FERNANDO CONDE
La España que espera Filólogo y director del Aula de Cultura de El Norte de Castilla
Y
no por llevar la contraria, sino porque esa es la España auténtica, la que cantó Machado, una España esencial, hecha de Castilla, como dicta este apócrifo verso: «Castellano no hay Castilla, se hace Castilla al andar». Y es que eso es esta tierra, un sinónimo exacto de la palabra camino. Camino constante, callado, mudo y reseco como las almas de quienes dejaron su piel y su cuerpo arañando el terrero en busca de provisión. Un camino por el que discurren paralelas la Historia escrita en piedra y mucha tradición, ni siquiera escrita. Nos dimos cuenta del valor de nuestros sillares cuando los
«Muchos niños de ciudad hoy son incapaces de entender que la vida se puede tocar, oler, saborear y sentir sin que medie una pantalla»
298 | EL NORTE DE CASTILLA 2021 | El Patrimonio Inmaterial de Castilla y León | LEÓN
pusimos en almoneda y luego los vimos expuestos y contemplados con asombro en algún museo americano. Y quizá volvamos a darnos cuenta de lo que hemos perdido en poco tiempo, cuando algún otro museo, esta vez de arte contemporáneo, programe una ‘performance’ audiovisual en la que el visitante pueda admirar, por ejemplo, cómo un niño de corta edad cruza una calle, desnuda de alquitrán, portando una lechera metálica que le dará para amamantarse de una ubre no pasterizada, sino tan solo hervida; o cuando el visitante, abanto como el toro nuevo, contemple a una mujeruca vestida de negro, sentada en el quicio de una puerta de doble paño, desgranando vainas sin que el sol se atreva a dorar una piel en luto perpetuo; o cuando descubra sorprendido que un bote de plástico viejo es, a patadas, alimento suficiente para mil sonrisas infantiles, para un damero de carreras fugaces y para un griterío incontenido, un grito que va por mí y por todos mis compañeros; o cuando un pájaro prendido en una charpa le mueva a compasión sin entender que sólo es, y nada más, el triunfo de la astucia sobre la necesidad; o cuando se horrorice ante ese gorrino colgado de una escalera, por sus patas, derramando en sangre su vida, sin saber que en ese preciso momento el matarife llora de agradecimiento, como cada año, ante el animal sacrificado… Esa es la Castilla de mi infancia, patrimonio inmaterial e inaprensible en una foto que otro niño, de mi misma edad pero de cualquier otra latitud terrestre, quizá no haya vivido, pero entenderá. Porque las generaciones tienen esa común
cosmovisión que las hace serlo. Muchos niños de ciudad hoy son incapaces de entender que la vida se puede tocar, oler, saborear y sentir sin que medie una pantalla. Y hoy esas pantallas, en el mejor de los casos, como en la de ese museo contemporáneo, sólo servirán para atestiguar el pasado, pero no para vivirlo. Es la virtualización de la realidad, de la vida y del hombre como protagonista de una existencia de carne y hueso. De una vida que, quienes tuvimos la fortuna de tener pueblo y vivirlo en las últimas décadas del pasado milenio, pudimos disfrutar como epígonos de un pasado secular, casi milenario, que va muriendo a golpe de clic. Esta tierra, en la que casi detrás de cada teso se dibuja una torre custodiando una campana, es también cuna de infinitas manifestaciones que el hombre ha ido asentando, costumbre sobre costumbre. Porque si lo material nos une, lo inmaterial nos convoca. Y así, muchas veces volvemos al lugar usado para renovarnos a través de esos ritos aprendidos y repetidos con la cadencia de las estaciones. «O tempora, o mores!» Hoy pocas cosas resultan tan irreverentes y transgresoras como reivindicar aquello que nos edifica como parte de una estructura vieja, en solera y a veces hasta un poco reaccionaria. En este mundo de dictaduras del pensamiento y de la palabra, libre te quiero para abrazar la anarquía de seguir siendo lo que siempre fuiste. ¡Y no!; que no te cambien el pueblo por una urbanización de lujo; que no te cambien la oveja por un cerdo vietnamita o un perro con abrigo; ni el brasero por un panel fotovoltaico; ni el puchero por una olla electrónica; ni la cuadra por el garaje con puerta corredera; ni la higuera del corral por un bonsái estéril; ni el pozo de riego por un baño alicatado; ni el canto del gallo por un altavoz inteligente; ni el pregón de las doce por un twitter de 280 caracteres; ni… ¡que no!, ¡que no te lo cambien! A no ser que quieras formar parte de esa España vacía y repleta de personas que van y vienen siempre con prisas, siempre iguales, siempre en tropel, siempre a ninguna parte. La España de paso lento y callado es la España que no camina. Esa España… sólo espera.