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Iglesia, ¿qué dices de ti misma?

Esta fue la pregunta fundamental que el Concilio Vaticano II se hizo. Nunca se la había planteado porque la Iglesia es un “hecho de vida”, algo así como la familia. Se vive antes de que se defina. Pero ha llegado la hora de las definiciones con la cultura moderna. Y el Concilio se la tomó en serio. Y todavía continúa. Todos los papas postconciliares han tenido que explicar y profundizar el “misterio” de la Iglesia. Porque de la Iglesia se dicen muchas cosas, terrenales por supuesto, porque lo que Ella es y esconde viene de Dios.

Jesús usaba de las parábolas: la Iglesia es como un sembrador que salió a sembrar, como una red de pescar, como una semilla que crece sin saber, como un padre que tuvo un hijo calavera, como un aprisco de ovejas donde se pierde una, etcétera. Todos son ejemplos terrenales, pero Jesús la llama también “reino de Dios” o “reino de los cielos”. Ninguna institución humana ha emprendido una obra tan compleja como es la de desentrañar su misterio, para comprenderla y amarla mejor. Esta fue la tarea del Concilio y todavía estamos en ella.

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Al santo padre Pablo VI le tocó llevar a feliz término el Concilio. A sus sucesores Juan Pablo II y Be- nedicto XVI explicarlo, difundir su doctrina y corregir eventualmente desviaciones. Ahora, al papa Francisco le ha tocado dar un paso importantísimo, en esta tarea: hacer que, desde el Papa hasta el más sencillo de los católicos, caminemos todos juntos. Pero no se trata de arrear un rebaño. Sino de guiar al pueblo santo de Dios. Lo que no significa marcarle un camino, sino seguir el camino marcado por Jesús. Jesús es el verdadero y único camino hacia la vida. Mentira solemne eso que aquí no hay camino. Aquí sí hay camino, y es un camino viviente, y se llama Jesucristo.

Se trata, por tanto, de seguir el camino ya trazado, pero ese camino es un misterio, es el Hijo de Dios hecho hombre. Y el que guía va delante: es Jesucristo. Los pas- tores segundos no van por delante sino, como dice el papa Francisco, en medio del rebaño. Guiando el rebaño, siguiendo los pasos del pionero, Jesús; cuidando que no se dispersen las ovejas y que ninguna rezagada se le pierda. Tendrá que defenderlas de los lobos y llegar hasta dar la vida por ellas.

Este caminar juntos se llama sinodalidad, palabra asumida desde los comienzos de la Iglesia: lo que compete a todos debe tratarse por todos. De todos debe oírse la opinión, sin perder la compostura de caminar juntos. No es cosa fácil, pero es indispensable. En la Iglesia debe haber libertad, pero también orden, y esto es lo que hace el abogado que Jesús dejó a la Iglesia, el Espíritu Santo. No dice nada nuevo, sino que hace recordar y compren- der lo que Jesús dijo y enseñó, y da fuerza para caminar juntos. Por eso se llama armonía y comunión. Él está en toda la Iglesia: en los pastores, para guiar a la Iglesia con aciertos; en los consagrados y consagradas, ajustándose el caminar según las bienaventuranzas del bienaventurado Jesucristo; en todos los cristianos, mujeres y hombres bautizados, fieles laicos, que mantienen la fe de la Iglesia y viviendo como Jesús nos enseñó en el Evangelio, hacen que los no creyentes se pregunten quiénes son ésos y por qué se comportan así. En una palabra, dan testimonio de Jesucristo. Son como el perfume que difunde en la sociedad el buen olor de Cristo, para que se acabe la peste de la corrupción. Son otros cristos, que tienen el honor de traer vida y dar alegría al mundo.

El Indocristianismo De Ayer Y Hoy

Por Tomás de Híjar ornelas, Pbro.

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