Santiago Alba Zamora, 1872 / San Sebastián, 1949
Liberal y regeneracionista
P
RÓCER del periodismo y político genuino del periodo de Alfonso XIII, Santiago Alba fue un liberal dinástico de izquierda, inspirado por el afán regeneracionista y por planteamientos decididamente reformistas. Había nacido en Zamora capital en 1872, en vísperas de la Restauración que devolvió a España la Monarquía Constitucional, de la que era firme partidario. Y en Valladolid, de donde era su padre, hizo sus estudios y se licenció en Derecho. Su vocación, e intereses profesionales, lo llevaron en primer lugar al periodismo. Muy joven aún, trabajó como redactor en los diarios vallisoletanos ‘La Opinión’ y ‘El Eco de Castilla’. En 1893, con sólo 21 años, se asoció con el empresario y futuro político conservador César Silió para comprar el periódico de tendencia liberal ‘El Norte de Castilla’, del que Alba se convirtió en gerente. Comenzaba así su presencia entre las «fuerzas vivas» vallisoletanas y su intensa dedicación a la política en la línea del Regeneracionismo de Joaquín Costa. Su primera formación política fue la Unión Nacional, fundada precisamente por Costa, Alba y Paraíso en 1900. Las disputas internas acabaron con el partido en dos años, pero Alba consiguió su acta de diputado por Valladolid en 1901 con muy buenos resultados, logrando revalidar el escaño ocho veces en las elecciones que se sucedieron hasta 1919. Fue en 1906 cuando ingresó en el Partido Liberal, con el patronazgo de Segismundo Moret; ese mismo año fue nombrado gobernador civil de Madrid. Seis años más tarde, el asesinato de Canalejas provocó una lucha por el liderazgo que trajo el resquebrajamien-
to del partido. Romanones tomó el mando y en torno a Alba se formó, desde 1917, un núcleo de liberales progresistas que propugnaba un programa económico y social avanzado y pretendía la integración en el sistema de políticos republicanos, socialistas y reformistas. Desaparecidos Canalejas y Moret, Santiago Alba ya no necesitó más protectores en el Partido Liberal; al contrario, los dos sucesores –Romanones y García Prieto- se disputaban su apoyo. Ganó al principio el conde, quien como Presidente del Consejo primero tuvo a Alba en Gobernación y en 1916 en Hacienda. A este ministerio llevó Alba como subsecretario a Joaquín Chapaprieta, experto hacendista liberal. Juntos habían diseñado un plan de choque para impulsar la economía española y sanear Hacienda con una batería de propuestas reformistas encaminadas a crear mejores impuestos, evitar el fraude masivo, fomentar la producción y llevar a cabo las medidas de modernización que permitía la situación favorable de España durante la Gran Guerra Europea. En estos años mantuvo un fuerte enfrentamiento con Cambó. Su idea de introducir
un impuesto sobre los beneficios extraordinarios de las empresas chocaba con la oligarquía catalana y vasca. Cambó consiguió que el proyecto de ley fuera rechazado. Don Santiago, sin embargo, se creció. Su gestión en Hacienda le había dado suficiente protagonismo político como para eclipsar a Romanones y tampoco estaba ya dispuesto a someterse a García Prieto, de modo que en 1918 proclamó su independencia y fundó un nuevo partido: la Izquierda Liberal Monárquica. Su núcleo programático eran los proyectos de reforma económica de 1916, una defensa cerrada del Parlamento y la apertura hacia la izquierda republicana y socialista, como punto de partida para regenerar el liberalismo monárquico. Pero hubo Gobierno de Concentración bajo García Prieto y a él le tocó Estado. Ahí, su política civilista en Marruecos lo convirtió en la «bestia negra» del ejército y enemigo del general Primo de Rivera. Exiliado en París durante la Dictadura de Primo, rechazó formar un Gobierno tras la caída del general Berenguer en 1930. Aunque no tuvo participación activa en la proclamación de la Segunda República, se presentó como candidato independiente a las Cortes Constituyentes de 1931 y obtuvo acta de diputado por Zamora, que revalidó en los comicios de 1933 y 1936. En 1933 se afilió al Partido Radical de Lerroux y ese año fue elegido Presidente de las Cortes, cargo que desempeñó hasta febrero del 36. Tras el estallido de la Guerra Civil se exilió en Portugal, desde donde declaró su apoyo a las tropas rebeldes franquistas. Regresó a España en 1945, apartándose definitivamente de la política y murió en San Sebastián, el 8 de abril de 1949.
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