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La carta. Diferencia y repetición
from Revista EC 110
Pedro J. Huerta Nuño. Secretario General de EC
El filósofo francés Gilles Deleuze introdujo las ideas de diferencia y repetición en nuestra comprensión del espacio y el tiempo, generando polémica pero también ofreciendo una perspectiva reveladora. Al acercarnos al final de cada año, surge un impulso descontrolado por resumir y reflexionar sobre nuestras vivencias, lo positivo y lo no tan bueno, los proyectos realizados y la fidelidad a nuestra misión. En este contexto, hemos estado inmersos en la exploración de la identidad de nuestra escuela. Recientemente, hemos presentado el Decálogo de Identidad de un Colegio Católico, fruto del trabajo y la reflexión de nuestra Junta Directiva Nacional y de la Asamblea General. A menudo, tendemos a este tipo de documentos como palabra definitiva, una representación supuesta y fiel de quienes somos. Sin embargo, como señala Deleuze, toda identidad es resultado de la diferencia. No existe una identidad previa a esta, somos el resultado de relaciones diferenciales que dan forma a espacios y tiempos únicos. Esto es lo que llamamos pluralismo: la capacidad de identificarnos, ya sea con un proyecto o con otras personas, gracias a haber explorado previamente las categorías de las diferencias.
Nuestra existencia está intrínsecamente ligada a la flecha del tiempo. En ocasiones, interpretamos este fluir como movimiento cíclico: temas recurrentes que vuelven una y otra vez, repeticiones, sin nada nuevo bajo el sol, tal como predica Qohélet. Habitualmente, nos esforzamos por escapar de este eterno retorno, esa sensación de estancamiento, la falta de avance o progreso. En esta concepción cíclica del tiempo, la identidad se percibe como radicalización de la repetición, lo único que permanece frente al continuo vaivén. Sin embargo, bajo esta visión, la identidad carecería de desarrollo, novedad y diferencia.
Nuestro paradigma de avance se asemeja más a una espiral: ni nuestra historia ni la de nuestras instituciones educativas son ni cíclicas ni lineales
La visión historicista ofrece una alternativa a esta lectura cíclica del tiempo al interpretarlo de manera lineal. En el afán de la repetición, nos embarcamos en una búsqueda obsesiva de novedad, valorando exclusivamente el cambio y la transformación, la progresión constante. Bajo esta óptica, la identidad se comprende de dos maneras: como una constante frente al cambio o como un concepto líquido en continua transformación. Ambos enfoques se alejan del deseado pluralismo, ya que nadie se siente capaz de identificarse sin establecer límites identitarios en su evolución.
Nuestro paradigma de avance se asemeja más a una espiral: ni nuestra historia ni la de nuestras instituciones educativas son ni cíclicas ni lineales, somos líneas en los ciclos y ciclos en las líneas, como describe Pascal Chabot. Es a través de la repetición y la novedad que se revela la necesidad de las diferencias, experiencias que trascienden nuestro limitado concepto de realidad e introducen lo nuevo. Esta experiencia pura de la diferencia nos permite actualizar nuestras ideas, nos insta a buscar nuevas formas de pensamiento crítico y a relacionarnos con el mundo.
La espiral siempre nos impulsa hacia adelante, a menos que sea espiral involutiva. Es una representación del devenir que fusiona repetición y diferencia, simbolizando la dinámica existencial, la creación y expansión, la identidad y la diferencia, el cambio y la permanencia. Al igual que las caracolas, no hay dos espirales idénticas; solo podemos comprender su valor, sentido y riqueza desde el pluralismo de las identidades.