PREGÓN DE LAS FIESTAS DE LA VIRGEN DE ALCONADA (AMPUDIA) - Año 2012 Epifanio Romo Velasco
Estimados oyentes, muy dignas autoridades y un recuerdo muy especial para nuestro querido Alcalde, Domingo Gómez Lesmes, cuya memoria permanecerá largo tiempo con nosotros. ¡Buenas tardes! Es una bonita costumbre esta de inaugurar las fiestas patronales con un “Pregón Cultural” que cada año se invita a pronunciar a una persona del pueblo. Este año me ha tocado a mí, hombre de letras, profesor jubilado y granjero de vocación tardía. Es una costumbre hermosa porque nos brinda la ocasión para hablar y oír hablar de las cosas que nos son más cercanas y para reivindicar lo que es nuestro. Mi disertación discurrirá en esta ocasión por los caminos de la Geografía y de la Historia, de la Literatura y de la Poesía.
CASTILLA Reivindicar nuestra tierra comienza por recordar el puesto destacado de Castilla entre todas las regiones y nacionalidades de España. Apenas había nacido Castilla cuando ya el autor anónimo del “Poema de Fernán González” lo dejaba bien claro: “Pero de toda España Castiella es la mejor porque fue de los otros el comienzo mayor”. Y a comienzos del siglo XVII el Padre Juan de Mariana en su célebre “Historia de España” lo repetía: “Castilla
[…]
sobrepuja
a
todas
las
demás
provincias de España y no da ventaja a ninguna de las extranjeras”. Con el paso de los siglos, el Reino de Castilla fue creciendo, dominó la mayor parte de la Península y construyó un Imperio colonial donde nunca se ponía el sol. Así fue como Castilla acabó difuminándose en España, y España terminó por dejar a Castilla olvidada en el centro.
Luego, cuando a finales del siglo XIX se perdieron los últimos restos del Imperio, los pensadores e ideólogos se pusieron a la tarea de reinventar España, de
reencontrar
su
alma
y
sus
esencias;
y
las
encontraron, claro está, en la vieja y arruinada Castilla donde la Historia había ido dejando “entre monumentos firmes y entre ruinas, un eco de hazañas y de gestas dormidas y olvidadas por muchos, quizás hasta por ella misma”. [Antonio Corral Castanedo] Los grandes escritores de la llamada Generación del 98: Unamuno, Azorín, Machado, Baroja…, nacidos todos ellos en la periferia peninsular, nos han dejado escritas cientos de páginas hermosas en las que la Castilla árida y desarbolada, dotada de un paisaje con elementos mínimos, y espectacular precisamente por esa falta de adornos, se convierte en la protagonista.
La poesía recia de Don Miguel de Unamuno adquiere toda su fuerza y su belleza en este “Himno a Castilla”:
Tú me levantas, tierra de Castilla en la rugosa palma de tu mano, al cielo que te enciende y te refresca, al cielo, tu amo. Tierra nervuda, enjuta, despejada, madre de corazones y de brazos, toma el presente en ti viejos colores del noble antaño. […] ¡Ara gigante, tierra castellana, a ese tu aire soltaré mis cantos, si te son dignos bajarán al mundo desde lo alto!
LA TIERRA DE CAMPOS ¡Ancha es Castilla!, tan ancha que incluso se divide en dos: Las que antes llamábamos Castilla la Nueva y Castilla la Vieja y que ahora se titulan como Castilla-la Mancha y Castilla y León. Pero si existe una comarca que con propiedad pueda llamarse castellano-leonesa esta es nuestra, Tierra de Campos. Aquí fue donde estuvo establecida la frontera
entre
ambos
reinos
y
estos
fueron
los
territorios que se disputaron unos y otros hasta su unión definitiva. Ancha es en verdad Castilla, con comarcas, pueblos y paisajes muy diversos, pero si hay una tierra donde mejor se plasma la imagen arquetípica de la Castilla esencial y literaria, esta es precisamente la Tierra
de
Campos:
una
amplia
comarca
natural,
repartida entre las provincias de Palencia, Valladolid, León y Zamora, en el corazón de la submeseta norte y de la cuenca del Duero. Su suelo es arcilloso y muy apto para el cultivo del cereal de secano, trigo y cebada, que en los siglos pasados le dieron la consideración de “granero de España”.
La belleza de este paisaje, solemne y austero, no siempre resulta fácil de apreciar. Para muchos aparece como desesperadamente monótono; para otros triste y carente de esperanza. Así lo vio el escritor y filósofo Ortega y Gasset: “En ninguna parte sobre los techos rojizos de estos poblados se advierte la huella de los dedos de la esperanza. Ni verdura en la tierra, ni esperanza en los corazones.” Triste debió parecerle también nuestra tierra al poeta vasco Blas de Otero que le dedicó sin embargo este bello poema: Tierra de Campos, parda, tierra de tristes campos. Agosto, los caminos llamean, alto azul y cuatro, cinco nubes blancas. Nocturno, trema un tren, rielan los rieles reflejando los anchos astros. Frío de amanecida, cuchillo fino del alba. Tierra de Campos, pura, tierra de tristes campos.
Pero algo tendrá de especial este paisaje para haber
llamado
la
atención
de
tantos
escritores
foráneos. Aunque tal vez para apreciarlo sea necesaria esa forma particular de ver las cosas que es propia de los artistas y de los poetas. A los escritores les seduce por su horizontalidad, su sencillez y por la armonía entre el cielo y la tierra. Para Azorín este “es el paisaje elemental, el descanso de los ojos y el suplicio de la imaginación”. A los pintores les cautiva esta tierra por su luminosidad y sus colores cambiantes. Es cierto que son los tonos ocres y pardos los que mejor definen su fisonomía, pero también lo es que los colores van cambiando con las distintas estaciones del año. Alguien lo ha descrito de esta forma tan hermosa: “Cada estación del año nos ofrece una gran variedad de matices y colores que van desde los marrones del invierno hasta el color oro del estío, pasando por un inmenso tapiz de verdes que salpican rojas amapolas en primavera. Es una tierra que nos regala espectaculares amaneceres y singulares atardeceres, donde el sol se esconde entre los campos de cereal.” [Mercedes Tapia Peña] De la veracidad de estas palabras somos testigos todos nosotros, y a lo dicho solo cabría añadirle la intensidad del azul de nuestro cielo y la serena belleza de nuestras noches estrelladas.
En medio de estas inmensas llanuras, los pueblos de Campos, agazapados junto a los caminos, se confunden con el mismo terreno, sobre el que solo destacan las torres de las iglesias parroquiales. Su tradicional arquitectura del barro, a base de adobe y tapial, sorprende a los visitantes, pues en ningĂşn otro lugar la arquitectura popular ha conseguido serle tan afĂn al paisaje.
AMPUDIA Uno de los pueblos que mejor ha sabido conservar los encantos de su pasado ha sido el nuestro, reconocido hoy unánimemente por todos como uno de “los pueblos más bonitos de España”. Sobre Ampudia se han escrito muchas cosas hermosas,
recogerlas
todas
sería
una
lista
interminable. He aquí un par de ellas, para que sirvan a modo de ejemplo: La primera cita procede de un artículo publicado en el diario ABC en el año 1969: “El pueblo es plato aparte, y acaso también plato fuerte para los que gustan saborear la emoción de las anchuras
castellanas.
Esas
calles
de
Ampudia,
cobijadas por arcos y soportales en los que el tiempo y la sombra parecen haberse detenido, suponen una obra maestra de la nostalgia.” [Alfonso Martínez Garrido,]
La segunda cita es más reciente, de 1990, y está tomada de un libro-guía sobre la Tierra de Campos: “Ampudia es una visión y un ensueño de siluetas: la de los fustes de los soportales bien alineados en calles de magnífica perspectiva aportalada, la de la colegiata de San Miguel, la del castillo y las prominencias que rodean la villa, como espectadoras de un animado anfiteatro. En Ampudia todo parece rivalizar en altura desde la profundidad. Calles, muros y casas de piedra alcórea dan aspecto de sobriedad, y a la vez de grandeza y rango al poblamiento.” [Matías Díez / P. Albano García] Ampudia es y ha sido siempre considerada como una de las villas más destacadas de la Tierra de Campos, pero esta alusión a la “piedra alcórea” nos hace recordar que nos encontramos en el límite con una comarca diferente, la de los Alcores o Montes de Torozos. En efecto, tres cuartas partes de nuestro término municipal están constituidas por páramos y montes que morfológicamente se corresponden con esta nueva comarca.
LOS MONTES DE TOROZOS En comparación con la Tierra de Campos, los Montes de Torozos han sido históricamente mucho menos
reconocidos
y
estudiados.
De
hecho,
su
definición como comarca natural diferenciada no tuvo lugar hasta mediados del siglo pasado, cuando en 1955 el riosecano Justo González Garrido publicó su obra “Los Montes de Torozos. Comarca natural”. En este libro quedaron definidos sus límites y su fisonomía e incluso se rebautizó con este nombre a todo el territorio que históricamente había conformado el “Arcedianato del Alcor”. Por supuesto que el nombre de “Montes de Torozos” ya existía con anterioridad, pero se utilizaba únicamente para referirse a las masas boscosas que desde las proximidades de Palencia se extendían hasta Peñaflor de Hornija y Castromonte. Así, tanto Ampudia como Medina de Rioseco tenían cada una de ellas su Monte de Propios llamado de “Torozos”. No se ponen de acuerdo los expertos sobre el significado del término “Torozos” y existen al respecto teorías muy diversas, algunas de ellas un tanto rebuscadas. Pero la opinión más generalizada es que los “torozos” no son sino los “oteros” u “oterazos”, que vienen a ser lo mismo que los “alcores”, con referencia a esas balconadas o miradores que nos permiten otear desde lo alto toda la inmensidad de las llanuras de Campos.
A diferencia de la desertizada Tierra de Campos, es evidente que el paisaje verde de los Torozos, poblado de encinas y quejigos, o robles enciniegos, se acomoda mejor a los gustos actuales. Así, estos montes, que en los siglos pasados dieron cobijo a algunas partidas de “bandoleros”, son hoy considerados por muchos como una especie de paraíso natural e incluso como “un oasis en medio de Castilla”. Cuatro
son
fundamentalmente
los
elementos
distintivos de este paisaje: El páramo, los bosques, las cuestas y los valles. El
silencio
absoluto
de
este
páramo
dejó
impresionado al propio Don Miguel de Unamuno que descansó algunos días en el castillo de Paradilla del Alcor: “En
remansos
como
éste,
escribió
Unamuno
mientras estaba en Paradilla, no se oye la bocina del auto, ni zumbidos de vuelo de avión mecánico [....] ni hay cine, ni radio, ni gramófono que distraigan el ánimo de gentes mecanizadas y aburridas y les quiten ojos para el campo y sus criaturas naturales; oídos para el canto de los pájaros, los grillos, los sapos, las fuentes, y el arranque del vuelo de las palomas...”
Del sotobosque, o bosque bajo, son de destacar la salvia y el romero, el tomillo y el espliego que inundan con su aroma un aire tan puro que en muy pocos lugares de España se puede respirar. Las cuestas y los rebordes del páramo parecen ser, por su parte, los lugares preferidos por el hombre para establecer su hábitat, pues en ellas se situaron la mayor parte de los pueblos y los castillos Los estrechos valles abiertos por los arroyos, mucho más fértiles y frescos, fueron en cambio los lugares sabiamente elegidos por los monjes para establecer sus monasterios: dos de cistercienses: el de la Santa Espina en Castromonte y el de Matallana en Villalba; otro de jerónimos en Valdebusto y algunos más de los que ya no queda casi ni el recuerdo.
ALCONADA Y en otro de esos hermosos valles, donde los Alcores se funden con la Tierra de Campos, en el conocido como “Valle de las Fuentes”, jurisdicción de la villa de Ampudia, cuentan la tradición y la leyenda que, a inicios del siglo XIII, en el año de 1219, se apareció la Virgen de Alconada, a la que enseguida los ampudianos designaron como patrona. Poco a poco, la devoción a esta pequeña imagen milagrosa se fue difundiendo por los pueblos del entorno hasta convertirse en la más venerada de todo el territorio. La vieja ermita se quedó pequeña para acoger a tantos romeros y se hizo necesario construir un nuevo Santuario, que fue inaugurado el 10 de Septiembre de 1747. Para comprender la verdadera dimensión intercomarcal de esta devoción mariana, bastaría con recordar la lista de los casi cuarenta pueblos que, repartidos
por
igual
entre
Campos
y
Torozos,
contribuyeron con sus limosnas a la edificación del Santuario.
Dedicados a esta nuestra querida Patrona de Alconada existen varios poemas piadosos que son bien conocidos de todos vosotros. Pero me vais a permitir que, para ponerle fin a este Pregón, recite uno diferente, de mi propia cosecha, que pueda servir de colofón para este recorrido literario y geográfico que hemos venido realizando por todo nuestro entorno comarcal. El poema lleva por título “Amanecer en Alconada” y dice así:
Entre campos y alcores, Alconada, una ermita, un convento, una pradera, una Virgen que el pueblo aquí venera porque hizo de este valle su morada. El cauce del Salón forma vaguada y llena de frescor la tierra austera; las cuestas y los pinos a la espera de ver cómo amanece en la hondonada. Un encanto especial tiene el paraje con la primera luz de la mañana. Hay que subir al alto y asomarse para ver la belleza del paisaje. Hay que entrar en la ermita, arrodillarse y rezarle a esta Virgen ampudiana.
Muchas gracias por vuestra asistencia y vuestra atención.
¡Felices fiestas!