solvamos nuestro conflicto!Los tres hermanos modo de solucionar esta disputa podrían encontr propuso: —Estoy convencido de que los dioses es así. Sé que es así. Y he pensado una forma lo que digo es cierto, los dioses me concederán a Tinta 1 acept on, incrédulos. —En casonegra de que eso ocurra, Radamantis siguió en silencio. Bajó la mirada preguntó Cuentos entonces Minos—. ¿Aceptas o no policiales sin mirarlo. Los tres bajaron entonces hasta ofreció un a Poseidón8. d Poe,sacrificio Conan Doyle, Walsh, Ayala—¡Poseidón, Gauna, vencido Hammett, de que túChristie, y losChesterton, demás Díaz diosesEterovic del Olimp maravillosa. Te pido entonces una señal, pa disputas entre nosotros por el trono que fue alabra de Minos, cada uno de sus gestos, con u as, la prueba de que digo la verdad —exclamó sobre el que tú reinas, un toro. Una vez que odos los cretenses sean testigos del homenaje a as como si se avecinara una tormenta. El mis interior del torbellino que formaba la espum o blanco. Un animal magnífico, de una bell a arena de la playa, fue caminando hasta Min tis como Sarpedón reconocieron la voluntad de orona de toda Creta. Así fue. Pero el día en dió conservar aquel toro espléndido, que podía ntonces ocultarlo en sus rebaños, y lo reempl do por la afrenta, Poseidón decidió vengarse. castigar a quienes cometen una falta contra el co después de su intento de engaño. ta. El mis interior del torbellino que formaba la espum o blanco. Un animal magnífico, de una bell a arena de la playa, fue caminando hasta Min tis como Sarpedón reconocieron la voluntad de
solvamos nuestro conflicto!Los tres hermanos modo de solucionar esta disputa podrían encontr propuso: —Estoy convencido de que los dioses es así. Sé que es así. Y he pensado una forma lo que digo es cierto, los dioses me concederán a Índice on, incrédulos. —En caso de que eso ocurra, acept Radamantis siguió en silencio. Bajó la mirada preguntó entonces Minos—. ¿Aceptas o no sin mirarlo. Los tres bajaron entonces hasta ofreció un sacrificio a Poseidón8. —¡Poseidón, d vencido de que tú y los demás dioses del Olimp maravillosa. Te pido entonces una señal, pa disputas entre nosotros por el trono que fue alabra de Minos, cada uno de sus gestos, con u as, la prueba de que digo la verdad —exclamó sobre el que tú reinas, un toro. Una vez que odos los cretenses sean testigos del homenaje a as como si se avecinara una tormenta. El mis interior del torbellino que formaba la espum o blanco. Un animal magnífico, de una bell a arena de la playa, fue caminando hasta Min tis como Sarpedón reconocieron la voluntad de orona de toda Creta. Así fue. Pero el día en dió conservar aquel toro espléndido, que podía ntonces ocultarlo en sus rebaños, y lo reempl do por la afrenta, Poseidón decidió vengarse. castigar a quienes cometen una falta contra el co después de su intento de engaño. ta. El mis interior del torbellino que formaba la espum o blanco. Un animal magnífico, de una bell a arena de la playa, fue caminando hasta Min tis como Sarpedón reconocieron la voluntad de Bienvenidos a la estación de Tinta negra 1 ....................... 6
La carta robada ..................... 22 Un caso de identidad .............. 46 Los tres instrumentos de la muerte ................................ 70 Simbiosis ........................... 90 La pesca ............................ 104 Una hora ........................... 116 Nido de avispas ..................... 136 Por amor a la señorita Blandish ............................ 150
Trabajos en la estación ........ 160
Cuadro de movimientos literarios ......................... 172
rada de la calle Baker—,1 la vida es infinitament eda inventar. No osaríamos imaginar las cosas stencia. Si pudiéramos salir volando por esa ve n ciudad, quitar con suavidad los techos y espia ncidencias, los planes, los propósitos cruzados cen su labor de una generación en otra y que lle ión con sus convencionalismos y conclusiones p Bienvenidos a la estación Pese a esto, no estoy convencido de ello de —respo n, por regla general, bastante sosos y vulgares va hasta sus límites extremos y, aun así, el re ístico.—Para producir un efecto realista, hace fa lmes—. Se requiere de ello en el informe pol las perogrulladas del magistrado más que en todo el asunto para un observador. Lo cierto e mún. Yo sonreí y sacudí la cabeza.—Puedo enten r supuesto, en su posición de consejero y ayuda concertado, a lo largo y a lo ancho de tres contin strafalario. Pero —levanté del piso el diario d do práctico. He aquí el primer titular con el posa”. Hay media columna de letra impresa, p miliar. Aparecen, por supuesto, otra mujer, la a casera comprensivas. El más burdo de los A decir verdad, su ejemplo es desafortunado p maba el periódico y le echaba una mirada—. Es ualidad de que yo estuve dedicado a aclarar alguno abstemio,4 no hubo ninguna otra mujer, y l bito de dar por terminada cada una de las comid u esposa, lo cual, usted me concederá, no es un narrador promedio. Tome una pizca de rapé ejemplo. Me tendió su caja de oro antiguo pa tapa. Su esplendor contrastaba tanto con los no pude evitar hacer un comentario al resp to desde hace unas semanas. Es un pequeño re
te más extraña que todo lo que la mente del homb s que son, en realidad, meros lugares comunes de entana tomados de la mano, deslizarnos sobre e ar las cosas extravagantes que suceden, las rar s, las maravillosas cadenas de acontecimientos evan a los más estrambóticos2 resultados, toda predecibles parecería trasnochada e infructuosa. ondí—. Los casos que salen a la luz en los diar s. En nuestros informes policiales el realismo esultado, hay que confesarlo, no es ni fascinante alta usar una cierta selección y discreción —obser licial, donde el mayor acento está puesto, tal v los detalles, los cuales contienen la esencia vi es que no hay nada tan antinatural como el lu nder bastante bien que usted piense así —dij ante extraoficial de todo el que esté absolutame nentes, ha entrado en contacto con lo más extra de la mañana— pongámoslo ahora a prueba l que me cruzo: “Crueldad de un marido hacia pero yo sé, sin leerla, que el contenido me resu a bebida, el empujón, los moretones, la herma escritores no podría inventar nada más vulg para sus argumentos —dijo Holmes, mientr ste es el caso de la separación de Dundas, y da os pequeños puntos relacionados con él. El mar la conducta censurada era que él había adquirido das sacándose sus dientes postizos y arrojándose na acción que se le vaya a ocurrir a la imaginac é,5 doctor, y reconozca que he ganado un tanto ara rapé, con una gran amatista en el centro hábitos hogareños y la vida sencilla de Holm pecto. —Ah —dijo— olvidé que no nos habíam ecuerdo del rey de Bohemia6 en recompensa p
Tinta negra
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Detectives, crímenes, pistas y deducciones En busca de las primeras huellas
Se comete un crimen del que se desconocen los datos fundamentales: ¿Quién fue? ¿Cuál fue el móvil? ¿Cómo se realizó el hecho? Por algún motivo, alguien se interesa en responder estos enigmas y comienza una investigación. Este personaje encuentra pistas, algunas lo conducen al final del misterio, pero otras lo desvían de su camino. Finalmente, cuando todo parece indicar que ese misterio es demasiado complicado, casi imposible de resolver, se descubre toda la verdad. ¿Cuándo aparecen por primera vez estos temas en la literatura? Responder a esta pregunta significa reconocer cuándo nace el género conocido como policial o detectivesco. Algunos estudiosos remontan el origen de este tipo de relatos a la antigua Grecia, más precisamente al siglo vi a. C., en la obra Edipo Rey, de Sófocles. Otros señalan como antecedentes de los relatos policiales los cuentos hebreos tradicionales incorporados a la Biblia, los legendarios acertijos de los oráculos o las antiguas biografías de criminales. Sin embargo, lo cierto es que, en todos los textos mencionados, faltan algunos elementos que son fundamentales en el género: personajes, temas, estructuras, pero sobre todo su intención principal: divertir al lector. Para
hermoso, de do un joven estaba acosta luz de la lámpara la Junto a ella a e qu s dorado recía hecha cabellos tan l. La piel pa suavidad de o rayos de so la refulgían com o mármol, aunque con ecios a brotaban del más pr De su espald profundo de una flor. los pétalos an en el más dejó caer ab tr con en , se dios.Fascinada os sin dos alas, que Er e reconoció al reposo. Psiqu zó a besar el cuerpo de arco y las en el com an ab est la daga y ho lec del e se arlo. Al pi rtar sin quererlo despert y a, un ó e había e tom flechas. Psiqu Al instante, el amor qu extraordio. era pinchó un ded esposo se avivó de man su ios, pero con sentido por sarle los lab se rcó para be la lámpara naria. Se ace del aceite de a got a un to , que se incor os Er de el movimien o e el hombr derramó sobr lto de dolor. sa hermoso, de poró con un do un joven estaba acosta luz de la lámpara Junto a ella a la e qu s ado dor recía hecha cabellos tan l. La piel pa suavidad de o rayos de so la refulgían com o mármol, aunque con ecios a brotaban del más pr De su espald profundo de una flor. ás os m tal el pé en los an , dejó caer se encontrab dios.Fascinada os sin dos alas, que Er e reconoció al reposo. Psiqu zó a besar el cuerpo de en el arco y las la daga y com pie del lecho estaban lo se arlo. Al rtar despert y sin querer Edgar Allan Poe. e tomó una, flechas. Psiqu
hallar reunidos todos estos requisitos es necesario avanzar algunos siglos, hasta mediados del año 1800, y nombrar a quien es considerado el padre del relato policial: Edgar Allan Poe. Este conocido escritor estadounidense publicó en el año 1841 el cuento “Los crímenes de la calle Morgue”. En este relato, una mujer y su hija han sido asesinadas de manera brutal en una calle de París, sus vecinos han escuchado unos sonidos extraños, cuyo origen desconocen. El móvil del crimen también es incierto; se descarta el robo, porque los ahorros de las mujeres aparecen intactos y, en principio, no parece un acto de venganza. Un dato que enturbia, aún más, las investigaciones policiales:
Bienvenidos a la estación
Auguste Dupin en acción.
nadie sabe cómo se ha podido cometer el sanguinario acto, ya que todos los accesos a la casa se encontraban cerrados desde adentro y, por lo tanto, resulta imposible que alguien pueda haber entrado. El misterioso caso será resuelto desinteresadamente por un excéntrico caballero francés, Auguste Dupin. Culto, inteligente, observador sagaz y un poco extravagante, es el primer detective de la historia de la literatura. Su forma de resolver el enigma es casi científica: parte de la observación de los detalles, elabora una hipótesis sobre esas pistas y luego se encarga de comprobar su veracidad. Su método es la deducción, la lógica y la razón puestas al servicio de la verdad.
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Dupin puede ver lo que otros no ven, rastrear en los detalles de la escena del crimen los indicios que le permitirán descifrar el misterio. A diferencia de la policía, no cobra por sus servicios, su investigación está motivada por el placer del conocimiento y la reconfortante sensación de saber que sus deducciones son precisas y verdaderas. De hecho, la relación entre Dupin y la institución policial es bastante compleja, no hay enemistad entre ellos, pero sí cierta competencia que, en algunos momentos, pone al descubierto los celos profesionales por parte de la ley y un cierto regocijo de superioridad en el detective. Este personaje es acompañado por un amigo (del que no sabemos su nombre y, por eso, algunos lo identifican con el mismo Poe), que es quien cuenta su historia y escolta, como un alumno maravillado, las brillantes observaciones de su maestro. En este cuento aparecen por primera vez todas las características de lo que luego se dará a conocer como relato policial clásico o de enigma. Luego de “Los crímenes de la calle Morgue”, Poe publica otros cuentos con características similares como “El misterio de Marie Roget” y “La carta robada”, que abre esta antología.
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Los sucesores de Dupin
Poe fue el primero en crear este tipo de personaje y argumento detectivesco, pero no fue el único ni el último. Varias décadas después del surgimiento de Dupin y sus casos, el escritor escocés Arthur Conan Doyle publica su novela Estudio en escarlata (1887), donde aparece por primera vez la dupla más famosa de la literatura policial: Sherlock Holmes y John Watson. Holmes, al igual que Dupin, es un caballero notable, inteligente y un poco extraño. Aficionado a la ciencia y ferviente defensor de la deducción, dedica su tiempo a investigar crímenes cuyas resoluciones son aparentemente
imposibles. Este detective privado es acompañado por Watson, un médico que lo sigue y se encarga de escribir sus memorias para dar a conocer al mundo la brillante sagacidad de su amigo. ¿Les suena conocido? Claro, las ideas de Poe son actualizadas, pero no por ello dejan de ser percibidas por el lector. A partir de ese momento, los cuentos de enigmas y detectives se convierten en uno de los géneros más populares de la literatura. Holmes y Dupin serán, desde entonces, paradigmas del detective privado. Para la misma época en que Doyle publica sus relatos, el escritor inglés Gilbert Keith Chesterton da origen a su conocido personaje del padre Brown, un sacerdote que tiene como segunda profesión investigar y resolver
El famoso Sherlock Holmes.
Bienvenidos a la estación
El padre Brown, creado por Chesterton.
crímenes. De aspecto rechoncho y aparente ingenuidad, está dotado de una extraordinaria agudeza para conocer la naturaleza humana. Esta aptitud le permite observar lo que otros no logran ver y resolver los enigmas con una simpleza sorpresiva. Generalmente es ayudado por un criminal reformado llamado Flambeau que le brinda sus conocimientos y su punto de vista sobre los hechos. A diferencia de su contemporáneo Sherlock Holmes, los métodos del Padre Brown tienden a ser más intuitivos que deductivos. A pesar de su devoción y religiosidad, el sacerdote resuelve sus casos desde una lógica racional, sin que eso impida realizar comentarios y reflexiones morales, religiosas o filosóficas. Este
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personaje representa al clérigo culto, libre pensador y conocedor de las principales corrientes del pensamiento contemporáneo laico. El padre Brown apareció por primera vez en el relato “La Cruz azul” y continuó a lo largo de varios cuentos publicados entre 1910 y 1935 en varias revistas de Inglaterra y Estados Unidos. Otro de los hitos fundamentales de la narrativa policial le corresponde a la famosa escritora inglesa Agatha Christie, conocida por sus novelas y relatos protagonizados por Hércules Poirot y Miss Marple, una de las primeras investigadoras de sexo femenino. También contemporánea de Arthur Conan Doyle, aún hoy sigue ubicándose entre los autores más leídos de la novela de enigma. El detective Poirot es un hombre templado, pero algo altanero y jactancioso. Su obsesión por el orden y el método lo muestran inalterable, aun en los casos más complicados, en la búsqueda de la verdad. Es acompañado por Hastings, su colaborador incondicional, y cuenta con el apoyo de Japp, un agente del Scotland Yard. Miss Marple, por su parte, es descripta por su creadora como una anciana simpática y solterona, que vive en un pueblito alejado de la ciudad. Su capacidad para la observación y el análisis, junto con la
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atha Christie. el detective de Ag Hércules Poirot,
sabiduría que le brinda la experiencia de sus años vividos, hacen que esta mujer se adentre en los misterios y enigmas que suscitan los casos criminales. Hasta el momento se han mencionado autores ingleses o estadounidenses, por eso se suele vincular al policial clásico o de enigma con escritores de esa nacionalidad. Sin embargo, esta corriente del policial cruzó rápidamente los límites geográficos y se instaló en otros países, sobre todo en Francia. Así, encontramos a escritores como Emile Gaborieau, contemporáneo de Poe y creador de Lecoq, el primer “policía literario”; o a Gastón
Leroux, autor de “El misterio del cuarto amarillo”. Ambos sentaron precedentes tanto en los temas como en los personajes característicos del género. Un caso notable es el del prolífico escritor belga George Simenon, autor de más de un centenar de novelas y reconocido mundialmente por sus relatos policiales. Su personaje más conocido es el comisario Maigret, heredero del mencionado Lecoq. Pareciera que, mientas los anglosajones creaban a sus detectives, los franceses convertían a sus funcionarios policiales en personajes de ficción.
ipio, munas se burta comedia; reidores la , y todo lo e pudieron ho de ella
lla no evitó que haya tenido un éxito del que es a publicación, algún prefacio que responda a ; y sin duda estoy bastante en deuda con todas ara creerme obligado a defender su opinión con s cosas que tendría para decir sobre este tema ma de diálogo, y con la cual todavía no sé qué h ueña comedia, me surgió después de las dos o t oche la comenté en la casa donde me encontrab es muy conocido en sociedad, y que me hace el ho u agrado, no sólo para pedirme que me abocar quedé muy sorprendido cuando, dos días más ta erdad, de una manera mucho más galante y mu o en la cual muchas cosas me parecían demas ntaba esa obra en nuestro teatro me acusaran n ella. Así que eso me impidió, por considerac nta gente me presiona todos los días para qu mbre es la causa de que no incluya en este pref cida a hacerla aparecer. Si llegara a ser así, vu ico del delicado malhumor de algunas personas vengado gracias al éxito de mi comedia, y deseo por ellos como esta, con tal de que el resto siga d nas se burlaron de esta comedia; pero los reido r dicho de ella no evitó que haya tenido un éxito , en esta publicación, algún prefacio que respo obra; y sin duda estoy bastante en deuda con t para creerme obligado a defender su opinión con s cosas que tendría para decir sobre este tema ma de diálogo, y con la cual todavía no sé qué h ueña comedia, me surgió después de las dos o t noche la comenté en la casa donde me encontra o es muy conocido en sociedad, y que hace el ho su agrado, no sólo para pedirme qe me abocar
Biografía
EDGAR ALLAN POE (1809 † 1849)
Nació en Boston, EE.UU. Fue abandonado por el padre y
quedó huérfano de madre a los dos años de edad. La familia
Allan adoptó al niño y lo crió como su propio hijo. En 1815
se trasladaron a Inglaterra, donde Poe estudió durante cinco años en un típico colegio británico de la época. Regresó a los EE.UU., comenzó a escribir sus primeros poemas e inició sus estudios en la Universidad de Virginia, pero
pronto los abandonó. En 1836 se casó con su prima Virginia
de 13 años, a la que llegó a querer hasta la locura. Durante
estos años se dedicó de lleno a la escritura, publicó varios
de sus libros y comenzó a ganar popularidad y renombre.
Además fue asesor y colaborador en varios periódicos. El 30 de enero de 1847 su esposa murió de tuberculosis y este
hecho lo sumergió en una intensa depresión nerviosa. El
3 de octubre de 1849, fue encontrado en estado de desvarío frente a una taberna en la ciudad de Baltimore. Fue
trasladado al Washington College Hospital, donde murió la madrugada del 7 de octubre. La causa precisa de su muerte es aún hoy un misterio.
Poe es considerado el padre del cuento moderno. Sus relatos
fantásticos y de horror generaron el asombro y el espanto del público de la época.
dimos una calurosa bienvenida, ya que ese hombre a tan divertido como despreciable, y hacía años que lo veíamos. Como habíamos permanecido sentaen la oscuridad Dupin se levantó, entonces, con propósito de encender una lámpara, pero volvió a ntarse sin hacerlo, cuando G... nos informó que había nido a consultarnos, o más bien a pedir la opinión mi amigo acerca de algunos asuntos oficiales que le sionaban una gran preocupación.
La carta robada
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La carta robada
La carta robada Nil sapientiae odiosius acumine nimio.1 Séneca
1 La frase latina Nil sapientiae odiosius acumine nimio pertenece al filósofo Séneca (4 a. C. - 65 d. C). Se traduce como “Nada es más odiado de la sabiduría que el exceso de astucia". 2 En literatura o en retórica un tópico es un “lugar común”, es decir, un tema ya prefijado y recurrente que puede ser utilizado como recurso por escritores o poetas. 3 “Los crímenes de la calle Morgue” y “El asesinato de Marie Roget” son dos cuentos de Poe en los que aparecen Dupin y su compañero. Estos relatos, junto con “La carta robada”, son considerados los primeros cuentos policiales de la historia de la literatura.
A
l anochecer de una ventosa tarde de otoño de 18..., me encontraba en París disfrutando del doble lujo de la meditación y de una pipa de espuma de mar, en compañía de mi amigo C. Auguste Dupin, en su pequeña biblioteca, tercer piso, N.º 33, rue Dunot, Faubourg St. Germain. Hacía por lo menos una hora que manteníamos un profundo silencio y cualquier observador casual hubiera pensado que cada uno permanecía atento pura y exclusivamente a los bucles de humo que agobiaban la atmósfera de la habitación. Sin embargo yo meditaba ciertos tópicos2 que habían sido tema de nuestra conversación más temprano esa tarde; me refiero al asunto de la calle Morgue y al misterio concerniente al asesinato de Marie Roget.3 Me pareció, por lo tanto, una coincidencia cuando la puerta de nuestro apartamento se abrió de par en par y dio paso a nuestro viejo conocido, el señor G..., prefecto de la policía de París. Le dimos una calurosa bienvenida, ya que ese hombre era tan divertido como despreciable, y hacía años que no lo veíamos. Como habíamos permanecido sentados en la oscuridad Dupin se levantó, entonces, con el propósito de encender una lámpara, pero volvió a sentarse sin hacerlo, cuando G... nos informó que había venido a consultarnos, o más bien a pedir la opinión de mi amigo acerca de algunos asuntos oficiales que le ocasionaban una gran preocupación. —Si hay algún detalle que requiera reflexión —observó Dupin, mientras se abstenía de encender la mecha—, lo examinaremos mejor en la oscuridad.
Edgar Allan Poe —Esa es otra de sus extrañas ideas —dijo el prefecto, que tenía la costumbre de llamar extraño a todo aquello que fuera más allá de su comprensión, y, en consecuencia, vivía en medio de una absoluta legión de extrañezas. —Muy cierto —dijo Dupin, mientras le ofrecía una pipa a nuestro visitante y le señalaba un cómodo sillón. —¿Y bien, cuál es la dificultad? —pregunté—. Espero que no tenga que ver otra vez con asesinatos. —Oh, no; nada de esa naturaleza. El asunto es muy sencillo, y no tengo dudas de que podemos manejarlo bien nosotros mismos; pero pensé que a Dupin le gustaría oír los detalles, porque es un asunto por demás extraño. —Sencillo y extraño —dijo Dupin. —Bueno, sí; aunque tampoco podríamos definirlo de esa manera. Estamos bastante desconcertados, porque el asunto parece muy simple y, a pesar de ello, nos tiene perplejos a todos por igual. —Tal vez sea la misma simplicidad del asunto lo que confunde —dijo mi amigo. —¡Qué sinsentido está diciendo! —replicó el prefecto, entre carcajadas. —Tal vez el misterio es demasiado sencillo —dijo Dupin. —¡Ay, Dios mío! ¿Quién ha oído alguna vez una cosa semejante? —Un poco demasiado evidente. —¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!... ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!... ¡Jo! ¡Jo! ¡Jo! —reía nuestro visitante, profundamente divertido—. ¡Ay, Dupin, me va a matar de la risa! —¿Y cuál es, al fin y al cabo, el asunto que lo trae? —pregunté. Bueno, les contaré —respondió el prefecto, mientras aspiraba una larga bocanada y se acomodaba en su asiento—. Lo relataré en pocas palabras; pero antes de empezar, permítanme advertirles que es un asunto que demanda el más alto secreto, y que hasta podría perder el puesto que ahora ocupo, si se supiera que se lo he confiado a alguien.
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La carta robada
4 Una persona de alta alcurnia es aquella que cuenta con antepasados nobles o con un linaje muy reconocido.
—Adelante, prosiga —dije. —O no —dijo Dupin. —Bueno, veamos. Una fuente muy alta me ha informado, de manera personal, que cierto documento de la mayor importancia ha sido hurtado de los aposentos reales. Se sabe quién es el individuo que lo robó; eso está más allá de toda duda; lo vieron en el momento de hacerlo. Se sabe, también, que todavía permanece en sus manos. —¿Cómo se sabe eso? —preguntó Dupin. —Se puede inferir claramente —respondió el prefecto— de la naturaleza del documento, y porque no se produjeron ciertos resultados que ocurrirían de inmediato si el ladrón se hubiera deshecho de él; es decir, si se decidiera a usarlo como debe de haber planeado. —Sea un poco más explícito —dije. —Bueno, puedo aventurarme a decir que el papel le da a su poseedor cierto poder en un ámbito en donde resulta de gran valor —explicó el prefecto, que era aficionado a la jerga de la diplomacia. —Sigo sin entender del todo —dijo Dupin. —¿No? Bueno; si el documento fuera revelado a una tercera persona, cuyo nombre no puedo mencionar, pondría en entredicho el honor de un personaje de la más alta alcurnia.4 Así este hecho le da al poseedor del documento enorme poder sobre el ilustre personaje, que ve en peligro su honor y su tranquilidad. —Pero este poder —interrumpí— dependería de que quien robó el documento sepa que la víctima a su vez conoce el nombre del ladrón. ¿Quién se atrevería...? —El ladrón —dijo G...— es el ministro D..., que se atreve a cualquier cosa, no importa que sea digna o indigna de un caballero. El método del ladrón fue tan ingenioso como audaz. El documento en cuestión (una carta, para ser franco) había sido recibido por la víctima del robo cuando estaba sola en el gabinete real. Mientras lo examinaba, fue interrumpida de pronto por la entrada de otro eminente personaje, a quien
Edgar Allan Poe deseaba ocultárselo en particular. Luego de un apresurado y vano esfuerzo por guardarlo en un cajón, se vio forzada a colocarlo, abierto como estaba, encima de una mesa. Como el sobre quedó boca arriba y su contenido, oculto, la carta pasaba desapercibida. Pero, justo en ese momento, entra el ministro D... Sus ojos de lince perciben el papel de inmediato; reconoce la letra de la dirección, observa la confusión de la persona que la había recibido y adivina su secreto. Luego de un intercambio de palabras, propio de su tarea, y que tuvo lugar a toda prisa, fiel a su costumbre, saca una carta bastante parecida a la que nos ocupa, la abre, simula leerla y, luego, la coloca justo al lado de la otra. Después, vuelve a conversar durante unos quince minutos acerca de los asuntos públicos. Por último, cuando se dispone a marcharse, recoge de la mesa la carta que no le pertenece. El dueño legítimo vio la artimaña, pero, por supuesto, no se atrevió a llamar la atención sobre esta, en presencia del tercer personaje que estaba de pie a su lado. El ministro se hace humo y deja su propia carta, encima de la mesa. —Ahí tiene usted —me dijo Dupin— exactamente lo que se necesita para que el poder sobre la víctima sea total: que el ladrón sepa que la víctima sabe quién es el ladrón. —Sí —respondió el prefecto—; y este poder ha sido ejercido a lo largo de los últimos meses, con propósitos políticos, hasta un extremo muy peligroso. La persona está cada día más convencida de la necesidad de recuperar su carta. Pero ello, por supuesto, no se puede llevar a cabo abiertamente. Al final, presa de la desesperación, me ha encomendado el asunto a mí. —No se podría —dijo Dupin, en medio de un torbellino perfecto de humo— desear, o siquiera imaginar, un agente más sagaz. —Me halaga —respondió el prefecto—; pero es posible que semejante opinión sea la de muchos. —Está claro —dije yo— que tal como usted señala, la carta todavía se encuentra en manos del ministro, dado
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ministro me proporcionaron, también, una gran ventaja. Con frecuencia se ausenta de su casa toda la noche. Sus sirvientes no son muy numerosos. Duermen a cierta distancia de la habitación de su amo, y, como muchos son napolitanos, se emborrachan con facilidad. Tengo llaves, como usted sabe, con las cuales puedo abrir cualquier cuarto o gabinete de París. En estos tres meses, no ha pasado ni una noche sin que me haya ocupado, en forma personal y durante horas, del registro del palacete de D.... Mi honor está en juego y, si he de mencionar un gran
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que es la posesión, y no su uso, lo que le confiere el poder. Si la usa, el poder desaparece. —Cierto —dijo G...—, y es sobre la base de esta convicción que he actuado. Mi primera preocupación fue llevar a cabo una concienzuda pesquisa en la residencia del ministro; allí, la principal dificultad residía en que debía investigar sin que él lo supiera. Ante todo, he sido advertido del peligro que entrañaría darle motivos para sospechar de nuestros planes. —Pero —dije yo— usted está bastante al tanto de cómo se hacen estas investigaciones. La policía parisina ha intervenido a menudo en muchas de ellas. —Ah, sí; y por esta razón, no me desesperé. Los hábitos del ministro me proporcionaron, también, una gran ventaja. Con frecuencia se ausenta de su casa toda la noche. Sus sirvientes no son muy numerosos. Duermen a cierta distancia de la habitación de su amo, y, como muchos son napolitanos, se emborrachan con facilidad. Tengo llaves, como usted sabe, con las cuales puedo abrir cualquier cuarto o gabinete de París. En estos tres meses, no ha pasado ni una noche sin que me haya ocupado, en forma personal y durante horas, del registro del palacete de D.... Mi honor está en juego y, si he de mencionar un gran secreto, la recompensa es enorme. Así que no abandoné la pesquisa hasta haber quedado completamente convencido de que el ladrón es un hombre más astuto que yo. Creo que he buscado en cada rincón y recoveco de la casa en donde podría estar escondido el papel. —Pero ¿no es posible —sugerí— que, aunque la carta pueda estar en manos del ministro, lo cual es incuestionable, él la haya escondido en cualquier otro lugar que no fuera su casa? —Eso es poco probable —dijo Dupin—. El peculiar estado en que se encuentran las cuestiones de la corte y, en especial, lo relativo a esas intrigas en las cuales está involucrado D..., haría que el uso instantáneo del documento (es decir,
Edgar Allan Poe que pueda tenerse a mano en seguida ante una novedad) sea tan importante como su misma posesión. —¿ La posibilidad de tenerlo a mano? —pregunté. —En otras palabras, de ser destruido —dijo Dupin. —Cierto —observé—; está claro que el papel se encuentra en la casa. En cuanto a la posibilidad de que el ministro lo lleve encima, podemos considerar que eso queda totalmente descartado. —Por completo —dijo el prefecto—. Ha sido asaltado dos veces por supuestos ladrones y registrado bajo mi propia inspección. —Podría haberse ahorrado ese problema —dijo Dupin—. D..., supongo, no es tan necio, debe de haber previsto esos asaltos, como una cosa obvia. —No es completamente necio —dijo G...— pero es un poeta, lo que para mí está a un paso de ser un necio. —Cierto —dijo Dupin, tras una larga y pensativa bocanada a su pipa de espuma de mar—, aunque yo mismo he sido culpable de ciertos versos llenos de ripios.5 —¿Por qué no nos da —dije yo— detalles de su investigación? —Verá, el hecho es que nos tomamos nuestro tiempo y buscamos en todas partes. Como tengo una gran experiencia en esta clase de cosas, me ocupé de la casa entera, habitación por habitación, dedicándole las noches de toda una semana a cada una. Examinamos, primero, los muebles de cada aposento. Abrimos cada uno de los cajones; y supongo que ustedes saben que para un agente de policía bien adiestrado, un cajón secreto no se escaparía. Cualquier hombre al que se le pasa por alto este tipo de escondites en un registro, es un imbécil. La cuestión es bastante fácil. Hay cierta cantidad de lugar —de espacio— por tener en cuenta en cada armario. Y tenemos las reglas precisas. No se nos pasaría por alto ni la quinta parte de una línea. Después de los armarios, nos ocupamos de las sillas. Los almohadones los sondeamos con esas agujas
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5 Con la frase versos llenos de ripios se da a entender que sus poemas eran de baja categoría o con un sentido poco claro.
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La carta robada
finas que ustedes nos han visto usar. A las mesas, les quitamos la tabla. —¿Para qué? —A veces, la persona que quiere esconder un objeto quita la tabla de una mesa, o de otro mueble, excava un agujero en la pata, deposita el objeto en la cavidad y vuelve a poner la tabla. Los extremos superior e inferior de las patas de las camas se usan de la misma manera. —Pero ¿la cavidad no se detecta por el ruido a hueco? —pregunté. —De ninguna manera si, cuando se deposita el artículo, se coloca alrededor una cantidad suficiente de relleno de algodón. Además, en nuestro caso, estábamos obligados a proceder sin hacer ruido. —Pero ustedes no pueden haber sacado... no pueden haber desarmado en pedazos todos los muebles en los cuales hubiera sido posible colocar algo de la manera que nos explica. Una carta puede comprimirse en un rollo en espiral, que no difiere demasiado en forma y bulto de una aguja de tejer larga, y de esta manera podría ser insertada en el travesaño de una silla, por ejemplo. No habrán desarmado en pedazos todas las sillas... —Desde ya que no; pero hicimos algo mejor: examinamos los travesaños de cada una de las sillas de la mansión y, por cierto, las junturas de todos los muebles, con ayuda de un microscopio muy potente. Si hubiera habido cualquier huella de una alteración reciente la hubiéramos detectado al instante. Un granito de aserrín, por ejemplo, habría resultado tan notorio como una manzana. Cualquier anomalía en el encolado, cualquier desfasaje inusual en las juntas, habría bastado para descubrir el engaño. —Doy por hecho que miraron los espejos, entre el marco y el cristal, y habrán buscado en las camas y en las sábanas, así como en las cortinas y en las alfombras. —Eso, desde luego; y cuando habíamos terminado de revisar por completo cada parte de los mueble, exami-
Edgar Allan Poe namos la casa misma. Dividimos su superficie en compartimientos, que numeramos, de modo que no se nos olvidara ninguno; luego realizamos el escrutinio6 de cada centímetro cuadrado de la construcción, incluyendo las dos casas inmediatamente adyacentes, con el microscopio, como antes. —¡Las dos casas adyacentes! —exclamé—; tienen que haberse topado con muchas dificultades. —Las tuvimos; ¡pero la recompensa ofrecida es prodigiosa! —¿Incluyeron los terrenos que rodean a las casas? —Todos los suelos estaban pavimentados con ladrillos. En comparación, nos dieron pocos problemas. Examinamos el musgo entre los ladrillos y vimos que no habían sido tocados. —Miraron entre los papeles de D..., por supuesto, y dentro de los libros de su biblioteca, ¿verdad? —Desde luego; abrimos cada embalaje y cada paquete; no solo revisamos cada libro, sino que dimos vuelta cada hoja de cada volumen, sin conformarnos con una mera sacudida, como es la costumbre entre algunos de nuestros oficiales de la policía. También medimos el espesor de cada una de las tapas, con máxima precisión y exactitud, y les aplicamos la más celosa observación con el microscopio. Si alguien le hubiera metido mano a cualquiera de las cubiertas, hubiera sido completamente imposible que el hecho se nos escapara. Unos cinco o seis volúmenes recién salidos del encuadernador fueron sondeados, con cuidado, mediante las agujas ya mencionadas. —¿Exploraron los pisos debajo de las alfombras? —Más allá de toda duda. Quitamos cada una de las alfombras y examinamos los listones7 con el microscopio. —¿Y el empapelado de las paredes? —Sí. —¿Miraron en los sótanos? —Lo hicimos.
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6 Un escrutinio es una investigación o una indagación. 7 Los listones son los tablones de madera que se colocan en el piso.
u morada de la calle Baker—,1 la vida es infinit ombre pueda inventar. No osaríamos imagina omunes de la existencia. Si pudiéramos salir slizarnos sobre esta gran ciudad, quitar con sua ue suceden, las raras coincidencias, los plane adenas de acontecimientos que hacen su labor de strambóticos2 resultados, toda la ficción con su parecería trasnochada e infructuosa.3 —Pese a e asos que salen a la luz en los diarios son, po uestros informes policiales el realismo se ll esultado, hay que confesarlo, no es ni fascinante ace falta usar una cierta selección y discreción nforme policial, donde el mayor acento está pue más que en los detalles, los cuales contienen la es o cierto es que no hay nada tan antinatural com —Puedo entender bastante bien que usted piens onsejero y ayudante extraoficial de todo el que e o ancho de tres continentes, ha entrado en con —levanté del piso el diario de la mañana— p He aquí el primer titular con el que me cruzo: media columna de letra impresa, pero yo sé, s Aparecen, por supuesto, otra mujer, la beb a casera comprensivas. El más burdo de los e —A decir verdad, su ejemplo es desafortunado omaba el periódico y le echaba una mirada—. a la casualidad de que yo estuve dedicado a aclarar marido era abstemio,4 no hubo ninguna otra m dquirido el hábito de dar por terminada cada un rrojándoselos a su esposa, lo cual, usted me con la imaginación del narrador promedio. Tome anado un tanto con su ejemplo. Me tendió su matista en el centro de la tapa. Su esplendor
tamente más extraña que todo lo que la mente d ar las cosas que son, en realidad, meros lugare volando por esa ventana tomados de la man avidad los techos y espiar las cosas extravagante es, los propósitos cruzados, las maravillosa e una generación en otra y que llevan a los má us convencionalismos y conclusiones predecible esto, no estoy convencido de ello —respondí—. Lo or regla general, bastante sosos y vulgares. E leva hasta sus límites extremos y, aun así, e te ni artístico.—Para producir un efecto realist —observó Holmes—. Se requiere de ello en esto, tal vez, en las perogrulladas del magistrad sencia vital de todo el asunto para un observado mo el lugar común. Yo sonreí y sacudí la cabez se así —dije—. Por supuesto, en su posición esté absolutamente desconcertado, a lo largo y ntacto con lo más extraño y estrafalario. Per pongámoslo ahora a prueba de modo práctic : “Crueldad de un marido hacia su esposa”. Ha sin Trabajos leerla, que el contenido me resulta familia en la estación bida, el empujón, los moretones, la hermana escritores no podría inventar nada más vulgar para sus argumentos —dijo Holmes, mientra . Este es el caso de la separación de Dundas, r algunos pequeños puntos relacionados con él. E mujer, y la conducta censurada era que él habí na de las comidas sacándose sus dientes postizos ncederá, no es una acción que se le vaya a ocurri una pizca de rapé,5 doctor, y reconozca que h u caja de oro antiguo para rapé, con una gra contrastaba tanto con los hábitos hogareños
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Tinta negra 1
Para revisar la lectura “La carta robada”
1 Subrayen en el texto el momento en el que aparece por primera vez el prefecto. ¿Qué estaban haciendo Dupin y su amigo en ese momento? ¿Por qué el detective decide dejar la habitación a oscuras? 2 Al comienzo del cuento, Dupin hace el siguiente comentario sobre el problema que el prefecto está por exponer: —Quizás es precisamente la simplicidad lo que los desconcierta. ¿Qué sentido cobran estas palabras cuando descubrimos cómo se resuelve el enigma? 3
¿Con qué finalidad el ministro D. roba la carta?
4 ¿Qué crítica le hace Dupin al razonamiento del prefecto G. y de la policía? 5 Dupin sostiene que la originalidad del ministro D. reside en que su razonamiento combina la mente de un poeta con la de un matemático. ¿Qué características de cada uno posee? 6
¿Por qué Dupin decide dejarle una nota al ministro M.?
“Un caso de identidad”
7 Indiquen si las siguientes afirmaciones son verdaderas o falsas. En este último caso, justifiquen.
Apenas comienza el cuento, Holmes y Watson se encuentran tomando un café en un bar de Londres. James Windinbank finalmente cae preso. Hosmer Angel está muerto. La madre de la señorita Turner no está involucrada en el engaño.
El motivo del engaño es el dinero. Holmes descubre la verdad casi sin necesidad de moverse de su departamento. 8
En “Un caso de identidad” y en “La carta robada” se mencionan otros casos-textos de los detectives, es decir, aparecen otros relatos de ficción dentro del mundo ficcional del cuento. Marquen en los textos cuáles son esos relatos. Busquen en una biblioteca los títulos que se mencionan y elijan uno de ellos para leer.
“Los tres instrumentos de la muerte”
9 Mencionen tres adjetivos que sirvan para describir a cada uno de los siguientes personajes: ✸ El padre Brown: ✸ Magnus: ✸ Patrick Royce: ✸ Sir Aaron Armstrong: ✸ Señorita Armstrong: 10 ¿Por qué el cuento se llama “Los tres instrumentos de la muerte”? 11
¿Cuántos sospechosos de la muerte de Armstrong existen?
12 Cada uno de esos sospechosos da su versión sobre los hechos. Márquenlas en el texto.
¿Qué intenta decir el padre Brown con la siguiente frase? Las vidas privadas son más importantes que las reputaciones públicas. ¿Están de acuerdo con esa afirmación? 13
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Tinta negra
Trabajos en la estación