ANTONIO SÁNCHEZ DEL BARRIO
Director de la Fundación Museo de las Ferias
Consideraciones sobre el patrimonio cultural «Historia y Patrimonio reflejan dos de los principales valores que disfrutamos y que se materializan tanto en los grandes edificios monumentales, en las magníficas obras artísticas o en los grandes legados documentales; pero también en los saberes tradicionales trasmitidos oralmente durante generaciones como el romancero, las danzas rituales, las fiestas, el recetario gastronómico, las técnicas artesanales, las tonadas y canciones, la simbología popular…»
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eleía recientemente un estudio muy interesante del antropólogo Javier Marcos Arévalo, titulado Objetos, sujetos e ideas. Bienes etnológicos y memoria social (Badajoz, 2008), en el que se explica –respecto a la noción que tenemos del patrimonio cultural–, el creciente proceso de traslación que vivimos de lo material a lo intangible, de los objetos a los bienes culturales en los que, más allá del valor perceptible
de la obra material, interesa el conjunto ‘invisible’ de creencias, ideas, valores sociales y significados simbólicos que tienen asociados, hasta el punto de ser estos elementos patrimoniales inmateriales los que confieren a los bienes culturales su consideración más preciada. En realidad, el patrimonio material y el inmaterial conviven siempre juntos, son ‘categorías contiguas’ e inseparables que no se deben disociar;
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quizá el primero sea el de valores más inmutables o de mayor permanencia en el tiempo; mientras que el segundo, en tanto que es intangible y está conformado por expresiones culturales vivas, es mucho más dinámico y cambiante: es el que ‘vive en versiones’ según se dice frecuentemente. Pongamos tres ejemplos: ¿Quién entiende una custodia procesional sin el desfile sacramental del Corpus Christi y todos los ritos religiosos y
fórmulas tradicionales que se dan cita en ella: danzas rituales, cantos, invocaciones…? ¿Qué sentido tiene una campana en lo alto de una torre sin su lenguaje de toques y repiques de aviso conocidos por una comunidad para entenderse a un mismo tiempo? ¿Por qué se encendían hogueras en las calles de una población al tiempo que se pedía lluvia en rogativas cantadas ante una imagen sagrada de la Virgen? Son tan sólo tres ejemplos de manifestaciones tradicionales en las que el valor material de, respectivamente, una delicada obra de platería, una pieza esquilonada de bronce sonoro o una escultura religiosa de gran antigüedad, es en todas ellas más que evidente, pero incompleto o carente de su verdadera razón de ser si dicho valor material no va acompañado de los elementos inmateriales o intangibles –incluidos los espirituales y religiosos– que también presentan; hablamos, claro está, de los que conforman su contexto sociocultural y de los personales y subjetivos de las personas que los conocen y son protagonistas de su conservación y difusión a los demás.
Las dificultades surgen, sin embargo, cuando queremos entender el significado profundo de muchas de estas expresiones que conforman el patrimonio inmaterial legado por la Tradición. En primer lugar, puede comprobarse que nos encontramos ante manifestaciones de gran complejidad, ya sean personales o colectivas, que con sabiduría analizó Caro Baroja en muchas de sus obras; hablaba don Julio de la existencia de «elementos inmutables» inherentes a la mentalidad popular que estaban condicionados por una «historia inconsciente» que todos llevamos dentro y que es muy difícil de explicar. Esta presencia de un ‘trozo de historia’ en nosotros mismos es algo que confirma la opinión generalizada que hay entre quienes vivimos en Castilla y León cuando se nos pregunta sobre cuáles son los principales elementos de nexo común de nuestra
«Estamos ante valores culturales inseparables cargados de fuerte cohesión social que hemos de conocer y transmitir»
Comunidad: suele coincidirse en señalar la importancia de nuestro pasado histórico y el maravilloso patrimonio cultural y natural que tenemos y que debemos proteger y aprovechar para hacer más próspero nuestro futuro. Historia y Patrimonio, dos palabras que reflejan dos de los principales valores que disfrutamos y que se materializan tanto en los grandes edificios monumentales, en las magníficas obras artísticas o en los grandes legados documentales, es decir en nuestro patrimonio tangible y visible; pero también en los saberes tradicionales trasmitidos oralmente durante generaciones como el romancero, las danzas rituales, las fiestas y ceremonias colectivas, el recetario gastronómico, las técnicas artesanales, las tonadas y canciones, la simbología popular… En definitiva, piezas materiales y conocimientos que forman, unidos y no disociados, un repertorio de procedencia muy diversa y, en ocasiones, de origen muy antiguo, que nos permite entender muchas de las claves de nuestra personalidad colectiva. Asimismo, forman un conjunto de actitudes concretas ante la vida que nos identifican y que evolucionan con len-
titud por haber llegado hasta nosotros tamizadas por el pausado discurrir del tiempo, adaptándose constantemente a las necesidades y preferencias de cada momento histórico. En una sociedad en la que los avances tecnológicos parecen ser los únicos elementos de progreso, es necesario reflexionar sobre lo mucho que pueden aportarnos estos conocimientos y expresiones de cuño antiguo que forman parte de un crisol de costumbres intemporales, de antiguas mitologías y de creencias sobrenaturales que no tienen por qué ser contrapuestas a las ideas de innovación y progreso que todos reconocemos como necesarias e imprescindibles. Como última reflexión, hemos de incidir en la necesidad de la transmisión conjunta de estos valores materiales e intangibles de nuestro patrimonio, no sólo en los ámbitos más íntimos de la familia y en los círculos cercanos de las asociaciones o hermandades, sino también desde el más formal de las instituciones educativas y culturales de nuestra Sociedad. Retomando los tres ejemplos concretos que planteábamos antes al hablar del carácter indisoluble que, a nuestro juicio, presenta nuestro patrimonio, es necesario recordar que tan importante es conocer y transmitir los valores histórico-artísticos y el lenguaje iconográfico de los elementos materiales de una custodia procesional, como las expresiones rituales alegóricas, orales, musicales o gestuales que se dan cita en la procesión sacramental del Corpus Christi; tan valiosas son las interpretaciones de los sellos, inscripciones e invocaciones que aparecen fundidos en la superficie de una campana como su lenguaje sonoro y musical, las creencias tradicionales que acompañan al acto de su consagración o las técnicas aprendidas para su tañido o volteo; y, del mismo modo, tan apreciables son las características de estilo y la autoría de una escultura como las ceremonias rituales –sociales en su gran mayoría– que la rodean, ya sean rogativas para pedir lluvia, romerías de devoción o desfiles penitenciales callejeros. Estamos, en definitiva, ante valores culturales inseparables cargados de fuerte cohesión social que hemos de conocer y transmitir como elementos básicos de nuestra cultura.
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