EDITORIAL
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ESTA REVISTA SE REALIZÓ CON APOYO DEL ESTÍMULO A LA PRODUCCIÓN DE LIBROS DERIVADO DEL ARTÍCULO TRANSITORIO CUADRAGÉSIMO SEGUNDO DEL PRESUPUESTO DE EGRESOS DE LA FEDERACIÓN 2012.
Junto a Kid Mitchel, Carlos Tijera y otros, Salvador Esperón y Fernando Colín formaron parte de la primera generación del boxeo mexicano. Nadie sabía lo que aquella pelea a finales de 1905 despertaría entre los mexicanos. De pronto descubrieron que gustaban del boxeo, de los peleadores y que ellos mismos, los mexicanos, eran peleadores.
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Esquina Boxeo es una publicación mensual de Ediciones La Dulce Ciencia S.R.L. de C.V. Periodo de exhibición: julio de 2013. Reserva de derechos de título en trámite. Domicilio: Morena 1306, interior 303, colonia Narvarte, México, D. F., CP 03020. Ejemplar gratuito. Prohibida su venta. Publicidad: (044) 55 1513 2910 Redacción: (044) 55 2304 6897 e-mail: redaccion@esquinaboxeo.com Editor responsable: Rodrigo Castillo. Edición: Rodrigo Castillo, Rodrigo Márquez Tizano y Mauricio Salvador. Diseño: Juanjo Güitrón. Formación: Ana Laura Alba. Consejo editorial: Carlos Acevedo, Pablo Duarte, Luis Carlos Hurtado, Luis Felipe Ortega, Hilario Peña y Juan Manuel Vázquez.
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Luis Miguel Estrada O. @elroquebalbuena
91 gramos: Juan Carlos Zurdito Sánchez vs. Roberto Sosa. 8 de junio de 2013, Hard Rock Hotel, Las Vegas, Nevada, EU. a primera batalla, Juan Carlos Zurdito Sánchez (Los Mochis, Sinaloa, 1991, 16-1-1) la libró con su propio cuerpo. La marca de la báscula no es el enemigo, sino el manifiesto numéricamente inflexible de que un boxeador ha llegado a un límite físico. Con 1.74 m de estatura, Sánchez fue uno de los super mosca más largos que han sostenido un título mundial. En su caso, el título de la FIB, que perdió al pasar el límite de las 115 lbs de la división, el 7 de junio, la noche antes de la pelea. El exceso, puesto en una báscula en kilogramos suena casi ridículo: 90.72 gramos. Así de delicado es el límite para un campeón. Roberto Domingo Sosa (Buenos Aires, Argentina, 1984, 24-1), argentino, invicto al momento de entrar al cuadrilátero ya frente a un título vacante, tenía 24 triunfos, 14 por nocaut. Sánchez, en total, contaba con 15 victorias; menguado por tratar de dar el peso el día anterior, el Zurdito parecía tener los rounds contados contra un hombre que había noqueado a casi tantos oponentes como triunfos totales tenía el mochiteco. Sin embargo, Sánchez salió a hacer lo predecible para un peleador largo: marcar la distancia con el jab, conservarla con un caminado en pies ligeros y proponer combinaciones de profundos golpes rectos que estallaban en un adversario frontal y tozudo. Sosa, por su parte, parecía tener una sola carta fuerte: los golpes volados que buscaron sorprender a Sánchez durante el round tres. A pesar de la insistencia de Sosa, Sánchez conseguía colocarse fuera de distancia y detener en guantes los golpes del argentino. Para cerrar el round tres, donde fue
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clara la agresividad del argentino, Sánchez varió a golpes curvos, laterales, para seguir hiriendo una vez que Sosa se había acercado peligrosamente. La estrategia de Sánchez (el caminado, la distancia, las combinaciones) parecía demasiado desgastante para un tipo que el día anterior había intentado deshidratarse hasta por la vía del llanto de frustración y la exposición al sol de Nevada. Es posible que Sosa confiara en ello al buscar soltar las manos, pero cuando parecía que podía acercarse con más comodidad, en el cuarto round, Sánchez lo conectó al cuerpo, a la cara, lo mandó a las sogas y lo retuvo allí cañoneándolo con un ritmo intermitente pero peligroso; cerró el round con el mismo caminado elusivo. Sin vaciarse al tirar los golpes, la estrategia del Zurdo navegaba entre la posibilidad de un desgaste temprano y la ejecución de una larga pelea de habilidades en madurez. Una mano izquierda en la mitad del quinto round amenazó con derribar a Sosa, pero el Zurdito no se tiró a matar, se mantuvo en su pelea de insistente y segura demolición. En el sexto, con la pelea calentándose, Sosa continuaba buscando el objetivo, pero las embestidas eran repelidas con estoques largos y angulados tajos. Caminando menos, disparando más, Sánchez continuaba lastimando la cara ya levemente cortada de Sosa. Sánchez recibía, pero entregaba con más claridad, sumando ganchos cortos de derecha que remataban los ataques; ante la creciente presión del duro golpeo de Sosa, usaba las cuerdas para apoyar su salida con pasos laterales. Al cerrar el séptimo round, la boca de Sosa se abría con un desespero apenas sugerido.
Había prendido a Sánchez con la izquierda volada, pero seguía siendo sorprendido por golpes al cuerpo que lo entumecían; luego, volvía a recibir tiros a la cabeza. A pesar de ello, cerró el round encima del Zurdito y no se le quitó de encima durante las siguientes vueltas, por más que la metralla de Sánchez no perdía precisión. Cuando la pelea terminó, se habló mucho de la madurez boxística del peleador de Los Mochis. Una buena razón para este argumento fue su desempeño en el último tercio de la pelea, esos rounds en los que la condición física se pone a prueba, además del carácter. Deshidratado, desmoralizado, despojado de su título, el Zurdito Sánchez fue capaz de manejar el ritmo, de administrar su capital corporal para conservar su movilidad en la defensiva y su poder en el golpeo. En el papel, lo que Sánchez venía a perder ya lo había perdido: el título. Desde que subió al ring podría habérsele supuesto un hombre derrotado. Pero su pelea mostró que había algo más que no consta en papeles que no estaba dispuesto a perder. En el último round, con Sosa volcado encima de él, el Zurdito Sánchez metió una derecha cortita y veloz, un relámpago que puso sobre la lona y tras el conteo de protección a Sosa. Ese golpe parecía ser la mejor declaración de Sánchez: un peleador no es derrotado bajo el ring por 91 gramos, incluso cuando el enemigo es su propio cuerpo. Sin título, Sánchez volvió de Las Vegas con su dignidad de peleador intacta. Despojado en la frontera del tonelaje, mostró durante doce rounds que su boxeo sigue a nivel de campeonato y que su carácter es el de un hombre dispuesto a pelear para ganarse una sola cosa: el respeto.
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Rodrigo Castillo @roodericus
A cielo abierto Alfredo Angulo vs. Erislandy Lara 8 de junio de 2013, Home Depot Center, Carson, California, EU. lfredo Perro Angulo (Mexicali, Baja California, 1982, 22-3) ha tenido una de las historias más sufridas que se han visto en el boxeo profesional, y ahora el de Guantánamo, Erislandy Lara (18-1-2), parece que lo acompaña. No desde ese sufrimiento “migratorio” y “carcelario”, pero sí desde un aura de padecimientos y rarezas que se tocan. Primero aquella controversia cuando enfrentó a Vanes Martirosyan el 10 de noviembre de 2012, cuando los jueces Jerry Roth (86-85), Dave Moretti (86-86) y Richard Ocasio (84-87) percibieron un empate más que un triunfo del peleador de la isla; y más reciente, el pasado 8 de junio, justo cuando las tarjetas se miraban cerradísimas, Alfredo Angulo en el décimo round se detuvo para dar la espalda al cubano y decirle “basta de castigo”. Si es justo o no lo que sucedió sobre el encordado, poco tenemos que decir. La justicia es cosa de dioses, y las decisiones de un hombre superpuestas a un espectáculo (con mucho dinero de por medio) atienden, en su esencia, a razones humanas. Escribo acerca de tres puntos esenciales del boxeo del Perro. El primero templado bajo lo irremediable: Angulo padece los embates de los peleadores técnicos porque su defensa es mala. El segundo, irreprochable, donde su estilo está definido por su agresividad y potencia de golpeo, que va amarrado al punto último: Angulo sabe trabajar el ring bajo una presión constante, como una olla de presión llega a todos los rincones, pisa molecularmente y muerde con ese jab tan activo. El Perro es un fenómeno que orbita en la explosividad, pero que carece de la
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cientificidad del boxeo que Erislandy Lara propuso arriba del ring. En el Home Depot Center, el sábado a cielo abierto, habría mucho más que una persecución embravecida por esa explosividad del mexicano. Desde los primeros rounds las derechas efectivas de Lara iban poniendo en predicamento el boxeo del Perro, quien no tenía lo suficiente para detener las combinaciones veloces que impactaban en su quijada y sus pómulos. Parecía que esto se prolongaría durante la pelea, Angulo encima de Lara, y este último rebotando en piernas, saliendo una y otra vez con elegancia y encontrando con rectos de derecha e izquierda a Angulo, hasta que, entre los minutos nueve y doce de la pelea, el Perro comenzó a modificar su golpeo buscando dañar el hígado del cubano con buenos ganchos, hasta tres golpes consecutivos, hasta que un movimiento sublime (o lo que pretendía ser otro gancho) subió e impactó de lleno en la quijada del de Guantánamo llevándolo a tocar la lona. No fue suficiente el castigo que Lara recibió a pesar de la frecuencia de golpeo de Angulo; los segundos siguieron su curso, y un chispazo en forma de volado llegó al rostro de Erislandy, pero la campana del cuarto round ya estaba ahí para detener por completo el ataque del Perro. El espectáculo comenzaba a valer la pena, y los asistentes festejaron de pie el cierre del round, aunque sin saber a ciencia cierta qué tan dañado se encontraba para entonces el rostro de Angulo. (Peccata minuta: El boxeo cuenta con un tipo de sensibilidad histriónica que desencaja las caras de los aficionados, no como si se tratara de un hombre que intenta desactivar
una bomba, pero algo hay en los puños que permite ver qué tan miserable [u honroso] puede ser un lío con reglas de por medio). Alfredo Perro Angulo continuó aplicando presión sobre Lara en los siguientes rounds; sin embargo del quinto al octavo rounds la cara de Angulo era una hinchazón propia de los golpes efectivos propinados por Erislandy, que poco a poco minaron la piel del mexicano, con puños devastadores. A pesar de que hacia el noveno las tarjetas favorecían a Erislandy, la cuenta regresiva lo puso en problemas. El réferi Raúl Caiz después de pedirle los guantes, le decía: “camina, camina”, y Erislandy alejado de sus sentidos, adormilado, siguió en pie. El minuto que restaba para terminar el round fue para el cubano un infierno a media temperatura: la potencia de los golpes de Angulo no parecía hacer efecto sobre el cuerpo de Lara, y hubo un momento donde los dos peleadores se enfrascaron en un intercambio de golpes que lograron “emparejar” el round para Lara. Cuando el décimo round inició Lara conectó un par de puñetazos que terminaron por lastimar el ojo izquierdo de Angulo. Hay que apreciar (y vale la pena) que después de esos golpes potentes y efectivos de Lara, Angulo dejó de tirar golpes, se olvidó de la pelea; es visible cómo Angulo echa la espalda del lado izquierdo para proteger su rostro. Es cierto, Perro siguió proponiendo el combate al ir hacia el adelante, pero el dolor para entonces era mucho y suficiente, era el momento justo para abandonar la pelea, y también de dejar el cinturón interino superwelter de la AMB en manos del peleador de Guantánamo.
Mauricio Salvador @mauriki
Gennady Golovkin vs. Matthew Macklin 29 de junio de 2013, MGM Grand, Foxwoods Resort, Mashantucket, Inglaterra.
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s el mejor peleador contra el que me he enfrentado. Mucho mejor que Sergio Martínez,” dijo Matthew Macklin (Birmingham, Inglaterra, 1982, 27-0) tras los tres rounds de pelea contra Gennady Golovkin (Karaganda, Kazajistán, 1982, 29-5). Lo que quizá quiso decir es que, defensivo como es, Martínez le permitió implementar un plan de pelea hasta que simplemente el argentino logró conectarlo y acabarlo. Genaddy Golovkin, por su parte, no es un peleador que busque evadir el ataque contrario o que establezca un boxeo defensivo. No, Golovkin va para adelante, corta el ring, ejerce presión y te noquea. A pesar de que se suponía que esta sería
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la pelea que pondría a prueba a Golovkin, fue obvio desde los primeros momentos que Macklin no tenía ninguna oportunidad. Al finalizar el primer round la situación era muy diferente en ambas esquinas. En la de Macklin habían captado ya que la situación era más seria de lo que habían imaginado. En la de Gennady su entrenador, Abel Sánchez, le pedía a Golovkin que se divirtiera e hiciera su pelea. En el tercer round Golovkin lanzó una combinación que terminó en un gancho de izquierda al cuerpo. El golpe cayó justo debajo de las costillas y Macklin fue a dar a la lona con una expresión legítima de dolor. El réferi comenzó la cuenta pero Macklin sólo se retorcía de dolor.
Con esta victoria, Golovkin mejora su record a 27 victorias, 0 derrotas y 24 nocauts. Desde 2009, mientras Martínez tocaba la lona a manos de Darren Barker, Matthew Macklin y Julio César Chávez Jr., Golovkin ha acumulado una racha de 14 nocauts, cada uno más devastador que el anterior. Ahora sólo queda ver si un avejentado y lastimado Martínez se atreverá a pelear contra el campeón mediano de la IBO. No sería una pelea difícil de llevarse a cabo pues ambos peleadores trabajan con el promotor Lou DiBella. Pero para Martínez, con problemas en la rodilla y ya cerca de los 40 años, sería una locura enfrentar a esta máquina de matar.
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Mauricio Salvador
Salvador Esperón, Fernando Colín y los inicios del boxeo mexicano Mexican boxing is:Boxing distilled. Boxing stoicized. Boxing hyperbolize. Mexican boxing is machismo magnified. Mexican boxing is bristling bravado. James Elrroy ue una combinación de derecha e izquierda la que dejó sin el “uso de la palabra ni del pensamiento” a su adversario, el elegante Salvador Esperón. Atrás quedaban siete rounds en los que Esperón parecía llevar la delantera a su contrincante, Fernando Colín. Lastimado por la combinación Esperón regresó tambaleante y casi inconsciente a su esquina, donde Jack Salazar y José Juan Tablada lo recibieron en brazos a fin de reanimarlo y ponerlo en condiciones de continuar. El golpe de Colín, sin embargo, había sido decisivo. Más tarde se revelaría que la quijada de Esperón se encontraba fuera de lugar y que probablemente se habría mordido la lengua, causa de la sangre que le impedía hablar. En tales condiciones apenas pudo balbucir que le era imposible continuar. Entonces Salazar y Tablada intercambiaron opiniones. El poeta tomó la esponja y la arrojó al piso, hacia el réferi. La pelea había llegado a su fin. Fuera de la ley, secreta y breve, aquella pelea fue la primera de trascendencia en el naciente boxeo mexicano. Para quienes la presenciaron aquel 17 de octubre de 1905, el resultado había defi-
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nido al mejor boxeador mexicano y anunciado, por primera vez, a un campeón nacional en la categoría de peso ligero. La pelea sería también una curiosa premonición del boxeo mexicano. El fajador había vencido al esteta a fuerza de pelear con “cada pulgada de su cuerpo”, como dijera Tablada. En las décadas siguientes una serie de boxeadores mexicanos repetiría su hazaña al imponer la voluntad sobre la técnica de sus oponentes. La fiereza mexicana se convertiría en método de sobrevivencia, luego en estilo y, finalmente, en tradición.
El contexto A finales del siglo xix el boxeo en México era inexistente. “El grupo en el poder parecía estar tan hastiado de sangre,” dice Luis González, “que no la quería ni en la arena ni en el palenque.” Así, desde 1877 varios estados comenzaron a prohibir las corridas de toros, las peleas de gallos y otras expresiones de la diversión popular. Y por supuesto, las peleas por dinero se vieron como una expresión
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barbárica por completo ajena al progreso, el orden y la civilidad que tanto se ansiaba. No obstante, en los salones de clases acomodadas eran comunes y muy bien vistas las exhibiciones y prácticas de tiro, florete, y pugilato. En 1878, por ejemplo, Ireneo Paz, abuelo de Octavio, participó en una práctica de tiro y pugilato en la casa del reconocido maestro Cavantous, en la cual sobresalió Don Pedro Quintero, quien desde entonces daba clases de florete, sable, puñal y pugilato a precios módicos. Para aquellos caballeros la práctica de estas artes de combate representaba una alternativa civilizada a los duelos con pistola que seguían siendo la vía más expedita para resolver un asunto. Eran expresiones elegantes, además, y mientras dos pugilistas exhibieran el arte antes que la crueldad motivada por el dinero de los apostadores, una exhibición así podía ser contemplada por altos funcionarios, como el mismo presidente de la república, Porfirio Díaz, o el gobernador del Distrito Federal, que llegaron a acudir a veladas en las que se dieron este tipo de exhibiciones. Fuera de ese ámbito de protección y elegancia, no es difícil comprender que una sociedad como la mexicana viera con cierto horror esos “toros à la inglesa”, en la que dos hombres intercambiaban golpes, mordidas y retortijones hasta que uno de los dos no podía más. Además, en aquellos años el boxeo no había evolucionado en el espectáculo que tiempo más tarde atraería a multitudes. A pesar que las Reglas del Marqués de Quensberry se habían publicado en 1861, el boxeo de las décadas de 1870 y 1880 seguían bajo el dominio de los estatutos del boxeo a mano limpia, y a tal grado que John L. Sullivan, animador de los guantes y de las reglas del Marqués, tuvo que pelear a mano limpia por el campeonato de los pesados. Dichas peleas podían durar horas y decenas de rounds porque cada uno de estos terminaba en cuanto un combatiente caía y porque los treinta segundos que había entre round y round permitían a un hombre recuperarse y volver a la pelea. Tales encuentros incluían movimientos de lucha, con los cuales un pugilista tiraba al otro y caía sobre él, y llaves, que solían provocar brazos rotos, así como toda clase de marrullerías que hoy día llevarían a la descalificación. Así, la clásica pose que hoy vemos en ilustraciones victorianas, con la guardia larga y el peso en la pierna trasera, era obligada si se quería evitar este tipo de agarres. Más aún, sin guantes que protegieran las manos los golpes directos y duros eran poco comunes, y el nocaut, por lo tanto, una auténtica rareza. Por ello los viajeros que hacían ruta a Inglaterra relataban con horror estas peleas que no llegaban a su fin sino hasta que uno de los contrincantes era incapaz de acercarse a la línea central.
En México la indignación era la misma. Con cierta frecuencia los periódicos publicaban los artículos de estos viajeros, españoles y franceses principalmente, en los que se criticaba a la alta sociedad inglesa por ser tan aficionada al pugilato y, al mismo tiempo, tan críticos con las corridas de toros. Siguiendo el ejemplo de Estados Unidos, varios estados en México prohibieron, si no las exhibiciones de boxeo, sí las peleas por dinero en las que apostadores y mafiosos querían hacer valer sus reglas. Para las autoridades porfirianas, el boxeo debía representar un gran salto atrás en el proceso civilizatorio que tanto ansiaban y no dudaban en ejercer la fuerza con tal de impedir una pelea profesional. Quizás el caso más famoso fue el enfrentamiento, en 1896, de Bob Fitzsimmonds contra Peter Maher. Puesto que la pelea no podía llevarse a cabo en el estado de Texas, los organizadores buscaron una alternativa y la encontraron en un sitio al sur del Río Bravo, cerca de Langtry, Texas. El lugar era perfecto porque impedía la actuación de los rangers de Texas y porque dada su ubicación sería muy difícil que las tropas porfiristas pudieran arribar a tiempo e impedir la pelea. A pesar de que Maher era un campeón nominal, aquella fue la única vez que se llevó a cabo una pelea de campeonato mundial de pesos pesados en territorio nacional. A principios del siglo xx el arribo de la nueva cultura física comienza a despertar curiosidad por el boxeo en algunos sectores de la sociedad mexicana. Ya no era raro que en clubes o salones hiciera su aparición uno que otro boxeador y que se le reconociera por la asertividad con que mostraba su oficio. Kid Mitchell, uno de los maestros más constantes que tuvieron los fifís de aquellos años, podía hacer su aparición aquí y allá y querer demostrar a la primera sus habilidades como pugilista. Si antes los maestros de combate ofrecían clases de varias disciplinas, en aquellos primeros años del siglo xx una serie de boxeadores llegó a México a dar clases y exhibiciones en clubes y gimnasios. Para los jóvenes mexicanos de buena posición, con el suficiente tiempo libre como para poder pasar las tardes en el club o en el gimnasio, el boxeo estaba lejos de ser una profesión y la mayoría de los encuentros que disputaban eran exhibiciones de unos pocos rounds. Sin embargo en los clubes más importantes de aquellos años, el Ugartechea y el Olímpico, los asiduos estaban de acuerdo en que Salvador Esperón y Fernando Colín eran, sin ninguna duda, los pugilistas mexicanos más avanzados.
La pelea Según José Juan Tablada, fue un grupo de entusiastas, socios del Ugartechea y el Olímpico, el que se acercó a ambos boxeadores a fin de sugerir un match que decidiera de una vez por todas quién era el mejor boxeador mexicano. No existía nada parecido a una organización nacional que validara el encuentro, mucho menos se contaba con la avenencia de las autoridades o siquiera con un precedente histórico. En la historia deportiva mexicana no había nada semejante a un campeón nacional. Oriundo de Monterrey, Fernando Colín viajó con su familia a la ciudad de México cuando aún era niño. Probablemente nació en 1881. Sus primeras lecciones de boxeo las recibió de un profesor llamado Enrique Méndez y muy poco tiempo después, al menos desde los dieciocho años, se le comienza a ver en exhibiciones de pugilato y esgrima, siempre entre los primeros lugares. Hacia los veinte años de edad enfrenta ya a boxeadores extranjeros, a quienes vence gracias a su poderoso golpeteo. A pesar de que se ha repetido que la primera pelea de Esperón contra Colín fue en 1904, algunos periódicos mencionan que en 1900 Colín le ganó por primera vez en el Salón Verdi, una victoria que sin embargo no fue lo suficientemente decisiva como para asegurar la superioridad de uno sobre el otro. Su oponente, Salvador Esperón de la Flor nació en Oaxaca el 16 de abril de 1879, en el seno de una familia con fuertes conexiones políticas —al parecer rama oaxaqueña de la descendencia de Moctezuma II. Tras venir con su familia a la capital estudió en el Liceo Fournier (uno de sus compañeros fue el hijo del poeta Juan de Dios Peza) y más tarde en la Escuela Nacional Preparatoria. Al
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igual que Colín comienza desde muy joven a participar en exhibiciones de pugilato y luego a entrenar seriamente en el gimnasio del Colegio Militar, bajo la guía del profesor Emilio Lobato. Al momento del reto, Esperón y Colín tenían sin asomo de duda las mejores credenciales en el pequeño mundo del pugilato mexicano. Sólo quedaba saber quién era, de una vez por todas, el mejor boxeador mexicano del momento. Tras discutirlo se pactó que la pelea se realizaría el 17 de noviembre de 1905 en el patio del Club Cosmopolitan, cuyas instalaciones permitirían acomodar sillas para quinientas personas y admitir de pie a otra cantidad igual. Bajo las reglas del Marqués de Quensberry los boxeadores usarían guantes de cinco onzas y pelearían 20 rounds de tres minutos con un minuto de descanso. La bolsa para el vencedor sería de mil quinientos pesos. La noticia del encuentro se extendió pronto por la capital. Con anterioridad había habido eventos deportivos importantes pero ninguno como el que enfrentaría a los mejores pugilistas del momento y que coronaría, entre la prensa y los entusiastas, al primer campeón de México. Durante años se había oído hablar de campeones extranjeros, Sullivan, Fitzsimmonds, Jeffries, y se seguían sus andanzas en Estados Unidos e Inglaterra. Era un deporte bárbaro pero como todo lo prohibido sus retos y apuestas no dejaban de producir fascinación. A pocos días de la pelea los quinientos asientos ya estaban vendidos. En declaraciones a la prensa, Colín dijo que nunca había estado en mejor forma física en su vida y no dudaba que saldría con la victoria. Esperón, por su parte, esperaba que su juego de pies fuera factor para salir con la victoria. Aún así era difícil predecir el resultado de una pelea tan pareja y eso sólo animaba la discusión. Colín se había demostrado como un fuerte pegador, capaz de recibir castigo y su único punto débil eran los golpes al cuerpo. Con su mayor movilidad se pensaba que Esperón podría penetrar su guardia y obtener una mayor ventaja. El día de la pelea mil espectadores llenaron los asientos y los lugares cercanos al ring. A las ocho de la noche no cabía un alma en el patio del Club. Reporteros, fifís, funcionarios y simples aficionados esperaban con expectación lo que habría de suceder. Pero entre el público, sembrados aquí y allá había numerosos gendarmes cuya misión era prevenir el encuentro entre Colín y Esperón. El resto del programa, exhibiciones de lucha y boxeo de pocos rounds, podía llevarse a cabo siempre y cuando el match principal no se llevara a cabo. Viendo que sin el encuentro principal la noche no tendría sentido, el resto de los pugilistas y luchadores decidieron que no darían función. Decepcionada, la gente comenzó a abandonar el club. El boxeo mexicano comenzaba a hacer historia, pero la salvaguarda de las buenas costumbres, en este caso el gobernador del Distrito Federal Guillermo Landa y Escandón, lo impedía. La ironía quiso, sin embargo, que la pelea se llevara a cabo en la casa del mismísimo gobernador, cuyo hijo, Pablo Escandón, era un entusiasta empedernido del boxeo. Arreglados los detalles, cien personas escogidas conocieron el santo y seña del encuentro y se dirigieron a la casa de los Escandón, por la actual zona de Puente de Alvarado. La fortuna quiso que la esposa del gobernador tuviera una fiesta y que durante algún tiempo la entrada de varios coches a la casa no llamara la atención. Tablada asegura que las señoras quisieron alertar por teléfono a las autoridades, pero que Pablito se había adelantado y cortado las líneas telefónicas. Así, todo dispuesto y ante un grupo de lo más selecto, Salvador Esperón emergió acompañado de Jack Salazar y del “representante del club Ugartechea”, José Juan Tablada. Minutos más tarde Fernando Colín subió al ring acompañado por su entrenador, Kid Mitchell, y un peleador con el singular apodo de Kentucky Rosebud. La pelea fue una guerra, no menos que cualquiera de los combates que han hecho del boxeo mexicano una atracción mundial. Desde el primer round ambos peleadores salieron a imponerse. A decir del réferi López, y de los golpes que lanzó al costado izquierdo de Esperón, la estrategia de Colín era atacar al cuerpo. A pesar de ello, fue Esperón quien prevaleció en ese y los siguientes rounds.
Hubo muchos clinchs y golpes volados. A la distancia Colín era más efectivo debido a su mayor alcance y poder, pero durante el clinch Esperón mostraba su maestría al usar su mano libre para castigar a Colín, en recuerdo, quizá, de aquellos tiempos en Oaxaca cuando Esperón y otros niños se enfrentaban a golpes siempre tomados de una mano. Así, en el infighting, por cada golpe de Colín, Esperón conectaba dos. En el cuarto round Esperón atacó con furia y un golpe en el cuerpo hizo que Colín cayera extendido sobre el suelo. Pero el ritmo había sido demasiado y Esperón fue incapaz de terminar con su rival. La pelea, sin embargo, parecía estar cada vez más de su lado, y confiado regresó a su esquina sonriente, casi hablador. José Juan Tablada menciona que Esperón peleaba con tanta confianza que durante la pelea hablaba con la gente de ringside. Pero es difícil imaginar que hubiera subestimado tanto el poder de Colín, bien conocido por todos, y que no se hubiera preocupado teniendo en cuenta que se había entrenado durante tres largos meses. En el quinto round Colín volvió a atacar el cuerpo, nuevamente el costado izquierdo, pero Esperón contestó con fuertes golpes que le valieron el round. El sexto fue cerrado, con muchos clinchs de por medio, pero un round para Colín, que parecía recuperarse del castigo y estar cada vez más cerca de Esperón. Para el séptimo ambos contendientes salieron con renovadas energías. El round fue parejo hasta que faltando treinta segundos se trenzaron en un abrazo. Al salir del clinch Colín se colocó en posición y lanzó una terrible derecha que mandó a Esperón contra las cuerdas, en la cuales rebotó sólo para que Colín conectara esta vez con la izquierda, mandando a Esperón al piso. Éste logró colocarse con una rodilla en tierra, atontado. En dos ocasiones hizo un intento por levantarse y finalmente lo logró en el tercero. El público gritó que Esperón no había superado la cuenta pero el réferi, que se encontraba de rodillas, vio claramente que la rodilla de Esperón se había separado del suelo por lo menos unos treinta centímetros. Así que viéndolo de pie Colín se lanzó sobre su oponente y conectó duros golpes en el cuello y el cuerpo. Nuevamente Esperón fue a dar al piso, esta vez bajo las cuerdas. El réferi comenzó la cuenta de protección pero al alcanzar el 8 se escuchó el grito de ¡Time! Sus ayudantes lo llevaron a la esquina e intentaron reanimarlo. Era inútil. Con la quijada lastimada y la sangre impidiéndole la respiración, sería un homicidio mandarlo de vuelta al ring. Así, la esponja voló al centro del encordado, dando por ganador a Fernando Colín. Colín dijo que debía la pelea a sus entrenadores, en especial a Kid Mitchell. “Pensé que sería más fácil”, dijo al Mexican Herald.
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“Y me sorprendió mucho la inteligencia que mostró Esperón. Tuve que hacer un esfuerzo muy grande para superar el cuarto round.” Esperón dijo que había sido vencido justamente. Estaba seguro de que ganaría la pelea, pero había subestimado la habilidad y el poder de pegada de su oponente. El mismo Mexican Herald anunció con bombo y platillo que Colín pasaría a la historia como el primer héroe del boxeo mexicano en un deporte que ha “endiosado a Aquiles y otros héroes de Grecia, para no hablar de Tom Sayers (a quien se le atribuye haber peleado la primera pelea de campeonato a puño limpio), Jim Jeffries y otras celebridades de los tiempos modernos.” Y si bien la pelea fue motivo de mucha atención por parte de la nueva afición deportiva, también fue motivo de críticas debido a la manera en que se había realizado, por lo que el gobernador del Distrito Federal impuso una multa de cien pesos a ambos peleadores. En su reporte, el periódico El Tiempo externó su preocupación de que varias personas hubieran visto “el principio de una nueva y bárbara diversión, que no es difícil llegue a extenderse y arraigarse en México, como en Inglaterra y Estados Unidos.” Y citaba al novelista español Juan Valera, cuyas opiniones son casi un reflejo de las opiniones que hoy en día tiene un novelista como Pérez Reverte: “Dignas de la epopeya son tales luchas; pero no se puede negar que son brutales y harto impropias de la civilizada y filantrópica edad en que vivimos.” Los editores de El Tiempo no tenían manera de saber que sus palabras resultarían proféticas. En quienes lo presenciaron, aquel encuentro había despertado el entusiasmo por una actividad que ofrecía drama, emoción y sorpresas.
*** Para Fernando Colín y Salvador Esperón aquella pelea tendría consecuencias muy diferentes. Atleta consumado, Colín se retiraría como campeón dos años más tarde, prefiriendo dedicar su talento en exhibiciones de esgrima y hasta de novillero, antes que seguir en el boxeo y arriesgar aún más sus ojos. Para Esperón esa pelea y las subsecuentes dejarían una honda huella, a veces en la forma de
la decepción, pero también una gran experiencia que con los años lo transformarían en un profesor del boxeo y en el autor del primer manual de boxeo. Como impulsado por la derrota que acababa de sufrir en una pelea histórica en todos los sentidos, se embarcó en una persecución pública de Colín para efectuar la revancha, sin éxito, y en una serie de exhibiciones en varias partes del país. Sus encuentros con Kid Mitchell y Carlos Tijera, una de las nuevas promesas del boxeo mexicano, serían en particular humillantes. A pesar de ello, y como retando a sus críticos, Esperón continuó en el mundo del boxeo en exhibiciones, como entrenador y como réferi. Su récord, a decir del propio Esperón, es de 41 peleas ganadas y 2 perdidas. Su última pelea fue contra el mexicano Mike Febles, uno de los pioneros del boxeo en Cuba, y a quienes muchos atribuyen el origen del boxeo mexicano. Con los años, Esperón fue profesor de boxeo en el Colegio Militar de la Escuela Nacional de Jurisprudencia del Estado Mayor Presidencial, en el Club Deportivo Internacional de la ymca; en la Escuela Militar de Aeronáutica; en la Escuela Nacional Preparatoria, así como entrenador del Equipo de Box de la Comisión Nacional de Irrigación y uno de los fundadores de la Comisión de Box del Distrito Federal. Finalmente, en 1945, Esperón sintetizaría su experiencia en un libro llamado El boxeo científico (por que “los boxeadores son incapaces de escribir y los escritores no saben nada de boxeo”), con el que deseaba facilitar el aprendizaje a grupos escolares y hacer así más popular “el más varonil de todos los deportes”. En El boxeo científico Esperón se queja de los gimnasios que reciben a esos jóvenes valientes que son “entrenados” y finalmente lanzados al ruedo por managers improvisados; “… desde que en 1912 Patricio Martínez Arredondo fundó en México la escuela del valor, todos nuestros boxeadores han seguido por espíritu de imitación el mismo camino, con más o menos suerte, pero sin tratar de corregir siquiera la mala posición de sus brazos, y obedeciendo casi todos a un proceso infantil tan falto de habilidad para la defensa como de malicia y de firmeza para el ataque.” “Y hoy”, agrega, “tras de haber intentado veinte veces enseñar a boxear, como he dicho ya, a profesionales que hubieran cuadruplicado su destreza en muy poco tiempo, y a quienes los managers impidieron siempre todo contacto conmigo (podría yo citar muchos casos llenos de incidentes curiosos) me decido al fin a publicar este tomo sin pretensión alguna, y esperando tan sólo que sea para el bien del Boxeo Nacional y en pro de nuestra Raza a la que hace tanta falta el deporte.” Tenía sesenta y seis años cuando escribió estas líneas. En su manual salen a relucir los estilos de Jim Jeffries, Jack Dempsey, Willie Pep y tantos otros. Al tanto de cada uno de los movimientos del boxeo, su idea era esencialmente contraofensiva y lo que algunos entrenadores suelen llamar hoy en día “clásico”, es decir el entendido de que cada movimiento tiene una respuesta y una contrarespuesta. Como si validara el desprecio de las clases altas por el boxeo, El boxeo científico queda como una de esas piezas singulares que nunca lograron encajar en la historia del boxeo mexicano, ni como influencia en su momento ni como literatura del deporte. Es sin embargo el primer manual científico del boxeo mexicano escrito por uno de sus más talentosos practicantes. Antes que Mike Febles, Luis Ordaz, Fernando Aragón, Battling Shaw y tantos otros, Salvador Esperón, Fernando Colín, Carlos Tijera y extranjeros como Kid Mitchell, Kid Lavigne y Jim Smith, el Diamante Negro de Guanajuato, conformaron la primera generación del boxeo profesional mexicano.
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Luis Miguel Estrada
Orlando Siri Salido urante las fotografías oficiales para la noche de peleas del 20 de enero de 2013, en el Madison Square Garden de Nueva York, los peleadores sonreían a la prensa, levantaban sus puños y mantenían la confiada actitud de quienes se saben listos para la guerra. De entre todos ellos, destacaba Orlando Siri Salido, quien la noche del 20 de enero perdería su título omb en peso pluma frente al mexicano-americano Mikey García. Salido usaba unos pantalones de mezclilla, tenis, una sudadera deportiva con el cierre abierto, dejando ver una playera en color oscuro. Mantenía las manos en las bolsas y apenas tenía algún atisbo de emoción. “Es un hombre triste”, me dijo mi novia, “nada parece animarlo”. Al terminar la pelea, detenida por un cabezazo accidental que dejó la nariz de García con la flacidez de una prótesis hollywoodense, Salido hizo una declaración reveladora, al comentar que no estaba conforme con la decisión de la esquina de García de parar el pleito por una nariz quebrada: “Yo habría seguido peleando aunque tuviera el corazón roto”, dijo. Salido, que hablaba con los pómulos brutalmente inflamados, uno de ellos fracturado, había sido mandado a la lona cuatro veces en la pelea. Nada de lo que había hecho sobre el ring revelaba eficacia alguna contra García. Aunque Salido era el campeón del mundo, se esforzó en perseguir a su rival por el cuadrilátero, como si intentara arrebatarle algo, no como si le perteneciera aquello por lo que García se había parado esa noche frente a él. La guardia bien plantada de García impedía la avanzada de Salido; sus golpes atropellaban la avanzada del sinaloense, y daba la impresión de que Salido, en cada ataque, besaba la defensa de un coche subcompacto en el recto de derecha de García. Así de ineficaz aparecía el Siri. La tragedia de esa noche habría podido ser la de cualquier peleador con un día difícil o la coronación de un joven talento con cualidades más allá de toda duda. El elemento que la hacía destacable era lo que había pasado con el Siri en sus peleas anteriores. La manera en que Salido obtuvo el cetro pluma, y lo retuvo, tenía un toque de épica personal que hacía tanto más dramática su derrota frente a un peleador joven, certero y eficaz como una sumadora.
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La talla del cinturón Los coqueteos con los cinturones mundiales de Salido son la recapitulación de una historia frustrada. Su primer intento por un título mundial había sido en pelea disputada contra su compatriota, Juan Manuel Dinamita Márquez, en septiembre de 2004, que venía de un empate en contra del fenómeno filipino Manny Pacman Pacquiao. Salido entró al ring siguiendo la única estrategia que mantiene en sus peleas. Decidió acercarse tanto como pudo a Márquez y tratar de avasallarlo con sus ganchos cortos y gastarlo con su dura quijada. Pero Márquez, más inteligente, le plantó distancia en cada ocasión, caminando hacia atrás y respondiendo el fuego con fuego, más certero, más veloz, más efectivo. El boxeo de Márquez, inteligente, está diseñado para ganar el ajedrez de las peleas de largo aliento y noquear sólo en caso de una oportunidad clara. El de Salido, está pensado para la guerra, para una batalla sin trincheras que sólo conoce el terreno corto. Es, como muchos mexicanos, un fajador. Pero es
un fajador excepcional, en buena parte, porque tiene una mandíbula con solidez granítica y una capacidad de recuperación cuyo poder radica en la bravura, más que en su excelente preparación física. Nadie pensaba que Salido pudiera ganarle a Márquez, sin embargo, no todos esperaban que Salido terminara el pleito de pie o, al menos, sin haberse posado alguna vez sobre la lona. En sucesivas peleas, Salido enfrentaría la mayor constante de su carrera. Rara vez va como favorito en sus pleitos importantes. En un deporte dominado por una fascinación por la estadística, las derrotas en el palmarés de Salido asustan con una sombra de derrotas demasiado larga. Hizo su debut en el boxeo profesional cuando tenía quince años, según confiesa él mismo, como una manera de llevar algo de dinero extra a su casa. Los segmentos promocionales para la segunda pelea contra el puertorriqueño Juan Manuel López, en 2012, mostraban a Salido de visita en la casa de su niñez, en Ciudad Obregón, Sonora. Su figura delgada y su cabeza al rape, insertadas en ese contexto, sumadas a su voz apagada y su mirada de una vaguedad tristísima, transmitían con exactitud la imagen de infancias pobres y duras de muchos boxeadores mexicanos. Su voz se alegraba al charlar con sus parientes, al levantar la mano para saludar a un conocido que lo miraba desde una esquina. Pero solo entonces. Por lo demás, mantenía un rumor arrastrado y gutural. No es difícil imaginar que algunos de sus pleitos, durante sus primeros años de carrera, fueran pactados para hacerlo el flan de encargo de la claunería gansteril boxística, como la definía Ricardo Garibay en Las glorias del Gran Púas. De esta manera, Salido había sido noqueado en su debut y durante los siguientes años perdería constantemente, mucho más que las superestrellas del boxeo. De ahí que su primera pelea contra Juan Manuel López, en abril de 2011, hubiera sido pactada en condiciones harto ventajosas para el puertorriqueño. Esa carta fuerte en la baraja de Bob Arum decidió que la pelea por su cetro pluma se llevaría a cabo en Bayamón, Puerto Rico, con todo el mundo de su lado: promotores, público, jueces. El campeón invicto, con un poder de ko indiscutible, enfrentaba a un hombre que había conocido la derrota con cotidiana cercanía. Salido era el retador perpetuo, el hombre que casi lo lograba y, cuando había tenido un título en las manos, lo había perdido por presunción de dopaje o por ineficacia. En 2006, ganaría el cinturón pluma de la fib en decisión sobre Robert Ghost Guerrero, pero lo perdería por un examen positivo en nandrolona. Trataría de ser campeón de nuevo, frente a Cristóbal Lacandón Cruz, en 2008, pero no lo conseguiría. En 2010, frente al mismo Cruz, al fin obtendría el cetro, sólo para perderlo en ese mismo año en pelea de unificación con el título de la amb frente al cubano invicto Yuriorkis Gamboa, un ciclón de golpeo que no logró noquear al sonorense. Con este camino irregular, Salido se presentó como el retador por el título pluma de la omb ante una de las estrellas de Top Rank: Juan Manuel López. El favoritismo en Bayamón, Puerto Rico, en abril de 2011, era más que evidente. La gente abucheó a Salido en la presentación, que recibió la afrenta con un rostro de piedra, su eterna mirada triste y un cuerpo duro como clavo de ataúd. Juanma López, más relajado y con una mirada arrogante y un gesto de desdén,
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escuchó el récord de Salido como quien escucha una broma de mal gusto. Desde Robert Guerrero, Salido no había enfrentado a un zurdo y su última pelea frente a un invicto no había terminado bien. Juanma López, cuando sonó el campanazo de arranque, ya había cometido el error que le costaría más caro en su vida profesional: subestimó a su oponente. La marca de Salido era la bravura. La marca de Juanma, la arrogancia. La expectativa en Bayamón era que el campeón puertorriqueño noqueara al mexicano. Así de fácil, así de estadísticamente irremediable. Salido, que parecía haber dejado atrás sus mejores días con los promotores, estaba disolviéndose lentamente en el terreno fangoso de los que tuvieron su oportunidad, de los campeones efímeros de una defensa. Sus peleas, algunas rijosas y feroces, le habían ganado respeto, pero no lo habían instalado definitivamente en la cumbre de los boxeadores. Era el hombre previamente derrotado por las declaraciones de los pundits, que había tenido que aceptar una pelea con todo en contra; lo único que lo apoyaba era la marca de cerveza en la lona del ring. Todo, al sonar la campana del primer round, indicaba que Orlando Salido se enfrentaba a un nuevo intento frustrado por un título mundial. Pero cuando sonó la campana que marcaba el final del cuarto round, Salido ya le había dado al menos doce minutos de pesadilla al campeón del mundo. Salido manejaba la única estrategia conocida, un ataque frontal desde el que disparaba volados de derecha como fuego de mortero. Se acercaba en carga de caballería y al hallarse en el terreno corto, arremetía a bayoneta calada de manera kamikaze. Recibía, sí, pero encontraba a López cada vez con más claridad. López le sacudía la cabeza con rectos de izquierda a media distancia. Salido lo prendía con la derecha en trayectoria curva, como un golpe de katana que cada vez quisiera cortarle la cabeza. A veinte segundos de que terminara el round 5, Orlando Salido volvió a desenfundar el sable. La quijada de López recibió un gancho de derecha que Salido envió con todo el cuerpo, que envió con 22 nocauts y 11 derrotas, con tres intentos frustrados de cinturón mundial y una tonelada de apostadores en su contra. La mente de López abandonó el cuerpo del púgil momentáneamente, que cayó sobre su espalda sorprendiendo el suelo de su tierra. El campeón, de espaldas en la lona, estaba siendo vencido por la estadística improbable. Se levantó sobre piernas titubeantes y apenas terminó el round. Desde ese momento en adelante, la pelea dejó de ser un trámite para el invicto y se convirtió en una justa trepidante.
Los rounds del 7 al 8 son una garganta que no calla su alarido. Los peleadores se enfrascaron en intercambios salvajes que dejaban la técnica de lado por momentos. Una pelea de esas características cobra un alto precio a los peleadores. El ritmo de batalla es insostenible, pues el cuerpo se resiente, el cerebro se sacude, las costillas se aflojan. Pero en Bayamón no había lugar para los débiles. López y Salido se aporreaban sin parar aunque era evidente que López no tenía para sostenerse en pie más que la voluntad y una quijada con menos pruebas en su haber que la del Siri. Las manos de López se le caían, lo golpeaban sin parar. Respondía con ráfagas lentas y sin fuerza. A un minuto y medio de que el round 8 terminara, el réferi intervino para detener el combate. Los aficionados lanzaron botellas de agua al ring, Juanma López era una furia que su esquina buscaba contener. No aceptaba la derrota. Salido aullaba de gusto en los hombros de uno de su equipo. Las tarjetas de los jueces, al ser detenida la pelea, daban un empate. Juanma López, en una sola noche, había perdido en casa por nocaut técnico su calidad de invicto y su título mundial frente a un peleador que había subestimado. Salido, con la mano levantada, había encontrado el premio mayor después de quince años de búsqueda. El Siri sonreía al fin.
“Bajar dos niveles” ¿García habría noqueado a Siri? Me lo preguntaron una vez, después de la pelea de enero de 2013. El encuentro se había tenido que posponer inicialmente porque Salido se lastimó una mano cuando alguien le cerró por accidente la puerta de un carro sobre los dedos. García era el retador que todos querían ver, el número uno del ranking de contendientes. Salido, que había hecho dos defensas exitosas de su título, no reculó ante el rival más peligroso de su división. Le pidieron la pelea y aceptó. Por primera vez en su carrera, había hilado cinco victorias, todas por nocaut, y sin embargo, llegó al ring sin ser el favorito. Antes de que acabara el primer round, Salido ya había caído dos veces. Joyce Carol Oates explica, en su genial ensayo “Del boxeo”, que los peleadores conciben el dolor de una manera diferente. Contra lo que se dice, que el boxeo es el arte de golpear sin ser golpeado, la autora americana afirma: “Se ve con claridad, por las ‘trágicas’ trayectorias de una enorme cantidad de boxeadores, que en el cuadrilátero prefieren el dolor físico a la ausencia del dolor, que es condición ideal de la vida ordinaria. Si no se
puede golpear, por lo menos se puede ser golpeado, y saber que todavía se está vivo.” En ese caso, Salido estaba más vivo que nunca. Mikey García lo boxeaba del modo adecuado, con una prudente distancia que convertía velozmente en un certero cañonazo. No sé, no sabemos nadie, qué diablos pasaba por la cabeza de Orlando en ese momento. Desconcertado por la velocidad, por la precisión y el poder, Salido parecía un boxeador primerizo que buscaba con desesperación a su oponente. El Siri, cuando subió al ring esa noche de enero, era un hombre abatido que peleaba con la bravura acostumbrada, pero que fallaba siempre. Antes del octavo round, García todavía se dio el lujo de mandar dos veces más al piso a Salido, que estaba irreconocible. El espectáculo, personalmente, era doloroso de ver, pues esperaba la pelea con ansia. Mikey García venía como un invicto favorito (otro más). Un noqueador más que probado (otro más). Salido, venía de una pelea de preparación, que había sido precedida por una segunda pelea contra López. Ahí había mostrado el destello de grandeza que la gente busca cuando mira el box. Tras perder contra Salido, Juanma López tuvo que disculparse públicamente por afirmar que el réferi había detenido la pelea porque él iba ganando y el tercero había apostado en su contra. En posteriores declaraciones, más mesuradas, López reconoció que respetaba la decisión aunque no estaba conforme con ella. La segunda pelea de Salido y Juanma López llevó su rivalidad a la categoría de épica. López, con mejor boxeo a la distancia, había conseguido que la pelea de revancha fuera de nuevo en Puerto Rico, esta vez en San Juan. De nuevo en casa, López buscaba sacarse la afrenta. Salido ya había probado que era un hombre peligroso, pero el boxeador al que le había quitado el título no podía aceptar una derrota de la
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que no estaba convencido. De nuevo, cuando llegaron las presentaciones, Salido fue abucheado por la fanaticada boricua. Cuando el ring quedó con sólo tres hombres en su superficie, el rostro de Salido, de nuevo, era una cara cincelada en roca con el gesto adusto de un hombre sin emociones. Concentración pura, violencia decantada. Juanma López sabía que la mejor estrategia era mantenerse a la distancia y apostarlo todo a la potencia de su mano izquierda. Pero en toda su carrera jamás había sido un peleador que prefiriera la distancia. Para ganar, necesitaba ser un peleador distinto del que siempre había sido. Juanma López se encontraba en una posición difícil. Hasta el round 5, no parecía que tal golpe pudiera aparecer. Salido sorprendía, López desesperaba. Recibía golpes, los encajaba con valor, pero no parecía encontrar su lugar en el ring. Ese hombre le había arrebatado todo en un solo combate. López no peleaba tan sólo por profesionalismo, sino por revancha. No venganza, revancha. Recuperar lo que era tuyo y te habían quitado en casa, ni más ni menos que con el réferi interviniendo para que por piedad, dejaran de golpearte. El ejecutor probado había tenido que ser sacado del cadalso y esa noche quería recuperarse de la afrenta. A menos de un minuto del final del quinto asalto, López cruzó la cara del Siri con un derechazo cortito mientras salido corría en loca embestida contra él. Como un toro recién clavado por un estoque claro, Salido se fue al suelo, sacudiendo la cabeza. Juanma López, con un solo golpe, recuperó la confianza que había perdido. Al final de la vuelta, López se burlaba de Salido mientras le gritaba. Salido, el hombre que no sonríe, había sido sorprendido y momentáneamente mandado de regreso a su pasado, cuando el triunfo parecía demasiado lejos a pesar de pelear con medio corazón en cada puño.
Sergio de la Pava, en su artículo “A un día en barco” (Esquina Boxeo, núm. 3, p. 12, 2013) habla sobre la búsqueda de la grandeza en el boxeo como la búsqueda de la grandeza en la literatura. “Sus practicantes verdaderamente de élite [del boxeo] casi no son golpeados de lleno”. Refiriéndose a Floyd Mayweather Jr., asegura que era el peleador más solvente de la época, el que casi no se dejaba golpear. “Así que si quiere ver este tipo de grandeza vaya a sus peleas, porque él es el Tolstoi del boxeo y usted apreciará una habilidad del máximo nivel […]. Pero si quiere ver otro tipo de grandeza, hay que bajar un nivel, quizá dos” para llegar a donde los peleadores se impactan de lleno y hay un involucramiento visceral en la pelea. Para mí, los rounds del 7 al 9 de la revancha entre Salido y López tuvieron en su momento ese tipo de grandeza venida desde las entrañas. El riesgo del nocaut, o en el peor de los casos, de la muerte o la lesión, estuvo presente en todo momento. López, que por primera vez no tenía nada qué perder, Salido, que no se había acostumbrado a ganar, se enfrascaron en tres rounds de gloria visceral. El Siri, ese hombre hecho contra las expectativas, tenía los pómulos hinchados y el cuerpo machacado, pero no dejaba de golpear; lo conectaban, lo sacudían, lo lastimaban, pero respondía y el otro se tambaleaba. Sus estilos se habían amalgamado en un festín de dolor, de box. El Siri, por unos minutos, fue el hombre más feliz sobre la Tierra, aunque siguiera sin esbozar una sonrisa. El primer minuto del round 10 es la culminación de la carrera de Salido. Un upper de derecha sacó a López de balance por completo. Eso y una acumulación de golpes que pocos hombres habrían resistido de pie. Salido remató con un recto de izquierda a López, que cayó estrepitosamente al suelo, desvencijado como un títere sin cuerdas. La cabeza se le sacudía sin que el cuello opusiera resistencia. Cuando se levantó, el hombre quería continuar, pero apenas podía tenerse en pie. López, de nuevo, había sido noqueado en su casa por Salido. El cinturón era del mexicano. El cinturón y la gloria, por lo pronto. En la pelea de enero de 2013, la esquina de Mikey García pidió que la pelea se detuviera. La nariz del mexicano residente en los Estados Unidos se movía con una textura gelatinosa que le impedía respirar, debido a un golpe accidental con la cabeza. Durante toda la pelea, Salido había sido el menor boxeador, el blanco de la práctica de tiro, el hombre que buscaba a pesar de que era él quien tenía el título. Es posible que haya caminado tanto hacia adelante y contra los pronósticos que no sea capaz de boxear de otra manera. Mikey García es un campeón, un buen campeón,
pero me hubiera encantado verlo sometido a una prueba extrema. Afortunadamente, la esquina de un peleador busca ante todo protegerlo. Tal vez sin su intervención, García hubiera tomado una decisión arrojada de riesgo innecesario. Al ser entrevistado después de la pelea, el Siri reconoció que todo le había salido mal. Sin embargo, cuestionaba que la pelea hubiera sido detenida. Él mismo, que no conoce otra forma de boxear más que arriesgarlo todo, había entrado al ring sin un plan, sin las ideas claras. Había recibido una golpiza que dolía sólo de verla, pero no se había echado para atrás jamás. Sabía que cada vez que se acercaba lo iban a golpear más fuerte que la vez anterior, pero eso no lo detenía. Rubén Púas Olivares, ganó el torneo de Los Guantes de Oro con la quijada fracturada. Marcel Cerdan peleó contra Jake LaMotta con un hombro dislocado. Si se le quita eso a un boxeador, queda apenas un atleta que luce esbelto en calzoncillos. “Yo habría seguido peleando aunque tuviera el corazón roto”, dijo Salido, con la cara desfigurada por la hinchazón del pómulo fracturado. Se lo creímos: no hay duda de que había hecho justo eso. En algún punto entre sus combates contra López y García, había sufrido de un corazón roto y sin eso no hay forma de ganar. Pero había seguido peleando. Habría acabado la pelea, no me cabe la menor duda. Porque incluso en esas condiciones, lo que quedaba de su voluntad era suficiente para continuar. ¿García habría noqueado al Siri? No. Contestaré que no aunque todos los argumentos razonables digan lo contrario. Desde el 2000, Salido no ha sido noqueado. Ha luchado contra rivales de élite sin esperanzas de triunfar, en muchas ocasiones. Ha visto las cosas salir muy bien y también ha visto que todo se vaya al caño. Pertenece, quizás, a esa clase de peleadores que no serán leyenda, pero cuyo momento de grandeza les abre las puertas del boxeo a los observadores, a los aficionados, a los peleadores que vendrán después de él. La pelea entre Juanma López y Mikey García es un duelo entre cazador y presa, tomando a Salido como eje. Los estilos hacen peleas, pero también los temperamentos. Frente a su título despojado, García debe mostrar que pelea por respeto, no sólo dinero y cinturones. Entonces será en verdad grande. López vuelve por lo que no ha podido recuperar desde que lo noqueó Salido: además del cinturón, la gloria. Si gana, volverá a ser campeón y tal vez, tenga que vérselas por tercera vez con Siri en algún punto. Si pierde, Salido tendrá, de nuevo, una oportunidad de sonreír entre una fiesta de boxeo de campeonato.
12 Rodrigo Márquez Tizano @rmtizano
PÓLVORA arcos René Maidana (Margarita, Santa Fe, 34-3) lleva un revólver tatuado en el costillar. Es un arma manual, de apenas seis cargas y cañón discreto. Apunta al piso y complementa el póquer que vela su jab: el cráneo, la chica, los dardos, una bola ocho. La verdadera pólvora, sin embargo, la administra el Chino con la diestra. No es el más rápido, definitivo, y ni siquiera hace gala de una técnica que lo distinga del montón. ¿Qué lo convierte entonces en uno de los peleadores más emocionantes del momento? Justamente eso: el momento —saturado de estilistas fatuos y mercaderes del aburrimiento— y una devoción total por el nocaut. Su más reciente víctima, el caído número treinta y uno, Josesito López (Riverside, California, 30-6) es el nuevo chico maravilla de los trampolines. El campanazo frente a Víctor Ortiz (fractura de mandíbula en el noveno, casi un año de inactividad para Vicious) y su repentina alianza con Al Hyman, han catapultado a López a una liga que promete bolsas importantes a costa de un futuro doloroso. Frente a Saúl Álvarez, Josesito gozó de una oportunidad ficticia para hacerse con el título mundial del Colorado, un fajín dos categorías por encima de sus posibilidades reales. No tenía oportunidad alguna de ganar aquel pleito: lo sabíamos los espectadores, lo sabían Canelo, Hyman e incluso el mismo López. Pero trepó al ring, se llevó una felpa y cobro su dinero. Álvarez destrozó a Josesito en otra de esas defensas inocuas a las que nos tiene ya acostumbrados el Canal 5. Por su parte, Maidana llegó al compromiso contra López con un enorme signo de interrogación a cuestas. Su debut en wélter frente a Devon Alexander había evidenciado los límites de su pegada y su mentón. Luego vino Soto Karass y el Chino volvió a ganar enteros para exigir un sitio en el boxeo de élite. Ambos entraron al ring del Home Depot Center con aires de boxeador caro, midiéndose, combinando, amparándose en el jab. Josesito, otra máquina de recibir, decidió ceñirse a la brecha abierta por Alexander: desde lejos, esperando el error y la desesperación de su rival. Como ninguno de los dos es un esteta, la desesperación llego a dos bandas y el intercambio sucedió desde el principio del segundo: ya Maidana soltaba golpes curvos, tratando de incomodar a un López que dominó tercer y cuarto round a base de contragolpes: Josesito estrelló un mandoble en la cadera del argentino y consiguió inmovilizarlo, pero para Marcos, el hombre que estuvo tres veces en la lona frente a Ortiz, el que volvió de entre los muertos contra Khan, la victoria atravesaba por soportar ese momento abajo. Y sobreponerse. Entonces se olvidó de la labor académica que Robert García había llevado a cabo en él y comenzó a hacer lo que sabe: fajarse. Se acomodó entre la órbita de López y conectó a placer: cabeza, cuerpo, cabeza de nuevo, y arrinconado en la esquina, defendiéndose apenas de los ganchos, José López esperaba el campanazo que lo hiciera sobrevivir el quinto round. Llegó la nueva papeleta y Josesito parecía disminuido, como si los dos episodios ganados le hubiesen exprimido toda la fuerza. Entonces Maidana lo llevó a cuerdas y conectó dos derechazos, uno al cuerpo, el otro directo al rostro. La rodilla de López en la lona provocó el conteo, pero en cuanto el réferi dio autorización para reanudar, el Chino se abalanzó sobre él sin darle oportunidad de reaccionar. Lou Moret detuvo el pleito, demasiado pronto para López, no demasiado tarde para el resto de nosotros. Si el cañón de Maidana —no el de tinta sino el de su derecha— será elemento suficiente para hacerle un nombre en la división de los espejismos, dependerá por completo de cómo se acomoden las cartas. Que no sorprenda si Broner decide enfrentarse a López y Maidana prueba contra Paulie. El mismo Danny García o quizá Robert Guerrero pueden ir apartando ficha con alguno de los dos. Da igual: nadie va a enfrentarse a Matthysse a menos que no quede otra opción. Y en este boxeo siempre queda alguna.
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13 Carlos Acevedo @cruelestsport
CARMELO NEGRON: UNA VIDA POR DELANTE PARA MATAR ace tres meses murió el explosivo peso supergallo de la década de 1980, Carmelo Negron, y difícilmente alguien pareció notarlo. Hubo un tiempo, sin embargo, en que a Negron se le consideró una promesa segura, y en un deporte donde lo cierto es tan escaso como la empatía en un campamento de prisioneros de guerra, esa clase de potencial, por lo menos en aquel entonces, era digno de notarse. Aunque Negron murió de cáncer, a los cincuenta y tres años, también sufrió el más desgarrador de los destinos boxísticos: demencia. Durante los últimos cuatro o cinco años, un peleador tras otro se ha ganado los titulares por las más tristes razones, las que estremecen a la mayoría de los aficionados. Rocky Lockridge, Matthew Saad Muhammad, Iran Barkley y Willie Edwards se encontraban todos en la calle. Alexis Argüello se suicidó. Greg Page, que había quedado paralizado debido a lesiones contraídas en su última pelea, murió en 2009, cuando al caer de su cama, e incapaz de incorporarse por sí mismo, murió por sofocación. No hace mucho, Isidro Pérez, que vivía al día como un entrenador neófito, fue atropellado por un camión en la ciudad de México. Durante meses su cuerpo sin identificar permaneció en la morgue de la semefo. En los últimos años tantos peleadores han sido apuñalados o asesinados a tiros en las calles de todo el mundo que recordarlos nos llevaría la mayor parte del día. ¿Quién recordará a Carmelo Negron? Al final, la deprimente combinación de retraso vocacional y posterior negligencia es casi insoportable. Hay muy poca vida después de la muerte para un peleador que falló a la hora de llegar a la cima. No sólo la mayoría de los boxeadores terminan desposeídos, sino que, a diferencia de otros deportes, el boxeo ofrece sólo unas cuantas dudosas oportunidades en los mismos tenebrosos ambientes en los que los peleadores dan sus primeros pasos hacia la gloria o el fracaso. Carmelo Negron, quien comenzó en el boxeo en Alphabet City, fue uno de los peleadores más atractivos de Nueva York a finales de la década de 1970 y principios de la siguiente, cuando la Dulce Ciencia aún significaba algo. En 1977, por ejemplo, Negron peleó en una cartelera de los Guantes de Oro, en el Madison Square Garden, atrayendo a veinte mil espectadores. Junto a Héctor Camacho, Mark Breland, Alex Ramos y Davey Moore, Negron fue uno de los amateurs sobresalientes de los últimos días de la Era Disco. Tras unos cuantos encuentros en Puerto Rico cuando aún era adolescente, Negron se mudó a Nueva York y se estableció con su madre, que vivía en uno de los sucios complejos de apartamentos que manchaban el Lower East Side. A finales de los setenta, “Loisaida”, como se llamaba al barrio en aquel entonces, era la capital de la heroína en el mundo y una visión pesadillesca del deterioro urbano hecha real: Hieronymus Bosch en concreto y asfalto. En aquellos días Nueva York parecía estar al borde de la anarquía. El caótico apagón de 1977 —que ocurrió durante la racha de asesinatos de David Berkowitz— atrajo la atención nacional hacia una ciudad que muchos estadounidenses consideraban un páramo sin ley, sin dios y sin amor. A partir de esta miseria los jóvenes pobres entreveían juntos y lo mejor que podían sus endebles sueños. Para algunos, la violencia organizada era, paradójicamente, una salida de la violencia desorganizada que los acechaba a cada vuelta de esquina. Carmelo Negron era uno de ellos. Tan pronto como llegó a la Avenida C su madre comenzó a aconsejarlo: “La primera cosa que me dijo”, contó Negron a William Plummer en 1982 fue, “ve al gimnasio.” Para abrir su carrera como profesional, Negron logró una racha de 17 nocauts. Joe Colon, quien entrenó a Negron en un desvencijado gimnasio arriba de la abandonada clínica de metadona, ofreció a Randy Gordon la verdad sobre Negron en 1979: “Al chico sólo le gusta entrenar y ejercitarse. Corre de seis a ocho millas cada día a las cinco de la mañana, incluso cuando no está entrenando. Es un corredor en las mañanas y un asesino en el ring.” Con una estatura de apenas 1.57 metros, Negron se lanzaba al ataque como una mini máquina de asedio, e iniciar una y otra vez semejante contacto físico lo dejaba abierto para el tipo de castigo que, al final,
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no pudo aguantar. Negron se encontraba en sus veintes cuando sus aspiraciones eran ya recuerdos distantes. Tras sufrir su primera derrota a finales de 1981, Negron perdió una pelea tras otra, muchas debido a las cortadas. En los años posteriores, la piel cicatrizada por encima de sus cejas era tan gruesa como un empasto, y abrir esas viejas heridas era tan fácil como cortar madera balsa con una sierra. Pero el dinero proveniente de la sangre nunca fue suficiente. Negron peleó en una época en que las extravagantes bolsas económicas de hoy eran mera fantasía. hbo transmitía un par de encuentros al año, Showtime todavía no tenía una programación boxística y el Pago por Evento era como un espejismo en el desierto. Como sea, estaban nbc, abc y cbs, y Negron podía cobrar algunos cheques como oponente. En 1985 perdió una salvaje decisión dividida ante el letal James Pipps, y el siguiente mayo fue desmantelado por Louie Espinoza en la pelea más grande de su vida. “Hace seis meses estaba listo para abandonarlo todo”, dijo Negron a Newsday, antes de la pelea con Espinoza. “Pero ahora todo parece ir conforme a lo planeado. Todavía creo que puedo ser campeón del mundo.” Negron cargaba a cuestas una racha de cuatro peleas perdidas antes de que Espinoza lo mandara al retiro, pero la desilusión es parte del boxeo tanto como lo es el jab. Diez años después Negron estaba de vuelta en el ring, peleando exclusivamente en su nuevo y permisivo estado, Illinois, donde peleó hasta sus cuarenta y un años. A pesar de haber estado rankeado en determinado momento como el número 5 del mundo en la división de los supergallos por la revista The Ring, de su carrera sólo sobreviven fragmentos y recortes. Uno de los más interesantes es la aparición de Negron en un ensayo fotográfico de Alphabet City publicado en 1992 por Geoffrey Biddle. “Mira esas caras”, dijo Negron a Biddle. “Hay un montón de sueños. Como, me voy de este lugar. Sólo tienen que hacerlo de manera inteligente. Lo que yo hice, confié demasiado en mi entrenador. Íbamos a lo grande y él simplemente lo dejó colgado. Se necesita más que habilidades. No puedes confiar en nadie en este negocio de hacer dinero en el boxeo.” Nada se puede escabullir de la terrible simetría que el boxeo ofrece a sus practicantes: una vida miserable seguida de una miserable profesión seguida de un miserable retiro. Con frecuencia el boxeo es una continuación de las privaciones y no, como muchos argumentan, un indulto para ellas. Sólo dos meses después de haber sido operado de un tumor en su estómago, Carmelo Negron murió en Hartford, Connecticut, una de las ciudades más peligrosas de la Costa Este.
¿Quién recordará a Carmelo Negron? Tuvo los mismos sueños que todos los peleadores tienen. Pasó noches bañado en sales de magnesio. Sangró como todos. Su quijada fue rota en una ocasión. Vio las luces oscuras una que otra vez. Perdió peleas. Gritaron su nombre al unísono allá en el Felt Forum. Los gimnasios donde saltaba la cuerda eran sucios y pequeños infiernos. Hacía sonar el costal parchado con cinta adhesiva y hacía sparring en rings harapientos donde la esperanza se mezclaba con el sudor. Cuidaba su peso. En las calles de Loisaida pasaba junto a viejos harapientos que hurgaban en los botes junto a las fogatas. Por encima de la Avenida fdr el sol brillaba a través de una densa niebla en el otoño y a través del denso smog en el verano. Cuando recibía el llamado, guerreaba por $150, por $5,000, por $600, por lo que fuera su valor en aquel entonces, en Atlantic City o, años más tarde, en la semi oscuridad de Waukegan, donde fuera que su sangre pudiera ser mejor derramada. Había cortadas, moretones, hinchazones. ¿Vio los botes y las barcazas flotar en el East River durante las carreras matutinas de 1980? ¿Observó Greenpoint al otro lado del camino, con sus oscuros dispensadores de cigarrillos? ¿Alguna vez visitó Jardón del Paraíso? Fue uno de los desafortunados de entonces; ellos, quienes poseen un brillo perturbador en los ojos, quienes visten sudarios, por así decir, con toda esa vida por delante para matar, años antes de que en verdad mueran.
País: Filipinas Récord: 31-2-0 (20 KOs)
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País: EUA Récord: 44-0-0 (26 KOs)
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CADA MES ENCUENTRA ESQUINA BOXEO EN: Distrito Federal: ☞ MUSEOS: Museo Tamayo / Museo de Arte Moderno (mam) / Museo de Antropología / Archivo General de la Nación / Museo Universitario del Chopo / ccu Tlatelolco / mujam / Centro de Cultura Digital Estela de Luz / ExTeresa Arte Actual / Mide / Museo del Estanquillo / Bellas Artes / San Ildefonso / Museo Archivo de la Fotografía / Centro de la Imagen / Templo Mayor / Museo del Tequila / Munal / Museo de la Ciudad de México / Museo de la Caricatura / Biblioteca José Vasconcelos / Museo Palacio de Minería / Museo Carrillo Gil / Anahuacalli / Casa Azul, Frida Kahlo / Museo Nacional de la Acuarela / Centro Nacional de las Artes / muac / Laboratorio Arte Alameda / Casa del Lago / Galería de Arte José María Velasco / Museo Casa de León Trotsky / Museo Experimental El Eco / Sala de Arte Público Siqueiros ☞ ESCUELAS Y UNIVERSIDADES: Universidad de la Comunicación / Escuela de Periodismo Carlos Septién García / ibero / Escuela Nacional de Artes Plásticas / uam Cuajimalpa / ifad (Instituto de Fotografía Arte y Diseño) / Centro Universitario de la Comunicación Janette Klein / Escuela Activa de Fotografía / ccc / Universidad del Claustro de Sor Juana / part / Escuela de Fotografía “George Eastman” / Discoteca / Gimnasio de Arte y Cultura / Cenart La Esmeralda ☞ Gimnasios: Barby Gym / Barrera Gym / Bodega 54 / Club Carroñeros / Chango Casanova / Díaz Mirón (Camellón Eduardo Molina) / Gimnasio Gloria / Nuevo Jordán / Pancho Rosales / Recaum (Reunión de campeones) / Ring Central /Romanza
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BOXING
País: Ucrania Récord: 60-3-0 (51 KOs)
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País: Argentina Récord: 51-2-2 (28 KOs)
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País: México Récord: 26-0-1 (14 KOs)
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País: Cuba Récord: 12-0-0 (8 KOs)
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Guillermo Rigondeaux
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colaboradores de JULIO
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Mauricio Salvador
☞ PONIENTE: Miguel Hidalgo: Centro / Colección Jumex / Common People
Narrador y traductor. Su libro se titula El hombre elástico y otros cuentos (2012). Escribe para la página de boxeo The Cruelest Sport.
PUEBLA: Profética Casa de la Cultura
Luis Carlos Hurtado
OAXACA: La Jícara / La Venturosa
Artista plástico, creador de Cuadrilátero. Su trabajo puede verse en www.mondaocorp. com, y en Twitter: @LCHurtado
MADRID: Tipos infames
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