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Por una solidaridad sin caducidad
from Revista EC 116
Pedro J. Huerta Nuño, secretario general de EC
En ocasiones, da la impresión de que nuestra solidaridad ante las catástrofes lleva fecha de consumo preferente. En el instante en que las noticias irrumpen en nuestras pantallas y las imágenes del sufrimiento nos sacuden, las reacciones no se hacen esperar: las ayudas desbordan almacenes, las donaciones superan expectativas y la empatía se vuelve viral. Sin embargo, una vez que el drama deja de ocupar titulares, esa energía se diluye. Es como si nuestra capacidad de conmovernos estuviera condicionada por el impacto inmediato, por el momento en que la realidad logra zarandearnos.
Cuando el desastre nos toca de cerca, como ocurrió con las riadas en Valencia a finales de octubre, parece que la caducidad de nuestro altruismo se retrasa un poco más. Pero, aún así, la intensidad de las primeras reacciones también se enfría. Pasamos a otro tema, a otra tragedia, porque, lamentablemente, el sufrimiento no escasea.
En este contexto, desde Escuelas Católicas seguimos insistiendo en que los colegios afectados por estas riadas, que aún enfrentan necesidades urgentes, no deben caer en el olvido colectivo. La campaña “EC. Escuelas en pie” continúa activa. Seguimos canalizando aportaciones económicas, muchas de ellas procedentes de colegios católicos de toda Europa y de entidades titulares de nuestro país; promovemos actividades de voluntariado en las zonas más desatendidas; gestionamos colaboraciones con empresas y fundaciones para conseguir ayuda material que se corresponda con las necesidades reales; y, sobre todo, acompañamos a las comunidades educativas afectadas, prestando especial atención a su salud mental y al valor fundamental de la escucha.
Cuando el desastre nos toca de cerca, parece que la caducidad de nuestro altruismo se retrasa un poco más
No han faltado voces cuestionando nuestra opción de priorizar a los colegios afiliados a nuestra organización. Algunos consideran que este es un acto egoísta que no fomenta el encuentro, especialmente cuando la tragedia golpeó por igual a muchas otras escuelas. ¿Por qué esta decisión? Las razones son simples y, a la vez, profundamente dolorosas: la mayoría de los centros que apoyamos son pequeños, con recursos limitados y estructuras frágiles; la Administración educativa valenciana ha declarado que su responsabilidad recae únicamente sobre los centros públicos, dejando fuera a las escuelas concertadas y privadas; y, lo más importante, porque estos colegios son parte de nuestra familia: compartimos su dolor, y su sufrimiento nos interpela directamente.
Desde la pandemia de la COVID-19, hemos aprendido que la cultura del cuidado no es un añadido, sino un eje fundamental de nuestra misión educativa. El Programa Shamar-Escuelas del Cuidado, que concluyó en diciembre pasado con la participación de numerosos colegios e instituciones, nos ha ayudado a identificar necesidades clave y a desarrollar y medir nuestras respuestas. Pero esta tarea nunca será suficiente. Una educación inspirada en los valores del Evangelio no puede quedarse en lo superficial: está llamada a ser un compromiso liberador, que escuche a los más jóvenes, que cree espacios seguros y que cuide integralmente a todos los que forman parte de la comunidad educativa.
Quien haya leído con atención descubrirá que todo lo dicho apunta al Pacto Educativo Global, que venimos promoviendo desde hace años. Efectivamente, porque si no somos una escuela-en-salida, si no nos abrimos al servicio y al encuentro, solo seremos una escuela-búnker, sin luz ni propósito. Y eso sería traicionar nuestra identidad: ser escuela solidaria sin fecha de caducidad.