CUENTOS MENSAJEROS
EN EL CAMINO Relatos de aventuras con enseĂąanza Andrea Braverman y Sol Silvestre
ÍNDICE En el camino ...................................................................... 7 La carrera del suri y el sapo ........................................... 10 Los músicos de Bremen...................................................19 Jack y las habichuelas mágicas ..................................... 29 La alfombra voladora ....................................................... 37 Los hilos invisibles ........................................................... 47 El primer viaje de Simbad, el marino............................. 55 La amistad de los ríos Limay y Neuquén ......................64 Penélope, la que siempre espera ................................... 70
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Andrea Braverman y Sol Silvestre
ANDREA BRAVERMAN Nací en Buenos Aires, en 1970. Si de chica me preguntaban qué quería ser de grande, no lo dudaba: escritora. Para llegar hasta ahí empecé mi recorrido en la carrera de Letras, pero los vientos me llevaron a recibirme de periodista en TEA. Luego obtuve la diplomatura en Lectura, Escritura y Educación, en FLACSO, y el título de guionista de cine en la escuela Guionarte. En paralelo, mi recorrido laboral también tuvo que ver con la escritura: primero muchos años como correctora de estilo, luego como editora y más tarde como autora de manuales escolares y coordinadora autoral. Escribo siempre que puedo, y algunos de esos textos tienen la suerte de ser publicados y leídos por otros, como Monstruo tejedor, Cuentos para crecer contentos y la novela Viaje al mar.
En el camino
SOL SILVESTRE Hace unos cuantos años estudié Letras, una carrera larga y linda. Aunque se llama así, no vayan a pensar que me la pasé repasando el abecedario; me enseñaron muchas cosas sobre nuestro idioma y me dejaron leer un montón de libros, algo que me encanta hacer. Después, empecé a dar clases en la UBA, me casé, tuve dos chicos y adopté una perra. Y en 2008 publiqué un libro por primera vez, y ya nunca me detuve. Algunas de mis obras son Héroes modernos, Cuéntame América, Puras mentiras, Brujería en la escuela, Cocina en peligro, Guerreros invisibles, La manzana de Blancanieves y Misterio en el campanario. A veces escribo lo que yo misma me imagino y otras, hago versiones de cuentos que leí. Como los que presentamos aquí, que circulan desde hace siglos y siguen encantando a los chicos de todo el mundo.
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CUENTOS MENSAJEROS EN EL CAMINO
Cuentos en el camino es la historia de un viaje al sur. ¡Y los viajes al sur son largos! Por eso, Malena y Lautaro intentan hacer más entretenido el trayecto: les irán contando a sus hijos, Ulises y Uma, distintas historias que alguien alguna vez les ha contado a ellos. Así, aparecen cuentos tradicionales de diversos lugares del mundo (Los músicos de Bremen, Jack y las habichuelas mágicas, Los hilos invisibles del destino, La alfombra voladora), como también leyendas y cuentos populares propios de la región que van a visitar (La carrera del suri y el sapo y La amistad de los ríos Limay y Neuquén). También, uno de los relatos más conocidos de la colección de cuentos orientales Las mil y una noches (El primer viaje de Simbad, el marino) y un fragmento del poema épico La Odisea, que se atribuye a Homero y se estima que fue compuesto en el siglo viii a. C. (Penélope, la que siempre espera).
En el camino
—¿Está todo, Malena? Repasemos: valijas, los gorros de los chicos, galletitas para el viaje, el mate… —¡La bombilla quedó arriba de la mesa! Ya vuelvo. Los chicos, en el asiento de atrás del auto, resoplan a coro. —Ufa, pa, ¿cuándo salimos? —pregunta Ulises. —¿Falta mucho para llegar? —agrega Uma. —Paciencia, chicos, paciencia. Ni siquiera arranqué el auto. Ahí viene mamá. —Ahora sí, ya está todo —Malena cierra la puerta del auto, revisa los cinturones de seguridad, se acomoda la blusa y prende la radio bajito—. ¡Bariloche, allá vamos! Por fin, se escucha el ruido del motor. Los chicos aplauden, los padres sonríen y el viaje está por comenzar. Pero… —¿Pusiste en la valija mi malla azul con pintitas verdes? —Ay, Lautaro, vamos al sur. —Pero es primavera.
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—Justamente, no es verano. Te desafío a que pongas el dedo gordo del pie en el lago sin que se te convierta en un cubito de hielo. —No es para nadar —explica Lautaro—, es por si voy a pescar con mosca. —¿Vas a pescar moscas, pa? —pregunta Ulises, que siempre anda un poco distraído. —No, Uli, se pesca con un anzuelo que parece una mosca… Los peces se acercan y… bueno… ya sabés. —Con la malla azul lo único que vas a pescar es un resfrío —dice Malena, divertida. Los chicos se ríen del chiste de la mamá, y el papá quiere poner cara seria pero no le sale. —Está bien, familia. Por una malla, nadie se desmaya. El cumpleaños de la abuela Julia es dentro de dos días y nos está esperando para darnos un abrazo, así que es mejor ponernos en camino cuanto antes. Después de un rato, el auto todavía no salió de la ciudad y Uma se impacienta. Ya pidió jugo, galletitas, un almohadón, jugo, la cartuchera, un cuaderno, jugo otra vez. Aburrida de todo, intenta lo que más quiere.
En el camino
—Ma, ¿me prestás tu celular para sacar fotos en el camino? —Esperá a que estemos en la ruta, Uma. —Pero vamos a tardar mil años. Recién pasó un auto más rápido que no sé qué. Y papá va despacio. Así, todos van a llegar primero que nosotros. —No siempre llega primero el que va a más velocidad —dice el papá—. Y si no me creés, es porque nunca escuchaste el cuento del suri y el sapo. —Yo tampoco lo escuché —dice de pronto Ulises, que no parecía atento a la conversación pero no se había perdido una palabra. —Entonces, escuchen con atención porque dos veces no lo cuento…
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La carrera del suri y el sapo
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unto a una laguna clara como un día despejado vivía el sapo. Cada mañana, despacito y sin ser visto, daba saltos entre las hojas y se paraba cerca del camino, con la lengua lista para atrapar cualquier insecto. Era más bien pequeño y no demasiado lindo, pero astucia le sobraba; no se le escapaba ni una mosca cuando quería almorzar. También era muy atento y nunca se olvidaba de saludar. Si el sol asomaba entre las montañas, daba los buenos días. Si las estrellas adornaban el cielo, daba las buenas noches. Por eso, se llevaba bien con todos sus vecinos. Bah, con todos menos con el suri —que, en quechua, quiere decir “ñandú”—, porque el ave de patas anchas pasaba a las apuradas y casi siempre le daba un pisotón con sus tres dedos. Lo peor del caso es que ni disculpas le pedía. Seguía corriendo sin darse vuelta, como si hubiera pisado una piedra. Una tarde calurosa, el sapo dormía la siesta escondido entre las hojas cuando recibió un pisotón tan fuerte del suri que se le escapó un lagrimón. —Oiga, don suri —dijo, cansado del atropello—. Es la cuarta vez que me pisa esta semana. ¿Por qué no se fija por dónde camina?