Dos miserables besos - ¡Recorré el libro!

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DOS MISERABLES

BESOS Javier Chiabrando


ÍNDICE PRÓLOGO: ¿QUÉ ES UN BESO? ............................................... 7 1 | EL TÍO QUE DORMÍA EN EL SILLÓN .................. 11 2 | LA MALLA AMARILLA.................................................... 15 3 | SERAFINA ................................................................................ 23 4 | DANIELA .................................................................................. 27 5 | ESTÉFANO .............................................................................. 33 6 | ¿VOS YA SURFEASTE? ...................................................... 37 7 | LIMÓN Y CHOCOLATE ................................................. 43 8 | LA MALDICIÓN DEL BÍGAMO ................................. 55 9 | LAS MISMAS, PERO CONTRARIAS........................ 67 10 | SEÑOR NOVELISTA, ¿AHORA QUÉ VIENE? .... 73 11 | UN HÉROE SIN HEROÍNA ........................................... 79 12 | QUIERO QUEDARME ...................................................... 81 13 | LA TÍA AZUCENA .............................................................. 87 14 | EL PIJAMA DEL PATO DONALD .............................. 95 15 | UNA LLAMADA MUY URGENTE ............................ 99 16 | LAS MUJERES LO SABEN TODO .......................... 105 17 | DOS MISERABLES BESOS .......................................... 109 SOUNDTRACK .............................................................................. 111



Javier Chiabrando Nació en Carlos Pellegrini, provincia de Santa Fe. Es músico y escritor. Ha publicado en Argentina, Cuba, Ecuador, España, Venezuela y Colombia. Sus últimas novelas son Los hijos de Saturno (2015) y La novela verdadera (2016). Además es autor del libro Querer escribir, poder escribir, que analiza el proceso de escritura y funciona como taller literario. Con respecto a su vertiene musical, en el transcurso de 2017 editará un disco de música instrumental, Etcétera, y un disco de canciones, aún sin nombre, con composiciones propias en ambos casos. Pueden escuchar uno de sus temas en el soundtrack de esta novela. Entre otras actividades, dirige el Festival Azabache, colabora con el suplemento literario de la Agencia Télam y con “Radar” de Página/12, y escribe contratapas para Rosario/12.



Prólogo ¿Qué es un beso? El beso tiene una historia casi tan vieja como el mundo. Hay imágenes de más de 4500 años, esculpidas en piedras, de personas besándose. ¿Se besarían como ahora los enamorados en el antiguo Egipto, en la Magna Grecia, en la Roma Imperial? ¿Cómo besaría Napoleón a Josefina, Julio César a Cleopatra, Sansón a Dalila? Dicen que la palabra “beso” proviene del latín basiare, a su vez derivada del sánscrito bhadd, que significa abrir la boca. Hay varias teorías sobre su origen. Una asegura que nació en la edad de piedra, cuando el hombre de las cavernas lamía el rostro de un familiar para satisfacer su necesidad de consumir sal. Otra dice que fue en Grecia, alrededor del año 500 antes de Cristo, cuando las esposas “besaban” a sus maridos para saber si volvían borrachos luego de salir con amigos. Otras dos aseguran que nació cuando el hombre de la antigüedad intentaba trasmitirle calor a su compañera, o cuando en época de sequía la gente buscaba trasladarle a otro una reconfortante sensación de humedad. “Beso” en inglés se dice kiss, en italiano bacio, en francés bisou, en portugués beijo, en alemán küssen y en japonés kanji, aunque esto último podría no ser verdad, ya que un diccionario de japonés es tan incomprensible como el japonés mismo. El beso es el símbolo máximo del amor. En el cine, en la pintura, en la literatura, el amor se representa con la imagen de dos personas que se besan. Un beso también puede significar [7]


despedida, compasión, o ser un compromiso formal y aburrido. En Francia se saluda con cuatro besos, dos en cada mejilla (cada vez que un grupo de amigos se encuentra, les lleva media hora saludarse y otra media hora, despedirse). En los Estados Unidos no es común besarse como saludo, en cambio los altos dirigentes rusos solían darse un piquito en la boca. En Argentina, el beso pasó a ser la manera más común de saludo, incluso entre personas que acaban de conocerse. El beso más raro de todos es el que podríamos llamar beso de la muerte. Es un beso ritual, que funciona a manera de despedida cuando alguien va matar a una persona que ama o cuando sabe que va a ser traicionado. Es el beso que Jesús le dio a Judas y el beso que le da Michael Corleone (personificado por Al Pacino) a su hermano Fredo ( John Cazale) en la película El Padrino. En lo que se refiere estrictamente al amor, el beso es más bien un acto privado, íntimo, entre dos personas que desean transmitirse un sentimiento profundo, fuerte, especial, inconfundible. Los dos besos que dan título a esta historia, a pesar de que no fueron gran cosa como besos, fueron muy importantes para aquellos que los dieron y recibieron, y lo son en la medida en que alguien se ocupa de escribir una novela para contar cómo, por qué, cuándo y quiénes vivieron la historia de los dos miserables besos y sus consecuencias. Esta historia de amor es también una historia de dolor. Porque el amor es siempre un descubrimiento, y a veces los descubrimientos llevan a la decepción, el desaliento, la pena. El desencanto ligado al amor puede aparecer cuando amamos a quien no nos ama o somos amados por quien no amaremos. O al perder a alguien [8]


amado. O al dejar de amar, porque el amor, como el viento, las olas, la lluvia, la noche, la fiebre, a veces se termina, sencillamente. Pero no hablemos ahora de amores que se terminan, porque en esta historia el amor aĂşn no hizo su apariciĂłn y por lo tanto no sabemos cuĂĄnto y de quĂŠ manera va a modificar la vida de sus protagonistas, o sea los besados y besadores. Vamos a ellos, entonces.

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El tío que dormía en el sillón

Los besados y besadores eran chicos que se estaban volviendo adultos. Y parece que eso sí es un verdadero problema: no te entra el buzo que ayer te iba fenómeno; las zapatillas que te costaron una fortuna te aprietan adelante, atrás y arriba; las orejas y la nariz te crecen antes que la cabeza; te salen granos en la cara y tu mamá ya no te prepara el desayuno y te despierta al canto de “puuupy, mi gordito divino”, sino que te grita: —¡Estéfano, levantate de una vez y desayuná, que tenés que hacer los deberes, ir a gimnasia, inglés y después tenés que ordenar tu habitación! Estéfano tenía trece años. En breve, mientras esta novela es leída, tendrá catorce. El año anterior había tenido doce, y luego, ya se imaginan, quince. La edad de Estéfano tiene una horrible prensa. La mamá la llama “la edad más difícil”. La profe: “edad complicada”. Los especialistas: “edad brava”. Su papá no opina mejor: “es la peor edad”. Hay adultos inmisericordes que la llaman “la edad del pavo”, pero como acá no hay ningún pavo, sino chicos ansiosos por conocer acerca del amor y de la vida misma, evitaremos esa insultante definición. A Estéfano le costaba entender por qué, si él cambiaba de edad cada año, siempre estaba en una edad difícil. Se lo preguntó a su psicólogo, que se rió y cambió de tema. El pobre hombre [ 11 ]


también tenía hijos de la edad de Estéfano y sabía de todo, incluso hablaba alemán, pero a la hora de tratar a sus hijos de “edad difícil” se le quemaban los papeles como a cualquier padre. Para Estéfano todo seguía más o menos igual que siempre, obviando las zapatillas que le apretaban, los pelos nuevos por todos lados, el olor más fuerte al transpirar, ganas de romper cosas y al rato, de arreglarlas. Sin olvidar un detalle, que al fin se volverá importante, quizá el más importante de toda la novela: desde hacía un tiempo Estéfano ya no estaba tan preocupado por la salida del último libro de Harry Potter ni por saber adónde había ido a parar su adorada patineta del Hombre Araña, sino más bien por las chicas, incluso las mujeres. ¡Que no reine la confusión, por favor! ¡No llamen a la policía ni quemen el libro! Parece que es algo normal, aceptado por la ciencia médica y reconocido por padres, maestros, la ONU y la Organización Mundial de la Salud, sin olvidar al psicólogo de Estéfano. Y debe ser verdad, porque no solamente le pasaba a Estéfano, sino a otros chicos de su edad, compañeros de la escuela, del barrio y del club. Incluso le pasa a Harry Potter en una de sus aventuras. Miren si será un tema delicado que Harry no logra resolverlo ni con la varita mágica. Pero nada de distraerse hablando de otros chicos, ni de héroes del cine, que a nosotros nos interesa Estéfano. Entonces vamos a concentrarnos en él, que es quien nos va a conducir a los otros protagonistas de esta historia tierna, triste y optimista. Dijimos que Estéfano había comenzado a mirar chicas y mujeres. Sí, ya no jugaba con la PlayStation más que seis días a la semana y no chateaba más que dos horas por día. El fútbol le importaba como siempre, pero si Boca no hacía un gol en los primeros veinte minutos del partido, se aburría y se iba a [ 12 ]


hacer otra cosa. Con el tenis le pasaba algo parecido, obviando el tema de los goles. Es que Estéfano estaba creciendo y cambiando sus gustos, sus inquietudes, sus prioridades. Y de pronto, de un día para el otro, o quizá de una semana para la otra, comenzó a sentir una gran, enorme, descomunal, incontenible curiosidad por el sexo opuesto, y a mirar chicas y mujeres en la calle, en las revistas, en la televisión, en Internet o donde estuvieran. ¿Qué miraba exactamente? Bueno, eso y lo otro, lo que hace que una mujer sea atractiva. No me obliguen a ser más explícito, que esta novela es de amor. Más allá de ese detalle, que no es poca cosa, todo estaba en su lugar. Mejor dicho, nada estaba en su lugar, porque el lugar de Estéfano y de su familia era la ciudad de Buenos Aires, y él y su familia estaban en Mar del Plata, de vacaciones. Y su mamá gritaba otras cosas muy diferentes, pero con el mismo énfasis: —¡Estéfano, levantate de una vez, que no vinimos a Mar del Plata para que te la pases durmiendo todo el día! Y antes de bajar a la playa ordená tu habitación, que después no encontrás nada. ¡Y no dejés tirada la patineta que alguien se puede tropezar! Varios gritos después, Estéfano se levantó, se lavó la cara y los dientes y bajó dos pisos por la escalera para buscar a Tomás e ir a la playa. Tomás era de Rosario, se habían conocido años atrás y se seguían viendo siempre y cuando coincidieran fecha y lugar de vacaciones. Si ambas familias iban a Mar del Plata al mismo tiempo, se alojaban en departamentos vecinos que pertenecían a sus respectivos abuelos, por lo tanto, Estéfano y Tomás pasaban mucho tiempo juntos. Si no se trataban por un tiempo, no se extrañaban, pero no por eso se sentían menos amigos. Las dos últimas vacaciones no se habían cruzado, y cuando se reen[ 13 ]


contraron se vieron bastante cambiados, pero se acostumbraron al toque. El edificio de departamentos estaba frente a Playa Grande, y ellos iban y venían a su antojo, sin que los padres los vigilaran demasiado o los obligaran a transportar sombrillas, heladeras portátiles, comida, bebidas, diarios, protectores solares y todo lo que un turista puede llegar a cargar para estar media hora en la playa. Estéfano tocó el timbre del departamento de Tomás y esperó. Tomás apareció en la puerta con más cara de dormido que Estéfano. Le hizo señas con la mano de que lo esperara en el pasillo y al rato salió de malla y ojotas, listo para la playa. —No te hice pasar porque había gente durmiendo en el sillón de la sala —le dijo Tomás a manera de disculpa, entre bostezos. Estéfano pensó que a Tomás le había caído un tío a último momento, como había sucedido otras veces. Ni por las tapas sospechaba la importancia que la persona que dormía en la sala iba a tener en su vida. ***

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La malla amarilla

Era un día espléndido, al igual que los anteriores. Era el tercero que pasaban juntos, días soleados, no demasiado ventosos, ideales para estar en la playa de la mañana a la noche. Fueron a la carpa que alquilaba la familia de Estéfano, dejaron las toallas y las ojotas, para salir disparados hacia el agua. Desde las carpas hasta la orilla había casi cincuenta metros de arena que ya comenzaba a arder. Para no quemarse los pies, y de alegres que se sentían, corrieron una carrera hasta el agua, que ganó Tomás por centímetros. —¿Por qué no le dejaste tu cama a tu tío y dormiste vos en la sala, así te quedabas mirando televisión hasta la madrugada? —le preguntó Estéfano. Seguramente porque Estéfano estaba agitado, Tomás no comprendió lo que el otro le decía, por eso no contestó lo que correspondía: que la que dormía en la sala era su hermana Daniela, que había llegado tres días después que el resto de la familia por motivos que iremos conociendo a medida que esta historia avance. Nada más pisar el agua, Estéfano se arrepintió. Ya no tenía ganas de bañarse. El mar parecía más frío que de costumbre y hasta un poco más sucio que lo deseable. En realidad, el agua estaba fría como siempre y un poco marrón porque Mar del Plata no es el Caribe, pero cambiar de opinión a cada rato era [ 15 ]



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