Cuentos de amor, de locura y de muerte - ¡Recorré el libro!

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d1 ansiosa, mirando el sol con alegría bestial, como baban horas enteras, imitando al tranvía eléctrico. L entonces, mordiéndose la lengua y mugiendo, alreded sombrío letargo2 de idiotismo,3 y pasaban todo el , empapando de glutinosa4 saliva el pantalón. El may ucio y desvalido se notaba la falta absoluta de un p abían sido un día el encanto de sus padres. A los tr cho amor de marido y mujer y mujer y marido ha cha para dos enamorados que esa honrada consagraci amor sin findeninguno lo que es muerte peor para el am amor deyy, locura lo sintieron Mazzini Berta,y de y cuando el hijo llegó elicidad. La criatura creció bella y radiante hasta que tu noche convulsiones5 terribles, y a la mañana siguien esa atención profesional que está visiblemente buscan Después de algunos días los miembros paralizados encia, el alma, aun el instinto, se habían ido del to muerto para siempre sobre las rodillas de su mad espantosa ruina de su primogénito.6 El padre, desola creo que es un caso perdido. Podrá mejorar, educarse Sí!… ¡sí!… –asentía Mazzini–. Pero dígame: ¿usted cr na, ya le dije lo que creí cuando vi a su hijo. Respe No veo nada más, pero hay un soplo7 un poco ru mordimiento, Mazzini redobló su amor a su hijo, asimismo que consolar, sostener sin tregua a Ber ven maternidad. Como es natural, el matrimonio pu y su salud y limpidez de risa reencendieron el porven el primogénito se repetían, y al día siguiente amane perdido. Podrá mejorar, educarse en todo lo que perm Mazzini–. Pero dígame: ¿usted cree que es herencia, que cuando vi a su hijo. Respecto a la madre, hay allí ay un soplo7 un poco rudo. Hágala examinar bien. C su amor a su hijo, el pequeño idiota que pagaba r sin tregua a Berta, herida en lo más profundo p puede decir: creo que es un caso perdido. Podrá mejora más allá. –¡Sí!… ¡sí!… –asentía Mazzini–. Pero dígam encia paterna, ya le dije lo que creí cuando vi a su h bien. No veo nada más, pero hay un soplo7 un p remordimiento, Mazzini redobló su amor a su hi vo asimismo que consolar, sostener sin tregua a Ber en maternidad. –A usted se le pu

Cuentos


d1 ansiosa, mirando el sol con alegría bestial, como baban horas enteras, imitando al tranvía eléctrico. L entonces, mordiéndose la lengua y mugiendo, alreded sombrío letargo2 de idiotismo,3 y pasaban todo el , empapando de glutinosa4 saliva el pantalón. El may ucio y desvalido seÍndice notaba la falta absoluta de un p abían sido un día el encanto de sus padres. A los tr cho amor de marido y mujer y mujer y marido ha cha para dos enamorados que esa honrada consagraci Bienvenidos a la estación de amor sin fin ninguno y, lo que es peor para el am Horacio Quiroga ...................... 6 lo sintieron Mazzini y Berta, y cuando el hijo llegó elicidad. La criatura creció bella yy radiante hasta que tu Cuentos de amor de locura de noche convulsiones5 y a la23 mañana siguien muerteterribles, ................................. esa atención profesional que está visiblemente buscan Después de algunos días los miembros paralizados encia, el alma, aun el instinto, se habían ido del to muerto para siempre sobre las rodillas de su mad espantosa ruina de su primogénito.6 El padre, desola creo que es un caso perdido. Podrá mejorar, educarse Sí!… ¡sí!… –asentía Mazzini–. Pero dígame: ¿usted cr na, ya le dije lo que creí cuando vi a su hijo. Respe No veo nada más, pero hay un soplo7 un poco ru mordimiento, Mazzini redobló su amor a su hijo, asimismo que consolar, sostener sin tregua a Ber ven maternidad. Como natural, el129matrimonio pu Trabajos enes la estación ............ y su salud y limpidez de risa reencendieron el porven el primogénito se repetían, y al día siguiente amane perdido. Podrá mejorar, educarse en todo lo que perm Mazzini–. Pero dígame: ¿usted cree que es herencia, que cuando vi a su hijo. Respecto a la madre, hay allí ay un soplo7 un poco rudo. Hágala examinar bien. C su amor a su hijo, el pequeño idiota que pagaba r sin tregua a Berta, herida en lo más profundo p puede decir: creo que es un caso perdido. Podrá mejora más allá. –¡Sí!… ¡sí!… –asentía Mazzini–. Pero dígam encia paterna, ya le dije lo que creí cuando vi a su h bien. No veo nada más, pero hay un soplo7 un p remordimiento, Mazzini redobló su amor a su hi vo asimismo que consolar, sostener sin tregua a Ber ven maternidad. –A usted se le puede decir: creo que La muerte de Isolda ..................... 24 La gallina degollada ..................... 32 Los buques suicidantes ................. 41

El almohadón de plumas .............. 45

A la deriva ............................... 50 La insolación ............................ 54

Los mensú ............................... 62

Yaguaí ..................................... 74 La miel silvestre ........................ 85

Nuestro primer cigarro ................. 91

La meningitis y su sombra .......... 101

Nota a esta edición. De los quince relatos que integran la edición definitiva de la obra, se han

seleccionado once, atendiendo a la variedad y el interés de sus temas y sus propuestas narrativas.


saltó un espantoso estrépito proveniente del vestíb on con que una antigua armadura se había despr fantasma de Canterville sentado en una silla de resp r en el rostro. Los mel lizos, que traían sus cerb que solo pueden adquirir quienes han practicado la tanto, el ministro de los Estados Unidosapuntaba os de la etiqueta californiana, que pusiera las manos se escabulló entre ellos, como una neblina, apaga curidad total. Al llegar a lo alto de la escalera, se r ás de una ocasión le había resultado extremadamen lord Raker en una sola noche y había logrado que tr primer mes de trabajo. En consecuencia, lanzó su viejo techo abovedado; pero, cuando apenas empeza apareció la señora Otis vestida con una bata celes de salud, y por ello le he traído una botella de la stión, este remedio lo ayudará. El fantasma la miró e en un enorme perro negro, una hazaña que le hab ilia había atribuido la permanente idiotez del tío d el sonido de unos pasos que se acercaban lo hizo des te fosforescente y se desvaneció lanzando un profun Bienvenidos a lallegó estación dese de staban por alcanzarlo.Cuando a su cuarto, idad de los gemelos y el grosero materialismo de l ntes, pero lo que más lo perturbaba era no h a de que incluso aquellos modernos estadounidenses s por otra razón que el respeto a su poeta naciona había entretenido muchas veces mientras los Can ; la había vestido con gran éxito en el torneo de K Reina Virgen. Pero esta vez, cuando quiso ponérsel raza y del yelmo de acero, y cayó pesadamente al su o derecha. Durante varios días estuvo muy enfermo, a de sangre en buen estado. Al fin, luego de mucho ento de asustar al ministro de los Estados Unidos Pasó la mayor parte de ese día revisando el guarda ible con una pluma roja, un sudario fruncido en la violento temporal, y el viento era tan fuerte que chirriaban. Ese era precisamente el tiempo que paso con sigilo hasta el dormitorio de Washington res puñaladas en la garganta al son de una música ba perfectamente al tanto de que era él quien tenía l ville con su el detergente “Inigualable” de Pinkerton.


bulo. Luego de baja apresur adamente las escaleras rendido de su soporte y había caído al suelo de los paldo alto, frotándose las rodillas con una expresió batanas, dispararon sobre él dos proyectiles, con arga y pacientemente sobre su profesor de caligr al fantasma con su revólver y le ordenaba, de acu s en alto. El fantasma se levantó con un salvaje ala ando al pasar la vela de Washington Otis y dejánd recuperó y decidió lanzar su célebre carcajada demoní nte útil. Se decía que con ella había hecho encanecer res institutrices francesas de lady Canterville renuncia risotada más horrible hasta que retumbó una y aban a extinguirse los escalofriantes ecos, se abrió ste y le dijo al fantasma: –Me temo que usted no a solución medicinal del Doctor Dobell. Si se trat ó enfurecido y de inmediato comenzó a prepararse p bía valido un merecido renombre, y a la cual el m de lord Canterville, el honorable Thomas Horton. sistir de su propósito, de modo que se limitó a volv ndo gemido sepulcral, en le preciso instante en que errumbó por completo, presa de una violenta agita la señora Otis naturalmente le resultaban de lo m haber podido colocarse la armadura. Había tenido se estremecieran al ver al Espectro Acorazado, aun al Longfellow , con cuya delicada y atractiva poesí nterville estaban en la ciudad. Además, era su pro Kenilworth, y había sido muy elogiada nada menos la, se vio completamente superado por el peso d uelo, raspándose las rodillas y lastimándose los nudi y únicamente se movía de su habitación para mante os cuidados logró reponerse y resolvió llevar a cabo y a su familia. Eligió el viernes 17 de agosto para arropa, y finalmente se decidió por un gran sombr as muñecas y el cuello, y una daga oxidada. Al atard todas las ventanas y las puertas de la antigua casa más le gustaba. Su plan de acción era el siguiente n Otis, le susurraría algo desde el pie de la cama a lenta. Le guardaba a Washington un rencor espe la costumbre de eliminar la famosa mancha de san . Después de reducir al imprudente y temerario jo


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Dos imágenes de un escritor La cara muy delgada, la mirada huraña y una barba abundante que termina en punta; en general con una camisa liviana o con el torso descubierto, como si estuviera a punto de tomar la azada para trabajar en el monte misionero… Así es como suele recordarse a Horacio Quiroga, sobre todo a través de algunas fotografías. En 1909, a los treinta y un años, Quiroga se retiró a la provincia de Misiones,

donde había comprado un terreno en el que, de a poco, construyó una casa para irse a vivir con su primera mujer y los dos hijos que tendría con ella. Allí escribía sus cuentos –muchos de los cuales transcurren en el espacio del monte– y luego los enviaba a Buenos Aires, donde los publicaba alguna de las tantas revistas semanales, como la famosa Caras y caretas o La novela semanal. En las primeras décadas del siglo xx, era habitual que este tipo de publicaciones recogiera en sus páginas relatos de escritores conocidos.

Horacio Quiroga en el monte misionero.

Portada de un número de la revista Caras y caretas, de octubre de 1918.


oracio Quiroga En Misiones, además de escribir, Quiroga también emprendía proyectos comerciales, fabricaba los muebles de su vivienda con sus propias manos, inventaba para sus pequeños hijos las historias que compilaría en los Cuentos de la selva, conversaba largamente con algún amigo que lo visitaba, o mantenía un constante intercambio de cartas con aquellos que estaban lejos. Sin embargo, esa imagen de Quiroga, ya maduro y con las marcas del trabajo en el cuerpo, no se parece a la de su juventud. Años antes, justo cuando estaba cambiando el siglo, en 1900, Quiroga se alejaba por primera vez de su ciudad natal de Salto, en la República de Uruguay, lindante con la provincia argentina de Entre Ríos. El propósito era viajar por Europa, como acostumbraban hacer los jóvenes de familias tradicionales y acomodadas de la época. Por entonces Quiroga, que había nacido en 1878 y tenía veintidós años, apenas había escrito algunos breves artículos y algunos poemas sueltos para una revista local que él mismo editaba con sus amigos. Se vestía a la moda, con la ropa que encargaba a las casas de vestir europeas, y vislumbraba un gran futuro por delante. Con grandes ilusiones, se subió a un barco rumbo a Francia. En París, las expectativas de Quiroga pronto se vieron defraudadas: se

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Horacio Quiroga a los 20 años, en la época de su viaje a París.

gastó rápidamente todo el dinero que le había dado su familia y no conocía prácticamente a nadie a quien pudiera pedirle ayuda. Estaba en la “Ciudad Luz”, la capital cultural del siglo xix, y apenas podía aprovecharla. Finalmente, consiguió comunicarse con su madre, quien le envió un pasaje de vuelta a Uruguay. Si, según contaron sus mejores amigos, se fue a París vestido “con flamante ropería, ricas valijas, camarote especial”, volvió con “un saco con la solapa levantada para ocultar la ausencia de cuello,


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unos pantalones de segunda mano, un calzado deplorable”.1 Este es un fragmento del Diario de viaje a París, que Horacio Quiroga escribió en 1900, durante su estadía en esa ciudad: En cuanto a París, será muy divertido pero yo me aburro. Verdad que no tengo dinero, lo que es algo para no divertirse. De todos modos, es hermosa ciudad aquella en que uno se divierte, ya se llame París o Salto. […] ¿Por qué he de decir yo que no hay como París si no me divierto? Quédense en buena hora con él los que gozan; pero yo no tengo ninguna razón para eso, y estoy en lo verdadero diciendo que Montevideo es mejor que París, porque allí lo paso bien; que el Salto es mejor que París, porque allí me divierto más. ¿Qué da que otros digan lo contrario, porque aquí lo han pasado bien? Cada cual vive la vida que le es posible; y el cazador que vive en su bosque, el rural que goza con su escopeta y sus soles, tiene razón cuando afirma que el monte o el pueblo es mejor que París.2 Esa experiencia, en la que sufrió la soledad y el hambre en una ciudad extraña, fue importante, sin embargo, en su escritura. A lo largo de ese viaje escribió un diario íntimo y, también, algunos poemas que integrarían Los arrecifes de coral, su primer libro de poesía, publicado a fines de 1901.

1 José M. Delgado y Alberto J. Brignole, Vida y obra de Horacio Quiroga, Montevideo, Claudio García Editor, 1939. 2 Horacio Quiroga, Diario de viaje a París, Buenos Aires, Losada, 1999.

La torre Eiffel –emblema de París, la “Ciudad Luz”– fue inaugurada en 1889, algunos años antes del viaje de Horacio Quiroga a Europa.


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a toda costa, lo acompaña como fotógrafo, ya que la fotografía se hallaba entre sus pasatiempos favoritos, junto con el ciclismo, la química y la guitarra. El joven parte como si fuera a pasar un lujoso veraneo. Sin embargo, poco a poco se va desprendiendo de sus innecesarias pertenencias hasta adecuarse al clima y al ritmo de la selva, donde hay Reconstrucción de la casa de Horacio Quirog que abrirse paso a fuerza de a en Misiones. machete entre la espesa vegetación. El descubrimiento del territorio misionero ejerce una profunda fascinación sobre él y El llamado de lo salvaje decide convertirse en colono, es decir, cultivar y labrar el terreno en el que Al igual que otros jóvenes que, a co- ha elegido afincarse. Meses después se mienzos del siglo xx, se sentían poetas instala en el Chaco, donde fracasa en su en la región del Río de la Plata, Quiroga intento de vivir de la cosecha de algodón. era admirador de Rubén Darío y de Sin embargo, el llamado de lo salvaje no Leopoldo Lugones, dos de los mayores deja de hacerse sentir: en 1906 compra referentes del movimiento literario 185 hectáreas de tierras en San Ignacio y conocido como Modernismo. empieza a residir, intermitentemente, Fue precisamente su acercamiento a entre Buenos Aires y Misiones, según Lugones, que por entonces era el poeta se lo permiten su situación laboral, más importante de la Argentina, lo que familiar y económica. le brindó la primera oportunidad de darle Así describen la casa que Horacio Quiroa su vida un viraje significativo. En 1903 ga construye en Misiones sus amigos DelLugones está preparando un libro sobre gado y Brignole: “Un armazón de postes las ruinas jesuíticas de San Ignacio, para sólidamente enclavados en tierra, sobre lo cual debe emprender un viaje a Misio- los que descansaba el techo, formado de nes. Quiroga, que quiere unirse al grupo vigas horizontales y angulares y el varillaje


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La muerte de Isolda

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1 Tristán e Isolda es una ópera del compositor alemán Richard Wagner, estrenada en 1865. Se basa en la leyenda medieval de Tristán y su historia de amor con Isolda. 2 Mirar a ojos descubiertos significa mirar de frente, sin usar los binoculares o anteojos que algunas personas solían llevar al teatro para apreciar los detalles de la representación. 3 En este caso, arbitrio significa “capricho”. 4 Se llama idilio a la relación entre enamorados.

oncluía el primer acto de Tristán e Isolda.1 Cansado de la agitación de ese día, me quedé en mi butaca, muy contento de mi soledad. Volví la cabeza a la sala, y detuve enseguida los ojos en un palco bajo. Evidentemente, un matrimonio. Él, un marido cualquiera, y tal vez por su mercantil vulgaridad y la diferencia de años con su mujer, menos que cualquiera. Ella, joven, pálida, con una de esas profundas bellezas que más que en el rostro –aún bien hermoso–, están en la perfecta solidaridad de mirada, boca, cuello, modo de entrecerrar los ojos. Era, sobre todo, una belleza para hombres, sin ser en lo más mínimo provocativa; y esto es precisamente lo que no entenderán nunca las mujeres. La miré largo rato a ojos descubiertos2 porque la veía muy bien, y porque cuando el hombre está así en tensión de aspirar fijamente un cuerpo hermoso, no recurre al arbitrio3 femenino de los anteojos. Comenzó el segundo acto. Volví aún la cabeza al palco, y nuestras miradas se cruzaron. Yo, que había apreciado ya el encanto de aquella mirada vagando por uno y otro lado de la sala, viví en un segundo, al sentirla directamente apoyada en mí, el más adorable sueño de amor que haya tenido nunca. Fue aquello muy rápido: los ojos huyeron, pero dos o tres veces, en mi largo minuto de insistencia, tornaron fugazmente a mí. Fue asimismo, con la súbita dicha de haberme soñado un instante su marido, el más rápido desencanto de un idilio.4 Sus ojos volvieron otra vez, pero en ese instante sentí que mi vecino de la izquierda miraba hacia allá, y después de un momento de inmovilidad de ambas partes, se saludaron. Así, pues, yo no tenía el más remoto derecho a considerarme un hombre feliz, y observé a mi compañero. Era un


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hombre de más de treinta y cinco años, barba rubia y ojos azules de mirada clara y un poco dura, que expresaba inequívoca voluntad. –Se conocen –me dije–, y no poco. En efecto, después de la mitad del acto, mi vecino, que no había vuelto a apartar los ojos de la escena, los fijó en el palco. Ella, la cabeza un poco echada atrás, y en la penumbra, lo miraba también. Me pareció más pálida aún. Se miraron fijamente, insistentemente, aislados del mundo en aquella recta paralela de alma a alma que los mantenía inmóviles. Durante el tercero, mi vecino no volvió un instante la cabeza. Pero antes de concluir aquel, salió por el pasillo lateral. Miré al palco, y ella también se había retirado. –Final de idilio –me dije melancólicamente. Él no volvió más y el palco quedó vacío.

–Sí, se repiten –sacudió largo rato la cabeza–. Todas las situaciones dramáticas pueden repetirse; aun las más inverosímiles se repiten. Es menester vivir, y usted es muy muchacho… Y las de su Tristán también, lo que no obsta para que haya allí el más sostenido alarido de pasión que haya gritado alma humana… Yo quiero tanto como usted a esa obra, y acaso más… No me refiero, querrá creer, al drama de Tristán y con él las treinta y dos situaciones del dogma,5 fuera de las cuales todas son repeticiones. No; la escena que vuelve como una pesadilla, los personajes que sufren la alucinación de una dicha muerta, es otra cosa… Usted asistió al preludio6 de una de esas repeticiones… Sí, ya sé que se acuerda… No nos conocíamos con usted entonces… ¡Y precisamente a usted debía hablarle de esto! Pero juzga mal lo que vio y creyó un acto mío feliz… ¡Feliz!… Óigame. El buque parte dentro de un momento, y esta vez no vuelvo más… Le cuento esto a usted, como si se lo pudiera escribir, por dos razones: primero, porque usted

5 Se llama dogma a las bases fundamentales de una ciencia o doctrina. 6 El preludio es aquello que sirve de entrada, preparación o inicio de algo, en este caso, del encuentro entre los personajes.


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7 Flirtear significa “coquetear o mantener una relación amorosa de poca importancia”. 8 Un parasol es una sombrilla que protege del sol. 9 Garden party es, en inglés, una fiesta o una reunión al aire libre. 10 En sentido figurado, el tren (o “tren de vida”) es el tipo de existencia que lleva una persona según sus posibilidades económicas. 11 Tête-à-tête, en francés, es “frente a frente”. 12 Amortiguamiento es la disminución de la intensidad, en este caso, de un sentimiento.

tiene un parecido pasmoso con lo que era yo entonces –en lo bueno únicamente, por suerte–. Y segundo, porque usted, mi joven amigo, es perfectamente incapaz de pretenderla, después de lo que va a oír. Óigame: La conocí hace diez años, y durante los seis meses que fui su novio, hice cuanto me fue posible para que fuera mía. La quería mucho, y ella, inmensamente a mí. Por esto cedió un día, y desde ese instante, privado de tensión, mi amor se enfrió. Nuestro ambiente social era distinto, y mientras ella se embriagaba con la dicha de mi nombre –se me consideraba buen mozo entonces– yo vivía en una esfera de mundo donde me era inevitable flirtear7 con muchachas de apellido, fortuna, y a veces muy lindas. Una de ellas llevó conmigo el flirteo bajo parasoles8 de garden party9 a un extremo tal, que me exasperé y la pretendí seriamente. Pero si mi persona era interesante para esos juegos, mi fortuna no alcanzaba a prometerle el tren10 necesario, y me lo dio a entender claramente. Tenía razón, perfecta razón. En consecuencia flirteé con una amiga suya, mucho más fea, pero infinitamente menos hábil para estas torturas del tête-à-tête11 a diez centímetros, cuya gracia exclusiva consiste en enloquecer a su flirt, manteniéndose uno dueño de sí. Y esta vez no fui yo quien se exasperó. Seguro, pues, del triunfo, pensé entonces en el modo de romper con Inés. Continuaba viéndola, y aunque no podía ella engañarse sobre el amortiguamiento12 de mi pasión, su amor era demasiado grande para no iluminarle los ojos de dicha cada vez que me veía entrar. La madre nos dejaba solos; y aunque hubiera sabido lo que pasaba, habría cerrado los ojos para no perder la más vaga posibilidad de subir con su hija a una esfera mucho más alta. Una noche fui allá dispuesto a romper, con visible malhumor, por lo mismo. Inés corrió a abrazarme, pero se detuvo, bruscamente pálida.


oracio Quiroga –¿Qué tienes? –me dijo. –Nada –le respondí con sonrisa forzada, acariciándole la frente. Ella dejó hacer, sin prestar atención a mi mano y mirándome insistentemente. Al fin apartó los ojos contraídos,13 y entramos en la sala. La madre vino, pero sintiendo cielo de tormenta, estuvo apenas un momento y desapareció. Romper, es palabra corta y fácil; pero comenzarlo… Nos habíamos sentado y no hablábamos. Inés se inclinó, me apartó la mano de la cara y me clavó los ojos, dolorosos de angustioso examen. –¡Es evidente!… –murmuró. –¿Qué? –le pregunté fríamente. La tranquilidad de mi mirada le hizo más daño que mi voz, y su rostro se demudó:14 –¡Que ya no me quieres! –articuló en una desesperada y lenta oscilación de cabeza. –Esta es la quincuagésima vez que dices lo mismo –respondí. No podía darse respuesta más dura; pero yo tenía ya el comienzo. Inés me miró un rato casi como a un extraño, y apartando bruscamente mi mano y el cigarro, su voz se rompió: –¡Esteban! –¿Qué? –torné a repetir. Esta vez bastaba. Dejó lentamente mi mano y se reclinó atrás en el sofá, manteniendo fijo en la lámpara su rostro lívido.15 Pero un momento después su cara caía de costado bajo el brazo crispado al respaldo. Pasó un rato aún. La injusticia de mi actitud –no veía ella más que injusticia– acrecentaba el profundo disgusto de mí mismo. Por eso cuando oí, o más bien sentí, que las lágrimas brotaban al fin, me levanté con un violento chasquido de lengua. –Yo creía que no íbamos a tener más escenas –le dije paseándome. No me respondió, y agregué:

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13 En este caso, contraído es “reducido”, “de menor volumen que lo normal”. 14 Demudar es cambiar repentinamente el color o la expresión de la cara. 15 Lívido, en este caso, significa “pálido”.


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Cuentos de amor de locura y de muerte

16 Se califica de vil a un acto despreciable o indigno. 17 Enlodarse significa “ensuciarse con lodo, es decir, con barro”. Aquí la palabra se usa en sentido figurado, aludiendo al plano moral. 18 Una subasta es una venta pública. Aquí la palabra se usa en sentido figurado. 19 El Monte de los Olivos se encuentra al este de Jerusalén. Se alude al pasaje evangélico en que Cristo reza luego de la Última Cena (Lc 22,41-44).

–Pero que sea esta la última. Sentí que las lágrimas se detenían, y bajo ellas me respondió un momento después: –Como quieras. Sin embargo, enseguida cayó sollozando sobre el sofá: –¡Pero qué te he hecho! ¡Qué te he hecho! –¡Nada! –le respondí–. Pero yo tampoco te he hecho nada a ti… Creo que estamos en el mismo caso. ¡Estoy harto de estas cosas! Mi voz era seguramente mucho más dura que mis palabras. Inés se incorporó, y sosteniéndose en el brazo del sofá, repitió, helada: –Como quieras. Era una despedida. Yo iba a romper, y se me adelantaron. El amor propio, el vil16 amor propio tocado a vivo, me hizo responder: –Perfectamente… Me voy. Que seas feliz… otra vez. No comprendió, y me miró con extrañeza. Había cometido la primera infamia; y como en esos casos, sentí el vértigo de enlodarme17 más aún. –¡Es claro! –apoyé brutalmente–, porque de mí no has tenido queja… ¿No? Es decir: te hice el honor de ser tu amante, y debes estarme agradecida. Comprendió más mi sonrisa que las palabras, y mientras yo iba a buscar mi sombrero en el corredor, su cuerpo y su alma se desplomaban en la sala. Entonces, en ese instante en que crucé la galería, sentí intensamente cuánto la quería y lo que acababa de hacer. Aspiración de lujo, matrimonio encumbrado, todo me resaltó como una llaga en mi propia alma. Y yo, que me ofrecía en subasta18 a las mundanas feas con fortuna, que me ponía en venta, acababa de cometer el acto más ultrajante, con la mujer que nos ha querido demasiado… Flaqueza en el Monte de los Olivos,19 o momento vil en un hombre que no lo es, llevan al mismo fin: ansia de sacrificio, de reconquista más alta del propio valer. Y luego, la inmensa sed de ternura, de


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borrar beso tras beso las lágrimas de la mujer adorada, cuya primera sonrisa tras la herida que le hemos causado es la más bella luz que pueda inundar un corazón de hombre. ¡Y concluido! No me era posible ante mí mismo volver a tomar lo que acababa de ultrajar20 de ese modo: ya no era digno de ella, ni la merecía más. Había enlodado en un segundo el amor más puro que hombre alguno haya sentido sobre sí, y acababa de perder con Inés la irreencontrable felicidad de poseer a quien nos ha amado entrañablemente. Desesperado, humillado, crucé por delante de la puerta, y la vi echada en el sofá, sollozando el alma entera sobre sus brazos. ¡Inés! ¡Perdida ya! Sentí más honda mi miseria ante su cuerpo, todo amor, sacudido por los sollozos de su dicha muerta. Sin darme cuenta casi, me detuve. –¡Inés! –la llamé. Mi voz no era ya la de antes. Y ella debió notarlo bien, porque su alma sintió, en aumento de sollozos, el desesperado llamado que le hacía mi amor, ¡esta vez sí, inmenso amor! –No, no… –me respondió–. ¡Es demasiado tarde!

Padilla se detuvo. Pocas veces he visto amargura más seca y tranquila que la de sus ojos cuando concluyó. Por mi parte, no podía apartar de los míos la imagen de aquella adorable cabeza del palco, sollozando sobre el sofá… –Me creerá –reanudó Padilla– si le digo que en mis muchos insomnios de soltero descontento de sí mismo, la tuve así ante mí… Salí enseguida de Buenos Aires sin ver casi a nadie, y menos a mi flirt de gran fortuna… Volví a los ocho años, y supe entonces que Inés se había casado, a los seis meses de haberme ido yo. Torné a alejarme, y hace un mes regresé, bien tranquilizado ya, y en paz. No había vuelto a verla. Era para mí como un primer amor, con todo el encanto dignificante que un idilio virginal21 tiene para el hombre hecho, que después amó cien veces…

20 Ultrajar es “ofender o despreciar a alguien”. 21 En este caso, virginal significa “puro, limpio”.


saltó un espantoso estrépito proveniente del vestíb on con que una antigua armadura se había despren fantasma de Canterville sentado en una silla de res olor en el rostro. Los mel lizos, que traían sus cer ería que solo pueden adquirir quienes han practicado Mientras tanto, el ministro de los Estados Unidos de acuerdo con los usos de la etiqueta californiana, q n un salvaje alarido de furia y se escabulló entre e ton Otis y dejándolos en una oscuridad total. Al lleg célebre carcajada demoníaca, que en más de una oc la había hecho encanecer la peluca de lord Raker es francesas de lady Canterville renunciaran antes d más horrible hasta que retumbó una y otra vez e an a extinguirse los escalofriantes ecos, se abrió un te y le dijo al fantasma: –Me temo que usted no e la solución medicinal del Doctor Dobell. Si se tr la miró enfurecido y de inmediato comenzó a prep ña que le había valido un merecido renombre, y a nte idiotez del tío de lord Canterville, el honorable T se acercaban lo hizo desistir de su propósito, de nte y se desvaneció lanzando un profundo gemido sep por alcanzarlo.Cuando llegó a su cuarto, se derrumb de los gemelos y el grosero materialismo de la señ ntes, pero lo que más lo perturbaba era no hab a de que incluso aquellos modernos estadounidenses se por otra razón que el respeto a su poeta nacional había entretenido muchas veces mientras los Can ; la había vestido con gran éxito en el torneo de K a Reina Virgen. Pero esta vez, cuando quiso ponérs e coraza y del yelmo de acero, y cayó pesadamente a la mano derecha. Durante varios días estuvo muy ntener la mancha de sangre en buen estado. Al fin, abo un tercer intento de asustar al ministro de los ra su aparición. Pasó la mayor parte de ese día rev brero de ala flexible con una pluma roja, un sudar Al atardecer estalló un violento temporal, y el vient gua casa se sacudían y chirriaban. Ese era precisam el siguiente: se abriría paso con sigilo hasta el do ie de la cama y le clavaría tres puñaladas en la ga ton un rencor especial, pues estaba perfectamente


bulo. Luego de baja apresur adamente las escaleras ndido de su soporte y había caído al suelo de losa, y spaldo alto, frotándose las rodillas con una expresi rbatanas, dispararon sobre él dos proyectiles, con o larga y pacientemente sobre su profesor de sapuntaba al fantasma con su revólver y le que pusiera las manos en alto. El fantasma se ellos, como una neblina, apagando al pasar la vel gar a lo alto de la escalera, se recuperó y decidió casión le había resultado extremadamente útil. Se d en una sola noche y había logrado que tres del primer mes de trabajo. En consecuencia, lanzó en el viejo techo abovedado; pero, cuando apenas na puerta y apareció la señora Otis vestida con un está nada bien de salud, y por ello le he traído una rata de una indigestión, este remedio lo ayudará. El pararse para convertirse en un enorme perro negr la cual el médico de la familia había atribuido la Thomas Horton. Sin embargo, el sonido de unos modo que se limitó a volverse ligeramente pulcral, en le preciso instante en que los gemelos bó por completo, presa de una violenta agitación. ñora Otis naturalmente le resultaban de lo más ber podido colocarse la armadura. Había tenido la e estremecieran al ver al Espectro Acorazado, aun Longfellow , con cuya delicada y atractiva poesía é nterville estaban en en lalaciudad. Además, era su pro Trabajos estación Kenilworth, y había sido muy elogiada nada menos sela, se vio completamente superado por el peso d al suelo, raspándose las rodillas y lastimándose los enfermo, y únicamente se movía de su habitación , luego de muchos cuidados logró reponerse y resolvió Estados Unidos y a su familia. Eligió el viernes 17 visando el guardarropa, y finalmente se decidió por u rio fruncido en las muñecas y el cuello, y una daga to era tan fuerte que todas las ventanas y las puer mente el tiempo que más le gustaba. Su plan de ormitorio de Washington Otis, le susurraría algo arganta al son de una música lenta. Le guardaba a al tanto de que era él quien tenía la costumbre de


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Cuentos de amor de locura y de muerte

Los títulos y los temas 1 Muchas veces, el título de un cuento anticipa la historia narrada; otras, sirve para mencionar el tema; en ocasiones, el título solo termina de comprenderse cuando se ha leído el cuento completo… Cuando hayan leído los cuentos de Horacio Quiroga que aparecen en este libro, revisen los títulos que eligió ponerles y resuelvan las siguientes consignas.

a. Comenten e intercambien opiniones acerca de la relación que encuentran entre el título y la historia narrada en: “El almohadón de plumas”, “La meningitis y su sombra” y “La muerte de Isolda”. b. Escriban un párrafo explicando los siguientes títulos en relación con el argumento de los cuentos correspondientes: “A la deriva” y “La miel silvestre”. c. Y ahora, a pensar… el título que les pondrían ustedes a estos cuentos: “Yaguaí” y “Los mensú”.

Comienzos, conflictos y desenlaces 2 Horacio Quiroga presta mucha atención a la estructura de sus cuentos y emplea una variedad de recursos para producir distintos efectos en el lector. Exploren el modo en que están construidos algunos cuentos ayudándose con este cuestionario guía.

a. ¿Cuál de los siguientes finales les resultó más sorprendente: el de “El almohadón de plumas”, el de “La gallina degollada” o el de “La muerte de Isolda”? Expliquen el efecto final del cuento elegido.


oracio Quiroga b. En “Nuestro primer cigarro”, el comienzo plantea un fuerte contraste entre la alegría del protagonista y la muerte de su tía. ¿A qué se debe ese contraste? ¿Cómo se relacionan ambos hechos? c. El episodio familiar con el que se inicia “La miel silvestre” sirve como marco de la historia narrada. ¿Qué elementos de ese comienzo se relacionan con la historia protagonizada por Benincasa? ¿En qué se parecen y en qué se diferencian el episodio inicial y la historia de Benincasa? d. En casi todos los cuentos de monte aparece algún aspecto de la naturaleza provocando el conflicto que desencadena el relato. ¿Cuáles son esos aspectos de la naturaleza en “A la deriva” y en “Yaguaí”? ¿Cuál es el conflicto en cada cuento? e. “Los mensú” es un cuento de monte que presenta un conflicto social en medio de la naturaleza hostil. ¿Cuál es ese conflicto? ¿Cómo se relaciona el comienzo, cuando los protagonistas terminan su temporada de trabajo en el obraje maderero, con el final, cuando uno de ellos es rescatado por el barco que va a Posadas?

Los narradores, los personajes y los hechos 3 Las siguientes consignas les permitirán reflexionar sobre los diversos modos de narrar que aparecen en algunos de los cuentos que leyeron.

a. En algunos cuentos de Quiroga la confusión del protagonista conduce a un desenlace no deseado. Expliquen lo que sucede en “Yaguaí”.

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