EDITORIAL
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EDGAR SOSA VS. ULISES SOLIS ESTA REVISTA SE REALIZÓ CON APOYO DEL ESTÍMULO A LA PRODUCCIÓN DE LIBROS DERIVADO DEL ARTÍCULO TRANSITORIO CUADRAGÉSIMO SEGUNDO DEL PRESUPUESTO DE EGRESOS DE LA FEDERACIÓN 2012.
Esquina Boxeo 6 ofrece a sus lectores una entrevista amplia y exclusiva con Sergio Maravilla Martínez, boxeador elegante, preciso y veloz, quien desde la ciudad de Madrid conversa con Rodrigo Márquez Tizano. Saúl Canelo Álvarez es una estrella que brilla en el negocio del boxeo, su presencia en las funciones, su juventud y efectividad son motivo de reflexión para Steve Kim. Además una crónica de Patrick Corcoran perfila al “más poderoso de La Comarca”, Cristian Mijares.
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the ugly american una oscuridad a modo
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Esquina Boxeo es una publicación mensual de Ediciones La Dulce Ciencia S.R.L. de C.V. Periodo de exhibición: abril de 2013. Reserva de derechos de título en trámite. Domicilio: Morena 1306, interior 303, colonia Narvarte, México, D. F., CP 03020. Ejemplar gratuito. Prohibida su venta. Publicidad: (044) 55 1513 2910 Redacción: (044) 55 2304 6897 e-mail: redaccion@esquinaboxeo.com Editor responsable: Rodrigo Castillo. Edición: Rodrigo Castillo, Rodrigo Márquez Tizano y Mauricio Salvador. Diseño: Juanjo Güitrón. Consejo editorial: Carlos Acevedo, Pablo Duarte, Luis Carlos Hurtado, Luis Felipe Ortega, Hilario Peña y Juan Manuel Vázquez.
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ACCIoN DEl Mes Mauricio Salvador @mauriki
ste sábado 16 de marzo, en el Home Depot Center de Carson, California, Ruslan Provodnikov estuvo muy cerca de terminar con Timothy Bradley en el primero, segundo, sexto y doceavo round. Que no lo hiciera fue, más que una falta suya, una prueba de la durabilidad y la valentía de su oponente, el invicto Timothy Bradley. Durante 12 rounds uno y otro ofrecieron y recibieron castigo en una de esas peleas que recuerda, más que a un combate de boxeo, a una prueba de sobrevivencia. Hacia el minuto y medio del primer round Bradley ya estaba en el centro del ring intercambiando golpes con Provoddnikov, quizá midiendo su poder, quizá simplemente en un acto de exceso de confianza, pues era obvio que esa no era la estrategia planeada por su entrenador Joel Diaz, o quizá porque tras haber sido tratado como un paria tras su polémica victoria sobre Pacquiao, Bradley deseaba probar a todos que era un peleador de verdad. Con medio minuto para terminar el primer round inicial, Bradley y Provodnikov volvieron a intercambiar golpes en el centro del ring, pero fue el Rocky Siberiano, mejor golpeador, quien logró lastimar seriamente a su oponente. Lastimado Bradley tardó en caer porque su atleticismo le permitió mantenerse en pie unos cuantos segundos antes de por fin tambalearse e irse de frente contra la lona. Este efecto retardado,
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sin embargo, provocó que el réferi no marcara la caída a favor de Provodnikov. Al terminar el round Bradley se dirigió a su esquina con una sonrisa en la cara. Enfurecido, Joel Díaz intentaba sacarlo de su mundo de sueños y felicidad. —¿Qué te dije? ¡Te dije que no intercambiaras! ¡Te dije que boxearas a este condenado tipo! ¡Te dije que tenemos que gastarlo antes de pelear por dentro! En el siguiente round, apenas pasado un minuto, Provodnikov volvió a conectar una dura derecha sobre Bradley, quien volvió a tambalearse y, decidido a no hacer clinch, a defenderse sin defensa, lanzando golpes al mismo tiempo que recibía ganchos de derecha e izquierda. Provodnikov logró llevar a las cuerdas a Bradley por lo que pareció una eternidad. Los últimos treinta segundos fueron de sobrevivencia para Bradley y si las cuerdas no hubieran detenido su paso sin duda habría caído a la lona una vez más. Eso no quiere decir que Bradley no conectara golpes. Lo hizo, al mismo ritmo que Provodnikov, pero Bradley no es ni de cerca un peleador que pueda confiar en su pegada. Posee, sin embargo, una de las mejores preparaciones atléticas en el mundo del boxeo. Así que Bradley aprovechó la fatiga de Provodnikov para boxearlo, golpearlo con toda clase de combinaciones y embolsarse los siguientes
episodios, con excepción del sexto, en el cual Provodnikov volvió a lastimarlo cuando faltaban treinta segundos. En el séptimo Bradley volvió a ajustar, usó todo el ring, lanzó combinaciones que comenzaron a reconfigurar el rostro del ruso y sin duda ganó el round. Joel Diaz y su esquina lo animaron en el minuto de descanso. —Ahora ve por el nocaut, Tim. Tienes que mantenerte en movimiento. ¡Tienes que moverte! Con el peligro de Provodnikov siempre latente, Bradley dominó en los siguientes rounds provocando incluso una cortada en el párpado izquierdo del ruso. A estas alturas si cualquiera de las dos esquinas hubiera detenido la pelea habría sido una decisión lógica. Ambos habían recibido mucho castigo. Antes de comenzar el onceavo round había una sensación de urgencia en la esquina de Provodnikov. —Ruslan —le dijo Freddie Roach—, necesitamos noquear a este tipo para ganar. Demuéstrame que puedes ganar! Después de un brutal onceavo round ambas esquinas estaban seguras de lo que iba a pasar. —¡Demuéstrame que puedes lastimarlo! —dijo Roach. —Va a salir a noquearte en este round —dijo Diaz—. ¡Tienes que moverte! Fue más lo que pudieron imaginar. En vez de salir a buscar la distancia
Bradley se plantó en el centro del ring y se enfrentó a un decidido Provodnikov. Al faltar un minuto un gancho de izquierda impactó la quijada de Bradley y éste se tambaleó hacia las cuerdas, lastimado y a un paso del nocaut. Provodnikov se lanzó al ataque y volvió a lastimarlo, esta vez con una derecha. Con sólo unos pocos segundos para terminar el round y la pelea Bradley por fin puso rodilla en tierra y Pat Russell comenzó el conteo de protección. Bradley se incorporó y en ese momento sonó la campana. Fue péndulo de violencia y boxeo. Provodnikov demostró que es un peligro para cualquier peso welter del mundo. Y Bradley ha dejado en claro que sabe pagar el precio de sus propios errores, no los de los jueces, y que con un plan mejor atendido y diseñado puede mantenerse como campeón durante muchos años.
Dibujos acción del mes por rocío montoya
TIMOTHY BRADLEY VS. RUSLAN PROVODNIKOV
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ACCIoN DEl Mes Luis Miguel Estrada
MOISÉS FUENTES VS. DONNIE NIETES a cruz del peleador visitante es el favoritismo de los jueces. Asia, además de ser tierra de púgiles que se inmolan sobre el ring, es tierra de tarjetas cuestionadas cuando un peleador local defiende un título. Así, Rubén el Púas Olivares, Ricardo Finito López y Humberto Chiquita González, entre muchos otros, debieron conquistar títulos en el Oriente con el imbatible argumento del KO, esa exposición de motivos que no admite ninguna réplica. El 2 de marzo, el mexicano Moisés Fuentes ingresó al Waterfront Hotel & Casino en Cebu, Filipinas, como retador por el cinturón minimosca de la OMB. Donnie Nietes, el campeón filipino, se miraba delineado en la musculosa precisión de las 108 libras. Fuentes cargaba con brazos más largos que los esperados para la división. De entrada, la pelea se antojaba de estilos encontrados. Por un lado, el noqueador hecho de velocidad y poder, Nietes. Por el otro, un mexicano que parecía hecho para el fuego desde la distancia larga.
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El primer aviso de la fatalidad vino con un derechazo de Nietes en el primer round. El mexicano bajaba la mano izquierda demasiado, un defecto constante que mientras la pelea avanzó se convirtió en un riesgo latente. La mano derecha, durante los primeros rounds entró en la cara de Fuentes con la velocidad de un gatillero deseoso por satisfacer a su público. En el cierre del quinto round, un ataque del filipino hizo temblar al mexicano con el tambaleo que anuncia el KO, pero Fuentes resistió de pie, a pesar de una nariz rota. El mexicano, por su parte, no había estado inactivo, aunque sí demasiado estático. Devolvía todo lo que el filipino le mandaba, pero lo hacía con variedad de golpes al cuerpo y ataques a la cabeza. Lastimaba con la paciencia de un dolor de entrañas expansivo. En el sexto round, las piernas del filipino se veían disminuidas. El cuerpo largo del mexicano cobraba dividendos cuando ajustaba la estrategia, aunque seguía estorbándole para moverse como un péndulo que esquivara las manos del
filipino. Fuentes atacaba casi con la misma intensidad que el filipino, pero con menos precisión. Pero en el sexto, una mano repetida cortó la cara del filipino, que ante la sangre apostó por la estrategia y reculó en el séptimo. La pelea había cambiado. El mexicano seguía sin verse capaz de definir, aunque sus mejores rounds se seguían uno tras otro y recibía la mano derecha del filipino como el precio por dejar sus golpes en el adversario. Nietes seguía sin encontrar la combinación precisa y se comía golpes repetidos arriba y abajo que lo minaban claramente. La recta final de la pelea fue un festín de golpeo de Nietes y contragolpeo de Fuentes. Desde el round diez, el filipino peleó con ambas cejas cortadas mientras la vaselina que obstruía el sangrado volaba de su cara cuando recibía golpes en el intercambio. Los estilos se habían acoplado ya en una distancia que pasaba de la media al corto. La cara de Fuentes se sacudió en el once con un upper brutal, pero no bastó para frenarlo. Nadie había bastado en toda la pelea. El último
round inició con una salva de aplausos. Los filipinos habían ido para ver una ejecución, pero encontraron una pelea de iguales, de poco cuartel, de rounds demasiado balanceados como para sacar un claro favorito. Nietes evitó la confrontación en el último round, quizá pensando que su condición de local obraría en su favor. La mayor sorpresa de la noche, además de la buena pelea, vino con la decisión en las tarjetas. Dos jueces dieron 114 puntos para cada púgil y uno más marcó la pelea para Nietes, con 115-113. Una pelea de empate mayoritario es inusual, más aún en Asia, con un púgil local en calidad de monarca. El boxeo, ocasionalmente, nos lleva a estos lugares insospechados. Uno de ellos, quizás el menos esperado en un deporte que ha hecho su propia leyenda negra de robos en despoblado, es una decisión que recuerda a la justicia. Sin robos, sin despojos, sin respuesta a los prejuicios. La balanza sostuvo su equilibrio precario; esperamos la revancha.
Mauricio Salvador @mauriki
JUAN CARLOS SALGADO VS. ARGENIS MÉNDEZ uan Carlos Salgado quería demostrar que su primera pelea contra el dominicano Argenis Méndez había sido una victoria merecida. Así que el 9 de marzo en la cuarta defensa de su título superpluma de la FIB, en The Hangar, de Costa Mesa California, subió al ring a plantarse ante Méndez con la mano izquierda a la altura de la cintura, a la Roy Jones, quizá como reflejo de la confianza que tenía en sí mismo o quizá por simple displicencia ante el poder de su oponente. Pero ni Méndez ni su esquina necesitaban ser unos genios para advertir (como lo advirtieron espectadores y comentaristas) que una indulgencia tal era igual a una invitación para que el dominicano clavara una y otra vez su recto de derecha, lo que hizo de principio a fin. Hacia el fin del primer round Méndez lanzó un recto por encima de la desfallecida defensa de Salgado y lo mandó a la lona. Salgado pudo superar la cuenta y caminar hasta su banquillo con pasos vacilantes. En el segundo y tercer rounds Salgado pudo crear la ilusión de que el
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público contemplaba, en efecto, una pelea entre dos boxeadores de un mismo nivel. Sin embargo la mano derecha de Méndez nunca dejó de entrar con cierta facilidad por encima del hombro y el pálido jab que Salgado le lanzaba cada tanto. Por fin en el cuarto round un gancho de izquierda de Méndez hizo que Salgado azotara contra la lona, en uno de esos momentos, a la Arce, en que el público sabe que todo ha terminado. A Salgado uno lo recordará siempre con agrado por la intempestiva victoria que consiguió ante Jorge Linares, una pelea que se suponía no debía ganar y que significó el punto de quiebre para ambos peleadores. Pero en sus últimas peleas ha tenido problemas para salir avante. Y frente a Méndez cometió uno de los errores capitales del boxeo, exceso de confianza. ¿O por qué tanta indulgencia —ese flaco jab, esa defensa baja— ante un peleador más joven, más rápido y más fuerte? Con esta victoria Méndez se convirtió en el nuevo campeón superpluma de la FIB y en el vigésimo campeón de República Dominicana.
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Rodrigo Castillo @roodericus
EDGAR SOSA VS. ULISES SOLÍS uvieron que pasar más de doce años para que el capitalino Edgar Sosa impusiera un veloz y contundente gancho de izquierda en la mandíbula de Ulises Solís, quien ostentara un par de victorias previas. La primera de ellas ofrendada el 5 de mayo de 2001; la segunda dos años después, el 13 de septiembre de 2003, esta última con un matiz ya más serio a doce episodios por el cinturón minimosca del CMB. En ese entonces el Casino Real de la ciudad de México recibió con abucheos a un joven tapatío, Ulises Archie Solís (35 [22 KO]-3-3), quien salió al ensogado inspirado, con tan sólo
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veintidós años de edad, a recapitular lo sucedido en 2001. Por su parte Sosa, un año mayor que el Archie, sufrió un segundo revés y fue vencido por decisión unánime como local. Si viene a cuento decirlo, el primer combate entre Edgar Sosa (48 [29 KO]-70) y Solís tiene un aura de mediocre consagración; la segunda pelea quizá dio un mínimo brillo de lo que estos dos boxeadores podrían ofrecer más adelante: ese tiempo verbal en futuro hoy día lleva el nombre de Toshiyuki Igarashi, quien desde entonces estaba firmado en una de esas telas satinadas orientales para que uno de estos mexicanos lo enfrentara.
No es difícil navegar en la oscuridad de esta trilogía, la luz revela que no hay un patetismo detrás de este tercio de combates, de ser así, hablaríamos de una tragedia, y de ser así, de una contemplación sólo superada por lo conmovedor. Pero ni Sosa ni Solís con esa maraña de resultados ilógicos tras sus espaldas (es curioso ver cómo Brian Viloria perdiera ante Sosa y después le ganara a Solís, así también resulta extraño que el Archie venciera a Rodel Mayol y tiempo después Mayol descorazonara a Edgar Sosa) son elegíacos. Había una imagen demasiado seductora para la pelea de este sábado 9 de marzo, y tal cual, se difuminó.
Edgar Sosa y el Solís contaron con dos rounds para medirse, y de paso, anularse con el resultado. Sosa noqueó a los 2:12 del segundo round al Archie: el gancho de izquierda impactó de lleno en la mandíbula del tapatío, mandíbula que casi todos los cronistas tacharon de “débil”. El réferi Dan Shiavone inició el conteo de protección, pero Solís no sólo demostró que estar fuera de ritmo resultaría perjudicial para su récord, también indicó que al abrir la guardia de manera tan inocente y ante la velocidad de un Sosa más certero, su carrera caería en el peligroso túnel que desliza al declive.
Pablo Duarte @elotroduarte
BERNARD HOPKINS VS. TAVORIS CLOUD al vez lo consiguió después de todo, y ahora veremos a Don King empujar un carrito de súper por las calles, enfundado en sus chalecos ridículos y agitando sus banderas. Bernard The Executioner Hopknis (53 (32 KO)-6-2) prometió retirar del boxeo al promotor. Lo haría hundiendo su último barco: Tavoris Thunder Cloud (24 (19 KO)-0-0) un bulldog de jab intermitente y afán por soltar las manos con más ímpetu que talento. Por decisión unánime el hombre de cuarenta y ocho años arrebató el cinturón que ostentaba el campeón de treinta y uno. Ayer superó a Archie Moore como el campeón más viejo de la historia.
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Hopkins hizo poco y todo bien. En el juego de la cintura para abajo nunca hubo duda: Bernard era decididamente superior. Utilizó las piernas de manera tan precisa que parecía estar convenciendo a Cloud de exponer el rostro a base de cadencia nada más. Tan ganado el juego en ese campo, que de la cintura para arriba pudo conectar claro —aunque poco— y con mayor efectividad (según Compubox cuarenta y un por ciento de sus puñetazos hallaron carne; Cloud en cambio tuvo que conformarse con errar cuatro de cada cinco). Durante doce rounds, Hopkins se exhibió veloz y si en varias ocasiones
hacia el final de la pelea se puso en lugares vulnerables y Cloud logró restallarle la cabeza, parecía siempre ser más debido a la fatiga o al exceso de confianza propias que a logros del contrario. Es decir, Hopkins hizo todo bien, hasta cuando se equivocaba. Y si bien la pelea fue un asunto tozudo y de apreciación exigente —no hubo intercambios sostenidos y espectaculares, ni fue una repetición de Hopkins vs. Pavlik— la brillantez del nuevo campeón de los pesos semicompletos de la FIB era visible e irrefutable. Hay más mérito del que parece en hacerle difícil la vida al oponente, en adormecerle los puños a fuerza
de fintas y exasperarlo con ganchos cortos y cruzados. Cloud, cortado por un cabezazo, resoplaba y la emprendía de nuevo, incierto pero frontal para ser recibido con un par de guantadas y un clinch. Ya lo dicen todos los expertos: nunca lo descifró. La vuelta al ring de un peleador envejecido es por lo general un asunto adiposo y lastimero para apaciguar deudores. Para el ejecutor de Filadelfia, en cambio, es regresar la dignidad a la obstinación de negarse a colgar los guantes.
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Rodrigo Márquez Tizano @rmtizano
Entrevista con Sergio Maravilla MartÍnez ras once años de no pelear en su país, Sergio Gabriel Maravilla Martínez volverá a los cuadriláteros argentinos el próximo 27 de abril para defender su título mundial CMB de los pesos medios ante el inglés Martin Murray, campeón interino de la AMB en la misma división. El combate tendrá lugar en el campo de Vélez Sarsfield, y las casi cincuenta mil localidades dispuestas para la función se esfumaron apenas salieron a la venta, mes y medio antes del combate. Si estos números se confirman, Maravilla no sólo habrá batido cualquier récord nacional de recaudación en espectáculos boxísticos, sino en deportivos en general. La marca la ostenta hoy un Súperclásico River-Boca jugado en el Monumental allá en 1996, cuando por los Millonarios alineaba Enzo Francescoli, y Diego Armando Maradona hacía lo propio para los de la Ribera. Éste es sólo un síntoma de las dimensiones que ha cobrado la figura de Maravilla Martínez en los últimos tiempos: el ascenso vertiginoso de un boxeador distinto al resto, que ha conectado con el público como sólo Monzón llegó a hacerlo y que el último sábado de abril escribirá su nombre en la historia del deporte nacional. Sergio, desde su gimnasio en Madrid, contesta la llamada de Esquina Boxeo para charlar sobre su próximo compromiso, su pasado, su estilo, su faceta como hombre de medios y sus retos por venir.
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SIMPLE GEOMETRÍA La última vez que lo vimos sobre el ring, flotaba. Era su pelea. La que había esperado durante tanto tiempo. Con treinta y siete años de edad y más de medio centenar de pleitos a cuestas, Sergio Gabriel Martínez recorría el cuadrilátero del Thomas and Mack Center, en Las Vegas, como si hubiese intentado demoler no sólo la condición física de su perseguidor, sino también, de paso, los postulados y axiomas de la geometría euclidiana. Porque esa figura simple con cuatro lados idénticos que Chávez Jr. despreció durante el careo, terminó por revelarse como un complicado poliedro en los botines del argentino. Martínez descubría nuevos ángulos y ejes simétricos en cada desplazamiento, convencido de que si bien todos los ángulos rectos deben ser congruentes, el tiempo es capaz de curvar los recorridos y construir pequeñas variaciones geodésicas, una sobre otra, del cuadrado mágico. Enfrente, un Julio César Chávez Jr. bidimensional, predecible, incapaz de recortar la distancia entre sus intenciones y los hechos. Durante once asaltos desoyó las indicaciones de su esquina y fue la misma cantidad de tiempo que Martínez, con paciencia eremita, tardó en convertir su rostro en una masa sanguinolenta. Entraba y salía, a voluntad, con esa guardia desmayada, el mentón desafiante y la izquierda educada. Luego de un último round de escándalo en el que Junior trató de aludir a esas balas perdidas de las que tanto
habla su padre en televisión, Maravilla, aún tambaleante por la caída, pudo levantar al fin el cinturón que desde aquella noche de septiembre pasado lo valida como campeón del orbe. De inmediato, y gracias a aquel doceavo round, se comenzó a hablar sobre una posible revancha. El combate, sin embargo, tuvo consecuencias inmediatas para ambos peleadores. Chávez fue suspendido nueve meses y multado con novecientos mil dólares por la Comisión Atlética de Nevada tras dar positivo por marihuana en el control antidopaje. Martínez, por su parte, terminó con la mano izquierda fracturada y lesiones graves en los ligamentos de la rodilla. ¿Cómo han evolucionado las lesiones que te provocó la pelea contra Chávez Jr.? La mano está perfecta. No tiene inconvenientes. Me operaron el tobillo también, pero la recuperación ha sido excelente. La rodilla no está del todo bien todavía, pero me permite entrenar igual. Entreno con una molestia, con dolor, pero va en proceso de mejora. ¿Te has vuelto a subir a un ring desde entonces? Yo no hago guantes. Solamente hago seis días, al final. Comienzo cuando faltan tres semanas para el combate y hago dos semanas así, seguido. La última semana es de recuperación. Pero, en realidad, hago muy poquitos guantes. Es más, todavía no sabemos con quién voy hacer de pareja.
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Alguien parecido a Murray tendrás que encontrarte… Murray es un peleador bastante fuerte físicamente. No es el más rápido y no es el que más duro golpea, pero es un boxeador equilibrado. Es el clásico boxeador inglés que sale a dar espectáculo. Que si se tiene que fajar, se faja, y no tiene ningún problema en intercambiar puños. No es muy técnico pero tiene un buen gancho izquierdo, va bien abajo. Es un peleador serio. ¿Llevarás a cabo todo el entrenamiento en Madrid o harás parte en Buenos Aires? Voy a estar acá en Madrid, yo creo que hasta el veinte o veintiuno. El domingo anterior al combate. No sé si cae veinte o veintiuno: ese domingo viajamos para Argentina. Y como siempre, solemos entrenar en el hotel. Nos dan una suite grande. Abrimos un poco los espacios de las cosas que pueden estorbar, como un sofá, la silla, la mesa y entrenamos ahí dentro de la habitación para no, digamos, desestabilizarnos. Porque puede llegar a ser complicado, no por lo feo, sino al contrario. El público argentino es muy efusivo. No se ven muchos boxeadores ingleses por las calles de Buenos Aires. El último peleador británico que compitió en la Argentina fue Dai Dower, en 1957. Sucedió en el Viejo Gasómetro, en Boedo, y a Pascual Pérez le bastó un asalto para mandarlo a dormir, sin inquietarse apenas. Sin embargo, la imagen que tiene Sergio de los peleadores del archipiélago no está cimentada en el prejuicio. Él mismo se ha visto en la necesidad de tratar con una buena cantidad de esos púgiles ásperos y anónimos que muchos prefieren evitar. Testarudos, entrones, absorbentes: no son negocio, en definitiva. Durante los años difíciles, en el exilio, Martínez hizo de visitante muchas veces. Viajes con todo en contra. Un par sobre todo, frente a Richard Williams, fueron aduanas caras. Una vez en la cima, muchos peleadores deciden escoger a sus contendientes a mano. Aún así, la filosofía que mantiene Maravilla es la de pelear con cualquiera que tenga los méritos deportivos para medirse ante él. Sergio fue durante mucho tiempo un contrincante huido, sin el imán taquillero de los grandes nombres y con el doble de peligro. Encima, zurdo. Ahora Martin Murray, invicto pero sin ningún apellido centelleante en la bitácora, parece un invitado más al la fiesta de bienvenida de este Martínez pródigo, que desde finales de febrero ese encuentra de nuevo a las órdenes de Pablo Sarmiento, con la mirada puesta en el compromiso de abril. ¿Cómo cambió tu método de preparación en relación con el combate anterior? El trabajo de preparación ha sido similar al que tuvimos para las peleas contra Julio César Chávez Jr., Martin Macklin o Darren Barker. Mucho acondicionamiento físico y disciplina. Lo importante es que yo me encuentre motivado y razones tengo para estarlo. Entonces, sé que debo tener los cuidados necesarios para llegar en el mejor estado posible. Porque
Murray es un boxeador que tiene muy poco para perder. Y mucho para ganar. Vencer al Campeón en su casa… Supongo que es una motivación fuerte ¿no? La tuya no parece menos importante. Una motivación enorme, al extremo. Estoy al máximo, de verdad. Y no es para menos. La gente está emocionada con la pelea. En la primera semana se vendieron más de veinte mil entradas. Un Luna Park y un poquito más. La expectativa que tiene el público es la misma que tengo yo, ¿sabes? Todos quieren presenciar el combate y yo también. Tengo muchísimas ganas que llegue la fecha para subir al ring y presentarme. Por fin, después de once años, ante mi gente. Porque entonces, cuando te fuiste, no eras Maravilla Martínez… Era y no era: el mote me lo pusieron en mi pelea diciséis como amateur. Fue una vez que un periodista había publicado, después de ver un combate mío, un subtítulo. Mi pelea era preeliminar y puso: “Este tipo que peleó en los preeliminares puede ser una maravilla”. Y después a la otra semana volvió a poner lo mismo: “Parece ser que este chico es una maravilla”. A la otra semana, la tercera, volví a combatir y escribió por fin “Es una maravilla, de verdad”. Y desde entonces me llaman Sergio Maravilla Martínez. Era otro hombre, totalmente diferente, no tenía nada que ver. A veces pienso que cambié y al mismo tiempo siento que nada en mí ha cambiado tanto. Evolucioné sobre una misma línea. Como persona, como profesional, como deportista. UN NEGOCIO SERIO Maravilla nació en aquella velada de boxeo amateur en un salón de usos múltiples de Quilmes, pero Sergio Gabriel Martínez había llegado al mundo veintiún años antes, en 1975, hijo de Hugo Alberto Martínez, constructor, y Susana Paniagua, ama de casa. La infancia de Sergio, igual que la de muchos niños del conurbado bonaerense, no estuvo exenta de privaciones. La suya es una historia constante en casi todos los que alguna vez se han ceñido un cinturón de campeón mundial. Venir de un entorno difícil parece ser requisito, pero muchos que lo han cumplido se han quedado en el camino. Se necesita algo más. Algo que no da la escasez ni la fortuna. De hambre algo hubo en la vida de Martínez y no fue hasta los catorce que supo lo que era una cena en condiciones, cuando ya ayudaba a su viejo en el trabajo y podía cooperar con los gastos de la casa. Paralelamente practicaba ciclismo y jugaba futbol con sus hermanos (estuvo a punto de debutar como profesional en Los Andes), pero un día su tío Rubén Paniagua, antiguo boxeador y entrenador en ciernes, lo llevó a un gimnasio y su vida cambió para siempre. Tenía veinte años y nunca se había calzado unos guantes.
Apenas comenzaba a boxear. Fue muy pronto, todo. Al segundo día de entrenamiento me di cuenta que se me hacía bastante sencillo boxear, entendía los rudimentos con facilidad. Había chicos que boxeaban hacía tres o cuatro años en el gimnasio y yo ya podía hacerlo a la par que ellos. En poco tiempo comencé a hacer cosas diferentes. Y fue automático. No sé cómo explicarlo. Es como ver la luz, es como una iluminación. De repente me vi al espejo y dije: “aquí está, es esto lo que tengo que hacer con mi vida y sé que aquí voy a llegar muy lejos en esto.” Entonces me sentí boxeador. En cada uno de tus combates demuestras ideas claras sobre el espacio y la distancia en el cuadrilátero ¿Cómo llegaste a ellas? No pasó mucho tiempo. Muy pronto comencé a boxear con mi estilo. Mis primeros entrenadores aplicaron conmigo ese criterio: el de no achicar los espacios en el ring, sino hacerlos más grandes, infinitos. Boxear tratando de que el ring sea lo más amplio posible. Lo de la guardia baja se fue dando con el tiempo, a medida que fui comprendiendo que el boxeo se define en tiempo y distancia. Respecto a la guardia, hay antecesores: Roy Jones Jr, por ejemplo. O Nicolino Locche, en Argentina. Es un estilo difícil de imitar que requiere mucha armonía corporal, y aún así hay a quienes no les gusta… Bueno, la guardia (baja) como dices, hay gente a la que le gusta mucho y hay gente a la que no, pero tampoco puedo negar que es muy efectivo, ¿sabes? Por lo menos en mi caso. Y me fui danto cuenta que era muy efectivo desde el principio de mi carrera, desde que era amateur. Entonces, comencé a verlo así. Yo digo: “el boxeo es tiempo y espacio”, y si es tiempo y espacio vamos a trabajar ocupando todo los espacios del ring, hasta el último rincón. Yo sé que doy un paso al frente, lo único que me encuentro al frente es al rival y si doy un paso atrás encuentro al panorama. Entonces, pues, doy un paso atrás, dos, o diez, los que hagan falta. Pero siempre me gusta pelear con perspectiva, tener opciones. ¿Qué tan difícil es seguir ese propósito una vez que comienza el intercambio de puños? Ya sabes lo que se dice: “Todos tienen un plan… …Hasta que llega el primer golpe”. ¿Cómo haces para pensar en la relatividad espacial cuando acabas de recibir un mandoble de un suavecito como Pavlik? Mira, es verdad, pero ahí es cuando más hay que aferrarse al estilo y al criterio que uno tiene. Yo por lo menos trato de decir: voy a respetar a rajatabla el plan, la estrategia y la táctica que siempre me ha funcionado. Porque sé que es eso lo que me va a hacer ganar. ¿Los golpes transforman? Claro. Si viene un puñetazo, a veces, de un boxeador que golpea tan duro como Pavlik, pues puede hacer a uno no sólo cambiar de planes, sino cambiar de idea entre
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querer ser boxeador o ciclista (risas). Pero entonces, ahí es cuando tienes que ponerte los pantalones del hombre, como quien dice. “Aquí estoy y vamos a enfrentar esto como corresponde, con valentía y respetando el trabajo que durante tanto tiempo hicimos”. Te has enfrentado a peleadores como Serhiy Dzinziruk, que si bien no son muy conocidos, una vez que revisas algunas de sus peleas te das cuenta que son cosa seria. Dzinziruk me parece un gran boxeador, es mi pelea favorita. Cómo pude desenvolverme esa noche, cómo pude resolverlo. Él es un peleador que me parece excelente, muy rápido. Fue una noche brillante la que tuvo también. Hay algunos managers que prefieren otro tipo de rivales para sus peleadores, más a modo, que no den sorpresas. Esto se da por y para el récord: hay una carrera enloquecida para mantenerlo limpio… Es un manoseo, uno turbio, incómodo. Yo la verdad que lo de los récords en blanco, sin derrotas, el intentar buscar eso, lo veo más efectista que efectivo. El boxeo tiene pruebas de fuego, pruebas serias. En lo personal intento tener a los rivales más duros; si me toca perder, bien, genial, si me ganan, estupendo, pero voy a dejar y voy a darlo todo para ganar. Y si le gano sé que le estoy ganando a tal o cual boxeador. Por eso no comparto mucho ese criterio de tratar de hacer hasta lo imposible porque un boxeador siga invicto. Lo veo ficticio. En México se ha criticado mucho a Canelo Álvarez y Chávez Jr. por no enfrentar a rivales a la altura de sus campeonatos. Quizás en Chávez Jr., luego de pelear contigo, algo cambiará ¿no? Yo pienso que una vez comenzada la pelea, lo que habrá pasado por su cabeza fue: “a mí nadie me dijo que esto era así”. Ni siquiera fueron once rounds, once asaltos en los que se notó la diferencia. Era abismal, la diferencia entre Chávez Jr. y yo. Y ni siquiera con dopping, y ni siquiera después de haberme derribado Chávez Jr. tuvo posibilidades, porque me tiró a la lona y ni siquiera así. Ojalá que él haya tomado consciencia que esto es serio. No siempre le van a buscar los rivales; no siempre le van a permitir que se escape antes de llegar a un control antidopaje. Esto es serio, y ojalá haya tomado consciencia. Espero que Canelo lo encaje y lo asimile de esa manera. No por terceros… Ojalá no le toque pasar un mal trago primero para darse cuenta. Que no le toque como a Chávez Jr., que no venga uno y le de una paliza o le pegue, le pegue mucho para recién ahí darse cuenta de que esto no es lo que parecía. EL EMIGRANTE A todos, sin embargo, nos llega esa paliza. De una manera u otra. En el caso de Sergio, no pudo ser de otro modo. Desde los primeros pleitos,
Martínez daba pistas incuestionables sobre su talento. Después de poco tiempo no quedaban más rivales en Argentina para él, así que en el año 2000, sólo dos peleas luego de su debut profesional, le consiguieron una función en Las Vegas frente a Antonio Margarito. Aquella fue la primera mácula en el hasta entonces impoluto récord de Maravilla. La distancia entre ambos era notable y a Sergio se le vieron las costuras. Cuatro años antes, mientras Martínez arreglaba techos con su padre, el de Tijuana era ya un peleador en ascenso.
le dolió no fue lo mucho que lo golpeé, sino lo poco que él pudo golpear. Y eso lo frustó de verdad. Algo así pudo haber sucedido en aquel primer combate frente a Williams en Manchester.
Lo que me sucedió con Margarito fue un golpe con la realidad. Yo era un buen producto interno. Tenía buenos modos de boxeo, buenas formas, buen entrenamiento físico, pero no tenía preparación. Es decir, el entrenamiento es una cosa y la preparación, tanto física como mental, otra muy distinta. No tenía el cuerpo preparado para ese tipo de fricción, para esa clase de pelea, como a las que estaba preparado y acostumbrado Margarito. Y se notó la diferencia por eso. Margarito era superior a mí en ese momento y me ganó, como tenía que hacerlo. Hubiese sido muy injusto que el resultado hubiese sido otro. ¿No hubo acercamientos de la gente de Margarito para organizar una revancha? Me parece que no. Eso me parece a mí, claro. No sea cosa que yo por ahí no me haya enterado de eso, pero que yo sepa no llegó a hablarse nunca de una revancha. ¿Es raro, no? En un deporte que se alimenta de revanchas y trilogías, tú has tenido pocos segundos combates. Es verdad. Tuve pocas revanchas y sí, a veces me pongo a analizar un poco lo que pasó desde mi ingreso a Estados Unidos. Digamos, después de haber peleado conmigo veo que la carrera de los boxeadores tuvo un bajón bastante grande. La verdad, sinceramente, no sé bien por qué se da. Pero sucede. No poder golpear a un rival o golpearlo y no causar daño. Quizá sea un asunto de ego. O frustración. Le sucedió a Foreman luego de enfrentarse a Ali. También a Naseem Hamed tras la pelea vs Barrera. Ese factor sicológico del boxeo. Lo comprendí de amateur, cuando mis tíos me entrenaban y tenían —tienen— desde mi punto de vista, un criterio extraordinario. Basan el boxeo en la defensa. Todos sabemos golpear, todos sabemos golpear un rival, todos sabemos golpear un saco. Lo que no sabemos es defendernos. Bueno, conmigo lo que hicieron fue un trabajo cien por cierto de defensa. Y en base a eso yo ya sabía cómo resolver o, por lo menos, me buscaba la vida, una vez que ganaba la defensa, en cómo resolver el contragolpe, en cómo poder atacar. Pero lo primero es asegurar la defensa. Ahí aseguras la sicología. Por ejemplo, un detalle o algo para tener en cuenta, a Kelly Pavlik lo que más
¡Ah, Manchester, Richard Williams, madre mía! Así es, la primera, antes que volvieras a Estados Unidos para pelear con La Fiera… Es verdad, Román.
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Saúl Román, un tipo duro, pero volvamos a Williams. Ahí tuvo que haber cambiado algo ¿no? ¡Uy, me cambió la vida por completo a partir de ese momento! Yo, como digo a veces, o no sé si lo dije por ahí: esa noche le gané a cosas más importantes que a Richard
la pelea, y ocho días después estaba sobre un ring con un tipo que era más pesado y más fuerte y que golpeaba más duro que yo. Y el haber resuelto ese combate como lo hice, haber sacado y llevado adelante el triunfo, me hizo sentir grande. Me hizo sentir que yo ya estaba para cosas mayores. Que yo sí que podía tener un nombre en el boxeo. Eso fue un punto de inflexión en mi carrera y a nivel personal, pues fue brutal. El cambio que tuve fue tremendo. Esa fue tu quinta pelea en Europa. Poco tiempo antes habías llegado a Madrid a buscarte la vida. Apenas aterrizar te robaron la maleta, los documentos. Debió haber sido duro llegar a un país desconocido, sin nadie a quien acudir. No fue nada fácil, pero no había punto de comparación. En Argentina la situación era caótica, dramática. A nivel económico no se podía caer más bajo, prácticamente Argentina tocó fondo en esa época. Pero lo que pasaba aquí en España era que, bien, es difícil estar a miles de kilómetros de su casa, sin papeles, sin gente conocida, sin familia. Y sin nada de lo que no está acostumbrado durante veinticinco años, que es toda su vida, ¿no? Pero más allá de eso, aquí había una luz de esperanza bastante grande, cosa que en Argentina no había. En Argentina me sentía atado de pies y manos, me sentía inutilizado completamente. Y eso era lo que más lamentaba yo. Esa diferencia, cuando apenas llegaba aquí. 12 ASALTOS CONTRA LA FAMA
Williams y gané más que el título de la OIB. Tenía una lucha con la vida. Era muy complicado, pasaba por un mal momento a nivel personal, por un momento delicado y llevaba encima problemas que eran muy difíciles de resolver. Me avisaron una semana antes de
Aquel lustro sobreviviendo en plazas españolas surtió efecto, pero poco después se repitió el inconveniente: no quedaron rivales en la península. Entonces volvió a Estados Unidos. Su segundo y último descalabro fue contra Paul Williams en 2009, Atlantic City, por una controvertida decisión mayoritaria. Lejos de derrumbarse, Martínez adquirió fuerza en la derrota: en abril del siguiente año destronó al entonces campeón de los medianos Kelly Pavlik, y unos meses después dejó a Williams boca abajo sobre la lona, con un nocaut sonoro en el segundo round de la esperada revancha. Ese año, la Asociación de Escritores de Boxeo de América lo nombró Boxeador del 2010. Luego vinieron pruebas difíciles: el rompimiento con su entrenador Gabriel Sarmiento, el despojo de su título por intereses ajenos a lo meramente boxístico, la negativa de Chávez Jr. para enfrentarlo. Diamante, Latino, Emérito. En Martínez han vivido muchos tipos de campeón hasta ahora. Y sin embargo, la fama tardó en aparecer. Cuando lo hizo, llegó de golpe, sin avisar. Desde el exterior. Decía Juan José Saer que la tradición literaria argentina está arraigada en el exilio. También la deportiva. Pero de pronto no había televisor que no tuviera sintonizada la imagen de Maravilla dando piruetas en una pista de baile, y su último combate marcó un hito en los ratings del boxeo televisado en Argentina.
¿Cómo has podido sobreponerte al fenómeno mediático que te rodea en la actualidad? A mí en mi caso, no siento que sea difícil. Creo que porque tengo bastante claro todo lo que sucede a mi alrededor. Si yo me mareara con lo que significa estar en Tinelli con 45 de raiting; o en la pelea de Chávez haber tenido el rating que tuve; o haber llegado a Argentina y necesitar escolta o guardaespaldas, si yo me creo que todo esto es verdad estoy perdido. La fama es pasajera y la vida es otra cosa. Lo veo tal como es, nada más. Es algo que va relacionado con el éxito de hoy y que mañana pasará, ¿sabes?, pasará, y ahí sí que voy a tener que ser el de siempre, por eso intento ser siempre el mismo. Con todo y que el Premio Olimpia al deportista del año se lo ganaste a un tal Lionel Messi… Honestamente creo que fue un error: yo puedo ser el mejor de los deportistas humanos, pero Messi no es humano, Messi hace cosas contra toda ley física, vamos, es de otro planeta. Pero se agradece igualmente. Lo que yo digo es que el premio fue un mimo, como un agradecimiento por la entrega, o por cómo he llevado mi carrera. Yo intento ser respetuoso y mientras respete mi propia carrera voy a poder respetar a los que me siguen, a los rivales, al deporte, al boxeo. Y creo que sólo es eso. Un reconocimiento. ¿Ya se volvieron odiosas las comparaciones con Carlos Monzón? Monzón es palabras mayores. Lo que pasa conmigo es un poco extraño. Cuando la gente se me acerca, la gran mayoría no me trata como campeón, como boxeador, sino que todos quieren llegar a mí como persona, como ciudadano, por decirlo así. Y eso la verdad me reconforta. Creo que de lo que menos me hablan es de boxeo y me parece estupendo. El boxeo tan sólo es una parte, una faceta de mi vida. En este negocio las cosas cambian muy rápido ¿no? En una entrevista reciente, Pablo Sarmiento declaró que quizá te queden tres o cuatro peleas en plenitud de facultades, a tope. ¿Alguna de éstas se la tienes reservada a Floyd Mayweather Jr.? Con Mayweather no lo veo factible. Ahora menos todavía, porque él se fue a Showtime y yo sigo en HBO. Todo va a depender de mi lesión. De cómo llego a este combate con Martin Murray. El día 28, el día posterior a la pelea, ese día voy a analizar cómo me encuentro de la pierna, porque hay días que es una pesadilla entrenar de esta manera, porque tengo una molestia a veces muy grande y a veces la molestia pasa a ser un dolor y el dolor a veces se vuelve insoportable. Y digo, qué necesidad. Con treinta y ocho años, ¿para qué seguir machacando mi cuerpo de esa manera? Pero hay días que funciona estupendamente bien y es cuando digo, bueno, a ver si sigo así hasta después del combate, pues ya vamos a ver cuántas peleas más hago. También hay otro detalle, el de la
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motivación. Es decir, yo antes quería tener un cinturón mundial, después quería tener otro y después quería tener otro. Después quería pelear en Las Vegas y triunfar en Las Vegas: eso me tocó en la última pelea. Después, quería pelear en Madison House Garden, pues lo hice con Macklin. Quería pelear en Argentina pero en un estadio de fútbol y lo estoy por hacer ahora ¿Qué más va a quedar? Poco por conseguir, cinturones mundiales gané ocho en un ring y tengo nueve. A qué más puedo aspirar, si ya lo que no gané con treinta y tres, treinta y cuatro, pues no creo que lo gane con treinta y nueve. Eso es lo que yo pienso. Pero ha de ser difícil abandonar. Tantos años partiéndote el cuerpo. Observa el ejemplo de Morales: él sabe que no tiene las facultades de antes y aún así es incapaz de dejarlo. Ya prepara otra gira del adiós este año. La verdad, en mi caso no está pasando eso. Lo que tengo entre manos son unos proyectos muy grandes para cuando deje de boxear. Es decir, tranquilamente mañana mismo puedo comenzar con ellos: sigo escribiendo para standup, para monólogos, sigo con propuestas de televisión, propuestas de teatro. Me están llegando constantemente ofertas para todo tipo de trabajo, con las empresas que tengo también. Tengo una mente que puede estar muy ocupada en muchas otras cosas. Entonces probablemente no extrañaría tanto el boxeo, seguro lo voy a echar de menos porque tengo dieciocho años en esto, pero tengo la mente puesta en otras cosas también. Creo que eso va a
hacer más llevadera la vida para el día que deje de boxear. Tienes un gimnasio en Madrid y una promotora que organiza combates en España y en Argentina. Es una manera de reinvertir en el boxeo lo ganado en el ring… La verdad aquí estamos trabajando muy bien. Tengo un equipo de trabajo muy fuerte. Es gente muy competente a mi alrededor, trabajando siempre como para sacar adelante
la mayor cantidad de boxeadores. Y siempre con los ojos puestos en Estados Unidos, para tratar de consagrar a los boxeadores allá, en lo posible en Las Vegas. Hay buenos ejemplos de que es posible y creo que hay que tratar
de seguirlos. Y todo es cuestión de constancia y de amor al trabajo, nada más. No creo que haya muchas claves en esto. Creo que es no perder el norte y mantener la estabilidad, tanto emocional como económica, para no cometer locuras. Sergio Martínez se despide con ese tono amable que lo caracteriza. Cuelga y vuelve al entrenamiento. Si ha perdido el piso, no se le nota ni un ápice. Es un peleador concentrado en lo suyo. Con treinta y ocho años de edad sabe que la vida lo aleja cada vez más de los cuadriláteros. Y parece estar bien preparado para enfrentar a ese rival caliginoso y complicado del “haber sido”, cuando llegue el momento. Ahora, una década después de que partió al exterior para buscarse la vida, Martínez volverá a la Argentina en calidad de ídolo. Así como las de esos personajes con vidas trashumantes que alumbran las composiciones de Santos Discépolo o Celedonio Flores, la historia de Sergio Gabriel Martínez puede ser leída en esa clave épica rioplatense del chico que vuelve a su viejo barrio convertido en bacán. Posee a partes iguales entereza, dramatismo y ese empuje de autosuperación que vende tanto en los autoservicios. Es cierto: atrás han quedado los desengaños y los años difíciles. Atrás en el tiempo, más nunca en la memoria. Ahora Sergio es una figura mediática: sale en televisión, publica libros, acapara las portadas en los quioscos. Es una marca cara que él mismo se ha encargado de promover y cotizar. No hay un alma en todo el país que no conozca la historia de Maravilla Martínez, el peleador que dejó su país cuando en las calles pedían a gritos que se fueran todos.
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Steve Kim
CANELO SE HACE CARGO n un negocio que debe prepararse para vivir muy pronto sin personajes como Floy Mayweather y Manny Pacquiao, es importante que el boxeo desarrolle futuras atracciones. Si bien hay muchos individuos que tienen la designación de “campeones” según el título ofrecido por algún organismo, son raros los ejemplos de aquellos que en verdad han ganado el derecho a llamarse los mejores en determinada división, y menos aún los que en serio pertenecen a la élite, aquellos consignados en arbitrarias listas de los mejores libra por libra. Pero son muy pocos los que pueden considerarse como atracciones legítimas, los que son auténticas franquicias y mueven el negocio. Cuando pelean no es simplemente una pelea, es un evento, un hecho crucial para la industria.
Dibujos por kelly vélez
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Rápido, nombren a los peleadores en Norteamérica que tengan esta elevada distinción además de los dos arriba mencionados. Miguel Cotto viene a la mente. Y Julio César Chávez Jr. Lucian Bute podría mencionarse. Y luego está Saúl Canelo Álvarez, quien se ha cimentado como una estrella confiable en ambos lados de la frontera. Sí, es verdad que este 20 de abril en San Antonio, Texas, debe vencer al talentoso y difícil Austin Trout, ¿pero quién más podría mandar a volar a Mayweather, cuando el hombre que este 4 de mayo enfrentará a Robert Guerrero simplemente no quiso comprometerse a un encuentro en el otoño? Durante buena parte del año se asumió que Canelo jugaría un rol de apoyo (otra vez) en la cartelera de Mayweather para luego enfrentarse a mediados de septiembre. Cuando no fue así Álvarez decidió simplemente abandonar esta cartelera y montar su propio show. “Es correcto”, dijo Álvarez el 4 de marzo, un día que pasó en Los Ángeles para finiquitar su encuentro con Trout. “Hubo negociaciones en diciembre cuando decían que pelearía el 4 de mayo para luego pelear contra él 14 de septiembre, en el fin de semana del Día de Independencia de México. Desafortunadamente él decía esto y lo otro pero nada en concreto. Así que hoy vine a la oficina a ver a Richard Schaefer y a Óscar De la Hoya, y finalizamos la pelea contra Austin Trout, porque Mayweather jamás cumplió su palabra. Pienso que me hizo esperar las dos últimas semanas porque en realidad tenía otros planes. Eso es lo que creo. Pero como he dicho tengo otras opciones para hacer lo que quiera. Ahora debo enfrentar a Trout este 20 de abril, en lo que será un gran evento.”
La mayoría de los peleadores rogarían por un lugar en televisión en una cartelera de Mayweather. Para Álvarez comenzaba a ser una inconveniencia, un impedimento para su factor de rating en los Estados Unidos. Era importante para Álvarez protagonizar su propio show y no ser usado por nadie para reforzar sus resultados de pago por evento. “Sí, absolutamente”, dijo, “y no quiero depender de nadie. Estoy feliz por tener mi propia fecha, mi propio lugar, mi propia pelea, que será una gran pelea.” En teoría, los promotores supuestamente tendrían que trabajar en favor de sus clientes. Pero en realidad la abrumante mayoría de peleadores son tratados como empleados. En virtud de su poder estelar Álvarez es uno de esos raros boxeadores que da indicaciones a sus representantes. Y no fue sorpresa para Schaefer, el CEO de Golden Boy, que Canelo se aferrara a sus convicciones. “De hecho fue consistente al respecto; eso dijo desde el primer momento y por lo tanto no me ha sorprendido su decisión. Tenemos que comprender –y quizás es un poco difícil para nosotros–, pero Canelo es en México lo que Mayweather es aquí. Mira los ratings de cuando ha estado en una cartelera de Mayweather, en las dos últimas peleas, y verás que elevaron con él. Y cuando Mayweather salió, los ratings bajaron en Televisa. Así que es un dios por allá. Es más grande, incluso, que el equipo de futbol nacional. Y a pesar de que es joven, él piensa por sí mismo: fue muy claro respecto de todo este asunto, en sí ‘Mayweather se compromete ahora, perfecto, pelearé con él en su cartelera’. Nos vimos en la oficina y dijo: ‘Voy a enfocarme en Trout y después de eso, ya veremos’. Y eso es lo mismo que dijo Mayweather: ‘Si todo sale bien, si Canelo gana hablaremos para ver si podemos armar la pelea’, porque Mayweather parece determinado acerca de ese enfrentamiento, él y Canelo el 14 de septiembre. Así que esperamos poder llevarlo a cabo.” ¿Pero querrá Mayweather, que es más un welter que un superwelter, subir alguna vez de peso para enfrentarse a un joven y hambriento peleador en su mejor momento como Álvarez, ahora que se encuentra en medio de un negocio multimillonario con Showtime? El año pasado, si bien venció con facilidad en las tarjetas a Miguel Cotto en las 154 libras, se trató de un enfrentamiento físico que lo dejó golpeado y ensangrentado.
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¿Así que Mayweather probará alguna vez el poder del Canelo? “No lo sé”, admitió Álvarez, quien cree es hora de concentrarse en sus propios negocios. “Y es por eso que no esperaré sus decisiones porque esas son sus decisiones. Por eso vine a la oficina y tenemos un plan. Voy a pelear el 20 de abril y luego el 14 de septiembre tendré mi primer Pago Por Evento. No esperaré más porque soy un peleador, y él también lo es, pero nunca se comprometió a lo que estaba diciendo. Así que no sé si boxeará conmigo o no, y yo no quiero hacer ninguna pausa por ello. Soy un peleador de élite y seguiré combatiendo.” Y eso es lo que hará en el Alamodome, que no es ajeno a la Dulce Ciencia al haber albergado el año pasado la pelea entre Julio César Chávez Jr. vs Marco Antonio Rubio, ante una considerable multitud y, más famosamente, por los sesenta y tres mil espectadores (la mayoría mexicanos), que se juntaron para ver en 1993 a Julio César Chávez padre boxear contra Pernell Whitaker en una pelea que terminó en un muy controversial empate. Con su gran población de mexicoamericanos San Antonio es un lugar ideal para contribuir a aumentar su perfil en Estados Unidos. No, Canelo y Trout no atraerán como Chávez-Whitaker, pero sin duda conseguirán una de las audiencias más numerosas de cualquier evento en 2013 en los Estados Unidos. Y mucho de esto se deberá al empuje de Canelo. “Ya sabes lo que Canelo nos dijo también, que quiere asegurarse que habrá boletos de todos los precios”, dijo Schaefer acerca de esta promoción que coincidirá con el Festival de San Antonio. “De hecho, tendremos boletos que serán más baratos que los boletos del cine, en diez dólares. Los tickets comenzarán en los diez dólares y habrá muchos boletos disponibles de este precio. Realmente queremos que la multitud vaya a ver al Canelo porque creo que somos testigos de algo especial.” Y el joven peleador parece advertir que hay potencial en los números. En una era en que buenos peleadores que son relegados a pelear en estériles salones de casinos Álvarez se ha convertido en alguien que puede mover las piezas en ambos lados de la frontera. El ex campeón de los ligeros Jesse James Leija, que hoy en día es promotor junto con su socio Mike Battah (de Promociones Leija-Battah) será quien llevé el evento a nivel local para Golden Boy. Leija dice que el Alamodome será reconfigurado para albergar de veinticinco mil a treinta mil espectadores. Y los precios para el evento (que van de diez a trescientos dólares) asegurarán que no haya asientos vacíos. “Y eso viene directamente de Canelo. Quiere asegurarse que las familias puedan asistir, llevar a sus hijos y formar parte del evento. Y tengo que dar el crédito a Álvarez por querer mandar esa señal”, añadió Schaefer. Sí, esto es un asunto de negocios y marketing. Pero Álvarez también espera legitimizar su status como el campeón de los superwelter del CMB. Su racha como campeón es testimonio tanto de su verdadera habilidad para competir a nivel mundial como de la complacencia de José Sulaimán debido a su habilidad para atraer multitudes. En muchos sentidos es como uno de
esas jóvenes estrellas pop cuyos primeros álbumes alcanzaron grandes ventas y discos de platino, pero que aún causa dudas acerca de cuán bien en verdad canta. ¿Realmente tiene lo que se necesita o es la creación de una hábil estrategia de marketing? En el último año ha habido un incremento en la crítica que escaló cuando Chávez Jr. tuvo una serie de peleas significativas, y que culminó en su fallido intento por destronar al campeón mediano Sergio Martínez. Dice, de las críticas lanzadas en su contra, “la crítica siempre va a existir, siempre. Y tengo que aprender a lidiar con ello. Tengo que vivir con ello, para siempre. No importa si vences a buenos o malos oponentes, la crítica siempre va a existir.” Y si bien Álvarez no se ha enfrentado a peleadores como Mike McCallum tras haber ganado su título en marzo de 2011, no ha sido por falta de ganas. El año pasado vio cómo se derrumbaron potenciales peleas en septiembre contra Paul Williams, Victor Ortiz y James Kirkland por diversas razones. Después observó desde el ringside del Madison Square Garden cómo su pago se evaporaba mientras Trout dominaba a Miguel Cotto. Sí, la “maldición del Canelo” era real. Sus posibles oponentes pelearon frente a él a su propio riesgo. “En algún momento, cuando estaba solo, pensaba: ‘¿Por qué me pasa esto a mí? ¿Por qué?’ Pero esto es parte de la vida del boxeo y al final reflexioné y me dije: ‘Todo va a estar bien. Algo tiene que salir bien de todo esto para mí, para mi equipo y para mis fans.’ Y mira, está sucediendo justo ahora,” dijo Álvarez quien, a los veintidós años, es más sabio de lo que aparenta su edad. Y esta pelea, tan arriesgada como luce, es más que una pelea de unificación —puesto que Trout posee el título de la AMB—, es algo más profundo. “Además de ser un buen peleador, esto es personal”, explicó Álvarez, cuya carrera tiene un récord de 41-0-1 (con 30 nocauts para su reputación). “Trout venció a mi hermano y honestamente, en verdad quiero esta pelea. Es por eso que la elegí. Es por eso que quise a Austin Trout porque esto es personal, además de los campeonatos del CMB y la AMB, esto es personal. Él venció a mi hermano, Rigoberto.”
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Patrick Corcoran / Traducción Pablo Duarte
el más poderoso de la comarca ristian Mijares, el campeón de las 115 libras del CBM y la AMB subió al cuadrilátero el primero de noviembre como siempre lo ha hecho, con una sonrisilla en los labios y una playera del Santos Laguna sobre los hombros. Vic Darchinyan esperaba en la esquina contraria, rodeado de sus manejadores —hombres con pinta de osos y llenos de cadenas de oro—. Mijares llevaba la quijada algo alzada, una muestra de despreocupación, o de arrogancia, o de falta de respeto. De cualquier cosa menos duda. En la tierra natal de Mijares, la zona norteña conocida como La Laguna, el restaurante Opa transmitía el combate que sucedía a miles de kilómetros de distancia, en Carson, California. Me acomodé en un gabinete, en ese lugar lleno de partidarios de Mijares, todos ruidosos pero corteses y tan confiados como su peleador. Cuando sonó la campana en los catorce pares de bocinas de las televisiones, el murmullo desenfocado se transformó en atención concentrada. Rápidamente quedó claro que algo no estaba bien. Mijares, un maestro del espacio y el movimiento, estaba apático. Nunca lo había visto tan indefenso y tan confundido. Ricardo El Finito López, el legendario campeón que peleó por dieciséis años sin ser derrotado y ahora comentarista de Televisa, le suplicaba a Mijares que usara su jab, que tirara más golpes. Pero Darchinyan, zurdo como Mijares, se le acercaba con facilidad y conectaba izquierdas martilleantes. Una de ellas, un uppercut, tiró de nalgas a Mijares, y la multitud en Opa ahogó un grito. La mujer enfrente de mí se agarró el cogote como si estuviera canalizando el golpe. Ese fue el primer round. Para el noveno Mijares, que había absorbido cientos de golpes sin volver a visitar la lona, estaba tan atrás en las tarjetas que necesitaba un nocaut para ganar. Darchinyan, en cambio, conectó un recto de
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izquierda pleno en el mentón. Mijares cayó violentamente y permaneció supino, con los ojos irremediablemente vidriosos, mientras la cuenta del réferi llegaba a diez. La mujer en Opa alzó las manos frustrada. Luego el gerente del restaurante cambió de canal y el lugar se llenó de abucheos y silbidos. Cristian Mijares, el orgullo de La Laguna y hasta hacía una hora el mejor boxeador en México, había sido noqueado. Roberto Bolaño escribió alguna vez un cuento con la ciudad natal de Mijares como escenario y título. “Gómez Palacio” no es una historia feliz. El protagonista, un poeta exiliado de la ciudad de México que viaja para dar clase a un taller de escritura, desestima al lugar por considerarlo un “pueblo perdido en el norte de México”. Gran parte de la ciudad sin duda parece como que no resistiría en pie si soplara un ventarrón. Gómez Palacio es una de las principales municipalidades de La Laguna; así como Torreón, la ciudad a la que llegué de Chicago en 2005, esencialmente para aprender español. No me parecía que fuera un exilio, pero tampoco podía obviar la dureza del ambiente. El clima es extremo: ventarrones, inundaciones y durante diez meses del año, un calor desértico tan implacable que los locales llaman a La Laguna “la ciudad de los huevos congelados”, por las cervezas heladas que acomodan entre las piernas. El monumento principal de la ciudad es una estatua de Jesús con los brazos abiertos sobre una colina desde la que se ve Torreón. Con encantadora falsedad, algunos locales dicen que representa la hospitalidad y la decencia de los laguneros. Nadie menciona que es una copia del Cristo redentor de Rio de Janeiro. La Laguna creció alrededor de un núcleo ferrocarrilero hace unos cien años. En 1914, Pancho Villa y su División del Norte arrebataron Gómez Palacio y Torreón a los
federales durante la Revolución. Pero la fama que adquirió la ciudad debido a las hazañas de Villa pronto se disipó. En los años ochenta, La Laguna destacaba de las docenas de ciudades mexicanas subdesarrolladas, quizá, por su equipo de futbol. Una década y media después, se firmó el Tratado de Libre Comercio y comenzaron a llegar las multinacionales en busca de mano de obra y terrenos baratos. Hoy, John Deere, Caterpillar y Delphi, todas tienen fábricas ahí, y La Laguna se ha convertido en la novena zona metropolitana del país. El narcotráfico ha estado presente desde hace mucho en La Laguna, pero incluso después de la aprobación del TLC, eso sólo se traducía en algunos reportes ocasionales de políticos corruptos y empresas usadas para el lavado de dinero. “Don Carlos” Herrera, antiguo alcalde de Gómez Palacio y vinculado con los famosos capos de Juárez y Sinaloa, mantenía la paz: su Laguna era más un centro logístico que un núcleo de violencia. Pero en 2007, gatilleros de Los Zetas dispararon cientos de balas contra un coche en el que viajaban Herrera y su esposa. Ambos sobrevivieron, pero Los Zetas lograron mandar a don Carlos de exilio, a España quizás, o tal vez a Cuba —nadie sabe con certeza. La oleada de crimen transformó el ritmo de vida en La Laguna, pero la profunda afición de los laguneros por el deporte no ha cambiado. Por supuesto el futbol es imprescindible, y los niños juegan en la calle. Cuando Santos ganó el título de liga en 2008, hubo festejos anárquicos por todos lados. El boxeo ocupa el segundo lugar. El dueño de un gimnasio me dijo que La Laguna tenía como cuarenta gimnasios —esto en una zona con poco más de un millón de personas. Cristian Mijares entrena en Rochmar Box, el lugar más pulcro que se puede hallar. La membresía cuesta treinta dólares al mes; por menos puedes
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hacerte miembro de los negocios sin lujos que subsisten en centros comerciales semiabandonados, donde no puedes saltar cuerda sin golpear el techo. Hace una generación, Jesús López era el terror de los gimnasios locales y un ligero notable. Su apodo era Pascualito, pero ahora todos lo llaman Campeón. Es un poco un equívoco; López le dio batalla a varios futuros campeones (en particular dos refriegas que se fueron a decisión contra Daniel Zaragoza), pero, contrario a Mijares, nunca logró pelear por el título. Hablé con él una noche en el puesto de burritos que opera, un negocio sencillo junto a una gasolinera en una zona transitada del Boulevard de la Revolución. —Debuté en 1980. Veinte años —dice. —¿Durante cuánto tiempo estuviste peleando como amateur? —Amateur no, no, no, No peleé como amateur. —¿Cuánto tiempo te preparaste para la primera pelea? —Como medio año —¿Y cómo te fue? —Bien, en esa primera lo noqueé en tres rounds. —¿Y cuánto te pagaron? De sus labios sale un sonido que captura toda la nostalgia, el desconcierto y la exasperación que siente: —Aaaaay, debuté en 1980, en Matamoros, Coahuila, en la Arena del PRI. Gané treinta y cinco pesos.—El Campeón vende sus burritos por siete pesos, y en una hora pico logra vender unos treinta. Si el Campeón hiciera su debut hoy, probablemente se llevaría varios cientos o incluso miles de dólares. El promotor de Mijares no me dijo cuánto le pagaron a su cliente por la pelea contra Darchinyan, pero me sorprendería si fue menos de trescientos mil dólares. Las noches de boxeo profesional son asuntos llenos de humo y cerveza en coliseos derruidos, se extienden hasta más allá de las dos de la mañana por no tener que cumplir con horarios de televisión. Cuando llegué en 2005, las carteleras incluían a Marco Antonio Rubio o a Rubén Padilla, las dos estrellas
locales. Ambos eran grandes pegadores cuyo estilo es ir con todo al frente, aunque Rubio es mucho más depurado. Ha ganado un puñado de cinturones regionales, pero su problema es que siempre pierde las peleas grandes. El sábado pasado, el 21 de febrero, peleó contra Kelly Pavlik por el título mundial de los pesos medios; después de que Pavlik lo apabulló durante nueve rounds, Rubio no salió para el décimo. En su primer viaje a Las Vegas en 2004, lo noqueó el ghanés Kofi Jantuah en treinta segundos. Después de que Mijares ganó su primer título mundial en 2006, se convirtió en el peleador más famoso de La Laguna. Sus peleas se volvieron eventos. Doce mil personas se reunieron en la arena de su ciudad para ver a Mijares vapulear al tozudo Teppei Kikui en julio de 2007, y otros ocho mil fanáticos decepcionados esperaron afuera, yo entre ellos. El pasado agosto, dieciocho mil personas llenaron una arena en Monterrey para verlo desmantelar al ligero de puños y todavía más ligero de quijada Chatchai Sasakui en tres episodios. Mijares no era el primer lagunero en ganar un título mundial, pero era el primero en retenerlo. Era también el primero en hacerse evidentemente rico a través del boxeo. Tiene patrocinios con media docena de empresas locales, desde una gasera hasta una compañía de ambulancias; sus manejadores quieren llevarlo también al mercado de la ropa deportiva y las tarjetas de crédito; la idea es hacerlo un Peyton Manning de 1.60 y 115 libras. Y ya, en una ciudad en la que todavía se ve alguna carreta jalada por un burro, Mijares maneja un BMW 325i último modelo. Cuando visité a Mijares en su gimnasio en octubre, un mes antes de que peleara contra Darchinyan, entretenía incluso cuando entrenaba. Escuchaba cumbias y norteñas a todo volumen e interrumpía lo que hacía después de unos minutos para bailar un poco. Alrededor suyo, adolescentes (niños y niñas) y hombres de habilidades variadas, soltaban las manos contra el costal, la pera, la pera loca, las guanteletas y contra otros.
Mijares es el retoño de una familia de boxeadores. Sus dos tíos son entrenadores y ex peleadores, y un par de sus primos también pelean profesionalmente. “Creces en ese entorno”, dijo, y quieres pelear, “gracias a mis tíos, Vicente y Ricardo Mijares... Siempre íbamos al gimnasio a sudar cuando ellos entrenaban. Naces con esa inquietud. Llegas a un punto en el que quieres ser como ellos, o ser campeón del mundo. Creo que todos mis primos y yo sentíamos lo mismo.” Los dos tíos de Mijares lo ayudan con el entrenamiento, pero Ricardo, quien lleva en la cara las huellas de una larga carrera en el ring, es el que toma el mando. Su voz es suave y su estilo es discreto. Ricardo no le grita ni mandonea a su sobrino; al contrario, se lo lleva a un lado y le hace alguna sugerencia, a la que Mijares asiente. Mijares comenzó a entrenar cuando tenía doce y debutó en 1997, a meses de cumplir dieciséis. Durante casi una década ha afinado sus habilidades en el lado B de funciones pequeñas, con frecuencia abucheado por fanáticos ávidos de nocauts. Perdió tres de sus primeras quince peleas, y empató una más, todas en encuentros lejos de su casa. Nacho Huizar, un promotor veterano que había tenido a Mijares en la mira por años antes de firmarlo, lo convirtió de un simple talento a ser un contendiente; lo mandó a Japón en 2006 donde ganó una decisión dividida contra el campeón mundial Katsushige Kawashima. Pero no fue hasta que peleó contra Jorge Arce en abril de 2007, que dio el salto a la fama y se convirtió en un rostro conocido con un nombre rentable. Arce, quien salta al ring con un sombrero vaquero y con una paleta en la boca, era el boxeador mexicano más conocido en ese momento. Ser un agresor casi bufonesco era parte de su estilo, y predijo en muchas ocasiones en la prensa que noquearía. Arce es un fajador; cuando sonó la campana, no desperdició ni un segundo lanzándose hacia el frente tirando golpes. Mijares esquivó o bloqueó la mayoría y respondió con dos, tres, cuatro golpes propios, cada round, durante doce. Para el final del combate, la cara de
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Arce chorreaba sangre y la decisión en favor de Mijares fue unánime. El siguiente lunes, una compañera de trabajo llamada Angélica, que nunca antes había hablado de boxeo conmigo me preguntó: “¿Viste a Mijares? ¡Qué madriza le dio!” Después de eso, no sólo querían entrevistarlo los periodistas deportivos, también las revistas de sociales. Su círculo se amplió de los pesos pesados en el boxeo a los pesos pesados en la política. Comenzó a aparecerse en eventos del alcalde de Gómez Palacio y fue homenajeado por el gobernador de Durango. Incluso lo celebraron en el estadio antes de un partido del Santos. El primero de noviembre en Carson, Mijares hacía su novena defensa del título que ostentaba desde hacía poco más de dos años. Vic Darchinyan, el campeón supermosca de la FIB, había dejado a un retador en coma y contaba veinticuatro nocauts en treinta y dos peleas. Le pregunté a Mijares qué era lo que más le preocupaba acerca de la pelea. “Su fortaleza, nada más”, me dijo. “Creo que he enfrentado a rivales que pegan mucho más fuerte que él. Pero eso es lo que dicen de él, casi todos, que pega duro”. Darchinyan, un armenio avecindado en Australia, en una conferencia de prensa en Los Ángeles un mes antes de la pelea hizo todo lo posible por molestar a Mijares. “Dicen que Mijares es el mejor peleador libra por libra que hay”, le dijo a los medios reunidos ahí, “pero después que lo despache, veremos de qué está hecho. Le voy a dar una lección a ese niñito.” Cuando discutí esto con él, Mijares se tornó enfático: “Quiere intimidarme diciendo mil cosas, hablando de más. No me interesa. En este boxeo uno habla con golpes, no con la boca.” Los golpes hablaron. “¿Qué puedo decir?”, dijo Mijares a un periódico local después de ser noqueado. “Nunca pude resolver su estilo. Es un peleador difícil, y me tocó perder. Es un boxeador fuerte y no hay excusas.” La Laguna estaba decepcionada, pero Mijares no es menos querido. Su rostro es tan ubicuo como el sol de verano y después de unas semanas, sus fanáticos, como el mismo Mijares, pasaron a otra cosa.
El 14 de marzo Mijares subirá tres libras y una división, para hacer su regreso contra el venezolano Nehomar Cermeño. Cermeño está invicto, pero con sólo dieciséis peleas contra oponentes mediocres, no se le conoce ni se le ha probado. El ganador se llevará el cinturón de las 118 libras. Si Mijares gana, será el primer campeón en dos divisiones en la historia de La Laguna. Si pierde, bueno, no será el único lagunero que la pasa mal en 2009. El boxeo es un deporte que premia el ego. El boxeador que se cree invencible tiene más posibilidades de serlo. El que entra al cuadrilátero con dudas sobre su habilidad, por más escondidas que sean, es el que probablemente salga derrotado, si no noqueado. Al darse cuenta de su vulnerabilidad, es difícil, hasta imposible, que un boxeador recupere la sensación de ser indomable. Cuando lo pierdes, lo pierdes. Como la caja de Pandora, al quedar descubierto, tal dato no se puede volver a tapar. Y por lo mismo, los campeones que sufren nocauts devastadores típicamente nunca regresan a su nivel anterior. Físicamente, son el mismo, pero en lo mental, el nocaut sacudió la fundación de su éxito. Cabe destacar que el fenómeno mencionado es mucho más notable para los nocauts —una decisión puede ser culpa de los jueces. Un nocaut reduce el deporte a lo más esencial —un reto de chingazos en que uno se queda de pie, y el otro tirado. El perdedor no puede matizar ni explicar una derrota así. También es diferente cuando el noqueado ya es un gran peleador, es decir, cuando ya ha desarrollado esa creencia en su capacidad. Hay muchos novatos que sufren nocauts pero luego llegan a ser grandes (por ejemplo, Joe Louis, Sergio Martínez), pues en tal caso, no perdieron algo que no se puede recuperar. Como los novatos que son, un sentido de invulnerabilidad aún no existe, así que un nocaut al principio de la carrera es una mala noticia, un paso para atrás, pero no es un suceso tan trascendente. Para los grandes que pierden por nocaut, que a golpes pierden el sentido mientras su contrincante festeja como loco, es muy diferente. De cierta forma, el daño es irrepa-
rable, porque su grandeza ya es una mentira. Sobran los ejemplos de los que nunca recuperan su nivel: George Foreman después de Muhammad Ali, Mike Tyson después de Buster Douglas, Naseem Hamed después de Marco Antonio Barrera, Tito Trinidad después de Bernard Hopkins, Zab Judah después de KostyaTszyu, Paul Williams después de Sergio Martínez, Miguel Cotto después de Antonio Margarito, etcétera, etcétera, etcétera. Es una lista casi sin fin. Tengo una simpatía y admiración especial para con los boxeadores que pierden esa indomabilidad, pero siguen compitiendo a un nivel muy alto. Éstos saben perfectamente bien que son vencibles, que su mandíbula se puede tocar, que su aguante y fuerza tienen límites. Su miedo ya tiene cara, ya se ha hecho realidad. Pese a eso, siguen. Luego de un nocaut brutal a manos de Vic Darchinyan en 2008, la burbuja de invulnerabilidad en la cual existía Cristian Mijares, explotó. Le siguió con dos decisiones perdidas contra Nehomar Cermeño, un desconocido. Parecía perdido, y tomando en cuenta la superioridad de Darchinyan, era entendible. La respuesta más lógica a tal situación fue el retiro del deporte. Pero Mijares no optó por el retiro. Siguió peleando. Después de Cermeño, regresó con dos peleas más a finales de 2009, noqueando a un par de peleadores de poca experiencia y habilidad. Poco a poco, subía de peso, y subía de nivel. Entre otros, le ganó a Alejandro Valdez en 2011 y a Rafa Márquez en 2012, su última pelea. Desde su última derrota, Mijares ha sumado once victorias consecutivas, siete de ellas por nocaut. Es imposible saber hasta cuando la racha reciente seguirá, pero un titleshot parece probable en un futuro no tan lejano. Aunque no alcance otro campeonato, si esto acaba siendo el último capítulo de su carrera, no es nada despreciable. Más aún porque Mijares ya conoce íntimamente su vulnerabilidad. No siempre era así. Hace cinco años, todo el mundo preveía una victoria fácil sobre Darchinyan, y se preguntaba quién sería capaz de vencerlo.
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Carlos Acevedo @cruelestsport
Una oscuridad a modo no puede verlos en las esquinas oscuras de gimnasios mugrientos, de un lado a otro del país. Juegan dominó sobre desvencijadas mesas. Inquietos, van de un lado a otro de la habitación, y el calor —casi nunca abatido por las aspas colgantes—, y el permanente tufo a sudor, coraje, y el retumbar del cuero como telón de fondo de todo lo que dicen. De tanto en tanto uno de ellos se acercará a ti para ofrecerte un consejo si es que te ve luchar contra el costal o hacer el tonto frente al espejo. Enseñan arcanos y arcaicos métodos. Sus ojos, vagantes, van de aquí a allá; de vez en cuando uno puede advertir una nota de dolor en ellos. Sus manos lucen tan nudosas como las raíces de un árbol que emergen de la tierra. Frente a ventanas sucias, a lo lejos, observan las calles. ¿Quién podría decir cuáles son sus sueños? * Fue un encuentro salvaje en el Home Depot en Carson, California, el mes pasado. Timothy Bradley y Ruslan Provodnikov, cuyos ulteriores motivos sólo se pueden suponer, se hicieron trizas el uno al otro y de campana a campana en un encuentro que Bradley apenas logró ganar en las tarjetas. En la entrevista posterior con Max Kellerman, un aturdido Bradley olvidó lo que había dicho a Kellerman tan sólo unos momentos antes de que las cámaras lo enfocaran para la transmisión en vivo: que él, Bradley, estaba seguro de haber sufrido una contusión en el primer round. Cuando uno piensa en la manera en que estos hombres se esfuerzan hasta límites que la mayoría de nosotros sólo puede imaginar, uno piensa en coraje, voluntad, determinación, resistencia, carácter. A veces, quizá uno piense en lo que estos hombres hacen y en lo que, exactamente, eso significa para uno. Pero pocas veces, sin embargo, se detiene uno a pensar en el precio... y lo que este precio puede significar para estos hombres en los años venideros. La “demencia pugilística” ha vuelto a ser noticia como no lo había sido desde hace casi treinta años, cuando la Asociación Médica de Estados Unidos echó a andar su primer esfuerzo concertado para prohibir el boxeo en el país. Algunos años atrás, el New York Times llegó incluso a asignar a Alan Schwartz, para cubrir el tema del trauma cerebral en los deportes. Históricamente asociada al boxeo, esta aflicción ha ocupado la primera línea del periodismo deportivo serio. La diferencia es que ahora la atención ya no se centra en los hombres que se golpean el uno al otro al sonar la campana. La lenta disolución de magníficos atletas cuyas vidas, al final, parecen más apropiadas para patografías que para biografías, ya no se considera tan solo un subproducto de las peleas profesionales. No, lo que alguna vez se conoció como punch drunk es una preocupación general, conectada a viejos pasatiempos como el futbol americano y el hockey. Historias impactantes cuyo generador pudo haber sido la encefalopatía traumática crónica (CTE, por sus siglas en inglés) han dejado al público de deportes con la boca abierta: asesinatos, bancarrota, sobredosis de droga, locura. Además, los suicidios espectaculares: por colgamiento, por disparos, por el consumo de anticongelante. Los sueños de estos hombres destrozados son ahora el material de excéntricas pesadillas: el jugador de futbol americano, Mike Webster, centro y miembro del Salón de la Fama, que solía dispararse con una pistola eléctrica a cambio de unos preciosos momentos de olvido; Dave Duerson, quien se disparó en el corazón a fin de preservar su cerebro para la autopsia; Justin Strzelczyk, quien a los treinta y seis años de edad provocó una persecución policial a alta velocidad que terminó cuando su carro explotó tras impactarse de frente contra un tráiler. El hockey, también, se ha visto ensombrecido por el CTE. En 2011 tres jugadores de hockey murieron en un lapso breve. Los tres jugaban como “enforcers”, hombres que se ganan la vida peleando sobre hielo. Los constantes golpes a la cabeza —causas del CTE, cuyos síntomas incluyen depresión, amnesia y pérdida de control
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de los impulsos— pueden orillarlos a los mismos infortunios que con frecuencia afligen a los boxeadores profesionales: la autopsia de Bob Probert, muerto por un ataque al corazón en 2010, reveló que el legendario peleador en patines de hielo sufría de CTE. (Irónicamente algunos equipos de hockey llegaron a acercarse a Emanuel Steward y Georgie Benton para que entrenaran a sus jugadores en la Dulce Ciencia.) “Mi mano izquierda se ha magullado y roto tantas veces que ahora me falta un nudillo”, dijo al New York Times Brantt Myhres, quien jugó hockey durante una década. “Debido a las contusiones tengo a veces problemas de memoria. A veces son cosas sin importancia, a veces de importancia. Si miras las peleas que he tenido desde que tenía dieciséis, estamos hablando de casi trescientas. Y estos no son guantes de boxeo. Son puños. Tiene que haber un impacto.” Detrás de estas historias, justo a un lado, parece, se encuentra la precaria sombra de las peleas, una vez más —incluso bajo tales circunstancias— ignorada por el establishment. O, como Ben McGrath lo dijo en el New Yorker en 2010: “La campaña para prohibir el boxeo ha existido por décadas. El Times apoyó la idea en 1967 y la Asociación Médica de los Estados Unidos hizo lobby en 1983, sin resultados. El boxeo tiene un problema más grande: ha caído en la irrelevancia cultural.” A diferencia de la NFL, con su fondo para el retiro y una alineación conformada mayormente por universitarios graduados, e incluso del hockey —con noventa por ciento de caucásicos y un protocolo oficial respecto de la contusión— el boxeo no cuenta con los pre-requisitos básicos para llamar la atención. Porque la mayoría de los boxeadores provienen de minorías, y porque la mayoría de los boxeadores son pobres y sin educación, un llamado para lograr una reforma de salud se sofocaría antes de siquiera poder desarrollarse. Sin sindicatos, fondos para la salud o pensiones, los boxeadores no pueden formar parte del reciente y colectivo grito ahogado de incredulidad, a pesar de los riegos inherentes al más duro de los juegos, y a pesar del alarmante impacto que ha tenido en algunos de los atletas más famosos en la historia de los Estados Unidos. Piensen en los pobres destinos de Muhammad Ali, Sugar Ray Robinson y Joe Louis —tres de los mejores peleadores en subir alguna vez al ring. Como alguna vez escribió Jack Newfield: “Si éste es el destino de los grandes boxeadores, ¿qué pasa a todos esos peleadores de club que rondan por el país? ¿Qué le pasa al chico duro de México o Filadelfia que tiene treinta rudas peleas durante seis años y nunca se vuelve famoso ni logra ser campeón? ¿Cómo paga sus vacaciones? ¿Qué oportunidades tienen sus hijos de asistir a la universidad? ¿Quién paga las facturas médicas? ¿Quién paga su funeral? Los peleadores —excepto en las más horribles de las circunstancias— no son retirados del campo de juego —un ring cuadrado cuya lona está manchada con las sangre de los combates anteriores. En contra del implacable Provodnikov, Bradley pareció estar al borde del nocaut dos o tres veces. Recibió terribles golpes desde el round inicial y hasta los últimos segundos de la pelea, cuando finalmente puso rodilla en tierra para una cuenta de ocho segundos. Y aunque fue llevado al hospital después de la pelea, el efecto de sus heridas es incierto. En el peor de los casos, Bradley, quien se quejó de amnesia y mareos tras la pelea, parecía sufrir lo que los jugadores de la NFL llaman, eufemísticamente, ding. Sin embargo, una acumulación de dings puede llevar a serios problemas en el futuro. Durante años los boxeadores practican el bloqueo y el esquive. Pero así como no hay una garantía de que lograrán evadir los golpes más duros dirigidos a ellos, tampoco hay certeza sobre si podrán evadir un futuro oscuro: la vida como enfermería. Aún así, pueden encender el presente cada vez que lo escojan, como luces de bengala en el cielo distante.
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**** Como tu entrenador, que olvida tu nombre de semana a semana, parece confundido cada vez que quiere retomar lo que sea en lo que se haya quedado momentos antes. Lo que haya sido se ha olvidado. Al menos para él. Y un día, simplemente desaparece, un fantasma que no pudo recordar el propósito de su acecho. Pero asegúrate de decir algo antes de que se desvane
zca. Di, Recuerdo esa noche en la que venciste a Johnny Summerhays allá en Comack, y observa entonces la dientona sonrisa que emerge de su cara. Los ojos oscuros brillan por un momento y luego vuelven a caer en las sombras. Tenías cuatro años cuando él peleó contra Summerhays. Que se jodan. Tu mentira es a modo, de la misma manera que lo es su oscuridad.
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timothy bradley
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colaboradores de abril Rodrigo Márquez Tizano
Rocío Montoya
Steve Kim
Es editor de Esquina Boxeo, y autor de los libros de relatos Caballos de fuerza (2008) y Todas las argentinas de mi calle (2010). @rmtizano
Es una artista visual mexicana. Sus últimos proyectos reflexionan en torno al paisaje citadino a partir de su acontecer fáctico e imaginario. www.montoyacio.blogspot.com
Es editor del sitio www.maxboxing.com, donde escribe sobre boxeo. @stevemaxboxing
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