El hombre invisible - ¡Recorré el libro!

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e r b m o h l E invisible Herbert George Wells VersiĂłn de Silvia

PĂŠrez


Índice 1. La llegada del hombre invisible ................................... 7 2. Lo que vio Teddy, el relojero ....................................... 11 3. Las mil y una botellas ..................................................16 4. El descubrimiento del señor Cuss ............................ 22 5. Un ladrón en la vicaría ................................................28 6. Muebles embrujados ..................................................30 7. El enmascarado se revela ...........................................34 8. Entre maldiciones y estornudos ...............................42 9. El señor Thomas Marvel.............................................43 10. El señor Marvel visita Iping ......................................49 11. Lo que ocurrió en la posada ......................................51 12. El hombre invisible se impacienta .......................... 55 13. La renuncia del señor Marvel...................................60 14. Dinero volador............................................................63 15. ¡A correr! .....................................................................69 16. Nos vemos en la taberna...........................................71 17. Una visita inesperada ................................................ 76 18. No molestar: hombre invisible durmiendo ............ 83 19. Algunos principios fundamentales ......................... 87 20. A punto de desaparecer........................................... 93 21. Pies fantasmas ........................................................100 22. Las grandes tiendas Omnium ............................... 103 23. Entre ratas, narices y pelucas ............................... 107 24. Un plan fallido...........................................................115 25. A la caza del hombre invisible ................................119 26. Una víctima fatal ......................................................121 27. El asedio .................................................................... 124 28. El cazador cazado ................................................... 134 Epílogo..............................................................................141


Herbert George Wells Fue un reconocido escritor y filósofo inglés. Nació en 1886, en Bromley, y murió en 1946, en Londres. A los ocho años, sufrió un accidente que lo obligó a permanecer en cama durante un tiempo. Este hecho marcaría un antes y un después en su vida: para no aburrirse, se dedicó a leer todo tipo de libros y comenzó así su amor por la literatura. Años después estudió Biología, pero también tomó clases de Gramática y asistió a un club de debate. Se dedicó a escribir sobre todo novelas de ciencia ficción, donde combinaba sus dos pasiones: la ciencia y la literatura. Es uno de los padres del género y, en honor a sus obras, un cráter lunar lleva su nombre. Su primera novela, La máquina del tiempo (1895), tuvo un gran éxito. Luego siguieron La isla del doctor Moreau (1896) y El hombre invisible (1897), entre otras. Muchas de ellas —como la que van a leer a continuación— dieron origen a diversas películas.


Silvia P rez Nací en la ciudad de Buenos Aires. Desde chica, una de mis actividades favoritas es escribir. Por eso, cuando crecí, me recibí de profesora de Castellano, Literatura y ¡Latín! También estudié teatro y participé como actriz en diferentes espectáculos. Durante varios años di clases de Lengua y Literatura, y también de Teatro en distintas escuelas, pero desde hace un tiempo me dedico, básicamente, a la escritura. Soy autora de libros escolares y de literatura infantil. Publiqué muchos cuentos, leyendas, poesías y obras de teatro en antologías, libros de lectura y manuales escolares para diferentes editoriales. Algunos títulos son El reinado de don Reynaldo (teatro), El cerro de siete colores (leyenda), Regreso con Gloria y Lo que oyó Federica (cuentos), y los caligramas Mi barco pirata y Agua de nube, entre otros.



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La llegada del hombre invisible

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l hombre caminó desde la estación de trenes, bajo una intensa nevada. Llevaba un sobretodo largo hasta los pies, un sombrero de ala ancha y una bufanda alrededor del cuello; la única parte visible de su rostro era la nariz, colorada y brillosa. Sus manos enguantadas cargaban un maletín negro. Luego de una larga y dificultosa marcha, finalmente llegó a la posada “Carruajes y caballos”. —¡Necesito una habitación con chimenea! —dijo mientras apoyaba dos monedas de oro sobre el mostrador. La señora Hall las recogió en el acto. En invierno, casi no llegaban turistas a Iping,1 y no dejaría escapar a este recién llegado tan desprendido con su dinero. La mujer condujo al huésped hasta una habitación en el piso superior, y encendió el hogar a leños. Luego fue a la cocina a prepararle algo de comer. Mientras Millie, la criada, se ocupaba de batir la mostaza, la señora Hall subió con el mantel, los platos y los vasos. El hombre, de espaldas a ella, permanecía de pie cerca de la estufa, mirando por la ventana. Aún tenía el sobretodo y el sombrero puestos. En sus hombros, unos montoncitos de nieve comenzaron a derretirse y a gotear sobre la alfombra. —Si me permite, llevaré su abrigo y su sombrero a la cocina para secarlos —replicó la mujer.

1. Iping es un pueblo situado en el distrito Chichester, en Inglaterra.


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—No —respondió el huésped sin darse vuelta—. Así estoy bien. —Como quiera —dijo ella—. Enseguida le traigo el almuerzo. Cuando la señora Hall regresó a la habitación, el hombre seguía en la misma posición, quieto como una estatua. La señora dejó unos huevos con panceta sobre la mesa. —Aquí está su comida, señor. —Gracias —contestó el extranjero sin darse vuelta. Pero apenas oyó que la mujer se alejaba por el pasillo, corrió a sentarse a la mesa, muerto de hambre. En la cocina, la señora Hall advirtió que se había olvidado de llevar la mostaza. Entonces, colocó una buena cantidad en un recipiente, llamó a la puerta del huésped y entró. El hombre se agachó rápidamente a recoger algo blanco que había caído al suelo. La señora vio que el sombrero, la bufanda y el abrigo descansaban sobre el respaldo de una silla. —Ahora sí puedo llevarlos a la cocina —dijo. —Solo el abrigo —ordenó el hombre levantando la cabeza en dirección a la mujer. Entonces ella vio que el visitante se tapaba la boca con una servilleta blanca, que sostenía con su mano enguantada. El resto de la cabeza estaba cubierto de vendas, por las que asomaban algunos mechones de pelo negro y grueso. Los ojos permanecían ocultos tras unos enormes anteojos de color azul. Lo único visible de su rostro era la nariz, colorada y brillosa. La señora Hall no salía de su asombro. —Disculpe —balbuceó impresionada. —No se preocupe —comentó él, sin dejar de taparse la boca con la servilleta.


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—Enseguida se lo traigo —aclaró la mujer recogiendo el sobretodo. Y salió temblando de la habitación. El extranjero fue hasta la ventana y cerró la cortina. Luego volvió a la mesa y siguió comiendo con ganas. “Pobre hombre”, pensaba entretanto la señora Hall. “Debe haber sufrido un accidente que le desfiguró la cara”. Cuando volvió a la habitación, el huésped estaba sentado frente a la chimenea, fumando una pipa. Llevaba puesta la bufanda, que le tapaba el cuello y parte de la boca. La mujer lo miró de reojo. “Sí”, se dijo, “Evidentemente, algo horrible le ocurrió en el rostro… ¡Quizá sufrió quemaduras graves!”. —Señora Hall —dijo de pronto el huésped—, el resto de mi equipaje quedó en la estación de trenes. ¿Podrían traérmelo a la posada? —Claro —murmuró ella—. Mañana sin falta tendrá su equipaje. —¿Mañana? —preguntó él contrariado—. ¿No pueden enviar un coche y traerlo hoy? —No, señor, con esta nieve es imposible. El año pasado volcó un coche y murieron dos personas. El hombre no dijo nada. —Los accidentes ocurren cuando menos se los espera, ¿no? —comentó ella, incisiva—. Mi sobrino, por ejemplo, se cortó el brazo con una guadaña, mientras trabajaba en el campo. ¡Estuvo muy mal! Hasta pensamos que habría que operarlo… Inesperadamente, el visitante se echó a reír con una risa sorda, apagada. —¿En serio? —preguntó.


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—Por supuesto, señor. Y no es para reírse. Al menos, no fue gracioso para los que tuvimos que atenderlo, hacerle las curaciones, cambiarle las vendas… —¿Me traería unos fósforos? Se me apagó la pipa —interrumpió el visitante. Luego le dio la espalda y se puso a mirar por la ventana. La señora Hall se sintió molesta. ¡Qué hombre tan maleducado! Pero de inmediato recordó las dos monedas de oro que le había pagado sin chistar y fue en busca de los fósforos.

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Lo que vio Teddy, el relojero

ran las cuatro de la tarde y empezaba a oscurecer. La señora Hall se sentía muy intrigada con el nuevo huésped, pero no encontraba una excusa para ir a verlo. En eso llegó Teddy, el relojero. —Qué tiempo de locos —comentó el hombre, mientras apoyaba una caja en el suelo. —¡De locos! —exclamó la señora Hall mientras le servía una taza de té caliente. —Gracias Janny —dijo Teddy calentándose las manos con la taza. Al ver la caja de herramientas, ella tuvo una idea. —Disculpe, ¿me haría el favor de revisar el reloj que está en la habitación superior? Últimamente no anda bien. —¡Por supuesto! Apenas termine el té, subiré a verlo. Minutos después, y luego de golpear la puerta, Teddy y la señora Hall ingresaron al cuarto del forastero. La habitación estaba a oscuras, iluminada solo por el resplandor del fuego. El visitante dormitaba en el sillón, delante de la chimenea. Entonces, la señora creyó ver que, de la mitad del rostro para abajo, había un agujero negro. Sintió un escalofrío y tuvo que hacer un esfuerzo para no gritar. “Calma”, se dijo, “Habrá sido una sombra… ¡está tan oscuro aquí!”. Y de inmediato fue a encender una lámpara. El hombre se movió en el sillón y, con un gesto rápido, se acomodó la bufanda.



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