Cuentos mensajeros El Pícaro Pedro - ¡Recorré el libro!

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CUENTOS MENSAJEROS CON

EL PÍCARO PEDRO Relatos de Pedro Urdemales con enseñanza Olga Drennen


ÍNDICE Lunes ................................................................................... 6 Ganar mucho y perder todo........................................... 10 Martes ................................................................................16 Pedro y los mandados .....................................................19 Miércoles ......................................................................... 27 El cumpleaños de Pedro Urdemales ..............................31 Jueves ............................................................................... 35 El cartero del otro mundo .............................................. 37 Viernes ..............................................................................42 Urdemales y la paloma de oro .......................................44 Sábado ..............................................................................50 Pedro y el gigante ............................................................ 52 Domingo ........................................................................... 57 Culantrillo ........................................................................60


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Olga Drennen

CUENTOS MENSAJEROS CON

EL PÍCARO PEDRO

Se llama “pícaro” a un personaje, generalmente muy pobre, que debe emplear su ingenio para sobrevivir entre quienes poseen más dinero o son más fuertes que él. Los cuentos que intercambian abu Marisa, sus nietos y sus amigos son versiones de relatos orales que circulan a lo largo de nuestro país protagonizados por Pedro Urdemales. Como lo indica su apodo: urde (trama, planea) males (travesuras, engaños), el pícaro está siempre atento a sacar el mayor provecho posible a las situaciones que se le presentan, ¡pero no siempre se sale con la suya! Este personaje nació en Europa y con su fama llegó a América, donde asume distintos nombres, como Pedro Malas Artes o Pedro Mal Urde. Tanto lo quieren en este continente, que un grupo de vecinos pidió que se lo declarara Hijo Ilustre de Chile. .


El pícaro Pedro

OLGA DRENNEN Desde chica me gustó leer. No tenía seis años y ya era un poco “traga”. Los libros eran mi entretenimiento preferido. Me encantaba disfrazarme y jugar a que era Cenicienta o Blancanieves y estaba enamorada de Tarzán. Si tengo que decir la verdad, en esa época no quería ser escritora. Y no quería porque no saben cuánto me costó empezar a escribir. No digo libros, digo palabras como“oso”, por ejemplo. Les tenía rabia a la “o” y a las vueltitas de la efe. Esa sí que fue una letra complicada para mí. Pero como nadie nace sabiendo, un día aprendí y aquí me tienen, de escritora para chicos y jóvenes lectores. Escribí más de cien libros. Ahora soy abuela de una nena muy traviesa que no deja de hojear libros conmigo. Ya ven, en mi vida, eso no cambió.

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Lunes Aquella mañana de julio, un estornudo de abu Marisa sacudió los cimientos de la casa. —¡Abrigate, abu! —gritó Trini, su nieta mayor, desde la cocina—, mirá que hoy nos prometiste un anochecer de cuentos en el camping. —Sí, Trini, tranquila. Es que estoy barriendo el altillo y me dio alergia el polvo. Estornudé por eso —contestó la abuela—. Dylan, dale el desayuno a Matilda. ¡Ay, ay, ay! ¡Qué lindos son mis tres tesoros! Al rato, justo cuando la señora bajaba con la escoba en la mano, sonó el timbre. Eran Astor y Merlina, los chicos de la casa de enfrente que, como todos los días, iban a jugar allí. Cada año, cuando empezaban las vacaciones de invierno, los tres nietos la visitaban en Villa Gesell, esa hermosa localidad balnearia de la provincia de Buenos Aires. Al caer la tarde, ella llevaba a nietos y vecinos en su casa rodante a algún camping. Allí, armaban un campamento y compartían cuentos alrededor del fuego. Por la noche, a veces dormían allí y otras, volvían a sus casas al terminar la cena. —¿Qué más quiero que tener a mis nietos cerca? —preguntaba la abuela. Esa mañana, mientras terminaba de ordenar la cocina, escuchó que los chicos discutían en el comedor.


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—¡Dylan, así no vale! Sos un tramposo. Dejá los caramelos. —Tiene razón Merlina. No dijiste verde, dijiste blanco. —Dije verde y gané, así que, sigo. Veo, veo… Poco a poco, las discusiones se calmaron para dar paso a las risas del juego. Pero al rato, otra vez, las voces altas y, de nuevo, Dylan pretextaba que había dicho lo que no había dicho mientras el resto lo acusaba de mentiroso y volvía a pedirle que devolviera los caramelos que no había ganado. —¡Ufff, basta, che! Juguemos a otra cosa —dijo Dylan. —Yo no juego a nada más si no devolvés los caramelos. —Está bien, está bien. Acá los tienen. No juego más, chau. Me voy a mirar la tele a mi pieza —dijo Dylan. Y se fue. Cuando salió del comedor, los chicos hicieron un largo silencio. Matilda fue la primera en hablar. —No tiene razón. Hizo trampa y no tenemos por qué hacer que no vemos. —Bueno, pero igual mi hermana y yo nos tenemos que ir —dijo Astor. Al escucharlos, la señora Marisa se asomó al comedor para acompañarlos hasta la puerta.

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—Acuérdense que hoy a la nochecita nos espera un cuento en el camping y, de paso, les preparo unas ricas medialunas con jamón y queso. Los espero a las seis. Los dos hermanos prometieron volver a la tarde y salieron con una sonrisa. —¡Hasta luego, chiquis! Miren que los esperamos, ¿eh? —se despidió Trini con tono cariñoso. Cuando los amigos se perdieron en el pasillo de la casa de enfrente, las dos chicas miraron a la abuela. —¿Se habrán enojado? —¡Qué tontas que son! —se burló Dylan, que apareció de pronto—, ¿cómo se van a enojar por una pavadez? —Más tonto serás vos, que hacés trampas —contestó Matilda. —Bueno, basta. Dentro de unas horas vamos a enterarnos de si se enojaron o no. ¡Y dejen de discutir porque me da tristeza oírlos pelear! —dijo la abuela. Esa tarde a las seis, para alegría de todos, Merlina y Astor fueron a buscarlos con ganas de estar juntos, como siempre.


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La señora Marisa revisó que todas las cosas para el camping estuvieran en la casa rodante y los llamó. —¡Vamos, arriba, que el camping nos espera! A medida que se acercaban, el viento les llevaba el aroma de los pinos sumado a la brisa del mar, que tanto les gustaba. —¡Ya hay olor a cuentos, abuela! —dijo Matilda. —¡Jajaja! Sí, tenés razón. Vengan, ayúdenme a bajar las cosas y empezamos… Cuando tuvieron todo en orden, la abuela les llevó a la mesa las medialunas prometidas. —Bueno —dijo—. ¿A quién le toca hoy? —A mí —contestó Trini. —¿Qué nos vas a contar? —preguntó Astor. —La historia de alguien que quiso ganar mucho y al final lo perdió todo.

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Ganar mucho y perder todo

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abía una vez un chico que se llamaba Pedro. Era muy, muy pobre, pero también muy travieso. Tanto, que lo llamaban Pedro “urde males”. Pedro “urde males” de acá, Pedro “urde males” de allá, al final, el sobrenombre le quedó de apellido y todo el mundo terminó por conocerlo como Pedro Urdemales, así, Urdemales, todo junto. Una mañana Pedro salió a caminar y, pasó por un huerto en el que crecían arvejas. Mientras miraba las plantas, sacó una vaina de maní de su bolsillo, apretó la cáscara y se quedó con algunos maníes en la mano. Al verlos, recordó lo que siempre le decían los grandes: “Hay que cuidar la comida. Nunca la tires”. Y él estaba de acuerdo con eso de no tirar, así que volvió a guardar los granos en el bolsillo de la camisa. Al rato, encontró a una mujer que barría la entrada de su casa y se le ocurrió dejarla al cuidado de sus maníes. —Señora, por favor, ¿podría guardarme estos granos? Vuelvo muy pronto. —Déjelos allí, en ese plato que hay en el suelo, que ya me ocupo —contestó la mujer.




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