Municipalismo patrimonio inmaterial - Carlos Aganzo

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CARLOS AGANZO

El esplendor de la memoria colectiva Director de Relaciones Institucionales de El Norte de Castilla

E

stá escrito. Y si no lo está, da lo mismo. Pasa de boca en boca, de padres a hijos, de generación en generación: la memoria nos conforma como seres humanos. La raíz nos sustenta. Nos ayuda a saber quiénes somos y nos nutre en el camino para llegar a ser quienes queremos ser. Castilla y León es una tierra de memoria. De historia y de historias. De patrimonio monumental, de patrimonio natural y de patrimonio inmaterial. De ese hilo largo que cruza los tiempos y va tomando de cada cultura, de cada civilización, retazos de usos, modos, costumbres, tradiciones, que se incorporan al calendario del presente con plena vigencia. Y que se expresan con todo su esplendor, a veces en la excepcionalidad de las fiestas, a veces también en el vivir cotidiano de nuestros pueblos y ciudades. Esto sucede en todas y cada una de las provincias castellanas y leonesas. Sin excepción. Lo mismo en el frenético galopar de los toros en los Encierros de Cuéllar que en la etérea Bajada del Ángel de Peñafiel. Igual en la emoción contenida del Bautizo del Niño en Palencia que en la alegría desbordada de la Exaltación del Botillo en Bembibre. Tanto en la solemnidad del Corpus Christi de Béjar como en la algarabía festiva de San Juan del Monte, en Miranda de Ebro. O en esas imágenes ancestrales que rompen el espacio y traspasan el tiempo en celebraciones como la Romería de San Pedro de Alcántara, en Arenas de San Pedro; las escenas del Viernes Santo, en Bercianos de Aliste, o el sobrecogedor Paso del Fuego, de San Pedro Manrique. Por no contar esas ocho Semanas Santas, ocho (Valladolid, Zamora, León, Salamanca, Medina de Rioseco, Medina del Campo, Palencia y Ávila), que han merecido la declaración de fiestas de interés turístico internacional... La lista del patrimonio inmaterial de Castilla y León es inmensa. Y se manifiesta a través de un amplísimo catálogo de la memoria. Empezando por las

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tradiciones que arrancan casi desde la noche de los tiempos, de las culturas célticas que poblaron esta parte de la Península Ibérica desde cinco siglos antes del comienzo de la era cristiana; ceremonias vinculadas a cultos de protección de las personas y las ganaderías, a rituales sociales y de iniciación o, simplemente, de expresión del vínculo estrecho y eterno del hombre con su entorno natural. Continuando con todas aquellas que tienen origen religioso, y que se agrupan en buena manera alrededor de las fiestas patronales de cada comunidad. También por aquellas efemérides que, a lo largo de la historia, han marcado el

«Castilla y León es una tierra de memoria. De historia y de historias. De patrimonio monumental, de patrimonio natural y de patrimonio inmaterial»

devenir y el carácter de nuestros municipios. Y desembocando en la riqueza extraordinaria de las manifestaciones de nuestro folclore popular: bailes, canciones, trajes regionales, encierros y corridas de toros, juegos y deportes tradicionales, artesanías... incluso palabras: esas palabras que están en la misma raíz de nuestra lengua castellana. Palabras y expresiones que a veces, con su sola pronunciación, son capaces de definir la personalidad completa de un pueblo. Muestras incontables de ese esplendor de la memoria colectiva que se ha convertido, sin dudarlo, en una de nuestras más identificables señas de identidad. Fiestas, ritos, tradiciones que, además, siempre tienen una segunda parte –si no es en muchos casos la primera– que se expresa a través de otra de las grandes riquezas de esta tierra: la gastronomía. Una gastronomía que combina la calidad de las materias primas con una sabiduría heredada igualmente de los celtas y los romanos, pero sobre todo de judíos, moros y cristianos, las tres grandes culturas medievales cuya tradición culinaria pervive hasta nuestros días. Hablar del celo en el cuidado del ganado en la Montaña Palentina, para que puede llegar a nuestra mesa la extraordinaria Carne de Cervera es hablar, sin duda, de la riqueza de nuestro patrimonio inmaterial. Lo mismo que hacerlo de la crianza y la elaboración del Cochinillo de Segovia o del Lechazo de Castilla y León, en Aranda de Duero; de la rotunda originalidad del Botillo del Bierzo, del valor ecológico de las dehesas dedicadas al cerdo ibérico y al Jamón de Guijuelo, de la elaboración artesanal del Queso Zamorano y de la Mantequilla de Soria, o del gusto y el trabajo fino en la producción del Pan de Valladolid. Todos con su Indicación Geográfica, su Marca de Garantía o su Denominación de Origen. Al igual que esas trece figuras, trece, de protección alrededor de nuestros vinos, todos ellos hijos, asímismo, de un patrimonio transmitido de manera ininterrumpida a lo largo de muchos, muchos siglos. Pura ebriedad histórica, popular y tradicional. Puro sello de garantía de nuestra memoria colectiva en cada municipio de Castilla y León. Un modo de vivir en el valor añadido de la cultura y de la tradición.


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