. Fue entonces cuando estableció su primera vivienda-estudio en el barrio madrileño de Las Vistillas. Más tarde se trasladó a otra más espaciosa, en el Paseo del Pintor Rosales. Durante la Dictadura de Primo de Rivera (1923-29) salió de España y se instaló en Hendaya; allí esculpió los bustos de Unamuno y Valle-Inclán, y con-
cibió el monumento a Ramón y Cajal, también para El Retiro. Todas estas obras son profundamente originales y van del expresionismo esteticista del busto de Valle y el hiperrealismo dramático de Unamuno al neoclasicismo cubista y déco de Cajal, representado como un nuevo Sócrates en un estanque simbólico. Fruto de estos éxitos fue el encargo de realizar el colosal Cristo del Otero para Palencia y la alegoría del Comercio en la Gran Vía. Instaurada la República, volvió a Madrid. Su fama siguió creciendo y en 1936 fue elegido miembro de número de la Academia de Bellas Artes. Cuando estalló la guerra, Victorio pasó a ser uno de los artistas más mimados por el gobierno republicano, que organizó su evacuación a Valencia cuando el frente se acercó a la capital. En Valencia ejecutó un busto de La Pasionaria, que marca el último intento por buscar una modernidad que hacía años había abandonado. Cuando acabó la guerra recaló en Lima, donde coincidió con viejos amigos republicanos, como Sánchez Albornoz, Corpus Barga o León Felipe. Se casó y vivió allí durante doce años. En 1940 comenzó el monumento al almirante Grau, la obra más colosal de su larga carrera. En 1952 volvió a España y se instaló en Toledo, donde adquirió una casa en la Roca Tarpeya, el mismo edificio que desde 1966 es la Casa-Museo Victorio Macho. Ese mismo año murió víctima de la silicosis, provocada por la aspiración del polvo de mármol. Sus restos descansan en la ermita del Cristo del Otero. En 2017 se inauguró, en la calle Mayor de Palencia, un monumento en su honor.
| Memoria Viva de Castilla y León | 2022 EL NORTE DE CASTILLA | 177
El Cid Vivar, 1045? / Valencia, 1099
El caudillo con carisma
D
ESCENDÍA Rodrigo de Flaín Muñoz, conde de León. Su padre, segundón del conde, tuvo que buscar fortuna en el valle de Ubierna, tras destacar junto a Fernando el Magno en la guerra contra Navarra. Rodrigo creció formando parte del séquito de Sancho, el infante primogénito, con quien combatió en la batalla de Graus en 1063. En esta contienda, el joven castellano de 19 años tuvo dos experiencias reveladoras: entrar en combate por primera vez y hacerlo a favor de la taifa de Zaragoza, para impedir el avance de Ramiro de Aragón, quien murió en la batalla. Fue por entonces cuando el burgalés ganó el sobrenombre de Campeador, por su victoria en una lid a campo abierto de la que no hay certeza histórica. Rodrigo siguió como lugarteniente de don Sancho cuando el príncipe recibió por testamento paterno el condado de Castilla, convertido en reino. El nuevo rey, no obstante, se sentía agraviado por no haber heredado la poderosa corona de León, que le tocó a su hermano Alfonso. La cuestión provocó una enconada rivalidad entre ambos, que se dirimió en la batalla de Golpejera, de 1072; con Rodrigo a su lado, Sancho venció a Alfonso, lo capturó y se adueñó de su reino. Poco habría de durarle la victoria. Unos nobles leoneses se rebelaron en Zamora, cobijados por la infanta Urraca. Sancho acudió y murió asesinado por la traición de Bellido Dolfos. De esta manera Alfonso se quedó con León, Castilla y Galicia. Cuenta la leyenda que Rodrigo reivindicó su condición de juez de Castilla para hacer jurar al rey su inocencia en Santa Gadea, provocando su enemistad, pero no está demostrado. Por el contrario, el monarca le encargó misiones de confianza y lo casó con una pariente suya, Jimena Díaz. La causa del primer destierro del Cid estuvo motivada más por la envidia de sus pa-
res en la Corte que por gravedad de los hechos ocurridos en la taifa zaragozana, cuando Rodrigo entró en persecución de una partida de toledanos musulmanes y creó un conflicto diplomático con el rey. Expulsado de Castilla, Rodrigo partió con su mesnada buscando un nuevo señor. Primero fue a Barcelona para ponerse al servicio del condado, pero los condes Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II prefirieron no acogerlo entre los suyos, por no molestar al rey castellano. Ante su negativa el Cid marchó a la taifa de Zaragoza y se ofreció al rey, quien lo aceptó de buen grado. Bajo sus pendones obtuvo resonantes victorias sobre magnates aragoneses y catalanes. Entretanto, Alfonso había conquistado Toledo y se aprestaba a tomar Zaragoza, pero el sultán de Marruecos destrozó sus planes al desembarcar en la Península ese mismo año de 1086 para ayudar a los reyes de taifas. Alfonso retornó a Toledo y preparó la contraofensiva, pero cayó derrotado en Sagrajas. Debilitado, el rey se reconcilió con Rodrigo y le encomendó la defensa de la taifa valenciana. Nuevos malentendidos y alianzas rotas prendieron de
nuevo la enemistad del rey y Rodrigo fue por segunda vez desterrado. Entonces el Cid se convierte en un «señor de la guerra» independiente: cobra parias a su nombre, vuelve a combatir a los condes catalanes y sigue, en definitiva, sus propios intereses. En esa situación, sólo los almorávides ponían en peligro su dominio. La última lucha fue en Valencia. Allí el personaje se hizo leyenda. La conquista del reino fue un éxito y la entrada en la ciudad, abrumadora. El Cid no la arrasó ni dejó que se tomara motín, restauró la mezquita mayor de su peculio y se declaró señor de la ciudad en nombre de Alfonso de León y Castilla, sin tomar corona alguna ni romper por completo con el ingrato monarca. En 1097 el Campeador ganó la plaza de Amenara y al año siguiente la poderosa Murviedro, que reforzó su dominio en el Levante. Serían sus últimas conquistas, pues meses después falleció de muerte natural a los 54 años. Valencia resistió a los almorávides dos años bajo el gobierno de Doña Jimena hasta que, con la ayuda de Alfonso VI, ella abandonó la ciudad con sus restos, que serían inhumados en el monasterio de San Pedro de Cardeña.
| Memoria Viva de Castilla y León | 2022 EL NORTE DE CASTILLA | 229
León Felipe Tábara, 1884 / Ciudad de México, 1968
La poesía quebrada
P
OETA inclasificable, ingenuo, sencillo y espiritual que ejerció como farmacéutico, bibliotecario, actor y traductor, León Felipe se convirtió, tras la Guerra Civil, en embajador y patriarca del exilio español en México, pero su periplo errante había comenzado mucho antes. Dejó una obra de poesía rota, personalísima, que parece respirar una humanidad distinta, reunida en 2015 en el poemario ‘Castillo interior’. Hoy en día es conocido, pero no del todo reconocido, a pesar de ser uno de los autores españoles más importantes del siglo XX. Nació el 11 de abril de 1884 en la localidad zamorana de Tábara, de familia acomodada – su padre era notario–, y pasó su infancia en Sequeros (Salamanca). A los nueve años se trasladó con su familia a vivir a Santander. Estudió Farmacia en Madrid y ejerció en distintas ciudades al tiempo que trabajaba como actor en una compañía de teatro itinerante. De vuelta a Santander abrió dos farmacias, una con rebotica literaria. Poco diestro en los negocios, se endeudó y acabó en la cárcel. Entre rejas, en el penal del Dueso, de Santoña (Santander), permaneció tres años, convicto de desfalco, pero la lectura de ‘El Quijote’ le abrió a la vida literaria. Contrajo un matrimonio fracasado con la peruana Irene Lambarri y se marchó a vivir a Madrid. Hacia 1919 escribió sus primeros poemas de factura rota, nacidos de una rebeldía total, sobre la lucha entre realidad y esperanza. Al igual que Rubén Darío acortó su nombr literario; el florido y lírico «León Camino Galicia de la Rosa» lo dejó en León Felipe. En 1920 publicó ‘Versos y oraciones del Caminante’:
He dormido en el estiércol de las cuadras] en los bancos municipales, he recostado mi cabeza en la de los mendigos] y me ha dado limosna –Dios selo pague–] una prostituta callejera. Para salir de la ruina y enmendar su vida bohemia, se fue a Guinea, donde trabajó como administrador de hospitales durante dos años. En 1923 viajó por primera vez a México, con una carta de Alfonso Reyes que habría de abrirle las puertas del ambiente intelectual mexicano. «Llegué a México —escribe— montado en la cola de la revolución. Luego he vivido aquí muchos años. Aquí he gritado, sufrido, protestado, he blasfemado, me he llenado de asombro». Durante doce años trabajó como bibliotecario en Veracruz, y como profesor de literatura española en la Cornell University de Estados Unidos. Contrajo, además, un segundo matrimonio, con Berta Gamboa, también profesora. Volvió a España poco antes de iniciarse la guerra y apoyó la República hasta 1938, año en que se exilió a México definitivamente. Pero no fue un exiliado más. León Felipe, «el republicano
266 | EL NORTE DE CASTILLA 2022 | Memoria Viva de Castilla y León |
tranquilo», era ya un veterano cuando el final de la guerra «lo dejó varado en la otra orilla de la lengua». La República Española en el exilio lo designó agregado cultural y como tal recibió a los nuevos trasterrados españoles, para orientarlos y ayudarles. Entretanto seguía escribiendo, dando conferencias y manteniendo activa su correspondencia literaria. Los años pasan y el poeta, que se revuelve entre las aristas de la realidad, va construyendo un poemario que templa su dolor, lo libera de lastre y expresa la sencillez de espíritu que persigue: Así es mi vida, piedra, como tú. Como tú, piedra pequeña; como tú, piedra ligera; como tú, canto que ruedas por las calzadas y las veredas; como tú guijarro humilde de las carreteras; [...] como tú, que no has servido para ser ni piedra de una lonja, ni piedra de una audiencia, ni piedra de un palacio, ni piedra de una iglesia; como tú, piedra aventurera, como tú Jamás abrazó la voz modernista inaugurada por Juan Ramón, quien nunca llegó a entenderlo. Max Aub, que le trató, señala la influencia en su escritura de la Biblia, Walt Whitman y Shakespeare, mientras que él influyó de manera decisiva en Lorca, Aleixandre y Celaya. Su difusa ideología política, por otra parte y a pesar del compromiso social que mantuvo siempre, lo alejaron durante años de la primera fila de autores reconocidos por el canon literario.