La leyenda de la Isla de los Muertos Tito Fernรกndez, 2005, al Sur del Mundo. Primavera
Este libro naciรณ en Caleta Tortel y es un cuento-ficciรณn donde, en la historia, sรณlo interviene la imaginaciรณn del autor pero los personajes son casi todos reales.
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INTRODUCCIÓN
Muy cerca de los 73º 34’ de longitud Oeste y los 47º 50’ de latitud Sur, después de cuarenta minutos en lancha desde “Caleta Milagro” por las increíbles aguas del Río Baker, se llega a la isla de Los Muertos. ¿Cómo fui a dar allí? Eso es algo que me preguntaré toda la vida porque la respuesta es tan sencilla que de sencilla no es fácil de aceptar. “Fui a dar allí porque un árbol me tenía un mensaje”. Eso era todo.
Primavera de 2005, “Caleta Milagro”
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NOTA: Algunos nombres (tanto de las personas como de los lugares) son reales y otros estĂĄn cambiados o han sido reemplazados por nombres de fantasĂa.
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DE MI CUADERNO DE CAMPO. UNO. (Hoy) Llueve como sabe llover por estas latitudes. Mi cámara intenta captar las imágenes de ensueño de estos australes lugares pero la lluvia me lo impide. Mis compañeros de viaje hacen bromas respecto de una supuesta “Isla de los Muertos”, que guarda secretos que nadie ha podido descifrar, y yo quiero ir porque sé que un árbol, nacido hace casi un siglo, me tiene un mensaje y esa es la razón por la que yo estoy, en esta fría mañana, parado sobre una roca mirando el horizonte y esperando por la barcaza que me llevará hasta un pueblo que tampoco imagino y del que jamás he oído hablar. La primavera ya ha comenzado, de modo que el deshielo nos ha permitido llegar hasta este lugar y pensamos que no nos pondrá obstáculos para ir más adelante. Los cipreses conforman un bosque impenetrable y hay, aquí, mucha riqueza que explotar de modo que debería haber hombres, en alguna parte, encargándose de eso porque ante 4
la posibilidad de hacer riqueza para el hombre no hay límites.
DOS. (Ayer) Ayer, en Villa Ensueño, llovía tanto que yo pensaba que tal vez la lluvia habría borrado el camino y no podríamos llegar hasta Río Bravo a abordar la barcaza que nos llevaría, navegando, hasta el pueblo de nombre extraño que yo jamás había oído. ¿Estará el camino todavía ahí o lo habrá borrado la lluvia? me preguntaba mientras preparaba mi equipaje y alistaba mi cuaderno de campo. Pienso que mi salida de aquí pende de un hilo de agua, que mi vida pende de un hilo de agua y que mi trabajo pende de un hilo de agua, grueso como una cuerda, y que la existencia de este pueblo también pende de un hilo de agua porque en un minuto más puede ser arrastrado por la tormenta quien sabe hasta qué remoto lugar, siempre hacia abajo, hacia abajo. 5
¿Dónde está el camino de regreso para huir de aquí? ¿Lo habrá borrado, también, el agua?” El cielo parece ser un lago inmenso desplomándose sobre este pueblo que nació apenas hace treinta y nueve años entre estos inmensos cerros y seguramente bajo esta misma lluvia que jamás deja de caer. Anoche dormí muy poco y mal porque el peso de las cobijas no me permitió el descanso. ¿Quién puede dormir con tres frazadas tejidas con la lana de cien ovejas, encima, que pesan una tonelada? Un oficial de carabineros, muy joven, vino desde la frontera con Argentina a conversar conmigo y sin duda pertenece a la masa crítica que lucha por juntarse para hacer algo que nadie sabe de qué se trata. (Viajó doce horas a caballo para darme un abrazo y mirarme profundamente a los ojos y transmitirme su mensaje que aun no logro descifrar).
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TRES. (Antes del día de ayer) Después de tres horas de viaje, por una huella entre estos cerros de verde y piedra esperamos la barcaza que nos “cruzará” por el “Fiordo Mitchel” y después seguiremos otras dos horas hasta nuestro destino. Hoy aprendí que el sur del mundo es de color verde agua. Llueve desde ayer y la lluvia canta con la voz del sur. El patrón me invita a subir al puente de mando, me saluda y pienso en cómo hizo para llegar aquí a trabajar de patrón de barcaza. Nadie puede explicar, con palabras, todo lo que se vive en una aventura como esta. Sin embargo parece que yo tenía un código, para saber y contar, que perdí en alguna parte y que no he podido encontrar por mucho que he buscado en mi cabeza y por ahí.
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CUATRO. (Mis compañeros) Navegamos por el Fiordo Mitchel, con lluvia, viento y frío. Aparte de mis compañeros oficiales viajamos con un chofer, una persona que trabajará en la parte técnica y una señora joven que representa al Gobierno Regional. Son muy amables pero mantienen, siempre, una distancia que parece difícil de salvar. Estamos en el comedor de la barcaza y la señora joven me sirve una taza de té para luego hacer un aparte, con su gente, en otra mesa donde conversan alegremente. Navegamos desde el Campamento “Puerto Yungay” hasta “Río Bravo”, donde volveremos a subirnos a nuestro vehículo y seguiremos viaje. Mi tiempo se detiene, en esta barcaza, mientras navego hacia “Río Bravo”. Recuerdo mi libro “La isla de los brujos” y se me ocurre jugar a la fiesta de los números. 8
Nuestra anfitriona se llama Soledad, nuestro chofer Freddy y nuestro tĂŠcnico RaĂşl.
Tomo sus iniciales:
S=1 F=6 R=9
Sumo:
------7
Nosotros:
M=4 M=4 T=2
Sumo:
-----10 9
Total: Continúo:
7 + 10 = 17 1+7 = 8
¿Otra vez la fiesta de los números?
CINCO. (El cuento) Alguna vez llovió por mucho tiempo y el agua se juntó en un enorme agujero, que había aquí, hasta que este se llenó y la única forma de llegar a los pueblos del otro lado fue navegando en una barcaza de juguete donde había una pequeña cocinilla que no tenía nombre pero también había una tetera, muy amigable, que se llama Magdalena y que sirvió para tomar una reponedora taza de té caliente que me ofreció la mujer mágica que no dice nada pero que sonríe y se llama Soledad.
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Así navegamos, mucho tiempo, y Abelardo Lluvia, patrón de la barcaza, me contó cosas que alguna vez narraré en un cuento mágico que deberé escribir. Entonces te estoy debiendo un cuento pero mi tiempo, hoy, está ocupado entre la lluvia, el cielo gris, el horizonte, la conversación de Abelardo Lluvia y mi cuaderno de campo así es que lo dejaremos para otra vez porque ya casi estamos en “Río Bravo”.
SEIS. (El sueño) Llueve sobre “Villa Ensueño” y a nadie le importa porque aquí parece que lo único que ocurre es la lluvia. Sueño (mientras cae el diluvio) con ríos desbordados y un largísimo túnel, muy oscuro, que debemos atravesar si logramos escapar del torrente. Voy con una mujer desconocida y una hermosa niña de la mano.
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De pronto el torrente se seca, como de milagro, y compro una lámpara para atravesar el túnel. Entonces escucho la voz de mi hijo M. A. que me avisa que le dieron la habitación número CUATRO y me pregunto qué fue lo que pasó porque todavía no he muerto para que herede mi número. A las seis tomaremos el té y a las siete deberemos estar en el trabajo. Llueve sobre “Villa Ensueño” y a nadie le importa porque aquí parece que lo único que ocurre es la lluvia”.
SIETE. (Antes del día antes del día de ayer) Vuelo, en un avión, rumbo a la latitud cuarenta y siete grados y cincuenta minutos. Pero no sé eso y sólo sé que vuelo hacia el Sur del Mundo donde es invierno toda la vida, de toda la gente que allí habita y de toda la gente que llega por allí. No sé de ríos, lagos, montañas, árboles que hablan, ni de alcaldes que abrazan.
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Tampoco sé de senderos increíbles, ni de cóndores que vuelan curiosos por saber quienes somos los intrusos o de dónde y a qué venimos. Dormito un rato y estoy a años luz de imaginar lo que me espera, más adelante, apenas descienda de este avión en “Aeropuerto Sur”. Preparo mi cuaderno de campo y descubro que siempre hago eso cuando voy a encontrar algo que debo consignar allí. Debo ser, entonces, un aventurero. Viajo en el asiento 15 C así es que esta no es la fiesta de los números y puedo viajar tranquilo, sin temor a encontrarme con cosas raras. No sé que existe la isla de los muertos y, es más, jamás he oído hablar de ella. Cierro los ojos y dormito en paz. Todo está bien. Allá abajo las nubes y allá arriba el cielo.
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OCHO. (Las tres bolas del Toro) “Bonifacio del Toro” tenía tres bolas. Una roja y dos blancas, una de las cuales tenía un punto negro que parecía un lunar. Eran lisas, suaves y brillantes y pesaban exactamente lo que ordenaba el reglamento. Estaban confeccionadas del más puro marfil y se deslizaban, rodando suavemente, sobre el tapete de la mesa en el más completo silencio. “Bonifacio del Toro” era campeón de billar y hubiera sido un campeón perfecto si no hubiera tenido la maldita tranca de no poder jugar con otras bolas que no fueran las suyas. Por eso no era el campeón oficial, aunque el mismísimo campeón oficial lo consideraba insuperable si el partido se jugaba con sus bolas. Pero otra cosa era con bolas distintas.
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“Bonifacio del Toro” se ponía nervioso y no rendía lo que se esperaba de él. Daba vueltas alrededor de la mesa y en la carambola cuarenta y ocho comenzaba a tocarse la oreja izquierda con el índice y el pulgar de la mano izquierda, por supuesto. Por eso, siempre, terminaba el partido con una oreja azul. “Bonifacio del Toro”, entonces, tenía una oreja distinta de la otra. Tenía una oreja azul… El piloto me interrumpe la historia de mi sueño, cuando anuncia que estamos a punto de aterrizar en “Aeropuerto Sur” y me desperezo, con una exquisita flojera, sin saber que la aventura está por comenzar.
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NUEVE. (Casi hoy) 11.05 horas: La barcaza se pone en movimiento y “Río Bravo” se va quedando atrás. Venimos de regreso para tomar una variante que nos llevará a “Caleta Ciprés”. Esta vez navegamos de “Río Bravo” a “Campamento Puerto Yungay” después de haber atravesado el desagüe del “Lago Cisnes” que se despeña por unos increíbles cerros pero que va camino al mar. Hoy aprendí, entonces, por qué los lagos no se llenan nunca, a pesar de los ríos que desembocan en ellos y de la lluvia que cae y cae. (Alguna vez sabré por qué no se llena el mar). Alguien viene y se lleva la tetera llamada Magdalena pero la trae de vuelta seguramente después de haberse servido una reponedora taza de café, quizá la que me ofreció “Abelardo Lluvia” y que yo no quise.
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Los cerros gigantescos esconden sus cumbres entre las nubes y los ríos caen en cascadas hacia el valle. La tripulación toma mate y habla de cosas y de barcos. Ellos viven una vida que va de aquí para allá y de allá para acá., eternamente. ¿Habrán aprendido del mar lo mismo que se aprende del Río? ¿Será el mar el Gran Maestro y el Río sólo el Maestro? Mi tiempo detenido, otra vez en esta barca, se encuentra con mi cuaderno de campo y se saludan. El motor de la barcaza canta ronco y debe haber aprendido su canto del mar porque el río canta en un tono más alto, claro y cristalino. Nunca supe como canta un lago pero me parece que no canta y lo veo en silencio reflejando, como mudo testigo, todo lo que le rodea además de las nubes, las estrellas, el sol, la luna y todo lo del cielo. Un lago parece un gran señor entre los cerros y tal vez sea un Maestro silencioso, que también debe haberlos.
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DIEZ. (Hoy 2) Rodamos hacia “Caleta Milagro”. Alguien dice que no se puede llegar en vehículo y que habrá que caminar o irse en lancha para llegar a destino. Unos dicen que prefieren la caminata y otros preferimos la lancha pero no me imagino como será eso. Llueve, a veces, y en otras sale el sol a alumbrar estos paisajes de ensueño por donde jamás imaginé iba a rodar. Freddy me cuenta que la nieve a veces dificulta mucho el tránsito por estos caminos y que no es posible, entonces, entrar ni salir de ninguno de estos pueblos. Me dice que en “Caleta Milagro” me voy a encontrar con algo que nunca he visto y no sabe que yo tengo una misión que cumplir, allí, que es la de encontrar el árbol que me tiene un recado de no sé quién ni de qué tiempo. Una vez me pasó en “La isla de los brujos” y me parece estar, de nuevo, viviendo la misma historia.
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De ese modo estoy dispuesto a encontrarme con lo que sea y a no suponer, cosa que aprendí hace mucho tiempo cuando me internaba por los vericuetos del ocultismo práctico y el mundo metafísico ejercía una tremenda atracción sobre mí.
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