El diablito de la botella - El herrero Miseria - ¡Recorré el libro!

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pero su lugar de nacimiento no quedaba lejo yacen ocultos en una cueva. Este hombre era pob n maestro de escuela; además, era un mariner los barcos de vapor de la isla y había pilotad Keawe se le cruzó por la mente la idea de ve El diablito barcó en un navío que se dirigía a San Franci depersonas la botella e innumerables ricas, y hay una co Keawe un día, co esa colina estaba paseando r las grandes casas a izquierda y derecha. “¡Qué c El herrero Miseria as personas que las habitan, y que segurament na!”. Tenía en su mente estos pensamientos cu ¨ ue las otras, pero llena de terminaciones y deta e la entrada brillaban como la plata, los cant as eran resplandecientes como el diamante. Kea o lo que veía. Al detenerse, advirtió a un hom ida que Keawe podía verlo a través de ella com .6 Era un hombre entrado en años, con la cab o de pesadumbre y suspiraba con amargura. ba hacia adentro al hombre y el hombre mir utuamente. De repente, el hombre sonrió, le en la puerta. –Esta casa que tengo es bonita – a dar un mirada a las habitaciones? Así fue c hasta el techo. No había nada que no fuera a Verdaderamente –dijo Keawe– es una casa herm el día riendo. ¿Cómo puede ser, entonces, que u el homre– por la que usted no pueda tener a más bonita, si lo desea. Supongo que usted –dijo Keawe–. Pero una casa como esta debe co álculo. –Lamento que no tenga más –dijo–, po pero será suya por cincuenta dólares. –¿La ca hombre–, sino la botella. Pues debo decirle mi fortuna y esta misma casa con su jardín sali


pero su lugar de nacimiento no quedaba lejo yacen ocultos en una cueva. Este hombre era pob n maestro de escuela; además, era un mariner los barcos de vapor de la isla y había pilotad Keawe se le cruzó por la mente la idea de ve barcó en un navío que se dirigía a San Franci e innumerables personas ricas, y hay una co esa colina estaba paseando Keawe un día, co r las grandes casas a izquierda y derecha. “¡Qué c as personas queÍndice las habitan, y que segurament na!”. Tenía en su mente estos pensamientos cu ue las otras, pero llena de terminaciones y deta e la entrada brillaban como la plata, los cant as eran resplandecientes como el diamante. Kea o lo que veía. Al detenerse, advirtió a un hom ida que Keawe podía verlo a través de ella com .6 Era un hombre entrado en años, con la cab o de pesadumbre y suspiraba con amargura. ba hacia adentro al hombre y el hombre mir utuamente. De repente, el hombre sonrió, le en la puerta. –Esta casa que tengo es bonita – a dar un mirada a las habitaciones? Así fue c hasta el techo. No había nada que no fuera a Verdaderamente –dijo Keawe– es una casa herm el día riendo. ¿Cómo puede ser, entonces, que u el homre– por la que usted no pueda tener a más bonita, si lo desea. Supongo que usted –dijo Keawe–. Pero una casa como esta debe co álculo. –Lamento que no tenga más –dijo–, po pero será suya por cincuenta dólares. –¿La ca hombre–, sino la botella. Pues debo decirle mi fortuna y esta misma casa con su jardín sali Bienvenidos a la estación de R. L. Stevenson y R. Güiraldes ... 6

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e y su nombre debe mantenerse en secreto; naunau,2 donde los huesos de Keawe el Grande3 y iente y activo; sabía leer y escribir como un imera: durante un tiempo había navegado en l llenero en la costa de Hamakua.4 Al final, a n mundo y las ciudades aextranjeras, y sedeemb Bienvenidos la estación a es una bonita ciudad, con un bonito puerto particular que está tapizada de palacios. Por lsillo repleto de dinero, contemplando con placer gníficas!”, pensaba, “¡y qué felices deben ser se preocupan por lo que les deparará el m ndo llegó hasta donde había una casa más peq alles hermosos, como si fuera de juguete. Los esc teros del jardín florecían como guirnaldas y las we se detuvo y se maravilló ante el esplendo mbre que lo miraba a través de una ventana como se ve a un pez bajo el agua calma des la cabeza calva y una barba negra. Tenía e argura. Y la verdad del asunto es que, mientra mbre miraba hacia afuera a Keawe, ambos s rió, le hizo señas a Keawe para que entrara bonita –dijo el hombre, y suspiró con eza–. sí fue como guió a Keawe por toda la casa, d fuera a su manera perfecto, y Keawe se qu a casa hermosa. Si yo viviera en una casa así, onces, que usted esté suspirando? –No hay nin eda tener una casa similar a esta en todos los usted tiene bastante dinero, ¿no? –Tengo cin a debe costar más de cincuenta dólares. El hom jo–, porque eso podría acarrearle problemas La casa? –preguntó Keawe. –No, la casa no rle que, aunque yo le parezca tan rico y afort


pero su lugar de nacimiento no quedaba lejo yacen ocultos en una cueva. Este hombre era pob n maestro de escuela; además, era un mariner los barcos de vapor de la isla y había pilotad Keawe se le cruzó por la mente la idea de ve barcó en un navío que se dirigía a San Franci e innumerables personas ricas, y hay una co esa colina estaba paseando Keawe un día, co r las grandes casas a izquierda y derecha. “¡Qué c las personas que las habitan, y que seguram mañana!”. Tenía en su mente estos pensamie queña que las otras, pero llena de terminacion calones de la entrada brillaban como la plata s ventanas eran resplandecientes como el diam or de todo lo que veía. Al detenerse, advirtió a a tan límpida que Keawe podía verlo a travé sde un arrecife.6 Era un hombre entrado en a el rostro cargado de pesadumbre y suspiraba as Keawe miraba hacia adentro al hombre se envidiaban mutuamente. De repente, el hom a, y lo recibió en la puerta. –Esta casa que t ¿Le gustaría dar un mirada a las habitacion desde el sótano hasta el techo. No había nada uedó pasmado.7 –Verdaderamente –dijo Keawe– , me pasaría todo el día riendo. ¿Cómo puede nguna razón –dijo el homre– por la que uste detalles, y hasta más bonita, si lo desea. Sup ncuenta dólares –dijo Keawe–. Pero una casa c mbre hizo un cálculo. –Lamento que no tenga en el futuro; pero será suya por cincuenta dóla –replicó el hombre–, sino la botella. Pues d tunado, toda mi fortuna y esta misma casa con

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Bienvenidos a la estación

Dos autores, dos mundos En un primer acercamiento, el autor en lengua inglesa Robert Louis Stevenson y el argentino Ricardo Güiraldes parecieran tener muy poco en común; sin embargo, una mirada atenta a sus vidas y a sus obras permite descubrir que estos dos escritores compartieron ciertas pasiones. Ambos amaron la literatura y los viajes. Los dos experimentaron una profunda fascinación por ámbitos geográficos muy definidos: Stevenson fue feliz en Samoa, la isla de la Polinesia donde pasó los últimos años de su

Robert Louis Stevenson (1850-1894).

vida; Güiraldes siempre amó las vastas extensiones de la pampa argentina, la tierra donde creció. Stevenson nació en 1850, en Edimburgo, la capital de Escocia, en la zona norte de la isla de Gran Bretaña. Falleció en Samoa, en 1894, a los cuarenta y cuatro años. Se había instalado en las islas tropicales en busca de un clima propicio para su salud, ya que padecía de tuberculosis, una enfermedad incurable en su época. Ricardo Güiraldes nació en Buenos Aires en 1886 y murió en París en 1927 a los cuarenta y un años. Había via-

Ricardo Güiraldes (1886-1927).


R. L. Stenvson y R. Güiraldes jado a la capital francesa en busca de atención médica especializada para su deteriorada salud. Pero ¿cómo fue que estos hombres, de patrias y lenguas tan ajenas, se convirtieron en escritores fundamentales para la literatura inglesa y la literatura argentina, respectivamente? Para responder a esta pregunta, conviene que nos detengamos un poco más en sus biografías. La infancia y la adolescencia de Stevenson transcurrieron en Escocia, en el seno de un confortable hogar de clase media. Al terminar los estudios secundarios, su padre –que era constructor de faros– le exigió que estudiara ingeniería náutica, pero el joven se rebeló contra los mandatos paternos y cursó la carrera de derecho, aunque nunca ejerció la profesión de abogado. Fue en esos años de estudios universitarios cuando se manifestaron los primeros signos de la tuberculosis, la enfermedad contra la que debió luchar el resto de su vida. Güiraldes pertenecía a una familia de la alta sociedad, propietaria de grandes extensiones de campo y cuya fortuna provenía de la actividad agropecuaria. Cuando Ricardo tenía un año, la familia se trasladó a Europa, donde permaneció durante bastante tiempo. Al volver, cuatro años más tarde, se establecieron en la estancia de la familia, La Porteña, en la localidad bonaerense de San Antonio de Areco, a un par de horas en tren de la ciudad de Buenos Aires. De niño sufrió

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asma y fue educado por institutrices europeas; hablaba perfectamente el francés y el alemán. En la adolescencia comenzó a tocar la guitarra, a pintar al óleo escenas campestres y a interesarse por la escritura. Las largas estadías en la estancia familiar lo convirtieron en un gran conocedor de las tareas rurales y de las costumbres de los gauchos. Más tarde, para satisfacer las exigencias paternas, se inscribió en las carreras de arquitectura y de derecho, que abandonaría al poco tiempo. Luego de la etapa universitaria, Stevenson y Güiraldes se consagraron a las que serían sus auténticas vocaciones: la literatura y los viajes. Así fue como, a partir de 1876, el joven Stevenson realizó varias travesías por los países europeos. Como resultado de estas experiencias, escribió, entre otros libros

La estancia La Porteña, en San Anto nio de Areco, provincia de Buenos Aires .


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Bienvenidos a la estación

de relatos, Un viaje al continente (1878). Cuando su salud decaía, se internaba en hospitales para recuperarse y, luego, poder continuar viajando. Güiraldes, por su parte, se embarcó en 1910 rumbo a París, donde trabó relación con destacados escritores, pintores y músicos de la época. Luego, realizó un extenso viaje por Italia, Egipto, la India, la China y el Japón, del que regresó profundamente interesado por la cultura y la filosofía orientales. Respecto del matrimonio, sus elecciones fueron bien diferentes. Stevenson se decidió por un casamiento que provocaría la oposición de su familia y que resultaba desconcertante para las rígidas normas de la moral victoriana que imperaban en la Gran Bretaña de esa época: en 1880, se casó con Fanny Osbourne, una estadounidense diez años mayor que él, divorciada y madre de tres hijos. Güiraldes, en cambio, hizo una elección que se ajustaba a las expectativas del ámbito en el que se había criado: en 1913, contrajo matrimonio con Adelina del Carril, heredera de una familia estanciera perteneciente a su mismo entorno social. Las primeras publicaciones de ambos escritores pasaron inadvertidas. A partir de 1878, Stevenson entregó a la prensa numerosos cuentos, relatos de viaje y ensayos; sin embargo, el reconocimiento de los lectores y su consolidación como escritor no llegarían hasta 1883, con la publicación de la novela de aventuras La

isla del tesoro, y se afianzarían luego con El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde (1886) y La flecha negra (1888). Las primeras publicaciones del argentino, por su parte, no tuvieron mayor repercusión. En 1915, dio a conocer El cencerro de cristal –un libro de poemas– y Cuentos de muerte y de sangre –que reúne relatos ambientados en el campo–. Como estos libros no tuvieron la recepción esperada, Güiraldes retiró los ejemplares de circulación, los llevó a La Porteña y los tiró en una cisterna en desuso –de donde su esposa Adelina logró rescatar algunos, bastante deteriorados por la humedad–. En 1916, emprendió un viaje por el Pacífico hacia las Antillas, pasando por

El aljibe de La Porteña, donde Güiraldes arrojó los ejemplares de sus primeros libros.


R. L. Stenvson y R. Güiraldes Chile y por Perú. En 1917 publicó Raucho, una novela de contenido autobiográfico. Finalizada la Primera Guerra Mundial, viajó nuevamente con su esposa y sus amigos a París. Durante esta estadía, trabó relación con destacados escritores franceses, escribió Xamaica –un relato de viajes basado en sus experiencias en América Central– y los diez primeros capítulos de Don Segundo Sombra, que llegaría a ser su novela más famosa. Por su parte, Stevenson, reconocido ya en todas partes por su producción literaria, continuó viajando por el sur de Inglaterra y de Francia y escribiendo textos ficcionales y ensayísticos. En 1886, atravesó el océano Atlántico en barco y

Stevenson, con su familia y sus amigos, en la casa de Samoa, en 1892.

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permaneció un tiempo en Nueva York junto a su familia, para intentar nuevos tratamientos médicos. Cuando su salud mejoró, se trasladaron a la ciudad de San Francisco, en la costa oeste. Desde allí, iniciaron un viaje para recorrer las islas del océano Pacífico: las Marquesas, Tahití y Hawái. Ese fue su último gran viaje, ya que tomó la decisión de quedarse y echar raíces en Samoa. Güiraldes, en cambio, viajó siempre para volver a“sus pagos”. Entre 1920 y 1927, Ricardo y Adelina alternaron sus estadías en París, Buenos Aires y San Antonio de Areco. En esos años, Güiraldes también participó en la vida literaria porteña a través de la creación de la revista Proa, y apoyó a un grupo de escritores muy jóvenes, entre los que se encontraban Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo y Roberto Arlt. En marzo de 1926, concluyó la escritura de Don Segundo Sombra, la novela que lo haría célebre en todo el mundo. Los funerales de estos escritores viajeros tuvieron algo en común. Además de la lógica presencia de familiares y amigos, contaron con la participación de dos grupos sociales definidos. Stevenson murió en Vailina, el lugar donde había construido su casa en las afueras de Apia, la capital de Samoa. Cumpliendo sus deseos, la familia lo enterró en la cima de un monte de origen volcánico desde donde se divisa el mar. Hasta allí lo llevaron sus amigos samoanos, habitantes originarios de las


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Bienvenidos a la estación

ndo Ramírez, el Güiraldes y Segu don el personaje de ó pir gaucho que ins Segundo Sombra.

islas, con quienes el escritor había trabado amistad. Este grupo étnico sufría el permanente asedio de ingleses, franceses y alemanes, quienes veían aquellas islas como un terreno fértil para llevar adelante sus políticas colonialistas. Stevenson se había interesado por la cultura de ese sufrido pueblo y, en muchas ocasiones, no vaciló en defender sus derechos ante las ambiciones de los europeos. Los samoanos, vestidos con sus coloridas vestimentas y sus collares de flores, lo depositaron en la tumba y escribieron en su lengua nativa: “Este es el lugar donde descansa Tusitala”. Tusitala –el nombre con el que habían honrado al escritor– significa “contador de cuentos”. En 1927, en París, unos días antes de su muerte, Ricardo Güiraldes pudo ale-

La casa donde viv ió Stevenson en la isla de Samoa, tal como se conserv a en la actualidad.

grarse con la noticia de que la novela Don Segundo Sombra había sido galardonada en la Argentina con el Premio Nacional. Los restos del escritor fueron trasladados a Buenos Aires y recibidos con honores por el entonces presidente de la Nación, Marcelo T. de Alvear; pero la familia prefirió sencillos funerales en el campo. El cuerpo fue llevado a San Antonio de Areco, donde Segundo Ramírez, el mayordomo de La Porteña –inspirador del famoso personaje que da título a la obra– echó un último puñado de tierra sobre el ataúd. A la ceremonia asistieron, apesadumbrados y silenciosos, los gauchos de bombachas y alpargatas que inmortalizó en sus relatos. En 1933, la familia Güiraldes inauguró, en esa localidad bonaerense, el Parque Criollo y Museo Gauchesco “Ricardo


R. L. Stenvson y R. Güiraldes Güiraldes”, que preserva piezas de gran valor cultural. Finalmente, es posible afirmar que Stevenson pasó a la historia de la literatura en lengua inglesa como el escritor romántico que, aun a riesgo de su salud, abandonó el confortable mundo europeo para vivir en un paraíso exótico y salvaje, lejos de los “civilizados” lectores que lo admiraban. Las fotografías de los últimos años lo muestran frágil y delgado, con la piel curtida por el sol y la cabeza coronada por un sombrero de paja. Una imagen que encarna a la perfección el mito del escritor aventurero. Güiraldes, por su parte, entró en la historia de la literatura argentina como el escritor que podía bailar de esmoquin en los elegantes salones parisinos y galopar al viento, de botas y chiripá, en plena pampa. Heredero de la tradición criolla, estaba predestinado para cerrar el ciclo de la literatura gauchesca, al enaltecer la figura del hombre de las pampas con los valores de la honestidad, la prudencia y la solidaridad.

El demonio en la literatura Antes de convertirse en un personaje literario y efectuar terroríficas o divertidas apariciones en cuentos folclóricos, novelas, obras teatrales, historietas y populares producciones cinematográficas, el diablo, como espíritu maligno, formó

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La caída de Lucifer, ilustración de Gustave Doré para una edición de El Paraíso perdido, de John Milton.

parte de las más antiguas creencias pertenecientes a las culturas hebrea, cristiana e islámica. Las tres grandes religiones monoteístas sostienen la existencia de este espíritu maligno que constantemente se opone a los designios de Dios, fuente de toda bondad. La palabra demonio tiene su origen en el antiguo término griego daimonion, que significa “mentiroso o calumniador”, y fue utilizada en la versión griega de la Biblia como traducción de la palabra hebrea ha-satan (el Satán), con la que se designa al “enemigo o adversario de Dios”. También en el mismo texto sagrado se encuentra la palabra griega diábolos, con el significado de “enemigo y calumniador”.


do y soleado, y cuando se el sol, co para salir a dar un paseo. Repara la cena. Durante la conversaunca se e manera que ni siquiera se dieron nes básicas eceptivas que tan a enudo ntación de fenómenos íquicos.


El diablito de la botella Traducción: Pablo Usabiaga Título original en inglés: The Bottle Imp


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El diablito de la botella

1 Hawái es la más grande de las islas de origen volcánico que componen, junto a las islas Maui, Kahoolawe y otras de menor tamaño, el archipiélago polinesio (también llamado archipiélago de Hawái), situado en el océano Pacífico norte. 2 Honaunau es un lugar sagrado en el interior de la isla de Hawái, donde descansan los huesos de veintitrés importantes jefes. 3 Keawe el Grande fue un rey muy amado por su pueblo, que gobernó la isla de Hawái entre 1545 y 1575. 4 El distrito de Hamakua se encuentra sobre la costa noreste de la isla de Hawái. 5 San Francisco es una importante ciudad costera del suroeste de Estados Unidos, perteneciente al estado de California. Está ubicada sobre el océano Pacífico. 6 Un arrecife es un banco formado en el mar por piedras, puntas de roca o corales, casi al nivel de la superficie.

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abía un hombre en la isla de Hawái,1 a quien llamaré Keawe, porque la verdad es que todavía vive y su nombre debe mantenerse en secreto; pero su lugar de nacimiento no quedaba lejos de Honaunau,2 donde los huesos de Keawe el Grande3 yacen ocultos en una cueva. Este hombre era pobre, valiente y activo; sabía leer y escribir como un maestro de escuela; además, era un marinero de primera: durante un tiempo había navegado en los barcos de vapor de la isla y había pilotado un ballenero en la costa de Hamakua.4 Al final, a Keawe se le cruzó por la mente la idea de ver el gran mundo y las ciudades extranjeras, y se embarcó en un navío que se dirigía a San Francisco.5 Esta es una bonita ciudad, con un bonito puerto e innumerables personas ricas, y hay una colina en particular que está tapizada de palacios. Por esa colina estaba paseando Keawe un día, con el bolsillo repleto de dinero, contemplando con placer las grandes casas a izquierda y derecha. “¡Qué casas magníficas!”, pensaba, “¡y qué felices deben ser las personas que las habitan, y que seguramente no se preocupan por lo que les deparará el mañana!”. Tenía en su mente estos pensamientos cuando llegó hasta donde había una casa más pequeña que las otras, pero llena de terminaciones y detalles hermosos, como si fuera de juguete. Los escalones de la entrada brillaban como la plata, los canteros del jardín florecían como guirnaldas y las ventanas eran resplandecientes como el diamante. Keawe se detuvo y se maravilló ante el esplendor de todo lo que veía. Al detenerse, advirtió a un hombre que lo miraba a través de una ventana tan límpida que Keawe podía verlo a través de ella como se ve a un pez bajo el agua calma desde un arrecife.6 Era un hombre entrado en años, con la cabeza calva y una barba negra. Tenía el rostro cargado de pesadumbre y suspiraba con amargura. Y la verdad del asunto es que, mientras Keawe miraba hacia adentro al hombre y el hombre miraba hacia afuera a Keawe, ambos se envidiaban mutuamente.


Robert L. Stevenson De repente, el hombre sonrió, le hizo señas a Keawe para que entrara, y lo recibió en la puerta. –Esta casa que tengo es bonita –dijo el hombre, y suspiró con tristeza–. ¿Le gustaría dar una mirada a las habitaciones? Así fue como guió a Keawe por toda la casa, desde el sótano hasta el techo. No había nada que no fuera a su manera perfecto, y Keawe se quedó pasmado.7 –Verdaderamente –dijo Keawe– es una casa hermosa. Si yo viviera en una casa así, me pasaría todo el día riendo. ¿Cómo puede ser, entonces, que usted esté suspirando? –No hay ninguna razón –dijo el hombre– por la que usted no pueda tener una casa similar a esta en todos los detalles, y hasta más bonita, si lo desea. Supongo que usted tiene bastante dinero, ¿no? –Tengo cincuenta dólares –dijo Keawe–. Pero una casa como esta debe costar más de cincuenta dólares. El hombre hizo un cálculo. –Lamento que no tenga más –dijo–, porque eso podría acarrearle problemas en el futuro; pero será suya por cincuenta dólares. –¿La casa? –preguntó Keawe. –No, la casa no –replicó el hombre–, sino la botella. Pues debo decirle que, aunque yo le parezca tan rico y afortunado, toda mi fortuna y esta misma casa con su jardín salieron de una botella de apenas un poco más de una pinta.8 Aquí está. Abrió un armario cerrado con llave y extrajo una botella de panza redonda con el cuello alargado. El vidrio era blanco como la leche, con cambiantes destellos de colores tornasolados.9 Dentro, algo se movía confusamente, como una sombra y un fuego. –Esta es la botella –dijo el hombre; y ante la risa de Keawe, agregó–: ¿No me cree? Inténtelo, entonces, usted mismo. Fíjese a ver si puede romperla. Entonces Keawe tomó la botella y la sacudió contra el

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7 Aquí, pasmado quiere decir “embobado”. 8 Una pinta es una antigua medida para líquidos, que equivale aproximadamente a medio litro. 9 Los colores tornasolados cambian según el reflejo de la luz.


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El diablito de la botella

10 Para ejemplificar los poderes de la extraña botella, el hombre menciona a Napoleón Bonaparte (1769-1821), destacado militar que gobernó Francia como emperador desde 1804 hasta 1815 y conquistó gran parte del territorio europeo; sin embargo, luego de su derrota en Waterloo, pasó los últimos años de su vida exilado en una pequeña isla del océano Atlántico, donde murió. 11 El navegante inglés James Cook (1728-1779) fue famoso por sus extensos y riesgosos viajes de exploración por el sur del océano Pacífico, Australia y la Antártida. Murió en un tiroteo causado por un robo en las islas de Hawái. 12 Aquí se hace referencia a la condenación eterna, es decir –según algunas religiones–, el castigo que consistiría en sufrir para siempre en el infierno, después de la muerte.

piso hasta quedar agotado, pero la botella rebotaba como la pelota de un niño y no le pasaba nada. –Esto sí que es extraño –dijo Keawe–. Porque al tacto, así como por lo que se ve, la botella es de vidrio. –De vidrio es –replicó el hombre, suspirando con más pesar que nunca–, pero un vidrio que fue templado en las llamas del infierno. En su interior habita un diablito, y eso que contemplamos ahí moviéndose es su sombra… o al menos es lo que yo creo. Si un hombre compra esta botella, el diablito queda a sus órdenes: todo lo que el comprador desee (amor, fama, dinero, casas como esta casa, sí señor, o una ciudad como esta ciudad), todo ello será suyo no bien declare que lo desea. Napoleón10 tuvo esta botella, y gracias a ella llegó a ser el rey del mundo; pero al final la vendió y cayó en desgracia. El capitán Cook11 tuvo esta botella, y gracias a ella se abrió camino hacia muchas islas; pero él también la vendió y lo mataron en Hawái. Pues una vez que se vende, desaparecen el poder y la protección, y a menos que un hombre se quede satisfecho con lo que tiene, los males caerán sobre él. –¿Y aun así usted habla de venderla? –preguntó Keawe. –Yo tengo todo lo que deseo… y me estoy poniendo viejo –respondió el hombre–. Hay una cosa que el diablito no puede hacer: no puede prolongar la vida. Y no sería justo que yo le ocultara a usted que la botella tiene una desventaja, ya que si un hombre muere antes de venderla, deberá arder para siempre en el infierno. –Sin temor a equivocarme, le diré que por cierto eso es una desventaja –exclamó Keawe–. Yo no metería las manos en este asunto. Me las puedo arreglar sin una casa, gracias a Dios; pero hay una cosa en particular con la que no me las podría arreglar, y esa cosa es mi condenación.12 –Santo cielo, no debería usted hacerse una idea apresurada –repuso el hombre–. Todo lo que tiene que hacer es utilizar el poder del diablito con moderación para luego vendérsela a otra persona, como estoy haciendo yo con usted, y terminar su vida en la abundancia.



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El diablito de la botella

13 Una peculiaridad es un rasgo o un detalle que caracteriza a una persona o un objeto. 14 En leyendas europeas medievales, el Preste Juan aparece como un rey y sacerdote cristiano que gobernaba un reino colmado de riquezas y maravillas, en algún lugar indeterminado de Asia o África. 15 Una persona acaudalada es alguien que tiene mucho dinero. 16 Vender algo por dinero contante y sonante implica que el pago debe hacerse en monedas o billetes, es decir, en efectivo.

–Bueno, voy a hacer dos observaciones –dijo Keawe–. La primera es que usted se la pasa suspirando todo el tiempo como una doncella enamorada. Y en cuanto a la otra… está vendiendo la botella muy barato. –Ya le he dicho por qué suspiro –dijo el hombre–. Es porque me temo que mi salud se está quebrantando; y, como usted mismo dijo, morir e ir al infierno es motivo de pesadumbre para cualquiera. En cuanto a por qué la vendo tan barato, debo explicarle que la botella tiene una peculiaridad.13 Hace mucho tiempo, cuando el diablo la trajo por primera vez sobre la tierra, era extremadamente cara, y el primero de todos a quien fue vendida fue al Preste Juan,14 por muchos millones de dólares; pero no hay manera de poder venderla, a menos que sea perdiendo dinero. Si usted la vende por lo mismo que pagó por ella o por más, regresa a usted otra vez, como una paloma mensajera. Por lo tanto, el precio ha venido bajando en el transcurso de estos siglos y ahora la botella es notablemente barata. Yo mismo se la compré a uno de mis acaudalados15 vecinos de esta colina, y el precio que pagué fue de apenas noventa dólares. Podría venderla a lo sumo por ochenta y nueve dólares con noventa y nueve centavos, ni una moneda más, o esta cosa regresaría forzosamente a mí. Pues bien, al respecto hay dos problemas. Primero, cuando uno ofrece una botella tan singular por ochenta y pico de dólares, la gente cree que uno está bromeando. Y segundo… pero para ello no hay apuro, y no es necesario que me explaye sobre el asunto. Solo debo recordarle que uno debe venderla por dinero contante y sonante.16 –¿Cómo puedo saber que todo esto es verdad? –preguntó Keawe. –En parte, usted puede comprobarlo inmediatamente –respondió el hombre–. Deme sus cincuenta dólares, tome la botella y pida el deseo de que sus cincuenta dólares regresen a su bolsillo. Si eso no sucediera, yo le doy mi palabra de honor de que desharemos el trato y le devolveré su dinero.


ipio, munas se burta comedia; reidores la , y todo lo e pudieron ho de ella

lla no evitó que haya tenido un éxito del que es a publicación, algún prefacio que responda a ; y sin duda estoy bastante en deuda con todas ara creerme obligado a defender su opinión con s cosas que tendría para decir sobre este tema ma de diálogo, y con la cual todavía no sé qué h ueña comedia, me surgió después de las dos o t oche la comenté en la casa donde me encontrab es muy conocido en sociedad, y que me hace el ho u agrado, no sólo para pedirme que me abocar quedé muy sorprendido cuando, dos días más ta erdad, de una manera mucho más galante y mu o en la cual muchas cosas me parecían demas ntaba esa obra en nuestro teatro me acusaran n ella. Así que eso me impidió, por considerac nta gente me presiona todos los días para qu mbre es la causa de que no incluya en este pref cida a hacerla aparecer. Si llegara a ser así, vu ico del delicado malhumor de algunas personas vengado gracias al éxito de mi comedia, y deseo por ellos como esta, con tal de que el resto siga d nas se burlaron de esta comedia; pero los reido r dicho de ella no evitó que haya tenido un éxito , en esta publicación, algún prefacio que respo obra; y sin duda estoy bastante en deuda con t para creerme obligado a defender su opinión con s cosas que tendría para decir sobre este tema ma de diálogo, y con la cual todavía no sé qué h ueña comedia, me surgió después de las dos o t noche la comenté en la casa donde me encontra o es muy conocido en sociedad, y que hace el ho su agrado, no sólo para pedirme qe me abocar


e y su nombre debe mantenerse en secreto; naunau,2 donde los huesos de Keawe el Grande3 y iente y activo; sabía leer y escribir como un imera: durante un tiempo había navegado en l llenero en la costa de Hamakua.4 Al final, a n mundo y las ciudades extranjeras, y se emb a es una bonita ciudad, con un bonito puerto particular que está tapizada de palacios. Por lsillo repleto de dinero, contemplando con placer gníficas!”, pensaba, “¡y qué felices deben ser la preocupan por lo que les deparará el mañan ó hasta donde había una casa más pequeña qu rmosos, como si fuera de juguete. Los escalones de jardín florecían como guirnaldas y las ventana detuvo y se maravilló ante el esplendor de todo lo miraba a través de una ventana tan límpi a un pez bajo el agua calma desde un arrecife. va y una barba negra. Tenía el rostro cargado dad del asunto es que, mientras Keawe mirab ia afuera a Keawe, ambos se envidiaban mu as a Keawe para que entrara, y lo recibió e hombre, y suspiró con tristeza–. ¿Le gustaría ó a Keawe por toda la casa, desde el sótano h nera perfecto, y Keawe se quedó pasmado.7 –V yo viviera en una casa así, me pasaría todo e é suspirando? –No hay ninguna razón –dijo a similar a esta en todos los detalles, y hasta stante dinero, ¿no? –Tengo cincuenta dólares – s de cincuenta dólares. El hombre hizo un cá podría acarrearle problemas en el futuro; p reguntó Keawe. –No, la casa no –replicó el nque yo le parezca tan rico y afortunado, toda m


pero su lugar de nacimiento no quedaba lejo yacen ocultos en una cueva. Este hombre era pob n maestro de escuela; además, era un mariner los barcos de vapor de la isla y había pilotad Keawe se le cruzó por la mente la idea de ve barcó en un navío que se dirigía a San Franci e innumerables personas ricas, y hay una co esa colina estaba paseando Keawe un día, co r las grandes casas a izquierda y derecha. “¡Qué c as personas que las habitan, y que segurament na!”. Tenía en su mente estos pensamientos cu ue las otras, pero llena de terminaciones y deta e la entrada brillaban como la plata, los cant as eran resplandecientes como el diamante. Kea o lo que veía. Al detenerse, advirtió a un hom ida que Keawe podía verlo a través de ella com .6 Era un hombre entrado en años, con la cab o de pesadumbre y suspiraba con amargura. ba hacia adentro al hombre y el hombre mir utuamente. De repente, el hombre sonrió, le en laTrabajos puerta. –Esta casa que tengo es bonita – en la estación a dar un mirada a las habitaciones? Así fue c hasta el techo. No había nada que no fuera a Verdaderamente –dijo Keawe– es una casa herm el día riendo. ¿Cómo puede ser, entonces, que u el homre– por la que usted no pueda tener a más bonita, si lo desea. Supongo que usted –dijo Keawe–. Pero una casa como esta debe co álculo. –Lamento que no tenga más –dijo–, po pero será suya por cincuenta dólares. –¿La ca hombre–, sino la botella. Pues debo decirle mi fortuna y esta misma casa con su jardín sali


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Trabajos en la estaciรณn

Culturas en diรกlogo 1 Observen las imรกgenes de estas pรกginas y, luego, resuelvan las consignas.

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R. L. Stenvson y R. Güiraldes

E F

a. ¿Con cuál de los dos relatos que aparecen en este libro se relaciona cada imagen? b. Ayudándose con los datos que aparecen en los textos literarios y en las notas, describan los paisajes y las vestimentas. c. En enciclopedias y en internet busquen información acerca de la cultura hawaiana. d. Investiguen sobre las costumbres de los gauchos de la pampa argentina. e. ¿En qué consisten las siguientes actividades rurales: doma, yerra, esquila, rodeo, arreo?

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A. Felicidad, pintura de Paul Gauguin, de 1891. B. Un gaucho, fotografía de 1868. C. Las armas del gaucho, litogragía de Carlos Morel, de 1839. D. Mujer hawaiana, pintura de Arman Tateos Manookian, de 1929. E. La doma, pintura de Florencio Molina Campos, de 1958. F. ¿De dónde venimos?, ¿qué somos?, ¿adónde vamos?, pintura de Paul Gauguin, de 1897.



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