El año en que el mundo se convirtió en una borrachera

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Aventuras de los años jóvenes cuando la amistad era sagrada y los amigos de una sola vez y para siempre

(Copia textual del original) Quisiera dedicar este trabajo a los personajes de la historia. A Lucho, Mario. Armando, Jaime, Rolando, el Viejo Clariá, a Lito (el Cordobés) y por sobre todas las cosas a las esposas y novias de estos personajes que, con su paciencia (yo diría sin límites) permitieron que el mundo se convirtiera, por un año, en una tremenda borrachera. ¡¡CONFIDENCIAL!! Quiero hacer un regalo de Pascua a mis amigos y deseo, con toda el alma, que este pequeño cuento les recuerde a su viejo compañero de farras, de canto y de tantas otras cosas que no cabrían en un libro.

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Santiago 03 de Diciembre de 1973. INTRODUCCIÓN. Hace mucho tiempo, por allá por el año 1970, el mundo se convirtió, por 360 días (con sus respectivas noches) en una borrachera gigantesca. Los ríos de alcohol corrían or las calles y la cerveza llenaba las piletas de las plazas. El mundo tenía, por aquel entonces, siete habitantes y algunos agregados. (Todos jóvenes, sanos, fuertes, vigorosos y con un estómago capaz de aguantar todos los litros de trago que hubiere en el mundo). La ciudad en que vivían nuestros personajes se componía de ochocientos bares, veinte mil cantinas y "El puma de la Frontera", que venía a ser como el edificio de las Naciones Unidas (con todo respeto, por supuesto). Allí, cada noche, se reunía lo más granado de la sociedad alcohólica, presididos por el suscrito, o cualquier otro (después de todo cuando uno está curado da lo mismo quien presida y sólo importan el que llena las copas y el que paga la cuenta…?) Allí se discutía y conversaba de todo: Vino blanco, tinto, coñac, pisco, cerveza, ron, anís, gin, Etc. Se tocaba la guitarra, se cantaba a dúo, a trío, en cuarteto, en patota y hasta solo, una vez avanzada la reunión (¿?). Se usaban muchos lenguajes: Mexicano, chino, inglés,

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francés, predominando, como es lógico, uno muy folclórico y florido que es imposible reproducir. Nuestra sede (El Puma de la Frontera) era un negocio que se dedicaba a la venta de parrilladas y pollos en canasta y hasta allí llegaba mucha gente a cenar y a tomar un medido trago. Gentes que hablaban, en voz baja, de sus cosas, comían, pagaban la cuenta y se iban, sin cometer ningún desorden. Gente ordenada, trabajadora, educada que, a lo sumo, ensuciaban un poco el mantel y llenaban el suelo de migas. Nosotros éramos distintos. Teníamos una mesa aparte, al lado del bar, con cabida para siete personas sentadas, de pié, o como fuera. Llegábamos a las doce de la noche, a "conversar" una botella, y salíamos a las cinco de la mañana después de habernos "conversado", reído, discutido, cantado, y peleado, una fila impresionante de envases de todo tipo, forma y tamaño. El "Puma de la Frontera" era un negocio lindo. Tenía una chimenea, para el invierno, un ventilador, para el verano y estaba adornado con fotografías de futbolistas profesionales que no tomaban trago ni se metían en las conversaciones y que se limitaban a mirar, desde la pared, con cara de jugadores de fútbol, cómo nuestro grupo vivía su vida. El dueño de este "negocio" (que, en lo que a nosotros respecta, era muy mal negocio) era un ex futbolista, jugador de Green Cross de Temuco, equipo profesional que, según algunos de nosotros, debería haberse llamado de

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cualquier otra forma y al que apodábamos, con mucho cariño, "el viejo Clariá" El “viejo Clariá" era argentino, tenía cara de argentino y gritaba como argentino. Tenía un corazón tan grande que era, verdaderamente, un misterio el cómo le cabía en la pechuga. Recibía, a todo el mundo, con una sonrisa, le pasaba la cuenta con una sonrisa y los despedía con la misma sonrisa. Luego cerraba el negocio y se sentaba a nuestra mesa. Fantástico el viejo Clariá. Tomaba como bestia, se reía como bestia y, pensándolo bien, casi todo lo hacía como bestia. Era una bestia el viejo Clariá. Le gustaba cantar improvisando y, en eso, era bastante bueno. (Un día, mejor dicho una noche y un día, estuvo improvisando cuartetas desde las doce de la noche hasta las doce del día siguiente). ¿Cuar…teta? Preguntaba riendo y se largaba a cantar como a tres botellas por hora. Allí nace y termina esta historia. Historia que puede, a lo mejor, ser la de mucha gente. La historia de un grupo de amigos sinceros, que se cayeron, un día, al frasco por esas cosas que tiene la vida y que se demoraron un año en salir a la superficie. Este año que van a leer es divertido, es triste, es soñador, "le lleva de todo", incluso de "aquello" y si le falta algo puede ser un poquito de azúcar, o una copita de coñac, en

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fin, cada uno es dueĂąo de prepararse su ponchera como le dĂŠ la gana.

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CAPÍTULO UNO. ENERO y la primera presa del ponche. (Los personajes no tienen ningún orden determinado de aparición, están al lote nomás…?) LUIS LARA PROVOSTE. Personaje importantísimo. Dueño de una curadera la caballa de buena, Y como si eso fuera poco, garzón en el negocio del Puma. El más "bajito" del grupo, de ahí el apodo "Luis Lara Grandón" o simplemente "el Enano”, para los amigos. Mujeriego como él solo y dueño de una simpatía a prueba de tontos graves. Más porfiado que mapuche curado y con la "talla" a flor de labios. Buen amigo el Enano. Cuando yo trabajaba en el Liceo Nocturno y mi nombramiento cumplía un año de trámites, me pasaba, todos los días, diez escudos para que en mi casa no faltara el almuerzo. Aguantaba cualquier broma, del calibre que fuera, excepto cualquiera que se refiriera al Colo - Colo (¿?). Ahí se le salía el indio y se paraba arriba de una silla, para hacerse notar, y nadie podía hacer que se callara. - ¡No, no, no, no! - decía - ¡Eso sí que no! - y entre cada ¡No, no, no, no, se mandaba, al seco, una copa de lo que fuera y entre cada ¡Eso sí que no! Se mandaba de lo que fuera una copa al seco. Cuando visitábamos algún negocio "con niñas" se convertía

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en un verdadero problema. Se subía al escenario, anunciaba el show y terminaba cantando "la barca" debajo de alguna pollera. Otras veces, cuando le tocaba la curadera mala, le quería pegar a medio mundo o nos agarraba a besos y se ponía a llorar. Era divertido el Enano. Una vez, a las ocho de la mañana, quería salir del Mercado Municipal con un Moai al hombro, casi del porte de él, que se había "robado" en uno de los puestos de souvenires turísticos. Le gustaba vestir bien y era un plato verlo salir, en la mañana, con la mona viva y el sol radiante, de algún bar, muy de sombrero, abrigo y paraguas. Quería entrañablemente a Mario, su camarada, su amigo, su "Tole" (nunca supe de dónde sacó esa palabra) y, en general, quería entrañablemente a todo el mundo. Enamorado de su "Nena" y de su hija arrastraba, quizá, el fracaso de un matrimonio hecho, tal vez, a edad muy temprana. Tres hijos de aquel matrimonio lo hicieron hombre demasiado pronto y su hija, y su "Nena", lo volvieron de nuevo a la niñez. Un niño, grande. El Enano. Como todos nosotros.

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UNA HISTORIA DE TRAGO - FICCIÓN. (Cuento) En un lugar llamado "Nose cuanto" el Rey Semillón Primero prometía, ante todo el reino reunido, la mano de su hija la Princesa a quién le trajera el trago más novedoso y de mejor bouquet. Desde aquel día, todo el reino, nobles y plebeyos, pusiéronse, de cabeza, a buscar por el mundo el trago más novedoso y de mejor bouquet. Así, los que los tenían, ensillaron sus caballos, sus asnos, sus mulas, y los que no poseían dichos bienes se lanzaron, a pié, por los caminos del Señor. De tal modo, quedó el reino despoblado y vino la pobreza. La Corte no disponía de sedas para vestirse, la cocina real mostraba sus ollas vacías y no había quien pisara las uvas para el vino del rey. Entonces, he aquí que apareció, como surgido de la nada, la gallarda figura de un caballero desconocido, pequeño de estatura pero más chamullento que la vieja pelá. - ¿Cómo te llamas, extranjero, y qué vienes a hacer a este reino sumido en la pobreza, la sed y la desesperación? preguntó el rey. Y he aquí que el recién llegado contestó, irguiendo su pequeña estatura: - Me llaman el Enano Maldito y soy el Rey del Borgoña sin frutilla, coged la punta de esta manguera que traigo del reino Dejamehastahí y chupad hasta que reventéis . Acto seguido enchufóle la manguera al monarca, cogió a la Princesa de las mechas, se metió, con ella, a un Hotel parejero y, hasta el día de hoy, no los han podido sacar.

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Moraleja: "Ante un caballero noble y sin ingenio, más vale un plebeyo chico con manguera". CAPÍTULO DOS. FEBRERO y la primera botella de pisco. No hubo cahuín donde Jaime no pidiera la primera botella de pisco. (También pedía la segunda y la tercera, pero eso es otra historia). JAIME ZAMORANO. Ex profesor del Liceo de Hombres de Temuco, titulado en la Universidad de Chile, Técnico Artístico, el más culto, el más paciente, el más alegre y el más guatón. (De ahí que en los registros de nuestro Club figurara como Jaime Zamorano Delgado…?) Contratado, sin sueldo por supuesto, como chofer titular del grupo ponía, para ello, su trabajo y su citroneta. Entre sus cualidades más notables destacaba, sin duda, el hecho de que era un perfecto chofer, aunque estuviera curado como yegua. Jaime el increíble. Se dormía en el volante y había que despertarlo, pero no chocaba. Se le olvidaba donde estaba el embrague, pero no chocaba. Se equivocaba de auto, pero no chocaba. Una noche salíamos, como huascas, de un boliche que se llamaba "La Ruta" y nuestro amigo Jaime, que esa vez no había bebido (estaba enfermo de penicilina) saliendo, recién, del estacionamiento, chocó con un poste de teléfonos.

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Así era él; sencillo, quitado de bulla, muy pacífico. Jamás se salía de los reglamentos del tránsito. Una vez, sólo una vez, creo que lo hizo pero no fue mucho. Nos habíamos tomado cualquier cantidad de botellas y Rolando insistía en irse a su casa. Jaime, para variar, fue el encargado de irlo a dejar y lo llevó (para acortar camino, dijo) dos kilómetros, en jeep, por la línea del ferrocarril. - "Asperazo el camino" - comentó. El increíble Jaime. Casado con una profesora de Enseñanza Básica y con un hijo guatón como él. Dos veces lo echamos del grupo. Lo echamos por "jaibón", por "chupamedias", por "mal amigo" y él siempre volvía. ¡Claro! No era "jaibón", no era "chupamedias" y no era "mal amigo". A veces, cuando estaba muy curado, se acordaba y nos decía, a media lengua y como amenazando: - "Así es que me echaron ¿Ah?" Y se quedaba dormido. Creo que Jaime era, un poco, como el descanso de todos nosotros. Siempre nos estaba ayudando de alguna forma y cuando faltaba el trago ¿saben quién lo iba a comprar?…Y no sólo eso, sino todo lo que faltara. Siempre Jaime. Peleando con Rolando (su enemigo cordial) o prestándome un cheque cuando los hijos no tenían zapatos. Vivía una tragedia, muy personal, que a cualquiera hubiese aproblemado, pero él se echaba los problemas a la espalda y se reía. - Después de todo ¿Qué le vamos a hacer? - decía y nos contaba, por milésima vez, el chiste del huaso que se ganó los millones y que duraba como media hora.

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Bendito Jaime, se curaba y se quedaba dormido, despertaba y se quedaba dormido, manejaba y se quedaba dormido. Buen amigo Jaime, dos veces lo echamos del grupo y él volvió. - Así es que me echaron ¿Ah? - y se quedaba dormido.

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LA CASA VERDE. (Cuento) Legendario cahuín de la Frontera. Lujuriosa, insinuante, llena de promesas y juegos prohibidos. (Un poco cochina pero eso no tiene nada que ver con este cuento). La Casa Verde. Situada a un costado de la Avenida Caupolicán e inmediatamente después del hoyo del alcantarillado (¿?). Tocamos el timbre. Se abre una mirilla, un ojo nos inspecciona meticulosamente y una voz de mujer pregunta: - ¿Qué quieren?…(Vaya pregunta). Mostramos la chequera y la puerta se abre dándonos paso hacia el misterio. La música suave y excitante lo llena todo. Apenas hay luces y todo es sugerente penumbra. Nadie habla, nadie respira. Comienza un Strip Tease, en la pequeña pista, y los ojos se abren a todo lo largo y lo ancho (debería decir a todo lo redondo pero tampoco cuadra…?) Primero el paseo, insinuante, luego un poco de ropa que vuela por el aire. El humo, de los cigarrillos, apenas deja ver (qué lástima). Más ropa que cae (No puedo evitar reírme un poco). - ¡Shhhht! - susurra alguien. Un calcetín que vuela y mi amigo Jaime que cae, estrepitosamente, al suelo, cuando trataba de sacarse los calzoncillo con una sola mano. Carcajada general…Luces….Fin. CAPÍTULO TRES. MARZO y la menta frappé. ROLANDO BASTÍAS. Sumamente casado. Con una cara de serio que daba miedo y con unas ganas de hacer bien las cosas que daba más miedo todavía.

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Participó poco en esto de emborracharse a diario. Quizá porque tenía que estar en casa temprano o quizá porque era más responsable que todos nosotros. Fue considerado como un "amarrado a la pata del catre" (que viene a significar algo así como que la señora lo…o mejor dicho como que…En fin…viene a significar algo así como todo eso junto…?) Hablaba poco y discutía poco, pero cuando discutía no había quien se atreviera con él. Tenía un repertorio inagotable de palabras difíciles y lo hacía perder, a uno, el hilo de la polémica tratando de entender lo que había dicho. Y eso no es nada comparado a que cuando se veía perdido y uno empezaba a "agarrar" confianza, se ponía más serio todavía (si es que eso era posible) y te plantaba, en plena cara, un: - ¿Me convidas un cigarrillo? Y había que convidárselo, maldita sea, había que callarse, sacar el cigarrillo, convidarle y, cuando después de encender y lanzar la primera bocanada de humo, uno quería volver al ataque ya era demasiado tarde y él había tornado a manejar la situación (¿?). Fumaba mucho, casi tanto como no se desordenaba. Y vaya si fumaba. Se fumaba los cigarrillos de Jaime, de Lucho, de Mario y a mí no me pedía porque yo tampoco compraba y sólo me bastaba con ponerme a la cola cuando él salía con su famoso - ¿Me convidas un cigarrillo? De repente parecía que no tenía nada que ver con nosotros, que era de otro chiste, que se había caído en nuestro plato por equivocación. Pero no era así. Era parte de toda la patota con su cara seria y sus modales correctos. Un día llegó a mi casa y me dijo, con la misma voz con que pedía los cigarrillos:

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- ¿Tienes veinte escudos que me prestes? Se acaba de morir mi hijo… Era muy serio Rolando y parecía tener una pena inmensa y unas ganas enormes de contársela a alguien. Pero ¿a quién? Nosotros vivíamos demasiado ocupados y en el mundo no había nadie más. ¿Llegaría, de veras, equivocado a nuestro grupo? A mí me parece que no. Tenía que estar con nosotros, necesitábamos a alguien que se opusiera a nuestras locuras. Entonces era cuando nos hacía falta su cara seria y sus manos juntas. No le gustaba el trago, pero si había que tomar, tomaba como el que más y si había que quedarse, se quedaba (Por lo menos mientras nos duraba la cordura). A mí me alegra recordar a Rolando. Aprendí muchas cosas de él. Entre otras, a ser honrado y a querer a mi familia en todo lo que vale. Fuimos buenos amigos y creo que todavía lo somos, a pesar de que la vida nos ha lanzado por caminos tan distintos. EL HOMBRE QUE CANTABA. (Cuento) La fiesta reventaba en burbujas de champaña. Las copas chocaban en saluces y la alegría salía por las puertas y las ventanas hasta la calle. - ¡La noche es joven! - gritaba alguien. - ¡Vivan los novios! - gritaba otro. Todo el mundo se divertía. Un grupo contaba chistes de subido color y se reía a carcajadas. Otro grupo discutía acerca de cualquier cosa… Era una buena fiesta. Las parejas bailaban y un hombre cantaba, para animar el baile. Y vaya si lo animaba. Tenía

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un repertorio, inagotable, de canciones alegres y parecía estar en "su noche". Una hilera, interminable, de bailarines serpenteaba por toda la casa. - ¡A la cola! ¡A la cola! - gritaban. - ¡A la cola! ¡A la cola! - contestábamos nosotros ocupando nuestro lugar en la fila. ¿Cuánta alegría puede transmitir un hombre, cantando? Yo entiendo al hombre que cantaba. No cuesta nada animar una fiesta porque siempre los humanos bailan al son que se les toque. La cuestión es tocar y el hombre lo sabía. Y tocaba, cada vez más fuerte y la gente brincaba y se reía. ¿Qué importan los vestidos arremangados hasta la cintura? ¿Qué importan las corbatas flojas y el pelo revuelto? ¿Qué importan las señoritas dejándose manosear, en un rincón? Mañana hay que volver a lo de siempre; ojerosos, cansados y con ganas de vomitar hasta el último pedazo de la torta de los novios. - ¡A la cola! ¡A la cola! - gritaba alguien y el hombre cantaba y estaba en "su noche". Mañana la diarrea de los cerdos. El ataque al hígado del Señor No sé Cuánto. El futuro embarazo de la Señorita tal. - ¡A la cola! ¡A la cola! - gritaba alguien y el hombre cantaba y parecía estar en "su noche". - ¿Oye, de dónde salió este gallo que canta? - y luego el comentario feliz - ¡Se pasooooo! Yo estaba en la fiesta. Estábamos todos. Bebiendo como bestias y tratando de conquistar a cualquier cosa que tuviera faldas. ¿Podremos olvidar al hombre que cantaba? "…Que bien que toca el tocador. Qué bien que trina su acordeón.

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¿Cómo le fuera con un violín? ¿Cómo le fuera con un violón…?" - ¡A la cola! ¡A la cola! - gritaba alguien y el hombre cantaba y estaba en "su noche".

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CAPÍTULO CUARTO. ABRIL Y la segunda presa del ponche. ARMANDO LARA. Hermano del Enano. Casado con la Laly y padre de dos hijos cabeza de pichí. Hincha, fanático, de la U.C. y mi compañero de pool (jamás ganamos). Trabajaba en una ferretería y era el único que llevaba una vida más o menos normal (por lo que tenía permiso para retirarse a buena hora). Vivía en una pieza pequeñita y humilde donde nunca faltaba el revitalizador plato de sopa, con harto ají. Era buena compañía la de Armando y me sacó de un montón de apuros económicos, amén de conseguirme entrada, gratis, al box y un buen número en las tribunas del Estadio, cada Domingo. Tomaba trago sólo los fines de semana; el resto de los días se mandaba un par de pílseners y se iba. Le gustaba discutir de deportes y estaba al tanto de todas las noticias que ocurrían en esa área. Sus alegatos con el Enano son inolvidables: "…Que este jugador, el año del Rey Perico, jugaba por el Magallanes antes de haber sido cedido a préstamo a la Católica, y que el Colo Colo es el mejor equipo del mundo, aunque haya ignorantes que opinen lo contrario y que la Católica ha formado una Escuela de jugadores que ya se la quisiera el Colo Colo, y que ¿qué jugadores han salido de la dichosa Escuela?…" - Perdóname - decía y se paraba de la silla para explicar su posición y terminaba diciendo que "los del Colo Colo eran unos fanáticos, conchas de su madre, que no veían más allá de su nariz". Después se pegaba el pencazo y se sentaba. Entonces se metía Mario a defender a Lucho y me metía yo a defender a Armando, Jaime se quedaba dormido y los

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demás se tomaban el trago, aprovechando que la discusión nos tenía ocupadas las manos y la boca…? Entre todas las historias buenas que tiene Armando hay una que es verdaderamente genial: "…Un día que se perdieron… perdón…nos perdimos de la casa dos días enteros, Armando llegó, curado como bestia, acompañado de Jaime y con un pescado de regalo para su señora (¿?)…" Cuenta la leyenda que la Laly agarró el pescado de la cola y le aforró un pescadazo, en lo que es hocico, a su querido marido…(¿?) - Hogar, dulce hogar - filosofaba Jaime, algunos días después. Buena gente Armando. Los días Domingos salía a pasear, con toda su prole, a la plaza, donde el Lucho, en fin, a cualquier parte, con su mujer sencilla y sus dos hijos cabeza de pichí. LA TAZA DE CAFÉ. (Cuento) El agua, helada, me corría por la cara y se me escurría por el cuello. - ¡Maldito Invierno! Eran las siete de la tarde, recién, y parecía noche cerrada. En casa de Mario no había nadie. Quise encender un cigarrillo pero me fue imposible porque llovía, como sabe llover en el Sur, y hacía frío. Sin querer recordé los inviernos aquellos, de Chiguayante, cuando caminábamos, en silencio y bajo la lluvia, con nuestro pequeño hijo en brazos. - Tengo frío, decía la Carmela, y yo apuraba el paso. Hacía mucho frío y llovía como sabe llover en el Sur. Doblé la esquina y golpeé los vidrios de una ventana. Me

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abrió la puerta una mujer, rubia, de los ojos muy azules, humilde y buena. - Pasa - me dijo. Entré, como a mi casa, me saqué el abrigo y me acerqué a la estufa. - Hace frío - me dijo ella - ¿Te preparo una taza de café? La lluvia pegaba en la ventana como si quisiera hacerla pedazos. Pensé en la Naturaleza que no entiende la debilidad de los hombres y luego pensé en la bondad de algunas gentes. Gente sureña, amiga, inocente y pura, que te abre la puerta de su casa y te da calor y alimento. ¿Cuánto vale una taza de café? ¿Una taza como aquella, que humeaba ante mis ojos y hacía que el frío se me fuera? Descubrí que no tiene precio, porque es el corazón ofrecido en una mesa limpia y pobre. Yo sé que esta taza de café es de todos, sin diferencias, basta sólo tener frío y hambre y golpear los vidrios de una ventana como yo lo hice. Gente amiga, de verdad, que no alcanza a ver la pureza de ese gesto que niega las diferencias. La puerta se abre y entra el marido de la mujer de los ojos azules. - ¡Hola! - me saluda. - ¡Hola! - le contesto. - Hace frío - dice, dirigiéndose a su mujer. - ¡Sí! - le contesta ella - ¿Te preparo una taza de café? Si algún día te atrapa el Invierno, con su viento y su lluvia, anda y golpea los vidrios de aquella ventana. Te va a abrir la puerta una mujer rubia, de los ojos muy azules, y te va a ofrecer cariño, amistad, y la mitad del mundo en una sencilla taza de café.

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CAPÍTULO CINCO. MAYO y la primera pílsener helá (¿?) MARIO VÁSQUEZ SÁEZ. Mario tomaba coca cola (por lo menos hasta el comienzo de este año) y parecía un lolo estudiante. Después se subió a la pipa y no había nadie que lo bajara de allí. Estaba de novio con la Gloria (tenían dos hijos pero seguían tan de novios…?) y no pensaba casarse, parece, hasta que no hubiera conocido a todas las mujeres del mundo. Amigo "carnal" del Enano no se separaba de él ni sano y bueno (cosa que es mucho decir). Era muy aficionado a los dulces y los pasteles y, a menudo, visitaba un negocio del ramo donde se "tiraba a las calugas" con buen resultado, al parecer, porque de la noche a la mañana comenzó a ponerse guatón. De las "gracias" de Mario se podría escribir varios volúmenes, así es que resulta difícil contar alguna sin sentir que se ha omitido las demás. Por ejemplo: "Una vez me jugó la ropa a quien tomaba más vino sin curarse (por supuesto que ya estábamos curados) y le gané, prenda por prenda, casi todo lo que andaba trayendo puesto, con excepción de los calzoncillos y los zapatos que él se empeñaba en jugar (¿?)". "Y aquella otra. Cuando en un baile Universitario (ya nos habíamos tomado una botella de cognac) la niña que bailaba con él le dijo, seguramente intentando entablar alguna conversación: - Yo estudio Pedagogía en Matemáticas y estoy haciendo la práctica - ¿Y tú? - Yo estudio Pedagogía en Hueveo y también estoy haciendo la práctica - le contestó.

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Mario era único. Cuando andaba con la cuerda no había quien escapara de sus bromas. Un día lo eché de mi casa; le indiqué la puerta, indignado, y él se levantó y se fue. Al día siguiente, cuando quise disculparme, me dijo que no importaba y seguimos más amigos que antes. Había que ver a Mario, sentado, en calzoncillos, a la mesa de un bar y empinándose la milésima copa mientras el Enano, más curado que él, lo alentaba: - ¡Ese es mi tole! ¡Cumplidor como él sólo! - y le llenaba, de nuevo, la copa. Mario y su cara de niño bueno eran como yo, a los veinticinco años.

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DEL DIARIO DE MARIO. (Cuento) Querido Diario: Hoy desperté, a las dos de la tarde, con un resfrío terrible y un dolor de cabeza espantoso. Tenía la boca seca y "me lloraba" una pílsener. (Supongo que anoche debo haber llegado muy tarde). Estamos tomando demasiado y creo que es hora de "chantarse". Los cabros me han echado tallas y me han dicho que anoche me saqué toda la ropa donde el viejo Clariá. Yo no creo que sea cierto. Tengo romadizo. Los cabros insisten en que anoche terminé tomando en pelotas. Incluso el Lucho me ha dicho que terminé tomando en pelotas. Yo sé que todo es una broma y que a los cabros les gusta divertirse. Y hay que dejar que lo hagan, son buenos amigos y les gusta el payaseo. Además a quién se le ocurre que yo, a mi edad, voy a estar haciendo tamaña locura. Ayer fue un día normal, con excepción de una sola cosa: ¿Dónde diablos habré dejado mis calcetines?

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CAPÍTULO SEIS. JUNIO y el primer combinado "on the rocks" LADISLAO CÓRDOVA. Alias "el Lito" o "el Cordobés". Compadre de Armando y amigo nuestro. Ex empleado de una Veterinaria y ahora empleado de una fábrica de Estructuras Metálicas (A mí no me habría sorprendido ni aunque hubiera cambiado el delantal blanco, de la Veterinaria, por el traje oscuro de las Pompas Fúnebres). Lito se veía bien en cualquier lugar. Era un hombre funcional y sabía rodarse de un buen prestigio. Le gustaba vestir bien, tomar buen trago y comer fino. Nos invitaba, una vez al mes, a cenar en un Restaurante de categoría donde era cliente habitual (hasta que perdió la buena pega, se entiende). Allí nos reuníamos y trazábamos planes para el futuro. Cenábamos como caballeros y, después del bajativo, comenzábamos a pedir trago y dejábamos la escoba. Nosotros no éramos curados caballeros, más bien éramos curados rotos. Nos gustaba decir garabatos y dar golpes en la mesa. Una noche, por ahí en una casa non santa, el Enano le saco un cheque, de la cartera, y pagó la cuenta con propina y todo. ¿Resultado? Una pelea entre buenos amigos por culpa del trago que nos estaba matando. Fue el primero que se marginó del grupo y cuando nos encontrábamos, por ahí, de parranda, se sentaba en otra mesa, con otros amigos y se limitaba sólo a saludarnos. Al parecer tenía un problema muy serio y le dolía. Y no era como Jaime que se los echaba a la espalda y se curaba muerto de la risa. El Cordobés era buen tomador, buen amigo, buen vividor. Nuestra primera baja y colega de aquella taza de café,

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inolvidable, en lo de Armando y la mujer, rubia, de los ojos azules. LA COPA DE CHAMPAÑA. (Cuento) La mujer alzaba la copa, de champaña, y mirándome a los ojos me decía: - Brindemos por el amor. Yo estaba muy lejos, tenía otra mujer de quien preocuparme y ninguna ganas de brindar por el amor. - Por la juventud y lo maravilloso de la vida - decía ella. Yo me sentía viejo, cansado y me daba asco pensar que estaba cayendo irremediablemente. - Por la felicidad de los enamorados… Entonces me dieron ganas de reír… (por la felicidad de los enamorados…) Y ¿Por qué no?.. Por la felicidad de los enamorados. Es gracioso escuchar eso de labios de una mujer que se vende. - Por la felicidad de los enamorados… Bonita frase. Quizá con una mujer menos borracha podría brindarse por los enamorados. Alcé mi copa y ví su cara desfigurada a través del vidrio y del champán. Yo también estaba borracho. Yo también me vendía. Yo pago, esta noche, una copa y soy dueño del líquido, la copa y la mujer que bebe. ¿En qué mundo estamos viviendo? ¿Qué se hicieron los seres humanos? ¿Se ahogaron todos en una copa como esta? ¿Y por qué se ríen? ¿Y por qué bailan? ¿Qué celebran? Y mirando a la mujer borracha, vestida con un traje caro, comprendía que sí me estaba hundiendo irremediablemente. - Está bien, preciosa, brindemos por el amor…

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CAPÍTULO SIETE. JULIO y la última presa del ponche. HUMBERRTO BAEZA FERNÁNDEZ. Yo soy el que escribe el libro, de modo que no voy a hablar de mí porque resultaría, todo, demasiado parcial. Sólo voy a consignar, en estas páginas, un viejo cuento que, cada vez que lo leo, me hace suspirar. EL CAMINO. (Cuento) El camino hasta el colegio era muy corto y no me llevaba más de cuatro minutos recorrerlo. De casa hasta Carrera, de ahí a la Avenida Balmaceda y luego el Liceo. Eso era todo, seis días a la semana. Mañana y tarde el mismo recorrido de ida y de regreso. Un día me fijé en las araucarias de la casa de los Maturana. Parecían gigantes, flacos y chascones y yo pensaba que, desde allá arriba, podían ver todo el pueblo sin tener siquiera que empinarse. Luego me fijé en las casas. Parecían de juguete al lado de los inmensos árboles. Más allá estaba la cárcel, con sus muros de ladrillo sin pintar y esa enorme tristeza que se les venía encima, en el invierno. Y a la izquierda, la cancha de la Escuela Industrial. Al fondo, el cerro Ñielol, conocido hasta el último de sus rincones, y después la Escuela de Niñas Nº7 donde, por supuesto, estudiaban nuestras primeras novias. Había mucho polvo en el verano y mucho barro en el invierno. Un día rompieron la Avenida y comenzaron los trabajos de pavimentación. Después la llenaron de prados y plantaron castaños. Cercaron la cancha y cerraron la subida del cerro.

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Hoy, el destino (O lo que sea) me ha traído de vuelta al mismo Liceo de aquellos locos años, allí trabajo y hago recuerdos. Camino, todos los días, "…De casa a Carrera, de Carrera a la Avenida Balmaceda y, de ahí, al colegio…" En todo caso han seguido los cambios. La Avenida está pavimentada, los castaños ya están grandes, la Escuela Industrial se llama Universidad Técnica, el Cerro es Parque Nacional, el la Cárcel están terminando el nuevo edificio, las casas tienen antena de televisión y no están las araucarias… …Yo estoy casado, tengo hijos y el camino, ahora, es largo… muy largo.

SEGUNDA PARTE (De los ochocientos bares, las veinte mil cantinas y El Puma de la Frontera). NOTA: Las omisiones en las que se ha incurrido, en esta parte de la obra, no corresponden a olvido del autor sino a que en algunos lugares todavía no se ha pagado la cuenta..

AGOSTO. El Rapa Nui 27


En calle Aldunate, casi esquina de Portales, estaba el Rapa Nui y sus pílseners heladas, con televisión. Siempre caíamos allí, por cualquier motivo. Ya fuera después de la mesa de pool o porque, simplemente, ese día se empezaba con pílsener. Era un bonito lugar y era de nosotros, de los curados que llegábamos, en masa, a comernos todos los completos y a bebernos todo lo que fuera, o estuviera, en estado bebestible. Era un lugar inocente hasta las nueve de la noche, más o menos. Una Fuente de Soda donde tomaban las onces, o almorzaban, las gentes que estaban de paso por el centro y, el fin de semana, el tradicional papá y la familia (todos incómodos y metidos en sus trajes de domingo). Después de las nueve casi todo cambiaba. Cambiaban las garzonas, cambiaba la cajera, cambiaban los letreros que ofrecían sandwiches, helados y bebidas, por otros donde se mostraban los precios de los combinados y del vino blanco con durazno, especialidad de la casa.

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Comenzaba a desaparecer la clientela femenina y se empezaban a juntar los rufianes de costumbre: El "pelao" Silver, por ejemplo, dibujante del Diario Austral, que estaba en el inventario del negocio y que, con la barreta de buscar el último chiste para su página del Diario, se curaba como vaca de Lunes a Domingo. O nosotros, que hacíamos una "ídem" para la primera docena y después seguíamos pidiendo y la plata salía no se sabe de dónde. A veces caía alguna pareja inexperta a tomar una bebida y, por supuesto no volvían a hacerlo nunca más. La niña comenzaba por ponerse colorada, nosotros comenzábamos por mirarle las piernas, por ahí salía la primera broma, el galán sudaba la gota gorda y, al final, pedía la cuenta (que se demoraba un siglo) y se iban en medio de una lluvia de piropos bastante mal intencionados. Era insolente la clientela nocturna del Rapa Nui, pero esa "insolencia" era parte de todo el asunto. No se puede salir de noche sin se insolente y hay que aprender a encontrarle la gracia, también, a eso. A lo mejor, 29


muchas de aquellas gentes, en el día, en sus trabajos, en sus casas, jamás se propasaban en el vocabulario, por ejemplo, pero allí, de noche, la cosa era distinta. Había que ser "insolente", pero insolente gracioso. ¿Ud. cree que una pílsener tiene buen sabor servida, en la mesa de un bar, a las 12 de la noche, sin alguna insolencia? ¡No! Decididamente ¡No! La "talla", de subido color, es parte de la idiosincrasia del pueblo chileno y no puede estar ausente de una reunión que tiene, como único objetivo, el divertirse como locos cualquiera que sea el motivo. Allí se hablaba y se discutía. ¡Vaya si se discutía! Y hasta se filosofaba (después de la segunda docena). Se "pelaba" a medio mundo y se viajaba al baño cada quince minutos. Yo he recorrido el país, de punta a punta, y puedo decir, con mucha autoridad, que está lleno de RapaNuises. En todas partes los mismos colores, la misma cerveza, la misma máquina traga monedas que toca el último bolero de Lucho Barrios o el último vals de la Palmenia. La misma mirada, turbia, de la gente que se arranca del mundo de allá afuera y el mismo grupo de amigos que se ríe y pide la cuenta, a todo grito, para salir y seguir la fiesta en otra parte.

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Chile está lleno de RapaNuises y ¿Por qué no decirlo? El mundo está lleno de RapaNuises. Con otros nombres, quizás en otros idiomas, con otros tragos, con otro clima, pero donde se ríe, se canta, se "pela", se filosofa y se viaja al baño cada quince minutos… …¿Cómo se dirá "echar la corta" en japonés?

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SEPTIEMBRE. El Allen Clei. Ea un restaurante que estaba ubicado en la parada de los Buses "LIT" (Bulnes y San Martín) y a treinta metros de la casa de Armando. Un buen negocio, sin duda, y aunque nuestro grupo lo frecuentó poco estuvo siempre muy ligado a nuestras actividades. Por la cercanía de la casa de Armando, muchas veces caímos allí con el pretexto del aperitivo o el combinado "suavecito". Nos acodábamos en el mesón y nos repetíamos el aperitivo hasta que se nos "calentaba la trompa" y entonces hacíamos la hora y enfilábamos hacia algún otro lugar, más económico, donde se pudiera tomar más a gusto. (Vale decir, donde se pudiera cantar, golpear la mesa y decir garabatos). Era el lugar preferido del Cordobés, para invitarnos a la cena, y la parada, obligada, de Armando antes de llegar a su casa. A mí me gustaba estar allí cuando llegaban los viajeros. Se bajaban del bus con su cara de sueño, pedían un sándwich y 32


un café, o un plato de sopa. Después se sentaban a la mesa y comían en silencio. Todos los viajeros de noche, son iguales. Tienen la misma cara de sueño y casi no hablan. Se sientan a la mesa y comen en silencio. Hay quienes no piden nada y entran al negocio sólo para pasar al baño o capear el frío. ¿Por qué no pedirán nada? ¿No tendrán hambre? ¿No sentirán sed, después de tantas horas de viaje? Todos los viajeros son iguales. Traen una frazada y casi no hablan. Yo les tenía porque no hay nada más hermoso que viajar. Yo fui un viajero empedernido y sé lo que es llegar a un lugar, bajarse del bus y comer algo, sin hablar. Mirar las caras desconocidas, siempre iguales, ausentes, de la gente del pueblo. Después, pagar la cuenta y seguir el viaje. Irse, dejar el lugar, llegar a otro, volverlo a dejar y volver a llegar… No hay mejor taza de café que la que se sirve el viajero entumido, que se baja del bus. Es casi como aquella de la mujer de los ojos azules; cálida, suave, "calientita". A mí me gustaba estar allí cuando llegaban los viajeros y me gustaba estar cuando se iban. Se subían al bus y sus caras aparecían en las ventanas, borrosas, a través de los vidrios empañados, y pálidas. A veces una mano de niño le hacía una 33


estría, transparente, a la película húmeda y asomaba sus ojos curiosos. Después se iban y nos quedábamos solos. Los mismos de siempre, hablando el mismo leguaje y las mismas cosas. El Allen Clei cerraba temprano. Vale decir a las once y media, más o menos y el ritual era el mismo de todos los negocios. Los garzones empezaban a retirar los manteles, barrían un poco por aquí y por allá, colocaban las sillas encima de las mesas y miraban, de reojo, hacia donde uno estaba como diciendo: - ¡Ya pues! ¡Es hora de irse! Entonces pedíamos la cuenta, hacíamos la vaca, pagábamos y salíamos por debajo de la cortina metálica a medio cerrar. Afuera la noche recién comenzaba. Es lindo sentirse joven, un poco entonado y con toda una noche, que comienza, por delante. - ¿Adónde vamos? ARMANDO: - Yo me voy a acostar, tengo que trabajar mañana.

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JAIME: Yo pongo la primera botella de pisco, donde ustedes saben… CORO: - ¡¡ACEPTADO!! Era muy simple: Doblábamos por calle San Martín y echábamos a andar en dirección al "barrio". A veces el Lucho ponía un poco de resistencia, pero no lo hacía porque desaprobaba la idea, sino porque no se tenía ninguna confianza y temía que se le "pegara la carreta" y él sabía que cuando eso sucedía se desaparecía tres días de la casa (¿?). - ¡¡Yo pongo la primera botella de pisco!! - Clásica e inolvidable intervención de Jaime. El resto lo poníamos nosotros aunque eso dependía, en parte, de la clase de curadera que agarrara el Enano. Calle San Martín esquina de O\'Higgins, un pequeño conciliábulo para decidir el lugar (siempre resultaba el mismo) y… ¡¡Adelante!! Después de todo mañana todavía quedará la eterna posibilidad de "arreglar la caña" con una pílsener helada en el Rapa Nui.

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OCTUBRE. El Shangai y otras yerbas. El "barrio" no ofrecía muchas tentaciones. Aparte de un par de lugares, con show artístico, sólo había mujeres de carnes abundantes paradas en las puertas, de algunas "casas", y que te invitaban con voces impersonales. Había "casas" famosas (a lo mejor alguna vez tuvieron algo interesante). EL BAUCHA, por ejemplo, era un maricón conocido en toda la provincia que tuvo, cuentan por ahí, la mejor "casa" de la zona, pero la competencia lo fue arrinconando, se empezó a poner viejo y terminó regentando un pequeño burdel, sin orquesta, y con un par de mujeres que siempre estaban solas. LA "CARA DE CORCHO" era otra de las decanas del barrio. También fue desplazada por empresarios más en la onda y apenas alcanzaba a mantener un prostíbulo de última categoría donde la escasa clientela pedía, como gran cosa, una botella de vino y escupía en el suelo.

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EL HUASO tenía, en su negocio, un pianista que servía para poner música de fondo a la escena de las mujeres, sentadas alrededor del brasero. Y EN EL 280 un par de lolas, bastante maltratadas, bailaban con los más jovencitos que frecuentaban el lugar, donde "un rato" costaba más barato que un sándwich en "Los Pingüinos". Después existía otra categoría. Estaba "LA CHELA", por supuesto, donde no le abrían la puerta a cualquiera. Había que ir con algún cliente conocido o tener pinta de "bacán". Nosotros teníamos en, El Cordobés, nuestro ¡ábrete Sésamo! Y, aunque tuviéramos dinero para sólo una modesta botellita de pisco siempre éramos bienvenidos. Allí la película era distinta. Había luces de colores, una buena discoteca, y un montón de niñas, bastante bien, que estaban reservadas para bolsillos mejor provistos que los nuestros, pero que no tenían ningún reparo en bailar con nosotros ni de tomarnos el trago de un solo viaje (¿?).

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De ahí al "ERMITAÑO" (El reino de la Hilda) que fue, en su tiempo, otro de los burdeles de categoría donde los magnates, que podían pagar, hacían sus bacanales alrededor de su otrora famosa piscina. La dueña era una mujer, gorda y buena para el trago, que gustaba de participar en las orgías que organizaban los clientes y que, de tanto pasarlo bien, parece que se anduvo volviendo loca y una noche se bañó en parafina y se prendió fuego poniendo fin a su existencia, nadie sabe si en un arranque de locura, de felicidad o de arrepentimiento. Un poco mejor se mantenía "EL DAYNA", donde la mayor atracción no la constituía el Show Artístico, que presentaba diariamente, ni los generosos escotes, o la impresionante exhibición de piernas, sino un tipo bajito, delgado y de bigote, que anunciaba el espectáculo con un original y especialísimo - ¡¡Sí, mis amigooooos!! Comenzaba la orquesta (una guitarra, un saxofón y una batería) y se iniciaba el Show Estelar, con figuras especialmente contratadas en la Capital (Por lo menos eso era lo que decía el anuncio).

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Pero nuestro destino era, INEVITABLEMENTE, "EL SHANGAI" (El nombre oriental no tenía n'a que ver con el negocio, como no fuera por las figuras de alguna gheishas que adornaban las paredes y que estaban confeccionadas en cartón pintado con látex…). Allí había más "brillo". Presentaban dos Shows Artísticos (a la una y a las cuatro de la mañana) y nos hacían rebaja cuando la pedíamos. El dueño era medio amigo de Jaime así es que llegábamos armando la grande con toda confianza. Son inolvidables las noches del Shangai. Mario tomaba el micrófono, anunciaba al Enano, se ponían a cantar a dúo, le tomaban el trago a medio mundo y nos moríamos de la risa por cualquier estúpido motivo. Hasta las cinco de la mañana duraba la fiesta. Si el Enano andaba con la curadera buena bolseábamos trago p'al mundo y, si andaba con el gorila chueco, había que persuadirlo para que no se metiera en algún forro y, al final, terminábamos todos peleando con él y decididos a no aguantarlo ni un día más (¿?). 39


- Un café y un pan - cantaba el Enano, a dúo con Mario, y nosotros nos desternillábamos de la risa observando a las parejas que bailaban, felices, al compás que les indicaba la improvisada y feliz pareja de cantores. Las cinco y media de la madrugada. Hora de irse, con un infierno en el estómago y unas ganas de seguir la fiesta que no nos cabían en el cuerpo. El "barrio" comenzaba a cerrar. Por ahí se escuchaban algunas risas y pronto sería de día. Todavía quedaban algunas mujeres en las puertas que invitaban "más barato" pero el ruido infernal de los autos que partían, ponía a todo el mundo sordo y nadie oía. Calles San Martín y O'Higgins. De nuevo la esquina. ¡Qué ironía más grande! Los nombres de dos próceres señalando el camino, esta vez, hacia la esclavitud. Yo sostenía, en mi borrachera, que era una falta de respeto a la memoria de aquellos hombres, de tan tremenda estatura moral, la existencia allí del "barrio" pero a las autoridades, a mis amigos y a nadie, parecía importarles. Las cinco y media de la mañana. - ¿Adónde vamos? 40


- ¡Chis! ¿Vai a seguir? - Yo tengo diez lucas p'al caldo de cabeza. - Yo no tengo n'a pero voy igual (¿?) - Yo no quiero seguir, pero si insisten… La "citrola" de Jaime se llena de curados, corcovea un poco, y he aquí que vamos.

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NOVIEMBRE. El 120. Calles San Martín, Prat, Lautaro, General Cruz y, frente al número 120, nos deteníamos. Allí remataba el noventa por ciento de los curados, jugando la última brisca o componiendo el cuerpo con un caldo de cabeza picante. El "120" era el negocio más increíble que uno pueda imaginarse y es difícil describirlo ya que, por lo general, uno llegaba allí curado como yegua. Allí se podía hacer cualquier clase de desorden y nadie decía nada. A nadie le importaba lo que hicieran los de la mesa de al lado, ni lo que tomaran o lo que dijeran. Simplemente uno llegaba, agarraba una silla y se sentaba. Entonces comenzaba la función: Llegaba Don Carlitos (el garzón) más curado que el más curado, y con su eterna sonrisa, de oreja a oreja, preguntaba por lo que se iban a servir los "caballeros".

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- Primero un naipe, un jarro de "arreglado" (a esa hora y con esa caña a nadie le importaba como fuera el "arreglo") y caldo de cabeza para todos. Don Carlitos anotaba en un papel y a los cinco minutos estaba de regreso para preguntar. - ¿Qué me pidieron los caballeros? - Un naipe, un jarro de arreglado y caldo de cabeza para todos - repetíamos, completando el ritual de iniciación. Don Carlitos era todo un personaje. Cuando llegaba con el "arreglado" servía las copas y se quedaba esperando a que uno lo invitara. - Sírvase Don Carlitos. Entonces sacaba, del bolsillo, una copa, la llenaba hasta el borde, miraba para todos lados, se la tomaba al seco, la guardaba de nuevo en el bolsillo y se limpiaba la boca, con el dorso de la mano, disculpándose, muy serio. - Perdonen caballeros pero yo nunca bebo cuando estoy trabajando…? Una vez le hicimos una broma realmente buena: Nos metimos a un reservado, tocamos el timbre, llegó Don Carlitos, le pedimos media docena de pílseners y nos cambiamos para el reservado de al lado. 43


Fue todo un espectáculo lo que siguió: Volvimos a tocar el timbre, volvió a venir Don Carlitos, le pedimos de nuevo media docena de pílseners y esperamos el desenlace. Llegó con una bandeja con las seis pílseners, nos quedó mirando con cara de extrañeza, se metió, después, al reservado de al lado (que estaba vacío, por supuesto) volvió a entrar al de nosotros, sacó su libreta donde anotaba los pedidos, se rascó la cabeza y volviendo a contar las botellas dijo, muy preocupado: - Hoy día sí que me curé (¿?). El "120" tenía un encanto especial y nadie podía sustraerse a él. No sé si sería porque todo el mundo estaba curado o porque, de verdad, se comía y se tomaba bien. El asunto es que las horas se pasaban, allí, sin que nadie las notara y al salir, con el sol alto y la caña un poco más firme, uno suspiraba y daban ganas de dar media vuelta y entrar, de nuevo, a comer otro plato de guatitas y a jugar la cuenta la millonésima brisca.

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El mundo se ve distinto después de una noche de juerga. Las gentes que pasan por la calle parecen de plástico. Recién levantados, recién peinados, recién afeitados, parecen una película de monos animados donde el director de dio el lujo de pintarlos como le dio la real gana y los dotó de movimiento para divertirse, un rato, a su costa. Dan ganas de detenerlos y preguntarles: - ¿Adónde van? ¿Por qué no entran y se toman un caldo de cabeza? ¿Es tan importante lo que van a hacer que se apuran tanto? - Pase, caballero, y juéguese una brisca. A lo mejor es la última oportunidad de su vida. - ¡Don Carlitos! - ¡Un "arreglado", para estos caballeros, y caldo de cabeza para todos! - Nosotros invitamos. Que no se diga, mañana, que somos malas gentes y que no invitamos a nadie. -¡Sírvase, señor! La oficina puede esperar un rato y el caldo de cabeza se enfría. - Eso es - ¡Salud! - Por las mujeres hermosas y la felicidad, eterna, de los hombres de trabajo… el mundo se ve distinto después de una noche de juerga. 45


ÂżSe imaginan como se ve despuĂŠs de once meses de juerga?

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DICIEMBRE. El "Puma de la Frontera". Allí comienza y termina la historia. Son las doce de la noche. Acabo de salir del trabajo y me muero por una "piscola". El "viejo" Clariá tuvo una buena idea cuando decidió abrir este restaurante. Lo único malo es que no se preguntó si serviría para hacer negocio. Es un lindo lugar, con una chimenea para el invierno y un ventilador para el verano. Está todo lleno de fotografías de jugadores de fútbol y abierto, a cualquier hora, para los amigos. ¿Cuántos recuerdos lindos nos quedaron del "Puma"? ¿Cuántas noches pasamos, allí, cantando y cuántos tutos de pollo nos comimos? ¿Cuántas anécdotas que contar? Aquella, por ejemplo, cuando llegó un cliente solo y dijo que tenía ganas de divertirse. Andaba en auto y parecía disponer de mucho dinero. Lo acompañamos a comer y, al cabo de algunas copas, dijo que quería "otro tipo de diversión". ¡A los sordos le dijeron! Jaime, inmediatamente, le insinuó que 47


podríamos ir a hacerle una visita a "una tía" que él tenía y que… - ¡Fenómeno! - dijo el tipo - Yo invito a donde la famosa "tía" esa… - y salimos. Nos metimos al auto del fulano, muertos de la risa, y haciendo bromas acerca de la "tía". Calles Miraflores, Caupolicán, O'Higgins y nos detuvimos frente al "Shangai" El tipo se bajó, miró la casa, nos miró a nosotros y dijo, indignado: - ¡Esto no es ninguna tía, esto es una casa de putas! - Y, acto seguido, se subió de nuevo al auto y se mandó a cambiar dejándonos allí, estupefactos. Los inviernos eran lindos en el "Puma". No hacía frío y siempre había algo para comer. Allí compuse algunas canciones bonitas y aprendí "Cero a Cero" que después me daría tantas satisfacciones.

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Bonito negocio el "Puma". Si el viejo no hubiera sido tan buena gente a lo mejor la cosa le podría haber resultado pero no andaba bien… Siempre que volví a Temuco pasé, otra vez, a visitarlo. Tenía las carátulas de mis discos sobre la chimenea y me recibía con la misma sonrisa de siempre. En una oportunidad hicimos una peña que dejó alguna utilidad y, para el dieciocho de Septiembre, una ramada donde cantamos tres días sin cobrar pero la cosa no marchaba bien. ¿Cuántas botellas nos habremos tomado donde el viejo Clariá? ¿Cuántos chistes habrá contado Jaime, ahí, al lado de la chimenea? ¿Cuántas cuartetas habrá improvisado el "viejo"? "…En la puerta del c… mi vida, me picó un piojo, apreté bien los cantos mi vida, le rompí un ojo…" - ¿Cuar… teta? - preguntaba, riendo, y se largaba a cantar como a tres botellas por hora. 49


Para la Navidad nos "curamos" juntos al pié del árbol. No estábamos contentos. Quizás estábamos arrepentidos. Quizás eran muchas las noches de parranda. Quizás queríamos volver a casa, a nuestras mujeres, a nuestros hijos. Bonito negocio el "Puma". Allí nos reuníamos, cada noche, para comenzar la fiesta y nos olvidábamos de nuestros pequeños problemas. ¿Para qué recordarlos? Algunos se han solucionado, otros siguen igual, todos estamos más viejos y más tranquilos… Bonito negocio el "Puma". Con sus "pollos a la canasta", con el Enano de garzón, con la noche que comienza. Bonito negocio el "Puma". Con Agustín en la parrilla, con el "viejo" detrás del mesón, con sus discos de milongas y zambas. Inolvidable negocio el "Puma". Con la botella de vino y la mesa, al lado del bar, donde cabíamos siete personas sentadas, de pié, o como fuera. 50


TERCERA PARTE (De algunos personajes que no se pueden eludir) NOTA: Ante la imposibilidad de consignar, en este libro, a todos los personajes de la bohemia que reúnen alguna condición especial, para estar aquí, he optado por citar a los que, a mi parecer, resumen las características de todos los demás…(Si es que eso es posible).

El "chico" Molina. Lo conocí hace mucho tiempo, cuando yo era niño y ni siquiera soñaba con la existencia de un mundo diferente. Vivía en mi barrio y siempre pasaba frente a mi casa. Me llamaba la atención porque era muy bajito y muy pálido. En algunas oportunidades pasaba en bicicleta y con un acordeón. Vestía siempre bien y se peinaba "a la gomina" como mi padre. Parecía muy callado y tranquilo. Después lo conocí mejor y tuve la oportunidad de sentarme, con él, en alguna mesa y compartir un trago. Era músico; músico de noche, de cabaret, de quinta de recreo o de lo que fuera. 51


Parecía un buen elemento porque jamás le faltaba el trabajo y, de veras, tocaba bien. Un día cambió el acordeón por un órgano electrónico y no tuvo nada que envidiarle a ningún profesional. Yo trabajaba en el Liceo cuando me fue a preguntar por los exámenes de madurez y, de inmediato, me asaltó la pregunta (que no le hice, se entiende). ¿Para qué quiere dar exámenes de madurez un tipo que vive de noche, que toca en un prostíbulo y ya está cerca de los cincuenta? Y como no encontré respuesta comencé a tenerle respeto. ¿Por qué no puede, un hombre como él, tener ambiciones, ansias de superarse, de salir del mundo en que vive? ¿Son, acaso, los cincuenta años el final de las inquietudes? ¿Es condenable ganarse la vida con un acordeón y en un prostíbulo? ¿No es lo mismo tocar un piano de cola en el Hall de un Hotel de lujo? Ahora que ha pasado el tiempo, que he conocido la vida artística en otro nivel, que he hecho discos, que he pisado casi todos los mejores escenarios, puedo decir, sin temor a 52


equivocarme, que es lo mismo, que no hay diferencias, sólo son distintos la ropa y el lenguaje. No sé si el "chico" Molina habrá dado su examen ni debo entrometerme. La vida me ha enseñado que cada uno es dueño de decidir por sí mismo, pero su intención, su inquietud, han sido para mí lecciones inolvidables y no importa que sea, o que haya sido, músico de cabaret, yo lo respeto porque es un hombre digno y los hombres dignos, hoy día, son bastante escasos.

El Car'e Vaca. Era más chico que el "chico" Molina y, sin la menor intención de faltarle el respeto sino todo lo contrario, verdaderamente tenía cara de vaca (¿?). Creo que debe haber sido el precursor de los zapatos con taco y se empinaba, sobre su metro y tanto, para hacerse notar porque le gustaba sobresalir (¿?), le gustaba llamar la atención y que todo el mundo lo mirara. Tocaba las tumbadoras, y cantaba, en un negocio que se llamaba Waldorf y que no ostentaba el apellido de Astoria o 53


de quien lo bautizó así, como una demostración de la honradez de su propietario. Para ser honrado yo siempre encontré muy gracioso al "Car'e Vaca". Me reí, primero, de su cara, de su estatura, de su afán de sobresalir, de su aparente petulancia, etc. Sin embargo, no me acuerdo cómo ni por qué, un día estuvimos un rato conversando y debo reconocer que aquel fulano tan pintoresco era dueño de un corazón enorme y una sensibilidad poco común. Me habló de sus proyectos, de viajar a la Capital a ver si se "enchufaba" en alguna orquesta, de sus ilusiones como compositor y de su fe, inmensa, en el futuro. Yo miraba su chaqueta smoking, su corbata de humita, y me daban ganas de poder ayudarlo. Quizás algún día pueda hacerlo. Ojalá que pueda. ¡Qué lindo sería que todos conociéramos, primero, a la gente y después decidiéramos si reírnos, o no, de su apariencia! Yo, por lo menos, aprendí la lección.

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El "Moco". Poner apodos es muy feo, pero ponerle "Moco", a un cristiano, es un crimen. Claro que el sobrenombre tiene su base. ¡Sí señor! No fue puesto al lote. ¡No señor! Resulta que el "Moco" tenía un lunar, sobre el labio superior, que parecía salirle de una fosa nasal. De ahí el apodo. Además estaba muy bien puesto porque, para qué vamos a andar con cosas, el lunar parecía moco (¿?). Bueno…el "Moco", en cuestión, tocaba el bongó en el Shangai y le daba tanto "color" que se había convertido en una verdadera atracción y todo el mundo quería verlo tocar. Porque así era la cosa; nadie quería "oírlo" tocar sino "verlo" lo que, en realidad, era un verdadero espectáculo. "Aparecía una bailarina, de música afro, muy ligera de ropas y comenzaba su baile. Entonces, por debajo de la cortina que disimulaba la entrada al baño, alguien lanzaba un bongó y el "Moco" aparecía como un rayo, de cualquier lado, y caía rodilla en tierra, al lado del instrumento. Por supuesto que a esas alturas nadie le daba pelota a la bailarina y ¿quién lo iba a hacer? El "Moco" había empezado a tocar y era lo único que importaba. 55


Primero sacaba la lengua y abría, desmesuradamente, los ojos, respiraba profundo y tocaba; con las manos, con el pelo, con la lengua, con el moco, en fin, tocaba con todo y se llevaba los aplausos. Después, como no le pagaban ni un peso extra, por el éxito, él se cobraba sentándose en todas las mesas y tomando, gratis, como un condenado. Era un espectáculo el "Moco". Vivía hablando de mujeres y de contratos fabulosos que estaba por firmar. Un día apareció cambiado. ¿Saben lo que había hecho? SE HABÍA OPERADO EL MOCO. Ya no lo tenía. Estaba libre de aquella carga, molestosa, que llevara durante tanto tiempo y que tantas risas provocaba. Hubo un solo problema: El "Moco", sin el moco, perdió toda la gracia. Ya no volvió a ser la atracción de la noche ni a llevarse los aplausos". ¡Increíble! Todo por un moco (¿?).

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El "chico" Quiñones. Hay quienes, en la vida, están destinados a una situación de cambios, eterna. Yo creía que "mi" caso era uno de los más representativos de esa teoría, pero resulta que cada ser humano tiene, a su haber, el récord mundial en este asunto. Para mí, el "chico" Quiñones comenzó como cantante. Se hacía llamar Danny Ray (¿?) y no había concurso, o programa de aficionados, donde no estuviera presente (debo consignar, aquí, que algunas veces cantamos a dúo). Cantaba bastante bien (mejor que yo), le gustaba cantar en inglés y tenía un bonito repertorio. Era loco por la pintura y había, en su casa, una pieza llena de telas que se habían ido juntando con el tiempo. También tenía algunos reportajes de revistas capitalinas donde connotados periodistas elogiaban su talento. ¿Qué apartó al "chico" Quiñones de la pintura? ¿Seguirá pintando y acumulando trabajos? ¿Por qué no dio el paso, definitivo, cuando tuvo la oportunidad? ¿La tuvo, realmente?

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Yo hablaba de las situaciones extrañas, al comienzo, que llevan a los seres humanos por raros vericuetos a veces tan apartados de aquello que "quisimos hacer". Hoy, diez años más tarde, el "chico" Quiñones a lo mejor ya no pinta, y casi no canta, toca el bajo en una casa de putas, de mala muerte, y se cura todos los días a lo mejor para olvidarse de su inquietud y de un talento que parece, a veces, no servir para nada. Yo cantaba mucho más mal que él. Tengo la mitad de sus condiciones y, sin embargo, he grabado discos, he llegado a ser conocido y popular, me gano la vida con bastante facilidad y puedo pagar una copa, y un poco de su música, apenas con un pequeño esfuerzo. Por eso quise ponerlo en este libro; porque empezamos juntos y nos fuimos separando, sin darnos cuenta, hasta el lugar en que hoy estamos. ¿Volveremos a juntarnos, algún día?

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Epílogo. Ha sido lindo hacer recuerdos. Retroceder, un poco. "Ver", de nuevo, a los amigos. Sentirse, otra vez, joven y con ganas de jugar con el mundo. Es una pena, en cierta forma, no haber podido hacer una obra de arte de este libro, pero ¡qué importa! Las obras de arte las hacen los hombres con condiciones para ello y los hombres comunes sólo podemos dejar recuerdos mal hilvanados que, a la postre, resultan tan buenos como la mejor obra. ¡Claro! Son "nuestros recuerdos ¿Cómo no encontrarlos hermosos? ¿Cómo no creer que sí son una buena obra? y ¿No es la vida, entera, un cuento igual a este? ¿Con un Armando, un Jaime y un "chico" Molina? Me cuesta terminar aquí. Quisiera decir todo lo que no dije, lo que se me olvidó y ahora recuerdo, lo que, por delicadeza, no escribí en los capítulos que leyeron… Pero hay que terminar. Como se terminó la farra, un día, en mi casa de Freire 260, cuando alguien dijo: 59


"- Muchachos, yo creo que ya es tiempo de que levantemos la cabeza y comencemos a llevar una vida más ordenada… Y lo hicimos. Nos dimos la mano, nos tomamos la última pílsener y se acabó… Yo fui la segunda baja. Un día me despedí de mi calle, de mi pueblito, y enderecé por otro rumbo. Por ahí la mano de un amigo bueno escribió, en un papel, el poema que había en el corazón de todos. Nos abrazamos y lloramos un poco. Después nos dijimos adiós y partimos. Así de simple. Como resultan, siempre, las cosas importantes de la vida. Qué pena no haber podido hacer, de este libro, una obra de arte y qué alegría que haya sido como ha sido. Así como somos nosotros; con nuestro lenguaje, con nuestras faltas de ortografía, con nuestra cara de sueño atrasado, con nuestra "caña mala" y la amistad, inmensa, que nos une. ¡Feliz Navidad, muchachos! Y ¡Arriba ese ánimo!

Santiago, a 9 de Diciembre de 1973. 60


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