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Meme Colom contado a mis hijas
Vivimos así, como bien lo dice Antonio Gimbernat, una trivialización de la democracia, y simplificación inadmisible de la política. Queridas hijas: en el 2015 les publiqué una columna parecida, a treinta y seis años del asesinato de Manuel Colom Argueta, un fatídico 22 de marzo. Se divisaban olas de esperanza y la gente exigía el relevo político y generacional. Y como los ciclos de la historia son de acciones y reacciones, la bruma que hoy vemos, ni nos desvanece, ni nos derrota pues somos los herederos de la verdadera resiliencia, palabrita ésta tan manoseada hoy por funcionarillos de pacotilla.
Cuando se cumplía el primer aniversario del asesinato de Meme, su abuelo Alfredo escribió unas líneas en La Hora Dominical y traía a cuenta las célebres palabras atribuídas a Talleyrand: “Más que un crimen, es una estupidez”. Cuatro años después escribía: “Los cinco años tristes de la fecha que marca para nuestra historia el desaparecimiento físico de la última figura política capaz de sacar a nuestra patria del marasmo y de la violencia que nos sumen en la desesperación cotidiana”.
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Y luego, el 22 de marzo del 88, en otra columna lanzaba la interrogante de ¿qué ganaron los asesinos con el crimen?: “Nada… para quienes no podían permitirse perder el poder, Manuel era un peligro constante. No podían desacreditarlo, su intachable y dinámica gestión en la alcaldía estaba latente y el pueblo no se equivoca”.
Vistas hoy tales opiniones, y en plena farsa electoral, tengo claro que lo que persiguen los de la reacción es prolongar los últimos estertores de un sistema caduco venido a menos que, más temprano que tarde, abrirá las grandes alamedas por donde pase el hombre y la mujer libre –remembranza conosureña– al igual que “el pueblo unido jamás será vencido”.
Meme era voz, era nexo entre la gente, era esperanza, y lo recuerdo en los abrazos de la gente sencilla, en la plática del pueblo, en las diatribas en contra de la rancia oligarquía, que aplaudió su muerte y hoy financia lo mediocre y corrupto. Lo recuerdo en su condena al militarismo represivo y antidemocrático, y también en su crítica aguda hacia los serviles de la “mediación democrática” de los sesentas y setentas, que no son más que los tatas del muladar que hoy se observa en los altos escenarios parlamentarios y políticos de hoy. Vivimos así, como bien lo dice Antonio Gimbernat, una trivialización de la democracia, y simplificación inadmisible de la política. Además, la corrupción inscrita en el sistema, dice don Antonio, ha desembocado no en su regeneracón, sino en su banalización. Y es que los grandes actores económicos han logrado ocupar el espacio asignado a los políticos. Vivimos una incultura política de masas; y que conste que el gran Gimbernat lo aplica a la preocupante Italia de Berlusconi, la Italia que Manuel tanto amó. De ustedes, de los jóvenes y las mujeres de bien, depende recuperar la historia y la dignidad colectiva.