El fantasma de la Ópera Gastón Leroux
Versión de Martín Blasco
Índice ¿Es el fantasma? ............................................................ 7 Una nueva estrella ........................................................ 14 La verdadera razón de la partida de los señores Debienne y Poligni.........................................................22 El palco número 5 ......................................................... 27 La declaración de madame Giry..................................34 El violín encantado ........................................................38 Una visita al palco número 5 .......................................54 La desaparición de Cristina .........................................65 Un nombre para olvidar ................................................ 75 Encuentro en la Ópera .................................................. 81 La lira de Apolo ..............................................................83 Un golpe maestro ..........................................................94 ¡Cristina! ¡Cristina! ........................................................99 El comisario, el vizconde y el Persa............................101 El Persa y el vizconde ................................................. 105 En los sótanos de la Ópera ........................................108 En la cámara de los suplicios......................................110 ¿El escorpión o la langosta? .......................................115 Fin de los amores del Fantasma .................................118 Epílogo .......................................................................... 124
x u o r e L n t s a G Nació en París (Francia) en 1868. Pasó su infancia en una aldea costera, donde nació su amor por el mar. Estudió Derecho y trabajó como periodista, empleo que le permitió viajar como reportero a varios lugares del mundo. Se destacó como escritor gracias a obras tales como El misterio del cuarto amarillo (1907), El perfume de la dama de negro (1908) y, en especial, por El fantasma de la Ópera (1910). Murió en su país natal, en la ciudad de Niza, en 1927.
o c s a l B n t r a M Nació en Buenos Aires en 1976. Estudió dirección y guion de cine. Trabajó como guionista y productor en diferentes canales de televisión abierta y en la señal educativa Encuentro. Entre sus obras se destacan Maxi Marote (2006), En la línea recta (2007), traducida al alemán y publicada también en varios países de Latinoamérica, y Los extrañamientos (2013).
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¿Es el Fantasma?
quella noche, los señores Debienne y Poligny, los directores renunciantes de la Ópera, daban la última función de gala con motivo de su retiro. Aquella misma noche, el camarín de la Sorelli, una de las primeras figuras del cuerpo de baile, fue bruscamente invadido por media docena de bailarinas que se precipitaron con gran confusión: algunas, lanzando carcajadas excesivas y poco naturales; otras, dando gritos de terror. La Sorelli vio con mal humor que aquellas aturdidas se le echaran encima, así que se volvió hacia sus compañeras y les enrostró el barullo que estaban haciendo. Fue la pequeña Saint-James quien dio la razón del alboroto en dos palabras, pronunciadas con una voz trémula y sofocada por la angustia: —¡El Fantasma! El camarín de la Sorelli era muy elegante. Un tocador, un diván, un espejo de tres cuerpos y unos armarios formaban el moblaje necesario. Aquel camarín les parecía un palacio a las chicas del cuerpo de baile, alojadas en cuartos comunes, en donde se pasaban el tiempo cantando y peleando con los peluqueros y las camareras. La Sorelli era muy supersticiosa. Al escuchar hablar del Fantasma a la pequeña Saint-James, se estremeció y dijo: —¡Chiquilina tonta! Y como en realidad era la primera en creer en los fantasmas en general y en el de la Ópera en particular, quiso que le informaran enseguida:
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—¿Ustedes lo han visto? —preguntó. —¡Como la estoy viendo a usted ahora! —replicó con un hilo de voz la pequeña Saint-James, que, sin fuerzas en las piernas, se dejó caer sobre una silla. Y enseguida la pequeña Giry —otra bailarina tan diminuta como la Saint-James— agregó: —Si era él…, ¡pues es muy feo! —¡Oh, sí! —dijeron a coro las bailarinas. Y se pusieron a hablar todas a la vez. El Fantasma se les había aparecido vestido de frac, sin que pudieran saber de dónde había salido. Su aparición fue tan súbita que se hubiera podido creer que había brotado de la pared. —¡Bah! —dijo una de las muchachas, que había conservado un poco de sangre fría—, ustedes ven al Fantasma en todas partes. Y era cierto. Desde hacía algunos meses, no se hablaba de otra cosa en la Ópera más que de aquel fantasma vestido de frac que se paseaba por todo el edificio, que no le dirigía la palabra a nadie y que se evaporaba en cuanto se lo veía. No hacía ruido al caminar, como conviene a un verdadero fantasma. Cuando no se dejaba ver, señalaba su presencia por medio de acontecimientos funestos, de los que la superstición lo hacía responsable. Si había un accidente, si una de las chicas del cuerpo de baile le hacía una travesura a alguna compañera… ¡Todo era culpa del Fantasma de la Ópera! Según decían las bailarinas, el Fantasma vestía de frac, pero debajo de esta vestimenta, su cuerpo era un esqueleto. Y su cabeza, por supuesto, una calavera. ¿Era serio todo eso? La versión del esqueleto había nacido de la descripción del Fantasma que hizo José Buquet, jefe de
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maquinistas, quien en verdad lo había visto. Tropezó —no puede decirse que contra sus narices, pues el Fantasma carecía de nariz— con el misterioso personaje en la pequeña escalera que bajaba, cerca de las candilejas, directamente a la tramoya1. Tuvo tiempo de verlo un segundo, porque el Fantasma huyó rápidamente. Y he aquí lo que José Buquet dijo de él a todo aquel que quiso oírlo: —Es extraordinariamente flaco, y el frac le flota como sobre un esqueleto. Sus ojos están tan hundidos que no se distinguen las pupilas. No se le ven más que dos grandes agujeros negros, como en los cráneos de los muertos. Su piel, que está estirada sobre los huesos como un parche de tambor, no es blanca, sino de un amarillo sucio; su nariz es tan escasa que no se la ve de perfil, y esa ausencia es lo más desagradable de ver. Componen su cabellera solo tres o cuatro largas mechas oscuras sobre la frente y detrás de las orejas. En vano fue para Buquet perseguir aquella aparición. Como por arte de magia, se fue sin dejar rastro alguno. Aquel jefe de maquinistas era un hombre serio, por lo que su palabra fue escuchada con estupor e interés, y enseguida aparecieron muchas personas que también alegaban haber visto a un hombre de frac y con una calavera por cabeza. Las personas sensatas a quienes llegó aquella versión dijeron que José Buquet había sido, sin duda, víctima de alguna broma de sus subordinados. Pero luego se produjeron acontecimientos tan curiosos e inexplicables que los más escépticos empezaron a preocuparse. 1. La tramoya es el conjunto de máquinas e instrumentos con los que se efectúan, durante la representación teatral, los cambios de decorado y los efectos especiales.
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—¡El Fantasma! —había exclamado la pequeña Saint-James. Y la inquietud de las bailarinas llegó al colmo. Ahora un angustiante silencio reinaba en el camarín. No se oía más que el ruido de las respiraciones agitadas. —¡Sí, lo hemos visto! ¡Lo vimos muy bien! —replicaron las chicas—. Tenía la cabeza de muerto y el frac, como la noche que se le apareció a José Buquet. —¡Y Gabriel también lo ha visto! —exclamó Saint-James—. Ayer no más, ayer por la tarde..., en pleno día... —¿Gabriel, el maestro de canto? —preguntó la Sorelli. —El mismo. —¿Y andaba de frac de día? —¿Gabriel? —¡No, mujer! ¡El Fantasma! —¡Por supuesto que estaba de frac! —afirmó la pequeña Saint-James—. El mismo Gabriel me lo dijo... ¡Y hasta fue por ese detalle que lo reconoció! Las cosas pasaron así: Gabriel estaba en el despacho del director de escena. De pronto se abrió la puerta, y entró el Persa. Ya saben ustedes que el Persa es jettatore, es decir que trae mala suerte... —¡Ya lo creemos —respondieron a coro las pequeñas bailarinas, quienes, enseguida que hubieron evocado la imagen del Persa, hicieron cuernos con el índice y el meñique extendidos para protegerse de la mala suerte. —¡Y que Gabriel es muy supersticioso! —continuó SaintJames—. Sin embargo, siempre es atento con el Persa y, cuando lo ve, se limita a meterse la mano en el bolsillo y a cruzar sus dedos. Pues esta vez, cuando el Persa apareció
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en la puerta, Gabriel dio un salto desde el sillón en que estaba sentado hasta el armario, para tocar madera y así estar protegido contra la mala suerte. Pero al hacer ese movimiento se rasgó con un clavo y, al salir apresuradamente, se dio la cabeza contra una percha y se hizo un enorme chichón en la frente; luego, al echarse para atrás, golpeó con el codo contra el biombo cerca del piano. ¿Y qué pasó entonces? ¡Pues se cerró la tapa y le apretó los dedos! Luego saltó como un loco fuera de la pieza, pero iba tan aturdido que tropezó al llegar a la escalera y bajó de espaldas todos los peldaños del primer piso. Yo pasaba en ese preciso momento con mamá. Nos precipitamos para ayudarlo a pararse. Estaba todo machucado y con la cara tan ensangrentada que nos dio miedo. Pero él se puso a sonreír y exclamó: “¡Gracias a Dios que he escapado con tan poco costo!”. Lo interrogamos y nos contó la causa de su susto. Era que, detrás del Persa, había visto al Fantasma, sí, ¡el Fantasma de la Ópera! ¡Con cráneo de muerto, tal como lo describió José Buquet! Un murmullo de espanto porclamó el cierre de esta historia, a cuyo final llegó Saint-James jadeante; y es que la contó tan veloz como si la hubiese ido persiguiendo el Fantasma. Luego hubo otro silencio, que la pequeña Giry interrumpió a media voz. —Buquet haría mejor en callarse… —dijo Giry. —¿Y por qué debería callar? —le preguntaron. —Así opina mamá —replicó Giry, en voz bajísima y mirando a su alrededor como si hubiera temido por la vida de otras personas que las que estaban allí reunidas.