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Petra Coria UNIVERSO EN COLOR
David Javier Castrillo Zarzuelo
La vida se construye con sueños. No es un tópico. Valoramos mucho lo que nos hace soñar: nos mueve, nos motiva, no nos importa dedicarle tiempo y dinero. En mi caso, mis sueños me hicieron conocer a Petra. Ella también tuvo los suyos, y los compartió conmigo.
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Descubrí a Petra a través de Facebook. Un “me gusta” por aquí, un apellido familiar, un contacto… hasta localizarla. Las redes sociales, bien usadas, son una herramienta muy poderosa. Quise finalmente conocerla en persona y eso me llevó a Santander en un lluvioso día de noviembre, como no podía ser de otra manera, donde nos recibió con los brazos abiertos en su casa en una visita que difícilmente podré olvidar. Alrededor de una taza de café y en compañía de su hijo Eric, comenzaron a contarnos su historia y recuerdos. Casi inmediatamente empezamos a empatizar, fluían las conversaciones, muchas cosas nos unían.
Petra Coria nació en Ampudia de Campos un 13 de marzo de 1937. Ella dice que los acontecimientos de su vida más importantes siempre han transcurrido entre febrero y marzo. Nació en la casa donde más tarde estaría situada la escuela de los “cagarrones”, como popularmente se conocía al colegio de los niños pequeños, y vivió en la calle de La Cerca. Pasó sus primeros años en el colegio de las niñas, en lo que actualmente es conocido como El Pósito (debido a su antigua función en el pueblo como almacenamiento de grano). Ya por aquel entonces se entretenía con dibujos y colores, los cuales le acompañarían el resto de su vida.
Tierra de Campos y sus colores infinitos.
Recuerda su infancia feliz, disfrutando del pueblo y sus amistades. Recuerda al Maestro Don Máximo, a Doña Eulalia, Doña Consuelo y Doña Luz. Recuerda los inviernos duros y fríos, y llevar estufa al cole. Recuerda la nueva escuela de los chicos, con váteres que no se usaban. Recuerda el caño de la Plaza, el lavadero y la cantidad de veces que cayó en él. Las me- morias de la infancia en el pueblo es algo que nos acompañan a lo largo de nuestras vidas, aunque, como en el caso de Petra, esa vida le llevara lejos y sus visitas a Ampudia fueran ya puntuales.
Su padre era oriundo de la villa; su madre, de Cigales. Anastasio era zapatero y conseguía mantener a su familia hasta que la enfermedad y la ignorancia popular de aquellos tiempos hicieron que los encargos decayeran, situándolos en una delicada situación económica, incluso social, ya que se encontraron marginados por parte del vecindario del pueblo. Como consecuencia de ello, y como muchos otros ampudianos en aquella época (y en ésta, y en todas), marcharon su progenitor y su hermano Vicente a Sestao para trabajar en La Naval. Aquel que les acogió, Don Francisco Martín Gromaz (Don Paco, para todos) es el mismo que dio nombre tiempo después a la plaza donde tantas veces jugó Petra de pequeña. Petra, que apenas contaba con catorce años, y su hermana decidieron cambiar de aires y se embarcaron también dirección norte, destino Bilbao. Era 1950.
No se puede tener un origen más modesto.
Una vez en su nuevo destino, el primero de tantos que seguirían, Petra y su hermana empezaron a servir en el Opus Dei. Debido a su procedencia de pueblo se sintieron manejadas y discriminadas, además de los problemas de salud de su hermana (contrajo la pleura), con lo que finalmente Petra decidió cambiar de aires consiguiendo trabajo en el hotel Carlos V en Laredo. Allí empezó a conocer personas de distintas nacionalidades hasta que un día entabló conversación con unos belgas que le hablaron de su país y le comentaron sobre las posibilidades económicas de aquel lugar, mejores que en la España de aquel entonces. De nuevo, como muchos en aquella época (y en ésta, y en todas), y ya con veinte años, marchó, esta vez sin su hermana, y fue una emigrante más en el país de los flamencos y los valones.
Como tantas otras personas que partieron de España a Europa central a mediados del siglo pasado, pasó a servir en una casa, después de pasar una prueba. Fue bien recibida. La emigración no es fácil, y muchas veces olvidamos nuestro pasado, sobre todo en Castilla, que ha sido siempre tierra de intercambio y de mezcla de gentes y culturas. Afortunadamente, los españoles eran muy bien vistos allí (como los portugueses; menos apreciados los italianos) destacando la nobleza y el trabajo dentro de sus virtudes. Es un sentimiento que hoy en día aún pervive y se nos reconoce fuera de nuestras fronteras más de lo que muchas veces lo hacemos con nosotros mismos.
Y fue allí, lejos de casa, y como muchos otros en aquella época (y en ésta, y en todas), que encontró la que sería la pareja de su vida, tanto en lo personal como en lo profesional. Y aunque a veces mezclar los dos ámbitos, el de la vida en casa y el trabajo, puede ser conflictivo, esta vez funcionó.
Y funcionó muy bien.
William Van Cutsem, conocido profesionalmente como William Vance, se dedicaba a la ilustración. Era flamenco, pero nunca estuvo interesado en política ni en polémicas en un país con dos comunidades diferenciadas. Para él, su política era el trabajo, y no se definió nunca más allá de ser un “bruselense”. Trabajaba en publicidad y lo combinaba con el mundo del cómic a modo de suplemento. Nunca ha sido fácil vivir del dibujo de la historieta o “banda diseñada” (bande dessinée), como la conocen de manera mucho más acertada los francófonos. William era un apasionado del dibujo, especialmente disfrutaba con los paisajes, la naturaleza, ambientaciones… Sin embargo, el apartado de colorear sus historias le resultaba más pesado. Un día Petra, se ofreció a colorear uno de sus cómics, William aceptó encantado, le gustó el resultado, y de ahí (aunque el primer trabajo profesional como colorista fue para el dibujante italiano Dino Attanasio) surgió un equipo formidable: Dibujo – William Vance. Colores – Petra Petra utilizaba témpera o “gouache” (a queda, combinar y encontrar nuevos tonos e intensidades, y trabajar con sus pinceles sobre los dibujos de William, tardes enteras. Se relajaba y disfrutaba de un proceso de concentración en el que el mundo reduce sus límites al tamaño de una mesa de dibujo y lo rodea de una burbuja en el que solo entran el creador y su obra. modo de acuarela, más opaca). Unos pequeños tubos de color, similar a los de la pasta de dientes, proporcionan el material que a base de mezclas obtiene los diversos colores. Incluso usaban frascos de la marca vallisoletana Helios para el proceso, o pequeños algodoncillos de envases de medicina para crear diversos efectos. A Petra le encantaba esa bús-
William y Petra se conocieron en un baile y su noviazgo comenzó en 1961. Se casaron un año más tarde, cuando ésta tenía 25 años, él 27, y vivieron en Bruselas una temporada entre Wezembeek y Uccle. Después de Bélgica volvieron a España, concretamente a Valladolid, en 1979, donde se trasladaron con toda la familia. Los impuestos en el país centroeuropeo eran muy altos y el trasladarse a España les permitió desarrollar su actividad de manera más eficaz. Se establecieron en la Calle Torrecilla, muy cerca de las impresionantes fachadas de San Pablo y San Gregorio, una zona privilegiada enmarcada con el Museo Nacional de Escultura y el Palacio de Pimentel. Sin embargo, el clima caluroso y seco de Castilla no beneficiaba el mantenimiento adecuado de las láminas de trabajo (enseguida perdían su humedad e impedían desarrollar el trabajo de forma correcta) y se desplazaron a Santander dos años más tarde, donde las condiciones eran más ventajosas para su arte. William encontró una vivienda en El Sardinero, con vistas al mar, el escenario ideal para seguir con la creación de sueños.
La Técnica del color en el cómic se trabajaba de esta manera: una vez dibujada y pasada a tinta la historia, esta se copiaba sobre un acetato transparente. A su vez, se hacía una copia en azul sobre otro papel, cuyo color no aparece a la hora de la impresión definitiva, y el cual se colocaba debajo del anterior acetato, y era sobre el papel que se colocaba. Al volver a colocar el acetato encima, aparece el resultado definitivo. Hoy en día con los ordenadores las técnicas de dibujo han cambiado y se realiza todo de manera digital.
Trabajaron en obras hoy conocidas tan solo por los aficionados al noveno arte. Bob Morane, Bruce J. Hawker, Bruno Brazil, … Creada a mediados de los 70, y desarrollada principalmente en los 80, surgió una de sus series más destacadas y que Petra recuerda con más cariño: Ramiro, con guión del también belga Jacques Stoquart. Ambientada en el siglo XII, a través de sus álbumes narra las aventuras de un caballero castellano y sus encuentros con los musulmanes que ocupaban buena parte de la Península. Caracteriza el Medievo español y la cruda estepa castellana, lo que le llevó a visitar localizaciones en el Camino de Santiago y ciudades como León, Sahagún, Ponferrada e incluso la arquitectura tradicional de Ampudia con sus soportales aparece reflejada en la obra, en un esfuerzo constante por realizar un cómic realista entretenido en el que la intriga y la aventura son sus principales bazas. Como bien recuerda ella, no hay un pueblo con castillo que no hubieran visitado..
A partir de ahí se lanzaron hacia cotas
Viñeta de “Ramiro” en la que se identifican soportales a referenciados de los de Ampudia
Series principales
Bruno Brazil 1969 1995 (11 álbumes coloredos)
Ramiro 1979 1989 (los 9 álbumes)
Bob Morane 1979 1980 (18 álbumes)
XIII 1984 2007 (18 álbumes)
Bruce J. Hawker 1986 1996 (7 álbumes)
Blueberry (Marshal) 1991 1993 (2 álbumes) aún más elevadas. Con autores como Greg o Attanasio llegaron a tener fama internacional. Pero fueron dos series, XIII y Blueberry, junto con los guionistas Jean Van Hamme y Jean Giraud (Moebius) respectivamente, las que los llevaron a lo más alto de la fama. Y no es una hipérbole. Legiones de fans les seguían, incontables salones de comics e interminables giras por Europa. Incluso les llegaron a recibir con limousine, o necesitaron escolta policial en alguna ocasión, comenta Petra con cariño y aún asombro.
Blueberry, una de las obras de cómic más grandes de todos los tiempos gracias a Charlier y Moebius, estaba ahora también en manos de William. Y de Petra. Ella alude a la obra como un auténtico reto: se elaboró en tan solo cuatro meses cuando el periodo normal puede rondar el año. Recuerda salir a la calle en Santander a despejarse de los mareos producidos por los olores de las tintas, los colores… un trabajo descomunal. Y genial.
Cuando Blueberry era ya una obra consagrada, el fenómeno de XIII surgió de las manos de Van Hamme y Vance. Superó todas las fronteras: premios internacionales, reconocimientos, ... En Francia, un volumen de la serie llego a ser número uno en ventas ¡en la categoría de libros! Juegos de mesa, películas,
Portada de “Marshal Blueberry” videojuegos, merchandise…
Y detrás de todo ello estaban William y Petra.
Y ya no hay nada más arriba. Se ha llegado a lo más alto y desde ahí se puede ver todo, incluidos los colores de la Tierra de los Campos Góticos; lejos, pero a la vez muy cerca.
Sin embargo, ellos siempre han evitado la fama y han guardado distancia de la notoriedad del mundo del cómic. No han perseguido protagonismo, no lo han buscado, ya que su felicidad estaba siempre en su trabajo y su familia. Se han mantenido lejos de los grandes eventos, sobre todo en España, y han frecuentado los salones de cómic tan solo lo necesario. Tampoco los rehuían, pero no es un mundo que necesitaran.
Es difícil reflejar el éxito de esta aventura en un artículo. Hay que vivirlo y enmarcarlo en su momento. Yo tuve la fortuna de conocer a William en uno de los pocos salones de Barcelona que visitamos, tanto él como yo. Y fui exclusivamente a conocerle. Era 1995, en plena efervescencia de XIII, y me dejó su firma en un ejemplar de la misma serie, que Petra ha completado ahora con la suya, casi un cuarto de siglo más tarde. En mi timidez tan solo me permití pedirle un dibujo y preguntarle cómo era capaz de dibujar tan fantásticamente. Él me respondió, en un perfecto castellano: “Son muchos años de dibujar…” Y lo entendí. El trabajo es fundamental en este arte. Pero, aun así, sabía que allí había un genio detrás. Lo que no sabía es que había dos; y lo mucho que nos unía.
William falleció en 2018 rodeado de su familia tras una larga enfermedad que le impidió seguir dibujando los últimos años. Ahora Petra y su hijo Eric mantienen su memoria y obra. Sin embargo, para Petra el valor de William no era el artístico, sino el personal, su carácter sencillo y buen padre de familia; en todos sus comentarios se desprendía un afecto abrumador hacia él, en la que siempre destacaba la faceta personal por encima de su calidad como artista. En su hogar, Petra y Eric nos hicieron un recorrido único, privilegiado, donde pudimos contemplar cuadros, originales, rarezas, el trabajo y las láminas de Petra… Un magnifico universo de color en el que sumergirse, creado con el material con el que están hechos los sueños
Nos despedimos finalmente de Petra sabiendo que nos volveremos a ver, aún hay mucho que contar, y esperamos que el destino nos reúna pronto de nuevo. De vuelta a casa, por la autovía que une Santander con Palencia, los infinitos colores del atardecer nos llenan de recuerdos cercanos y lejanos…
* Todas las fotos e ilustraciones que aparecen en el artículo se publican con el consentimiento de la familia Van Cutsem-Coria.