ALFONSO FERNÁNDEZ MAÑUECO
Presidente de la Junta de Castilla y León
Seña de identidad y fuente de riqueza y arraigo de población al territorio
Q
uisiera comenzar felicitando, una vez más, a El Norte de Castilla por esta nueva iniciativa que contribuye a difundir, potenciar y poner en valor el patrimonio cultural de Castilla y León. Un patrimonio cultural que es, como sabemos, amplio, rico y variado. Está compuesto, desde luego, por objetos tangibles, como la arquitectura religiosa y civil, nuestros castillos y fortalezas o nuestro legado industrial. Este es el patrimonio material, al que tan exitosamente se dedicaron el pasado año los tres tomos publicados por este diario sobre ‘Municipalismo. El Patrimonio de Castilla y León’. Pero, junto al mismo, está también el llamado patrimonio inmaterial, que la UNESCO definió como «los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas, junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes, que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconocen como parte integrante de su patrimonio cultural». Aquí se incluyen, pues, todos los comportamientos tradicionales, saberes y valores de las gentes que habitan nuestras tierras que, a través del tiempo, han contribuido a definir nuestra identidad y nuestra manera de ser, y que están en lo más hondo de nuestra conciencia colectiva. Me estoy refiriendo, por ejemplo, a prácticas agrarias y ganaderas que conforman el paisaje de Castilla y León. A los oficios y artesanos de múltiples productos. A nuestras múltiples creencias y rituales en forma de peregrinaciones, romerías, cofradías y hermandades de la Semana Santa, mascaradas o carnavales. A la gran diversidad de festividades taurinas o del fuego que poseemos. Pero también se incluyen aquí todas nuestras variedades lin-
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güísticas. Nuestros romances y nuestra literatura y música de tradición oral. Los cancioneros. Los toques de campanas. Las danzas de paloteo. Las loas y pastoradas. Sin olvidar tampoco los deportes tradicionales o, incluso, la misma elaboración y conservación de nuestros alimentos tradicionales. Este patrimonio cultural inmaterial se hereda en cada uno de nuestros pueblos y ciudades, crece y se transmite de generación en generación. Por ello nos identifica y nos une como sociedad, configurándose como un elemento vital que define nuestra cultura, infunde un sentimiento de identidad y continuidad, y contribuye a promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana. Por ello debe protegerse con medidas tales
como la identificación, documentación, investigación, preservación, promoción, valorización, transmisión y revitalización. Algo que debe ser tarea de todos. Y así lo vuelve a entender El Norte de Castilla. Si el año pasado ya decíamos en la publicación a la que antes me referí que los castellanos y leoneses teníamos el orgullo de contar con el patrimonio cultural inmueble más importante de España y uno de los mayores de Europa, no menos podemos decir de nuestro riquísimo patrimonio inmaterial, que centrará esta edición de 2021 de ‘Municipalismo. El Patrimonio Inmaterial de Castilla y León’. Pero este patrimonio cultural inmaterial, además de seña identidad, es también una evidente fuente de riqueza y, con ella, de arraigo de población en el territorio. Porque el mismo atrae turismo. Hace regresar a gran cantidad de vecinos en fechas puntuales. Genera inversiones. Crea puestos de trabajo y presenta muchos otros efectos positivos para la economía del lugar. Y es que no podemos olvidar que Castilla y León es un destino turístico con valores diferenciales. Los municipios que cubren el territorio de nuestra Comunidad poseen productos turísticos que son muy buscados por un turismo de calidad. Y, entre toda esa oferta, se encuentra el patrimonio cultural inmaterial. Un recurso de calidad y no deslocalizable, que aporta una importante contribución para el crecimiento económico del territorio. Porque permite al visitante romper con lo cotidiano, experimentar algo extraordinario, descubrir nuestro pasado y vivirlo en primera persona. Nuestras tradiciones, heredadas de nuestros antepasados, se convierten en algo novedoso y atractivo para el turista y le motiva para venir a conocerlo de primera mano. Debemos así conservar y difundir este patrimonio, pero también convertirlo en turismo cultural desde el rigor. Siguiendo unas pautas de diseño y comercialización que compatibilicen la conservación de esta herencia con un crecimiento íntegro y sostenible del territorio al que pertenecen estas tradiciones. Sabiendo combinar, en definitiva, cultura e identidad con riqueza y futuro.
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