La maga de Arannar y Los Secretos de Tarop Alejandra Erbiti
Índice El libro que no se dejaba leer.........................................7 Cartas de nieve ............................................................. 14 El retorno a los sueños-viaje .......................................19 Cútral .............................................................................. 25 La flor que se convirtió en lucero............................... 28 A resguardo del olvido ................................................. 33 En busca del grimorio ................................................. 39 Mensajes de semillas ................................................... 43 Los emisarios mágicos ................................................ 48 Eso .................................................................................. 54 Agridulzuras .................................................................. 58 Los Secretos de Taropé ................................................61 ¿Maestro o monstruo? ................................................ 65 El vaivén ....................................................................... 68 La historia que nos toca ...............................................74 ¿Enamorada? ................................................................ 78 Un mensaje digno de Zúmbel ..................................... 80 Canciones imposibles .................................................. 88 La batalla ....................................................................... 93 El portal .......................................................................... 99 En Taropé ..................................................................... 106 La prueba del sarcófago ............................................. 110 Otra vez él ......................................................................117 El amuleto .....................................................................125 Ullieg ..............................................................................128 Hielos Mil ..................................................................... 130 Una cachorra humana ................................................136 Antiguos fuegos ...........................................................139
Alejandra Erbiti
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ací en Luján, provincia de Buenos Aires, en 1963. Comencé a publicar en 1993 porque hasta entonces no me había animado a mostrar nada de lo que hacía. En 2012 nació La maga de Arannar. En las tierras en las que se sitúa la historia todo es mágico, por eso las palabras fluyen libres como agua de deshielo y sortean caminos que pueden parecer imposibles. Tanto en la magia como en la literatura hay algo (o mucho) de rebeldía, por eso, si la gramática dice que va coma o punto aquí o allá, en estos libros evité cuanto me fue posible esta, supuestamente, inexorable norma. El registro que elegí no es neutro. Mis personajes no usan el “vos” o el “decime”, pero tampoco el “tú” o el “dime”. Estas y otras rebeldías me permitieron crear la atmósfera que deseaba, en la que “el dónde” y “el cuándo” son difusos. Los seres de este territorio tienen, cada uno, su propia voz, su propio modo de nombrar la magia que los habita por dentro y por fuera, y yo decidí respetar las texturas de esas voces.
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“Feliz quien pueda conocer las causas de las cosas.” Virgilio, Geórgicas.
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El libro que no se dejaba leer
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a llave tenía forma de libélula. Una libélula con las alas abiertas. Pero, en la silueta del ojo de la cerradura, la libélula tenía las alas ligeramente inclinadas hacia abajo y hacia adelante. El aprendiz miró a la maga. Ninguno de los dos dijo palabra. Él observó la llave unos segundos y observó la cerradura. Luego, se encogió de hombros y se dispuso a abrir el libro secreto. Decir que era un mamotreto viejo no es suficiente. La cantidad de hojas era difícil de calcular. Además, parecían aumentar y disminuir a cierto ritmo, ¿y acaso respiraban? Tal vez. “Todo es mágico en Arannar”, recordó Seki. Las tapas eran de un metal desconocido. Estaban labradas por un gran artista, cuyo nombre no figuraba en ninguna parte. Había forjado, en ellas, muchas libélulas de diferentes tamaños y también calopteryx azules que estaban volando en torno a dragones. A medida que Seki acercaba la llave, el cerrojo iba acomodando sus alas. El metal no crujía. Se oía un zumbido muy suave, idéntico al del vuelo de aquellos mismos
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insectos. Los dragones seguían cada movimiento con sus ojos felinos, curiosos, telemétricos1. La llave calzó con suavidad, y no fue necesario girarla en ninguna dirección, porque lo hizo ella misma y luego brincó a la mano del aprendiz. —Buen comienzo —dijo la maga y lo dejó solo, para que se concentrara en la lectura. El fuego, que entibiaba la cueva y que hasta ese momento había ardido con un poco de pereza, empezó a chisporrotear; uno de los leños restalló tan fuerte que Seki dio un salto en el aire y volvió a caer sentado en su banqueta. El corazón se le aceleró; sintió agujas en la cabeza y le faltó el aliento por un breve intervalo. De inmediato, se rio de sí mismo. “¡Qué estúpido! ¡No es nada!”, pensó. Sin embargo, ya lo invadía cierta inquietud. Sentía cosquillas en los dedos de sus manos, como si mariposas caminaran sobre ellos. Pero no había nada en sus dedos, salvo un ligero temblor. —¡Vamos a ver de una vez por todas qué hay en este libraco! —se dijo para darse valor, y lo abrió. Fue desconcertante. Desde el momento en que había visto a la maga tomar ese libro del lugar más alto de su biblioteca, él la había observado hacer un gran esfuerzo para sostenerlo. También la vio esforzarse para cargarlo y, cuando ella lo soltó, el libro sacudió la mesa de madera maciza. Sin embargo, la tapa le resultó más liviana de lo que había calculado, y le sobraron las fuerzas. Fue así como el libro salió despedido por el aire y cayó a varios metros de distancia. 1. Telemétrico quiere decir que es capaz de apreciar la distancia a la que se halla un objeto lejano.
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—¡Ay! ¡Espero no haberlo roto! —murmuró, y fue a buscarlo. Cuando lo levantó del suelo, pesaba como una canoa de madera con remos y todo. Le costó mucho transportarlo hasta la mesa y, al soltarlo, tal como había hecho la maga, la sólida mesa volvió a retumbar. Seki estaba perplejo. La contradicción entre la apariencia y el ser de ese objeto más misterioso que al comienzo aumentaban su agitación y su curiosidad. Cuando lo revisó minuciosamente, comprobó aliviado que el libro no se había estropeado en absoluto. —¡Menos mal! —suspiró, y se sentó dispuesto a leerlo. Esta vez, no juntó fuerzas, y fue imposible mover las tapas. El libro estaba por entero sellado, como si alguien lo hubiera soldado con una invisible y poderosa amalgama. El aprendiz se echó hacia atrás, sobre el respaldo de la silla. Resopló agotado y vociferó un buen número de insultos. Entonces, el libro se abrió de par en par y relumbró como una luciérnaga.
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Desde la primera línea, la mirada del aprendiz quedó atada a cada palabra. Era un volumen escandaloso que, entre otras malicias, lo llevaba de una página a otra cualquiera y no le permitía regresar a aquella que había empezado a leer, excepto si él desistía de buscarla. De pronto, los verbos se movían, saltaban, se retorcían como culebras, mientras que los adjetivos se ponían mustios, se desprendían del espeso papel y caían al piso. Al rato de haber lidiado con estos comportamientos, advirtió que podía percibir algunos sustantivos abstractos
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con su cuerpo y, entonces, la palabra “bondad” le rozó los pies. Al principio, creyó que era una liebre, o quién sabe qué, algún reptil quizás, pero no. No encontró nada cuando miró debajo de la mesa, y siguió leyendo. Sintió la “injusticia”. Era un peso insoportable sobre los párpados y experimentó mucha sed, hasta que dio con la palabra “confianza” y fue como flotar panza arriba sobre el agua tibia de un río donde también el aire estaba a igual temperatura. Casi no podía notar la diferencia entre la parte mojada y la parte seca de su cuerpo.
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Al cabo de unas horas, el aprendiz salió hecho una furia de la cueva y se plantó frente a su maestra. Sus ojazos la miraban exigentes. Ella estaba de lo más tranquila. Lo vio, pero no dejó de regar las plantas, que soltaban largos suspiros de alivio por cada gota de agua que les caía encima (es que habían llegado los tiempos en que las lluvias eran escasas en las alturas de Arannar). Y así, sin dejar de hacer lo que estaba haciendo, la maga preguntó: —¿Ocurre algo? —Un desastre —respondió él. —¿El libro te resulta muy difícil? —Bueno, la verdad es que no se deja leer. Y me hace sentir cosas... cosas extrañas y, no sé cómo explicar esto, pero... creo que se burla de mí. —¿De veras? —¡Sí, se burla! Ya sabía que no me iba a creer. —Te creo, te creo. —¿Me cree?
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—Absolutamente. —¿No se suponía que iba a leer libros muy serios? —¿No te parece un libro muy serio? —¡No! ¡Está lleno de chistes! Me hace bromas, me hace reír casi todo el tiempo; cuando no me asusta o me hace enfurecer, claro. —¡Excelente! —¿Excelente? ¿No debería estar estudiando cosas importantes, cosas de esas que deben leer los aprendices de magia? —Este es uno de los libros más importantes que vas a leer durante toda tu instrucción, Seki, si es que estás seguro de querer convertirte en un gran mago. —¡Claro que quiero llegar a ser un gran mago! Pero llevo toda la tarde leyendo puros cuentos graciosos, y el mismísimo libro no deja de hacerme trampas y trucos. Ahora, estoy todo pegajoso porque leí una historia sobre la miel, y antes de eso una adivinanza sobre no sé qué de las orquídeas me dejó apestando a esencia de vainilla. —¡Cuidado con las hormigas! —Todavía no leí nada sobre hormigas. —Digo que tengas cuidado con las hormigas. Las pobres se sienten muy atraídas por los aromas de la miel y la vainilla, y están subiendo por tus pies en este preciso momento. ¡Te van a picar! Seki se miró los soquetes llenos de hormigas y enloqueció. Corrió hasta el arroyo y se zambulló sin haberse quitado la ropa. La maga se reía y las flores resoplaban. Estaban impacientes: aún tenían sed. —¿Se ríe de mí, señora maga?