La
nueva
catacumba Sir Arthur Conan Doyle
ÍNDICE Primera parte Capítulo 1: Rivales y amigos ........................................... 8 Capítulo 2: Un secreto por otro secreto ...................... 17 Capítulo 3: El affaire con Mary Saunderson ............... 23
Segunda parte Capítulo 4: Rumbo al descubrimiento ........................ 36 Capítulo 5: El ingreso .................................................... 42 Capítulo 6: Sin salida .................................................... 52
Tercera parte Epílogo: La venganza concretada ................................ 62
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Sir Arthur Conan Doyle
La nueva catacumba
SIR ARTHUR CONAN DOYLE Nació en 1859 en Escocia. Trabajó durante muchos años como médico. No obstante, era un apasionado de la literatura y escribió cuentos de ciencia ficción, novelas, teatro y poesía. Se hizo conocido principalmente por sus ingeniosos cuentos policiales. Algunos de ellos son “La liga de los pelirrojos”, “La aventura de la inquilina del velo”, “El misterio de Copper Beeches” y “Los tres estudiantes” (publicado en esta colección). Su famoso personaje, el detective Sherlock Holmes, está inspirado en un profesor de la carrera de Medicina de la Universidad de Edimburgo, donde estudió Conan Doyle. Publicó más de sesenta y ocho relatos protagonizados por este personaje. Murió en Crowborough, Inglaterra, en 1930.
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Primera parte
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Capítulo 1
Rivales y amigos
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scuche, Burger, yo querría que usted tuviera confianza en mí —dijo Kennedy. Los dos célebres investigadores especializados en ruinas romanas estaban sentados a solas en la confortable habitación de Kennedy, cuyas ventanas daban al Corso. La noche era fría, y ambos habían acercado sus sillones a la precaria estufa italiana que creaba a su alrededor una zona de ahogo más que de tibieza. Afuera, bajo las brillantes estrellas de un cielo invernal, se extendía la Roma moderna, con su larga hilera de focos eléctricos, los cafés deslumbrantemente iluminados, los coches que pasaban veloces y una apretada muchedumbre paseando por las veredas.
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Dentro, en el interior de aquella habitación suntuosa del rico y joven arqueólogo inglés, no se veía otra cosa que la Roma antigua. Frisos rajados y gastados por el tiempo colgaban de las paredes, y desde los ángulos asomaban los antiguos bustos grises de senadores y guerreros con sus cabezas de luchadores y sus rostros duros y crueles.
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En la mesa central, entre un revoltijo de inscripciones, fragmentos y adornos, se alzaba la célebre maqueta en la que Kennedy había reconstruido las Termas de Caracalla, obra que tanto interés y admiración despertó al ser expuesta en Berlín. Del techo colgaban ánforas y por la lujosa alfombra turca había desparramadas las más diversas rarezas. Y ni una sola de esas cosas carecía de intachable autenticidad, además de su insuperable singularidad y valor.
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Kennedy, a pesar de que tenía poco más de treinta años, gozaba de reputación en Europa en esta rama particular de investigaciones, sin contar que disponía de una abundancia de fondos que en ocasiones resulta un obstáculo fatal para las energías de un investigador. O que, cuando su inteligencia sigue con absoluta fidelidad el propósito que la guía, le proporciona ventajas enormes en la carrera hacia la fama. El capricho y el placer solían apartar frecuentemente a Kennedy de sus estudios; pero su inteligencia era incisiva y capaz de realizar esfuerzos largos y concentrados, que terminaban en vivas reacciones de languidez sensual. Su hermoso rostro de frente alta y blanca, su nariz agresiva y su boca algo blanda y sensual eran una clara señal del acuerdo que la fuerza y la debilidad habían logrado en su naturaleza.
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Su compañero, Julius Burger, era un hombre de un tipo muy distinto. Llevaba en sus venas una mezcla curiosa de sangre: un padre alemán y una madre italiana le transmitieron las robustas cualidades propias del norte, junto con un mayor atractivo y simpatía característicos del sur. Unos ojos azules teutónicos iluminaban su rostro moreno curtido por el sol y se elevaba por encima de ellos una frente cuadrada, maciza, con tupidos cabellos rubios que la enmarcaban. Su mandíbula fuerte y firme estaba completamente rasurada, dando la ocasión a que su compañero comentara lo mucho que hacía recordar a los antiguos bustos romanos que acechaban desde las sombras en los ángulos de su habitación.