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Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre!
Este es un himno de dimensión cósmica. Dios es admirable en la obra de los cielos, del versículo 2 al 5; Dios es admirable por su obra maestra, el hombre, versículos 6 al 10. El orante poeta se extasía ante la contemplación de las obras de Dios. El ‘Nombre’ es Dios mismo y es la manifestación del poder de Dios y de su gloria objetiva que los cielos pregonan; esa es la majestad de Dios. En toda la tierra hay seres humanos que perciben la majestad divina; pero se da el contraste con la grandeza de las obras divinas y la pequeñez humana. Aún así el hombre es el rey de la creación, revestido de gloria y dignidad, al haberlo asociado al dominio sobre las criaturas. Menor que Dios, pero creado según su imagen y según su semejanza,-semel, demut, (Gén 1,26). Tiene pues el señorío sobre todo lo creado, puesto debajo de sus pies, a pesar de su condición limitada.
En la Carta a los Hebreos 2, a pasear y el sol era muy fuerte y le molestaba.
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--Quiero ser sol –dijo. Y quedó convertido en sol. Pero una nube se interpuso y pidió ser nube. Una vez convertido, se descargó en forma de lluvia que se estrelló contra las rocas.
Ahora Chen deseó ser roca fuerte, contra la que se deshacía la lluvia. Y era feliz siendo roca dura y fuerte. Hasta que vino un picapedrero con un pico que le estaba golpeando.
--¡Quiero ser picapedrero! –gritó.
Y despertó. Desde entonces Chen no volvió jamás a quejarse de su suerte.