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La entrevista. Denise Coghlan

Denise Coghlan. Hermana de la Misericordia y Premio Nobel de la Paz en 1997

“La felicidad y la esperanza crean por sí mismas nuestro futuro”

Alan Antich. Profesor y miembro del Equipo de Comunicación del Colegio Gamarra de Málaga

La Hermana Denise Coghlan recibió en 1997 el Premio Nobel de la Paz junto a Tun Channareth por su lucha contra la abolición de las minas terrestres, problemática que conoce en profundidad tras acompañar en los campos de refugiados, durante más de 30 años, a las víctimas de la violencia y la guerra en Camboya. Contamos en estas páginas con su valioso testimonio gracias a las preguntas que le hizo Alan Antich, profesor y miembro del Equipo de Comunicación del Colegio Gamarra de Málaga, cuando se entrevistó con ella durante su estancia en Camboya. Gracias Alan por compartir con todos nosotros las sabias palabras de la Hermana Denise.

"Tienes que acercarte a Siem Reap y charlar con ella allí, en su casa, es un lugar muy especial”. Kike me aconsejó que, durante mi estancia en Camboya, si podía sacar un día para acercarme a conocer a Sister Denise, no debía dejar pasar aquella oportunidad. Y no lo hice. El Servicio Jesuita para Refugiados (JRS) está en una de las bocacalles de la arteria principal de Siem Riep, la ciudad más turística de Camboya, pues allí se encuentran los templos de Angkor, una de las maravillas del mundo más visitadas por los turistas. Al entrar queda muy claro: “reflection center” (centro para la reflexión), y caminar por sus estancias es verdaderamente una experiencia de paz y de reflexión. Denise me recibe bajando la escalera de la estancia donde vive, una humilde vivienda de una habitación donde apenas caben la cama y una mesa para trabajar. En el porche de su vivienda, ubicada dentro del recinto del JRS, nos sentamos. No hace excesivo calor, la temperatura es agradable, acabamos de compartir el desayuno y, con el estómago lleno, me dispongo a disfrutar de una conversación que llevaba mucho tiempo esperando. Lo pone bastante fácil, es una señora educada, afable y con una sonrisa perenne grabada a fuego en su rostro.

En relación con la paz, ¿qué opina de la aparición en el siglo XXI de movimientos políticos con gran apoyo popular que se muestran absolutamente beligerantes ante la realidad de los menores no acompañados, refugiados e inmigrantes?

La paz es algo que todos queremos. Maha Ghosananda era un monje budista que decía: “Un gran sufrimiento produce una gran compasión, y una gran compasión hace un corazón de paz, un corazón de paz hace una persona de paz, las personas de paz crean pueblos de paz, los pueblos de paz crean una nación de paz y las naciones de paz crean un mundo de paz”. Y eso es cierto hasta cierto punto, pero hay algo que es necesario que ocurra, además del cambio en el corazón de las personas tiene que haber un cambio en el sistema. Pero esta pregunta está más orientada hacia el cambio en el corazón de las personas.

El papa Francisco es el que mejor ha dado en el clavo en este respecto. Él usa la palabra fraternidad con frecuencia, y a muchas mujeres no les gusta porque es una palabra muy masculina, así que algunos prefieran usar la palabra “reinado”, de hecho, se puede leer en el reverso del galardón del Premio Nobel de la Paz: “Trabajar por la paz y la fraternidad de todo el mundo”, aquí está de nuevo la palabra. Y también en la Revolución Francesa trabajaron por la libertad, igualdad y fraternidad, y a veces por cuestiones del lenguaje nos olvidamos de la palabra fraternidad y nos centramos más en la libertad y en los derechos humanos y las libertades individuales, y no pensamos mucho en el bien común. Y la manera en la que el papa Francisco se posiciona en esto es diciendo que hay que incluir a todo el mundo, y es francamente muy difícil.

Es difícil querer a tus enemigos, o tus enemigos como tú los percibes, e incluirlos en tus acciones, en tu corazón, y en su lugar, nos inclinamos más por arremeter contra ellos. Por eso, cuando pienso en estos movimientos que tratan de hacer de algunas personas “el extranjero, el otro”, el diferente a nosotros, y por eso lo excluyen, para mí representa todo lo opuesto a una realidad pacífica, inclusiva, y también es opuesto al Evangelio, completamente en las antípodas del Evangelio, porque, yo, siendo católica, tomo a Jesús como mi guía, y tomo como forma de vida querer a todo el mundo e incluir a todo el mundo.

Si pudiéramos conseguir que estas personas se comprometieran con ideales de fraternidad y de tratar de hacer la vida mejor para todo el mundo, estaríamos en el camino de la Paz verdadera.

¿Cómo de importante es tu fe en el trabajo que realizas?

Bueno, la fe, y todo lo que de ella emana, representa el motivo de mi vida, es lo que me da la visión que tengo del mundo. Es la visión del Evangelio, de lo que dijo Jesús, no de lo que algunas instituciones le han hecho decir o algunos rituales nos puedan hacer ver, es el hecho de amarnos los unos a los otros, de acoger al otro, es esforzarse por construir el Reino de Dios. Justo eso queda resumido en la campaña contra las minas antipersona, porque lo que me hizo implicarme en esa campaña fue mirar las heridas causadas por explosiones de minas en personas cercanas a mí. Cuando yo veía eso, pensaba que debería estar prohibido, pero no hacían nada por acabar con ello. ¿Por qué deberían estar prohibidas? Porque causan daño a mi hermano o a mi hermana. Luego pensamos en qué podríamos hacer una vez que estuvieran prohibidas internacionalmente: tratar de limpiar la tierra de minas y a la vez dar esperanza a las personas que habían sido dañadas por ellas. Entonces mucha gente se unió a esta campaña desde diferentes credos. Colaboraron en ella budistas, cristianos, musulmanes, hindúes, ateos, personas que querían lo mejor para los seres humanos. La fe, la creencia o la esperanza de que el mundo podría ser mejor para todos fue lo que sustentó aquella campaña.

Echando una mirada atrás a los campos de refugiados de la frontera entre Tailandia y Camboya durante los años de la guerra, podríamos decir que allí, mientras el país era masacrado, ocurría el milagro de la vida, la esperanza. ¿Recuerdas alguno de esos milagros que marcaron tu estancia allí?

Los recuerdos más vivos que tengo de los campos es que había fila tras fila de casas con tejados de hojas y la gente viviendo junta, y las llamadas cuando una bomba caía dentro del campo. Situación 1: prepararse porque había bombas cerca. Situación 2: coger las cosas y salir corriendo, y ¿dejar los refugiados atrás? Situación 3: salir corriendo. Y situación 4: meterte en la zanja o trinchera más próxima, lo que nos ocurrió algunas veces en los campos. Esas son escenas que tengo muy vivas en mi cabeza, con camiones viniendo llenos de agua, y gente que no sabía que podían almacenar agua en sus viviendas, o que podían obtenerla a través de tuberías desde la ciudad, porque todo eso no formaba parte de su manera de mirar el mundo. Pensando en las cosas bonitas que vi en los campos, recuerdo que una de ellas eran los domingos, cuando todas las mujeres vestían sus mejores galas, y paseaban por los campos fingiendo que estaban en una ciudad cualquiera. No tenían planchas para la ropa pero acababan saliendo inmaculadas porque sabían doblar la ropa para poder aparentar vivir una situación nada parecida a la de una prisión. Aquello era un pequeño milagro.

Otro milagro era cómo construían escuelas para que los niños fueran educados. Los profesores se organizaban, montaban institutos y trataban de hacer las cosas mejor para las futuras generaciones. Había como una sensación de estar viviendo una historia de felicidad, alegría, de compartir, por encima de las otras cosas horribles que ocurrían en el campo.

Probablemente lo que mejor recuerdo fue cuando empezamos a dejar el campo y volvimos al país, cuando nos unimos a la primera marcha que salía de la frontera, que paró cerca de donde nosotros vivíamos y teníamos una escuela de formación profesional para personas discapacitadas. Salimos con banderitas pequeñas del edificio diciendo: “Cuando la gran familia camboyana se reúne de nuevo, todos estamos felices”. Casi nos arrestan por intentar crear un nuevo partido político, pero todavía recuerdo las caras de la gente saliendo de allí, y tocando el precioso suelo de Camboya por primera vez, mirando las palmeras. Algunos de ellos se agachaban y besaban el suelo contentos por estar de vuelta. Acogimos en nuestra oficina a personas que pasaban en la marcha que no tenían donde quedarse, y escuchábamos sus historias de nuevo.

Otro milagro que recuerdo fue que después de empezar nuestro primer proyecto, el centro de formación para discapacitados, nuestro equipo estaba formado por personas que habían perdido alguna extremidad por accidentes de mina. Recuerdo también como uno de nuestros profesores vino a nuestra oficina en Phnom Penh, llorando, porque su hijo pequeño acababa de fallecer. Le traía del hospital y no tenía adonde ir. En ese momento había tres personas en la oficina, el conductor, Shrovy, Mony, que ahora es arqueóloga, y Vina, que ahora es sacerdote. Eran tres, tres personas normales camboyanas. Todos vimos el gran dolor en la cara de ese hombre, por lo que cogimos unas maderas para hacer un pequeño ataúd para el chico en el garaje. Mientras, yo me quedé en el escalón con el hombre, intentando reconfortarlo, y en aquel momento pensé: “Aquí hay amor, en este sitio, y yo sabía que era Dios”.

La fe, y todo lo que de ella emana, representa el motivo de mi vida, es lo que me da la visión que tengo del mundo

Cuéntanos algunos momentos especiales que hayas vivido en tu vida, más allá de tu experiencia en los campos

Bueno, seleccionar momentos es extremadamente complicado, pero puedo hablar de dos experiencias. Durante un mes de junio, estuvimos invitadas a reunirnos con el Papa en Roma, todas las personas que habían tenido implicación con los Premios Nobel de la Paz, para elaborar, entre todos, una declaración sobre fraternidad e inclusión. Fue un milagro, poder estar sentada en aquella habitación, junto a otros 30 premios nobeles de la Paz. En este grupo había gente de todas las creencias con el objetivo común de tratar de cambiar el mundo, algo que tiene relación con la primera pregunta que me hacías. Allí pude escuchar a gente muy interesante, como a María Ressa, la periodista filipina Nobel de la Paz en 2021, muy implicada en el papel que juega la inteligencia artificial y las redes sociales en la paz de este nuevo mundo. También conocí a Juan Manuel Santos, expresidente de Colombia y ganador del galardón en 2016, que ahora es presidente del Consejo de Ancianos, un grupo de personas que trabajan por la paz en el mundo, donde está Mary Robinson (premiada en 2001) y del que Mandela también fue presidente. Hablamos sobre movimientos y negociaciones de paz en diferentes partes del mundo, y aquello fue muy interesante, fue algo mágico.

Y otra cosa preciosa me pasó justo ayer. Contamos aquí con algunos estudiantes de la Universidad de Boston que realizan investigaciones sobre el medio ambiente y contaminación de residuos. Algunos de ellos estuvieron aquí en mayo y aún no habíamos recibido ningún feedback de su experiencia, lo que nos llevó a pensar que a lo mejor no había funcionado, que habíamos hecho algo mal. No sabíamos nada de ellos, tan solo que habían llegado a casa. De repente, sin esperarlo, recibí una carta de JRS ROMA (Servicio Jesuita de Refugiados en Roma) en la que contaban que habían decidido aceptar a Kara, una de las estudiantes, como becaria. La joven les había escrito para decirles que después de una experiencia transformadora en su vida como la que había tenido en Camboya, había decidido solicitar una plaza como becaria en JRS ROMA mientras terminaba sus estudios universitarios en la capital italiana. Fue esta pequeña aventura en Camboya la que llevó a esta joven a comprometerse con algo, y eso me parece precioso.

¿Qué le dirías a los jóvenes de países desarrollados para que puedan buscar la Paz en el mundo desde su lugar en el mundo?

Lo primero es que sean personas pacíficas, si pueden, que lo intenten. A veces es difícil, todos nos enfadamos, pero que intenten lidiar con ellos mismos de una manera que promuevan unidad más que un odio continuo, eso a nivel personal. Yo creo, desde mi edad avanzada, que lo que más divide el mundo es la diferencia que hay entre el rico y el pobre, lo que separa al que tiene del que no tiene. Así que, yo les diría a los jóvenes de los países que tienen más: “Si tenéis, de verdad, la oportunidad de pensar sobre el sistema económico, haceros las preguntas: ¿Quién gana de la venta de armas? ¿Quién gana de explotar el planeta? ¿Y quién pierde? Si podéis responder a estas preguntas y llegar a liderar procesos de cambio en vuestros países como profesores, enfermeros, médicos, políticos, abogados, ganaderos o trabajadores de las Naciones Unidas, podréis cerrar esa brecha que separa a los pobres de los ricos. Eso no quiere decir que todo el mundo tenga que tener lo mismo, pero sí significa que todo el mundo debería tener, al menos, el derecho a comida y agua, a una vivienda, a la educación y acceso a cuidados sanitarios, por lo menos un mínimo de todo eso. Hay más de cuatro millones de personas que no tienen acceso a agua, hay más de un millón de personas desplazadas de sus viviendas. De una manera u otra, ¿cómo puede esto estar pasando en nuestro mundo ahora? ¿Cómo un porcentaje tan pequeño de personas -algo como el 8%- poseen la mayoría de los recursos mientras tanta gente no tiene nada? Ese sería mi desafío para ellos, y el otro sería pedirles que mientras se enfrentan a estos retos que continúen llenos de alegría, porque pienso que la felicidad y tener esperanza es algo que crea por sí mismo nuestro futuro.

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