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Beato Pascuasio

EL MUY REVERENDO SANTO VARÓN, EL BEATO PASCUASIO, OBISPO DE BURGOS Y EJEMPLO DE BUENOS PRELADOS

ACAIDE: Fray Pascual, obispo de Burgos, doctísimo varón en la sagrada escritura, persona tal como gustase a Dios que hubiesen sido todos los prelados de la Iglesia de Dios en su tiempo y en el nuestro, y de tan buen ejemplo que es tenido por espejo de doctrina de los religiosos y prelados que en esta edad y presente siglo hemos visto, sin injuria de ninguno; y tan amigo de Dios cuanto a España es manifiesto, y puede y sabrá mejor testificar la sagrada orden de los predicadores de Santo Domingo, en la cual él vivió como murió, y acabó como santo varón. En ella hay hoy muchos religiosos que le conocieron, aprobarán lo que digo y podrían acrecentar en su alabanza grandes y notables pasos de su vida y escritos. […]

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En cuanto a su estirpe y linaje, fue de pobres agrícolas labradores, natural de la villa de Ampudia. Desde su niñez fue dado a las sagradas letras y estudio de filosofía; fue hecho maestro en sagrada teología; y por sus méritos y buen ejemplo los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel que ganaron Granada, después que murió el obispo don Luis de Acuña, le dieron aquella prelacía que es el principal obispado de España. La cual iglesia el administró santamente con toda rectitud.

SERENO: A este prelado muchos le tienen por santo, porque muy a las derechas hizo su oficio. Sé muy bien que sobre ser el obispado de Burgos el mayor en renta que tenga el obispado de Castilla y de España toda, no le valía a él tres millones de renta.

ALCAIDE: Así lo oí yo decir a personas que lo podían saber muy bien […]. Y después que el obispo había tomado lo que para su plato bastaba, que era bastante limitado, y para pagar a esos pocos que le servían, todo lo demás se lo daba a los pobres, cuyo es de derecho. Tenía mucho cuidado de las almas de sus ovejas y de su iglesia, y cada año, o de tercer en tercer año, iba a Roma en persona, y si algún año en esto vacaba, era por enfermedad o por otro estilo, pero con licencia expresa del Sumo Pontífice.

Sucedía que algunos labradores pobres parientes suyos le iban a ver y pedir que los ayu- dase, y él examinaba primero el parentesco que tenían con él, solo, muy particularmente, y se informaba de los parientes vivos y de los difuntos; aceptaba las verdades y tomaba relación de lo que se le había olvidado de sus familiares.

- Y decía después: “Vos ¿qué querríais ahora primo, o pariente amigo?”

- “Señor”, respondía el labrador, “Tengo tres hijos y cuatro hijas y no los puedo sostener y con qué criarlos, y querría que vuestra señoría me ayudase, pues son vuestros parientes y son de vuestra sangre”.

- Respondía el obispo: “Vos querríais ahora que yo os hiciese emparentar con el condestable o con el conde de Salinas o con don Diego de Rojas, señor de Poza, o con otros de estos ilustres y generosos caballeros de Burgos; y no os conviene a vos ni a vuestros hijos, ni a mí tampoco, mudaros del estado en que Dios os quiso poner, porque esos caballeros bien os tendrán en nada, ni durará más la amistad y el parentesco de cuanto dejase yo de darles aquello que no es mío y manda Dios que se lo dé a los pobres. Acabad en vuestro oficio, que el que os dio tantos hijos, sabe para qué los quiere, y conoce mejor lo que vos y ellos necesitáis, que no vos ni yo”.

- “Señor”, replicó el pariente con quien pasó lo que os digo, “En efecto, señor, no quiero en verdad esos parentescos, sino que me ayudéis; que vivo en una casa muy baja y ruin y el año pasado se me murió un buey con el que araba y no tuve para comprar otro; y así, por mi necesidad, vendí el otro que me quedaba y me lo he comido con mi pobre compañía. Mi hija la mayor está ya grande y de veinte años, y mi hijo mayor de veintidós, y dice que se quiere venir a serviros y a que le ayudéis; que es muy buen zagal, al cual yo querría casar, que es buen hijo y trabaja bien y me ha ayudado a sustentar.”

- “Bien me parece lo que decís de ese zagal y de vuestra hija mayor”.

- “¿Con qué los casaré?”, decía el pariente, “que aunque venda cuanto tengo, no vale todo diez mil maravedíes”.

- Replicó el obispo: “¿De qué tamaño son los otros vuestros hijos e hijas?”

- Dijo el pobre labrador: “Señor, el segundo de mis hijos tiene diez años, y el tercero, más chiquillo, tiene cinco. Y mis hijas ya os dije que la mayor tiene veinte, y la que va tras ella tiene dieciocho, y la otra es de trece o catorce; y la menor, Elvirilla, tiene ocho o nueve.

- “¿Pues cuánto querríais ahora vos para remediaros con esa vuestra compañía?, dijo el obispo.

- “Señor”, dijo el pariente, “querría para comprar un par de bueyes para volver a poner en pie mi labor, y querría para casar a mi hijo e hija, los mayores, y aún para la segunda, que está ya tan mujer como su abuela, cada una dos mil maravedíes.”

- El obispo respondió riéndose; “Pues como ¿no cuestan los yernos en nuestra tierra sino a dos mil maravedíes?”

- “Sí cuestan; y aún a cuatro y más algunos; pero si quieren, así, si no, que lo dejen, que mis hijas son buenas y Dios les hará merced.”

- El obispo riendo dijo: “Primo, mucho me pedís, mas yo os quiero dar ahora veinte ducados para comprar los bueyes, y casad a vuestro hijo e hija mayor. Y enviadme acá a vuestro hijo y al yerno, y yo les daré para sendos pares de bueyes y lo que más fuera Dios servido. A esa vuestra hija segunda, la de los dieciocho años, casadla también, que tiempo es, y yo le daré a su marido para otro par de bueyes. Y ese muchacho de los diez años, enviádmele que le quiero ver. El de los cinco, cuando sea algo mayor, traédmele cuando tenga siete. Y la hija de los nueve años traedla así mismo, que Dios lo proveerá todo. Me encomiendo a vuestra mujer y a todos y vaya Dios con vos, y no estéis más aquí, sino iros pronto a poner en orden vuestra casa. Y tomad diez reales para el camino y los veinte ducados para los bueyes. En todo el mes que viene traedme a vuestros hijos, porque estoy de camino para Roma. Dios sabe si volveré o no. Me aseguraron que a todo lo susodicho estaban presentes un mayordomo suyo, al cual mandó que luego le despachase y diese el dinero que el obispo había dicho; y que estaban presentes a este razonamiento dos canónigos reverendos de la iglesia mayor de Burgos, letrados adeptos al obispo.

- Cuando salió el labrador le dijeron: “Señor, ¿por qué dio vuestra señoría tan poco a aquel pariente suyo?”

- El obispo respondió: “Porque tengo otros muchos, y todos los pobres son mis parientes, suyo es lo que Dios me diere y no mío; y que Él me deje repartirlo como debo. ¿Os parece que fuera bueno que hiciera yo un mayorazgo en uno de esos sobrinos míos que ese pobre viejo labrador me traerá de sus hijos?

- “Sí por cierto”, dijo un canónigo, así.

- “¿Qué decís reverendo padre?, dijo el obispo, “¿Cómo de bienes ajenos tengo yo que ensalzar a ningún pariente mío? No quiera Dios que yo muera en tal error, ni que él ni yo vayamos al infierno.”

- “¿Pues qué les pensáis dar cuando vengan?”, replicó el otro canónigo.

- El obispo dijo: “Ellos vendrán pronto y habéis de verlo. Vámonos a vísperas que ya tañen a ellas”. Y riéndose se fueron a las horas.

SERENO: Ese obispo tenía ganas de salvarse y de cumplir lo que debía y de servir a Dios y dar buena cuenta del báculo pastoral. […] Fue de buena estatura, moreno y seco, y los ojos hundidos; alegre en su aspecto, doctísimo varón, codicioso de ayudar con su moderación y honestidad y santa doctrina a cuantos pudo.

ALCALDE: Me place, pues, que le conocisteis.

SERENO: Decidme cómo les fue a aquellos sus parientes con él, que lo estoy escuchando atentamente.

ALCAIDE: De allí a pocos días volvió aquel labrador con dos hijos y una hija vestidos a la aldeana; y con ellos un yerno, no mejor peinado, con quien dejaba desposada a la hija mayor al olor de los bueyes prometidos por el obispo. Y también quedaba desposado el sobrino mayor. Y vino la madre con su hija de los nueve años. Entrados un día en la cámara del obispo, hizo llamar a los mismos canónigos que se habían hallado en la primera plática. Y después de haber oído de los parientes algunas palabras al modo rústico, recomendándose lo mejor que el viejo y su mujer lo supieron hacer, el obispo mandó llamar a su mayordomo y le dijo:

- “Traedme cien ducados si los hay en nuestra casa”.

- Y el mayordomo le dijo: “Por cierto, señor, creo que hay cincuenta”.

- Uno de los reverendos canónigos dijo: “Señor, yo prestaré a vuestra señoría otros cincuenta”.

- “Por amor de Dios, sea”, dijo el obispo, “porque estos pecadores no trabajen ni gasten en volver acá”.

Y juntados los cien ducados, dio veinte al mancebo sobrino desposado, y otros tantos al cuñado para que comprasen sendos pares de bueyes; y dio a la labradora vieja otros cuarenta para que casase a las otras dos hijas; e hizo meter monja en un monasterio de religiosas a la hija de los nueve años; y al muchacho de los diez años le mandó que se quedase, y le mandó enseñar a leer y escribir para que, después que lo supiese, aprendiese y fuese sacerdote. Y dio los dineros restantes al labrador y a su mujer para que criasen al niño menor y para sus necesidades. Y les dijo: “Iros en buena hora a vuestra casa y rogad a Dios que me salve”. Mandó al mayordomo que les hiciese vestir a todos y darle a cada uno dos camisas, de la manera y suerte que suelen andar los labradores, para vestir a las tres hijas que dejaban en su casa y para el niño menor. Y cuento esto por la mayor liberalidad que hizo pública con sus parientes. Pero secretas hizo muchas a los pobres.

En Ampudia dicen que hizo hacer la torre de la iglesia. Finalmente, todo lo que tenía era de los pobres, de los que estaban en las cárceles por pobres, pues como estos sufrieron otros parientes. Venían muchos a buscar al obispo, a que les diese también a ellos. Por la información que tenía en su memoria, que la había hecho por relación del verdadero pariente, sin conocerlos los conocía. Socorría a los que se hacían parientes sin serlo como ellos merecían, donándoles algo, pero con tal limitación que se tornaban descontentos a su casa. Y al que no era pariente, después que le había desanimado, lo desengañaba y decía: “Mirad amigo, que yo sé que no sois mi pariente. Tomad un ducado o dos, tornaos a casa y vos ni otro que no sea mi pariente que no me pida por pariente, sino por pobre. Ayudarle he con lo que pudiere, y al que fuere mi pariente no le tengo que dar con que deje su hábito”. Pero he entendido que reconoció más de veinte muchachos que hizo enseñar, y que muchos de ellos salieron buenos letrados y unos fueron clérigos y otros frailes de la orden de predicadores y de otras órdenes. Y de sus parientes y no parientes casó a muchas pobres doncellas y a otras ayudó para ser religiosas.

Así que ved cómo gastaba este santo varón la renta del obispado. Cuando le daban sus décimas las repartía también y daba el trigo, el vino y lo demás a hospitales o personas necesitadas y decía que él no era sino despensero para distribuir lo que Dios le diese en su servicio.

SERENO: Todo cuanto bien se dijese de este prelado, veo yo muy bien porque era muy gran letrado y muy honesto y apartado de toda ambición; no tenía codicia ninguna y viniendo a él se le sentía muy llano y compasivo y disfrutaba de la conversación de los sabios y hombres honestos.

ALCAIDE: Así decía él que de ahí se le pegaba, que ningún día había que dejara de aprender y que, con todo su estudio, había libros que no había podido alcanzar a leer continuando aquellos sus caminos de Roma. Murió allá en un monasterio de su orden que se dice la Minerva, en tiempo del Sumo Pontífice Julio II. El obispo de Burgos, fray Pascual, estaba en el tránsito o al cabo de la vida y el Papa dijo que no le habían de llamar fray Pascual, sino beato Pascuasio, vamos a verle y en verdad os digo en qué gran vergüenza incurre el que nos pidiese la dignidad de ese obispo si no le imitara en la vida. El beato Pascuasio ahora gozará de sus buenas obras. Todo esto dijo el papa y llegando a donde el obispo estaba, en un pobre lecho, le echó su bendición y le dijo: “Hermano Pascuasio, sed fuerte que Dios os dará salud”. Y él dijo: “Santo Padre, dadme vuestro pie y vuestra bendición”. Y el Papa lo hizo y le absolvió plenariamente y quedaron solos los dos y se dijo que el Papa se le había encomendado mucho para que el obispo rezase a nuestro Señor por él. ¿Os parece a vos qué buen hombre fue este?

SERENO: Por tal está en boca de toda España, de cuantos han tenido noticia de él. Más envidia dejó entre los virtuosos que lástima. Y más quisiera ser él que otros de los muy sublimados en rentas y linaje. Esos que habéis dicho fueron los colegios y mausoleos suntuosos y los mayorazgos que este bendito varón dejó o, mejor dicho, llevó consigo, los cuales halló y goza en el cielo …

Batallas y Quincuagenas (Texto adaptado)

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